Por más que estemos en el año 2017, hay algunas temáticas que siguen siendo... delicadas, polémicas. No avanzamos tanto en materia de tolerancia y aceptación como deberíamos haber hecho. Y si bien las minorías están cada vez más integradas, la brecha sigue existiendo. Este es el hilo conductor de Moonlight: tres episodios de la vida de Chiron, signados no solo por su pertenencia racial, sino también por su homosexualidad. Luz de luna, la película dirigida por Barry Jenkins (que acumula varios premios importantes, como ser el Golden Globe a Mejor Película Dramática), cuenta tres episodios bien delimitados que se desarrollan en un barrio pobre de Miami (alejado del color y el libertinaje del "¡Maeameeee!" del Comandante). Arrancando en los años '80s, Chiron es apodado "Little" (Alex Hibbert), y no solo es dejado de lado por su madre que desarrolla una adicción al crack, sino que también es víctima de bullying por parte de sus compañeros. En este entorno ingresa en su vida Juan (Mahershala Ali), un traficante de drogas que se erige como figura paterna, y a quien plantea sus principales dudas sobre la homosexualidad; la frase "Y... ¿cómo sé si soy homosexual?" es parte de un diálogo que te pone la piel de gallina. En la secundaria ya lo llaman Chiron (Ashton Sanders), mientras sigue sufriendo del acoso de sus pares y un grado de violencia cada vez más grande por parte de su madre, ya completamente fuera de control. Y, es en este contexto, donde tiene una primera y breve experiencia homosexual. Pero a pesar de todo lo que sufre, cuando finalmente decide defenderse de los abusos, quien termina en prisión es él. Ya de adulto es Black (Trevante Rhodes), un gigantón musculoso con fundas de oro en los dientes. Estas fundas, justamente, pueden tomarse como metáfora de la coraza de rudeza detrás de la que esconde su introspección y su sensibilidad. La película está narrada lentamente, marcada por el ritmo interno de los distintos procesos de comprensión, sufrimiento y aceptación por los que va pasando el personaje. La iluminación de cada secuencia refuerza fuertemente cada sensación interna, siendo mayormente atmósferas nostálgicas, apesadumbradas. Es muy sencillo identificarse con un héroe, con un personaje que a priori refleje de alguna manera lo que quisiéramos ser. Sin embargo, es el minucioso trabajo que hace Jenkins al describir cada estadio de la vida del protagonista lo que logra que, aunque seamos diametralmente opuestos a Chiron, nos veamos invadidos por sus miedos, sus inquietudes y sus dolores como si fueran propios. Lo importante de la película no pasa por los hechos, sino que los hechos están elegidos y contados en función a la construcción de la identidad de Chiron; una identidad propia, humana, real, alejada de cualquier estereotipo y golpe bajo. VEREDICTO: 9.0 - IMPECABLE Por momentos cruda, realista y poética, Moonlight se transforma en un preciso relato social de un sector prácticamente olvidado por el cine. Respetuosa y alejada de cualquier golpe bajo o sensacionalismo, es sin lugar a dudas uno de los mejores films del año. Aunque recién estemos en Enero, sí.
Basada en un cuento corto de Samantha Schweblin, la nueva película de Laura Casabé venía pasándola bien en varios festivales alrededor del mundo y generando mucha expectativa. Las fotos que circulaban mostraban una factura técnica para hacerse pis encima y el elenco conformaba una especie de dream team, de la mano de Jorge Marrale (el Dr. Corrales), Norma Aleandro (Beatriz D´Onofrio), Guillermo Pfenning (Benavídez) y Paula Brasca (Lisa). Nos sentamos a verla con esta enorme expectativa y, por supuesto, no nos fuimos defraudados. Benavídez está en plena discusión de pareja con Lisa. Bueno, discusión es una manera de decir, porque es ella quien le grita y le pide que no se vaya a más no poder, mientras él solamente se dedica a empacar. Con su enorme valija a cuestas, cae en la residencia del Dr. Corrales, su psiquiatra. Tras algunos tironeos, finalmente Corrales propone que pase la noche allí. Pero esto que parece una ayuda al artista plástico esconde otra intención detrás: a través del registro de las sesiones de terapia, Corrales descubre que Benavídez, no tiene el talento que tenía su padre pero sí algo que lo hace merecedor de entrar a su residencia para artistas, donde mediante extraños métodos creativos los residentes no dejan de producir. Con un ritmo pausado, que da espacio a pequeños gestos que quizás construyen más a los personajes que los diálogos y las acciones en sí, vamos entrando al mundillo del arte que la historia nos propone. Porque D´Onofrio regentea a los artistas que salen de la residencia de Corrales, los patrocina en muestras y galerías alrededor del mundo, lo que permite también una crítica a lo absurda que puede ser a veces la valoración "especializada" de lo que es arte o no lo es. Como decíamos al principio y como reconoció el jurado del festival (con una mención especial del jurado para el Arte de Micaela Sleigh, ya que no es categoría competitiva, y la presea a la Mejor Dirección de Fotografía para Mariano Suárez), los rubros técnicos están en un nivel altísimo. El arte no solo se ocupa de generar ambientes muy específicos dentro de la residencia, sino que opera en contraste respecto a las otras locaciones que no forman parte de la casa, generando diferentes sensaciones relacionadas con las polaridades opresión–libertad y cordura–locura. Lo mismo la fotografía: pequeños detalles, contraluces, iluminaciones puntuales dan cuenta de un diseño y una intencionalidad que van más allá del naturalismo de "iluminar para que se vea". Se nota un salto enorme entre el propósito juvenil y con recursos más limitados que la gente de Horno Producciones había plasmado en El Hada Buena. Las ideas y el talento están, siempre estuvieron. Hay gente que sin recursos hace magia y que con recursos la rompe. Claramente éste es el caso. También es destacable la composición de la banda sonora, con el músico Gillespi a la cabeza. La música incidental acompaña la acción todo el tiempo y logra momentos muy atinados, sobre todo acompañando la transformación que opera sobre Benavídez (omitimos spoilers, claro). Las actuaciones, como era de esperar, coordinadas por el experimentado Lisandro Bera, están en un nivel superior a lo que estamos habituados a ver en la pantalla local. Nadie sobreactúa ni resulta inverosímil. Cada personaje atraviesa diferentes matices anímicos y expresivos siempre dentro de personalidades sólidas, humanas, creíbles. Luego de debutar el pasado Octubre en el marco del BARS, La Valija de Benavídez llegó a las salas comerciales. Enhorabuena, ya que no solo se trata de un producto nacional que vale la pena acompañar en cine, sino que también es la comprobación de que, cuando se invierte en gente que ama el cine y no la recaudación, los resultados son dignos de orgullo. VEREDICTO: 8.0 - UNA VALIJA DE SORPRESAS Los seguidores del cine under local ya conocen la impecable trayectoria de Horno Producciones. Era hora que lleguen al público masivo, para deleitarlos con la calidad de siempre en La Valija de Benavídez.
Antes de Pixar, DreamWorks, Illumination Entertainment y el auge de la animación computarizada, sin lugar a dudas el titán de las películas infantiles era Disney. ¿Quién no lloró con la muerte de Mufasa o cantó "Un Mundo Ideal" a los gritos, en esa versión latina en boca de Ricardo Montaner? Uno va creciendo como espectador (y como persona, ¿no es cierto?) y no solo cambian las miradas personales, sino también las sociales: estamos en una sociedad que, de a poco, quiere erradicar la visión de la Mujer-Princesa en el cine, la "Damisela en peligro": esa figura principal pero pasiva ante un príncipe, que es quien siempre lleva adelante la acción. En este contexto llega Moana,y las inquietudes principales que nos surgen son si efectivamente logra aportar algo a la mitología del ratoncito (o sólo viene a vender muñecos), y si el estudio se supo adaptar a las problemáticas actuales. Primero lo primero: la película viene precedida precedida por el cortometraje Inner Workings (---y acá hay algunos spoilers---). Con un protagonista muy parecido al de Up (pero joven) y con una similitud enoooorme a Intensa-Mente, el corto indaga en la relación entre el cerebro y el corazón en la vida cotidiana: cómo la razón, las responsabilidades y las rutinas terminan ganándole la pulseada a los impulsos, las corazonadas, las ganas espontáneas de hacer algo. La historia toma una dirección copada cuando, después de varios cortocircuitos, el cerebro se deja vencer y es el corazón quien, durante la hora de almuerzo, saca a pasear al protagonista y lo llena de vida. Hasta ahí todo joya. El problema es cuando el tipo vuelve a su puesto de trabajo y contagia de alegría a sus compañeros: bailando, olvidando que son un engranaje de una cadena de producción, siguen produciendo. Me pareció un mensaje horrible: esperaba (ya que es un corto de ficción y tiene rienda absolutamente suelta para imaginar cualquier cosa) que el protagonista se rebelara, se fuera a una isla, no sé, algo. Y no, el cierre es "Trabajá con alegría, pero seguí trabajando". En fin. (---Acá se terminan los spoilers---) La historia de Moana se desarrolla en una isla paradisíaca. Arranca con una especie de fábula, donde nos enteramos que Maui, un semidios, robó el corazón de la diosa Tefi Ti, cristalizado en una piedra, para entregárselo a los humanos. El tema es que Tefi Ti es algo así como la diosa de la naturaleza y, al perder su corazón, la oscuridad comenzó a esparcirse por las diferentes islas, secando plantas, ahuyentando peces, etc. En este contexto, Moana es "elegida por el océano" (quien tiene vida propia y opera como ayudante principal a lo largo de la trama) para desafiar a su padre y embarcarse en mar abierto, en busca de Maui para que éste se redima de su error. La historia es de una estructura completamente clásica. Con su abuela como mentora, Moana comienza el recorrido para reparar lo que se ha dañado, en un lapso de tiempo determinado, y descubrir algo sobre ella misma en el transcurso de su aventura. Es decir, una película más de las miles que hemos visto cuando niños. Ni siquiera Moana (interpretada por la debutante Auli'i Cravalho) o Maui (el siempre carismático Dwayne "The Rock" Johnson) tienen personalidades lo suficientemente pregnantes y originales como para ganarte desde ese lado. La mejor palabra para describirla es meh, lo mismo que las canciones. Puede que uno esté viejo, pero es innegable que muchos adultos han llorado, por ejemplo, con el final de Pocahontas. La emoción se queda completamente a mitad de camino, al igual que la tensión a la hora de resolver el conflicto: se genera, pero es pura técnica (y sí, si nunca te implicás con los personajes, nunca corrés riesgos con ellos). Sí es cierto que, en referencia al rol de la mujer, Moana toma las riendas de la situación y se la re banca toda la película. De hecho, es la que tiene que salir a arreglar el moco que se mandó el semidios. Pero esto mismo se ve empañado con comentarios de Maui del tipo: "¿Cómo una mujer está en el mar si debería estar en la aldea besando bebés?". Disney, corazón, si pretendés naturalizar una mujer activa, que vaya educando a las generaciones jóvenes en la igualdad, enseñándoles que cualquier protagonista puede triunfar independientemente sobre su sexo, la estás pifiando. Pero no, evidentemente la igualdad no te interesa. Lo que sí es impecable es el universo visual que genera. Este año ya habíamos visto profundidades submarinas en Buscando a Dory, pero en este caso la propuesta es un poco más oscura, construida con unas texturas que a Jacques Cousteau le darían calambres. Y lo mismo lo que compete a las paletas de colores elegidas tanto en las profundidades como en la aldea; el universo visual generado es imbatible. Mención especial además para la animación y la expresividad del océano: el agua efectivamente está actuando, manifiesta emociones e intenciones, mejor que algunos actores inclusive. VEREDICTO: 6.0 - UN MAR DE NADA La historia es tan clásica y los personajes tan apáticos, que Moana no termina de engancharte o entretenerte. Cualquier tipo de actualización temática está torpemente empañada, y las canciones no son memorables ni pegadizas. Dejando de lado la cuestión ideológica, es una película más, infladísima por las toneladas de avances que hay dando vueltas.
No es habitual que “el tanque de la semana”, el estreno más grande de un Jueves, no sea una película clásica y pochoclera. La propuesta de Tom Ford tiene un perfil un poco más moderno, que nos remite incluso a David Lynch. No obstante, la sala estaba llena. ¿La gente fue al cine porque era feriado? ¿Porque la peli la rompe? ¿O porque se confundieron con Animales Fantásticos? La secuencia inicial de créditos es completamente impactante. Es algo así como "Twin Peaks meets Gorevision": mujeres obesas, cuerpos muy alejados del estándar de belleza actual, desnudas, danzando en cámara lenta. Ya esta secuencia impacta e incomoda, pero no es gratuita: esos cuerpos son parte de una muestra que está inaugurando Susan (Amy Adams) en su galería de arte contemporáneo. Después de este exitoso evento social, vemos que su vida personal se encuentra en un extremo opuesto. Se notan fisuras con su esposo, quien partirá ese fin de semana de viaje, dejándola sola. En este espacio personal que se genera en su vida justo cae en sus manos el borrador de la primera novela inédita de su ex-marido, Edward (Jake Gyllenhall). Y aquí, a partir de la lectura, el tiempo de la narración se desdobla en tres partes: el presente de Susan; su relación con Edward en el pasado; y la representación de la novela, "Animales Nocturnos", especialmente dedicada a ella. No vale la pena ahondar en detalles sobre la trama por dos motivos, para no spoilear, obviamente, y porque, por más que contemos todo el guión con lujo de detalles, lo importante son las actuaciones, las pausas, los silencios, los climas que se generan. La trama más clásica en términos narrativos es la historia que cuenta la novela, que en tono de thriller policial genera momentos sumamente incómodos e inquietantes, al lado de los cuales las bailarinas del inicio de la peli son de una naturalidad tranquilizadora. El cambio de trama, a través de montajes paralelos muy prolijos (recurriendo incluso a veces a emparejamientos gráficos* y a correspondencias en el raccord de miradas), hace que por momentos cueste encontrar dónde termina un relato y dónde empieza el otro, lo que enfatiza con fuerza que lo importante no son los hechos, sino las diferentes consecuencias que estos van teniendo en los sentimientos y en la psiquis de los personajes, principalmente en Susan. (*) Un emparejamiento gráfico es una similitud formal muy, muy grande entre un encuadre y otro, que hace que cambiemos de tiempo y espacio pero sin un salto alevoso al ojo. Un ejemplo muy simple sería pasar del encuadre de una pelota de fútbol a uno igual pero de la luna. Este montaje delicioso está respaldado por una banda sonora original que, también, en línea con inquietar y enrarecer los diferentes climas, aporta sinfonías instrumentales que por momentos se pueden confundir con sonidos animales y no remiten a nada que hayamos escuchado en los últimos años cuanto menos. "Animales Nocturnos": la historia dentro de la historia. Amy Adams y Jake Gylenahall no suelen decepcionarnos con sus interpretaciones. Quizás ella últimamente esté un poco más expuesta (sobre todo a partir de la polémica Batman v Superman), pero esto no hace que su nivel interpretativo decaiga (a modo de ejemplo, en lo personal me pareció que cuando Jeniffer Lawrence empezó a estrenar una película por mes todas sus interpretaciones eran iguales: este, por suerte, no es el caso). Gyllenhall es un tipo que se afianza día a día como referente de películas que están buenas: no tiene una sola película mala en su carrera. Ambos componen personajes complejos, inseguros, cambiantes que no sólo convencen, sino que tienen sutilezas que se destacan por sobre el estándar de las actuaciones que vemos hoy en día. VEREDICTO: 9.0 - ANIMALES FANTÁSTICOS Una propuesta fuera de lo habitual pero completamente sólida y contundente. Pensada fotograma a fotograma y súper cuidada, Animales Nocturnos se postula como una de las grandes candidatas en la próxima temporada de premiaciones.
En una pésima semana para haber estrenado una película sobre una tragedia aérea (recordemos que salió días después del accidente del Chapecoense), de la mano del enorme Clint Eastwood, el último gran narrador, llegó Sully, un drama protagonizado por Tom Hanks sobre el aterrizaje forzoso de un vuelo comercial. ¿Los nombres garantizan un buen producto? "Sully" es el apodo de Chesley Sullenberger, el piloto del vuelo 1549 de US Airways que, en la vida real, el 15 de Enero de 2009 acuatizó (aterrizó sobre agua, concretamente el río Hudson), convirtiendo la suya en la primera maniobra de ese tipo con un 100% de sobrevivientes. Pero claro, las grandes corporaciones, lejos de alegrarse por la hazaña, quieren desligarse de responsabilidades y atribuir todo a fallas humanas. Llevan adelante un proceso de investigación que, a través de la demostración que el vuelo podía regresar y aterrizar en pista, pretende responsabilizar al piloto por la maniobra. Lo más interesante de la película es que va alterando el orden de los hechos, con el foco puesto en cómo el proceso afecta a Sully tanto en lo personal como en lo profesional. Pasamos por secuencias del día del evento, diferentes momentos del juicio, momentos reflexivos del piloto, usando el diálogo como principal vehículo para transmitir la información. Si no fuera por este cambio de temporalidad, la película sería inmirable. Se hace muy cuesta arriba cuando una película es demasiado hablada en tono serio: como espectadores se nos está mal acostumbrando o a escenas menos habladas o a chistes constantes, y cuando una propuesta lo requiere (a ver, obviamente es una película en tono serio, basada en hechos reales, donde la mayoría de las acciones son burocráticas) está en la mano del director saber cómo imprimir cierto dinamismo para que el espectador no se quede dormido. Y como la película analiza si lo de Sully fue un acierto o un error, ¿qué mejor lugar para anclarnos que la propia subjetividad del personaje? En cuanto a Tom Hanks... hace de Tom Hanks. En serio. Incluso corre recordándonos a Forrest Gump. Últimamente (en Puente de Espías sin ir más lejos) ocupa más seguido el lugar de "hombre ordinario en situación extraordinaria". Sully, con sus más de 40 años de carrera y una familia conformada, se ve de pronto ante una exposición mediática y una presión que nunca había atravesado. Pero, por supuesto, como es un ser noble, lleno de buenas intenciones, atraviesa la peripecia con mucha altura (aunque su avión no). VEREDICTO: 7.0 - VUELO BAJO Sully no es ni lo mejor de Eastwood, ni lo mejor de Hanks. No obstante, sabe construir un relato interesante, estructurado sobre la subjetividad de un hombre en la cuerda floja entre ser héroe o culpable, sin perder las características de un relato clásico. Nada que no hayamos visto antes.
Sin lugar a dudas, Doctor Strange se convirtió rápidamente en una de las películas más esperadas del año. A pesar de no ser uno de los personajes más conocidos del Universo Marvel, los diferentes avances/teasers/trailers/publicidades de Sprayette, junto a la figura de Benedict Cumberbatch (Sherlock, Star Trek Into Darkness) como protagonista, preanunciaban que se trataría de una película un poco diferente al resto de las obras basadas en cómics que venimos viendo. Y sí, estuvo programada en el Festival Internacional de Mar del Plata dentro del panorama "Autores". Porque no es un mero tanque pochoclero, es algo más. La película arranca haciéndonos una breve introducción de la rutina y el carácter (insoportablemente altanero) del Doctor Stephen Strange: un talentosísimo neurocirujano cuyas manos no fallan a la hora de meter bisturí en los sesos de la gente. Y tampoco falla su precisión para diagnosticar. El tipo es un genio, pero está subidísimo al caballo: las vidas que salva son simplemente casos de éxito en su carrera, como si a Maru Botana le saliera bien una torta o a Roberto Piazza un vestido. La profesión es lo que le da sentido a su vida, pero sólo por la enorme ambición que profesa de ser el mejor. Tras una introducción a la que no le sobra ni le falta nada, manejando en la ruta sufre el accidente que le cambiará la vida: vuelca con su auto y sus manos quedan completamente destrozadas. A pesar de las palabras y el apoyo de su incondicional compañera, Christine Palmer (Rachel McAdams), Strange no puede evitar quedar destrozado por dentro: su carrera ha finalizado. Y nada de rendirse o dedicarse a otra cosa: el doctor se cansa de buscar tratamientos para recuperar su pulso. Es así como conoce el caso de un paciente irrecuperable que volvió a caminar y, buscando la misma solución, sigue sus pasos hasta Kamar-Taj, un lugar oculto en Nepal. Y es aquí donde paro de contar lo que pasa tan detalladamente y repaso por arriba, porque si bien conocía al personaje, el no saber prácticamente nada de la trama me permitió disfrutarla a cada minuto. Básicamente, lo que sucede en el templo oculto de Kamar-Taj es que, a través de las enseñanzas de Ancestral (Tilda Swinton), Strange va accediendo a diferentes niveles de conocimiento y con ello se va transformando en hechicero. Partiendo de la mente y de la concentración, descubre que puede transformar el tiempo, la materia, las leyes de la física, acceder a un plano astral hasta entonces para él desconocido. Y este mundo, tal como le explica el simpático bibliotecario Wong (Benedict Wong), también tiene amenazas que lo acechan. Strange sólo quería arreglar sus manos para volver a su rutina, pero descubre que hay algo más grande, que en un lugar radicalmente opuesto a la ciencia se podrá someter a desafíos mayores. La película transcurre en la actualidad y sabe hacer convivir nuestro mundo tecnológico con el mundo más ancestral y espiritual al que accede Strange. De hecho, esta temporalidad marca con más fuerza aún el hecho que nuestro amigo decida probar un tratamiento alternativo: no es lo mismo la medicina actual que la medicina existente en 1963, año en que debutó el cómic. Asimismo, es también esta brecha temporal (porque si bien pasa todo en el presente, la puerta que abre Ancestral no es sólo a otro aspecto del mundo, sino también a un tiempo espiritual diferente) es lo que permite gran parte de los gags. El humor (algo de lo que siempre me quejo, sí) no molesta en absoluto, sino que al contrario, está bien ubicado con el tono general de historia. El hecho de poder trabajar en un género un poco más cómico y que efectivamente funcione también tiene que ver con el personaje: al no ser archiconocido y de primera línea (oh la ironía, es uno de los más poderosos), permite el chascarrillo sin que ningún fundamentalista aduzca que es una falta de respeto y pida en Change.org la censura de la película. El acierto número uno de la producción es Benedict Cumberbatch en el papel de Doctor Strange. Más allá de lo físico, sabe encarnar los diferentes matices del personaje, porque claramente detrás de la altanería que le demuestra al mundo no deja de ser un tipazo. Debo confesar que en los primeros minutos temí que fuera un "Doctor House con poderes" (si empezamos a trazar similitudes con el personaje popularizado por Hugh Laurie, no terminamos más), pero por suerte va por otro lado. Y sí, en determinados momentos las miradas logran recordarte a Vincent Price, actor en el que está basada la apariencia física del personaje creado por Stan Lee y Steve Dikto. Desde el tratamiento del humor a través de los diálogos hay determinadas frases, latiguillos, que una cosa son escritos y otra cosa son con la impronta de Cumberbatch encima, lo que llama fuerte al tribuneo. Por suerte, en el Festival no está "mal visto" gritar y aplaudir cuando amerita, y ameritó varias veces. El otro caballito de batalla de la película son, sin lugar a dudas, los efectos visuales, que tienen olor a Oscar. Como decíamos anteriormente, los hechiceros pueden manipular tiempo, espacio y acceder a dimensiones y universos paralelos, entre otras cosas. El punto de partida para la composición visual es infinito. De ahí en más, los colores elegidos en cada espacio, la minuciosidad de texturas y detalles, todo, todo es absolutamente increíble. Los espacios que no son los que habitamos se ven con el mismo realismo que las calles de Londres o el quirófano del hospital. A nivel narrativo, además de una presentación justa, el resto de la acción se desarrolla naturalmente, sin huecos en el guión que te distraigan de la trama ni arbitrariedades. La única falencia quizás es que no termina de generar un buen clímax. Quizás porque el foco se pone más en presentar al Doctor que al enemigo, o por la falta de algún obstáculo mayor a la hora de la resolución, pero se pierde un poco la identificación generada con el protagonista; te despegás ligeramente y dejás de sentir la magnitud real del problema al que se enfrenta. VEREDICTO: 9.0 - EL DOC LLEGÓ PARA QUEDARSE Incluso con un tercer acto que se desinfla un poquito, Doctor Strange demuestra que los superhéroes en el cine aún tienen mucho para dar. "En el cine", dije. En la sala. Si ves una bestia como ésta en la pantallita de la compu, merecés tomar birra caliente y sin gas por el resto de tu vida.
Desde el primer momento tuvimos muchísima fe en esta producción nacional. Es menester que haya mas películas de fútbol argentinas. El Hijo de Dios dejaba ver en sus avances que además vincularía el deporte más popular con la mitología bíblica, en clave western, con una fuerza visual muy particular. Después de recorrer festivales, el Jueves pasado desembarcó en salas comerciales para demostrarnos que teníamos toda la razón del mundo al bancarla. El fútbol de habilidosos y dotados está desapareciendo. Los cazadores de talentos se llevan a los pibes de los pueblos cada vez más chicos. En Betania, un pueblo alejado, casi estancado en el tiempo, por orden del Comisario Pilatos (Agustín Repetto), no se puede jugar al fútbol. Una especie de caza de brujas se apodera de cuanta pelota aparezca dando vueltas y quienes se atreven a practicar el deporte son encarcelados y torturados, aunque hay personajes como María Magdalena (Marina Artigas) que arriesgan todo para apoyarlos. Un Jueves Santo, Juan (Paulo Soria), Santiago (Juan Lo Sasso) y Tomás (Ignacio Ballone), parten de la ciudad para pasar un fin de semana largo de pesca y birra. En el camino, por inconvenientes mecánicos del auto, se cruzan con un misterioso joven llamado Jesús (Bruno Alcon) que los ayuda a seguir camino, hasta que paran en Betania a almorzar. Sin motivo alguno, todos terminan en un calabozo, con su libertad pendiente de otra arbitraria decisión de Pilatos: si logran vencer a su equipo en un partido de Fútbol 5, volverán a casa. Aceptan, completan el equipo con los también reos Pedro (Gerónimo Espeche) y Pablo Houseman (Martin Tchira). Alentados desde la celda vecina por Juan El Bautista (un acertadísma participación de Norberto "Ruso" Verea), salen a la cancha el Viernes Santo. Lo más fuerte de la película, su esencia, es el universo del que parte: toma de la tradición futbolera la mística, la magia y sus vínculos con lo religioso; para confirmar esta unión basta con escuchar cualquier relato o crónica de un partido, independientemente en boca de quien esté. Las alusiones al credo están normalizadas, integradas al folclore. Y no solo eso, sino que el deporte rebalsa de mitos, como el de Bilardo y la virgen en el '86, determinados rótulos ("la mano de Dios", sin ir más lejos), y la presencia de figuras religiosas en imágenes o banderas entre el publico, sin mencionar tatuajes o el acto de persignarse de algunos jugadores al entrar al campo de juego. La relación existe, es fuerte y sólida. Lo que hacen entonces los directores Mariano Fernández y Gastón Girod es trasladar esta mística popular a un pueblo alejado, sin dar indicios precisos sobre la época o la ubicación, para despojar al contexto de cualquier vinculación con lo real que rompa la magia. Por algún motivo, las historias que suceden "en un lugar muy lejano, hace muchos años" nos intrigan más que las concretas, que pasaron en tal lado, tal día y a tal hora. Tanto las locaciones como la utilería, además de cuidar determinadas formas y gamas de colores, reflejan esta preocupación porque Betania pueda ser universal y no se convierta en Chascomús, por citar un lugar real. Y esto resulta un gran acierto: cuando ves una peli nacional que se supone que pasa en un lugar ficticio, pero reconocés una plaza, una esquina, un bar, la magia se pincha. El Hijo de Dios te sumerge en un paraje nuevo que se sostiene sin fisuras. Todo lo referente a fotografía y cámara está relacionado de manera directa con el género western: la composición de los encuadres, los colores (hay mínimo 10 planos que vas a querer que sean tu fondo de pantalla), los movimientos de cámara... hay un desarrollo de lenguaje, una intención emotiva, una búsqueda constante porque el espectador se involucre con estos personajes e hinche por ellos. La segunda mitad de la película, que es el desarrollo del partido en sí, es emoción pura: por un lado, lo que pasa, cómo está planteado el desarrollo del partido en materia de resultados parciales; y por otro lado, cómo está contado. A lo acertado sobre el uso de la cámara que mencionábamos anteriormente, se suma un montaje que materializa un poco el tiempo mental de un espectador de fútbol: agilizándose por ejemplo cuando el rival ataca y estás mal parado, y haciéndose eterno en el recorrido de un disparo propio, en la incertidumbre de si la pelota va a entrar al arco o no. El uso de la banda sonora apoya intensamente la banda visual: ya sea por la introducción de un relator presente (Diego Della Sala) o por la música extradiegética, nunca pierde el foco en la importancia de la emoción. El partido es, por lejos, lo mejor de la película. Usa todos los recursos existentes para que prácticamente grites los goles, te guste el fútbol o no. Porque si hay algo que tienen cine y fútbol en común, es la pasión: ya era hora que alguien tome el corazón del deporte y lo pueda exponer de manera tan acertada en la pantalla grande. VEREDICTO: 9.0 - PARA LOS PIBES LA SELECCIÓN El Hijo de Dios es una de las cintas nacionales con más corazón, huevo y garra del año. Un universo nuevo lleno de mística, contado con un lenguaje que apela de manera directa a la emotividad y poblado por personajes entrañables. Agitemos los trapos por más películas futboleras y menos comedias románticas.
Uno como espectador a veces se encapricha con ver sólo películas de superhéroes, o sólo películas de tiros y explosiones, o sólo "de gente encerrada que se van matando uno por uno", por citar algunos ejemplos extremos de categorías absurdas. Y si bien no está nada mal tener etapas de estar interesado por algo acotado, hay que darse el tiempo necesario para aceptar nuevas propuestas. Una de ellas es Miss, que no defrauda en absoluto. Miss es la historia de Robert (Roberto L. Makita), mitad chino y mitad japonés, un extra de publicidad, adorable e inocente en extremo, cuyo libro de cabecera es el de los Récords Guinness, fascinado por gente común con logros irrelevantes pero extraordinarios. Vive una vida tranquila, sin mayores pretensiones ni preocupaciones. El contexto de la película lo encuentra cubriendo a su amigo Rigo (Rigoberto Zarate), adorable como él pero con cierta veta un poco más pícara, en el cuidado del caserón de Graciela, otrora Miss Argentina, de viaje. En el rodaje de una publicidad su camino se cruza con el de Laura (Malena Villa), quién vino de San Clemente a Capital Federal para estudiar en una escuela de modelos, pero su esencia, más cercana al mundo sensible de Robert, no encaja con el mundo de cartón pintado y espejitos de colores del modelaje, aunque todavía no lo sabe. A partir de ese primer cruce, Robert mueve cielo y tierra por acercarse a Laura, se pone a su entera disposición para todo lo que necesite a través de pequeños gestos, y ella, a través de conocerlo, pero sin intenciones amorosas, va cediendo y dejando que se acerque. La historia retrata el amor genuino e inocente de Robert hacia Laura en dos aspectos: en la relación que va tejiendo con ella ("lo que hace") y en cómo lo manifiesta a su entorno ("lo que dice"). "Lo que dice" se lo dice a su círculo más cercano, conformado principalmente por su amigo y una amiga de Graciela (Tuchi Rottenberg), que pulula la propiedad y aporta su visión más cargada de años, pero con un dejo entre mística pagana y religiosa. Va contándoles a ambos una relación que crece más rápidamente en su mente que en la vida real y escuchando consejos sobre cómo llevarla adelante, aunque la única guía que sigue a la hora de actuar es la de su intuición. Sus dichos están impregnados de un optimismo y una alegría que te dan ganas de abrazarlo y sus respuestas, lejos de ser ingenuas, dan cuenta de una inteligencia muy particular. Respecto a "lo que hace" para acercarse a quien elige como su compañera ideal, son una serie de iniciativas casi infantiles, como llevarla al zoológico, en las que reinan la bondad, la sinceridad y las buenas intenciones. A ver: si el personaje de Robert no estuviera tan minuciosamente construido, de no ser tan tierno, rozaría con lo psicópata, lo acosador y en vez de querer que terminen el recorrido juntos estarías gritándole a la pantalla cual Tano Passman: "¡Que le pongan una orden de restricción!". Y no es sólo la construcción del personaje lo que genera esta sensación de ternura, es todo el universo construido por su director, Robert Bonomo: los encuadres equilibrados, los paisajes urbanos limpios de ruido y casi sin gente transitándolos, y la banda sonora, también armónica, terminan de componer un filme homogéneo y sin fisuras. Decíamos en la introducción que Miss es una propuesta diferente y sí, no es posible encasillarla en ningún género en particular: es como una comedia romántica pero sin el histrionismo y el melodrama típico de las películas comerciales; es como una historia personal y pequeña pero sin el embole típico de películas que desfilan por el BAFICI (aunque pasó por esta pantalla). Me recordó mucho a la frescura y a la inocencia de My Girl, por ejemplo. Porque la trama también tiene que ver con eso: Robert, redondeando los treinta años de edad, nunca besó a nadie. Pero lo mejor es que, en su recorrido, lo acompañen ustedes mismos. VEREDICTO: 8.0 - UNA TERNURITA Decíamos en la introducción que Miss es una propuesta diferente y sí, es difícil de encasillar dentro de algún género en particular. Es como una comedia romántica, pero sin el histrionismo y el melodrama típico de las películas comerciales. Es como una historia personal y pequeña, pero sin el embole característico de films que desfilan por el BAFICI (aunque pasó por dicha pantalla).
Nuestra fauna local está llena de Roques Waterfall: seres despreocupados, casi negligentes respecto a proyectos personales, que viven de alguna renta o se las han sabido ingeniar para tener algún modesto ingreso y no trabajar. El desafío a la hora de llevar uno de estos personajes a la pantalla es plantearse si realmente ocurrirá algo que perturbe su calma, si realmente habrá una historia que contar o si, simplemente, el cineasta se sentará a contemplar la decadencia. Lo curioso sobre Maldito seas Waterfall es que Alejandro Chomski logra abarcar los dos caminos. La vida de Waterfall (Martin Piroyansky) se desarrolla sin ningún tipo de sobresalto: mira, graba y vuelve a mirar partidos de Atlanta en una VHS llena de polvo, lee el diario y profusa un profundo desinterés a casi todo lo que lo rodea, alumbrando no obstante su paso con pequeños destellos de sabiduría. Así, en su rutina de pasear por el barrio, dormir la siesta y pasar el tiempo rodeado de los más variados personajes, encabezados por su mejor amigo Harry (Walter Jakob), quien espera cobrar una herencia para vivir haciendo nada como él, o Carla (Juana Schindler), una chetita rubia que le habla en inglés al perro), Waterfall se cruza con Luis (Javier Lombardo), el productor local de Hans Gunther Flogenhoefer (Rafael Spregelburd), un director de cine de Europa del Este que vino a la Argentina supuestamente a hacer un documental sobre la pobreza en la Villa 31. Pero decide cambiar su objeto de estudio luego de cruzarse con el peculiar Waterfall, quien, a regañadientes, el termina aceptando que las cámaras lo sigan para registrar su cotidianeidad. La película se apoya casi únicamente en su protagonista. Las secuencias de relatos documentales de los personajes secundarios, cuando Waterfall no está en pantalla, se hacen un poco cuesta arriba, aburridas. Incluso, la actuación con más fuerza y credibilidad es la de Piroyansky: el resto del cast oscila entre interpretaciones pobres y sobreactuaciones muy acartonadas, lo cual puede ser a propósito: no sería descabellado proveer al protagonista de un entorno marcadamente artificial para resaltar lo genuino que es. Además del registro documental en sí (vemos la película de Gunther a través de una proyección), Chomski hace un recorte urbano de Buenos Aires por demás interesante: más que nada recorre exteriores en Villa Crespo y Chacarita, zonas reconocibles como el Barrio Parque Los Andes (que por ser un barrio cerrado dentro de Capital Federal cuenta con cierto encanto particular), o esquinas como las de Av. Dorrego y Av. Corrientes; espacios que, sumados a la devoción del personaje principal por Atlanta, se acercan mucho a determinado nicho de público que de seguro sentirá un gran apego a la película. Retomando lo que comentábamos en la introducción, la monotonía en la vida de Waterfall se ve justamente interrumpida por Gunther y su equipo. Es en este punto donde, a través del cine dentro del cine, la película logra recorrer los dos caminos posibles ante un ser que vegeta: ocurre algo significativo dentro de su vida, algo que merece ser contado. El chiste es que lo que ocurre no lo hace moverse ni lo empuja a actuar: el hecho extraordinario que vive es que un grupo de cineastas se decide a retratarlo, es su pasividad llevada al extremo y arrojada desnuda frente a un lente. VEREDICTO: 6.0 - NO ES PARA TODOS Quien vaya a la sala en busca de entretenimiento y risas, probablemente salga decepcionado. Lo más interesante de Maldito Seas Waterfall es la posibilidad de reflexionar sobre la pasividad y la desidia de determinados personajes que viven al límite del sistema. El problema es que quizás no es un mensaje que pueda calar muy hondo en el público masivo, y sin esta interpretación la película pasa completamente desapercibida.
Ouija (2014), había dejado bastante que desear. Era una historia floja, sin ningún plus desde los modos narrativos, tan olvidable como las muchas películas llamadas Ouija que rondan por internet si googlean. Pero a esta remake se le asoció el nombre de Mike Flanagan, el capo detrás de Hush, Oculus y Before I Wake; tres películas bastante interesantes que nos hicieron poner el foco sobre el director y seguirlo de cerca. Y, por suerte, el resultado está muy bien. Nos encontramos en Los Angeles, a mediados de la década de los '60s. Una familia disfuncional, compuesta por la viuda Alice (Elizabeth Reaser) y sus dos hijas, Lina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), se gana la vida con una suerte de sesiones de espiritismo llenas de mentiras piadosas: fingen (mediante artilugios mecánicos) que conectan con seres fallecidos, con la finalidad de poder darles paz a los familiares vivos que las visitan. Y pagar las cuentas, claro. El tema es que las finanzas no van del todo bien y se niegan a irse de la casa recientemente embargada, porque la propiedad es lo único que les queda del difunto padre de familia. A esta preocupación, entendida por las dos mujeres mayores, se le suma la inclusión de un tablero de Ouija entre la utilería de sus sesiones, elemento mediante el cual la menor de las hermanas empieza a contactar de manera genuina con seres del más allá. En uno de los primeros contactos, un ser que aparentemente es su padre le brinda información sobre un escondrijo secreto de la casa donde hay una suma de dinero que les permite levantar el embargo. Esta conexión es usada por la madre para dar mayor verosimilitud a las sesiones, manteniendo a Doris a diario en la casa trabajando con ella. Esto llama la atención del Padre Tom (Henry Thomas... sí, ¡el nene de E.T.!), quien luego de intercambiar algunas palabras sobre la situación con la mayor, decide apersonarse en la vivienda para ver con sus propios ojos qué es lo que sucede. Y claro, los espíritus no son tan buenos como parecen (¿alguna vez lo son?), y con los adultos un poco más en tema, empieza a pudrirse todo. Hay una serie de aciertos en la película que no sólo la hacen ser superior por lejos a la primera parte, sino que también la colocan entre las mejores cintas de terror del año. Por ejemplo, todos los personajes son absolutamente funcionales a la trama: Mikey (Parker Mack), el noviecito de Lina, tiene una breve aparición que sirve para reforzar tanto el carácter de la madre, las inquietudes de las adolescente y el poder de Doris poseída. Y así se desarrolla un esquema actancial firme que incluye a los cuatro personajes principales. El cierre de la historia también se da a través de un descubrimiento al que se llega atando cabos sueltos a través de indicios y pistas sutilmente ubicadas. El truco con los indicios es que deben ser lo suficientemente sutiles como para que el espectador no se anticipe y que tengan la visibilidad necesaria para ser recordados cuando entran en acción. Flanagan lo sabe y lo lleva a la práctica construyendo una trama que avanza a paso firme y parejo. Hay además, en línea con otros filmes de calidad recientes (El Conjuro 2, No Respires), una fluidez sobresaliente en el uso de la cámara, la cual utiliza el recurso de los planos secuencia con una prolijidad de admirar. A esto se le suman ciertas texturas desde la fotografía, a través de reflejos de agua o sombras tenues de árboles o persianas, que ayudan a componer el clima con riqueza visual. Por suerte no es un mamarracho donde sólo se mueve rápido la cámara y la gente grita. Siguiendo el tono de sus últimas realizaciones, el director mantiene su interés sobre qué es la mente y cómo opera, sigue indagando sobre la ilusión y la realidad. En primer lugar desde el inicio, en la pantomima que hacen las mujeres para vivir: sus víctimas/clientes son engañados con manifestaciones físicas de seres queridos y esto los lleva a hallar determinada paz mental. Y el mismo truco opera con Lina llegando al final de la película (no vamos a entrar en detalles por si se olvidaron que ya la vimos en Ouija). VEREDICTO: 9.0 - Buen cine, ¿estás ahí? SÍ Debemos reconocer que nos equivocamos al considerar que una secuela de Ouija era una pésima idea. Hay que seguirle pisada a Mike Flanagan: con Ouija: El Origen del Mal logra construir una historia sumamente coherente, con una clima tenso y pesado de a ratos, generado desde la conjunción de una técnica impecable y muy buenas actuaciones. ¡A verla!