Terror y suspenso, mas suspenso que terror aunque las vueltas de la trama, las presencias intuidas y especialmente los efectos de sonidos llevan a más de un verdadero sobresalto a los espectadores. Lo que le ocurre a la protagonista podría tener tranquilamente una lectura psicológica de la depresión y las consecuencias de un hecho del pasado. La viuda de un hombre que se suicido dejando una nota criptica, está asustada pero también enojada y es valiente, quiere descubrir a toda costa todos los secretos ocultos de quien fue su marido. La hermosa casa junto al lago de enormes paredes vidriadas, rodeada de bosques y con una curiosa escalera que lleva hasta el agua, es el lugar perfecto para crear climas fantasmales y malévolos. La fotografía de Elisha Christian, el guión de Ben Collins y Luke Piotrowski (que tiene sus trampas) y la dirección de David Bruckner (“El ritual”) forman un buen equipo para un film que asusta y se ve elegante y estilizado. Pero por sobre todo es sobresaliente la actuación y la entrega de Rebecca Hall que no suaviza ninguna de las rispideces del carácter de su protagonista. Su Beth es odiosa, irónica, sobresaltada, y su trabajo admirable.
Realizada por cineastas peruanos y holandeses tiene visualmente muchos atractivos. A favor juega que el punto de vista es de los pueblos originarios, que de acuerdo a los tiempos que corren las heroínas son dos mujeres jóvenes apoyadas por los espíritus de sus antecesoras y que se ve como la enorme amenaza no solo descreer de las raíces culturales, sino la explotación de la selva por los hombres blancos, que destruyen todo a su paso. En contra resulta que ese peligro concreto se muestra mezclado confusamente con el espíritu del mal, aunque este simbolizado por monstruosas maquinarias de explotación masiva. Además se distrae con demasiados a gags y aventuras que los niños ya vieron cientos de veces en otras animaciones. Pero en suma la película le gustará a los más pequeños por la exuberancia de la selva y especialmente por los animales guías de la protagonista que se roban toda la atención.
Se trata de un documental muy especial. Hablar de represión y violencia doméstica no es nuevo en el género, una problemática siempre vigente en nuestra sociedad. Pero esta vez la historia es realmente singular. Mari es una mujer que habla poco y que durante treinta años trabaja en la casa de la co-directora del film. Un día llega con el pedido de refugio porque abandonó su marido represor y violento que la tuvo dominada durante años. Un hombre que sistemáticamente la insultaba, golpeaba y disminuía porque había tenido un hijo soltera. Después de toda una vida Mari se atrevió. Y tuvo la dicha de que su empleadora Adriana Yurcovich le diera un cuarto para instalarse en su casa y después le propuso filmarla con su hija, la directora y productora Marina Turkieh. Madre, hija y Mari nos muestran el lento florecer de una mujer con poca formación que empieza a estudiar para terminar sus estudios primarios, secundarios y emprender los terciarios, pero por sobre todo es alguien que descubre las maravillas de la libertad, la posibilidad de darle un giro radical a su vida. Conmovedor y delicado trabajo, de gran respeto por una protagonista única mostrada como se debe.
El director y guionista Juan Pablo Félix, utiliza una palabra mestiza entre el quechua y el español, para un film intenso y complejo, que mixtura personajes y acciones. Un chico adolescente, Cabra, que solo tiene una pasión, el malambo y sus concursos, por eso es capaz de meterse en el mundo del delito, para conseguir una botas que lo hagan lucir y sangrar. Poco después se sabe de su padre es un delincuente que sale libre, que su madre se esforzara presionada por ese hombre y por otro, un gendarme. Filmada en Jujuy, en la frontera con Bolivia, Tilcara, Abra Pampa, San Salvador, los nudos argumentales muestran un mundo de machismo, corrupción policial, poquísimo afecto y muchos silencios. Con suspenso, buenas escenas de acción y fascinantes momentos de baile. Ganadora de muchos premios internacionales donde la bautizaron como la “Billie Elliot gaucha”, el film muestra a una familia desarmada, el crecimiento de un adolescente que busca identificarse con modelos masculinos y una mujer que rema contra las circunstancias con poco éxito. Grandes actores y una revelación: Mónica Lairana, Diego Cremonesi, el gran Alfredo Castro y el chico Martin López Lacci. Una coproducción entre Argentina, Chile, Brasil, México, Bolivia y Noruega.
Ya con el título en castellano, sabemos a los que vamos. La típica película con innumerables vueltas de tuerca para sostener la tensión del espectador y sorprenderlo, no importa “como”. Según su director Víctor Garcia, la idea es suponer que transcurre en tiempo real, sin flashsbacks de distinta duración, cosa que se agradece. Todo transcurre en la habitación de un lujoso hotel en Aspen donde una mujer, Claire Forlani, planea pasar un fin de semana con su amante, Jake Abel. Toda la acción transcurre prácticamente en esa suite y la realización le escapa a lo claustrofóbico con elegancia, por lo menos hasta más de la mitad del film. Desde el comienzo se sospecha que las cosas no van a salir bien. Y esa pareja estará sometida a presiones, amenazas, instrucciones y sospechas que cambian el juego de roles. Más no conviene contar porque los giros son muchos y algunos sangrientos. El suspenso se mantiene y el entretenimiento se sostiene como puede con momentos increíbles.
En 1966 Claude Lelouch estrenó una película que se transformó en éxito, “Un hombre y una Mujer”, se ganó la Palma de Oro en Cannes y dos premios Oscar, al mejor filme extranjero y mejor guion. Su director tenía 28 años, venía del mundo de la publicidad. El piloto de carreras y la guionista de cine, una historia de amor que revivió el mismo realizador veinte años después, sin glorias y que pasa por alto para recurrir al original. Ese film que lo puso en el mapa de los niños mimados del cine francés y del mundo, también fue criticado, polemizado, imitado y burlado. Fue y es una historia de amor elegante, con una gran fotografía un maravilloso actor y la más bella e inquietante de las actrices. Amén de la música de Francis Lai que se repitió en el mundo hasta el cansancio. Cincuenta y tres años después de su estruendoso estreno, Lelouch se dio el gusto personal, según sus propias palabras, de “hacer una historia de viejos y para viejos que nadie quería financiar”. Y el resultado que reúne otra vez a Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée es una reflexión sin demasiada profundidad sobre el paso del tiempo, los juegos de la memoria y una apelación a la nostalgia, con mucho material del original utilizado exageradamente. Es empalagosa por momentos, pero tiene su encanto. Trintignant ha sufrido mucho, perdió a dos hijos, padece cáncer, usa silla de ruedas. Aimée retiene su belleza y personalidad. Igual que el director su vitalidad (anunció que su próxima película la hizo con estudiantes de cine y teléfonos celulares). Nostalgia para una mundo adulto, curiosidad y respeto por sus protagonistas únicos, más casi un cameo de Mónica Belluci. No mucho más, aunque le alcanza.
Así como en Transit Christian Petzold mostro las raíces del nazismo y la discriminación racial en un mundo actual, jugando como nadie con el melodrama, en esta su nueva película escribió y realizó una historia singular y seductora, que habla de amor y actualidad. Se mete con el mito griego de Ondina, devenido en leyenda romántica germana, pero construye como nadie una historia de amor como si fuera un thriller que asume sus elementos fantásticos pero no olvida su mirada profunda sobre la sociedad alemana. La protagonista trabaja en un museo mostrando las maquetas de Berlín, y cuenta sus orígenes y permanentes transformaciones, con el ansia de olvidar pasados. Ella asume el amor y su leyenda, cuando su pareja la abandona y ella le anuncia su muerte, como asegura el mito. Pero el amor asume su fuerza en otro hombre que conoce casualmente y la ninfa-mujer de hoy se rebela y enfrenta su destino. Con la misma pareja protagónica de su film anterior Paula Beer, Franz Rogowski el film se potencia y se apodera del espectador contemporáneo con sus elementos fantásticos y su fuerza de amores contrariados en un mundo que descree de ellos y marca como una ciudad reconstruida de sus cenizas olvida que tiene sus pies hundidos en un pantano. Un pantano habitado por esta leyenda subyugante.
Liam Neeson desde que descubrió el filón de las películas de acción sigue explotando ese costado desde el 2008 y no le va mal. En este caso con ciertos pasos de comedia y romanticismo. Un impecable ladrón de bancos chicos un día se enamora y decide devolver todo lo que robo a cambio de una reducción de pena y buenas condiciones en prisión. No cuenta con que los policías que serán receptores del botín, varias veces millonario, planean quedarse con todo y ahí las cosas se complican. Una buena cuota de persecuciones, tiros, vueltas de tuercas, todo lo conocido y repetido en las escenas de acción. Este “ honesto ladrón “ ese es el título original, con guión y dirección de Mark Williams,(co-creador de “Orzak”) le da a Liam Neeson el ropaje de un héroe de antaño, con muchas ingenuidades amorosas, y el frecuente buen desempeño minimalista del actor. Kate Walsh tiene su encanto. El film es entretenido y elegante.
El director Mario Veron nos brinda un documental que es el fruto de un trabajo etnográfico, desde el punto de vista del nativo, que conmueve y revela. El realizador ha trabajado en la triple frontera durante diez años, conoce el territorio como nadie. Allí le contaron la historia del joven jinete que se llama Fidel, que montaba un caballo al que llamaban EL Che, y que usaba para la suerte la camiseta con el 10 de Maradona. El director vivió tres meses en el monte, en el Páramo Nueva Libertad (Misiones) junto a los sin Tierra, que ayudaron e hicieron posible esta producción con un equipo mínimo. El resultado es conmovedor, no solo por el destino del jinete, el estilo de filmación, como también el reflejo de un grupo humano en situaciones límite, los sueños de grupo de relación, la precaridad y lo injusto de una situación prácticamente insostenible.