Dos décadas -años más o menos- de una trayectoria que logró aceptación del público, desde presentaciones callejeras en su Córdoba natal, pasando por la televisión local y nacional y los innumerables teatros llenos, avalan al payaso Piñón Fijo. Con sus colores amarillo, rojo y azul, y una máscara blanca que le garantiza un anonimato voluntario --"para mantener la ilusión de los chicos"-- Fabián Gómez, su alma mater, hizo de este personaje una marca registrada y de convocatoria segura. Ahora ha decidido llevar su trabajo a la pantalla grande y no de manera improvisada: en 3D, como corresponde a las demandas de los tiempos modernos, con los personajes hablando en neutro, a excepción de él mismo y de su inseparable amigo Cabrito, invita a una aventura que bien puede acompañar la familia. Sin renunciar a sus principios de llevar la aldea al mundo, Piñón la transita desde los paisajes la provincia mediterránea, con un reparto de bichitos animados, propios de la fauna de la zona, y canciones que revelan un costumbrismo aggiornado al resto del planeta. En ese contexto, Piñón escucha el pedido de ayuda de sus amigos ante la amenaza del malvado de siempre; para acudir a él, se transforma mágicamente en un payaso chiquito aunque de gran valentía, que combatirá el mal con picardía y el poder de sus canciones. El gran toque de humor lo genera el siempre sarcástico Cabrito, desesperado porque Piñón ha desaparecido del mundo real. Reidera, pícara, ingenua, la película propone un recorrido por un mundo de fantasía siempre bien recibido entre los más pequeños. Y lo hace desde el consabido triunfo del bien sobre el mal, sin que el castigo a los villanos resulte cruel, porque la idea es subrayar siempre lo bueno a rescatar de todo aprendizaje. En una cartelera que se renueva constantemente con títulos para las franjas de preadolescentes a adultos, Piñón con la magia de su música resulta una propuesta a considerar en plan de iniciar cinéfilos desde la más tierna infancia.
Los directores cuestionan el lugar común Este filme se suma a los proyectos colectivos conocidos titulados París, je t'aime (2006) y New York, I love you (2009). Y parece que esta manía de reunir a directores de distintos países para ofrecer su visión de grandes ciudades va a seguir con Berlín, Londres, Río de Janeiro y otras. Siete días en La Habana está integrado por siete episodios y al igual que lo ocurrido con las experiencias anteriores, el resultado es muy irregular. Y lo que muestran los siete cortometrajes no es la cara turística de La Habana, sino quizás la menos conocida. Abre con El yuma, un poco auspicioso debut en la dirección del puertorriqueño Benicio Del Toro, con la interpretación de Josh Hutcherson en el papel de un actor norteamericano que de paso por La Habana con destino a una escuela de cine, vive diversas aventuras nocturnas con la ayuda de un ingeniero/taxista. Jam session es el episodio realizado por el argentino Pablo Trapero, con Emir Kusturica interpretándose a sí mismo, que llega a La Habana para participar de un festival de cine, recibir un premio a su trayectoria, acabar con las reservas de ron de la isla, y concluye integrado a un grupo de músicos conducido por el trompetista Alexander Albreu. El vasco Julio Medem dirigió La tentación de Cecilia, sobre una cantante cubana casada con un beisbolista, que es tentada por un productor para actuar en España. El personaje reaparece en Dulce amargo, del cubano Juan Carlos Tabío, autor de Lista de espera y Guantanamera . La protagonista, interpretada por Mirtha Ibarra, es una psicóloga que participa de un programa de televisión, pero se gana la vida como pastelera. El ritual es obra del provocador Gaspar Noé, otro argentino pero radicado en Francia. Su propuesta, sin diálogos, se circunscribe a una sesión de exorcismo realizado por un chamán a una joven, a quien sus padres hallaron compartiendo su cama con una muchacha de la misma edad. En Diario de un principiante, Elia Suleiman (Intervención divina) también protagoniza el episodio, como un cineasta que llega a La Habana para entrevistar a Fidel Castro, y mientras espera que el líder cubano concluya su discurso, le sobra tiempo para recorrer la ciudad, pero sin llegar a entender lo que ve, pues todo le resulta extraño y un poco surrealista. La fuente es del francés Laurent Cantet (Recursos humanos, Entre los muros ) y se ocupa de una mujer mayor que dice ver y hablar con la Virgen María y moviliza a todos los habitantes de un antiguo edificio de departamentos para construir en el suyo una fuente donde entronizar la estatua objeto de su veneración. Los episodios más logrados son los de Trapero y Suleiman, mientras que lo mejor de esta propuesta colectiva es la banda musical. De una u otra forma, todos los directores cuestionan el lugar común que habla de habitantes sumamente alegres y hospitalarios. Por los visto, la realidad no es tan así.
Un thriller descarnado y retrato de la decadencia Tercer largometraje del neocelandés Andrew Dominik, quien ha logrado desarrollar un estilo narrativo propio. Sus anteriores fueron El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), que cuestionaba los cimientos éticos de Estados Unidos; y Chopper, retrato de un asesino (2000), sobre el australiano Mark Brandon Read. Read mataba a narcotraficantes, delincuentes y prostitutas y sus "proezas" fascinaron a la prensa amarilla y a muchas mujeres de todo el mundo, que le declararon su amor incondicional. Además, su autobiografía fue en su tiempo el libro más leído en Australia. Mátalos suavemente ofrece una considerable afinidad con ese filme. El título deriva de una expresión del asesino a sueldo Jackie Cogan (Pitt), a quien le "agrada matar suavemente" a sus víctimas, para que su final sea menos doloroso, pero también lo hace "sin sentimientos". El filme está basado en la novela Cogan's Trade , del ex fiscal de Boston George V. Higgins, quien ambientó la historia en esa ciudad en 1974 e intentó explicar la crisis del capitalismo y la enfermiza relación de los norteamericanos con el dinero. Pero Dominik situó la acción en 2008 en Nueva Orleans, en plena crisis financiera. El relato comienza con el atraco ejecutado por dos ladrones de cuarta a un garito regenteado por Markie y protegido por mafiosos. Ambos fueron contratados por un tal Johnny "Ardilla" Amato. Los mafiosos comisionan a su abogado para identificar a los ladrones y hacerles pagar su impertinencia. Y éste convoca, a su vez, a Jackie Cogan, un hombre "tranquilo", imperturbable, que se toma su tiempo para concretar las misiones que le encomiendan. La película admite una doble lectura: como un thriller frío, descarnado y muy negro; y como un provocador retrato de la decadencia moral de una nación, que puede resumirse en esta expresión de Cogan: "Este no es un país, es un negocio. En América estamos todos solos". Las primeras imágenes muestran un paisaje post apocalíptico, pero no por causa de ninguna hecatombe, sino por la crisis financiera. Durante el filme se escuchan fragmentos de discursos de George W. Bush, hacia el final de su mandato, y de Barack Obama, primero como candidato y luego como presidente. Ambos, como buenos charlatanes, hablan de la crisis financiera y de la necesidad de proteger la economía del país, aunque su propósito era amparar a los responsables de la debacle y no a las víctimas, para que todo siga igual. Dominik comentó en el Festival de Cannes que su película trata sobre "la culpa y los rasgos de humanidad dentro del ambiente criminal". Observando la película, resulta casi imposible detectar algún rasgo de humanidad. Este perfil de la película y su fuerte compromiso socio-político, pueden resultar, quizás, difíciles de "digerir", aunque son también sus bazas más relevantes, además de las actuaciones de Brad Pitt, de Jenkins (el abogado) y el aporte de Gandolfini como el desagradable Mickey. Otros valores que ofrece la película son el montaje, la banda sonora, que incluye temas cuyo atractivo contrasta con la cínica dureza de los personajes, y una atmósfera fatalista que domina la historia de principio a fin.
Radiografía de un ladrón y maratonista El ladrón es el título original de este filme, más explícito y real que el impuesto en nuestro país. El guión está basado en una novela de Martin Prinz, quien a su vez se inspiró en el maratonista y ladrón austríaco Johann Kastenberger, famoso en la década de 1980. También era conocido por su apodo de "Pumpgun Ronnie", por su fusil y la careta de Ronald Reagan que lucía en sus atracos a los bancos, que fue su "especialidad". En la película se denomina Johann Rettenberger. Sus escasos amigos también lo conocían como Hans. El relato lo asume en la cárcel, cumpliendo una condena de seis años por asaltar un banco. En todo ese tiempo nunca dejó de entrenar, con la idea de retomar su profesión de maratonista al recobrar su libertad. Y efectivamente, en su primera participación gana la máxima maratón anual de Viena e inclusive establece un nuevo récord para esa competencia. Rettenberger es un ser solitario, hermético, misántropo y con serias dificultades para insertarse en el mundo laboral. Además es un compulsivo que, en apariencia, no puede dejar de robar, porque en esos momentos experimenta la mayor sensación de estar vivo. ¿El ladrón está fatalmente condenado a reincidir? Parecería que al protagonista de esta historia no le interesa el dinero y tampoco teme terminar abatido por la policía. Pero a lo que no parece dispuesto es a volver a la cárcel. Velocidad y resistencia son sus atributos, a los que suma su obsesión compulsiva por robar bancos y escapar de la eventual persecución policial. La única persona con la que logra establecer algo que parece una comunicación afectiva es con Erika, una joven a la que había conocido antes de ingresar a la cárcel y a la que reencuentra, por azar, al obtener su libertad condicional y tratar de conseguir un trabajo. El responsable de esta propuesta fílmica es Benjamin Heisenberg, un cineasta nacido en 1975 en Tubinga, Alemania, que estudió en la Academia de Bellas Artes de Munich y en la Escuela de Cine y Televisión de esa misma ciudad. Heisenberger también es el fundador de la revista de cine "Revolver" , un medio gráfico que le sirvió para difundir en Alemania y Austria las teorías del Dogma `95, con las que se identifica. Sin escape es su segundo largometraje. El primero se tituló Dormido, y data del año 2005.
Con la idea de empezar de nuevo Este octavo largometraje de Sorín parece ser una continuación de Historias mínimas , con casi el mismo escenario --la Patagonia, con su soledad, sus vientos y su misterio--, pero con otros personajes. Algunos interpretados por actores profesionales y otros, por lugareños, que se representan a sí mismos. El protagonista es Marco Tucci, de 52 años, que vive en Buenos Aires, pero es oriundo de Bahía Blanca. Desde hace veinte años se desempeña como viajante de comercio para una empresa alemana, aunque teme perder el trabajo porque los avances tecnológicos permiten realizar las ventas a través de Internet y eliminar intermediarios. Marco viaja a Puerto Deseado con cuatro objetivos: consolidar su abstención alcohólica, después de haber realizado un tratamiento con ese propósito, aprender a pescar tiburones, reencontrarse y, eventualmente, reconciliarse con Ana, su hija, a quien no ve desde hace largos años, y conocer a su nieto. La idea de Marco es "empezar de nuevo", recuperar aire, encontrar un "espacio sanador" y exorcizar su imagen de "padre ausente". Si concreta o no estos objetivos, eso forma parte de la historia que debe descubrir el espectador. En el trayecto se encuentra con personajes que van completando, por afinidad o por contraste, la figura del protagonista. Por caso, un entrenador de boxeo, interpretado por Oscar Ayala, que fue el primer entrenador de Jorge "Locomotora" Castro. También a los miembros de una familia de colombianos delirantes lanzados a conocer el mundo, y un instructor en materia de pesca de tiburones. Lo cierto es que para Marco este será un viaje iniciático y en más de un sentido. Se sabe que el alcoholismo es más causa que consecuencia de conflictos personales, y quizás por eso, durante todo el desarrollo de la historia, el espectador teme la recaída del protagonista, porque van ocurriendo situaciones que pueden reconducirlo a esa instancia. En todo momento Marco ofrece una leve sonrisa, que no se sabe si es auténtica y si simplemente está combatiendo una angustia reprimida. Sorín ha dicho que su personaje "actúa ser feliz", lo que no significa que sea feliz. La película registra muchos silencios, aún más que Historias mínimas (2002) o El perro (2004). Silencios puestos por el director para dar tiempo a reflexionar sobre la historia o para que el espectador los llene con sus propias impresiones y/o deducciones. Alejandro Awada se desenvuelve como si el guión hubiese sido escrito para él o que él fuera realmente el personaje. Hay una identificación total, tanto en sus acciones, en sus intentos por ser coherente, incluso en sus frustraciones. Aunque muy en el fondo siempre brilla una leve luz de esperanza. Como dato anecdótico se puede agregar que Días de pesca se estrenará el próximo 26 de diciembre en París, donde la película se verá, quizás, como otra curiosidad del cine argentino.
Enfoque realista sobre la maternidad En 2008 el francés Rémi Bezançon dirigió El primer día del resto de tu vida , donde repasó cinco días decisivos en la vida de un matrimonio y sus tres hijos, repartidos a lo largo de doce años. Cada uno de los días de la película correspondía a un miembro de la familia. En Un suceso feliz expone un enfoque realista sobre la maternidad, a partir de la novela Un heureux événement , de Éliette Abécassis, con la intención de desmitificar la visión idealizada que se tiene de la misma. El sustento argumental son las confesiones de una madre primeriza sobre sus padecimientos antes, durante y después del parto, y concluye sumida en lo que se conoce como depresión postnatal. Se sabe que Abécassis escribió la novela basándose en su propia experiencia y una estadística que dice que en Francia una de cada cuatro parejas se separan al tener el primer hijo. Los protagonistas son Bárbara, estudiante de Filosofía en trance de escribir sus tesis de graduación, y Nicolás, empleado en un videoclub. Se conocen en ese negocio. Nicolás le ofrece Un hombre y una mujer , pero ella prefiere Atrápame si puedes. Y a los pocos días, logra hacer realidad el título de esa película. Sigue luego un período de convivencia idílica, que concluye con el nacimiento de Lea, porque la beba en lugar de unirlos, les acarrea una infinidad de problemas que no estaban preparados para afrontar. Para colmo, deben soportar la intromisión de sus respectivas madres. Bárbara, interpretada de manera magistral por Louise Bourgoin, también oficia de narradora y entre los distintos comentarios que tira al ruedo, está esta reflexión: "Me hizo (la beba) confrontar lo absoluto: amor, sacrificio, ternura, abandono. Ella me descolocó, me transformó. ¿Cómo nadie me advirtió de esto?" El relato comienza como una brillante comedia de amor, luego transita puntualmente todos los capítulos de un manual sobre embarazos y puerperios, para finalmente encaminarse hacia el drama y la depresión postparto. "Crecí en la creencia que cuando una pareja desea un bebé y la madre da a luz, se instala en ella un instinto natural de maternidad, un sentimiento de protección instintivo. Pero las cosas no siempre suceden así". Estas palabras pertenecen a la directora alemana Emily Atef, quien abordó específicamente ese tema en El extraño en mí (2008). Y Un suceso feliz es un nuevo enfoque sobre esa misma cuestión. Aunque tanto en los buenos como en los malos momentos de la historia sobrevuela la canción Something to believe in , que también proporciona una pauta del enfoque y el tono narrativo adoptados por el director.
El espaldarazo de Eastwood a Lorenz Es la opera prima del joven director Robert Lorenz, que trabajó como productor ejecutivo de las películas de Clint Eastwood desde Los puentes de Madison y a partir de esa fecha también fue su ayudante de dirección. Hacía casi 20 años (En la línea de fuego , 1993, de Wolfgang Petersen) que Eastwood no era dirigido por otro. Cuando concluyó Gran Torino , prometió que no volvería a actuar. Y si rompió ese compromiso, habría sido sólo para avalar la incipiente labor en la dirección de Lorenz. Eastwood interpreta a Gus Lobel, un exitoso cazador de talentos de béisbol, que hace treinta años trabaja para los Atlanta Braves. Pero le está llegando el momento de jubilarse, porque sus ojos ya no le responden y tampoco posee las energías necesarias para lidiar con los contratiempos. Eastwood compone aquí a un personaje que se asemeja al que interpretó en Gran Torino : un hombre viudo, solitario, terco, cascarrabias, mal hablado y un tanto enojado con la vida. La principal diferencia: en este caso es padre de una hija. Se llama Mickey, tiene 33 años, es abogada, trabaja para un bufet de profesionales ultramaterialistas y está próxima a ser incorporada como socia. La madre murió cuando tenía seis años y desde entonces habría vivido diversos abandonos, que derivaron en otros tantos conflictos. A pedido de Pete, el entrañable amigo de Lobel, Mickey acepta viajar a Carolina del Norte para acompañar a su padre en lo que supuestamente puede ser su último trabajo como cazatalentos. El director utiliza ese viaje como excusa para sacar a la luz ciertos secretos familiares y observar si todavía es posible una reconciliación. Esto da lugar a varias secuencias donde la confrontación entre ambos alcanza picos de tensión y, a su vez, aportan un matiz de humanidad. En realidad, esos conflictos o heridas del pasado sin restañar son las únicas sorpresas de esta propuesta fílmica. Para matizar un poco más la historia, el director añade un tercer personaje clave: un ex jugador de béisbol, alguna vez recomendado por Lobel, que tuvo que retirarse por una lesión y aspira a convertirse en comentarista. Otros temas abordados por Lorenz son la confrontación entre el cazatalentos como especie en extinción y las nuevas tecnologías, y la búsqueda desaforada del éxito profesional, que suele afectar la calidad de las relaciones interpersonales. La narración es clásica --es difícil que Eastwood admita otro estilo-- y la historia es previsible, convencional --mucho más lo es su resolución--, y está cargada de tópicos y estereotipos. La película se sostiene básicamente sobre el carisma de Eastwood que, aun repitiéndose por enésima vez, aporta solidez a su personaje y a la propia historia. Eastwood aparece acompañado por secundarios valiosos, como John Goodman (Pete), y por Amy Adams, una actriz de rostro dulce y luminoso, dueña además de una considerable fuerza expresiva, cuyo personaje también aparece lanzado a la búsqueda de un redención personal, pero por una vía que quizás el espectador no espera encontrar.
Perspicaz humor negro y algunas autocríticas Es la anatomía del proceso de creación del guión de una película titulada Siete psicópatas . El autor y director de este filme es el dramaturgo británico Martin McDonagh (1970), que en 2008 sorprendió con Escondidos en Brujas, sobre dos asesinos a sueldo que tras fracasar en una misión, se refugian en esa ciudad belga. En este caso, el director se trasladó a Hollywood y obtuvo la participación de un elenco de primeras figuras, que además de buenos actores, aportan la dosis necesaria de sarcasmo y humor negro requeridos por la historia creada por McDonagh. El protagonista es Marty (Farell), un guionista borrachín empeñado en escribir un guión del que sólo tiene el título: Siete psicópatas . Su idea es una historia dividida en dos partes, plagada de psicópatas, pero que condene la violencia y hable a favor de la paz y el amor. Para Marty, la primera parte debería ser extremadamente violenta, con muchos disparos y varios muertos; en la segunda, ambientada en un desierto, los personajes reflexionarían sobre la violencia, mientras intentan hallar un final acorde con lo observado en el primer segmento. El mejor amigo de Marty es Billy (Rockwell), un ladrón de perros que suele trabajar en sociedad con Hans (Walken), cuya esposa está internada en un hospital, enferma de cáncer. Billy pretende co-escribir el guión con Marty y le sugiere figuras de psicópatas que podrían encajar en la historia en proceso de creación. Entre los exponentes aportados por Billy hay un cuáquero que procura vengar la muerte de su hija; un asesino serial que sólo mata a miembros de la mafia y deja sobre los cadáveres una baraja; una pareja dedicada a matar asesinos; y un vietnamita para quien la guerra aún no concluyó y obra en consecuencia. También un gangster llamado Charlie (Harrelson), a quien le roban una mascota por la que siente un cariño muy especial y está dispuesto a matar a quien sea para recuperarla. Y da muestras en ese sentido. Siete psicópatas es un filme de personajes, pero el director los imaginó deliberadamente estereotipados y caricaturescos. Y con ellos organiza una historia plagada de referencias cinéfilas (lo que es razonable) y un perspicaz humor negro, pero que además incluye autocríticas. Por ejemplo, el propio autor (en la ficción) sostiene que la presencia reiterativa de psicópatas podría cansar al espectador. La búsqueda de personajes y situaciones por parte de Marty se va expresando en imágenes que, a su vez, conforman la historia narrada por McDonagh. Una historia transitada de cabo a rabo por un tan absurdo como violento espíritu lúdico, que a veces bordea el gore. Como buen director teatral, McDonagh obtiene excelentes actuaciones. Y otra baza de la película es su banda musical, creada por Carter Burwell, que ya había trabajado en Escondidos en Brujas , y que incluye un bellísimo leitmotiv que contrasta, también deliberadamente, con la violencia implícita en la película.
Una de espías con el estilo de Soderbergh Hoy por hoy Steven Soderbergh se da el gusto de encarar el género que se le antoja. Su independencia se lo permite. En este caso transita una historia de espías internacionales y lo hace con una notable transparencia de estilo. Aunque un poco a la manera de la saga Bourne. Además de dirigir, Soderbergh también tomó a su cargo la fotografía y el montaje. Por lo tanto, se puede decir que estamos frente a un filme de autor. Las acciones se desarrollan en Barcelona, Dublin y Nueva México y el director utiliza una iluminación diferente, ajustada a cada escenario. Aun así, el conjunto posee una notable unidad formal y una estructura narrativa sustentada sobre flasbacks según un simple orden mental. La historia comienza en un bar situado sobre una carretera de la zona norte del Estado de Nueva York. Allí una joven se encuentra con un muchacho, pero la conversación concluye abruptamente cuando él le arroja a ella, en su rostro, una taza de café, lo que deriva en pelea brutal. Luego sabremos que la chica se llama Mallory Kane, que es una ex marine, experta en artes marciales y un agente secreta que se ocupa de tareas que los gobiernos no pueden autorizar o realizar a la luz del día. La "agenda laboral" de Mallory es manejada por un tal Kenneth (McGregor), quien alguna vez fue su amante. Y el padre de la muchacha es un afamado escritor de novelas. Mallory conduce una operación destinada a rescatar a un periodista chino secuestrado en Barcelona, a quien un funcionario norteamericano de nombre Alex Coblenz (Douglas) y un español (Antonio Banderas) quieren sano y salvo. Apenas regresada, Mallory es convocada por Kenneth para realizar otra misión, en este caso en Dublin, en complicidad con el elegante agente secreto Paul (Fassbender). Pero allí es traicionada y a partir de ese momento debe hacer valer todas sus habilidades para escapar de las persecuciones ejecutadas por sabuesos de diverso pelaje, y de paso tomarse venganza de quienes la traicionaron. Y en esta tarea es implacable. El relato va y viene en el tiempo y puede confundir al espectador desatento. Posee un ritmo sostenido, al estilo de las películas clase B de otras épocas. Incluye un inteligente uso de la música en función de la historia, y aun tratándose de un filme de acción, Soderbergh optó por recurrentes planos secuencia, que permiten apreciar en toda su magnitud las escenas de persecuciones y luchas cuerpo a cuerpo. Hay un elenco de primeras figuras del cine actual, pero la historia tiene como eje a Gina Carano, quien es una actriz mediocre, pero excelente en su especialidad, que son las artes marciales.
Nueva expresión de la creatividad de Wes Anderson Es una nueva expresión de la creatividad de Wesley (Wes) Wales Anderson (1969), autor de filmes tan peculiares como Tres es multitud, Los excéntricos Tenenbaum y Vida acuática , inspirada en los documentales de Jacques Cousteau. Un reino... se inscribe en la misma línea estilística. La película está ambientada en 1965, cuando aún persistía una cierta inocencia. Y el escenario elegido es la agreste isla de New Penzance, situada en las costas de Nueva Inglaterra. La historia está narrada desde la óptica de dos adolescentes: Sam y Suzy, interpretados por los debutantes en el cine Jared Gilman y Kara Hayward. Sam tiene doce años y es huérfano. Los padres de Suzy (Murray y McDormand) son abogados y ella, la mayor de cuatro hijos. Sam es boy scout y uno de los integrantes del campamento Ivanhoe, asentado en aquella geografía. Por los malos tratos que recibe de su familia adoptiva y el permanente rechazo de sus compañeros, decide fugarse. Pero lo hace en compañía de Suzy, de quien está enamorada. La desaparición de los dos adolescentes moviliza a los padres de Suzy, al líder del campamento de boys scouts (Norton), a una agente del servicio social (Swinton) y al policía Sharp (Willis), un hombre de pocas luces, que mantiene una relación secreta con la madre de Suzy. Pero la historia no concluye allí, porque el director va acumulando alternativas --incluida una tormenta tropical--, con la idea de oponer la creatividad de los chicos y su sentido de la libertad, a la nulidades de los adultos. El propio director reconoció haberse inspirado en tres filmes de la década de 1970, que abordan temas similares: La piel dura (L'argent de poche, 1976), de François Truffaut; Black Jack (1978), de Ken Loach; y en especial Melody (1970), de Waris Hussein, basado en el primer guión para el cine de Alan Parker, que asumía un franco partido por el mundo infantil y sus verdades. Anderson definió su película como "una historia sobre lo que significa enamorarse de niño". Pero el resultado supera ampliamente esa variable argumental, porque el director se propuso, también, bucear en los recuerdos de su propia infancia. Una función clave la cumple la música del británico Benjamin Britten, incluido The young person's guide to the Orchestra, que Leonard Bernstein grabó en los años sesenta, y la canción Le temps de l'amour, interpretada por Francoise Hardy. Y el filme concluye, mientras pasan los créditos, con una clase práctica sobre los sonidos producidos por los distintos instrumentos musicales de una orquesta sinfónica, bajo la batuta de Alexandre Desplat y la narración de un niño, que agradece a los espectadores que se quedaron en la sala para escuchar ese precioso e ilustrativo final.