Hacerse pasar por otro, fascinante y peligroso El tema del sosías siempre rinde. ¿Quién no soñó ser otro y emprender una nueva vida? Y los hermanos gemelos son ideales para estos intercambios. La ficción los quiere -otra vez- absolutamente distintos: uno es Agustín, un médico que vive una crisis de pareja porque su mujer quiere adoptar y él, no. Y el otro, Pedro, vive en el Paraná profundo, pescando lo que salga, cuidando abejas y con trabajitos raros y peligrosos. Y bueno, el cambio de identidad obligará al bueno de Agustín a regresar a la infancia y a su paisaje. Pero se dará cuenta de que ser otro no siempre es grato. Allí conocerá la barra del hermano: el canalla de turno, una muchacha que sabe hacer favores y, lo peor, varias cuentas pendientes. Policial con incursiones en el cine psicológico, personajes desbordados en medio de una historia que pese a sus vaivenes consigue sostener el interés. La falta de una directora más firme se nota no sólo en algunas debilidades del libro (ella es la autora), en resoluciones poco convincentes, en comparaciones recargadas (las abejas y los hombres) y hasta en la marcación actoral, porque Mortessen luce apagado y hasta la magnífica Villamil aparece sin intensidad ¿Cambios y sustituciones? El destino al final se encargará de fijar la verdadera identidad de cada uno. Agustín preferirá sufrir una existencia ajena que asumir su vida vacía. Todos son derrotados y todos esconden algo. Sólo la muchacha, río arriba, saldrá navegando en busca de una salida.
Un chancho muy pesado Farsa absurda sobre la necesidad de borrar las fronteras, amar a todos por igual y todas esas cosas. Elemental mensaje pacifista y una historia tan patética como aburrida. Aparece un chancho desde el fondo del mar (es imposible, ya sé, pero aquí todo es imposible) y le agregará mas tensiones a una zona donde el peligro nunca cede. Palestinos y judíos lo rechazan, pero un pescador desesperado recurrirá al semen del cerdo para darse unos pocos gustos. Metáforas elementales, personajes bobos, escenas mal resueltas, un final absurdo. Lo único rescatable es la aspiración de ponerle sonrisas y esperanzas a una frontera donde el fanatismo no deja nada en paz.
Historia con pastillas milagrosas y algunas fugas interminables El filme sabe explotar al escurridizo Bourne, ausente con aviso. Y los libretistas mueven el banco y ponen en cancha a un suplente de lujo, un agente tan infalible como el original, que se baña en las agua heladas de Alaska porque anda con pastillas milagrosas que le han quitado sensibilidad y le han dado poderío. Pero las pastillas se acaban y al adicto no le quedará otra que salir a buscarlas. Allá o aquí, sin recetas y sin padrinos, conseguir remedios cuesta mucho. Todo se complica un poco más porque los muchachos de la CIA decidieron achicar el plantel y no tienen otro plan que matar a los que molestan, a los que sobran y a los que sueñan con hacerse cuentapropistas. La maldad oficial nunca da tregua y el ex agente está en la lista negra. No le quedará otra que huir, desde Alaska a Estados Unidos y de allí a Manila, esquivando de todo, desde lobos hambrientos a misiles, subiéndose a lo que sea, pero al menos con un copiloto rendidor: una linda científica, que trabajaba en el laboratorio de las pastillas milagrosas y que al darse cuenta de que la CIA va por ella, decide colgar el guardapolvo y acompañar al prófugo en sus excursiones casi suicidas. A rajar que se acaba el mundo. Esa es la moraleja. La historia transita caminos conocidos: la identidad, los abusos del poder, los dudosos límites de la manipulación científica. Y de paso nos advierte que con tanta tecnología de punta, querer esconderse es una quimera. La dirección y el libro es de Tony Gilroy, un talentoso que sabe armar tramas espesas. El filme se alarga en algunas persecuciones, pero esa es la sustancia del asunto. Tiene ritmo, espectaculares corridas, buenos personajes. ¿Volverá el Bourne original? El suplente, en su debut, respondió bien.
ESTETICISMO AFECTADO Es la historia de un cuadro contada desde dentro. Cómo se fue imaginando, cómo se fue haciendo y quiénes esos personajes que la habitan. Una película impostada y didáctica que apuesta solamente a su fuerza visual. Los pocos diálogos tratan de establecer los dudosos límites entre la obra y su representación, entre la realidad y los hechos. Se trata de la pintura “Procesión al calvario”, del pintor holandés Pieter Brueghel, óleo del siglo XVI que representa el Vía Crucis de Cristo en un la lucha desigual de los soldados españoles sometiendo al pueblo de Flandes. Es una obra lenta, densa y vistosa, pero ni la historia ni los personajes ni los sucesos logran emocionar.
Sexo y amor en una comedia sugerente y graciosa de Suar Richard (Juan Minujín) y Diego (Adrián Suar) , son dos cardiólogos exitosos. Diego está casado con Emilia (Julieta Díaz) y Richard con Betina (Carla Peterson). Son muy amigos y son muy diferentes. Una noche de festejos, alegre y entonada, Betina le confiesa su perpleja amiga que ellos son swingers, que disfrutan más que nunca y que la pareja en ese intercambio ha encontrado placer y estímulo. Esa noche, Emilia no pega un ojo, mientras a su lado, Diego ronca. El tema le retumba, porque ella siente que en esa cama la chispita se ha ido apagando. Pero cómo decirle al marido que sería bueno probar. Sobre todo a un marido como Diego, egocéntrico, satisfecho, temeroso y conservador. Y bueno, tanto insiste que al final… Inteligente y graciosa comedia. Bien escrita y bien filmada, sin payasadas, chispeante y apoyada en un estupendo elenco. Suar cada vez está mejor en la piel de un argentino medio con pocas ganas de arriesgar una vida segura y aburrida. Juan Minujín confirma que es una de las mejores apariciones; en la simpática malicia de su Richard se refleja un seductor peligroso pero entrañable. Ellas también se lucen, sobre todo Julieta Díaz, sugestiva, exacta, muy ajustada en la piel de esta ama de casa que no se resigna a tener que sostener un matrimonio estable, pero monótono y esquemático. Y Carla Peterson es la amiga muy lanzada, aunque al final comprenderá que a veces los juegos pueden ir demasiado lejos y que la estabilidad y la seguridad matrimonial, tan subestimada y discutida, cuando se la tiene parece que sobra, pero cuando falta se nota mucho. “Dos más dos” confirma el crecimiento artístico de Diego Kaplan, que ya había mostrado buen pulso en “Igualita a mí”, una comedia que injustamente pasó sin pena ni gloria. Con su nueva propuesta supera el nivel medio de un género que no sólo aquí suele caer repetidamente en el mal gusto, la escatología y la calculada provocación. Aquí hay audacias y sexo, claro, pero también recuerda que cada uno le pide cosas distintas al amor. Además invita a reflexionar sobre los códigos matrimoniales y sobre los borroneados límites entre la amistad, el deseo y el sexo, un asunto muy manoseado por un gran romance de estos días. El tema del intercambio de pareja en general se presta a los enredos y la parodia. Aquí está abordado en tono de comedia de costumbre, pero sin forzar el registro, con escenas risueñas, pero sin dejar en ridículo a sus personajes (salvo algún subrayado innecesario sobre los prejuicios de Diego (Suar), con una pizca de picardía más que de audacia. El film fluye con naturalidad, tiene buen ritmo y buenas réplicas, y ni siquiera desentona cuando al final se pone un poco serio. Entonces, -comedia amable al fin- deja a un lado cualquier idea atrevida y sugiere que está bien pedir ayuda y explorar nuevos caminos cuando la pasión escasea, pero que, ¡ojo!, la vida en familia exige menos experimentos y más charla y perdones. Una película disfrutable. Tiene gracia, detalles, timimg y ocurrencias. Divierte y sugiere.
UN LUCHADOR Las posibilidades que ofrece la técnica son tantas, que cada vez hay menos historia y más efectos. Algo de esto sucede con esta remake de la estupenda película de Verhoeven. Ahora, con menos sorpresas y menos asunto, lo que brilla por encima de todo es el riquísimo despliegue de un filme que tiene una primera parte interesante, pero que va perdiendo vuelo por la larga y repetida sucesión de peleas y persecuciones. El cuento de Philip K. Dick es muy interesante: habla de un futuro gris y desolado y de una máquina que inyecta fantasías para que cada uno sea (¿o haya sido?) lo que quiere. Y dice -Borges lo había adelantado- que lo único que se puede modificar es el pasado. Y hacia ese ámbito se encamina este personaje que busca saber quién es a través de repensar lo que ha sido. Como siempre, el futuro que anticipa es demoledor: poder concentrado, restos de una guerra aniquiladora, corporaciones dominantes, ciudadanos maltratados, un sistema cada vez más corrupto a cargo de todo y una resistencia cada vez más frágil. Y todo en un paisaje gris, monótono, azotado por la lluvia, la desconfianza y una ciencia al servicio de los que mandan. El film se estira, pero la historia es sugerente y sigue interesando.
UNA LUCHADORA Convencional aproximación a la intensa vida de Aung San Suu Kyi, una política birmana que encabezó durante años la lucha contra la violenta dictadura militar de su país y ganó el Nobel de la Paz. El filme tiene todos los condimentos y todas las limitaciones de esas propuestas melosas y edificantes. Hay gruesas simplificaciones a la hora de hablar de malos y buenos y al retratar la lucha pública de esta mujer valiente y también la lucha interior de esta esposa y madre que dejó a un lado su hogar para pelear por su país. Es superficial, sensiblero y pocas veces logra emocionar. Luc Besson, un hombre de buena caligrafía, confirma que la fuerza y la sugerencia no son su fuerte. Los lugares comunes y el desgano colorean tanto las luchas violentas en las calle como las luchas íntimas que se libra en el hogar de Aung. Un film quiere ser un homenaje, pero no hay caso.
Historias reales y recuerdos inventados A veces el tema es tan fuerte que acaba determinando el estilo del filme. Y esto suele pasar con estas películas que apuntan a dar lecciones de vida. El filme une a Philippe, un aristócrata parisino que ha quedado tetraplégico y Driss, un confianzudo senegalés que vive a los tironeos con su familia en una precaria vivienda pública. Philippe después de varias entrevistas, decide contratar a Driss para que lo asista en todo: es su chofer, lo viste, lo limpia, lo conversa. Driss no tiene ganas de hacerlo, pero no le queda otra. Es audaz, impertinente, caradura, pero hace todo tan bien que va ganando influencia y presencia en esa bella casona. Lo cura, lo divierte, lo atiende, lo anima, endereza a su hija y hasta le consigue compañía. El filme está lleno de trampas y golpes de efecto. Es demagógico y falsamente simpático. Termina demasiado bien, pero dicen que es una historia real.
Otra de terror sostenida apenas en pocos cosas: oscuridades, amenazas constantes, monstruos que siempre están por llegar, crueldades varias. En el centro, un grupo de jóvenes que se lanzan al turismo aventura. Contratan un guía para dar un paseo por Prypiat, la ciudad donde antes de la tragedia residía el personal de la tétrica Chernobyl. Pero la ciudad no está deshabitada, como le habían asegurado. El auto se rompe, el guía desaparece, no tienen ni comida. Ahí empieza la tortura. No sólo ellos sufren, también el espectador. Lo de siempre: cámara en mano, recursos repetidos, música inquietante, poco presupuesto, puertas al misterio y un mal que va cambiando de rostro (contaminación, lobos, locos fugados) y encima, con un aliado temible: el sistema, que no quiere que ningún curioso pueda contar lo que allí pasa.
Auto robo de joyas La historia recrea un suceso real: en 1956 dos argentinos, armados con metralletas de juguete, asaltaron una joyería en la Gran Vía madrileña. El dueño los enfrentó, pero salieron corriendo con el botín. Uno de ellos fue herido y en su momento la historia causó mucho ruido. Esta comedia negra arranca desde allí y hace algunos cambios: estamos en 1955, Perón exiliado en Panamá y las joyas de Evita empeñadas en Madrid. Para recuperarlas, arman un auto robo y meten en escena a un par de argentinos, novatos y muy diferentes. Les aseguran que todo está arreglado y que no habrá problemas. Pero los hay. E l filme funciona potenciando las diferencias entre esos dos aprendices de ladrones: Merello (un Francella siempre eficaz) es un peronista leal a Eva, y Miguel, un joven con sueños de actor (Nicolás Cabré acompaña bien) y amores pendientes. Es una buena historia, que va rotando desde el costumbrismo a la comedia de enredos para encontrar un desenlace a la altura de estos simpáticos perdedores que a pura corazonada se meten en medio de una trama que los sobrepasa y los sacrifica. No está mal, incluso tiene partes divertidas, más que nada gracias al oficio de un Francella más contenido pero de rica gestualidad y a otra buena labor de Daniel Fanego, exacto en la piel de un dirigente cínico y sobrador. Es cierto, le falta más intensidad en el libro, en sus pincelazos humorísticos y en su negro final, pero tiene buenos secundarios (los polis españoles y el asistente de Perón están bien elegidos), una historia llevadora y la pintura sensible de este par de antihéroes que llevan la derrota dibujada en el alma.