Un paranoico esquizofrénico entra a un bar. Crítica a ‘Leyenda: la profesión de la violencia’ Se le debe a Tom Hardy un reconocimiento, es el actor actual más violento en la pantalla grande, y no me refiero a que sus películas sean en sí violentas, sino que su método performático se caracteriza por ser provocador y temible. Le atribuyo esta designación, por muchos debatible, a una pose en particular que está presente siempre y que en Leyenda: la profesión de la violencia se convierte en una especie de guiño o marca del personaje. La tensión tira como una cuerda a punto de cortarse. Los personajes discuten, mientras el intercambio avanza Hardy se acerca a su contraparte, pierde de momento la palabra y presta su oído, escuchar se vuelve de pronto el centro del universo, puesto que es la palabra la ignición que enciende la pólvora y precipita el desastre. Hardy está atento, pero el otro no, puesto que hay una advertencia en la inclinación del cuerpo preparada para asestar el primer golpe. Los ojos nunca sostienen la mirada, no puede distraerse, tampoco quiere persuadir ni intimidar, los hecho se deben suceder en el orden dispuesto por un sentimiento que es verdadero y es reflexivo.
En primer lugar nunca fueron realmente ocho, pienso que tiene que ser un juego de palabras que involucre el hecho de que este es el octavo film de Quentin Tarantino, y que para aquellos más estríctos hay personajes que son verdaderamente odiables, más que el resto al menos, sea cual fuese el caso, las matemáticas no me cierran. Y eso no es lo único que no termina de cerrar en este film, el cual, como es de esperarse, tiene grandes virtudes en lo que respecta a la estructura narrativa, a los diálogos y al desarrollo de los personajes, pero no llega a consolidar una fuerza antagónica, o protagónica, clara puesto que no hay valores sólidos puestos en juego, algo que es fundamental en toda historia para generar empatía y poder predecir el comportamiento humano, y no sea solo un disparate absurdo de temperamentos y voces. Es muy difícil ser justo en la crítica cuando hablamos de un film de Tarantino y Los 8 más odiados quizás sea el más difícil de todos, esto se debe a la carga metatextual de sus film, la cual reside en el estilo, no se ve un film como este sin pensar en toda la filmografía del director anteriormente, es en pleno conocimiento de los medios de producción que uno estudia las decisiones artísticas, Jamuel L. Jackson, por ejemplo, no es un elemento menor, es el portador de la filosofía criminal, siempre adelantándose a los sucesos, penetrando en psique de los demás, exponiéndolos constantemente a su verdadero rostro. Con Michael Madsen pasa algo similar, lo vemos en todos los films como el agente de la violencia, no en sus actos, la violencia es parte de la mecánica de este universo, sino en una provocación silenciosa que saca lo peor de todos aquellos que lo rodean. Es así que cuando uno ve Los 8 más odiados, también ve Perros de reserva, Pulp Fiction, Kill Bill, etc. Ahora bien, ¿dónde el film se traiciona a sí mismo? La violencia es el instrumento con el cual los personajes defienden su integridad, uno es capaz de disfrutarla porque la entiende como inevitable y necesaria, en Los 8 más odiados no es ni lo uno ni lo otro, es parte de la agenda insidiosa de hombres en estado salvaje, en bestias más allá de cualquier redención. La propuesta, un contained thriller mezcla de whodunit, siempre fue la de un relato con personajes sin cenit moral y como el que avisa no traiciona todos los vicios y la decadencia están perdonados. Pero es perdonándolo todo que este film no es suficiente.
Joy: el nombre del éxito, es un film semi biográfico sobre una mujer que inventa un modelo de trapeador que puede limpiarse con facilidad, lo inventa como resultado de una serie de experiencias y situaciones en su vida, verán, la vida de Joy no era feliz, su madre había abandonado la vida social para alienarse frente al televisor, su ex-marido nunca asumió la responsabilidad de la carga familiar y no se había mudado de su casa luego de divorciados, su padre y su hermanastra conspiraban en contra de ella y sus ideas, la única quien motivaba a Joy a buscar más en la vida era su abuela, pero desde el lugar terrible de la expectativa, constantemente le sumaba la presión de ser exitosa, la presión de ser feliz, la presión de la promesa infinita de una vida mejor. Bueno, sucede con Joy que inventa un trapeador, uno con ciertas ventajas, se estruja solo y la cabeza de algodón es lavable, pero comercializar un producto no es lo mismo que crearlo, y si Joy pensaba que la vida familiar la hacía miserable no tenía ni idea que el mercado es un lugar mucho más descorazonado, y es allí donde la película comienza, me gusta describir el momento del film que es anterior al punto de inflexión del segundo acto, porque es el momento donde todo empeora, por supuesto nosotros ya estamos al tanto del estilo cómico de David O. Russell así que podemos sufrir con el personaje Jennifer Lawrence todo lo que deseemos sabiendo que al final siempre hay recompensa. Es importante para una crítica útil de Joy: el nombre del éxito que mencionemos las tendencias de Russell en la construcción narrativa pues es un realizador que se repite mucho y de forma grosera, como por ejemplo la eterna repetición de la pareja Lawrence-Cooper, quienes poseen en pantalla una química gustable pero un poco estropeada por el uso, sin embargo hay pequeños descubrimientos, ciertas composición de la imagen acertadas, como la demora de la presentación de los personajes, o la obstrucción deliberada de los personajes secundarios, también hay metáforas afortunadas, las escenas de las armas como la cima de la determinación empresarial por ejemplo. Un film que no trasciende puede ser un film digno, este es el caso Joy: el nombre del éxito, una historia tierna y por momentos perturbadora, que nos recuerda que debemos seguir luchando, que los fracasos no son determinantes y que la vida es larga, tanto en victorias como en frustraciones.
Un film basado casi en exclusividad a tomas de deportes extremos en los lugares más impactantes y recónditos del mundo. Lamentablemente el montaje acelerado no le permite encontrar plenitud en las imágenes. Tampoco colaboran los personajes ni la historia. El director, Ericson Core, falló en darse cuenta de que la plenitud se encuentra en las relaciones con los otros.
La reciente adaptación del clásico Shakesperiano encuentra su camino a la modernidad sin faltar a su trágica esencia. Macbeth, hombre conducido por la ambición, tanto suya como por la de su esposa, llega a ser rey, sólo para dar cuenta de lo afilada y mortal que es la espada de Damocles que pende sobre el. Rápidamente Macbeth es consumido por la locura llevando a todos aquellos que lo rodean a la desesperación y la muerte. El film dirigido por Justin Kurzel (el encargado de la adaptación de Assassin’s Creed) se inscribe entre esas grandes obras donde las actuaciones eclipsan la pantalla, la orquesta se organiza de tal forma que las interpretaciones no dan respiro. La cinematografía, realizada con una visión ejemplar de la épica, da paso al motor sentimental del texto, tanto en la voz como en el cuerpo del actor.
Star Wars: el despertar de la fuerza, la película más esperada del año resultó la decepción profunda de una historia que nunca estará a la altura de todo lo que pudo ser. Cuestiones éticas no me permiten ahondar en la trama, es necesario evitar los spoilers a fin de que ciertas ideas puedan expresarse sin temor a herir la experiencia artística.
Las pasiones siempre ganan. Crítica a ‘Secretos de una obsesión’ El secreto de sus ojos de Campanella tuvo un gran mérito, se impuso como obra icónica argentina pese a ser un policial. Es decir al encontrarse en el lado correcto de la ley. Hasta El secreto… la película por antonomasia argentina era indiscutiblemente 9 Reinas de Bielinsky, la cual exhibe el entusiasmo por la ilegalidad y la travesura. El policial whodunit es por definición un género basado en la persecución de la legalidad, donde el fin mismo está puesto en descubrir quién es el criminal.
Dejen de joder con el orden natural de las cosas, che. Crítica a Victor Frankenstein A ver, me dicen que es un nuevo giro a la historia legendaria del Doc y su jorobado asistente, pues tengo que admitir que me cuesta ver eso de lo “nuevo”. Digo, Victor Frankenstein en una aventura gótica steampunk, eso ya lo vimos en Van Helsing y I, Frankenstein. Aunque es para notar que, al menos, en la nueva película de Paul McGuigan (Push, 7 El número equivocado) está Igor.
Canción de hielo y fuego. Crítica a ‘Hunger Games: Mockingjay Part 2’ Y así termina una saga de películas muy sinuosas, con momentos álgidos y clichés abominables. La impresión inmediata es la de un film emocionante que concluye el relato de un mundo del que ya no queremos saber nada más.
Algo que no se le puede criticar a M. Night Shyamalan es que siempre ha jugado según las reglas. No lo olvidemos, porque fue justamente eso lo que nos atrapó de él en primer lugar. Claro que podemos reconocer dos grandes conjuntos en su filmografía; por un lado tenemos sus obras más recientes como The Happening y After Earth las cuales pertenecen al conjunto de lo infame, un corpus mediocre en el cual todos los recursos narrativos fallaban. En el otro conjunto se encuentran los clásicos inmediatos como Sexto sentido y El protegido, obras que se caracterizan un performance narrativa impecable y por una singularidad, algo irrepetible e indiscutido que a lo bueno de lo excelente. En Sexto sentido es la conversación entre Cole (Haley Joel Osment) y su madre, Lynn (Toni Collette), donde él encuentra la manera de contarle a la madre sobre sus poderes y sentimos el terrible alivio de saber descifrar qué hay después de la muerte. La singularidad no es el giro argumental del final; los giros, no importa que tan buenos sean son parte de la estructura asumida por Shyamalan que tiene su base en la literatura de terror. En El protegido, la singularidad se encuentra en la escena donde Joseph apunta con un arma a su padre David (Bruce Willis). Los hijos siempre demandan que los padres estén a la altura de sus fantasías, acá se le permite a Joseph llevar esto hacia un límite dramático trágico, donde la verdadera naturaleza de los personajes se descubre como una maldición y se esconde en la deprimente vida familiar de los suburbios americanos.