Un emotivo documental, el debut de Leonardo Cauteruccio, que refleja con sencillez y profundidad los pesares y dudas de dos integrantes de la comunidad diaguita en Amaicha del Valle, en Tucumán. Un lugar único de cielos nocturnos impresionantes donde funciona un observatorio astrológico. La vida sencilla, la fuerza de las tradiciones, la importancia de la vocación, el miedo al desarraigo, a la pérdida de la identidad diluida en la gran ciudad, son los temas acuciantes. Las historias de Rubén y Mirtha son conmovedoras y también comunes entre quienes viven en un lugar bellísimo que por circunstancias de distribución o ideas solidarias expulsa a sus integrantes por fuera de ese mundo. Un estudiante de profesorado de educación primaria. Un mujer que vive con su hermana, su madre y su sobrina y quiere terminar sus días como una monja. Dos destinos en un momento de decisión.
El horror de una situación muchas veces nos golpea más cuando imaginamos la dimensión de la negrura fuera de campo, cuando adivinamos y comprobamos con la protagonista que la sangrienta dictadura de Pinochet es una realidad muy distinta a lo que comenta su familia, sus hijos, su clase social, su mejor amiga que asegura “los chilenos somos flojos y mediocre, necesitamos mano dura”. Esta señora de vida acomodada, de marido e hijos profesionales, entrara de casualidad a otro mundo. Un cura amigo le pide que cuide a un joven herido, un delincuente, que pronto descubrirá que es un militante, “una manzana roja”. Para la protagonista será caminar en un campo minado, en territorios desconocidos, practicar una dramática doble vida, donde se cuelan persecuciones, los cadáveres, el tiempo más violento y dictatorial. La directora, Manuela Martelli, en su primer largometraje ( es también una muy conocida actriz) acierta en redondear una tensión permanente entre los dos mundos de la protagonista, en el clima de peligro y suspenso, pero también en una cuidadosa visión de la realidad. Cuenta con una actriz perfecta para el rol, Aline Kuppenheim , realiza una compleja y pensada elaboración visual, y acierta en la visión y la acción de una mujer valiente.
El caso de Karina, que hace veinte años se transformó en la primera abogada gitana de la argentina, le permite tanto a ella como a las mujeres de su comunidad, sincerarse ante la sensibilidad de la realizadora, en su opera prima. Florencia García Long nos permite el acceso a un mundo de mujeres gitanas, de distintas edades y actitudes que tejen un retrato oral de una comunidad como la gitana, con tradiciones al límite para el rol de la mujer. Descubrir que no solo los hombres imponen un atuendo y no les permiten tener novio, sino que se casan en acuerdos ajenos a los contrayentes y a edades muy tempranas. Sin embargo ellas avanzan en la conquista de sus derechos, valientes y desafiantes, calladas e inteligentes, solidarias y sinceras.
Una ciudad grande y los personajes que la transitan. Los que tejen sueños, esperanzas pero tiene el límite de lo cotidiano, los trabajos y los días. Son los que la reman aunque muchas veces sienten, como dice la canción tan significativa, que tienen una pared como horizonte. En ese recorrido de personajes la talentosa directora María Aparicio se dedica a cinco personajes que tienen en común una esperanza chica pero persistente. El cocinero que está para los desamparados e intenta amistades que mitiguen su soledad. La instrumentista quirúrgica que en las clases de teatro se atreve a jugar. El desempleado cincuentón y su hija adolescente que asiste a entrevistas y tests que no entiende, la nueva empleada de una librería con la esperanza leve de un amor. Y la chica que puede ser barrendera y canta y se empeña aún para un solo espectador. Nada de extraordinario o explosivo, nada sádico o pertubardor. Solo la inteligencia de una realizadora que muestra como el trabajo o el esfuerzo para conseguirlo ocupa casi todo nuestra existencia y solo los sueños y la vida pueden colarse en el mínimo espacio de los descansos. Esas vivencias donde hay lugar para las ternuras cotidianas a pesar de todo, donde se construye desde los detalles y los gestos en perfecto blanco y negro un film entrañable y profundo, pensado escena tras escena , bajo esas nubes que dice Borges son el olvido, pero también el presente del muy buen cine.
El cineasta español Víctor García, formado en EEUU, hace su primer film local donde combina todos los elementos de terror sin más pretensión que entretener y darles satisfacción a los amantes del género, y de paso rendirle tributo a no pocos films que debe admirar. Básicamente en una historia ambientada en los 80 donde el mundo adulto confronta con la necesidad de sacudirse las estructuras sociales tradicionales, de parte de un grupo de jóvenes. Ambientada en un pequeño pueblo, de rígidas creencias, que posee, como corresponde, su propia leyenda de apariciones. En este caso se trata de una niña desaparecida en el día de su comunión, con sospecha de filicidio, que aparentemente quedó congelada en ese horroroso pasado, que repite constantemente. Busca compañeros de juego y es la desolada portadora de una maldición. Con temas sobre el autoritarismo, los abusos en la iglesia, el bullying, y los excesos, la trama avanza alegremente para asustar y por sobre todo sobresaltar con golpes de efectos de sonido y apariciones.
La cuestión es que al gran Adam Driver le podemos creer todo lo que hace, y engancharnos con un placer culposo a una aventura corta e intensa que supone una premisa de ciencia ficción con dinosaurios. Como no es la franquicia de Jurasic Park los guionistas y directores que ayudaron con la primera película de “Un lugar en silencio”,(Scott Beck y Bryan Wood) mas Sam Raimi como asociado, decidieron tomar a un astronauta del pasado que se estrella en la tierra hace 65 millones de años atrás, junto en medio de una lluvia de meteoritos que se agravará como ya sabemos. Esa idea hace convivir humanos con dinos y a partir de ahí una historia de supervivencia, para llegar a una embarcación sana que les permita huir. A la tierra llega el astronauta Mills, que acepto esa misión de dos años para pagarle un tratamiento médico a su hija. El no es el único, esta con una adolescente que no habla inglés. Una situación de niña con padre sustituto al estilo de “The last of us” pero menos profunda. Y los bichos, grandes estrellas de CGI, dinos de todo tipo, insectos gigantes, todos estresados y hambrientos en una situación del fin de un mundo. Pochoclera sin más pretensiones que entretener como una mezcla de star wars y parque jurásico, con muy buenos efectos especiales. Driver le dispara a los monstruosos animales con armas de altísima tecnología. Ya lo dijimos, puede ser lo que quiere hasta un gran héroe de acción.
Es fundamentalmente una invitación a la diversión, asi como en el 2019 y con el mismo director, David Sandberg fue una encantadora historia de origen, ahora regresa con su familia extendida, los hermanitos adoptivos que tienen alter-egos sobrehumanos similares. En las secuelas siempre se pierde la frescura del descubrimiento pero aquí los autores Henry Gayden y Chris Morgan se esmeraron. Es que con la carga de aventuras y efectos CGI se inventaron un trío de diosas, que aportan lo mejor y más original a la familia comandada por el querible Zachary Levi. Helllen Mirren, Lucy Liu y Rachel Zegler ( Amor sin barreras de Spielberg) son diosas griegas malvadas, hijas de Atlas, que llegan para reclamar los poderes mágicos que el mago les arrebató. Todavía poseen demasiados pero se ve que son insaciables. Un equipo formidable que permite delirios varios,, monstruos vintage y de los otros y nos dejan con ganas de más. Es un film dedicado a las audiencias más jóvenes con el encanto de las viejas películas del género, simplista, sin pretensiones, pero que brinda deleite y posee corazón. Se abraza al humor revoltoso, un poco tonto pero siempre efectivo. Para encanto de los fans habrá un deleitable cameo. Y para el estreno hay escenas post títulos que no revelan ningún secreto pero que son realmente divertidas.
Un largo documental de Damián Leibobich que primero centra su atención en mujeres grandes sobrevivientes el cáncer de mama. El descubrimiento del ejercicio de remar que ayuda como un drenaje linfático para los post operatorios, transforma a un grupo de mujeres en entusiastas remeras en los lagos majestuosos del sur. Después descubrirán un mundo que tienen que ver con unas embarcaciones orientales llamadas dragones, que son perfectas para sus prácticas y que les descubre un mundo de competencias deportivas. De ese entusiasmo por conseguir las embarcaciones y como se transforman de sobrevivientes en una suerte de guerreras se nutre lo mejor de este trabajo, con una épica notoria. Luego se mete en las oscuras aguas de discusiones de egos y ventajas que dividen tanto entusiasmo y se hunden en miserias humanas demasiado detalladas, plagadas de enfrentamientos que no contribuyen demasiado con el material y lo alargan innecesariamente.
Territorio Misionero, un entorno rural de vida sencilla donde los jóvenes solo tienen el escape del boliche, el ritmo del rap, alguna vez drogas y pocas perspectivas de futuro. En ese ambiente una chica llega a su adolescencia con un pesada carga: lo no hablado, lo dicho a medias que es peor, el silencio como una pesada muralla que no le permite avanzar sobre lo que ocurrió con la muerte de su madre. En ese clima enrarecido por el ocultamiento, envenenado por las sospechas de vecinos y conocidos, su padre a veces pelea y la mayoría de los días se dedica a emborracharse. Para la protagonista (Una intensa y sugerente Jazmín Esquivel) solo queda tantear respuestas en algunos a llegados, amigos portadores de chismes y en ciertos lugares supuestamente mágicos que despiertan en ella jirones de recuerdos tapados por el trauma. El director Martín Desalvo aprovecha ese escenario lleno de enigmas, se inspira en un cuento de Horacio Quiroga y pergeña con Francisco Kosterlite una historia que se alimenta de buenos climas y momentos de oscuridad donde todo parece ocultarse para siempre. Lograda intriga e historia de crecimiento donde la verdad es tan potente como la luz del día.
Es el debut del director tunecino Mehdi Barsaoui que también escribió el guión nos enfrenta a un drama familiar de situaciones límites y secretos ocultos presentados con derivaciones de suspenso a veces difícil de sostener para el espectador. Lleno de interrogantes morales punzantes que inquietan por ser universales. La historia de una familia, formada por padres jóvenes y atractivos de clase alta acomodada, con puestos de trabajo que les permiten un buen pasar, con un hijo de diez años, se hace añicos en los primeros minutos de la película. Como daño colateral de un ataque guerrillero en pleno desierto, el pequeño es alcanzado por una bala y esta grave. La realidad empeora: necesita un transplante de hígado urgente porque su vida peligra. A partir de ese momento crucial los giros del argumento ponen blanco sobre negro un secreto guardado que exhibe a cada uno de los roles en total desnudez del barniz cultural. Todo queda en cuestionamiento, la sociedad religiosa y machista, el entorno de una guerra cercana (transcurre en el 2011 antes de la caída de Kadafi), los roles, la responsabilidad, los uno es capaz de transitar de lo legal a la oscuridad cuando se trata de salvar a un hijo. Hasta límites escalofriantes. Con un gran manejo del suspenso, con la observación minuciosa de cómo se desmoronan los personajes, con grandes actores ( en especial el premiado protagonista Sami Bouajila)la construcción de los conflictos de la película es impecable e implacable.