En este país cada gobierno que sucede al anterior suele despreciar y criticar lo hecho, aunque sea bueno y beneficioso para los ciudadanos. Ellos, como una regla general no escrita, necesitan imponer sus ideas y pareceres, colocar su impronta en el modo de gobernar como para que no haya una solución de continuidad. Con ese criterio uno de los puntos que siempre modifican a voluntad es la cultura. Su enseñanza y transmisión debe ser manipulada para una propia conveniencia. Así, en un momento de nuestra historia, durante el año 1955, cuando ocurrió la llamada “Revolución Libertadora” que derrocó al General Perón, los libros que enaltecían a dicho movimiento y el estilo de conducción resultaron prohibidos. Los ejemplares que se encontraban a disposición del público en la Biblioteca del Congreso de la Nación fueron considerados “peligrosos” y los destinaron a la oscuridad de un depósito. Este documental reflota un caso poco tratado. La directora Andrea Schellemberg busca a través de su trabajo ponerlo en consideración popular porque, según cuenta la bibliotecaria Silvana Castro, que actúa como si fuese la conductora de la narración, al charlar con sus compañeras su intención de volver a exhibir esos libros como ocurrió en tres ocasiones anteriores, pero que en el gobierno de Macri dicha actividad no interesa por ser libros peronistas. Pese a tener un interesante argumento para contar una historia que atañe a nuestro pasado y que involucra al ámbito cultural, la realizadora pierde objetividad al construir el relato porque lo que más le interesa es criticar a ultranza al gobierno macrista y resaltar el escaso apego a la educación de su conducción, y sí favorecer únicamente a los empresarios y a los ricos-. La narración transita por dos planos en paralelo con un ritmo desparejo, pasa de la velocidad a la lentitud sin justificación. Por un lado lo que ocurre dentro de la biblioteca, especialmente en la Sala de Colecciones Especiales donde se guardan los libros considerados más valiosos del patrimonio y, por el otro el exterior, la calle, las manifestaciones, las sesiones en el Congreso, noticieros, incluso el departamento en el que vive Silvana con su marido. Todo contado con sonido ambiente, sin música, excepto cuando suena un tango tocado en vivo dentro del Congreso. Si la directora tuvo como motivo primordial al hacer esta película explorar los secretos que hay detrás de las paredes visibles de la sala de lectura, perdió objetividad porque la compaginación conduce inexorablemente a un interés netamente político y para nada pedagógico, como lo que reclaman todos los que participaron en este film.
Desde tiempos inmemoriales que hubo personas dedicadas a predecir el futuro de otras. Ya sea porque creen en ello o sólo lo consideran un trabajo más y prefieren convencer a los incautos de sus poderes sensoriales. Para eso siempre miraron a los astros, la borra del café, las cartas del tarot o las líneas de las manos, por ejemplo. Pero ahora hay que adaptarse a la nueva era de la tecnología y dirigirse a los jóvenes, entonces, bajo esa premisa, Justin Dec creó ésta película en que una aplicación para teléfonos celulares indica el momento exacto de la muerte del usuario suscripto. Como la tentación es parte de la naturaleza humana, lo mismo que la curiosidad y la necesidad de pertenecer a un grupo para ser reconocido, varias personas en los Estados Unidos bajan dicha aplicación para conocer su destino. A la gran mayoría les augura llegar a viejos, pero a unos pocos les otorga horas o pocos días de vida y, aunque hagan todo lo posible para evitarlo, no tienen una escapatoria posible. ¿Por qué ciertas personas van a morir prematuramente? Y la respuesta es: que el programa así lo establece y condena a los que sienten una profunda culpa por lo que hicieron en un momento de sus vidas con lo que perjudicó a las de otras. Con ese verosímil instalado en una ciudad estadounidense el terror se apropia de ella, y el relato se centra en la heroína de la historia, Quinn (Elizabeth Lail), una enfermera recién confirmada en su puesto de un hospital que, intrigada por los riesgos y consecuencias que conllevan instalar la aplicación de la cuenta regresiva, es advertida que le quedan un poco más que un par de días. Y luego, como un virus, quedan sentenciadas otras personas más, incluida su hermana menor Jordan (Talitha Bateman). Lo interesante del film, que prácticamente no asusta, es la originalidad en el planteo del conflicto, el ritmo incesante para seguir las peripecias de Quinn en su lucha para salvarse ella y su hermana. Como así también incluyeron a la religión católica, con un cura joven y divertido que oficia de guía y les enseña a luchar contra el mal. Además, agregaron un tema muy candente en estos tiempos, que es el acoso sexual, para mostrar un poco más la fortaleza femenina. Los personajes cumplen con las indicaciones del director y no desentonan entre los buenos, malos, simpáticos, conflictivos, conciliadores, etc. El guión respeta las reglas clásicas de las películas de éste género, aunque no juega el director con ruidos que distraen el foco de atención, ni música estridente que presagia el mal, en este caso es reemplazado por repentinos apagones de luz. La tibia enseñanza que deja el relato es qué si uno desea sobrevivir necesariamente debe poseer una férrea capacidad de dominar los demonios internos y, desde esa posición, combatir al externo, proveniente del tenebroso más allá, que es implacable y cumplidor con los tiempos estipulados en la cuenta regresiva que aparece en la pantalla del celular.
Justa y cálida recordación de un audaz y singular argentino ilustre El mundo está hecho para los valientes, dijeron alguna vez. El que no arriesga, no gana, sentenció otro. Si uno se conforma con lo que tiene o hace es un cobarde, alguien opinó. Pero, anhelar una vida distinta a la de los demás en la que no haya límites mentales, emocionales, físicos y, fundamentalmente, geográficos, es para unos pocos, ilusos o locos. Como lo calificaron al protagonista excluyente de este documental cuando, al estar en un puerto francés durante el año 1931, se le frustró un proyecto que tenía programado, y no tuvo una mejor idea que comprar, con el poco dinero que disponía, un pequeño velero en ruinas, destinado al desguace, con las maderas podridas. y restaurarlo en un astillero para volver a Buenos Aires navegando solo. Cabe destacar que Vito Dumas tenía unos conocimientos básicos de náutica, pues su fuerte era la natación en aguas abiertas. Los inconvenientes no lo intimidaron, todo lo contrario, potenció aún más el desafío. Como si fuese una chispa que encendió el motor de una nueva pasión, imposible de abandonar. De este modo “El navegante solitario” comenzó a vivir como quiso, sin pedirle permiso a nadie, cuando tomó como referencia, consciente o inconscientemente, las definiciones escritas al comienzo de esta nota. El director Rodolfo Petriz, con un impecable registro fílmico, no sólo de aquí, sino en cuatro de los países donde estuvo Vito, incluido el puerto francés con su viejo astillero y un descendiente, el bisnieto de quién ayudó a refaccionar el velero, que cuenta la historia de aquella época, para recordar a un héroe olvidado por la gran mayoría, sólo evocado con admiración y respeto por sus colegas, los actuales marinos argentinos, merece un reconocimiento. El relato de la película comienza en ese mítico 1931 francés y concluye con su muerte en 1965. Se basa en libros, fotografías, documentaciones portuarias, filmaciones, mapas, pinturas y un disco dedicado a él, junto a varios testimonios de navegantes que escribieron libros sobre Dumas, y también algún familiar que aporta otros datos. Además, cuando al realizador le pareció conveniente ejemplificar ciertos sucesos, recurrió a la producción de dibujos animados. Y, por si fuese poco, suena una acertada melodía instrumental para resaltar el derrotero épico cuando se ven las cartas náuticas. Aunque todo este esfuerzo de producción parece muy pequeño. comparado con las intrépidas aventuras narradas. Porque fueron muchos los viajes en solitario. Siempre en la búsqueda de un objetivo mayor, pese a la escasez de dinero y el desprecio de la élite marítima argentina. Así. Vito Dumas mostró. y se demostró a sí mismo, que las únicas fronteras son las mentales, porque hizo a los océanos del mundo su hábitat natural. y a una diminuta embarcación su verdadero hogar. Gracias a una gran capacidad para forjar el temple y a poder dominar el espíritu, especialmente ante los momentos más difíciles. Y, por sobre todas las cosas, haber sido un osado, sin que nada ni nadie lo haya amilanado jamás. y así poder tener una vida de película.
El artista estadounidense Andy Warhol manifestó alguna vez que cualquiera puede tener sus 15 minutos de fama. Sin proponérselo, como un hecho fortuito, eso es lo que le ocurrió a Paula (Rosario Varela) un día mientras daba clases de español en un bar y, de casualidad, gracias a un movimiento sorpresivo, atrapó a un ladrón que entró a robar en ese local. Las cámaras de televisión y las páginas de los diarios resaltaron esa acción y calificaron a su actitud como heroica. Con un comienzo interesante y original, la película dirigida por Clara Picasso aventuraba un relato con un paso de comedia atractivo que luego se desvaneció. Como una paradoja del destino, tanto la directora como la protagonista de su film malograron la oportunidad de aprovechar el fuerte impulso del comienzo y terminaron en la intrascendencia. Porque Paula es una actriz. Participó en algunas obras de teatro guiadas por su profesor, que también fue su novio durante unos años, hasta que se separaron. Desde ese momento deambula buscando insertarse en el medio artístico sin mucho éxito, porque va a castings y pruebas, pero no la convocan, aunque nunca transmite su frustración, ni resignación. La historia, breve, transcurre en la ciudad de Buenos Aires durante el verano. Luego de la fama efímera a Paula el tiempo transcurre lentamente, le sobra. Se dedica a tomar sol, caminar por el barrio, leer y estar pendiente, demasiado, del teléfono celular. El relato no es lento, porque la chica siempre está haciendo algo o absolutamente nada, pero lo parece, porque no hay un conflicto concluyente. Cuando ocurre el inevitable y necesario punto de giro para que una película avance, ella va a la peluquería a cambiarse el peinado. Esta acción no tiene la suficiente fuerza como para modificar la vida de la actriz y, por ende, afecta el desarrollo narrativo. Se mantiene siempre el mismo tono medido, bordeando lo taciturno. Un estilo que tanto gusta en varios directores argentinos. Sólo se contenta con encontrarse en la calle, en una quinta o en una fiesta, con actrices que están en su misma situación, es decir, peleándola por ingresar y tener continuidad en el mundo actoral. Aquí podemos observar que no es fácil, y todas tienen muchas más ilusiones que certezas. Las escenas no son musicalizadas, sólo suenan fragmentos de una canción, especialmente en los momentos que ocurren en un cumpleaño Lo destacable de Clara Picasso es la construcción de las escenas, que son fluidas, para nada forzadas, y que se apoya en una Rosario Varela convincente en su papel, que le calza a la perfección, mientras transita la ciudad buscando su destino.
Uno de los tantos pecados que cometió el ser humano a través de los siglos, y parece que va a seguir cometiendo, es el de creerse superior y, de la mano de ello subestimar, denigrar, y no tolerar a otro que no entra dentro de los parámetros aceptados por uno mismo. Esa constante se torna muy poderosa, casi invencible, cuando quienes la ejercen se encuentran dentro de una escala de valores sociales con una posición ventajosa por sobre el resto. Sebastián Díaz dirigió este documental para retratar y hacer popular unos casos de intolerancia, irrespetuosidad e ignorancia, ocurridos en el siglo XIX en nuestro país, y cuyos protagonistas fueron militares qué, en pos de la pacificación nacional, necesitaban atrapar vivos o muertos a los Lonkos (caciques) de ciertos grupos indígenas que habitaban la región sur de la provincia de Buenos Aires, luego de la llamada Campaña del Desierto. El director toma como referencia a tres personajes que tuvieron un recorrido de sus vidas y un destino final similar. Ellos fueron Juan Cafulcurá, Cipriano Catriel y Mariano Rosas, quienes fueron considerados enemigos y, luego de muertos, miembros del ejército argentino encontró sus tumbas, las profanó, se llevaron sus cabezas y, como trofeos, las entregaron al museo de La Plata, donde el Perito Francisco Moreno las recibió con beneplácito, para ser objetos de exhibición. Otro indígena, Vicente Pincen, fue perseguido y encarcelado, pero luego liberado y nunca se supo más nada de él. Quienes cuentan las vidas de estos personajes son historiadores que escribieron libros sobre ellos, y también algunos descendientes. El sistema narrativo es el más típico en estos casos, que es el de las cabezas parlantes que hablan a cámara pero, cuando salen a recorrer ciertos terrenos, caminan y muestran cosas o lugares por donde pasaron los pobladores originarios, y lo que se escucha es su propia voz en off explicando los hechos. La película está compaginada de tal modo que no hay baches entre toma y toma para que tenga un buen ritmo y que no sea anodina. En la mayoría de las escenas predomina el sonido ambiente aunque, de vez en cuando, suenan unas melodías instrumentales compuestas especialmente para amenizar las imágenes. Además, hay unos jueguitos y ecos con los planos sonoros de las voces de quienes hablan. Para sustentar los testimonios muestran antiquísimas fotos de ellos y de otros indios, pinturas y dibujos animados ejemplificando lo que se supone que pasó en ciertos casos. Además, la cámara registra monumentos, establecimientos, territorios, cartelería, etc., para hacer saber qué, por donde los pueblos originarios pasaron, especialmente sus Lonkos, no fueron olvidados, como sí lo hicieron los que comandaron y comandan las riendas de nuestro país.
Si buscan algo original, con un relato fuera de lo común, donde las explicaciones y justificaciones del accionar de los malos brillan por su ausencia, amigos lectores, vayan a verla. Porque el relato tiene un entramado complejo y pretencioso, como es el de imaginar un futuro bastante cercano situado en el norte brasileño. Pero no es algo maravilloso, sino todo lo contrario. Lo presentan apocalíptico, reiterando una idea vista infinidad de veces en libros, películas y series. Esta realización codirigida por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles no escapa a esa regla básica de presentar una historia en un lugar determinado, con problemas edilicios, mal cuidados, o destruidos, un gobernador corrupto, un variopinto conjunto de vecinos y los malos, que van a alterar la vida de los habitantes locales. La historia ocurre en un pueblo perdido en el mapa, Bacurau. Tan perdido se encuentra que lo borraron de los mapas satelitales, no existe más. Aunque hasta allí se dirige un grupo de paramilitares estadounidenses, incluidas dos mujeres, que se dedican a acosar, asediar y asesinar a todas las personas que viven ahí. ¿Cuáles son los motivos?, no se sabe. Pero son despiadados. Utilizan el pueblito con un coto de caza. Esta estructura narrativa es muy similar a los recordados westerns y el espectador espera el momento en que las víctimas se defiendan, como puedan, de la pandilla de pistoleros. La película tiene un elenco coral, destacándose Domingas (Sonia Braga), una médica alcohólica y resentida. La comunidad está de luto por la muerte de una mujer de 94 años, por ella es que permanece unida esos días y, aún más, cuando están en peligro. Pese a los sucesos dramáticos, la poca música que suena actúa como un contrapeso, en vez de acentuar las escenas. En este punto ocurre una importante diferencia con los westerns, porque ellos sí utilizan la música para resaltar la épica y el heroísmo. Lo novedoso de la narración, es haber trasladado a Sudamérica una idea de esas características, pero, lo que frena el entusiasmo es el intrincado guión, con sus personajes que no terminan de definirse, porque hay muchos y cada uno actúa un poco y luego le deja el paso a otro y, por ende, al espectador no se le permite identificarse con ninguno. Además, ante la falta de una explicación sobre la motivación que tienen los parapoliciales para actuar así, deja una sensación extraña de insatisfacción luego de la visualización del film. Es por eso el atrevimiento de advertirles al comienzo de esta crónica, después no me digan que no les avisé.
El hartazgo de estar siempre con la misma pareja se repite infinidad de veces. Si, luego de 35 años de matrimonio no hay nada en común, ni siquiera buenos sentimientos hacia el otro, no queda otra opción que separarse, aunque la determinación sea tomada en forma unilateral. Es el proceso que transita una mujer de más de 60 años, Simone (Catherine Frot), cuando se decide finalmente dejar a su marido Gilbert (Daniel Auteuil), cansada de su destrato y de una personalidad cada vez más complicada, cerrada y orgullosa, mucho más cercana a la de un anciano cascarrabias que a la de una persona activa y vital. Ambos son de una clase media baja, con deudas. Tienen una hija separada y un nieto que hace mucho no ven. Pero viven en un lugar privilegiado de la costa francesa y son amigos de Etienne (Bernard Le Coq) que, luego de sufrir un ataque cardíaco, se dedica a vivir la vida con intensidad. Eso incluye ser el amante de Simone y es por él que abandona a su esposo. La amistad entre ellos data de hace décadas, incluso Gilbert intuye que su mujer lo engaña con su amigo, pero lo que no pudo tolerar es que se vaya con él. Aquí está el disparador del conflicto dirigido por José Alcala. El film está abordado desde la comedia, aunque bien podría ser un drama muy profundo. Porque, a la fuerza, Gilbert intenta por todos los medios convencerla para que vuelva a casa, tampoco puede odiar a su amigo y, por si fuese poco, su hija le envía al nieto Térence (Solam Dejean Lacréole), con rasgos africanos, para que lo cuide un tiempo. Ellos tres se embarcan en una suerte de road movie disparatada, en la que recorren distintos puntos turísticos mientras buscan a Simone, y ella, mientras tanto, entabla una relación con un hombre mucho más joven. De este modo, se siente rejuvenecida al convertirse en el objeto de deseo de tres hombres al mismo tiempo. El relato tiene ritmo, algunas melodías, muchos enredos, y hermosos paisajes. El guión trastabilla al comienzo, cuando describe ciertas situaciones y las características de los personajes, pero luego, endereza el rumbo y se transforma en una película agradable, sin demasiadas pretensiones, sólo para pasar un buen rato y nada más.
Complejo entramado para un Gran Hermano policial explosivo Dependiendo del punto de vista que se mire a la humanidad, la maquinaria que la sostiene o la destruye está impulsada por el motor del amor, el deseo, el dinero y el poder. Trasladando esa premisa básica a la historia que transcurre entre dos países europeos el concepto es el mismo. Hay un amor no correspondido, muchos millones de euros en disputa ilegalmente obtenidos, mafias y policías corruptos, formando un complejo entramado en el que prevalecen las traiciones, desconfianzas, y también algunas muertes, todo salpicado por ciertas dosis de humor, registrado con las lentes de las cámaras de vigilancia. Porque el film está pensado, desde el punto de vista artístico, como si fuese un Gran Hermano policial. Los integrantes del elenco están siendo observados en todo momento y lugar, sean buenos o malos, aunque hay momentos en que no se sabe bien cuál es cuál. Durante este cóctel explosivo que involucra a todos los personajes de la película dirigida por Corneliu Porumboiu, vemos a un policía rumano llamado Cristi (Vlad Ivanov), en apariencia bueno y honesto, que es contactado por la sensual e intrigante Gilda (Catrinel Marlon) para que libere a Zsolt (Sabin Tambrea) detenido por el robo de 30 millones de euros a una fábrica de colchones. Para eso, utilizando sus encantos, convence al policía de trasladarse a La Gomera, una de las islas que conforman las Islas Canarias. Allí, junto a otros mafiosos, le enseñan la lengua silbadora. Es decir, con un silbido especial, al estilo de código morse, se pueden construir palabras y comunicarse entre quienes la saben, para eludir los seguros controles. La película se desarrolla en el presente, y continuamente vuelve al pasado para contarnos qué es lo que sucedió y porqué pasa eso en la actualidad. En cada escena ocurre algo importante que influye en la trama guionada. La música tiene un rol preponderante desde el comienzo, cuando suena un viejo y clásico rock de Iggy Pop, hasta varias óperas, que influyen notoriamente en el dramatismo y el suspenso de las acciones otorgándoles una espesura y atmósferas especiales. La narración, pese a tener tintes del clásico cine negro, no respeta el acostumbrado relato lineal sino todo lo contrario, es como un rompecabezas y el espectador deberá estar atento a cada uno de los movimientos que hagan los intérpretes, incluso los de reparto, porque hay más de un bando pero todos quieren lo mismo, apropiarse y salvarse con la fortuna que está oculta y trae reminiscencias de antiguas costumbres argentinas.
Matices y reflexiones sobre las vivencias de una adolescente La adolescencia. Esa época de la vida que se cura con los años está llena de contradicciones, vaivenes emocionales, hormonas alteradas, dudas, descubrimientos sexuales y enamoramientos efímeros, y es lo que vive, o padece, Charlotte (Marguerite Bouchard), una chica de 17 años que, junto a sus mejores amigas Mégane (Romane Denis) y Aube (Rose Adam), cursa el último año del secundario. Ellas quieren vivir aceleradamente, guiadas por la euforia y la excitación por sobre la cordura y la reflexión. Especialmente Charlotte, quien no piensa, siente, y eso la lleva a hacer cosas inconscientemente. Así están las amigas, en las vacaciones previas a la Navidadm que, para ganar algo de dinero consiguen trabajo en un hipermercado minorista del juguete. Allí hacen su primera experiencia laboral junto a otras vivencias propias de la edad, como ser la maduración adosada a una mayor toma de responsabilidades. La protagonista está muy enamorada de su novio, pero se decepciona profundamente cuando éste le confiesa que es gay. Su tabla de salvación es el trabajo y los compañeros que allí tiene, que son varios. Descreída del amor, se termina acostando con todos por despecho y diversión. Sophie Lorain cuenta, en clave de comedia, las desventuras amorosas de una chica común que vive en un barrio de Quebec, Canadá, y que transita las mismas cosas que otras chicas de su edad en gran parte del mundo. La obra, está filmada en un blanco y negro, con una textura de imagen áspera, donde sobresale la presencia de María Callas cantando una canción en varios tramos de la película cuya letra es un leitmotiv que guía las acciones de Charlotte. Narrada con mucho ritmo, desde el punto de visto femenino, los conflictos van creciendo, en especial cuando la presencia de Guillaume (Alexandre Godbout), uno de sus compañeros, no pasa desapercibida para sus sentimientos y la pone a prueba. Es en esos momentos en que la narración se convierte en una comedia dramática, donde los encuentros y desencuentros están correctamente articulados, con buen timming para mantener siempre el interés. Otro detalle que llama la atención de la historia es la ausencia de adultos. Las amigas tienen familia, pero durante ese tiempo quedan solas cada una en su casa y viven de manera autónoma. Si el objetivo de la historia era entretener, lo consigue con creces. Si la misión era reflejar cómo viven los jóvenes en un país del primer mundo, que no tienen grandes conflictos económicos ni sociales y cuyas preocupaciones son más personales o sentimentales, también lo logra. Pero, por sobre todas las cosas, Sophie Lorain obtiene una realización con muchos matices, inflexiones y una mirada optimista como faro a seguir.
Historia humana y sensible en la transición de niña a mujer A escasos metros de la ciudad de Buenos Aires, separada por un hilo de agua oscura y contaminada, se divisa la Isla Maciel, en la que vive gente de clase media baja. Una condición fundamental para subsistir allí es la de ser un duro, hacerse respetar forzosamente, no mostrar debilidad ni dudas. Bajo esas reglas de vida no escritas, pero asumidas prácticamente desde chicos, una adolescente de 14 años da sus primeros pasos hacia la adultez por un camino ríspido y sinuoso. Tati (Nicole Rivadero) no la tiene fácil, va al colegio secundario donde algunas compañeras le hacen bullying y otros vecinos del barrio la hostigan. Es por ese motivo que va forjando un carácter hosco y rudimentario. Y, como si fuese poco, vive con Osvaldo (Sergio Prina), un padre distante y poco afectuoso, en una humilde casita. Actualmente es remisero, pero antes tenía un bote que lo usaba para trabajar, cruzaba de orilla a orilla a la gente por unos pesos, que luego vendió. Su hija está obsesionada con esa pequeña embarcación y no sabe lo que hacer para recuperarla. En este nuevo mundo que emprende sola conoce a Maxi (Alan Gómez) de 17 años, quién es el que trabaja con el antiguo bote de su padre que, de tanto insistir en recuperarlo, el muchacho le enseña a remar. Tati, a su manera, quiere retomar la posta que abandonó su padre, aunque él no lo acepta. La ópera prima de Sabrina Blanco no cae en la tentación de regodearse mostrando violencia o marginalidad como otras producciones argentinas. La directora opta por contar una historia mucho más humana, sensible e intimista sobre la transformación de niña a mujer desde lo mental, emocional y sexual de la protagonista dentro de su ámbito, mientras el “afuera”, para nada amigable, la acecha peligrosamente. La directora amalgama muy bien los dos mundos y el peso que cae sobre los hombros de Nicole Rivadero para llevar adelante una historia difícil, quien lo hace con mucha eficiencia El ritmo narrativo es veloz, las escenas se suceden con breves diálogos, acciones rápidas y pocos momentos de quietud. El pulso lo marca el reggaetón, con varias canciones que hacen un poco más feliz la vida de Tati, junto con Maxi, que oficia como un maestro de vida, introduciéndola a algunos vicios y enamorándola por primera vez. Cruzar el Riachuelo es una necesidad para ella, no para escaparse, sino simplemente para sentir lo mismo que cuando era chica y la llevaba su padre. Podrá ser para cualquiera un humilde deseo, pero para Tati, es mucho más que eso, es volver a vivenciar momentos muchos más felices, aunque, seguramente, ella no se daba cuenta en aquél entonces.