Oportuna película en estos tiempos de oleada feminista, Cubanas, mujeres en revolución se estrena en Buenos Aires gracias a la gestión de la Asociación de Documentalistas de Argentina. - Publicidad - ¿Como viven las mujeres en Cuba, luego de la Revolución Cubana de 1959? Qué fue de ellas junto a los principales líderes, qué fundaron, qué organizaron, qué crearon?. ¿Qué sería de las mujeres hoy en el presente, tras más de 50 años de bloqueo, sin la Revolución y sin esas otras mujeres históricas Vilma Espín, Celia Sánchez o Haydée Santamaría.? Las respuestas son clarísimas, no hay lugar a dudas ni a titubeos. La mujer en Cuba es defensora a ultranza de la Revolución. Porque esa gesta política de Fidel les dio todo. Hoy Cuba no tiene femicidio, no hay abusos, tiene ley de aborto legal, seguro y gratuito, educación sexual desde la escuela primaria, igualdad de salario. La mujer cubana ha logrado una igualdad en la situación frente a los varones. La lista de testimonios de mujeres es amplia, músicas, médicas, maestras, ingenieras, cantantes, directoras de bibliotecas, feministas, directoras de diversas asociaciones, incluida Cenesex, dirigida por Mariela Castro,hija de Raul y Vilma. La directora de este documental es argentina se llama María Torrellas y trabaja hace 20 años en la revist Resumen Latinoamericano. Torrellas está enamorada de la Revolución cubana y se nota. “Yo quiero una revolución como la cubana. No quiero una democracia representativa, yo quiero una revolución como la cubana” repite. Torrellas organiza las entrevistas por nudos temáticos: la historia, la educación, la salud, la diversidad sexual, el trabajo, para terminar con el homenaje que todas ellas le hace a Fidel y su legado. Gaumont, 12,40 hs y 19,50 hs
Tres ecos van a quedar retumbando en el espectador después de ver Ikigai, este documental que acaba de estrenar Ricardo Piterbarg. Uno, que a 24 años del atentado a la AMIA hay muchos dolores que quedan todavía por contar y muchas heridas por sanar. Dos, que la cultura es un enorme corazón que nos da vida, tal como lanza una de las frases de las tantas que transita el film. Tres: que un caso, como el de Mirta Regina Satz artista plástica, compositora, cantante y bailarina de tango es uno, pero puede multiplicarse si pudiéramos saberlos todos. - Publicidad - En primer lugar, Piterbarg presenta este trabajo como una exploración sobre la experiencia de la enseñanza del arte. Con el correr de los minutos se va adentrando en el tema de la inmigración, para después desgranar cómo surge una idea que se hace colectiva: un mural de retratos idealizados de Carlos Gardel (cada quien hará el retrato de Gardel con el que identifique) realizados en la fachada de la casa de Regina en Parque Patricios. Por allí se cuela el tango y por allí se cuela el atentado y la destrucción del edificio de la AMIA aquel 18 de julio de 1994. El eje de la historia es Regina Satz, esta ex jefa de Tesoreria de AMIA que abandona todo para dedicarse al arte, los testimonios van girando alrededor de ella hasta abrir a otros que recuerdan concretamente el día que sobrevivieron al atentado. Ikigai es una palabra japonesa que significa “Volver a la vida”; Ikigai-film eleva una conclusión bien clara: que es posible volver a la vida a través del arte. Para demostrar esto, Piterbarg yuxtapone y alterna creativa e inteligentemente varios momentos que se presentan como performáticos: una pala mecánica trasladando escombros dentro de un edificio en ruinas, una mujer vagando entre la nube azulada que dejan esos mismos escombros, un grupo de jóvenes revisando y limpiando objetos como libros, cuadernos, calculadoras. Existe un documental del 2005, Brigadas de papel sobre el rescate de los objetos destruidos y perdidos en AMIA. Ikigai, la sonrisa de Gardel no es el típico documental expositivo sobre los vericuetos de un atentado que queda aún sin resolver y que trajo consecuencias políticas descomunales para los gobiernos sucesivos. Se trata más bien de un ramillete de subtemas realmente muy bien integrados que dan un costado distinto donde lo que se rescata es lo humano: el dolor, la culpa pero tambien de la alegría y la creatividad. Tal vez no son muy felices los achicamientos de pantalla, extraídos registros anteriores, y hay muchos, pero no afectan a un film que tiene ademas una bella banda sonora e instala como tema la felicidad de volver a la vida.
Son varios los aciertos que tiene esta nueva película del argentino radicado en Uruguay Adrián Biniez (Gigante, El 5 de talleres) que vimos el año pasado en Mar del Plata y se estrena este próximo jueves de forma comercial. El primer acierto es que con cuando su recurso central parece agotarse, la película termina. Y eso se recibe bien: el hecho que su protagonista, Alfonso Tort (actor y personaje llevan el mismo nombre) ingrese al mar y cuando salga lo espere un cambio temporal en la historia de su vida es un recurso que puede sostenerse hasta cierto punto. El viaje en el tiempo es un componente narrativo que, bajo los ojos de Alfonso se devela como algo muy natural. El espectador tendrá que entrar no sin dificultad a ese universo. Lo que parece un viaje extraordinario se aparece como lo contrario y Montevideo con su inmensa costanera dividida por dos aguas: la del Rio de la Plata y la del Atlántico parece tener con ver con ese imaginario del agua con poderes extraordinarios. Alfonso sale del agua con su traje de baño y entra a distintas situaciones de su vida: como niño pequeño, como adolescente, como joven, como hombre, como marido, como padre. Cada una de estas minihistorias está titulada con el nombre de un libro de la niñez: La isla de los Robinson, Viaje al mundo en 80 días, y así. Esa referencia a la literatura infantil es interesante: Alfonso está hecho de esas historias que su madre le leía (le lee?) y su mirada ingenua sobre la realidad se confunde entre la visión adulta y la infantil. Tal vez lo que le falta a este personaje es una densidad que el director dejó librado a la constante, intensa y por cierto estresante entrada y salida del agua.
La última película de Baltasar Tokman (I´m mad, Casa Coraggio) que se pudo ver en el último BAFICI, investiga las causas de la existencia del amigo imaginario de los niños. Insondables, si las hay. A partir de la propia experiencia de su pequeña hija, este documental, falso en parte, se adentra muchas veces sin permiso en explicaciones diversas que van desde la neurociencia hasta la elficología (sobre duendes) o la angelología (sobre ángeles) o testimonios sobre contactos con vidas extraterrestres. Tokman se permite reemplazar al padre de Olivia (o sea él mismo) por un mago, Garrick que irá narrando en over los motivos que lo llevan a investigar sobre el tema, y a buscar, como una última salida, un contacto con ese tercer ojo a través del consumo de una hierba en el norte argentino. La espiritualidad y la magia son un tercer camino argumentativo. En el camino, opiniones de dos mellizas parapsicólogas venezolanas, un estudioso australiano, una niña rusa que se cree venida de otro planeta, (¿son reales?), preguntas y más preguntas a niños que tienen amigos que los adultos nunca veremos. Incluso cuando Garrick busca a su propio amigo de la infancia, el nombrado Myu. Como en I´m mad, el director se involucra en el mundo de lo irracional, esta vez con mayor contención y menos libertad, en aquella pelicula que nos había gustado tanto. Sin embargo, demasiado sujeto a un tema poco relevante, el camino que en aquella bifurcaba hacia lugares impensados, aquí se cierra y nunca termina de despegar. Salvo cuando la cámara se libera de esas ataduras logra contactarse con el mejor Tokman, sólo un poco. En Centro Cultural San Martín.
Los modos en que la cámara narradora de Franca González se expresa, tan creativamente, en su ultimo documental, el fascinante Miró, las huellas del olvido. Como cuando por ejemplo, ingresa a una sala de cine desde un patio y una puerta que se abre y comienza a proyectarse un noticiero de Sucesos Argentinos sobre los prodigios de los inmigrantes trabajando la tierra en esa consigna alberdiana de “Gobernar es poblar”. Eso que ya de por sí podría ser una fatigada referencia a la imagen de archivo, se convierte en Miró en la punta de gran arsenal de sutilezas. Objetos cotidianos desenterrados por arqueólogos aficionados en medio de un campo recién cosechado, voces de descendientes o ex habitantes, la cita al fotógrafo Luis Monreal y fotografías en blanco y negro que registran el mundo del trabajo del campo en ese principio de siglo. Una carta leída en off que un hombre llamado Bruno escribe a un hermano llamado Franco busca el tono de un presente que el film de Gonzalez intenta entender. Desde lo fotográfico, si era difícil captar los tonos de sol pegando en las hojas de la soja, o el cielo tormentoso y el arco iris y el reflejo entre los árboles, la fotografía de Pablo Parra soluciona ampliamente ese desafío y le aporta, además, al espacio pampeano una dimensión fantasmal como el paisaje a la hora de la siesta. Junto con ese registro visual, las texturas sonoras de Guillermo Pesoa (con la misma intensidad que en Al fin del mundo). “Nací en La Pampa, muy cerca de donde se encontraron los restos de Miró”, dice la voz de González en un fuera de campo. Es que lo personal o familiar se cuelan en este relato sobre un pueblo fantasma del norte de la provincia de La Pampa fundado apenas empezado el siglo XX y abandonado una decena de años después. Las causas de ese abandono se irán desentrañando a lo largo del relato, vislumbrando una historia de pioneros migrantes, y de terratenientes sin prurito, una red ferroviaria abrumadoramente grande y pequeñas estaciones a las que llegan solo 9 pasajeros. Sin embargo, como mera referencia lo subjetivo nunca termina de interferir sobre lo que realmente importa aquí: la historia de Mariano Miró, un pueblo desaparecido. Explicaciones de dónde pasaba la calle principal y se extendían las casas, lecturas sobre un mapa de catastro y un cámara cenital que abre una gran panorámica con la vía de tren y un camino de tierra que en “L” incluye el campo donde estaba el pueblo. Lo que toca es imaginar a partir de las representaciones, las fotografías y los relatos. La película empieza con dos hombres que llegan con sus linternas a la vieja estación. Un ingreso algo detectivesco que marca el tono del documental que también se deja algunos secretos guardados, como el rostro de María, la gringa nacida en 1921 de cuya voz escuchamos algunos recuerdos posibles y una canción de la infancia. Cine Gaumont – Espacio INCAA (CABA) 13:30 hs. 21:30 hs. MALBA Cine (CABA) Domingos de julio 18:00 hs.
Rápidamente tras su proyección en Cannes, en la Quinzaine des Réalisateurs, El motoarrebatador, coproducción argentino-uruguaya de Agustín Toscano realizada íntegramente en Tucumán, se estrenó en Buenos Aires. A partir de algo que le ocurrió a su propia madre: haber sido arrastrada unos metros por un motochorro en el forcejeo de su cartera. - Publicidad - No hay mucha espera para que el motoarrebatador del titulo aparezca desde el fuera de campo, colocándose en un leve contrapicado en el primer plano de presentación de los créditos. Los acordes de Maxi Prieto construyen en esos segundos una verdadera estructura sonora: el casco, la campera y los guantes negros son solo atributos que contribuyen al diseño del personaje: ese dominio del campo sonoro, que incluye unos pájaros y los pasos de alguien que se acerca, logra su objetivo: ya estamos atrapados en algo, aunque la verdadera acción ocurra pocos segundos después. Una mujer entra y sale de un cajero automático, unos motoqueros le arrebatan su cartera y queda enganchada de ella de tal manera que es arrastrada unos metros, tal cual la madre de Toscano en la vida real. De allí a repartir el botín debajo de un puente e ir a buscar al hijo al colegio, como si fuera un día de trabajo más. Entre ese primer momento y la irrupción del niño en escena comienza a ofrecer Toscano la pintura de un personaje: un hombre que vive de un trabajo sucio pero no le teme a la culpa, que está separado de su mujer y tiene un hijo al que cuida un par de veces por semana. Miguel, como todos, tiene matices y a esa culpa que lo lleva al hospital para saber qué pasó con la mujer a la que robó, le sigue un rapto de curiosidad para entrar a la casa de esa mujer y husmear sus cosas. Miguel comienza a mentir para ocupar una parte de la vida de Helena, que extrañamente no se reconoce en ese nombre, y junto a eso ocupar la propiedad aprovechando la amnesia tras el shock del robo. No reconocerse en el nombre propio o en las acciones propias ponen en paralelo a Miguel y Helena quienes deberán convivir unos días en una casa que también comienza a ser tema. El conjunto de sensaciones personales está justificado por un contexto social en el que una huelga de la policía reclama mejoras salariales. En 2013, la Argentina sufrió un gravísimo paro que afectó a muchas provincias y en Tucumán eran frecuentes los saqueos de motoqueros a supermercados. No transcurre la historia en esos años ni quiere ser un registro documental de aquella situación social. La participación de Miguel en uno de estos saqueos será un nuevo escalón en un guión preciso y riguroso: una moto roja será para su hijo, un electrodoméstico para Helena, la cámara de seguridad lo toma en primer plano y ya no habrá mucho lugar donde esconderse. Este ladrón romántico, impecablemente actuado por Sergio Prina, deberá saldar sus cuentas y lo hará desde lo humano y desde lo social. Para llegar hasta allí, el recorrido de esta dignísima producción tucumana atraviesa el tema de la marginalidad y la lucha por propiedad privada con una solvencia narrativa no muchas veces vista en el cine nacional.
Jóvenes directoras egresadas de la Fundación Universidad del Cine de Buenos Aires, Sofía Brockenshire es canadiense y Verena Kuri, alemana. Tal vez cierta distancia les permite introducirse en el terrible mundo de la desaparición de mujeres en Argentina. Más precisamente en una zona rural, Empalme Lobos a unos kilómetros de Buenos Aires. Ambas codirigen su ópera prima luego de ganar una beca de estudio en la Biennale College de Venecia y de estrenarla en aquel festival. Se animan a ese tema candente: la desaparición de una joven de 20 años, y qué queda hacer frente a esto. La película inquieta, molesta, lo que se sugiere, inmediatamente después parece negarlo, para después volver a instalarlo. La soledad de esta hermana (impecable Sofía Palomino) que debe enfrentar la denuncia frente a la policía o al fiscal es desoladora. A nadie parece importarle los detalles de por qué desapareció Lupe, ni se registra su nombre, su identificación o la ropa que llevaba. Uno verá muchos casos a través de éste, podrá imaginar muchas cosas, lo que realmente pasó lo que podría pasar. Ante una madre paralizada, Alba mueve la historia hacia adelante, bajo su punto de vista la película ella es la que da pequeños pasos hacia una posible resolución, para eso el guión apela a la elipsis constante, a una notable reducción del diálogo, al insert de un juego de niños en un vagón abandonado, a los planos neblinosos del campo en invierno en la fotografía de Roman Kasseroller, Federico Lo Bianco y Andrés Hilarión. El bebé que deja Lupe en un momento se irá solo en la noche y hasta que Alba lo encuentre (también con elipsis ahí) caminará entre los pastizales o en la calle solitaria alejándose de su casa de chapa. Momento angustiante de esta película que pone en el centro qué pasa con una hermana, con una familia, con una sociedad cuando una chica de 20 años desaparece. Pero ese punto de vista se desdobla cuando aparece la patrona de Lupe, (Adriana Ferrer) ella también parece verla caminando por la ruta y puede tener una sospecha. En ese desdoblamiento la película se vuelve a llenar de más preguntas sin agotarlas. A unos días de un nuevo Ni una menos la película potencia todas los reclamos y todas las denuncias. Hay que verla. Bama 21.10 hs. 14 JUNIO en el Gaumont
Si La vendedora de fósforos fuese una pintura, alabaríamos su composición radial: fuerzas que se lanzan desde un centro y que giran como si fueran ruedas de una bicicleta: en el centro el cuento infantil del danés Hans Cristian Andersen, el número 37 de su producción: “La vendedora de fósforos” (“La niña de los fósforos” o “La pequeña cerillera”) que relata la historia de una niña obligada por su padre a vender cerillas en medio de la fría noche de año nuevo en la Copenhague del 1800. Ante la indiferencia de los transeúntes que la ven allí, comienza a encender uno por uno esos fósforos para tener algo de calor. Distintas visiones se le van a apareciendo, hasta una última final que es la de su abuela. - Publicidad - La pobreza, el dolor, la alucinación, la muerte, tópicos todos del romanticismo literario, pictórico y musical concentrados por Andersen, el escritor más importante de su país, y retomados por el guión de Moguilansky, realizador argentino, en un dispositivo romántico del siglo XXI. El film de Alejo Moguilansky (Castro, El escarabajo de oro, El loro y el cisne) es una maravilla. Narra dentro de su historia, al menos dos veces, el cuento completo: una cuando Marie (impecable María Villar) lo lee frente a un micrófono y una grabadora y otra mientras hojea un pequeño libro ilustrado. El marido fue seleccionado como regie de una ópera que pondrá en escena el Teatro Colón de Buenos Aires una versión del cuento de Andersen. Los ensayos de esa obra es lo que se verá en este film. El compositor, un alemán, ex guerrillero de fines de los 60, viene a estrenar una ópera contemporánea ruidista y sin personajes. Muchas veces a lo largo de la película se dice: “esto no es una ópera” e interesante los dos personajes que comentan desde fuera algunas situaciones del guión de esa ópera no ópera. Marie saca del vacío creativo a Walter dándole ideas posibles para esa puesta en escena, ideas que finalmente serán aceptadas. Mientras tanto, es contratada por una famosa pianista Margarita Fernández como asistente para ayudarla a tocar las sonatas de Beeethoven. Marie es la voz narradora de La vendedora de fósforos; en el comienzo su aparición es singularmente atrapante: se encarga de enumerar las causas, las motivaciones y los personajes que formarán parte de esta historia. Algo así como el guión dicho en voz alta a la manera de algunos ejemplos de la vanguardia francesa. Justamente en un cajón de un armario, Marie encontrará un dvd de la película de Bresson Al azar Balthasar, veremos el fragmento y su recreación como el sueño de la niña-hija de Marie devenida en símbolo de la vendedora de fósforos. También en ese cajón habrá alguna edición de El hombre robado de Matías Piñeiro. Otra referencia que no parece casual. Esta voz de Marie vuelve hacia la mitad de la película a partir de un ejercicio en el piano, cuando sale contando algo que a su vez le contó “la vieja”: la anécdota de un diálogo entre Gorki y Lenin y la idea de que el poder de embellecimiento de la música ablanda a las personas, dan ganas de acariciar la cabeza de la gente, dice Lenin, algo que parece incompatible con la revolución de esos años.. De ahí, la mención al paro de transporte que funciona como una amenaza invisible gracias a la cual nadie va a poder llegar a su trabajo, un gobierno que “no es precisamente de izquierda”, la izquierda como “cascabeles inexistentes”, o la gente peligrosa en manos de los graves y los agudos de la orquesta: los que son dueños de todo. Con el mismo sentido de irradiación, las referencias al arte, a la política, al momento actual, se van superponiendo a través de la voz de Marie, quien también se ocupa de recrear el cuento de Andersen y la historia de la indiferencia hacia una niña que dejamos morir en medio de una noche de año nuevo. Moguilansky deja que sus criaturas, Walter, Marie, el alemán, la vieja pianista, la niña, la orquesta, se muevan en un mundo de historias perdidas en el tiempo, volviéndose oníricas por momentos. No hay utopías posibles aquí. El tiempo dirá qué representa el nuevo film de Alejo Moguilansky en el complejo mapa actual, tal vez podamos aventurar que se trata de un camino posible para entender este mediado de década, tan traumático, tan imposible de digerir. Tal vez una síntesis, tal vez un símbolo. No la dejen pasar. Desde el jueves 31 de mayo al viernes 8 de junio a las 21.30 hs en la Sala Leopoldo Lugones. Todos los sábados de junio a las 20.00 hs en MALBA
No resistirán los paladares frente a esta opera prima documental sobre la comida italiana que se estrena hoy en Buenos Aires. El trabajo de Mercedes Córdoba cambia el formato pero no la entidad de aquello que la realizadora viene produciendo para TV: un tipo de audiovisual etno-gastronómico elaborado desde una mirada antropológica. “La ruta de las especias”, por ejemplo producida para Canal Encuentro. - Publicidad - Aquí también hay una ruta, un mapa y lo llena de migrantes de aquí y de allá, pero fundamentalmente habla sobre la gran migración italiana que movió hacia América 27 millones de personas entre 1860 y 1960. De esto trata E Il Cibo va, y de la comida que es la esencia de los pueblos, un verdadero festival para los sentidos. Varias son las tesis que la película pone a disposición: una bien conservadora plantea que ciertas comidas (la pizza, la carbonara) son el signo de la “italianidad”. Y que la mezcla con otras le hacen perder esa identidad, portadora de las tradiciones regionales, la historia de ese pueblo, signos de un esencialismo intocable. Allí está para eso el testimonio de Rugger Larco de la Academia italiana de la cocina, para cuidar que un plato italiano se haga de una manera y no de otra. También plantea el documental la idea mayúscula de integración entre los pueblos a través de sus platos y la idea que la verdadera integración entre las sociedades que los reciben y los migrantes se produce cuando la comida de los segundos se las reconoce como propias. La referencia a Pellegrino Artusi y su libro de la historia de la cocina italiana se marca como una contribución a la unidad italiana. Pero también marca un momento en el documental: el libro no es la historia de la cocina profesional sino de la cocina cotidiana, la de las madres y las abuelas, y allí aparece también un singular concurso sobre cocinas cotidianas regionales. De lo grande a lo pequeño, de lo nacional a lo regional, de lo alto a o bajo, Il Cibo va también transmite una idea histórico social de la migración actual: los indios trabajando en los tambos italianos, los mexicanos vendiendo los hot dogs en las calles de Brooklyn, los argentinos y sus platos porteño-italianos. En toda América (se toma como epicentros Nueva York y Buenos Aires) son más los descendientes de italianos (60 millones) que italianos que viven en Italia (59 millones). Conclusión bastante contundente de lo que significa las tradiciones nacionales y los esencialismos ya en extinción. E il Cibo va tiene por sobre todas las cosas una investigación muy completa, y una enorme producción que le permite contener abundantes testimonios en múltiples ciudades y barrios de Argentina, de distintas regiones de Italia y de EEUU. Para cerrar, una frase que alguien dice por allí: “la belleza del mundo es la mezcla”, qué mejor que la comida para demostrarlo.
A través de un corte de pelo, una mirada a cámara y el plano detalle de una vagina en plena colposcopia, conocerá el espectador a Chloé el personaje que interpreta Marine Vacth (Joven y Bella) en Amante Doble, la nueva película de Francois Ozon. - Publicidad - Chloé, una joven delgada y de lánguida y extraña belleza, tiene dolores de vientre que parecen más psicosomáticos que clínicos y acude a un psiquiatra para tratarlos. Con este psiquiatra comienza una relación erótico que parte del propio juego de verbal de la terapia. Chloé consigue trabajo de guardia de sala en un museo y comienza a mejorar de su depresión, cosa que enseguida se ve en su aspecto. A los 12 minutos del film Paul le dirá que tiene sentimientos incompatibles con la terapia y debe dejar de atenderla. Ese es el momento en el que Amante doble se convierte en una película poco interesante y creíble. Tal vez tenga que ver con su libro original, un texto de fines de los 80 (muy de los 80) escrito por una mujer que firma con seudónimo de hombre. No hay un juego doble también alli?. El ingreso a ese romance y a un misterio psicológico en el que dos gemelos excesivamente diferentes (obviamente uno pacífico el otro agresivo), se enamoran de la misma mujer suena a algo ya visto, de lo que resulta también el regreso a una historia del pasado a modo de juego de espejos, o cajas chinas. Una trama excesivamente enmarañada, construida desde el punto de vista de Chloé (practicamente nunca sale de pantalla) quien irá patologizándose cada vez más, viéndose obligada (la trama) a entrar en sobreexplicaciones de algunas situaciones que la fuerzan a límites poco creíbles. Ozon recubre su adaptación de un formato que nunca excede lo correcto en lo formal y tensionando el juego del doble hasta lo insospechado. Es verdad que se puede relacionar con muchas películas similares, seguramente Pacto de amor (David Cronenberg) es la más cercana, pero ni por asomo alcanza su brillantez ni su trascendencia. Una película que roza lo viejo, y que atrapará a más de un ingenuo, seguramente.