Expresar poesía te salva Miguel Colombo nos invita a conocer la intimidad de Leónidas Barletta, una figura emblemática del teatro y el periodismo, y su resultado es una aventura insospechada sobre la vida de un hombre polémico. Leónidas Berletta fue un hombre de arte. Su rol de dramaturgo y escritor estuvo siempre articulado por un pensamiento propio, con una ideología de izquierda bien definida. Cabe destacar que él fue el creador del primer teatro independiente de América Latina. Esta, su vida pública, esconde una faceta íntima donde se muestra su sensibilidad hasta en su manera de expresarse. Lo artístico atraviesa de lado a lado la historia de Leónidas. ¿Pero cómo hizo Miguel Colombo para desentrañar esto? El puntapié inicial fue la llamada de su madrina María Angélica, hermana de Leónidas, que decidió dejarle las cartas que el dramaturgo le escribió entre los años '50 y '70. Estos textos no eran normales. Estaban invadidos de expresiones de arte de las más llamativas. Dibujos que despiertan admiración, oraciones estructuradas de manera circular y una manera de narrar tan cálida y sensible que se aleja de la exposición que Leónidas tuvo durante su vida. El documental tiene una duración cercana a 70 minutos y representa la medida precisa para, tal como pasa con su protagonista, exhibir una estructura de distintos aspectos. La primera parte es de pura exploración. La presentación de María Angélica, el análisis de las cartas y las entrevistas a figuras claves del teatro argentino como Roberto Cossa y Mauricio Kartun son una tarea periodística exquisita y sujeta de curiosidad. Para entender un poco la importancia de Leónidas vale mencionar este dato: él fue quien acercó a Roberto Arlt al teatro. En el complemento de esta obra de Miguel Colombo se da pie para una dramatización que nos propone el encuentro de Leónidas con el teatro actual. Imperdible choque, repleto de tensión, que funciona como el disparador clave a la hora de pensar cómo funcionaría él en este contemporáneo mundo artístico donde muchas veces los valores están ausentes. Leónidas fue un abanderado del arte independiente y, al expresarse, despertaba polémicas por su carácter y por su pensamiento socialista. Sin embargo, toda figura pública tiene su intimidad y que mejor que un documental como éste, el cual desmenuza un lado oculto de manera directa del ensayista, para reconfirmar que el arte invade transversalmente una vida y es el mejor legado que se puede dejar.
Llega El Tío (2018), película argentina donde un hombre debe asumir responsabilidades que no tenía en cuenta al sufrir la pérdida de su hermano. Dalmiro, interpretado por César Bordón, es un sujeto que tenía una vida tranquila y rutinaria. Sus días pasaban por su trabajo, como vendedor inmobiliario, y su pasión, su fanatismo por el Club Almagro. Dos opuestos para describir que en él ambas facetas se pueden complementar. El Tío(2018) nos cuenta cómo es que Dalmiro encaró el fallecimiento de su hermano, pero no desde el punto de vista emocional, si no desde las responsabilidades que debió asumir ante su desaparición. El Tío es una obra concreta que, cuando aparenta que no suceden cosas relevantes, se deja entrever que lo que se está contando da con la tonalidad de su fin. Cuando Dalmiro vive su pacífica vida, el filme se torna algo lento, falto de ritmo y monótono, como si fuera el mar más sereno. Ahora bien, cuando las circunstancias le presentan cuestiones que desarman esta vida, Dalmiro ingresa en un mundo que es una novedad para él. Ese mar sereno comienza a presentar las olas más insospechadas. Esta búsqueda no es al azar, por lo que es un gran mérito de su directora y guionista, María Eugenia Sueiro. La película, por momentos, nos hace perder el hilo de que lo se está contando, logrando confundirnos sobre el lado al cual se dirige. Más allá de esto, todo es más simple de lo aparentando. Una deuda millonaria, cumplir los sueños de su sobrina y una cuñada demandante son algunos de los nuevos factores que aparecen para desarmar la rutina de Dalmiro. Él comienza a padecerlo de manera física y psicológica. Una enfermedad se desarrolla, un trabajo tambalea. Dalmiro comienza a encontrarle otro sentido a todo, dándole espacio a los valores familiares y sentimentales. La contraposición, el rostro tosco versus un gran corazón, es ideal para el lucimiento de César Bordón. El desafío de Dalmiro es claro: la película te va a contar si está listo o no para encarar estas responsabilidades. En cuanto al desafío de esta película, El Tío se embarca en contar una historia que invita a la reflexión cuando cuestiones imprevistas te replantean tu actualidad. Pese a algún que otro bache y desorientación, el film de María Eugenia Sueiro lo logra.
Un dúo de amigos encuentra cuatro millones de euros y nada volverá a ser lo mismo en esta película con sangre rioplatense. En Un plan simple (A simple plan, 1998), aquella excelente película dirigida por Sam Raimi, dos hermanos y un amigo encuentran millones de dólares en una avioneta estrellada. Su plan, tal como el título del film hace alusión, es sencillo: quedarse con el dinero resguardado por aquel de posición más estable. Pero, dónde existe dinero impropio en abundancia siempre hay problemas. Los últimos románticos (2019), película coproducida entre Uruguay y Argentina, nos enmarca en un contexto similar en donde el dinero funciona como el claro disparador de paranoia, miseria, egoísmo, miedo y traiciones. El lema "pueblo chico infierno grande" queda asentado desde los primeros minutos del film con la descripción del panorama. Juan Minujín (Vaquero) interpreta a Perro, un ser bonachón, con la actitud de un holgazán y de mente inmadura (casado, con hijos, pero sin responsabilidad por ellos). Todo marchaba de manera normal en la vida de Perro, oficiando de jardinero y pasando el tiempo con su amigo Gordo, en la piel de Néstor Guzzini (Mr. Kaplan). Hasta que un día Perro encuentra cuatro millones de euros en el baño de una pareja de ancianos fallecida. Sin titubear, él se hace con el dinero y pide el refugio en lo de Gordo. Parecía un sueño hecho realidad hasta que alguien viene a reclamar y todo se torna una pesadilla. Su director, Gabriel Drak (La culpa del cordero), brinda una historia que, en los primeros treinta minutos, se encarga de manera minuciosa de describir el escenario. Esto es un logro ya que el desencadenante de la aparición de los euros gira el guion hacia rumbos desconocidos y posibilita la aparición de nuevos personajes y el redescubrimiento de los protagonistas. En el último acto del largometraje el verticalismo le gana al entendimiento y esto es un error. Las acciones se precipitan de manera tan veloz, siendo tantas a la vez, que no hay tiempo para procesarlas. En los minutos finales todo transcurre tan rápido que un nuevo giro te sorprende quedando esa reflexión un tanto interrumpida lamentándonos por la resolución. Los últimos románticos es una película de aventuras donde los valores se ponen sobre el tapete y el olor de una riqueza indebida infecta hasta al más insospechado. En tiempos de individualismo, el arte es una forma ideal para generar obras que intenten llegar a la conciencia colectiva, aunque tal vez su desenlace nos deje gusto a desesperanza.
Espejo siniestro No mires (Look Away, 2018) nos cuesta la historia de una joven que no la pasa para nada bien en su vida adolescente y comienza a refugiarse en su reflejo en el espejo, sin alertar de lo peligroso que esto pudiera llegar a ser. Un espejo debería ser tu mejor aliado. Al mirarte allí, al reflejarte en él, podrás visualizar la manera en la cual estás. Frente a él, podés pasar de algo que no te guste de vos a reconciliarte y gozar con lo que ves. ¿Qué mejor que uno mismo para conocerse? ¿Y qué mejor que uno mismo para, si las cosas no marchan bien, mirarte en el espejo y motivarte para que todo mejore? Un día Maria, sobrecargada de angustia, utilizó al espejo como su guarida. Su reflejo, siendo una versión oscura de ella, le respondió. India Eisley, la actriz que interpreta a la joven protagonista, brinda un doble rol fabuloso siendo el sustento real de la película. Eisley, la cual coprotagonizará junto a Chris Pine (Mujer maravilla) la miniserie de TNT I am the Night, genera dos personajes opuestos en su totalidad. La verdadera Maria es un ser apagado, triste, antisocial y muy inseguro de sí mismo. Su reflejo es todo lo contrario: una femme fatale, con la seguridad a flor de piel y sin ningún tipo de escrúpulos. Su interacción con el espejo de por medio es sana e intrigante hasta que ambas Marias intercambian mundos y todo se sale de la vaina. No mires es una película donde reina el suspenso. Su narración es dinámica y en los primeros diez minutos, con su primera escena de impacto, permite el gancho exacto para que el espectador se quede sentado en la butaca con sensaciones de curiosidad y misterio. Los puntos dramáticos y de tensión, los cuales se basan en relaciones (Maria y la relación con sus padres/Maria, la superficialidad y su padre cirujano/Maria y la relación con sus amistades) se desarrollan sin tanto detalle, pero consigue así que el film fluya sin riesgos. Quizás, el no ahondar tanto en pormenores y no sumergirse aún más en estas relaciones que llevaba la verdadera Maria, nos brinda un panorama un tanto chato. No mires se decide en ir por el suspenso y el terror y no caer en rebusques dramáticos. De esta forma, sin profundizar, no pierde de lado su intencionada historia sobrenatural. Assaf Bernstein es el director y guionista de la película y utiliza herramientas que usó en Fauda, la serie de Netflix que lo tuvo comandando el set. Con la crítica absoluta al bullying y la superficialidad en el mundo, el suspenso, la intriga y la acción no van a faltar. Con un reparto que contiene a figuras como Jason Isaacs, el padre de Maria, y Mira Sorvino (Poderosa Afrodita), su madre, No mires es la película ideal para ir al cine, mirarte luego al espejo y reflexionar para aceptarte tal como sos.
Nunca es tarde Descubriendo a mi hijo (Longing, 2017) llega desde Israel y nos regala una sentida historia sobre un padre que decide explorar la vida de su hijo, el cual nunca pudo conocer. Descubriendo a mi hijo te sorprende y desarma. Ya desde los primeros minutos, donde Ariel (Shai Avivi) se entera que fue padre hace 19 años y hoy Adam, su hijo, falleció en un accidente, te moviliza y predispone a sensaciones por descubrir. A partir de allí, el hombre se sumerge en un viaje de exploración sobre las pasiones, los amores y las amistades del difunto. Lo valioso de un film así es que, tanto el público como el protagonista, van descubriendo a la par cómo era la vida del joven. El camino de Ariel al tratar de indagar cada recoveco del alma de Adam no solo le permite desasnarse de los valores que el chico poseía. También, de manera inevitable, lo conduce a un rumbo donde el autodescubrimiento es, a ciencia cierta, el logro indirecto del protagonista. Ariel se involucra en la vida de su hijo al punto tal que piensa como él (o como se supone que pensaría), se enamora de lo que él estaba enamorado, se enoja con lo que él se enfadaba y sueña con los sueños que quizás Adam pretendía alcanzar. Cada diálogo está muy bien cuidado y sortea cualquier tipo de flaqueza narrativa o interpretativa con escenas de progresiva intensidad. No es fácil para Ariel el viaje que está realizando y, por lo tanto, el camino que vamos haciendo junto a él. El hombre siente que el destino fue muy injusto con Adam y, a través de circunstancias donde comienza a predominar lo metafísico, vamos a sentir que, a lo largo del film, conocemos a su hijo. En una película en donde reina el drama, muchas veces se generan desvaríos, baches o momentos en donde se pierde el interés. Descubriendo a mi hijo, lejos de esto, nos genera intriga desde la primera escena y nos va a enseñar que, si bien no se puede recuperar el tiempo perdido, se puede honrar el alma y también celebrar la vida y el amor.
Historias de amor L ópera prima de Natalia Hernández, es una comedia romántica coral sobre un grupo de jóvenes que lucha contra viento y marea en busca del amor. En tiempos de redes sociales y aplicaciones tendientes a provocar esa cita a ciegas de tus sueños, uno podría vivir fomentando sus expectativas a ilusiones irrisorias. Hoy en día entablar una conversación con alguien parecería algo sencillo: un like, algún tema en común que dispone el perfil de la persona o alguna mueca de interés a aprovechar. Sin embargo, estas trampas generan que el desamor sea posible ya que, como tan rápido uno puede subir, más veloz aún se puede caer hacia la desilusión. A veces, lo más sencillo, lo más tengible, está en los detalles, en esas señales a nuestra merced. Las vueltas de la vida es ese complejo camino que se atraviesa. Estar atentos es la cuestión. Natalia Hernández con su opera prima Cuando brillan las estrellas (2018), nos brinda una película en la cuál nos es sencillo empatizar. El amor, las revanchas, los sueños y las frustraciones se ponen sobre la mesa en una ficción que se inspira de la realidad. A través de distintos tipos de personajes que protagonizan cada una de sus historias, Cuando brillan las estrellas genera atracción desde su inicio: un niño de diez años y su primer frustración amorosa. Las marcas que ese tipo de situaciones provocan son tan poderosas y perduran en el tiempo como la rajadura en un vidrio. La única manera de solucionarlo es enfrentándolo. Quizás cambiar el vidrio y volver a comenzar sea lo más sencillo, pero hay quienes se deciden a continuar con ese elemento roto pese a que su visión se encuentre obstaculizada. Este tipo de dilemas se detallan en la película a lo largo de cuatro historias. Un joven dolido en el amor, fanático de los crucigramas, que le presentan a una mujer mayor a él para que tenga sexo casual. Una pareja que está por separarse. Dos jovenes que se verán por primera vez para tener su cita. Y, por último, la historia de una chica que, pese a no querer, cae en la telaraña de su ex pareja y lo vuelve a llamar. El guion, a cargo de Sebastian Rotstein (20.000 Besos), nos permite introducirnos de manera eficaz en los periplos de cada uno de los personajes. Estos jóvenes, cercanos a la tercer década de edad, podrían ser personas conocidas por nosotros o, porque no, sujetos similares a uno mismo. Ahí está el acierto: no ambiciona por irse al extremo en las situaciones, si no que todo es real y los sueños que se auspician son puros y románticos. La construcción de escenas cómicas no escasean (la lucha en la plaza contra los vándalos es de lo mejor del largometraje). El drama, prolijo gracias al manejo de cámara de la directora, a veces peca al buscar el impacto: es muy arriesgado, y hasta genera cierta incomodidad, el mostrar una escena de violencia entre dos personas de sexo opuesto. Sin embargo, el film no decanta en esto y logra reponerse y continuar camino hacia su brillante final. Una película coral, con historias diversas, pero con esa sencillez romántica como el eje de todo, no podía renunciar a sus principios: el amor es lo que nos mantiene vivos. Natalia Hernández podría estar orgullosa de que su primer largometraje sea una comedia en la cual el espectador se pudiera sentir identificado. Quizás no sea sencillo retratar todos los tipos de problemáticas que se suceden en el plano romántico de los jovenes adultos pero, con esta comedia para toda la familia, un breve panorama se podría ejemplificar. Los sueños es aquello que nos impulsan a diario. Cuando brillan las estrellas es una película que nos incentiva a creer, pero por sobre todas las cosas, a creer en el amor.
Nadie está a salvo La corrupción, ese mal que infecta a la Argentina, es retratada a través de este estreno que, en boga a un año legislativo, se arriesga y brinda un particular panorama de la política actual. “Siempre cuídate de los nadie”. Con esa línea tan particular Pocho Grañas, el personaje que interpreta Roly Serrano aconseja a Claudio Sayago, en la piel de Luciano Cáceres, de cómo manejarse en los comienzos de su carrera política. Sin dudas una frase que enmarca determinadas particularidades de una matriz instalada en la política argentina: la corrupción. Brindando el puntapié inicial para darnos a entender que alguna traición, algún “nadie” aparecerá o algo podrá suceder en el periplo de Sayago, se inicia El jardín de la clase media (2018), film de Ezequiel Inzaghi basado en la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga. No es la primera vez que Inzagui se propone expresarse sobre temas sociales/políticos. En La cola (2011), largometraje que dirigió junto a Enrique Liporace, nos narraba la historia de un trabajador deseoso de establecer un sindicato dedicado a proteger sus derechos. Ahora el director ambiciona en ir por más sobre esos males que nos afectan y adapta una novela que interviene en los confines del aparato gubernamental. Para esto Inzaghi acierta al apoyarse en un elenco sólido y ecléctico. A los mencionados Cáceres y Serrano, se suman caras como la de Eugenia Tobal (Güelcom), Ludovico Di Santo (Topos), Esteban Meloni (Contrasangre), Leonor Manso (Anita) y el ya nombrado Liporace. Este thriller político, un género no tan frecuentado por los directores argentinos, nos plantea una exploración desde la ficción de un tema tan hablado pero muy poco abarcado desde el arte. Inzaghi toma apunte de todo esto y, con la insinuación como el bastión para contar la historia, deja cabos para que el espectador vaya descubriendo tanto la trama como la intervención de cada uno de los personajes. En una historia donde se mezcla la aparición de un cuerpo en la casa del legislador Sayago, circunstancias de infidelidades (políticas, amistosas y sentimentales) y desconfianza, uno tiende a sospechar de cualquier tipo de movimiento de los personajes. El jardín de la clase media es una película necesaria en la actualidad del país, en la proximidad a un año legislativo, e ideal a la hora de graficar a la corrupción como no un hecho aislado, sino como un sistema al que se le es muy difícil escapar. El riesgo de Ezequiel Inzaghi por contar una historia que no está tan alejada de lo que podría ser la realidad, suprime cualquier tipo de desliz que pudiera generarse en la manera de encarar esta obra. Concreta, funcionado como una especie de crítica a algo que normalizamos de forma equivocada en la política, El jardín de la clase media nos deja ese sabor agrio de algo muy complejo de combatir. “Hacete el gil”, otra de las frases que el personaje de Roly Serrano utiliza para persuadir a Sayago, es algo a lo cual no podemos hacer oídos sordos. Desde nuestra parte, como sociedad, lo que debemos es no hacer oídos sordos y denunciar, de la forma en que pudieramos, cualquier acto de corrupción.
Malgaste a la medianoche Una nueva cita con el terror nos reúne y, otra vez, una película que pretende generarnos pesadillas nos decepciona. Al leer que, en el reparto de una película de terror, uno se pudiera encontrar con semejante icono del miedo como Robert Englund (Pesadilla en la Calle Elm), no hay ecuación que se presente posible para que el film desentone. Sin embargo, Demonio de medianoche (The Midnight man, 2016), circula hacía un precipicio desde el primer minuto, en claro desaprovechamiento de la figura del actor. El largometraje es abrupto. Rompe momentos que pudieran ser tensos con un grito o una escena de notorias intenciones a la hora de asustar. Demonio de medianoche no se preocupa en armar una historia, en profundizar en los detalles o en ser sutil, si no que provoca que el espectador adivine lo que sucederá gracias a la evidencia de sus momentos. La historia es clara y concreta. Unos niños se divierten con un juego que termina invocando al demonio del título. Años más tardes, unos jóvenes juegan al mismo juego. A todo esto, una anciana que no está bien de salud, deambula por el dormitorio. Algo no está bien y es evidente. Se pueden imaginar cómo continuará todo esto. Hay algo en particular en películas como estas que, lejos de querer diferenciarse, se preocupan por mantener ciertos elementos en común del género actual. Como punto focal, en Demonio de medianoche, se pueden ver algunas caras conocidas del cine de terror contemporáneo. Tras mencionar anteriormente a Robert Englund, otro de los rostros familiares es el de la actriz Lin Shaye, conocida por su interpretación en la saga de La noche del demonio (Insiduos). Ella personifica de manera brillante a la anciana y genera los mejores momentos de la obra, por más escasos que sean. La protagonista del film es la joven actriz Gabrielle Haugh (Jeepers Creepers: El regreso), encargada de enfrentar al mismísimo demonio. La dirección está a cargo de Travis Zariwny, el cual firma en los créditos finales como Travis Z. Habiendo sido el responsable de fiascos anteriores del terror como La cabaña del miedo (Cabin Fever, 2016) o Intruso (Intruder, 2016), queda claro que su continua prueba con el horror no va por el mejor camino. Tal vez la precipitación a la hora de realizar largometrajes (tres películas realizadas en el año 2016), lo lleve por una vía donde, tal como sucedió acá con Robert Englund, se desaproveche las herramientas que este maravilloso género contiene.
Lo que uno hace por amor Una comedia coproducida entre Italia y Argentina nos demuestra que las promesas, por más disparatadas que sean, están hechas para cumplirse. ¿Quién no ha prometido cualquier cosa por amor? Desde escalar montañas, atravesar mares o tal vez bajar estrellas. Siempre, este tipo de dichos, resultan inconclusos. El amor, por más que todo lo pueda, presenta barreras muy alejadas a la realidad. El hombre que compró la luna (L'uomo che comprò la luna, 2018) parte de una promesa, pero su resultado es el opuesto a lo que se acostumbra. Un pescador es el encargado de semejante travesía por su amada. Dirigida por Pablo Zucca (El arbitro) y producida por Daniel Burman (La suerte en tus manos), entre otros, esta comedia hablada de manera íntegra en el idioma italiano, nos embarca en un mundo donde, a pesar de la realidad en la que vivimos, todavía se puede tener la capacidad de soñar. Sostenida por un clima de humor irónico, la gracia de la obra se sugiere en escenas donde lo grotesco rompe el silencio. Quizás un juego competitivo, el cual consiste en contar con las manos (con las reglas más absurdas), pudiera resultar burdo o inconexo, pero El hombre que compró la luna se encarga de que todo tenga un porque en la historia. La premisa es de lo más desopilante. Todos los gobernantes del mundo se movilizan por la noticia de que un sujeto fue el encargado de hacerse dueño de la luna. La escena post inauguración de la obra es una sumatoria de declaraciones de las más altas esferas gubernamentales (como también otros supuestos emblemas del poder) sobre la sorpresa de semejante acto y el disparador exacto para pergeñar la recuperación del satélite de la Tierra. Con una primera media hora con un guión dispuesto a entretener a partir del duelo de los no soñadores (gente enojada que quiere recuperar la Luna) versus los soñadores (aquel que la compró), los silencios son intencionales, el humor físico se perfecciona en los momentos claves y la introducción de semejante acto que le da el título al largometraje queda planteado. A partir de allí, la acción comienza a tomar otro rumbo. El film se vuelca a su parte más emocional, dejando de lado la sorpresa de la comicidad absurda de la primera parte y transforma lo terrenal por la excesiva utopía. La película de Zucca se precipita con la manera de acceder a lo fantástico, resultando un traspié en la prolijidad de la obra. El hombre que compró la luna nos invita a reír, soñar y cumplir nuestras promesas. Estrenar el mismo día que El primer hombre en la luna (First man, 2018), la película protagonizada por Ryan Gosling, no resulta nada sorprendente. Un ser humano se adueña de algo, incrementa su dominio y no permite que otro de su especie, tal vez un simple pescador, ponga en riesgo su poder por no poseer el don de soñar.
Terror en clave asiática Un nuevo exponente del terror coreano llega a las salas y las expectativas, como todas las de aquellas películas que provienen desde estas tierras, son altas y atemorizantes. Gonjiam: Hospital maldito (Gonjiam: Haunted Asylum, 2018) es una película que genera miedo. Esta no es una afirmación para pasar por alto. Hoy, entre tanta vorágine del cine de terror, con tantas opciones de consumo, que un film te genere una especie de atracción atemorizante es para elogiar. El cine asiático vuelve a posicionarse en lo alto a la hora de asustar al público, ideal para la semana donde se celebra Halloween. Con claras reminiscencias a El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), la película nos presenta una parodia de un show televisivo donde unos adolescentes exploran lugares donde se presume la existencia de situaciones paranormales. El indicado en esta historia es un hospital denominado Gonjiam, donde se supone la existencia de los fantasmas de pacientes que fallecieron en extrañas circunstancias. Contado desde varios sectores narrativos, con una cámara por cada uno de los jóvenes protagonistas, el film no pierde dinamismo ni gracia en ningún momento. Desde los primeros minutos de la película persuadimos el estar en presencia de algo no tan cotidiano. La risa de un inocente chico dispuesto a hacer una travesura es interrumpida por la sorpresiva aparición de algo paranormal. A partir de ahí se presenta al conductor del show de televisión, el cual nos prepara para un viaje que mezcla ingenuidad con terror. Ahí está el acierto: uno empatiza con esa ingenuidad de los que sufren estas apariciones al investigarlas y puede asustarse con cada ruido, con cada movimiento. Un found footage que aprovecha de la mejor manera la cámara no estabilizada, Gonjiam: Hospital maldito queda ilesa pese a tener un escaso poder narrativo. Este tipo de películas es hoy en día uno de los recursos cotidianos de aquellas productoras que buscan obtener una ecuación rentable favorable sin priorizar la manera en la cual se cuenta la historia. Alejada de esa intención por las tierras desde donde proviene, en esta obra el propósito principal es asustar, lo cual se logra sin transpirar. Vale la pena repetirlo: Gonjiam: Hospital maldito es una película que genera miedo.