Producción de bajo presupuesto (20 millones de dólares), esta película que reconstruye una historia real no es solo un éxito de taquilla (en menos de dos meses ya recaudó 140 millones de dólares en todo el mundo) sino que también se ha posicionado para la temporada de premios (ya está nominada a los Gotham Awards). Una atractiva combinación entre thriller y comedia con óptica feminista y ácida crítica socioeconómica. En 2015 la revista New York publicó una investigación de Jessica Pressler sobre un grupo de strippers que se dedicó durante muchos años a estafar a financistas de Wall Street dispuestos a gastar en diversión unos cuantos de los dólares que venían de ganar gracias a sus inversiones. Esa historia real es la base de esta encantadora y divertida película que resulta el reverso (una versión modernizada y feminista) de Showgirls con algo de Magic Mike y cierto espíritu de Buenos muchachos (con cambios de género y de detalles varios, por supuesto). La diversidad de esta mezcla de comedia, thriller y retrato socioeconómico (hay una interesante mirada lateral a la crisis financiera de 2008 que complementa a las de películas como La gran apuesta y El precio de la codicia) se puede apreciar ya desde el armado del elenco protagónico que incluya a una latina (Jennifer Lopez), una asiática (Constance Wu), una afroamericana (Keke Palmer) y la típica rubia (Lili Reinhart). Pero -aunque se propone como un acercamiento que se desmarca de la estigmatización y apuesta por el empoderamiento- Estafadoras de Wall Street nunca queda como rehén de la dictadura de la corrección política. Podríamos decir incluso que la usa "a su favor". En ese sentido, mucho tiene que ver el tono liviano, el desenfado y la falta de solemnidad con que la directora de Buscando un amigo para el fin del mundo(2012) y Una madre imperfecta (2015) describe las desventuras de estas cuatro mujeres. Sin cargar las tintas, también se mete con cuestiones que están dentro del debate feminista (y no solo feminista) como la maternidad, la prostitución y el lugar de la mujer dentro de estructuras comerciales manejadas por hombres. La pregunta nunca se formula de manera obvia, pero lo que sobrevuela durante toda la narración es si ellas son en verdad víctimas o victimarias (o quizás un poco de ambas cosas). Lopez (en uno de los mejores trabajo de su irregular carrera cinematográfica) y Wu (una de las estrellas de la exitosa Locamente millonarios) se lucen junto al resto de “las chicas” (por allí aparecen también desde Cardi B hasta Lizzo), y quizás la zona menos disfrutable (aunque tampoco problemática) sea la de la periodista interpretada por Julia Stiles, que es quien investiga el caso y entrevista a las protagonistas. La descripción de esos clubes con lap-dance, hombres que meten billetes en los escotes de las chicas y champán a 300 o 400 dólares la botella tiene sus atractivos, pero es en verdad la dinámica entre estas mujeres, con sus códigos, sus lealtades y sus traiciones, la que convierten a Estafadoras de Wall Street en un film tan entrañable como fascinante.
Damián, Seba y Germán son tres cómicos que hacen stand up en bares y teatros. Hasta aquí nada excepcional. Sin embargo, los tres jóvenes viven en barrios populares del conurbano y es precisamente la realidad -cruda, desgarradora- de esas zonas la que describen en cada uno de sus monólogos, en los que se meten con cuestiones extremas, la delincuencia, las drogas, el aborto, la corrección política, los prejuicios sociales y las diferencias de clase. El documental de Jorge Croce pendula con más aciertos que carencias entre sus historias de vida, sus dinámicas familiares y sus actuaciones sobre los escenarios para trazar esos caminos de búsquedas artísticas, de superación y en varios casos también de redención.
Nati (Martina Krasinsky) es una adolescente de 17 años que vive en un barrio marginal. Sus padres (Leticia Brédice y Daniel Loisi) no se llevan precisamente bien y encima están acuciados por las deudas. La protagonista encuentra en su hermano Seba (Sebastián Chavez) algo de ayuda, apoyo y comprensión, pero el contexto socioeconómico es desolador y luce particularmente sórdido para una chica rebelde e impulsiva como ella. La tentación de sumarse a una banda liderada por el “pesado” Yuca (Daniel Aráoz) está siempre latente, ya que puede ser una forma de conseguir un respido económico, pero también resulta un riesgo muy difícil de manejar. Entre el drama familiar, la pintura social de los sectores más humildes, el thriller psicológico, el western urbano y ciertos códigos del policial, este nuevo film de Edgardo González Amer es un relato de abusos y venganza, pero el guionista y director elude la moraleja redentoria y las exortaciones al empoderamiento femenino tan en boga en estos tiempos para construir, en definitiva, una narración seca y por momentos incómoda. El protagónico de Krasinsky es lo mejor de un elenco que combina intérpretes profesionales y otros sin experiencia previa para una historia no demasiado sorprendente y en ciertos pasajes incluso bastante obvia y subrayada, aunque construida con indudable pericia técnica y un sólido acabado formal. Un film que no irrita, pero al que un poco más de riesgo y audacia le hubiesen venido bien dentro de esta exploración de una familia de clase media-baja que se ve inmersa en el submundo criminal.
El subgénero de la comedia de aventuras con muchos zombies y buenas dosis de gore (cabeza cortadas, baños de sangre, vísceras y fluídos en primer plano) tuvo su momento de gloria durante la década pasada con films como Muertos de risa(2004) y Tierra de zombies (2009). Diez años después llega la secuela de este último título con el mismo director (Ruben Fleischer) y casi todo el elenco de la película original (quienes se queden a ver los créditos finales se reencontrarán también con Bill Murray). El resultado esta vez es menos sorprendente, audaz y estimulante que el de la primera entrega, pero de todas maneras hay unos cuantos gags inspirados y ciertos momentos de esplendor cómico por parte de los protagonistas que terminan compensando otros pasajes bastante anodinos, poco elaborados y con mucho regusto a fórmula. La voz en off de Columbus (Jesse Eisenberg) nos explica en el inicio que los zombies han evolucionado en todo este tiempo y presenta una suerte de guía con las habilidades y puntos débiles de cada tipo de muertos vivientes. Su personaje -bastante neurótico e inseguro- también tiene una lista de reglas que se irán desplegando durante el relato, según la situación que él y sus amigos deban atravesar. Hay, en ese sentido, un claro espírtiu autoparódico, así como una acumulación de referencias, juegos y guiños cómplices que van desde The Walking Deadhasta hasta los clásicos de George A. Romero, pasando por Terminator. En un universo post-apocalíptico, Columbus, su novia Wichita (Emma Stone), Tallahassee (un desatado Woody Harrelson) y Little Rock (Abigail Breslin) protagonizarán una road movie con paradas en ámbitos tan reconocibles como la Casa Blanca o Graceland y toda la iconografía de Elvis Presley, aunque -claro- con esos y otros edificios muy degradados. En el camino se les sumarán Madison (Zoey Deutch), Nevada (Rosario Dawson) y pequeñas participaciones de Luke Wilson y Thomas Middleditch. El director de Fuerza antigángster y Venomincursiona en distintos géneros (a una escena de acción le seguirá otra propia de la comedia de enredos y en el medio habrá tiempo para subtramas románticas o las apuntadas explosiones sangrientas) con suerte dispar, pero el diseño de producción, el despliegue de sofisticados efectos visuales y los aportes no menores del director de fotografía coreano Chung Chung-hoon (habitual colaborador de Park Chan-wook) le otorgan al film una espectacularidad que el público sabrá agradecer.
Luego de su corto Merodeo, el joven director cordobés Fernando Martín Restelli debutó en el largometraje con este documental que se centra en la relación entre Pedro, un hombre que se gana la vida como guardia nocturno de edificios en construcción, y su pequeño hijo Juan Pablo, un torrente de dulzura y al mismo tiempo un terremoto de energía incontrolable. El resultado es una mirada íntima, pura, cristalina, noble y respetuosa sobre las vivencias de este padre soltero, el niño y otros dos queribles personajes (Jesica y Lucas) que conforman como pueden una suerte de familia ensamblada en condiciones muy humildes. En los primeros minutos de la película -rodada con perseverancia durante un largo período de tres años- hay una escena muy hermosa en la que Pedro regresa a la zona de La Calera luego de su agotadora jornada laboral y se encuentra con su hijo jugando a la pelota. El chico quiere armar un partido, pero el papá está cansado y prefiere ir a la casa a bañarlo y cocinar. El pibe patea el balón y el camarógrafo le devuelve el pase. Esa "intervención", esa ruptura de las convenciones del documental más clásico, demuestra la sensibilidad particular de un director que elige alejarse de los dogmas. Construcciones está narrada con anécdotas mínimas, situaciones en apariencia poco trascendentes, pero en las relaciones, en las charlas informales, en la cotidianeidad de estos personajes aparecen cuestiones acuciantes como la precariedad económica y la emergencia habitacional. Cine con conciencia social, sí, pero sin subrayados ni bajadas de línea.
Hace poco más de cinco años se estrenóMaléfica y, si bien aquella recreación live-action de La bella durmiente, clásico cuento de hadas de Charles Perrault, tuvo una recepción crítica no del todo entusiasta, Disney encontró 760 millones de razones (dólares) en todo el mundo -y casi dos millones de espectadores en la Argentina- como para justificar y articular una secuela. El problema es que esta segunda entrega -más allá de un notable elenco que repite a sus principales figuras y de la espectacular parafernalia visual- luce todavía menos convincente que su predecesora. Entre la épica romántica, el cine fantástico (hadas, gnomos, árboles caminantes) y un remedo bélico que combina un poco de Game of Thrones y otro tanto de El señor de los anillos, el director noruego Joachim Rønning (responsable de la valiosa Kon-Tiki: Un viaje fantástico y de otra producción de Disney como Piratas del Caribe: La venganza de Salazar) construye un relato que nunca alcanza a fascinar ni a entretener demasiado. Las escenas (peripecias en el bosque, vuelos sobre paisajes paradisíacos, fiestas multitudinarias, hechizos, batallas) se suceden y en varios casos alcanzan incluso momentos de indudable belleza, pero la narración luce casi siempre mecánica, forzada, calculada, artificial, impidiendo así una mayor conexión emocional con los conflictos. Aunque el material que le toca en suerte no es particularmente sutil ni inspirado, lo mejor de Maléfica: dueña del mal tiene que ver con su elenco: desde el magnetismo de Angelina Jolie (esta vez con un personaje que resulta mucho más heroína que villana) hasta la convicción de Elle Fanning como la Aurora que quiere casarse con el príncipe Philip (Harris Dickinson) y así unir dos reinos, pasando por una Michelle Pfeiffer esta vez poco aprovechada como la despiadada -y arquetípica- reina Ingrith, madre de Philip y futura suegra de Aurora. Las imágenes de imponentes castillos con sus fastuosos salones, la multitud de minúsculos y encantadores personajes destinados al disfrute de los más pequeños (aunque el film está calificado para mayores de 13 años) y la intensidad que aporta en cada una de sus apariciones Angelina Jolie no alcanzan a compensar la falta de coherencia y fluidez que en varios pasajes aqueja a un relato con escasos hallazgos y espasmódicos logros.
A Verónica Chen siempre le gustaron los riesgos, los personajes atribulados que muchas veces atraviesan situaciones límite, una tensión externa e interna y por eso, aun siendo una película bastante distinta a sus trabajos anteriores, Rosita profundiza varias de sus obsesiones. El film arranca de noche con alguien (cuyo rostro no vemos) disparándole a unos perros encerrados que ladran demasiado. En la escena siguiente nos encontramos con Lola (Sofía Brito, cada vez mejor actriz, en una temporada en la que también se destacó en La omisión) teniendo sexo con su nuevo novio (Javier Drolas), pero en medio del encuentro íntimo hay algo que a ella la inquieta, que no le permite dejarse llevar del todo y entregarse al placer. Lola -que trabaja en un spa y centro de belleza- vuelve a su hogar en zona norte y se reencuentra con sus dos hijos preadolescentes que solo parecen tener ojos para la PlayStation. Pero la que no está es su pequeña hija, Rosita, quien supuestamente ha salido de compras con su abuelo Omar (Marcos Montes). Las horas pasan y no vuelven. Lola hace la denuncia policial y descubre que su padre no solo tiene los antecedentes penales que ella conocía sino que además estuvo metido últimamente en distintos ilícitos. Cuando sospechamos lo peor, abuelo y nieta regresan a la casa (que es propiedad de Marcos) y, si bien las explicaciones son poco convincentes y la tensión entre padre e hija es casi insostenible, la vida sigue su curso. Hasta aquí lo que se puede contar sobre este thriller psicológico donde las relaciones familiares son el exponentes de un clima social cada vez más enrarecido, en el que la paranoia, la culpa, la descontención, las frustraciones y los reproches están a la orden del día. Más allá de que en la segunda mitad Chen cede a la tentación de explicar (quizás demasiado) apelando a distintas confesiones y flashbacks, la película mantiene un atractivo y una potencia en la que mucho tiene que ver el trabajo de Brito, cuya heroína ha tenido sus tres hijos con tres padres diferentes, pero incluso con una nueva pareja en el horizonte parece estar sola contra el mundo. Un personaje femenino vulnerable y al mismo tiempo luchador para un relato desolador por momentos, pero también de fuerte humanismo e integridad.
El Gymnasium es un colegio secundario dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán y muy reconocido en el ámbito de esa provincia. Hasta hace poco con un alumnado exclusivamente de varones, la institución generaba durante un campamento anual una suerte de bautismo para los ingresantes (niños de diez años) por parte de los estudiantes más experimentados. El director tucumano Martin Falci (egresado del Gymnasium) filmó el último campamento enteramente masculino con más de 500 chicos conviviendo durante una semana en carpas militares instaladas en la montaña. Los rituales de iniciación a la adultez (lucha en el barro, golpes con palos de gomaespuma o cantos homofóbicos) remiten por momentos a ciertas prácticas del servicio militar de antaño, aunque la contracara tiene que ver con la transmisión de valores, los fogones, las guitarreadas y los abrazos de despedida. Falci propone un documental de observación sin testimonios a cámara ni voz en off y -salvo un mínimo uso de la música y una pocas imágenes aéreas- esa austeridad permite acercarse con la mayor pureza posible a los códigos de lealtad y las dinámicas masculinas, que muchas veces tienen una violencia naturalizada en el trasfondo. En ese sentido, la elección de los más pequeños como dueños del punto de vista resulta todo un hallazgo, así como la inclusión de un homenaje que los propios alumnos hacen por la muerte de uno de sus compañeros, Matías Albornoz Piccinetti, de 17 años, durante una pelea ocurrida en 2017. Un momento de fuerte y genuina emoción.
Nacido en Brasil, pero radicado en Colombia, Alejandro Landes comenzó filmando Cocalero en Bolivia, luego rodó Porfirio y ahora contó con aportes de nueve países para dirigir la ambiciosa, provocadora y fascinante Monos, que tras recorrer decenas de festivales (entre ellos Sundance, Berlín, Bafici y San Sebastián) se estrena comercialmente en la Argentina. Elegida por Colombia como su representante para competir por el Oscar a Mejor Película Internacional, Monos describe el accionar de La Organización, un grupo de guerrilleros adolescentes que funciona como un culto y ha secuestrado a una "doctora" estadounidense (Julianne Nicholson) en plena selva de montaña. Los entrenamientos cotidianos, las contradicciones, los deseos y las miserias de estos muchachos y muchachas son descriptos de manera bella y brutal a la vez, en lo que por momentos parece una mixtura entre Bella tarea, de Claire Denis; Deliverance: La violencia está en nosotros, de John Boorman; y Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola. Hay momentos en que Landes cae en cierto impacto calculado y en un regodeo algo caprichoso (como si fuera rehén de su propio virtuosismo), pero Monos no deja de ser un film subyugante en su incursión en el género de aventuras, el terror y el drama. Una mirada distinta, incómoda y sin concesiones, a la violencia de una guerra civil que marcó (y sigue marcando) la historia reciente de Colombia.
Este documental -ganador del premio principal del último Bafici- se centra en la figura de un músico de culto, un outsider, un artista que tuvo sus cinco minutos de fama (o ni siquiera eso), pero igual puede ser considerado un pionero. En 1974, Peter Grudzien compuso, grabó y masterizó en su estudio casero un disco llamado The Unicorn, que hoy es considerado el primero abiertamente gay dentro de un género bastante poco "diverso" como el country. Con influencias musicales de Johnny Cash, el álbum pasó en principio con más pena que gloria, aunque con el tiempo fue reconocido y reivindicado por algunos investigadores y melómanos. Pero The Unicorn -la película- no es un rockumental sino una película sobre la dinámica familiar de Grudzien (hoy muy cercano a los 70 años), su hermana gemela Terry (paciente psiquiátrica) y su tiránico padre ya nonagenario. Con un registro urgente y visceral propio del cinéma vérité, la francesa Isabelle Dupuis y el estadounidense Tim Geraghty acompañaron al músico durante tres años en su casa en Queens, Nueva York, para exponer con rigor, respeto y una enorme capacidad para la observación los recuerdos, los sueños (frustrados), la degradación y la lucha por su identidad. Las canciones (muchas del propio Grudzien, pero también otras del country más tradicional, del gospel y del pop) están presentes como trasfondo, como parte del universo artístico de un personaje bizarro en más de un sentido, pero en el fondo querible y fascinante, que -sin saberlo ni proponérselo- formó parte de la historia de la música.