Cuatreros: el cine como imposible Una película sobre la imposibilidad de hacer otra película. Ése pudo haber sido el punto de partida del sofisticado sistema narrativo de este sexto largo de Albertina Carri, que luego termina abriendo unas cuantas líneas más, relacionadas con la construcción de un mito, la militancia revolucionaria, su propio pasado y su manera de entender el cine, cada más entregada a la experimentación y el cruce de lenguajes. Con material de archivo, imágenes de una videoinstalación enfocada en la preservación de la memoria y una voz en off que guía un relato deliberadamente sinuoso, Carri consigue armar un film original, emotivo y alejado de las convenciones que vincula los vericuetos de la intimidad con la reflexión política a mayor escala. La investigación alrededor de un libro sobre Isidro Velázquez que el padre de la cineasta, Roberto Carri -secuestrado y desaparecido durante la última dictadura militar-, publicó a fines de los 60 despertó en ella la inquietud por encontrar una película basada en ese texto que filmó Pablo Szir, también víctima del terrorismo de Estado. Así como su padre proponía en aquel libro la posibilidad de ampliar el terreno de la acción política fuera de los límites de los partidos, ella ensancha las fronteras del cine con una película que exhibe desprejuiciadamente y sin pausa convicciones, interrogantes y conflictos profesionales y existenciales. En esa profunda exploración, las huellas de la trágica historia de un país se superponen con las de su propia vida.
Mirando atrás sin rencores Donde hubo fuego cenizas quedan. Eso es lo que confirma a su manera este singular primer largo de ficción de Mariano Goldbrob (también codirector de un documental sobre Pequeña Orquesta Reincidentes estrenado en 2011), cuyos dos protagonistas recorren la noche de Buenos Aires agobiados por el calor y enfrascados en una larga conversación plagada de recuerdos de una relación que significativamente dejó sus huellas. La película dosifica con inteligencia la información sobre ese pasado en común y va comprometiendo gradualmente al espectador en la historia de esa pareja que mira hacia atrás sin rencores y asume el presente con nobleza. El gran trabajo de fotografía de Soledad Rodríguez colabora decisivamente a la creación de los climas que la historia va reclamando. También son sólidas las interpretaciones de Julia Martínez Rubio y Julián Calviño, actores de notable trayectoria en el circuito del teatro off, que cargan sobre sus espaldas el peso del relato con mucha convicción, y muy funcional la banda de sonido, que incluye "Subiendo la cuesta", gran tema de Dios, esa banda original e irrepetible del under porteño de los 90. Los tópicos de esta película económica y efectiva son nada menos el amor y la muerte. Sobre eso se discute con gracia y profundidad en un recorrido que va tomando los matices de la ensoñación a medida que avanza.
Buenas actuaciones, film agrio Lúgubre de principio a fin, la historia de Nieve negra está cargada de tensiones, secretos inconfesables, violencia y gotas de sangre que más de una vez salpican la superficie blanca y helada del hostil entorno en el que se desarrolla. Su eje es el trabajoso reencuentro de dos hermanos que no saben cómo saldar algunas pesadas cuentas familiares del pasado. Asistente de dirección de Fabián Bielinsky, Martín Hodara fue hace diez años el encargado de terminar, en sociedad con Ricardo Darín, un policial que Eduardo Mignogna dejó inconcluso (La señal) y ahora debuta como director en solitario con esta película agria y pesimista, que encuentra en las interpretaciones de Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia su mayor fortaleza. La trama que Hodara desarrolla a fuerza de una exagerada progresión de flashbacks no deja demasiado espacio para que el espectador trabaje: las explicaciones abundan y algunas de ellas lucen forzadas. También es pobre el desarrollo de los secundarios, una falencia que le resta riqueza a la película, sobre todo con profesionales de la solvencia de Federico Luppi y Dolores Fonzi. Sí funcionan muy bien un par de escenas muy intensas (como la exaltada discusión entre el ambiguo personaje de Sbaraglia y su mujer embarazada en medio de una feroz tormenta), que revelan astucia e imaginación para la puesta en escena, y que también hubieran rendido mejor en un contexto propicio, con un trabajo de guión más refinado y menos pedagógico.
Disonantes emociones en conflicto No hay manera de no decir nada. Se puede decir demasiado o bien no decir lo suficiente. Esa idea atraviesa el sexto largometraje de Xavier Dolan, ganador del Gran Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cannes. Con apenas 27 años, este provocador artista canadiense se convirtió en mimado de la crítica gracias a películas intensas y celebradas como Yo maté a mi madre (2009) y Mommy (2014), también ganadora en Cannes. Con Es sólo el fin del mundo, es notorio, las opiniones han estado más divididas. Quien dispara el torrente de potentes emociones que impulsa a la película es un joven dramaturgo que se reencuentra con su disfuncional familia luego de una prolongada ausencia. Tiene la idea de contarles algo muy importante, pero su intención inicial es obturada por una catarata de gritos, reclamos y reacciones histéricas e histriónicas de su madre y sus dos hermanos. Son ellos los que dicen demasiado, frente al estupor del que, aturdido, no logra decir lo suficiente. Dolan cuenta ese visible desencuentro apelando a una sucesión de planos cerrados que acentúan el ahogo que provoca toda la situación e intercalando espaciadamente estilizados flashbacks que rememoran un pasado más luminoso. La única que parece dispuesta a escuchar al recién llegado es su nuera (la gran Marion Cotillard), pero su cordial predisposición no alcanza en medio de tanto barullo.
Entre el corazón y la justicia De un día para otro, la vida de dos matrimonios italianos de clase acomodada cambia radicalmente. Un crimen inesperado que involucra a sus hijos los coloca ante un dilema moral del que no saldrán indemnes. Adaptación libre de una novela que fue best seller en Europa -La cena, del holandés Herman Koch-, esta película del prolífico actor, guionista y director romano Ivanno De Matteo pone el foco en la notoria hipocresía de sus personajes con la intención de reflejar la decadencia de una sociedad atravesada por la violencia, la desigualdad y la alienación. Cuenta para esa tarea con un elenco muy sólido, con su propia pericia para una puesta en escena virtuosa y también con un guión motorizado más de una vez por gruesas manipulaciones. Su objetivo manifiesto, explicó el propio director cuando el largometraje se estrenó en el Festival de Venecia, fue preguntarse hasta qué punto se debe ignorar la conciencia para proteger el estatus. Se sabe que, muchas veces, las razones del corazón están en conflicto con las de la justicia. Y aquí estos padres con visible prestigio en sus respectivas vidas profesionales, y que creían tener todo bajo control, empiezan a notar peligrosas grietas en la base en la que se venían apoyando. Un quiebre que la película podría haber evidenciado sin necesidad de apelar a un final que recurre sin culpa al golpe de efecto.
Casanova variations: aburridas veladas paquetas No hay dudas del talento de John Malkovich como actor. Tampoco de cierta inclinación por la solemnidad. Esta película, extensión cinematográfica de la ópera en dos actos The Giacomo Variations, basada en las memorias del escritor, diplomático y espía Giacomo Casanova, luce como un capricho barroco, afectado y soberanamente aburrido. A lo largo de las dos horas de este híbrido que no se decide por la ópera, el teatro o el cine, Malkovich de despacha con largas peroratas que abruman por su tono pretensioso. Una retórica vacía que parece pensada para aquellas desopilantes veladas paquetas que en los 80 presentaba Andrés Redondo en el ciclo televisivo Hiperhumor.
Lo and Behold: Werner Herzog se sumerge en la Red No hay muchos cineastas con la inventiva, la inteligencia y el sentido del humor de Werner Herzog. A los 74 años, el alemán sigue sorprendiendo con su capacidad para encontrar temas que funcionan como disparadores de películas que, enmarcadas en el terreno del documental, el género sobre el que más ha trabajado en los últimos años, suelen abrir una cantidad notable de perspectivas interesantes, extrañas, sorpresivas, incluso delirantes. En este caso, el punto de partida es la historia de Internet, desde sus inicios en un campus de la Ucla, en 1969, cuando fue enviado el primer mensaje vía Arpanet, red de computadoras creada para comunicar instituciones académicas y estatales de los Estados Unidos. Pero es difícil que Herzog siga una lógica tradicional. Apoyado en su particular estilo como entrevistador, consigue estructurar en diez capítulos una serie de singulares testimonios que dan cuenta de la posibilidad de una hecatombe mundial producida por una tormenta solar que paralizaría las comunicaciones, pronostican la creación de un robot que juegue mejor que Messi o nos pone en contacto con un comunidad que escapa de los efectos nocivos de las señales inalámbricas. Dinámico, provocador, atrapante, el film combina argumentaciones científicas, reflexiones sociológicas y algunas ironías que son marca registrada de Herzog, para terminar dejando un regusto amargo, provocado por las profecías distópicas que el propio director parece abonar.
Una película trash e inexplicable En los últimos veinte años, Ernesto Aguilar ha dirigido una notable cantidad de largometrajes siempre de muy bajo presupuesto. Habitué del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, estrena ahora esta película por momentos insólita, de factura casera y argumento muy elemental, protagonizada por el dueño de una quinta y una vecina cultora de la magia negra que asesina a su marido, transformado súbitamente en zombi inducido a robar a los vecinos del lugar. Aun asumiendo su espíritu trash, es difícil seguir la historia, sobre todo por lo exótico del registro de las actuaciones, propio de un bizarro acto de fin de curso escolar.
Una temporada en el infierno Emiliano Di Giusto cuenta en primera persona una experiencia realmente difícil: la vida que llevó luego de que le diagnosticaron cáncer y los detalles del tratamiento al que tuvo que someterse. Suma testimonios de personas que pasaron por una situación similar. El director se maneja con prudencia, se aleja de los golpes bajos e incluso apela al humor para alivianar un asunto muy denso. Ese desprejuicio potencia el valor de las historias y ayuda a enfrentarse con este material. Obviamente, el tema que sobrevuela el documental es el de la relación con la muerte, ese que nos desvela no bien tomamos conciencia real de su llegada inexorable.
Thriller tenso con sólido elenco Un hotel pegadito a un casino no es un buen destino para un ex jugador empedernido. Alejandro Reynoso (Alejandro Awada) lo sabe, pero aun así decide cumplir con la misión que le encarga su patrón, un veterano y acaudalado empresario de la carne que vive consintiendo a dos nietos que rehúyen sin culpa las responsabilidades de la adultez. Y de pronto se ve envuelto en una peligrosa trama que incluye enredos familiares, atracciones fatales, planes demasiado complicados, traiciones y tráfico de drogas. Inspirada libremente en un clásico de la literatura rusa, El jugador, de Fiodor Dostoievski, la ópera prima de Dan Gueller es una película amarga y oscura. Ningún personaje termina la historia bien parado. Por indolencia, ambición desmedida o mal cálculo, todos ven cómo se desmorona lo que tenían en mente como anhelo, proyecto de despegue o simple redención. La solidez de todo el elenco -en particular la de Awada, que compone con precisión milimétrica a ese hombre taciturno y desencantado que busca una última oportunidad y consigue impregnarle al relato ese tono crepuscular- es una de las fortalezas del film, que crece en las escenas más tensas y pierde algo de potencia cuando quiere filtrar una pizca de humor en la pintura del conflicto familiar. Como en la ruleta, las posibilidades de éxito en sus objetivos que tienen los personajes de esta historia no son muchas. Pero incluso ante esa evidencia no se rinden, se encaminan con obstinación hacia el abismo, torturados por una insatisfacción más vinculada a las grietas existenciales que al deseo de dinero o poder.