Hace poco tuve oportunidad de ver un espectáculo de realidad virtual, muy original por cierto, que presenta a las bibliotecas como esos lugares únicos donde se guardan los archivos de la memoria de los pueblos. Biblioteca de noche en el SESC de Rio de Janeiro se ocupa de la historia de los edificios y plantea un atractivo juego interactivo para conocer algunas selectas bibliotecas de todo el mundo. - Publicidad - Me resulta ineludible la cita porque la película que Andrea Schellemberg estrena en el Gaumont, este jueves 23 de enero, tras un breve paso por el MALBA, trata también sobre una biblioteca, una de las más importantes de la Argentina. Schellember hace algo que aquella Biblioteca de noche no hace y es hablar de la gente que trabaja allí. Quienes hayamos visitado por consultas alguna vez la sección de libros especiales de la Biblioteca del Congreso de la Nación (o la de cualquier otra) sabemos de la pasión de sus trabajadores y especialistas, de su interés por el resguardo, de la ligazón que tienen con aquello que cuidan que es, nada más ni nada menos, el acervo que perdura para sostener esas memorias. El comienzo es un baldazo: un fragmento del discurso del expresidente Macri (2015-2019) presentando el consenso de políticas públicas. Se remarca allí el exceso de empleados que tiene la Biblioteca del Congreso. Lo que en su momento se presentó como la idea de Estado, a la luz de la política argentina actual, resulta material de archivo. La palabra “estafa” no se deja esperar, marca lo que vendrá en el documental. Esto es lo que construye Andrea Schellemberg. No un relato sobre la gente que trabaja en la biblioteca sino un registro de las consecuencias de un gobierno que miró con desprecio aquello que debe ser realmente consensuado como política publica. Y tal vez el suyo, más que el recientemente estrenado documental de Tristan Bauer Tierra arrasada, sea el que mejor entienda las entrañas del macrismo, justamente en estos primeros momentos de fin del macrismo. En el centro de Los prohibidos está el posible regreso de la exposición de los libros prohibidos durante las dictaduras al Salón de los Pasos Perdidos. El modo observacional que elige su directora no se reduce a narrar ese tema, tampoco a las consultas de los investigadores o los diputados que buscan material inédito, sino que cuando la cámara sale a la calle y se encuentra con la gente que distribuye comida en la calle, muy cerca del Congreso o con las marchas y las protestas de los maestros, los jubilados, la represión (poco televisada) o las distintas discusiones dentro de las mesas de trabajo, el documental arma un diálogo entre el afuera y el adentro que resulta luminoso: el Congreso Nacional es un espacio vivo que más que una máquina simbólica es un lugar de fatigoso trabajo. Como siempre, lo político termina siendo personal y viceversa, y la historia de detención de Silvana Castro o la pintura sobre su vida privada le da una intimidad que contrarresta aquel estar en el mundo. Los prohibidos es un documental importante, nos pone frente a algo o mucho de lo que pasó en estos últimos años en Argentina. Y lo hace desde un lugar que se supone estanco, una Biblioteca pública. Esa vitalidad y su proyección al futuro resultan, tal vez, su gran mérito.
“Me resulta maravilloso saber que de la mayoría de las cosas no conocemos absolutamente nada.” (David Lynch) - Publicidad - Lynch da una pista. Los documentales pueden ser ventanas maravillosas donde cobijar esa falta de conocimiento. Deben serlo, y precisamente es la premisa con la que se sale de este buen trabajo que es El navegante solitario es nada más ni nada menos que ésa: qué poco sabemos de lo mucho que conocemos. Vale mucho la pena ingresar al mundo de Vito Dumas, reconstruido amorosamente por esta una investigación que hace Rodolfo Petriz sobre diversos materiales en torno a esa figura inédita del deporte argentino: el navegante aficionado, el intrépido “el héroe que venera la Nación”. Petriz es magister en Periodismo Documental y con su primer película logra una proeza triple: hacer que un archivo no muy abundante sea interesante, entrelazar la vida personal de este hijo de inmigrantes con un sueño a cuestas y la política argentina entre el golpe de Uriburu y la proscripción de Perón; y poner en primera persona, poética y descriptivamente, una aventura increíble. Para esto último los libros de Dumas, Solo, rumbo a la Cruz del Sur; Los cuarenta bramadores; El crucero de lo imprevisto; El viaje del Sirio y Mis viajes, todos en primera persona donde relata con detalles variopintos cada uno de sus viajes. Un locutor lleva a la voz en over esa primera persona y los viajes se hace más apasionantes. Un tango dedicado especialmente, un actor que dramatiza situaciones, y varios testimonios entre los que destaca el del apasionado Ricardo Cufré, biógrafo de Dumas, mapas, fotos, noticias en diarios y en noticieros son algunas de las herramientas de las que se vale Petriz. Los entrevistados tienen mucha información sobre la construcción de barcos, tipologías de veleros hechos a nuevo, acondicionados, destruidos o reconstruidos. Esta es también la historia de esos veleros y de una artesanía que ya terminó. Para la historia, el Museo Naval de Tigre. Un lugar que habrá que visitar. El navegante solitario es eso, alguien que viaja sin más compañia que sus pensamientos. Puestos todos en esos textos: la espera antes de la partida, la religión, la idea de patria, la infección en medio del cruce de Cabo de Hornos. Dos hazañas figuran en el capítulo alto de la vida deportiva de Vito Dumas y del deporte mundial: el cruce del Atlántico solo y en velero; la vuelta al mundo en las mismas condiciones. El héroe romántico que atravesó el corazón el siglo XX se despliega en este documental haciendo tambien algunas preguntas en torno a dos lineas que logran sostener cierto suspenso. Hacia el comienzo, la pregunta que nadie quiere responder: qué significa LEGH, la sigla con la que se nombra su famoso barco; y hacia el final el confuso episodio que no lo deja llegar a Nueva York. Cuál era el secreto de sus barcos, cuál el de su modo de navegar, qué fue de su vida hacia el final, cuál fue su relación con Perón, por qué termina siendo un exiliado dentro de su propio país. No se pierdan este documental ni esta vida. Ambos resultan realmente extraordinarios.
El prolífico y exitoso Ariel Winograd entrega con El robo del siglo (2019) un atrapante relato clásico sobre uno de los actos criminales más originales y sorprendentes de nuestro país: el robo al Banco Río. - Publicidad - A pocos días de su estreno, ya es posible decir que El robo del siglo es una de las películas argentinas más convocantes de la historia. Solamente superado por Metegol (2013), la película animada de Juan José Campanella, el filme del responsable de Mi primera boda (2011) y Sin hijos (2015), entre otros, logró capturar la atención de un público amplio, convocado por este relato sobre un robo (todo un sub-género explotado por Hollywood) en donde la audacia fue la línea rectora de sus ejecutantes. Corría el año 2006. A siete años de la “masacre de Ramallo” y cinco del “corralito” (medida del gobierno de Fernando de la Rúa que había dejado un fuerte sentimiento de repulsión hacia las entidades bancarias), un grupo de ladrones liderados por Fernando Araujo y Luis Mario Vitete (Diego Peretti y Guillermo Francella, respectivamente) llevaría a cabo uno de los robos más audaces de nuestro país. El primero, una suerte de artista hippie chic, capaz de aportar el ingenio, la “chispa”; el segundo, un ladrón hecho y derecho, útil para financiar el robo. La confluencia de estas dos mentes y el aporte de un grupo de criminales de menor rango (pero igualmente dúctiles a la hora de llevar a cabo el acto) sumaron la fuerza y la inteligencia necesaria para componer esta suerte de mecanismo de relojería que sí, claro, funcionó, aunque hoy sabemos el destino de todos ellos no fue el inicialmente planificado). A partir de este caso real, Winograd se las ingenió (con el guión escrito por Alex Zito y el propio Araujo) para generar una película atrapante, en la que la identificación con la platea (como en todo relato clásico) resulta nodal. El aporte y la química de sus dos enormes protagonistas solucionan en amplia medida este aspecto, pero analizados por separado cada uno de los componentes se integra a la propuesta de forma cohesiva; desde la fotografía de Félix Monti, la edición de Pablo Barbieri (que jamás cede ante la impostura videoclipera), la impecable dirección de arte de Daniel Gimelberg y la música de Darío Eskenazi (que se complementa con una banda sonora de lujo en donde se destacan The Kinks, Frank Sinatra y Andrés Calamaro). El director también cuenta con un efectivo elenco de secundarios (Pablo Rago, Rafael Ferro, Luis Luque, Mario Alarcón, Johanna Francella y Magela Zanotta) que le da cuerpo a la historia. Winograd conoce la “fibra sensible” de la heterogénea platea convocada por su película y –exceptuando algunos pasajes que ameritaban un mayor desarrollo- acierta por partida doble: por un lado, cuando necesita afianzar el plano sentimental de los que están detrás del robo; por otro lado, al hacer que el plan criminal sea, al mismo tiempo, el motor del deseo de los espectadores. El robo del siglo comienza y termina con una sesión de psicoanálisis. Y tal vez porque el robo al poderoso sea una fantasía latente para buena parte de los ciudadanos, es posible que estemos frente a un clásico que nos hará alentar, en silencio, a este grupo de ladrones que, además de no ser violentos, nos dan una lección de logística.
Coproducción con Chile, El hombre del futuro, de atractivo título, se estrena este jueves en la Sala Lugones de Buenos Aires. Es de desear que como en sus funciones en el reciente Festival de Mar del Plata, el público acuda a la sala y la llene. - Publicidad - A propósito del título, cuando le preguntan a Felipe Ríos, guionista (junto con el argentino Alejandro Fadel) y director, dice: “El hombre del futuro es todo lo que queremos ser. Es un hombre sano, siempre joven, lleno de amor; un hombre tranquilo y sin problemas, que tiene todo el tiempo del mundo para él y sus seres queridos.” Una memoria conceptual inteligente y sensible (cosa poco usual en los realizadores) acompaña la gacetilla de prensa que nos llega sobre la película, y allí dos ideas aparecen con fuerza: el tiempo y la posibilidad que el cine dicta sobre transmitir emociones. Lo primero que surge a partir de ahí es una pregunta: ¿por qué Michelsen, este camionero al que en minutos más se le comunicará su jubilación, irrumpe en llanto sin que el espectador se lo espere.? La emoción aparece y el cine, hábil manipulador, está allí para dejarla: planos largos y cortos y un sonido que es más la extensión de una nota apuntala la pregunta. Este actor, José Soza, muy conocido en Chile, es un Michelsen impecable: ese hombre mayor cuya única falta parece haber sido trabajar toda su vida en el camión y no expresar demasiado sus sentimientos, con algún amor por allí, con una familia a la que descuida y una hija que ya es grande, quiere ser boxeadora y tiene una contradicción con esto de buscar al padre. Ambos, padre e hija emprenden un viaje en paralelo que los hará reencontrar en un punto del camino. Michelsen con una joven que levanta en el camino (María Alché) y Elena con un pícaro camionero que la lleva buena parte del camino. La historia transcurre en paisaje del sur: en el recorrido de la ruta austral que va de Cochrane a Villa O Hggins: las montañas, el bosque, las ovejas, las estancias, los lagos, el alto en el camino, la tumba de un padre, dan el tono a ese Chile interior en el que las personas exteriorizan apenas su paisaje interno. Film de gestos, acciones pequeñas, sonido (Catriel Vildosola) y música (Alejandro Kauderer) realmente destacables, un viaje hacia un reencuentro y una reconciliación. Muy recomendable
Una de las fortalezas que tiene el primer largometraje de ficción de Emiliano Serra, es que invita a tener en cuenta aquellas películas argentinas que centran su historia en los años 90. Sacando algunos documentales, la ficción argentina no se ocupó todavía lo suficiente de aquella deblace del neoliberalismo, y tal vez Cartero tiene más similitud con: A la Cantábrica (Ezequiel Erriquez, 2013) que sigue la historia de cuatros niños a traves de su pasaje hacia la adolescencia, un film interesante poco tenido en cuenta. La màs reciente Las buenas intenciones que està circulando por festivales internacionales y se estrena en Argentina en el marco del Festival de Mar del Plata tal vez sea una señal de este saludable revisionismo hacia una época que linkea con ésta de fines de la década del 10, por el contexto económico y político, pero además por esa dimensión moral putrefacta que tiene su momento final en el 2001. Es muy claro y muy obvia la relación entre los años 90 y la crisis que Cartero plantea, pero vale la pena ingresar. Es verdad que si se lo hace de forma desprevenida podría tratarse de los albores del 2001: es que la tensión que el guión de Serra tiene por debajo de lo que explicita produce una espera de algo que no se sabe muy bien qué es. El espectador mira con los ojos de ese joven, del que la cámara de Manuel Rebella difícilmente se separa, que tiene su primer empleo formal nada menos que en el Correo Argentino: su ilusión y su desencanto serán las dos caras de la misma cosa. A eso se irá entrando en una morosa presentación de situaciones, en el choque con los mayores, en algunas atisbos de corrupción que la historia sugiere de forma interesante, la corrupción de aquellos que son víctimas de una corrupción mayor. Antes de la tecnología, del whatsapp, del pensar colectivamente, este Hernán Sosa podría ser un chico Rappi o call center, precarizado en modo sálvese quién pueda que también forma parte del espíritu de época.
Mientras miraba la notable Monos, pensaba todo lo que tiene para aportar el cine colombiano a la reflexión sobre el mundo contemporáneo. Un territorio históricamente atravesado por disputas y conflictos políticos que se remontan a tiempos de la conquista, de la colonia, de los virreinatos, los conflictos armados del siglo XX. Un paisaje intenso (interno y externo) que este film reelabora como espacio de permanente rememoración de la violencia. Algo que el arte colombiano viene entendiendo y lanzando al mundo hace ya tiempo, pero que el cine se debía como una deuda que Monos empieza a saldar con creces. - Publicidad - Hay muchas cosas para decir del film de Landes. Primero que parece un milagro en el contexto del cine latinoamericano en general. Una referencia hacia la historia con modos de distopía que, sin ubicar su argumento en un momento dado, arraiga en él una violencia conocida: la de los grupos paramilitares o de autodefensa, relacionados con los grandes estancieros o con los carteles del narcotráfico que van escalando su violencia en porciones degradantes e involucrando a la población civil a partir de la década del 70/80. El grupo de adolescentes y jóvenes de Landes, se disciplinan con las formas militares que imparte un “mensajero” que los hace obedecer en escalafones de liderazgos rotativos. Es un escuadrón que tiene como misión cuidar a una ingeniera norteamericana secuestrada por la Organización. Se autollaman los Monos, pese a que lo primate no excluye una manera racionalizada de concebir el mundo. Un mundo que borra los limites entre los hombres y las mujeres, en el que todos son soldados, y en el que el sexo es importante porque es una acción que se ejecuta como todo lo demás; Rambo, el personaje más ambiguo sexualmente representa una manera instintiva que el guión acierta en no problematizar. Decía que Monos es un film notable. Un film que transmite también la violencia de ese espacio salvaje, inhóspito, inexplorado pero recargado con su guerrilla y sus paramilitares. Ese espacio tiene en el relato dos hitos fundamentales: la montaña de la primera parte, marcada por la niebla y el frío; y la selva, de la segunda parte en la que el río se convierte en limite, vía de escape pero en el que la vegetación excesiva y dominante invade todo, incluso la mente de sus habitantes. Entre uno y otro espacio un momento particular: tres de ellos alucinan con una droga, ríen, entran en trance. Hasta parece felices. La naturaleza es el lugar de los sueños. Y el de los sonidos. Atención con la banda sonora de Monos, una película también del hombre enfrentando a la naturaleza sin caer en los lugares comunes de ese conflicto. Gran mérito del film. Otro de sus méritos es no abrir juicios de valor, ni históricos ni políticos. Aquí es un grupo de adolescentes (algunos niños) que se organizan mecánicamente, que nunca expresan sus sueños, que sólo sobreviven (como los monos) y que tienen un solo objetivo. Y una mujer desesperada por escapar a esa degradación que significa perder la libertad. En el medio, algunas situaciones de humanidad. Y un relato que nunca pierde interés. Un film en el que seguramente los colombianos harán su lectura, tal vez más profunda y más centrada en su propia historia. Por lo pronto, Monos propone un cine latinoamericano potente que no imita modelos porque no se parece a nada: solo eso merece un gran aplauso. Ver también la critica que hicimos en BAFICI por Fernando Caruso
Se atraviesa por distintos grados de ánimo durante la visión de The unicorn, documental íntegramente basado en una serie de filmaciones realizadas durante 2005 y 2007 en un barrio bajo de Nueva York acompañando la vida cotidiana, y la de su familia, de un fracasado músico country que llegó a grabar dos discos comerciales en su vida. La sensación que rápidamente aflora es cómo una película así integra una sección oficial en este festival, aclarando que la vi en el BAFICI de este año. Un aparente excesivo documentalismo, si esa categoría existiera, que se regodean en objetos acumulados sobre muebles durante hace años. Y este personaje casi como salido de una mala literatura. Tirado en un sillón, Peter Grudzien filma a un hombre que le ordena salirse de esa casa, sólo porque su padre lo exige (después sabrá el espectador quién es ese hombre); la escena tiene dos puntos de vista: el de la cámara de los realizadores que asisten a ese momento y el de la cámara del propio Grudzien, con un sonido más sucio y una toma más desprolija. Grudzien camina con su ropa estrafalaria por las calles de los barrios bajos, lugar donde sus padres vivieron toda su vida, se pasea por la marcha del Orgullo (única fiesta que celebra), Grudzien es un tipo que no está en sus cabales y nos iremos dando cuenta por qué. Su hermana, Terry (Teresa) se convierte en un personaje central. ¿En serio es su hermana melliza? Con un diagnóstico de esquizofrenia, dicho al pasar , ella despliega con un habla buena y educada las cosas que hizo ese día, y también sus sueños como elde conseguir un hombre que la ame. La ternura de la locura podría llamarse esa parte. Una locura inmersa en la miseria, el abandono y un pasado traumático. El padre, que veremos envejecer rápidamente en ese período, bordea los 100 años y se va delineando como el malo de la película: su dolorosa infancia de niño minero y la historia de un Estados Unidos que explotaba y torturaba a sus obreros tanto como a los afroamericanos. La miserabilidad de la vejez podría llamarse ese momento. Peter escucha todo el día música country frente a sus desvencijados aparatos y parlantes, rodeados por casettes viejos, fotografías en marcos rotos y sillones andrajosos; de pronto asoma Terry y habla del maltrato que recibe de su hermano; de pronto un amigo que se autoasume peligroso porque le gustan las bombas y que no tiene un solo dólar en el bolsillo. Interesante cuando le pregunta a quien esta detrás de cámara si lo recibiría en su casa en el caso que no tuviera dónde vivir. Plano a negro. La insistencia que tienen los directores en mostrar una y otra vez las fotografías de estas personas, personajes de este documental, se entiende como la insistencia sobre una transformación. ¿Es el mismo bello hombre de la fotografía del copete de esta nota, el extravagante que vemos en pantalla? ¿El mismo niño feliz en las fotografías en blanco y negro? De aquella sensación de por qué una película así formó parte de la competencia central del BAFICI (y ganó) pasamos a pensar que lo importante de todo Festival también es jugarse a abrir juegos nuevos, cinematografías provocadoras y personajes salidos de la marginación de la historia que nos permitan reconstruir el lado oscuro de una sociedad de traza brillante pero de profundidades que semejan el infierno. Recomiendo The unicorn para empezar a entender algo de esto. Se estrena este primer jueves de octubre.
Tesis de maestría de sus estudios de posgrado, El panelista, es el segundo film de Juan Manuel Repetto y resulta por momentos un documental conmovedor. Repetto, director de Fausto también, mantiene su interés por los casos de accesibilidad al mundo de personas con dificultades físicas o de conducta. El autismo de Fausto en aquella película era descripto desde sus primeros diagnósticos hasta su voluntad por entrar a la Universidad. Ya allí, el método de la observación documental le permitía al realizador acercarnos a los momentos pequeños de estas personas para entender los momentos mas importantes. - Publicidad - Con modalidad similar al del documental sobre asperger, la descripción de la vida familiar y laboral de un hombre no vidente, Carlos Bianchi, invita a pensar no sólo en esa inserción (formal y conceptual) sino también en los prejuicios a los que se enfrenta una persona ciega. Nadie nace capacitado es el slogan. Carlos es un hombre vital, simpático, que empatiza con los otros y cuya vida gira en torno a su trabajo en el equipo de testeo de distintos productos en un instituto de análisis sensorial del INTI. Estos momentos hacen un documental adentro de otro. Tienen esa virtud. En otro nivel del relato entramos el mundo de Carlos gracias a la voz de la coordinadora del grupo, de su participación en un equipo deportivo, de su relación con su hijo y su voz interna sobre un episodio que marca la historia. La película tiene una libertad preciosa. Se detiene en los momentos íntimos con el tiempo que necesita, se ocupa no sólo de Carlos sino del resto de los integrantes del equipo del INTI, cada uno tienen problemáticas distintas. Repetto encontró un nicho en el que hay mucho para investigar y lo hace con solvencia e inteligencia. La película tendrá algunas exhibiciones con audiodescripción, interesante procedimiento de acceso a la proycción de un film para personas ciegas. Basta prestar atención al siguiente trailer con audiodescripción al que sería bueno entrar con los ojos cerrados.
¿Cuánta plata es hoy, setiembre de 2019, 15 mil pesos? La crisis y la devaluación convirtieron 15 mil pesos, que es la suma que debe devolver la protagonista (estupenda Belén Blanco) de este ultimo film de Gustavo Fontán (Elegía de abril, La casa, El día nuevo, El limonero real) en una cifra por la que, pareciera, que no vale la pena pasar semejante derrotero. - Publicidad - Es la conciencia de la crisis asumida también en el propio espectador con la que juega esa extrañeza. Un dinero que desaparece, un dinero que hay que juntar de a partes: escondido en cajas, en placares, en habitaciones, en pequeñas latas de la cocina. Es muy bueno el análisis que hace el colega Visconti en el sitio amigo hacerselacritica poniendo el centro en este dinero que está fuera del alcance visual del espectador la mayor parte de las veces y fuera también del alcance de los argentinos en estos últimos tiempos. Durante toda una tarde-noche, Mónica debe juntar el dinero que sacó de su trabajo. Sobrevuela, y estructura la diégesis misma, una posible denuncia, una estafa tal vez, un supuesto robo, y por tanto un futuro castigo. Esa amenaza hace que el espectador vea a Mónica como un ser oscuro, despectivo que en gran parte del relato no genera empatía. La compra de dos prendas de ropa, escena sobre la que Fontán se detiene largos minutos, parece ser el prólogo de una huída. Comprar, para Mónica, es algo compulsivo (será?). El cumpleaños de la hermana y el regalo comprado, la relación con Sergio que Mónica saca de la fiesta para que la lleve a su casa, una pareja que es más un fantasma, podemos imaginar por qué, aclararlo sería subrayar algo en un film que evita los subrayados. Momento egoísta de la protagonista. Pero la noche recién empieza. La deuda tiene algo que le venía faltando al cine argentino de los últimos tiempos: el film de Fontán potencia la necesidad de analizarla, de estrechar los signos, de hablar sobre las posibles relaciones simbólicas, de pensar el entramado de escenas como significados que están ahi para tomarlos, pensarlos, y sobre todo, charlarlos. Es una película para ser charlada, cosa que debería ser algo común y que se ha convertido en algo extraordinario. También por momentos es obvia, pero inteligente, porque tiene la capacidad de salirse rápidamente hacia lugares más obtusos y más puestos entre paréntesis. Dice Fontan que la película originalmente se iba a llamar El desierto, una idea que prefirieron mantenerla en el tratamiento de su estética rebelada en el tratamiento azulado de la fotografía de Diego Poleri, en sus reflejos, una constante en el cine de Fontán, en su nocturnidad, las luces y las sombras de los bordes de la ciudad y el conurbano. Es una película también para ver en cine: ese tratamiento lumínico que estalla en la escena del Bingo revela mundos: una verdad única que también rápidamente se desarma en verdades múltiples. El final es poético. El tren llega a Constitución temprano en la mañana. No adelantamos nada con esto. Quien haya tomado alguna vez ese tren, entenderá. Quien no, asomará a la libertad de un realizador más cómodo en ese momento más asociado al documental de creación, una creación atravesada por la ficción durante un poco más de una hora de duración.
Hay algo que salva a esta ópera prima del lugar común y la fatigada referencia del cine en general a la confrontación entre aquellos pueblos ligados a una ancestralidad cultual y la ciudad como el lugar de desapego de esas fuentes originales. Y es el modo en el que Di Bitonto construye narrativamente la estructura de la película: al hacer que cada una de estas dimensiones culturales esté representada por sus personajes centrales, una madre y su pequeño hijo, alejados circunstancialmente, y cuyos puntos de vista en conflicto deberán buscar una solución no solo a ese choque cultural sino a su propia relación personal. Magalí, que vuelve a Jujuy porque su madre ha muerto, rechaza, por motivos que están más allá del argumento, la idea de participar del rito de una ofrenda a la Pachamama para que el ataque de un puma deje de mermar el ganado de la zona. Su hijo pequeño, obsesionado con cumplir el legado de su abuela funciona como conector para que Magalí retome el camino de su propia tradición. En el medio la presencia de un funcionario sugiere un historia que nunca llega a contarse. Planos panorámicos de los cerros y momentos nocturnos, construidos más bajo la amenazante presencia del puma, van alternando en un relato que apela más a una cámara atenta a la cercanía de los personajes, asegurandose una intensidad dramática que el espectador deberá ir encontrando en la intensa dirección de fotografía de Lucio Bonelli. Eva Bianco, efectiva y virtuosa, como siempre encontrando el tono justo en medio de actores locales.