“A La Deriva” (Adrift, 2018) es un drama romántico dirigido por Baltasar Kormákur (Everest) y escrito por David Branson Smith, Jordan y Aaron Kandell. La cinta está basada en el libro autobiográfico “Red Sky in Mourning: A True Story of Love, Loss and Survival at Sea”, que Tami Ashcraft escribió junto a Susea McGearhart. Protagonizada por Shailene Woodley (que también es una de las productoras) y Sam Claflin, el reparto se completa con Grace Palmer, Jeffrey Thomas y Elizabeth Hawthorne. La historia se centra en la vida real de Tami Oldham (Shailene Woodley), una joven californiana de espíritu aventurero que en 1983 llega a la isla de Tahití sin tener un trabajo fijo ni saber cuánto tiempo se quedará. Allí conoce a Richard Sharp (Sam Claflin), un marinero inglés de 33 años que hace un tiempo construyó su propio barco. Con el pasar de los meses los dos se van enamorando y empiezan una relación. Un día, Richard se topa con Christine (Elizabeth Hawthorne) y Peter (Jeffrey Thomas), unos viejos amigos que le piden un favor: como ellos deben volverse rápidamente a Londres, necesitan que alguien navegue su yate por el océano Pacífico hasta la ciudad de San Diego. Si Richard acepta ayudarlos, recibirá diez mil dólares y pasajes de ida y vuelta en primera clase. Tami y su novio se embarcan en esta aventura; no obstante, las cosas comienzan a complicarse debido al huracán Raymond, que alcanza dimensiones jamás imaginadas. Las películas románticas buenas en este último tiempo escasean, ya sea porque no se desarrollan bien los personajes, porque se usan demasiados clichés o debido a que la emoción que pretenden transmitir no traspasa la pantalla. Por suerte, “A La Deriva” escapa a todo eso y sin dudas quedará en la memoria de los fanáticos del género, más aún porque es un relato real. La estructura narrativa no es lineal, es decir que veremos escenas del barco destrozado luego de la tormenta combinadas con los hechos que ocurrieron cinco meses antes, cuando Tami conoce a Richard. Aunque al principio esta forma de contar la historia pueda resultar chocante, mientras pasan los minutos uno se llega a acostumbrar, por lo cual la edición deja de ser un problema. Se podría decir que la película tiene una duración corta (1 hora y 40 minutos), sin embargo al espectador le deja la sensación de que fue muchísimo más larga. Y esto no tiene que ver con que el filme sea aburrido o pesado, sino que uno sufre emocionalmente casi de la misma manera que los protagonistas, por lo que, al involucrarnos tanto, la travesía también es abrumadora para nosotros. Con respecto a esto último, el mérito absoluto lo comparten tanto el director como los protagonistas. Baltasar Kormákur decidió que más del 90% de la cinta sea filmada en el mar, por lo que la mayoría de las escenas tienen un realismo impactante. La cámara se mueve como el océano y en varias ocasiones vemos por debajo del agua, recurso más que bien utilizado. En cuanto a los actores, la química entre Woodley y Claflin es innegable. Sus miradas, sonrisas, el apoyo mutuo que se dan y la enternecedora relación sana que construyeron son solo algunos de los aspectos que consiguen que la empatía hacia ellos sea suprema. Párrafo aparte para Shailene, que luego de verla actuar en Adrift se entiende por qué también quiso ser productora. La actriz nació para interpretar este papel y es imposible imaginarse a otra persona en el rol de Tami Oldham ya que las dos mujeres comparten varias similitudes en cuanto al estilo de vida. Antes del rodaje Woodley, que ya era amante del agua, perfeccionó sus habilidades náuticas y durante la etapa de filmación se sometió a una dieta extrema en la cual comía solo 350 calorías por día, para así reflejar cómo Tami pasó los días en el medio de la nada racionando las pocas latas de sardinas que le quedaban. Ultra natural en todo momento, es casi imposible no emocionarse con su interpretación, la cual se alza como una de las mejores de su carrera. “A La Deriva” deja un gran mensaje de fortaleza, vulnerabilidad, supervivencia y, sobre todo, amor. Para disfrutarla a pleno es recomendable no leer nada sobre la historia real de Tami. Eso sí, ¡no olvides los pañuelitos!
Una familia, muchos secretos “La Quietud” es una película nacional de drama dirigida, escrita y producida por Pablo Trapero (7 Días en La Habana, Elefante Blanco). El reparto está compuesto por Martina Gusmán (Leonera, Carancho), Graciela Borges, la franco-argentina Bérénice Bejo (The Artist), Edgar Ramírez (Joy, La Chica del Tren), Joaquín Furriel (Las Grietas de Jara, El Jardín de Bronce), entre otros. La cinta participará en la 75 Mostra de la Biennale de Venecia siendo parte de la Selección Oficial por fuera de la competencia. Desde su infancia, Mía (Martina Gusmán) vive en la serena estancia de campo llamada “La Quietud”. Debido a que su padre sufrió un accidente cerebro vascular, su hermana mayor, Eugenia (Bérénice Bejo), decide volver al país tras residir en París, ciudad que fue su hogar por 15 años, para acompañar a la familia en este difícil momento. El reencuentro entre las hermanas se dará bajo la atenta mirada de Esmeralda (Graciela Borges), madre de carácter fuerte que estará súper emocionada por la gran noticia que le trae su hija. Con la llegada de Vincent (Edgar Ramírez), pareja de Eugenia, y la presencia de Esteban (Joaquín Furriel), escribano y amigo de la familia, las mentiras y engaños no tardarán en salir a la luz. Luego de “El Clan” (2015), donde fuimos testigos de la maldad que presentaba el patriarca Arquímedes Puccio (Guillermo Francella), a Trapero le interesó explorar el universo femenino con esta película. Y qué mejor que hacerlo retratando a una familia de clase alta, que por fuera de la casa parece que todo anda en calma, sin embargo dentro de esas paredes los secretos se acumulan. El foco del film está puesto en las diversas relaciones y las revelaciones que se van dando hacen que la narración se vuelva atractiva. Puede compararse a la cinta con un culebrón, ya que las situaciones que se plantean abarcan el embarazo, la sexualidad, tristeza ante la pérdida de un ser querido, locura, infidelidades, celos, el deseo de ser reconocido, etc. Al tener tantos temas se necesitaba de un gran trabajo por parte de los actores para que todo resulte creíble y sin dudarlo aquí el reparto elegido funciona. Martina Gusmán se luce interpretando a Mía, una mujer contenida que desde siempre fue dejada de lado por su madre ya que ésta siempre prefirió a su hermana. Al no sentirse amada, el único refugio que tiene es su padre, al que ella considera su héroe, sin embargo no todo es lo que parece. Graciela Borges sólo con su presencia intimida y genera tensión, más aún en las incómodas y silenciosas cenas que se dan en la finca. En este escenario, los hombres nunca llegan a ser el centro de atención, más bien están a merced de las mujeres. En cuanto a ellas no se puede dejar de mencionar el vínculo primordial del film: las dos hermanas. Desde una de las primeras escenas juntas, ya captamos que Mía y Eugenia tienen un trato particular y distinto al de cualquier otro. El parecido físico entre Gusmán y Bejo ayuda mucho a que nos creamos que verdaderamente comparten la misma sangre. El trasfondo político, basado en la impunidad que hubo en la década del 70, hace que la cinta sea muy argentina. Además, le aporta una gran cuota de realismo ya que los sucesos de la película referidos a ese aspecto no son ficción, por más que estos personajes sí lo sean. La estancia de campo, que en la realidad está ubicada en Luján, así como los caballos, las flores y el césped contrastan a la perfección con las escenas de la ciudad y las avenidas llenas de autos. La música también es uno de los elementos principales y, aunque en el primer tramo es usada para momentos de relleno que parecen más un videoclip, no se puede negar que la canción “Amor Completo” de Mon Laferte encaja por completo con lo que expone el filme. Por más que “La Quietud” tenga un desenlace que deja un par de cabos sueltos sobre las figuras masculinas, su desarrollo resulta todo un deleite por mantener y acrecentar el interés. Si se tiene en cuenta la forma en que la película está filmada, solo por ello ya merece ser vista en cine.
Maestro y aprendiz “La Educación del Rey” es un thriller policial nacional con toques de western que constituye la ópera prima de Santiago Esteves. Él fue el director, productor, se ocupó del montaje y co-escribió el guión junto a Juan Manuel Bordón. Filmada en Mendoza, el reparto del film incluye a Matías Encinas, Germán De Silva (Relatos Salvajes, Arpón), Mario Jara, Elena Schnell, Jorge Prado, Martín Arrojo, Walter Jakob, Marcelo Lacerna y Esteban Lamothe. La cinta ganó el Premio Cine en Construcción en el Festival de San Sebastián en 2016; un año después, se estrenó en la sección Horizontes Latinos del mismo festival, lo que generó un gran recorrido internacional. Fue originalmente concebida como una miniserie para la Televisión Digital Abierta, éste es el motivo por el que tardó tanto en estrenarse en nuestro país. La trama gira en torno a Reynaldo (Matías Encinas), un joven de 16 años que conoce a “El Momia” (Mario Jara) gracias a su hermano. Éste le da instrucciones a Rey para que realice su primer robo. Por la noche, Rey se mete en una escribanía y encuentra la caja con dinero que le indicó Momia, sin embargo cuando está por irse la alarma se activa, haciendo que el plan se salga de control. Con la policía pisándole los talones, el adolescente no tiene otra alternativa que escapar por los techos. Al estar tan apurado, tropieza y cae en el vivero de Carlos Vargas (Germán De Silva), un ex guardia de seguridad. Sin seguir los consejos de su hijo, Carlos decide proteger a Rey por lo que le propone un trato: el chico podrá retirarse de allí cuando arregle el daño que provocó a las macetas de Mabel (Elena Schnell), esposa de Carlos. Así se formará una relación de padre e hijo entre estas dos personas que provienen de generaciones distintas. No obstante, la paz no durará mucho ya que los jefes de Momia harán lo que sea por obtener el dinero que Rey escondió, poniendo en peligro tanto a su hermano como a su madre. “La Educación del Rey” es el claro ejemplo de que si se tiene una buena historia para contar, no importa el poco presupuesto que se tenga para llevarla a cabo. En algunas partes, en especial la caída en el jardín que sirve como episodio central para que los dos protagonistas se conozcan, la luz juega una mala pasada y no se logra distinguir muy bien qué ocurrió, sin embargo estos detalles pueden dejarse pasar al ser testigos de la interesante dinámica que se da entre el guardia retirado y el jovencito. Es para destacar que ésta fue la primera experiencia de Matías Encinas en cine, ya que desde chico solo realizó teatro. El actor logra dar una buena interpretación y con su personaje el director consigue eliminar prejuicios. Por otro lado, Germán De Silva construye a un señor serio pero de buen corazón, que en ningún momento duda en ponerse en el lugar del adolescente y optar por su bienestar. Entre la reconstrucción del vivero, el aprendizaje de manejo de armas y las cenas compartidas, Rey y Carlos hacen que el film nunca se vuelva denso. Que la película se haya grabado en zonas marginales le da más realismo a la trama, en especial cuando entran en juego los violentos jefes de Momia, que se da a entender que están asociados con la policía. Lo único que queda muy descolgado es la participación especial que tiene Esteban Lamothe, que más que un papel es un cameo que dura como máximo 2 minutos. Con un desarrollo que mantiene el interés, “La Educación del Rey” nos deja satisfechos con su desenlace, siendo un más que buen debut de Santiago Esteves.
Pérdida y nuevo comienzo “El Repostero de Berlín” (The Cakemaker, 2017) es una película dramática que constituye la ópera prima de Ofir Raul Graizer, el cual la dirigió y escribió. Co-producida entre Alemania e Israel, el reparto está compuesto por Tim Kalklof, Sarah Adler, Tamir Ben Yehuda, Tohar Shtrauss, Roy Miller, Sandra Sade, entre otros. Obtuvo nueve nominaciones en el Festival de Cine Israelí de 2018, a la vez que ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary (República Checa). La historia se centra en Thomas (Tim Kalklof), un pastelero alemán que trabaja en el Kredenz Café de Berlín. Él comienza a tener una relación amorosa con Oren (Roy Miller), un hombre israelí que se encuentra allí por trabajo y queda encantado con su torta de Selva Negra. Desafortunadamente Oren muere en un accidente de auto, por lo que Thomas decide viajar a Jerusalén y conocer en detalle cómo es la vida de Anat (Sarah Adler) e Itai (Tamir Ben Yehuda), viuda e hijo de Oren. La mujer tiene una cafetería, por lo que Thomas le consulta si necesita ayuda en lo que sea. De limpiar vasos y hacer mandados, el repostero pasará a hacer lo que más sabe: galletas y pasteles. Debido a estas delicias, el negocio irá teniendo mucha más clientela, sin embargo la mentira tiene patas cortas y pronto Anat descubrirá el secreto que guarda Thomas. A través de una perspectiva intimista, Graizer nos introduce en un relato que trata sobre amor, la diferencia entre religiones, la identidad y el duelo. Tim Kalklof, que interpreta al protagonista, no necesita muchas palabras para transmitir su desconcierto ante la pérdida de su amante. Callado y solitario, sus silencios son parte de su personalidad y en sus expresiones faciales podemos ver que encuentra su lugar en el mundo trabajando para la viuda de Oren. El film se desarrolla con un ritmo que muchos podrán considerar lento, ya que no es que pasen muchas cosas en la historia, sin embargo el director logra crear una atmósfera particular llena de sensualidad a través de los dulces alimentos y sus respectivos sabores. El problema con esta cinta está en su tramo final. De acuerdo a cómo se dan las cosas, Anat podría haber descubierto que Thomas fue amante de su marido prácticamente desde que el joven se presenta en su empleo. Se incluye una escena sexual demasiado extensa, hay momentos que deberían haberse mostrado en pantalla por la importancia que merecían y el desenlace no nos deja para nada satisfechos. Esto último sucede porque los sentimientos del protagonista pasan a ser difíciles de esclarecer, como también lo que le sucede internamente a la viuda. A pesar de ello, “El Repostero de Berlín” es una buena película, sencilla e ideal para un público adulto. La distinción que algunos le hacen notar a Thomas por no ser judío es uno de los aspectos mejores logrados, ya sea porque el pastelero no usa kipá o no conoce las reglas de la comida y/o cocina kosher. Eso sí, después de salir de verla tendrás mucho antojo de una torta Selva Negra o una rosca de chocolate.
Mis amigos no se tocan El justiciero 2 (The Equalizer 2, 2018) es un thriller de acción que constituye la segunda parte de El justiciero (The Equalizer), estrenada en 2014. Antoine Fuqua vuelve a ser el encargado de la dirección, a la vez que Denzel Washington continúa poniéndose en la piel de Robert McCall, y Richard Wenk sigue siendo el guionista. Completan el reparto Pedro Pascal (Oberyn Martell en Game of Thrones), Melissa Leo, Ashton Sanders, Orson Bean, Bill Pullman, Garrett Golden y Jonathan Scarfe. Es la cuarta vez que Fuqua y Washington colaboran juntos, luego de Training Day (2001), el primer film de The Equalizer y The Magnificent Seven (2016). En esta oportunidad, Robert McCall (Washington) vive en Massachusetts y trabaja como conductor Lyft (parecido a lo que es Uber en nuestro país). En los recorridos escucha lo que les sucede en ese momento de sus vidas a los clientes, y cuando se da cuenta que las cosas andan mal, no duda en utilizar sus ultra habilidades de lucha para ayudar a los indefensos. Aún afectado por la muerte de su esposa, Robert tendrá que lidiar con otra desgracia: la muerte de una de sus colegas en Bruselas. El Agente de Inteligencia de Defensa no bajará los brazos hasta encontrar y matar violentamente a los responsables del asesinato. Nos encontramos ante una película que no busca innovar en ningún sentido lo ya construido por su predecesora. Al repetir la fórmula, todo se vuelve monótono y cero emocionante. No obstante, el mayor problema recae en la historia; esta tiene demasiadas subtramas que hacen que el conflicto central tarde demasiado en aparecer, haciendo que el film no tenga un rumbo fijo desde el principio. El protagonista nos continúa pareciendo un genio al acabar con la gente mala, pero aquí no hay un desarrollo tan bueno como lo fue en la primera entrega, cuando veíamos paso a paso cómo se afianzaba la relación entre Robert y Alina (Chloe Grace Moretz), prostituta que deseaba ser cantante. Las secuencias de acción no defraudan al ser súper sangrientas y violentas, sin embargo nunca llegamos a sentir la sensación de peligro por la vida de Robert (ni un rasguño le ocasionan los contrincantes). Esto hace que la tensión se desvanezca, además de que cuando entramos en el problema principal, el asesino se vuelve demasiado previsible así como también el desenlace. El recurso del zoom en el ojo de McCall (al analizar rápidamente cómo matar a sus enemigos) ya en la primera parte recordaba mucho a las películas de Sherlock Holmes. Por suerte aquí se decidió no usarlo tanto. En vez de tener una secuencia de acción súper extensa en un supermercado de productos para la construcción, ahora se decidió cambiar el escenario y que la lucha final se ocasione en el medio de una gran tormenta, con el mar súper revuelto y el viento en todo su esplendor. Lo único que se consigue aquí es que la inverosimilitud vaya en aumento. El justiciero 2 entra con facilidad en el grupo de secuelas innecesarias, en especial por no tener una trama lo suficientemente interesante ni un ritmo estable. Si querés ver una película de este estilo pero bien armada, mejor quedarse con John Wick.
Una chica en peligro Latidos en la oscuridad (Bad Samaritan, 2018) es un thriller dirigido por Dean Devlin, que también es el productor, y escrito por Brandon Boyce. El reparto incluye a Robert Sheehan (Simon en “Cazadores de Sombras: Ciudad de Hueso”), David Tennant (Doctor Who), Carlito Olivero, Jacqueline Byers, Kerry Condon, David Meyers, Rob Nagle, Tracey Heggins, entre otros. La historia se centra en Sean Falco (Sheehan), un joven fotógrafo que vive en Oregón junto a su madre y padrastro. Por las noches Sean trabaja junto a su mejor amigo Derek (Rivero) en el valet parking del restaurante italiano Nino’s. Sin embargo, no solo se dedican a aparcar y vigilar los coches, sino que aprovechan ese empleo para robar las casas de los comensales mientras éstos disfrutan de su cena. Cuando Cale Erendreich (Tennant) de muy mala manera les deja el Maserati a su cuidado, los chicos oirán que mantiene una conversación telefónica sobre dinero, por lo que no dudarán en robarle a él también. Lo que menos se imaginan es que dentro de la gran casa, Cale esconde a una mujer que secuestró. Luego de la desastrosa Geo-tormenta (Geostorm, 2017), Dean Devlin se vuelca a otro género y vaya que genera misterio… en su comienzo. El atractivo aquí está en que se pone al personaje protagónico (que realiza actos con los que no estamos de acuerdo) en una situación que lo cambia. Porque al meterse en la casa de Cale, un David Tennant que ya por su cara genera distancia, a Sean ya no le importará llevarse la tarjeta de crédito nueva que halló: la vida de esa chica encadenada y llena de golpes está en juego y liberarla pasará a ser su único objetivo. Gracias a la interpretación de Robert Sheehan nos es muy fácil empatizar con él porque sentimos lo anonadado que quedó al no poder salvar en una primera instancia a la joven. Sean prefiere contar la verdad a la policía sobre los hurtos que cometió y que esté la posibilidad de ir preso con tal de que se descubra el secreto de Cale, lo que produce que estemos de su lado en todo momento. La atmósfera creada logra provocar intriga e interés, aparte de que en las escenas de David Tennant fácilmente se puede captar su locura y obsesión por el orden, comportamiento y evolución. No obstante, a medida que avanza la trama el relato va decayendo al caer en clichés como la típica cabaña en el bosque, jump scares que ya no producen el efecto buscado y situaciones que carecen de lógica. Todo esto podría dejarse pasar si el tramo final no fuera tan patético ya que lamentablemente el desenlace echa por la borda lo construido en un principio. La explicación sobre el pasado del psicópata pareciera que fue hecha a las apuradas porque se le da cero importancia. Por otra parte resulta ridículo que el FBI no haga nada por necesitar una orden aunque escuche disparos. Además la pelea final tiene muchos minutos demás, y que personas que recibieron tiros o estuvieron en contacto con soda cáustica corran lo más bien o no estén heridas carece de coherencia. Es una lástima que Latidos en la oscuridad, título malísimo que nada tiene que ver con el original, no lleve a buen puerto la idea que tenía, la cual contaba con un gran potencial. A pesar de sus variados errores, en gran parte de su duración el film de Devlin entretiene y hace pasar un buen rato.
Humanos versus tiburón “Megalodón” (The Meg, 2018) es una película de aventuras dirigida por Jon Turteltaub y escrita entre Jon y Erich Hoeber junto a Dean Georgaris. Basada en el libro “Meg: A Novel of Deep Terror” de Steve Alten, el reparto del film incluye a Jason Statham, Bingbing Li, Masi Oka, Shuya Sophia Cai, Jessica McNamee, Ruby Rose, Winston Chao, Page Kennedy, Robert Taylor, Rainn Wilson, entre otros. Está co-producida por Estados Unidos y China. En una escuela de biología marina, los científicos controlan desde cámaras y aparatos tecnológicos que el submarino comandado por Lori (Jessica McNamee) no presente problemas al atravesar una capa gaseosa que conduce al fondo del mar, donde pareciera existir un ecosistema de fauna y flora desconocido. Todo anda bien hasta que el vehículo prende sus luces, llamando la atención de una criatura gigantesca que se creía extinta: el megalodón. A los científicos no les quedará otra que viajar a Tailandia y buscar ayuda en Jonas Taylor (Jason Statham), un buzo de rescate que en el pasado afirmó haber visto al tiburón más grande de la historia pero todos lo tomaron por loco. Aunque Jonas no quiere saber nada sobre el tema, que su ex mujer sea la que está en peligro lo hará ponerse manos a la obra de inmediato. Vayamos a lo que importa: para disfrutar de Megalodón es requisito primordial tener claro de antemano que no se puede tomar a la película en serio. Si uno decide verla con esa idea en la cabeza, además de tener bajas expectativas, la cinta logrará entretener a pesar de la enorme cantidad de personajes superficiales y situaciones ultra inverosímiles como incoherentes. A la hora de analizarla como un todo, no hay un conflicto central. Sí, la amenaza del tiburón es lo más importante, pero tranquilamente la película podría dividirse en tres aventuras distintas: en un principio el rescate del submarino, en el medio la misión de inyectarle al animal un rastreador para luego envenenarlo y por último el acecho del megalodón en una playa de China. Aunque el último tramo se alargue demasiado, cada parte mantiene atento al espectador, haciendo reír más de una vez por las escenas bizarras y el ridículo guión. El que realmente llega a ser molesto es el personaje de Page Kennedy. Él interpreta a un hombre que trabaja bajo el mar pero nunca aprendió a nadar, por lo que sus chistes mientras chapotea en el océano se vuelven repetitivos y no causan gracia. Además, los momentos de tensión no logran su cometido así como tampoco los dramáticos. Esto se debe a que el tamaño del tiburón no es tan gigantesco como se lo detalló en un principio, y las emociones de Suyin (Bingbing Li), una de las protagonistas, no traspasan la pantalla. Es así como “Megalodón” se alza como una película pochoclera, divertida y estupenda para poner el cerebro a descansar durante casi dos horas. Aunque seguramente no quedará en tu memoria, ver a Jason Statham contra el majestuoso pez no tiene desperdicio.
El efímero mundo del arte “Mi Obra Maestra” es una comedia dramática co-producida entre Argentina y España. Filmada en Capital Federal, Jujuy y Río de Janeiro, la película está dirigida por Gastón Duprat (El Ciudadano Ilustre, 2016) y escrita por su hermano Andrés, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes. El reparto incluye a Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, entre otros. La cinta participará en la Sección Oficial (fuera de competencia) del Festival de Venecia. La historia se centra en Arturo (Guillermo Francella), un discreto galerista de arte al que le encanta la caótica ciudad de Buenos Aires. Su mejor amigo es Renzo Nervi (Luis Brandoni), un pintor que conoció la fama y el éxito en los años 80 pero que ahora no tiene donde caerse muerto. Arturo quiere ayudar a que la carrera de Renzo resurja, sin embargo la irreverencia del artista y sus reglas particulares (no realiza cuadros por encargo) hacen que sea muy difícil vender alguna de sus pinturas actuales. Así será como Arturo tendrá más de un dolor de cabeza por la irresponsabilidad de su amigo, el cual está a punto de ser desalojado de su hogar por no pagar el alquiler. Extenderse más sobre el argumento sería arruinar una película que ya contiene grandes spoilers en su trailer, póster e incluso en algunas entrevistas con los actores. Como en “El Ciudadano Ilustre”, se nota que la cinta fue concebida por partes (en este caso hay tres etapas diferenciadas entre sí), lo que hace que sea como un viaje donde en la introducción tendremos más momentos cómicos, en el medio la emotividad aflorará y luego se pasará a un acto final tenso debido a los giros previos. Francella y Brandoni se lucen al interpretar a dos mejores amigos con personalidades totalmente opuestas. A pesar de que Renzo decepciona en varias ocasiones a Arturo por su tan marcado anticapitalismo, resentimiento e inconformismo, el galerista siempre está al pie del cañón para él porque sabe que en el fondo es una buena persona que con el tiempo fue dejada de lado por el mundo de las artes visuales. Con un guión hecho por alguien que sabe mucho del tema, el filme nos brinda una amistad súper realista que por su dinámica e ironía atrapa desde el comienzo. De los actores secundarios, es para destacar la actuación del español Raúl Arévalo, que tiene un papel primordial para el desarrollo de la historia. Por otro lado, Andrea Frigerio como “Dudú”, una influyente coleccionista internacional que busca generar tendencia, llega a sentirse demasiado artificial ya sea desde su aspecto (peluca gris, anteojos, tacos y vestido llamativo) como desde su forma de hablar. En cuanto a las locaciones tenemos una gran variedad de museos y galerías que logran que nos metamos de lleno en cómo se maneja la clase social alta, donde los precios por cada cuadro son exorbitantes y cambian enormemente año tras año. Además, las escenas en Jujuy están filmadas de tal forma que sus cerros son más imponentes de lo usual. “Mi Obra Maestra” divierte mucho por el carácter tan fuerte del antisocial Renzo Nervi y su visión pesimista de la vida. Aparte, Gastón Duprat pone sobre la mesa cómo el concepto de “arte” cambia dejando víctimas en el camino. Sin superar a “El Ciudadano Ilustre”, la película vale mucho la pena y más si decidís verla con amigos.
El bebé en peligro “El Demonio Quiere a tu Hijo” (Still/Born, 2017) es una película de terror que constituye el debut como director de Brandon Christensen, que también la co-escribió junto a Colin Minihan. El reparto incluye a Christie Burke (Renesmee de adolescente en Amanecer – Parte Dos), Jesse Moss, Rebecca Olson, Sheila McCarthy, Grace Christensen, Michael Ironside, entre otros. La historia se centra en Mary (Christie Burke), una joven mujer embarazada de mellizos que está en pareja con Jack (Jesse Moss) y se acaban de mudar a un nuevo vecindario. Al dar a luz solo uno de los bebés nace con vida, lo que genera una gran tristeza en Mary al punto de que no quiere deshacerse de la segunda cuna. Desde el nacimiento de Adam (Grace Christensen), cosas raras comenzarán a suceder en el hogar, dándole la sensación a Mary de que alguien está intentando llevarse a su hijo. ¿Son alucinaciones o algo sobrenatural ataca a la criatura? Se podría definir a Still/Born como “un film que agarra la idea de Rosemary’s Baby (1968) para armar una trama llena de clichés”. Por empezar, nada resulta original en esta película: la parejita que está en una casa nueva, las luces que se prenden y apagan solas, los ruidos en la noche, el hombre que por trabajo deja sola a su mujer durante días, la vecina “amigable” que también acaba de convertirse en madre, ventanas que se rompen, el monitor de bebé que parece no funcionar, las imágenes borrosas de las cámaras de seguridad y la lista continúa… Teniendo en cuenta que todo esto ya lo vimos en otras cintas del mismo estilo, la de Christensen a pesar de durar sólo una hora y media se hace muy larga ya que pareciera que nada nuevo va a ocurrir. Lo que puede llamar la atención del espectador consiste en la posibilidad de que la protagonista sufra de psicosis postparto, lo que la lleva a perder el sentido de la realidad y cambiar de forma repentina su comportamiento. Este aspecto podría volver interesante al relato, sin embargo el título que se le decidió darle aquí a la película logra que cualquier duda que tengamos quede aclarada de antemano. Por otro lado, la actuación de Christie Burke deja mucho que desear. La actriz se la pasa sollozando, gritando o haciendo siempre la misma expresión facial de susto, lo que genera que el miedo no traspase la pantalla salvo en algún que otro jump scare. Aparte, las escenas que ya estamos acostumbrados a ver vuelven a hacerse presentes: la madre deja solo al bebé, ya sea en la bañera o a la hora de dormir, la puerta se cierra sola y nadie recurre a ayudarla. “El Demonio Quiere a tu Hijo” se convierte en otra producción cero innovadora que quedará en el olvido ni bien termines de verla. Ya es hora de que quede claro que nunca se podrá igualar el terror que genera “El Bebé de Rosemary”. Sí se pueden construir buenas historias teniendo en cuenta lo indefenso que es un bebé, lamentablemente éste no es el caso debido a la previsibilidad y mala interpretación protagónica.
En su mundo “El Ángel” es una película nacional dirigida por Luis Ortega (Historia de un Clan, El Marginal), que también la co-escribió junto a Sergio Olguín y Rodolfo Palacios (autor de “El Ángel Negro). El reparto incluye a Lorenzo Ferro (hijo del actor Rafael Ferro), Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Peter Lanzani, Cecilia Roth, Luis Gnecco, Malena Villa y William Prociuk. El filme estuvo nominado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cine de Cannes. Buenos Aires, 1971. Carlos Robledo Puch (Lorenzo Ferro) es un adolescente fachero que vive bajo sus propias creencias: para él no existe el concepto de propiedad privada (no cree en que los objetos sean personales), por lo que no le parece mal entrar a casas ajenas; le gusta robar pero no por necesidad sino que lo ve como un hobbie (ni siquiera se queda con algunas cosas que hurta); no tiene consciencia de la muerte y sólo pretende disfrutar de la vida a su manera. Cuando se hace amigo de su compañero de escuela Ramón (Chino Darín), éste le presenta a su padre José (Daniel Fanego), hombre que en el pasado estuvo en la cárcel, y a Ana (Mercedes Morán), madre que es cómplice de los actos delictivos. Al ver lo inteligente y enérgico que es Carlitos, la familia de Ramón le transmitirá el gusto por las armas y por las noches los jóvenes afanarán de todo. En la vida real, Carlos Robledo Puch, apodado el “Ángel de la Muerte” por la prensa, fue condenado a cadena perpetua por cometer diez homicidios calificados, un homicidio simple y otro tentativo, 17 robos, ser cómplice de una violación y de una tentativa de violación así como un abuso deshonesto, dos hurtos y dos secuestros. Todo esto ocurrió entre 1970 y 1972, siendo detenido a los 20 años. Sus crímenes y actos violentos lo convirtieron en el mayor asesino serial argentino, por lo que no es de extrañar que se realice un producto cinematográfico inspirado en él. Sin embargo, la nueva cinta de Luis Ortega no es una biopic ni tampoco un drama. No se centra en los asesinatos ni en cada robo, no intenta encontrar una explicación donde no la hay. El director agarra el nombre del sociópata y crea su propio relato, por lo que un 95% de lo que veremos será ficción. Esto puede no gustar a la mayoría y es totalmente entendible, a la vez que muchos saldrán decepcionados argumentando que “ésta no es la historia de Robledo Puch”. En cuanto a los aspectos técnicos, a “El Ángel” no se le puede reprochar nada: se nota el gran trabajo de producción que hay detrás al ver su excelente fotografía, la gran reconstrucción de época y una estética retro que seduce en cada plano. Además, la banda sonora está espléndida al juntar varios clásicos del pop argentino de los 70, muchos de los cuales son obra de Palito Ortega, padre del director. Las actuaciones también son muy buenas, en especial la de Lorenzo Ferro teniendo en cuenta que nunca antes había hecho ni cine, tele o teatro. Que su primer papel sea un protagónico de esta magnitud, donde con sólo su mirada penetrante logra incomodar al espectador, nos asegura que si sigue por el camino de la actuación, tendrá un futuro brillante. La película, como Robledo Puch en la realidad, rompe con el estereotipo de que los ladrones son todos de piel morena, orejudos y descuidados al vestirse. Carlitos tiene la inocencia de un niño, rulos rubios y cara de bebé. Si su madre sospecha de lo que anda haciendo afuera del hogar o si su novia le dice que está mal meterse en casa ajena, él no tarda en tener un argumento para hacer dudar al otro. Lorenzo Ferro construyó a un Puch fascinante por su misterio, rebeldía y frescura. Meterse en cómo él ve al mundo constituye una experiencia muy rara, porque por un lado puede llegarnos a caer bien pero por el otro vemos cómo le dispara a las personas sin tener sentimientos al respecto, lo que nos hace llegar a la conclusión que nunca podremos entenderlo, menos defenderlo. Es un hecho que “El Ángel” va a generar polémica y mucha controversia, ya sea por todo lo que Ortega se imaginó del personaje así por su creencia de que alguien que hace las cosas mal no es necesariamente malo. Difícil de recomendar para el público masivo, la película resultará una buena opción para los que no teman embarcarse en la juventud de Carlitos, un chico que se sentía plenamente vivo al bailar.