La premisa es sencilla y hasta naif: una joven aspirante a actriz trabaja en una cafetería de un gran Estudio mientras sueña y se presenta a infinidad de castings. Por otro lado, un joven pianista, amante del jazz que sobrevive tocando música comercial mientras planea abrir su propio club. Los caminos de esta pareja se cruzan y el amor nace mientras luchan por forjarse un futuro en Los Ángeles. Damien Chazelle homenajea al cine de Fred Astaire y Gene Kelly con esta película bella de principio a fin. Una cinta rodada en colores estridentes, en escenarios naturales con cielos estrellados inmensos de fondos, farolas que iluminan la puesta y en donde los intérpretes y el reparto en general cantan, bailan y participan de elaboradas coreografías como quien dice "Buen día". En épocas de remakes, secuelas, precuelas y cualquier cosa que Hollywood pueda franquiciar, La La Land es una gema que no se puede dejar pasar, atrevida, original, irreverente, pero además técnicamente gloriosa, una declaración de amor al séptimo arte en cada plano, en cada movimiento de cámara. Un viaje a través del túnel del tiempo a los cuarenta y cincuenta, en un filme que pese a eso, nunca luce anacrónico, por el contrario, destila modernidad. Muchas veces se ha hablado de "la química" de tal o cual pareja, pero no fue hasta ver en pantalla grande a Emma Stone y Ryan Gosling, que este dicho tomó otra dimensión. Juntos son dinamita. Una pareja que trasmite alegría y emoción pero también frustración y ciertos toques de nostalgia. Y todo lo demuestran sin necesidad de impostar, de manera tan natural, que cuando lo hacen a través de una canción, logran calar hondo en el corazón del espectador. Y es que, en la relación de ambos, está el alma de la película, cuyo subtexto no es "el difícil camino de la fama" sino "el arduo trajín de los soñadores". Párrafo aparte para la estupenda música de Justin Hurwitz, que fusiona Jazz clásico con música orquestal y melodías pegadizas, que invitan a tararear. Todo lo que un buen musical debe tener para triunfar. Obviamente La La Land no es para todos los públicos, quienes no se permitan ingresar en la fantasía de un mundo musical, sentirán que el filme no tiene sentido. Sin embargo, para aquellos que adoran el género, las historias románticas y el cine clásico, ver esta cinta en pantalla gigante, en la oscuridad de una sala, es una ceremonia que merece ser vivida.
Callum, un hombre a punto de ser ejecutado tras ser sentenciado a muerte, es rescatado por una organización que pretende utilizarlo para que viaje al pasado y descubra secretos ocultos de un antepasado perteneciente a la orden de "Los Asesinos", una logia en constante lucha con "Los Templarios". En su viaje a la España de la Inquisición deberá encontrar la "fruta del Edén", la manzana mordida por Eva en el Paraíso. Rodada por Justin Kurzel como si de un videojuego se tratara, esta aventura que combina ciencia ficción con acción, posee escenas de alto impacto visual. Desarrollada entre dos mundos, un presente tecnológico y un pasado medieval, es imposible buscar coherencia histórica en la trama, aquí todo está construido para el lucimiento del protagonista (un atlético y "pocas pulgas" Michael Fassbender) y para facturar con los clásicos subproductos que se supone, generará esta franquicia. La Andalucía en donde se dan los momentos más espectaculares del filme, resultan un escenario alucinante para las persecuciones y luchas cuerpo a cuerpo entre los distintos "credos". Más digital que real, el artificio no molesta, teniendo en cuenta que la idea del realizador es que los espectadores experimenten el filme como si fueran parte de un videojuego. No hace falta ser un iniciado en el mundillo de Assassin´s Creed para entender una trama clásica, sencilla y corta. Casi una excusa para lo realmente importante: las secuencias de batallas, escapes y saltos al vacío. Lejana a las aventuras de "capas y espadas" más clásicas de Hollywood, esta es una cinta para las nuevas generaciones de espectadores, criados bajo el ala protectora de un joystick.
La nueva película de Disney es una maravilla visual que encantará a grandes y niños Ante la posible desaparición de su pueblo, Moana, la hija del jefe de una tribu de la Polinesia, acude al llamado del Mar. Acompañada por Maui, un semidiós gigante, vivirá un sinfín de aventuras en medio del peligroso Océano. Moana, es técnicamente una princesa de la galería de Disney, pero en términos reales, es una verdadera heroína. Astuta, valiente, y sin "un príncipe azul" como objetivo. De hecho, no hay interés romántico en la trama. Es en parte por esto, que la cinta es disfrutable para todos los públicos, incluido los varones, muchas veces relegados en este tipo de historias. Ron Clements y John Musker, dos próceres que rescataron al estudio del Ratón Mickey con La Sirenita, dotan a esta película de una animación sofisticada, visualmente poderosa que atrapa, hipnotiza y que hace imposible que el espectador intente apartar la vista de la pantalla. Para eso, han combinado técnicas de última generación con animación tradicional, generando texturas, profundidad y realidad. Como viene ocurriendo en casi todos los filmes del estudio, la música es un pilar fundamental y en esta oportunidad, como en Frozen, el metraje está plagado de hits instantáneos, gracias al talento de Lin Manuel-Miranda. Acción, mucho humor, momentos emotivos y un mensaje de superación y de pertenencia, hacen de Moana: un mar de aventuras, una película profunda que nunca se transforma en solemne ni discursiva. Todo aquí fluye de manera natural, como el agua que corre por los océanos.
Darín vs Sbaraglia Es en “Nieve Negra” un drama de suspenso en el que también se destacan Federico Luppi, Dolores Fonzi y la española Laia Costa Marcos regresa a la Argentina con su esposa embarazada. Lo hace tras la muerte de su padre, para terminar de cerrar la sucesión de la herencia. Para eso tendrá que mediar con su hermano mayor, Salvador, que vive como un ermitaño en la vieja cabaña familiar, en medio de la nieve. La relación de ambos, está marcada por oscuros secretos familiares que vuelven a salir a la luz. Martin Hodara dirige este filme intimista en un ámbito imponente: una pequeña cabaña anclada sobre el manto blanco e inmenso que forma la nieve en la montaña. El metraje avanza despacio, demasiado despacio, hasta una revelación final, que si bien no resulta sorprendente, al menos funciona para justificar ciertos aspectos de la trama. Leonardo Sbaraglia, el verdadero protagonista del filme, encarna a un sufrido hombre que calla más de lo que dice. Ricardo Darín, con menos tiempo en pantalla del esperado, se impone sobre el resto del elenco, componiendo a un hombre de montaña, rudo, osco y de armas tomar. La relación entre ambos hermanos, no está del todo desarrollada y los baches argumentales son suplidos con tecnicismos que el director utiliza para narrar momentos presentes y del pasado. Así, asistimos a planos secuencias muy complejos que funcionan como transición para los flashbacks que nos revelan la torturada infancia de algunos miembros de esta familia. Está claro que visualmente Nieve Negra es mucho más poderosa que argumentalmente. Lenta, pretenciosa por momentos, si el director hubiera intentado acercarse más al género, y menos al cine de autor europeo, quizás estaríamos ante una gran cinta, y no ante una película que en muchos momentos hace tanta agua como la nieve al derretirse.
Una película coreana de muertos vivos que hará las delicias de quienes gusten de este cine Un Apocalipsis Zombie se desata en Seúl. Un grupo de sobrevivientes logra escapar en un tren que se dirige a la ciudad de Busan. Llegar sanos y salvos no será tarea sencilla para los pasajeros de esta formación de alta velocidad. El cine coreano de horror nos ha regalado grandes cintas en el pasado, películas que han servido de inspiración a infinidad de remakes norteamericanas. Claro que las originales siempre son mejores. Por eso, el estreno de este filme en salas comerciales argentinas es motivo de celebración. Primero, porque en raras oportunidades llegan largometrajes del lejano oriente a los cines nacionales, y mucho menos si son de horror. Y segundo, porque Invasión Zombie, es una gran película, que pese a tocar un tema reiterado como el de los "No-Muertos", lo hace de manera original, entretenida y con grandes dosis de acción, suspenso y sangre. Los personajes, un grupo variopinto que van desde un padre y su pequeña hija, pasando por el CEO de una empresa hasta una pareja embarazada, están tan bien delineados, que empatizar con ellos no resulta una tarea difícil. El director Sang-ho Yeon construye la película a pura tensión, dándole espacio a los conflictos personales de cada uno de los protagonistas en una trama mucho más grande en donde la confianza y el trabajo en equipo entre todos los personajes resulta fundamental. El filme no tiene nada que envidiarle a las producciones de Hollywood. Los efectos son logrados, impactantes y los Zombies lucen aterradores y para nada lentos y tambaleantes como los clásicos "caminantes". Invasión Zombie es una experiencia fílmica extrema, que merece ser vista en pantalla grande y en la inquietante oscuridad de la sala.
Años 40. Segunda Guerra Mundial. Max Vatan (Brad Pitt) es un agente de inteligencia de los Aliados que debe realizar una misión casi suicida en el norte de África junto a la espía francesa Marianne Beausejour (Marion Cotillard). En la peligrosa Marruecos, nace el amor entre ellos y pronto terminan casados y viviendo una vida feliz en Londres. Pero el cuento de hadas se rompe en pedazos cuando la inteligencia inglesa descubre que Marianne puede ser en realidad una doble agente trabajando para los nazis. Robert Zemeckis es el responsable de esta enorme película de época, que se nutre de los clásicos del género para homenajear a cintas míticas como Casablanca y el cine de Hitchcock. Los encuadres panorámicos, la utilización de estudios artificiales como locaciones y los tiempos en los que se desarrolla la trama remiten al cine de los cuarenta, sin que esto haga lucir a la película anacrónica. Por el contrario, es entretenida y tiene intriga, y también una pareja protagónica con mucha química. Pitt elegante y entregado a la causa encaja a la perfección con la bella y sofisticada Cotillard. La dirección de arte, los efectos en las escenas visuales (sobre todo una secuencia en pleno bombardeo) y la puesta general lucen perfectas, como ocurre en cada filme de Zemeckis. Se podrá decir que el guión y el desenlace resultan previsibles, pero lo cierto es que las dos horas de metraje se hacen llevaderas y el resultado final es más que satisfactorio.
Howard (Will Smith) es un exitoso ejecutivo de publicidad de Nueva York. Su vida cambia drásticamente cuando una tragedia personal le golpea con fuerza, haciendo que se suma en una profunda depresión. Sus compañeros más cercanos pondrán en marcha un plan poco convencional, que obligará a Howard a afrontar su sufrimiento de una manera sorprendente y profundamente humana. Como ocurriera en su momento con Siete Almas y En Busca de la felicidad, Will Smith protagoniza este melodrama, que combina espíritu navideño con algunos golpes bajos previsibles. Y si se puede encontrar cierta inspiración en Un Cuento de Navidad de Dickens, no es solo porque la historia está ambientada en Nueva York durante las fiestas de fin de año, sino porque el personaje principal también recibirá las visitas de tres "apariciones": el Tiempo, el Amor y la Muerte. Como un moderno Scrooge, Howard deberá lidiar no solo con su dolor íntimo sino con la interpelación de este trio que muy bien componen Jacob Latimore, Keira Knightley (más bella que nunca) y Helen Mirren (que se roba la película a fuerza de carisma y talento). Hay en el metraje lugar para los toques de comedia, para cierta intriga que al final es develada en un climax lacrimógeno y por supuesto para un mensaje alentador. El guión es sencillo, simple y va al grano, por supuesto busca la lagrima del espectador y por cierto, en algunas secuencias hay que tener el corazón de piedra para no conmoverse. Una historia de redención, amor incondicional, fe y amistad que es necesario ver con un paquete de pañuelos en la mano. Para descubrir que, tras un dolor inmenso, se puede esconder una belleza inesperada.
No es una película de la serie Star Wars. Pero es una película de Star Wars. ¿Cómo se entiende esta contradicción? Rogue One no es parte de la saga de siete largometrajes hasta ahora, creada por George Lucas, que tiene como antecedente al título la palabra "Episodio". Es un filme que se desarrolla entre Episodio III: La venganza de los Sith y Episodio IV: Una nueva Esperanza, pero que funciona como una historia independiente. Por supuesto, el Universo es el mismo y algunos personajes y sobre todo uno de los "villanos" resultarán familiares para los iniciados en este mundillo galáctico. A la vez, como ninguno de las cintas modernas de SW, ésta respeta la estética, los climas y hasta la estructura narrativa de la original. El guión nos presenta a un grupo de rebeldes intentando robar los planos de la "Estrella de la muerte" un arma poderosa capaz de destruir un planeta entero. Jyn Erso, una heroína con una niñez difícil en su pasado, encabeza un variopinto grupo de renegados en esta misión de tintes suicidas. Gareth Edwards dirige con buen pulso un metraje en el que abunda la intriga, la aventura, la acción y los momentos de humor y drama. Cine clásico de género, hecho y derecho. La dirección de arte, fabulosa, nunca abusa de los escenarios digitales, por el contrario lo real prima sobre los fondos generados por computadora. La suciedad del vestuario y las locaciones resaltan gracias a encuadres cuasi documentales y una fotografía granulada y contrastada que remite a los setenta. Los personajes son empáticos, cada uno de ellos está bien presentado y tiene su momento de lucimiento. Felicity Jones conmueve. Diego Luna resulta creíble. Mads Mikelsen, Forrest Withaker y el resto del elenco se mueven como peces en el agua. Los "chiches tecnológicos" el director se los reserva para traer a la pantalla a personajes impensados, sobre todo por cuestiones de la cronología humana, verdaderos homenajes a la cinta original que harán delirar a los fanáticos. Créanme, hay algunas escenas que son pura "magia del cine". Ya todos saben que Darth Vader está presente. El contexto y la trama lo permiten. Aquí no hay presencias forzadas. Y el malo, más malo de la Galaxia, no defrauda. Rogue One es todo lo que El despertar de la fuerza no fue. Pero también, es más que la trilogía que George Lucas filmó a principios del nuevo siglo. Un filme de culto instantáneo, en el que La Fuerza se siente desde el primero hasta el último de los fotogramas.
Naomi Watts es la protagonista de esta turbadora historia de horror intimista Naomi Watts es una psicóloga infantil que habita una casa en medio de la nieve acompañada solo por un hijo tetrapléjico al que cuida amorosamente. La llegada a su vida de un niño huérfano sordomudo la llevará a vivir experiencias extremas de horror en las que nada es lo que parece. Farren Blackburn dirige esta interesante y original cinta, que con pocos actores y recursos de producción mínimos logra generar climas de terror y suspenso de manera efectiva. Watts logra transmitir sus sufrimientos, primero como una madre castigada por la vida y luego como una "reina del grito" sutil. El elenco que la acompaña cumple, aunque vuelve a sobresalir por encima del resto el niño de La Habitación, Jacob Tremblay (otra vez como un infante dócil, aunque en esta oportunidad apelando a ciertas cuotas de misterio detrás de su inocente mirada). Bien filmada y entretenida, con algunos homenajes a "El Resplandor", hay en el guión una clásica vuelta de tuerca sobre el final que resulta un tanto previsible. Pese a eso, es un filme que sin ser una obra maestra del género se deja ver.
Llega la nueva película de Oliver Stone basada en la vida de Edward Snowden, una de las figuras más controvertidas de los últimos años En 2003 Snowden se unió al ejército norteamericano, con la intención de poder formar parte de las Fuerzas Especiales. Pero, después de un accidente y obligado a dejar el servicio acabó trabajando en la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) y en la CIA. Con el tiempo, gracias a contar con datos privilegiados, Snowden filtró documentos que revelaron importante información sobre la NSA. Tras la publicación de estos archivos por la prensa de todo el mundo, se produjo un revuelo inmediato, ya que sacaban a la luz una trama de espionaje masivo por parte del gobierno de Estados Unidos, convirtiendo a Snowden en un traidor para su país. Tras muchas películas fallidas, Oliver Stone recupera el pulso, y nos presenta un biopic muy bien narrado, plagado de intriga y tensión. Con un puntapié inicial en el año 2013, retratando la reunión de Snowden con un grupo de periodistas, el director nos lleva por un recorrido hacia el pasado del protagonista, un viaje que lo pinta de cuerpo entero, y que nunca es benevolente. Obviamente, la cinta tiene un contexto de denuncia, y si bien no es maniquea, deja muy en claro quienes, entre los malos, son "los más malos". Gran labor de Joseph Gordon-Levitt, muy medido, que va transformándose en el avance de la trama y cada uno de sus cambios están sutilmente expuestos por el intérprete. Las dos horas y cuarto de metraje pueden resultar un tanto extensas, pero el interés por lo que sucede nunca decae, por el contrario, el clasicismo de la puesta colocan a esta propuesta como uno de los mejores thrillers políticos de los últimos tiempos.