Ese niño que fuimos La nueva película producida por Walt Disney Pictures está inspirada en los libros de Winnie-the-Pooh. Mezclando acción real y animación, Christopher Robin: un reencuentro inolvidable (Christopher Robin, 2018) busca emocionar a todo el grupo familiar. Christopher Robin era aquel niño que vivía todo tipo de aventuras junto a su banda de animales de peluche. Este pequeño creció y, junto a ese desarrollo, perdió su brújula de la vida. Ahora esos amigos de la infancia buscarán rescatarlo. Marc Forster (Guerra Mundial Z) se enmarca en dirigir esta historia que, con Disney como el gran precursor de la nostalgia, nos auspicia una obra lacrimógena y encantadora. Christopher Robin: un reencuentro inolvidable promete reencontrarnos con ese niño que alguna vez fuimos. Protagonizada por Ewan McGregor (Lo Imposible), el adulto Christopher Robin, este film recurre a los elementos clásicos de una oda a la añoranza de lo que fuimos: un viaje al autodescubrimiento, la falsa premisa de “todo tiempo pasado fue mejor” y la posibilidad de empatizar con una historia apta para toda la familia. El propósito es evidente y el entretenimiento no escasea a lo largo de los minutos del largometraje, pero la mezcla agridulce que genera no termina de convencer y hace que el relato se sumerja en una ficción que está más preocupada en crear emociones que en contar una historia. El gran acierto y sostén de esta obra comandada por el talentoso director de Descubriendo el país de Nunca Jamás (Finding Neverland, 2004), otra película con la nostalgia como bastión, es el magnífico uso de la animación y, por sobre todas las cosas, de la construcción de un personaje adorable como Winnie the Pooh. El oso expresa ternura con cada acción. Sus movimientos no son chatos ya que están sustentados por lo que necesita describir y funciona como el contrapunto perfecto al adulto Christopher. McGregor, en cambio, brinda una confusa interpretación. Por momentos su Christopher Robin desborda nerviosismo en escenas que la calidez debería ser el centro de la cuestión. Acá el actor de Trainspotting (1996) no provoca empatía. Es parco y desesperante. Sin dudas, la atracción principal de la película termina siendo aquello por lo cual se apela a la nostalgia: la aparición de Winnie the Pooh, Tiger y compañía. Los animales de peluche funcionan como los encargados de aparecer para despertar a Christopher Robin de un letargo sin rumbo ni sentido. Con un Robin/McGregor para dejar rápidamente de lado, Winnie the Pooh se tuvo que encargar de rescatar al film de un destino olvidable. Quizás la historia sea un gran viaje familiar ideal para entretener desde los más pequeños hasta los más grandes. Los adultos nos vamos a reencontrar con ese niño que fuimos, pero más que nada por querer alejarnos de aquel que lleva el peso del título de la película.
Relatos aterradores Desde tierras británicas llega la película de terror de la semana y, con la particularidad de estar conformada por relatos que emulan una investigación, es un gran plan para disfrutar de las apariciones de espectros. Desde el surgimiento de Black Mirror, famosa serie británica que cuenta distintas historias a través de un hilo de conductor como la tecnología y los avances de la misma en la sociedad, nada volvió a ser lo mismo en el mundo de las series. Respetar un denominador en común, darle entidad a la estética y priorizar las historias sin subestimar al público comenzaron a ser la bandera para los distintos realizadores. Sin ir tan lejos, en nuestras tierras, Damián Szifrón (Los simuladores) con Relatos salvajes (2014) llevó esto a la pantalla grande. Un conjunto de historias, con diferentes personajes y unidos por una misma temática: la ferocidad de la sociedad ante situaciones críticas. Historias de ultratumba (Ghost Stories, 2017) toma esta línea para jugar con el formato. Ahora estas historias son de terror, con un periodista que investiga los casos, y presentado como un documental de investigación sobre casos paranormales. Historias de ultratumba no es para nada un film convencional. Desde el comienzo nos damos cuenta que la tonalidad y la estética dan para pensar que algo sucede con las historias que van a presentar, que hay un misterio más allá de lo que se expone y que, salvando las distancias, se siente un aroma a David Lynch y su placentera incomodidad. Escrita y dirigida por Jeremy Dyson y Andy Nyman, el film promete y cumple. En un muestreo claro de lo que se quiere intentar, cada relato de aproximados veinte minutos, se estructura de tal manera que se consigue llegar al clímax del caso y las resoluciones son a puro impacto. El gran acierto de la obra consiste en encadenar estos asuntos con el periodista como el eje de la investigación. Interpretado por uno de sus directores, Andy Nyman, el Profesor Goodman es un personaje que exalta curiosidad y misterio, lo cual se traslada sin pestañar a los espectadores. Cada uno de los relatos son concretos y descubren más aspectos de la investigación y del Profesor Goodman. Uno de ellos está llevado a cabo por el actor Alex Lawther (Christopher Robin: un reencuentro inolvidable), a quien todos conocemos por su entrañable personaje en la serie The End of the F***ing World. En el caso que lo tiene como protagonista, su interpretación es brillante. Lawther bordea la paranoia exorbitante dando rienda suelta a esa locura que tanto nos acostumbró en la serie. Y cuando se creía que las sorpresas interpretativas podían acabar, llega Martin Freeman (El Hobbit: Un viaje inesperado) para, con un personaje a su altura, demostrar cual es el destino del film. Entretenimiento, sorpresa y vuelta de tuerca a la orden del día. Esta clase de películas son muy difíciles de encontrar y escapan a todo tipo de obras de terror que se suelen posicionar en las salas. Historias de ultratumba es como cada uno de sus relatos: concreta, bien interpretada, cuidada estéticamente (los efectos especiales no tienen nada que envidiarles a los grandes estudios) y con el claro objetivo de no subestimar al espectador.
Hallazgo familiar Disculpas por la demora (2018) se estrena en el Gaumont y, abordando los recuerdos de dos personas tras la desaparición de su padre en la época de la dictadura, es un documental que no puede pasar por desapercibido. El recuerdo de los seres queridos es uno de esos tesoros más preciados que un sujeto podría tener. Valorar esos momentos pudieran resultar un refugio para los más nostálgicos. Más si son pocos los recuerdos que uno podría acaparar. Ahora bien, ¿Qué pasaría si esas mínimas memorias son producto de un desarraigo o un hecho forzado de desaparición? Remover el pasado e investigar sobre él permite recordar, pero también te acerca a la verdad. Y aunque esa verdad pudiera resultar dura, vale la pena enfrentarla y descubrir el origen de todo. A través de redes sociales, Sergio (Shlomo) Slutzky se puso en contacto de Mariano Slutzky por mera curiosidad y el hallazgo familiar es el fruto de este documental. Shlomo, periodista y documentalista argentino-israelí, es quien descubre que Mariano, periodista argentino-holandés, es el hijo de Samuel Slutzky, primo de su padre y de cuyo final fue siempre un interrogante desde que desapareció producto de la dictadura cívico-militar en 1977. A través de encuentros entre ambos, la búsqueda de testimonios de seres que formaron parte del pasado y el recurso de los recuerdos históricos, Shlomo se propone encausar una manera de disculparse y de pagar esa especie de deuda que la familia Slutzky tiene tanto con Mariano como con su hermana, los cuales se refugiaron de niños en Holanda con ayuda de Amnistía Internacional. Dirigida por Sergio (Shlomo) Slutzky y Daniel Burak, Disculpas por la demora acerca a Mariano a las emociones que creía olvidadas con respecto a su padre. Su recuerdo de aquel fatídico junio de 1977, mes en el cual se produce el crimen, propone construir y entender las distintas aristas en su crecimiento de niño hacia la adultez. Con escenas verídicas del juicio a los asesinos y hasta la persecución de un sospechoso, el documental nos permite adentrarnos en el día a día de Mariano al punto tal de responder junto con él el porqué del abandono de sus parientes y cerrar esas heridas muy difíciles de atravesar. Disculpas por la demora dignifica la búsqueda de la verdad y las razones por las cuales es importante hallarla, más que nada cuando es el origen familiar el que está oculto. “Nosotros no queremos venganza, queremos justicia”, expresa un emocionado Mariano Slutzky, privilegiado por haber sido contactado por Shlomo. Mariano se animó a enfrentarse a los fantasmas de su pasado y, a partir de ahora, su vida será distinta. Este documental permite no olvidar y movilizarse cuando las angustias no sanan.
No tomarás cosas ajenas David Tennant (Harry Potter y el cáliz de fuego), luego de su temible Killgrave en la serie Jessica Jones, sabe cómo interpretar a los seres más malvados. Latidos en la oscuridad (Bad Samaritane, 2018), film de suspenso que llega a nuestras salas, lo confirma haciendo que tu vida se torne una tortura. Un día te levantas, lavas tu cara y te vestís para arrancar la inminente jornada matutina. Cuando crees que este podría ser un día más, la rutina da un imprevisto y te topás con un sujeto que parece tenerlo todo: dinero, éxito, autos y mujeres. Crees que podés aventajarlo y, tras esa ingenua viveza, te chocas con el secreto más temible de esa persona: es un psicópata que tiene en su inteligente hogar a una chica maniatada, víctima de tortura y con un posible final fatal a la vista. De un día tranquilo a un día oscuro. Este es el comienzo de Latidos en la oscuridad y, a partir de allí, el juego del gato y el ratón fluye y fluctúa con intercambio de roles incluido. Quien lleva las riendas de la película es Dean Devlin, director de Geo-Tormenta (Geostorm, 2017) y escritor de Día de la independencia (Independence Day, 1996), Día de la Independencia: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016) y Godzilla (1998). Con Latidos en la oscuridad deja por un momento de lado la ciencia ficción de desastre y destrucción para narrar la historia de Sean, un joven con sueños que se gana la vida como acomodador de autos en un restaurante italiano. Él junto a un amigo recurren al ilícito de manera periódica. Una vez que le dejan el auto, eligen alguno y pasan por la casa del dueño del vehículo para llevarse lo que se pueda. El film no los muestra como malas personas para generar el contraste inmediato con quien sí lo es. Toparse con David Tennant no es algo para pasar por alto. En la piel de Erendreich, un ser que aparenta ser el mejor samaritano pero que esconde una vida muy oscura, el inglés nos brinda una interpretación convincente que irradia temor con tan solo mirarlo. El largometraje no pierde dinamismo durante las casi dos horas. Se plantea el escenario inicial de manera simple y, a partir de la primera media hora, comienza a oscurecerse convirtiendo a la aventura del joven Sean en un martirio constante. Erendreich lo tiene entre ceja y ceja. Sean sabe su secreto y no va a dejarlo tranquilo en ningún momento. Los encuentros entre ambos sostienen el clima de intriga y acción generado y todo se va desbandando sin mucha explicación. En un momento te pones a pensar todo lo que empezó a suceder desde que Sean se llevó el auto de Erendreich y acá si Dean Devlin pareciera querer asemejarse a la ciencia ficción. El desastre y destrucción se apodera de la vida del joven Sean. Latidos en la oscuridad es un film ideal para pasar el rato y admirar la interpretación de Tennant. Nos remarca, de forma insistente, que debemos obrar con el bien porque si no nuestra vida será un infierno. El que busca, encuentra. Sean buscó aventura y la encontró de manera exponencial. Si nuestra intención es pasar el rato, estar entretenidos, este es un film ideal. Si queremos otra cosa, Latidos en la oscuridad no nos mantendrá cautivos ni con David Tennant a punta de pistola ocasionando desastres por doquier.
Un western ambientado a principios del siglo pasado en Australia se convierte en un espectáculo visual de pura violencia racial. Se estrena Dulce país (Sweet Country, 2017) y hay grandes motivos para ir a la sala de cine. La discriminación racial es un karma histórico que, año tras año, se sigue alimentando debido a la aparición de Trump y otros sujetos nefastos. Hay que lamentarse: este tipo de males resultan ser cíclicos y no pasan de moda. Dulce país nos cuenta la historia de Sam, un aborigen, que asesina a Harry, el dueño de las tierras, y huye junto a su esposa. Una huida repleta de violencia y seres desalmados que es acompañada por un espectáculo visual digno de apreciar. Warwick Thornton dirige este film y, además, se hace cargo de la dirección de fotografía. Este cometido no es vano: Dulce país es una película con personalidad. La intención de Thornton es aprovechar al ciento por ciento el paisaje australiano con planos abiertos y el objetivo de cerrarlos para poder ver de cerca las sensaciones de cada uno de los personajes, en especial de Sam, interpretado por un inexperto, pero sorprendente Hamilton Morris. Sam sufre y sufrimos junto a él. Una obra elegante que conmueve y no escatima en utilizar los típicos recursos del western clásico como las armas, el territorio a explorar y los indios. En cuanto al reparto, cabe destacar la breve pero precisa participación de Sam Neill y Bryan Brown y Matt Day se lucen como el malvado sargento y el complaciente juez respectivamente. Todos cumplen de manera acertada su rol en este drama donde se narra una historia calmada y cautivadora sin hacer abuso de exageraciones que podrían alejarse del rumbo del director. Todos los personajes son los ejemplos cotidianos de la sociedad: el condenado que fue hostigado, el que lo protege, el dueño de todo sin impunidad y el que lo persigue por cuestiones raciales. Hay humanidad en cada rasgo de la película. El western sigue reinventándose, pero acá hay un director que es cosa seria. Los géneros pueden cambiar, pero una propuesta sólida, de impacto y de absoluta belleza visual excede cualquier clase de género. Sin pecar del dialogo de relleno que hoy muchas propuestas fílmicas quieren adaptar del concepto televisivo, en el cine el sustento es lo visual y acá es donde Warwick Thornton y su Dulce país dan en la tecla.
El cuerpo es un envase Esta película, se encarga de contar una historia de amor protagonizada por un sujeto que todos los días cambia de cuerpo. Aprovechamos a expresar de que trata esto antes de despertar y tener el rostro de otra persona. Cada día (Every day, 2018) no es una película típica de amor. El protagonista se enamora de Rhiannon, interpretada por Angourie Rice, aquella bella promesa que vimos en Dos tipos peligrosos (The Nice Guys, 2016), pero tiene una particularidad: todos los días se despierta en el cuerpo de un adolescente cercano, hombre o mujer, sin ni siquiera repetirlo. El conflicto de dicho enamoramiento es evidente ya que materializar una relación estre dos individuos sería algo totalmente dificultoso. Cada día deja de lado el prejuicio de lo superficial, apuesta a la energía y el interior como la base del amor y, pese a tener un claro mensaje, su ambición se confunde en medio del relato. Dirigida por Michael Sucsy (Votos de amor), Cada día cuenta con una primera media hora de excelente calidad. El inicio te apasiona ya que uno no entiende que sucede con "A", este individuo al cual no sabemos como luce pero que va de cuerpo en cuerpo y se encarga de aprovechar ese día como si fuera el ultimo. "A", tal como se hace llamar para diferenciarse del resto por esta cracterística de ser único, se enamora de Rhiannon y trata de que esto sea recíproco. Ese comienzo de historia de "A" probando distintas tácticas, siendo hombre o mujer, para conquistar al personaje interpretado por Rice resulta ser el gancho ideal para quedarse a disfrutar de un film que, tal como "A", se diferencia desde el inicio del resto. Luego de esa primera media hora, la confusión y la tediosidad, que coincide cuando "A" trata de quedarse con un cuerpo para establecer una relación con Rhiannon, se hace el común denominador hasta el final. Lo que prometía ser una historia que se diferencie del resto, se convierte en un relato cargado de clichés – protagonista angustiado por no poder continuar con la historia de amor, problemas externos que dificultan la relación y situaciones típicas del crecimiento adolescente – y se dirige a ser una película romántica que se aleja de su premisa para alojarse en una zona de confort. Nos podríamos imaginar miles de situaciones con un protagonista que cambie de cuerpo pero todo se borra de un plumazo cuando, entranando en la etapa final, esta historia de amor se preocupa en ser una simple historia de amor. Este largometraje nos puede reconfirmar que en la actualidad se siguen apostando con films que combinen géneros. Por lo menos esta era en un comienzo la intención de Cada día. Una persona que se despierta todos los días en un cuerpo distinto y trata de enamorar a la misma persona nos remite a un film que combinaría ciencia ficción, drama y romanticismo. Ahora bien, hace unos meses se estrenó Felíz día de tu muerte (Happy Death Day, 2017), aquella película que la protagonista despertaba todos los días para revivir el último día de su vida tratando de evitar su muerte, la cual mezclaba terror, suspenso y ciencia ficción. Las ideas de lo fantástico tratan de posicionarse y abarcar otros géneros, los pensamientos no se acaban y, pese a que Cada día termina recurriendo a su comodidad para concluir la historia, se valora ese riesgo que hace ilusionar a más de uno en que puedan aparecer películas diferentes entre tanta normalidad.
En el mar la vida no es más sabrosa El nuevo film del director de La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014) promete todo: un viaje acuático, un dúo protagonista estelar y una historia tan real como emocionante. Desde acá nos descalzamos para poner un poco los pies en remojo y navegar al ritmo del acento británico. Paz, abundancia e intimidad. Soledad, desesperación e inseguridad. Sensaciones muy diversas que alguno podría vivir al emprender un camino con el agua como su insistente aliado. Realizar un viaje algunas veces podría conducir a reencontrarse con uno mismo, a darle un vuelco a la vida que hasta ahora se llevó a cabo y repriorizar cuestiones que uno creía olvidadas. Por lo tanto, realizar un recorrido de días, meses, por el agua y en la absoluta soledad, nos remite a cuestiones de tanta complejidad que, sin ningún tipo de duda, nos podría conducir a un relato, mito o un simple texto de ciencia ficción. Un viaje extraordinario (The Mercy, 2018), la cual está basada en hechos reales, nos presenta una historia donde todos estos condimentos no escasean. Donald Crowhurst, interpretado por el siempre correcto Colin Firth (El Discurso del Rey), es un veterano de la Real Fuerza Aérea Británica con una gran pasión: el velerismo. Esta afición llega a tal punto que, sin poder dormir, se empecina en competir en la Sunday Times Golden Globe Race, la travesía más importante de su vida, la cual consiste en una carrera en yates a lo largo del mundo. Su esposa, en la piel de Rachel Weisz (El jardinero fiel), lo vive de manera contradictoria. Sus escenas reflejan el apoyo hacía su marido y el miedo a perderlo. Sin embargo, el sueño de Donald es más importante y, junto a sus tres hijos, la angustia familiar queda disminuida por el anhelo del marinero. El film se aboca en contar el viaje de Donald sin hacer hincapié en su pasado y sus sostenibles razones para encarar un traslado de tal magnitud. La falla al no evidenciar lo que vivió le otorga fragilidad e inverosimilitud a la historia. La película está dirigida por James Marsh, el aclamado director de La teoría del todo, el cual vuelve llevar a la gran pantalla una historia verídica. Con un guion de Scott Z. Burns, aquel prestigioso guionista de las últimas películas de Steven Soderbergh (Contagio), Un viaje extraordinario se sostiene mayormente por el talento de quienes están delante de cámara. Colin Firth desarrolla un desesperado personaje en busca del perdón, y Weisz se arrincona en el llanto y el sufrimiento, sus armas más preciada. A esta dupla se le suma el magnífico David Thewlis (La teoría del todo) que, tal como nos tiene acostumbrado, brinda una interpretación que confirma su excelente talento. La historia fluye por momentos como un barco en el mar pero, sin volver al sustento de origen, sin hacer fuerza en los porqués, alcanza un momento en el que se genera una inundación de sensaciones donde se mezcla la angustia, la desesperación y el logro personal. El colmo se puede apreciar en una escena donde Donald llega a Argentina y, siendo recibido por unos argentinos satirizados como los peores anfitriones de la historia, el británico es devuelto a su yate para continuar con la carrera. No se entiende nada de lo que pasa. No hay sustento. El guion te desorienta en estos puntos y estas escenas quedan expuestas como un barco a la deriva. Reiterando el sostenimiento de la historia por la fortaleza del trio actoral, este film británico abusa de tanta prolijidad en el manejo de la cámara y, absorbiendo la angustia y el viaje personal del protagonista, el cual ingresa en un periplo de delirios al navegar, genera en el espectador la marcada sensación de ahogo e incertidumbre. Se destaca la espera inquieta de sus hijos que, atentos a cada movimiento de Donald, son sus primeros fans, los primeros que transmiten el desasosiego por los meses que pasan y aquellos que generan la empatía inmediata con el público. En un viaje cuyo objetivo es el logro personal y la búsqueda de la misericordia, el sustento se lo termina generando aquel que se dedica a esperar al protagonista y no así las continuas acciones del mismo. La verosimilitud de este viaje es un hecho, pero la manera en la cual se nutre el film da las claras muestras que una base bien definida es la clave para generar solidez y que el agua no te derribe los cimientos.
Escuchen y sigan Una nueva entrega de terror llega desde tierras coreanas y, tras tantos títulos que quedaron en el subconsciente del amante del género, las expectativas se colocan bien en lo alto. Todo el que vio Invasión Zombie (Busanhaeng, 2016) puede recordar lo tan logrado que resultó el hecho de combinar zombies, cultura coreana y drama familiar. Muchos la catalogaron como una de las mejores películas de muertos caminantes de la historia y quizás el punto fuerte de todo esto confiere en no imitar al cine hollywoodense, si no utilizar algún que otro recurso del mainstream norteamericano y desarrollarlo con las herramientas del propio cine coreano: melodrama, costumbrismo e intriga. Estos factores hicieron que Invasión Zombie siguiera los pasos que ya habían iniciado títulos como Oldboy (2003), Memorias de un asesino (Memories of Murder, 2003), La huésped (Gwoemul, 2006) o Yo vi al Diablo (I saw the Devil, 2010). Quizás estos dos últimos sean grandes exponentes del cine de género coreano. Mimic: No sigas las voces (Jang-san-beom, 2017) busca continuar con esa hegemonía de aciertos que tanto celebra el amante del cine fantástico. El film es dirigido por Jung Huh y narra la historia de una criatura que tiene el poder de imitar voces, provocando confusión, atracción y terror a quien es arrastrado hacía su trampa. La obra se desarrolla con absoluta prolijidad, pudiendo generar la intriga necesaria en los primeros minutos y seducir al público. Partiendo de la base de “familia tipo”, apuntando al melodrama por la pérdida de un ser cercano y posicionando a la imagen de la criatura como el ser que hurga dentro de tus miedos, el largometraje genera un leve suspenso maquillado por la factoría técnica del director. Invasión Zombie abría el juego al debate familiar en un contexto apocalíptico. Poniendo sobre la mesa el valor por los lazos familiares, este film se convirtió en un éxito inmediato para el espectador y la crítica. Teniendo al melodrama como la madre de la historia y fusionándose con muestras del mejor cine fantástico, el cine coreano volvía a encontrar la fórmula para extenderse fuera de sus fronteras. Mimic: No sigas las voces está muy lejos de ser un exponente destacado del género, pero trata de no desaprovechar esa capacidad de contar historias digna del cine de origen asiático. Mimic: No sigas las voces no generará el susto de tu vida. Pero seguro te va a contar una buena historia, cargada de intriga, emotividad, fantasía y drama. Esperando más estrenos desde estas tierras, esperamos que los próximos autores coreanos sigan estas voces que se originaron hace cerca de 15 años y brinden más ejemplos de la buena cosecha cinematográfica del cine de terror coreano.
Nunca es tarde para retomar el camino Pepo: La última oportunidad (2016) recorre el andar de uno de los máximos exponentes de la movida tropical: El Pepo. Nos adentramos en este mundo de rendición, ritmo y pasión para contarte de que trata esta obra sobre uno de los personajes del momento. Es muy difícil que la vida dé segundas oportunidades. Es algo que, aunque se desee, cuesta. Muchas veces no depende de uno, si no del destino o del azar o de una mezcla racional de ambos. Cuando esa segunda oportunidad se te presenta, estás enterado de que no se puede dejar pasar. El tren pasa tan sólo una vez y, que se reitere en su camino, es una ocasión que no debe pasarse por alto. La chance no debe desperdiciarse y depende de uno mismo el saber aprovecharla. El Pepo, ex líder de la banda icónica de cumbia Los Gedientos del Rock, lo entendió todo de tal manera que esta no es una segunda oportunidad, sino la última. Esta obra creada por Juan Irigoyen y Cristian Jure sin lugar a dudas, va a dar que hablar. No sólo por tratarse de uno de los personajes del momento, sino también por la manera en la cual lo retrata, en dónde se posiciona al Pepo desde el presente con claras referencias a un pasado tormentoso. Pero este presente es el que importa. El presente y su expectativa de futuro. El Pepo comprendió que esta es su última oportunidad luego de estar privado de la libertad y está convencido en aprovecharla como nadie. El documental recorre el andar del Pepo luego de su libertad, su pasión por la cumbia, su regreso a los escenarios y el apoyo de sus seres queridos. El apoyo de su familia, como a cualquiera podría sucederle, se hace fundamental. Su amor por su madre, el llanto por extrañar a su padre, el encontrar al amor de su vida y los asados en familia retratan la vida de una persona que no está sólo y se refugia en aquello que le hace soltar sus características carcajadas. El Pepo es de carne y hueso. Se emociona, llora, se ríe, reza, sufre y vuelve a reír. El Pepo no es carne y hueso solamente. Es de carne, hueso y alegría. Más que nada, alegría. Recorriendo sus lugares más íntimos, dejando entrar a las cámaras hasta en los lugares sagrados para uno, Irigoyen y Jure aciertan al lograr sumergirnos en la vida de un ícono de su generación luego de tocar fondo y su posterior batalla de recuperación. Esta lucha se está llevando a cabo día a día, minuto a minuto, pero ya se vislumbra un ganador. La convicción del Pepo, abrazado a los seres que ama y su pasión por Racing y la cumbia parece una fórmula más que suficiente para que la tendencia ganadora sea cada vez más evidente. Las carcajadas se hacen escuchar y son cada vez más notorias. Es el Pepo y su triunfo. Es el Pepo aprovechando al máximo su última oportunidad.
Yo soy Margot Se estrena en la Argentina uno de los films protagonistas de la última ceremonia de los Premios Óscars. Nos calzamos los patines, pisamos firme sobre el hielo y te contamos de que va Yo soy Tonya (I, Tonya, 2017). Margot Robbie es una de las estrellas del momento. El eclipse que genera es tal que hace que, al término de las películas que la involucra, se proceda a hablar de ella, de sus personajes y sus escenas. No tenemos que ir muy lejos para esto. El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Focus: Maestros de la estafa (Focus, 2015) y Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016) son claros ejemplos de sus virtudes. De todas formas, algo faltaba en su prometedora carrera: no había asumido un rol de protagonista, que el peso del film recaiga en ella y le pueda otorgar prestigio. Una verdadera prueba de fuego. Con Yo soy Tonya, Margot Robbie demuestra que no es solo una cara bonita, sino que es una actriz que hay que seguir bien de cerca. Tonya, llevada a cabo por Robbie, es una patinadora sobre hielo que sueña desde pequeña con hacer lo que ama. Allison Janney interpreta a su madre, la cual cría a Tonya a pura exigencia y maltrato. Y, sumado a todo esto, Tonya se enamora de Jeff – llevado a cabo por Sebastian Stan – y hace que la violencia sea un denominador en común en la vida de la joven patinadora. El reparto es estelar y posibilita que cada uno se destaque de manera radiante en su papel. Allison Janney tiene muy merecido su Óscar por este personaje. Se muestra oscura, firme, violenta, despreocupada y desalmada. La actriz de Mom demuestra que encaja de manera perfecta también en los roles dramáticos. Ambientada entre las décadas de los 80 y 90, el film logra un repaso inverosímil sobre la carrera de Tonya y cada obstáculo que se le presentó. Craig Gillespie consigue una obra notoria ya que entretiene, no pierde en ningún momento el hilo narrativo y mantiene en vilo al espectador. Yo soy Tonya logra empatía con el público: planos de los personajes rompiendo la cuarta pared y hablando a cámara, preguntas sin respuestas para que saquemos nuestras propias conclusiones y un humor negro que hace que más de uno mire de reojo hacia su costado. Sin dudas Yo soy Tonya fue una de las grandes ausentes en la nominación a Mejor Película pero sus reconocimientos interpretativos son suficientes. Sebastian Stan brinda una brillante actuación pero Margot Robbie es la gran estrella. La actriz de Escuadrón Suicida traspasa la pantalla, se afea para ser aún más hermosa e irradia esperanza para las jóvenes actrices. Nominada al Óscar como Mejor Actriz y ganadora del Globo de Oro a Mejor Actriz de Comedia, el 2017 es un antes y un después en su carrera. Con cierta similitud a La batalla de los sexos (Battle of the sexes, 2017) por ser un largometraje sobre el deporte, la lucha por la igualdad y los destratos por parte del género masculino, la película de Gillespie es una bocanada de aire fresco, de aire de hielo, en medio de tanta película seria y sin emoción que solo busca ganar premios. Es una película libre de prejuicios. Es una obra que realza los valores, el amor por contar historias y la necesidad de que surjan nuevas estrellas. En un futuro, casi con seguridad, Margot Robbie va a estar híper agradecida a Yo soy Tonya ya que, de ahora en más, ella va a poder decir “Yo soy Margot”.