Llega a las pantallas de Buenos Aires la última obra del realizador francés Alain Resnais, ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cannes 2009 y en la que nos ofrece un historia basada en la del libro "L´incident" escrito por Christian Gailly y guionada por Alex Reval y Laurent Herbiet. Con una profusa carrera cinematográfica integrada por 23 largometrajes y 24 cortos documentales, Resnais, de 88 años, uno de los pilares de la mejor época de la Nouvelle Vague, vuelve a ocuparse de las personas que transitan una etapa de confusión en sus existencias provocada por episodios de su pasado que no pueden superar pero que, para olvidarlos, se aferran a los acontecimientos fortuitos con los que el presente los sorprende como si fueran una tabla de salvación que los alejará de la depresión y del vacío vivencial que sienten bajo una apariencia de indiferencia los unos o de frivolidad los otros. Personajes que en definitiva no se conocen, esencialmente, entre ellos. Así lo hizo en su primer largometraje, inolvidable "Hiroshima, mon amour" (1959) guionado nada menos que por Marguerite Duras y en obras posteriores como por ejemplo "El año pasado en Marienbad" (1961) con un guión de Alain Robbe-Grillet basado en la novela "La invención de Morel" del argentino Adolfo Bioy Casares, también se encuentra esta narrativa experimental de la ambigüedad, que luego fue su característica, en "Muerte al amor" (1984), "En la boca, no" (2003) y en una de las más recientes, "Asuntos privados en lugares públicos" (2007). En esta realización, la primera puesta en situación del espectador se hace mediante un narrador, con un magnífico trabajo en off del conductor televisivo francés Edouard Baer. Después, Renais, mediante su característico uso del montaje sin continuidad y de planos superpuestos como alter ego, comienza desde las primeras escenas a perfilar a cada personaje en el tiempo y espacio real para contarnos que están en una aguda etapa de expectativa a lo que sucederá en sus existencias. Marguerite compra cosas que no necesita pero llenan su vida y en un shopping le robarán su billetera, la que será encontrada, sin dinero pero con documentos por Georges, que posterga tareas tan simples como cortar el césped de su casa para tener así algo para estar ocupado en su futuro. El hombre decidirá devolver lo que encontró pero el estar frente a la mujer no será algo que busque de inmediato sino que obviamente lo postergará, mientras ella se debatirá con un histerismo que la confundirá aún más. Son dos seres que no se aman pero se reclaman el uno al otro, no se quieren pero se necesitan. Sus vínculos son casi superfluos. Poéticamente desde el título y también en algunas imágenes vemos que en los canteros de sus vidas crecen "malezas" y no encuentran la forma de eliminarlas. Esos "yuyos" pueden llegar a bloquear los caminitos que se emplean para salir de enmarañado jardín. La trama contiene, casi todo el tiempo y a pesar de ser un drama, rápidos pases de comedia, que arrancan sonrisas, muy cargados de una ironía que dispara sus dardos a las mujeres, a los hombres, a la situación laboral francesa, al cine de Hollywood y hasta a las más emblemáticas obras del propio realizador. La protagonista, Marguerite, está interpretada por Sabine Azéma, famosa actriz y directora francesa de 60 años y esposa de Alain Resnais. Azéma compone sin discontinuidad su personaje desde la inocencia, lo pasa por la excentricidad y vuelve a colocarlo en la inocencia; mientras que André Dussollier compone a Georges más que con los gestos con una construcción vocal al utilizar tonos dubitativos casi todo el tiempo, trabajo difícil, pero él es también un actor de radio acostumbrado a este tipo de resoluciones interpretativas. Este drama, con dos falsos finales y un cierre de historia que todos los espectadores se imaginan, entretiene y hasta arranca sonrisas al tocar, sin demasiada profundidad, el mecanismo de ocultamiento que casi todas las personas utilizan al menos en una etapa de su vida para que no se revele algo que consideran que arruinará su presente y su futuro.
La serie de “Toy Story” tuvo su primera realización cinematográfica en el año 1995, y fue la primera expresión cinematográfica que usó efectos animados y para poder llevarlos a cabo se usó un sistema desarrollado por Disney Company que consiste en un paquete de software que permite digitalizar el trabajo hecho por los creativos y dibujantes del estudio. La primera entrega tuvo un éxito rotundo a nivel internacional por lo que posteriormente se lanzó “Toy Story 2” (1999) con los mismos personajes, los juguetes vivientes de Andy, un niño estadounidense. Este año llega la tercera entrega a la que se la puede ver en el ya patentado sistema visual Disney Digital 3 D y también en el formato IMAX 3D para los que se pensó su historia desde el comienzo del proyecto. También en 2009 se incorporó a las dos primeras historias los mismos sistemas tecnológicos de visualización 3 D mediante anteojos especiales que le dan profundidad, perspectiva y superposición a la imagen, aunque son efectos meramente de pantalla ya que no aportan nada a la historia argumental de ninguna de las historias. En esta tercera entrega continúan los mismos personajes y se adicionan un oso, un mono y también la mundialmente famosísima Barbie, ya con licencia de sus creadores para hablar, y el espectador puede enterarse en esta obra de animación, cómo fue que la hermosa muñeca rubia, que acompaña al 98% de las niñas estadounidenses, conoció a su novio, el apolíneo Ken, a quien también sus creadores licenciaron para que pueda hablar, y lo hace en la versión latinoamericana con la voz de un argentino. La tercera historia, que se comenta, tiene más base argumental que las dos anteriores, afirmándose en el cuento que da origen a la canción del musicalizador Randy Newman “Yo soy tu amigo fiel”, que fuera cantada por su autor en aquellas ocasiones (en esta entrega la versión latinoamericana la cantan los mexicanos Aleks Syntek y Danna Paola). También se escucha esta vez, una versión “flamenquizada” que realizó el célebre grupo español Gipsy Kings y que fue titulada “Hay un amigo en mí” que baila en pantalla el muñeco astronauta Buzz, en ocasión de que se mueve su “botón de programación” a su propia versión española (no debe olvidarse que hoy todos los muñecos electrónicos pueden hablar en diferentes idiomas con sólo mover una palanquita que tienen en su dorso). El argumento inicia su narración cuando Andy debe partir hacia la universidad y sus juguetes consideran que su futuro será un sombrío abandono. Todo se complica cuando todos ellos, menos el vaquero Woody, son introducidos en una bolsa plástica que accidentalmente terminará en una guardería. Allí comenzarán la acción y las aventuras en el intento de los juguetes por regresar a la casa de su dueño. La versión doblada para Latinoamérica fue realizada en español neutro, de fácil comprensión por los niños de la Argentina y precisamente se destaca la labor de doblaje realizada por el argentino Mike Amigorena al hacer hablar al muñeco Ken, que en la versión original tiene la voz que le puso Michael Keaton. También está muy lograda la labor de Braulio Sosa al doblar al vaquero Woody. Esta obra de animación atrapa tanto a los niños, a quienes está dirigida a partir de los cuatro años, como a los adultos. Tiene color, acción, argumento, y un metamensaje importante en la canción que le da base y que en su parte sustancial dice: “Nuestra gran amistad / el tiempo no borrará / ya verás que nunca terminará / porque Yo soy tu amigo fiel”.
Es complicado para un actor, o actriz en este caso, dar el paso de la adolescencia a la adultez, sobre todo si ha sido como una máquina de generar dinero con un personaje que pegó bien en el público teen de la televisión. Miley Cyrus, quien fuera la protagonista de la sitecom televisiva Hanna Montana –también llevada a la pantalla cinematográfica- con un suceso a nivel internacional, llega a un personaje adulto al interpretar, en la realización que se comenta, a Ronnie Miller, una muchacha que no ha podido elaborar el divorcio de sus padres, situación que la lleva a sentir resentimiento hacia su papá y encontrarse en un estado de indecisión sobre el rumbo que tomará en su vida a pesar de ser una talentosa pianista. Las cosas se le complican cuando debe pasar un verano junto a su padre y su hermanito. Todo se vuelve cada vez más problemático porque la mala relación con su progenitor hace crisis, conoce a una muchacha que no será precisamente una buena amiga, llega a su vida Will, un apolíneo y altísimo joven con todos los genes anglosajones en su esbelto físico que se le acercará sentimentalmente pero que también arrastra sus propios problemas y, como si todo esto fuera poco, un malvado y hambriento mapache intentará comerse unos huevos de tortuga lo que obliga a la protagonista de tantas desgracias a velar para que las futuras tortuguitas puedan nacer, llegar al mar y ser felices entre las olas. Con está última subtrama quizá Nicholas Sparks, el autor de la agridulce novela que da base al argumento de esta obra cinematográfica, haya querido simbolizar en esos huevos en plena incubación, que una tortuga dejó despreocupadamente en cualquier lugar de la playa, que la llegada a la adultez es un proceso que necesita ser vigilado y protegido de los peligros que puedan evitar que se concrete correctamente. Aunque Sparks no se caracteriza por ser un escritor demasiado profundo pero sus libros se convierten rápidamente en best sellers, y parece ser un gran observador de los conflictos que rodean a los jóvenes que están a punto de abandonar la adolescencia. Tal es así que el argumento de esta obra cinematográfica salta de situaciones dramáticas a otras netamente de comedia con muchos pasajes de sitecom para volver al drama, y forma un entramado que generalmente se usa para mantener la atención del espectador joven. Miley Cyrus al interpretar a la protagonista mantiene en los momentos de enojo su cuerpo encorvado y en los (pocos) de alegría luce su espectacular dentadura. Mientras que Liam Hemsworth en el papel de Will se muestra seguro de su físico de dios griego y logra algunas expresiones que transmiten lo que le sucede en su interior al personaje. Se lo ve un tanto desaprovechado en el rol del padre de la protagonista a Greg Kinnear (nominado al Oscar por “Mejor imposible”, 1997) y Bobby Coleman como Jonah, el hermanito, recurre a todos los clisés actorales y logra lucirse afirmando el dicho de que para los actores adultos es peligroso trabajar con un niño en el reparto. La producción está a la altura que es habitual en las del estudio Disney y la música de Aaron Zigman (autor, entre otras, de la música de “Sex and the City” 1 y 2 -2008 y 2010-) plantea situaciones de manera adecuada alejándose de lo meramente incidental. Seguramente el público adolescente, sobre todo el femenino, disfrutará de esta historia y se encontrará identificado con varios de los conflictos y es posible que haya vivido más de una de las situaciones cómicas. No en vano esta realización cinematográfica está pensada y dirigida a esa franja de espectadores que llegarán al cine impulsados por el nombre de Miley Cyrus, la actriz que hacía de Hanna Montana.
Oliver Stone fue ganador de dos premios Oscar, por “Pelotón” (1986) y por “Nacido el 4 de Julio” (1988). Ya en esas realizaciones, que contenían ficción, podía vislumbrarse su veta documentalista, la que quedó firmemente impresa con la trilogía compuesta por “Comandante” (2003), “Persona no grata” (2003) y “La mirada de Fidel” (2004) la que lo situó dentro de los cineastas que se comprometen con temáticas trascendentales, a las que, en ocasiones imprime una tendencia y en otras, deja abierto un interrogante que el espectador tendrá que elaborar. Este método ya había sido evidente en su obra “JFK” (1991), a la que se considera lo mejor, hasta el presente, de toda su carrera cinematográfica donde directamente señala que el asesinato del Presidente Kennedy de los EE.UU. fue resultado de una conspiración. Algunas de sus obras de ficción argumentalmente tienen un basamento en la misma vida de Stone, como las que tocan el tema de la Guerra de Vietnam en la que él participó activamente, o contienen una punta de “provocación” al tener en su guión subtramas con temas discutidos por diversos ámbitos sociales, como lo hizo en “Alexander” (2004) donde al contar la vida de Alejandro Magno incluyó la relación homosexual que éste mantuvo con Hefestión. Vuelve esta vez, en la realización que comentamos, al documental, con un viaje por Sudamérica para reportear y poner en la “vidriera” la relación del gobierno de los EE.UU. con siete de los regímenes políticos imperantes en América del Sur, los de Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, Paraguay, Ecuador y Cuba. Stone, quizá para seguir con su estilo provocador, vuelve a casi comprometerse con sus entrevistados al aparecer él mismo mucho tiempo en pantalla en conversaciones que llegan al coloquio con los presidentes de los países nombrados, algo que la crítica especializada internacional siempre le ha señalado como no adecuado en los documentales y que es una actitud que le ha valido manifiestamente la reprobación de los cubanos residentes en Miami. El realizador estadounidense señala esta vez como mensaje directo que los procesos de elecciones que llevaron a los presidentes Chávez, Morales, Da Silva, Fernández de Kirchner, Lugo y Correa al poder, y la “herencia gubernamental” de Raúl Castro, son en realidad, más que un resurgimiento de la Izquierda, una pacífica revolución sobre la que EE.UU. aún no ha tomado una clara decisión. La edición de este documental, en la que se intercalan continuamente comentarios accesorios sobre el pasado y el presente de cada país, es muy ágil. Con escenas y encuadres atractivos que en ningún momento aburren al espectador y que, según la ideología política que cada uno tenga, arrancarán una sonrisa o un gruñido. Y mucho más allá de lo que se piense políticamente de manera individual, se puede señalar que se trata de un extenso documental en el que es evidente el profesionalismo cinematográfico de su realizador.
La singular vida de una vanguardista narrada por ella misma Agnés Varda, presenta un nuevo documental desarrollado en el lenguaje de la Nouvelle Vague, corriente cinematográfica de la que ella es considerada referente. Sin embargo su estilo es particular y sus temáticas también lo son. Esta vez el tema es su propia vida profesional al cumplir 80 años de edad y 56 como cineasta. En los primeros minutos de esta obra, la impronta de Varda ya es evidente, a las largas secuencias estáticas (características de la Nouvelle Vague) ella le agrega la belleza visual, con colores casi saturados y “un toque” de movimiento de mar y viento, y el agregado de una música creada por Joana Bruzdowicz que más que incidental es inductiva, como lo fueron las composiciones de Wolfang A Mozart que la realizadora utilizó cuando filmó “La Felicidad” (1964). Y precisamente de esa obra y de algunas otras de las realizaciones de su autoría (justo término para esta corriente cinematográfica francesa) se ven fragmentos en esta autobiografía. También se ven varias escenas de los trabajos de Jacques Demy, importantísimo cineasta francés del que Agnés Varda es viuda y en este documental, que data de 2008, revela sorpresivamente cuál fue la causa de la muerte de su marido, terminando de esta manera con las especulaciones que la prensa amarilla mundial hizo durante 18 años. Desfilan por la pantalla fragmentos de trabajos realizados por Catherine Deneuve, Philipe Noiret, Jane Birkin, Gerard Depardieu, Jean-Claude Druot y hasta Mathieu Demy, su hijo, todos bajo las órdenes tanto de Varda como de Jacques Demy. En la primera mitad de esta realización conocemos a las personas que la rodearon en su infancia, y también a quienes rodean en la actualidad a su autora, y a partir de la segunda parte nos interiorizamos de la manera que ella y su marido filmaban, triunfaban, ganaban premios y también fracasaban...Pero ella no menciona en ningún momento que las estadísticas de la cinematografía francesa indican que sus fracasos siempre fueron más de crítica que de número de espectadores convocados. Este documental, de excelente ritmo y amenidad, pareciera especialmente hecho para cinéfilos que encontrarán elementos para reconsiderar la trayectoria cinematográfica de ésta realizadora, y quizá para que los críticos argentinas puedan revaluarla. Calificación: Muy buena. (Carlos Herrera). * * * * * * * * * * Información complementaria Agnès Varda y la Nouvelle Vague La Nouvelle Vague (Nueva Ola), corriente cinematográfica francesa, surge cuando en la segunda mitad de la década de los 50´ algunos críticos de la revista “Cahiers du cinema” quienes también habían trabajado como guionistas, impulsados por su director André Bazin, y por los bajos costos de filmación en las nuevas (para ese entonces) cámaras Super8 se convierten en cineastas. Esta corriente de cine se impone cuando en el Festival de Cannes de 1959 Truffaut y Resnais obtienen los máximos galardones de la Muestra. Las características del lenguaje de estos realizadores son el blanco y negro, los colores saturados, los planos estáticos y temáticas referidas a lo que lo sucede a los personajes en la vida cotidiana sin llegar a profundizar en el pasado de los mismos, por eso los personajes pueden ser tanto feos y desgarbados como Philippe Noiret, Jean Paul Belmodo, Anouk Aimeé o Jeane Moreau, o casi artificialmente lindos como Catherine Deneuve y su hermana Francoise Dorleac o el carismático Alain Delon. Agnés Varda está considerada como la precursora de esta corriente porque su primer largometraje “La pointe courte” de 1954 (no estrenado en la Argentina) ya contiene elementos estilistas que luego fueron usados por los popes de la Nouvelle como Godard, Truffaut, Resnais, Jacques Demy, y posteriormente por, entre otros, Roger Vadim, para mostrar que fuera de la trama principal también ocurrían pequeñísimas cosas sobre las que había que detenerse por formar parte de la vida y del mundo. Los realizadores sumados a este movimiento tenían ideas políticas cercanas a la izquierda y Varda lo evidencia con plenitud en “Sin techo ni ley” (1985), al contar la vida cotidiana de una mujer que vive en las calles parisinas, y por esa obra fue premiada con el Leon de Oro en el Festival de Cine de Venecia. Agnés Varda es autora de ficciones, documentales y documentales ficcionados que suman 48 realizaciones cinematográficas, pero a la Argentina han llegado muy pocas de ellas. “Cleo de 5 a 7” (1962) movilizó a los cinéfilos intelectualoides argentinos que se reunían en el café La Paz y esos buenos comentarios sumados a la visita del protagonista, posibilitaron poco después el rotundo éxito de “La felicidad” (1967) cuando se estrenó en Buenos Aires, y fue el punto de partida para que el público en general tomara en cuenta a esta realizadora francesa y los críticos dejaran rápidamente de preguntarse “esta película ¿qué me quiso decir?” , para detenerse a observar que la vida no sólo pasa por el protagonismo. Agnés, mujer enamorada, realizó “Jacquot de Nantes” (1991), “Les demoiselles on eur 25 ans” (1993), y “L´Universe de Jacques Demy” (1993) para rescatar el legado de Jacques Demy, que había fallecido en 1990. Demy es considerado uno de los más importantes realizadores franceses. Aunque integrante de la Nouvelle Vague, también supo combinar lenguajes y disciplinas para innovar continuamente, así fue como obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes y un gran éxito internacional con “Los paraguas de Cherburgo” (1964), donde conserva el lenguaje de la Nouvelle, como los largos planos de caminatas, y en contraposición a la misma el color supersaturado para incorporar los diálogos cantados y la música (de Michel Legrand) como inductora. A este recurso, cantar los diálogos, lo repitió en “Une chambre en ville” (1985), que no ha sido estrenada en la Argentina. En la filmografía de Jacques Demy hay una característica, los personajes de una obra suelen aparecer en otra, sin que la historia que arrastran sea una secuela ni tampoco incida en la trama posterior.
Tom Ford es conocido mundialmente por ser el diseñador de modas que relanzó a la firma Gucci reposicionándola como la más importante a nivel internacional, y también logró rescatar del olvido a la empresa fundada por Yves Saint Laurent. A partir de 2005 fundó su compañía cinematográfica Fade to Black y se convirtió en cineasta. Llega a las pantallas argentinas una de sus producciones basada en el libro “Sólo un hombre”, de Christopher Isherwood, sobre el que Ford escribió el guión para cine. La novela se publicó en la primera mitad de la década de los sesenta y está ambientada en esos años. La historia parte del momento en que George, un profesor universitario gay de 52 años se entera que Jim, su pareja, ha muerto. El dolor ante esa pérdida y tener que enfrentarse a una no deseada soledad le hará dudar sobre el sentido de su existencia de allí en adelante. Encontrará un cierto consuelo en Charley, una hermosa mujer con la que alguna vez ha explorado su bisexualidad, también recorrerá las calles donde trabará relación con un taxi boy español que le dará conceptos del tiempo presente que lo sorprenderán y, de pronto, tomará en cuenta los avances de un alumno, un joven que tempranamente, para esa época tiene ya definida su opción sexual. Subliminalmente, y Ford lo dijo ambiguamente en reportajes, esta obra cinematográfica lanza el mensaje de que el amor entre personas gay se vive exactamente igual que entre personas heterosexuales, por lo tanto el fondo de la trama es aplicable a todos los que sufren una pérdida tan terrible y encuentran por delante una vida de oscura soledad que los asusta en una magnitud difícil de soportar. Para superar esta situación recurrirán a las personas que les dieron momentos de felicidad, buscarán “algo” en personas desconocidas y prestarán más atención a los seres que se acercan en actitud de “entregar” algo que consideran valioso. Esta obra cinematográfica tiene un excelente trabajo de arte que no deja dudas al espectador de la época que viven los personajes. Los muebles y las ropas tienen un predominio del marrón, color “elegante” en esos años en que todavía el movimiento multicolor de los hippies no era importante, y no había invadido a la aún no organizada totalmente comunidad gay estadounidense. La luz amarillenta, incandescente, crea un clima especial en los momentos de reflexión que son el preámbulo a los numerosos flashbacks en blanco y negro (recuerdos descoloridos por el dolor). Las actuaciones han sido bien estudiadas; en esa época no había desbordes, todo se sabía pero no se lo comentaba demasiado y los personajes se mueven con soltura pero sin manifestaciones directas de su condición sexual. Colin Fith, de físico grande con cara de intelectual, compone a George, el protagonista, con la mesura que debía tener quien vivía sumergido en el mundo de los jóvenes de la segunda mitad del siglo XX. Mientras que a Jim, su pareja, el actor Matthew Goode le imprimió el grado de sensualidad como para que no pase inadvertido por el espectador. Julianne Moore pone énfasis para que su personaje de Charley resulte en su totalidad el soporte del protagonista, y lo logra. El guionista agudamente escribió al taxiboy Carlos como un inmigrante español, poniendo en evidencia que en esa época los latinos provenían de Europa, el actor Jon Kartajarena para este personaje juega la transformación desde el primario impacto sexual al usar su imagen para transformarlo paulatinamente en un ser con contenido espiritual que puede ayudar a alguien desesperado. Y se destaca en este elenco el jovencísimo actor Nicholas Hoult en el rol de Kenny el alumno que ha decidido vivir sin culpas su sexualidad. Hoult, a quien vimos recientemente en “Furia de titanes” (2010), ni siquiera roza el estereotipo y proyecta a un muchacho seguro de sí mismo, cauto, bondadoso e inteligente de manera totalmente convincente. Esta obra cinematográfica está realizada de manera tal que moviliza la memoria del espectador en cuanto a los momentos de crisis existenciales que pueda haber tenido y por ese motivo lo mantiene atento durante toda la proyección.
Louis Leterrier, realizador francés de televisión, y en cine de “El Increíble Hulk” (2008), fue convocado para la remake de la recordada, no por lo buena sino por su multiestelar elenco; “Furia de titanes” que se estrenó en 1981. La comparación sería odiosa pero en este caso además innecesaria, porque para la nueva versión se tomó la base argumental de la primera pero el desarrollo encara otro rumbo bastante diferente y modifica sustancialmente el mensaje, a pesar de ser muy rica en la mitológica historia de Perseo. Es que desde el comienzo el semidios es singular. Su nacimiento ocurre dentro de un ataúd arrojado al mar y en el que ha sido encerrada su madre embarazada; al ser rescatado es criado por padres adoptivos que morirán, como efecto de daño colateral, cuando el dios Hades ordena a unos soldados derribar la estatua de Zeus. Entonces Perseo renunciará a sus privilegios y buscará vengar la muerte de su familia a través de mil peripecias, aunque tiene tiempo para conocer a la hermosa Andrómeda, quedar prendado de ella y tratar de rescatarla de su horrible destino de ser victima de sacrificio al Kraken, personaje éste que si bien aquí aparece mezclado con los griegos en realidad es un ser mitológico escandinavo, que ni loco se hubiera sumergido en las cálidas aguas del mar Egeo. Un Perseo indignado, furioso y también enamorado recorre de punta a punta la pantalla para luchar contra gigantescos escorpiones y la Medusa, ser que transformaba en estatua de piedra a qienes la miraban a los ojos, y también vuela sobre el caballo alado Pegaso, todo lo hace entre efectos especiales y sumergido en la profundidad virtual que da el novedoso sistema 3D, aunque en esta ocasión un poco desaprovechado al haber sido incorporado en la postproducción, y por tener los cuadros cinematográficos la limitación óptica de colores oscuros con predominancia de los marrones pastel, algo no conveniente para un sistema visual con base en los primarios rojo y azul. El guión de Phil Hay, Travis Beacham y Matt Manfredi (tres guionistas) no profundiza en el carácter de ninguno de los personajes, sólo va a la anécdota de sus acciones y en ella se queda, y resulta así que Caronte con su barca en la que traslada a los muertos hacia la orilla contraria a la vida es el único personaje del que al espectador le llega su justificación, aunque por razones obvias. De esta manera de escribir resultó que los actores se encontraron sólo con esquemas de los personajes a interpretar y, como casi siempre sucede en casos así, los malos se llevan las “palmas” (término adecuado ya que de mitología griega tratamos), luciéndose Jason Fleming como Calibos, y Ralph Fiennes como Hades, mientras que el ahora actor mimado de Hollywood Sam Worthington compone correctamente al protagonista desde la impetuosa virilidad de un joven que descubre una realidad desagradable, aunque su imagen dista un poco de los aproximadamente veinte años que debería tener el semidios Perseo. Brevemente se ve como Zeus a Liam Neeson con poca soltura a la hora de componer al más poderoso de los dioses griegos, quizá por estar encorsetado su altísimo cuerpo en un traje que pareciera ser de papel de aluminio. Leterrier ha logrado una realización correcta dentro de lo que se espera del género épico de aventuras hollywoodense, que posiblemente no pase a la gran historia del cine con esta versión pochoclera, pero puede ser que lo haga con la trilogía de semidioses greco-romanos que estaría en los planes de Warner Bros y de la que está obra cinematográfica sería la primera. Los espectadores aunque no sean seguidores del género se entretienen, sobre todo con los efectos especiales y los animatronics realizados de manera impecable por Neil Corbould
Esta realización animada es la segunda obra cinematográfica en este género que concretaron en conjunto Chris Sanders (diseñador de los Muppets Babies) y Dean DeBlois (autor del guión borrador de “Mulan”) y está editada en formato tradicional y también en 3D, con la base argumental de uno de los diez libros para niños de la escritora inglesa Cressida Crowell. Está trabajada en colores pasteles opacos tanto en los fondos ambientales como en las figuras de los personajes, quizá para dar una idea del frío clima de la Aldea Beck, un asentamiento vikingo donde transcurre la historia en una época irreal, muy al norte de nuestro planeta. Allí vive Hiccup, un principito que heredará el mando de la aldea en la que su padre, llamado Estoico el vasto (por lo grande de su cuerpo), trata de mantener vigentes todas las tradiciones de la raza nórdica, a las que el jovencito no es tan afecto, porque él no es el clásico vikingo, sino un pacífico soñador de un mundo mejor mediante la persuasión y la solidaridad. La aldea sufre de una plaga de dragones voladores de distintos colores, son molestos, se reproducen sin cesar, y los aldeanos los ven como una amenaza continua y sin miras de terminar por más que traten de eliminarla por todos los medios de los que disponen. Hiccup encontrará accidentalmente a un dragón negro, los de este color son los más temibles, pero el animalito está herido y de allí en adelante las posibilidades de cambiar la estresante situación de la aldea serán muchas y viables. El principito ayudará al dragoncito a recuperarse y éste último se tornará en casi una mascota domesticada que necesita recibir y dar amor, y pese a su discapacidad, ayudará a los humanos a encontrar la solución para el problema que los tiene tan afligidos. También hay en la aldea una niña guerrera, Astrid, que quiere demostrar que puede ser belicosa y agresiva sin necesitar a nadie, hasta que los hechos le demuestren lo contrario. Toda la obra mantiene un ritmo adecuado, sin golpes bajos, la historia es fácilmente entendida por los pequeños espectadores, a pesar de que se desarrolla dentro del marco de las tradiciones, la mitología y el carácter vikingos, un poco alejados de la memoria ancestral del sur de Europa y, lógicamente, de la Argentina, pero los verdaderos valores de los buenos sentimientos son universales y esta obra transmite este concepto de manera directa. El mensaje o la moraleja de esta trama cinematográfica es que los seres vivientes no somos tan diferentes, que todos nos necesitamos y debemos ayudarnos mutuamente, Los niños disfrutan de estos dibujos animados, sobre todo de los dragones que vuelan por toda la pantalla, y hasta hay alguno que por la “magia” del formato 3D, vuela por encima de la cabeza de los espectadores.
Diego Rafecas, en su tercer largometraje, vuelve a ofrecer una historia sumergida en el mundo de las drogas. Lo hace en forma de vidriera, al mostrar el abanico de consecuencias que, en efecto dominó, provoca el accionar de un adicto a la terrible sustancia conocida popularmente como “paco”, pero sin profundizar demasiado en cada una de ellas. Se limita a exhibirlas y es suficiente. Allí están. El cineasta ha preferido informar al espectador sobre una realidad y lo hace de una manera que por momentos roza el formato de un noticiero. La historia se inicia cuando una cocina de cocaína estalla y mueren muchas personas. Francisco”Paco”, hijo de una senadora nacional, es encontrado inconsciente por una sobredosis en las proximidades y es acusado de haber provocado el estallido. De allí en más se disparan subtramas que desarrollan lo que ocurre en el despacho congresal de la madre del protagonista, ya que su carrera política se verá afectada por lo sucedido pero también comenzará de alguna forma a reconocer las falencias, no precisamente económicas, que hizo sufrir a su hijo y recurrirá a un Instituto de recuperación, donde se cruzará su historia con las de una pareja de adictos que también tiene poder económico, con un gay que ha criado a una niña que ahora adolescente es adicta, con un matrimonio de clase media con una hija que ha caído en la drogadicción, con el padre "soltero" de una joven que ha llegado hasta a la prostitución para drogarse. En desarrollo paralelo el espectador ve cómo se maneja una institución no gubernamental dedicada a la recuperación de los adictos, con las intenciones, contradicciones y desesperanzas de quienes trabajan en dicho lugar. Hay una directa denuncia a ciertas prácticas, que se comentan como habituales, que algunos médicos de institutos de salud mental del gobierno realizan aprovechándose de los internos. Rafecas también se ha dado tiempo y lugar para hacer rápida referencia, casi como caricatura, del trabajo de los asesores de imagen de los políticos, tanto en lo que hace a "maquillaje" de rostro como de acciones, del "dejar hacer" de las fuerzas policiales, de la "vista gorda" de funcionarios de aduana cuando se trata de gente relacionada con legisladores y de la gente con "otra orientación sexual" que hacen de madre y padre de niños abandonados. Las actuaciones de este elenco de estrellas tiene desniveles, Tomás Fonzi como “Paco”, el protagonista, compone su personaje con acertados matices y lo mantiene a lo largo de toda la historia, sin embargo se destaca Willy Lemos al lograr componer un gay por medio de los estereotipos pero sin caer en el desborde. Guillermo Pfening se maneja con idoneidad en el armado casi teatral de una escena de drogadicción en la que por, exigencia de guión, posiciona singularmente su cuerpo para que transmita frialdad pero en su rostro debe entregar la sensación de ansiedad descontrolada, y en este punto hay que reconocer que el jefe de casting hizo con este actor una muy buena elección de "physique du rol" para el personaje de un adicto económicamente poderoso. Norma Aleandro y Luis Luque, como la directora y el médico del Instituto, respectivamente, nos muestran su habitual solvencia actoral. Mientras que Esther Goris, extrañamente, no logra convencer totalmente en la construcción de una senadora de la Nación. Gabriel Corrado, como el asesor de la senadora, desarrolla su personaje de tal manera que el espectador lo recuerda como si hubiera sido un cameo. Se ve en pantalla una obra con una temática fuerte, que moviliza al espectador a estar más atento a lo que sucede con la droga, de cualquier tipo, a su alrededor, y seguramente eso es lo que buscó Rafael Rafecas.
Luego de ocho años y dos controvertidas producciones como realizador, Mel Gibson regresa a su oficio de actor con éste thriller policial, el género que mejor domina en la pantalla grande. Mel Gibson vuelve a ponerse delante de las cámaras en “Al filo de la oscuridad”, adaptación de la miniserie homónima de 1985, que dirige Martin Campbell, el mismo de “Casino Royal” (2006), la primera incursión de Daniel Craig vistiendo el traje de James Bond. El detective de homicidios Thomas Craven (Mel Gibson) ve cómo su hija Emma (Bojana Bokakovic) es asesinada en su presencia. Convencido de que la bala ha tenido un destinatario equivocado, en la investigación descubre negocios sucios y encubrimientos que no debería haber sacado a la luz. “Al filo de la oscuridad” es una realización atípica en su ritmo, además su protagonista parece que fuese de otra época, con un código moral anacrónico. Sin dudas, remite al cine de los años `70. Combativo, violento y brutal en sus arrebatos, Mel Gibson se enviste con la encarnadura de héroe vengador y convierte su drama en una cruzada contra todos. Aunque nos vemos obligados a decirlo que no compartimos su metodología de la justicia por mano propia. Revival “setentoso” Tomas Craven no descansará hasta atrapar al asesino de su hija, incluso cuando la ley no lo ampara porque el mundo de los “malos” la corrompe, éste detective no duda en dar la espalda a una justicia en la que cree más bien poco y administra la suya a sangre y plomo. De acción seca, impactante y diálogos precisos y rústicos, características típicas del cine hollywoodense de los años ‘70, “Al filo de la oscuridad” se transforma en un policial difícil de encastrar en el panorama de los géneros actuales. Precisamente, porque posee un ritmo brusco, que dificulta su emparentamiento con otras películas de su clase (¿acaso es necesario hacerlo?). Más allá de algunas denuncias políticas (un poco correctas) y un plano final fuera de tono “Al filo de la oscuridad” es un objeto extraño, tal vez como lo fue el año pasado “Agente internacional” (2009), que propone un personaje que pega, recibe golpes y dispara como el prototipo de héroe clásico, una especie en extinción en el cine de estos tiempos.