Reconocido como uno de los mejores directores de arte del cine argentino (La antena, El último Elvis, Gilda, La odisea de los giles), Daniel Gimelberg incursiona por segunda vez en la realización luego de Hotel Room con una comedia romántica moderna y desprejuiciada que aborda las visicitudes de una pareja gay que, tras una década de convivencia, inicia un proceso de adopción lleno de obstáculos administrativos y, sobre todo, afectivos. Los protagonistas de Los adoptantes son Martín (Diego Gentile), popular conductor de programas de televisión, y Leonardo (Rafael Spregelburd), ingeniero agrónomo y dueño de un campo. Cierto desgaste en la relación y diferencias de criterios y proyectos hacen que ambos -que están en plena crisis de los 40 y pico- se distancien. No adelantaremos nada más, pero Gimelberg apuesta al espíritu clásico de la(s) comedia(s) (de enredos, de rematrimonio) con no poca eficacia. Algo previsible por momentos en su desarrollo y resolución, pero narrada con convicción, con un implecable acabado en todos los rubros técnicos y un sólido trabajo actoral (a los queribles protagonistas se les suman buenos aportes de Marina Bellati, Valeria Lois, Guillermo Arengo, Soledad Silveyra y Florencia Peña), Los adoptantesse disfruta en su ligereza, en su elegancia formal y en su apuesta por sintonizar con estos tiempos de deconstrucción de los prejuicios sociales y la ampliacion de derechos.
Responsable de varias valiosas películas como Tierra de policías (1997), Inocencia interrumpida (1999), Identidad (2003), Johnny & June - Pasión y locura (2005), El tren de las 3:10 a Yuma (2007), Wolverine(2013) y Logan (2017), James Mangold ratifica una vez más la nobleza de su cine, su solidez como narrador y su ductilidad como director de actores con este drama deportivo-familar que reconstruye la historia real del duelo entre Ford y Ferrari en la tradicional carrera de las 24 horas de Le Mans en 1966. Para cierto sector del público una propuesta como Contra lo imposible puede sonar en estos tiempos como demasiado inocente y hasta un poco demodé. Para quienes amamos y reivindicamos hoy el clasicismo de Hollywood (no como actitud conservadora o excluyente sino casi como un espacio de resistencia frente al cinismo y el imperio del impacto efímero reinantes) resulta un bálsamo y una posibilidad de disfrutar de las distintas aristas (los conflictos en esas corporaciones, la amistad entre los protagonistas y las escenas automovilísticas) en toda su dimensión, pureza y esplendor, sin ironías cancheras, regodeos ni artificios innecesarios. Mangold -digno heredero de Clint Eastwood- se da el tiempo necesario (la película dura dos horas y media que nunca abruman) para describir las distintas realidades laborales y afectivas de Carroll Shelby (Matt Damon) y el inglés Ken Miles (Christian Bale), la crítica situación de Ford en aquella época (impecable cada incursión de Tracy Letts como Henry Ford II), el tortuoso trabajo para diseñar el Ford GT40 y, claro, la épica carrera en la pista francesa con una sorprendente vuelta de tuerca que es preferible no spoilear. Contra lo imposible va y viene con absoluta naturalidad de la épica deportiva al melodrama y de allí a la comedia (excelente la escena en que Carroll y Ken se pelean cuerpo a cuerpo mientras la esposa de éste interpretada por Caitrona Balfe se sienta en el jardín a observar el duelo), le da un espacio digno incluso a los personajes más secundarios y, sin esconder el fuerte nivel de competitividad y hasta las trampas o engaños que se van haciendo unos a otros, nunca deja de ser un retrato querible. Entretenimiento old-fashioned. Cine en estado puro.
Casi no hay adultos en La vida en común, película premiada en la Competencia Argentina del último Bafici. En el fondo puede aparecer muy de vez en cuando alguna maestra de escuela, pero los protagonistas son solo niños. Los chicos y sus perros fieles, inseparables, "socios" en el arte de cazar. Porque la caza (sobre todo la del puma) es parte fundamental de este pueblo originario y de allí surgen varias de las tradiciones, leyendas y ritos de pasaje que la película aborda en imagen y en la voz en off (también infantil). El protagonista es Uriel, aunque este es también un relato coral, con las dinámicas de grupo cotidianas de estos pibes del Pueblo Nación Ranquel en una zona desértica de la provincia de San Luis. Lo más valioso de la propuesta del guionista y director Ezequiel Yanco es que su retrato es siempre noble y cristalino, sin manipulaciones, sin caer en la demagogia, el pintoresquismo, el paternalismo ni la conmiseración de la corrección política. El resultado es un film que los mira con respeto, con la mayor naturalidad posible y que en algunos aspectos -aunque en un contexto muy distinto- recuerda a Yatasto, de Hermes Paralluelo. La cámara se queda siempre con ellos, a la distancia justa, a su misma altura, sin excesos ni regodeos, pero sin por eso esconder el rigor de sus condiciones de vida, el profundo desamparo (y desarraigo) que sufren y que al mismo tiempo sobrellevan con absoluta dignidad.
Cuando Ari Aster entregó el corte del director de Midsommar, el mismo duraba 171 minutos. Luego negociar con la distribuidora estadounidense A24, la versión para el estreno quedó en "apenas" 148 minutos y luego se habilitó que el Director's Cut comenzara a circular por festivales. Midsommar se sumó así a una creciente tendencia de películas de terror de larga duración que incluye títulos recientes como la segunda parte de It, de Andy Muschietti (169 minutos) y otro estreno de hoy como Doctor Sueño (151 minutos). Es que ese género que solía hacer (y en algunos casos todavía sigue haciendo) películas de 80 o 90 minutos ha ingresado en una faceta "autoral" con propuestas mucho más ambiciosas y audaces como la que Aster, que venía de filmar hace poco más de un año la consagratoria ópera prima El legado del diablo (Hereditary), es parte fundamental junto a otros exponentes como Jordan Peele ( ¡Huye!, Nosotros), Robert Eggers ( La Bruja, The Lighthouse), David Robert Mitchell ( Te sigue) y varios otros. Mas interesados en lo psicológico que en el impacto del susto efímero, en la construcción de climas antes que en el mero derroche de sangre, se han ganado el favor de la cinefilia más exigente, pero también el repudio de los "puristas" que reniegan de esta vertiente más intelectual y pretenciosa del terror contemporáneo. Midsommar arranca en un tono más bien intimista con las desventuras de Dani ( Florence Pugh), una joven que atraviesa una profunda crisis tras una tragedia familiar. En medio de la angustia y el dolor, la atribulada protagonista terminará acompañando a su novio Christian (Jack Reynor) y a los amigos de éste, Josh (William Jackson Harper) y Mark (Will Poulter), a un viaje a una comuna neo-hippie en un remoto y bucólico paraje campestre de Suecia en la que creció uno de sus compañeros de estudio, Pelle (Vilhelm Blongren), quien oficiará de guía y anfitrión. Lo que en principio parece una simple escapada veraniega en busca de sexo, drogas y distensión (aunque Josh también pretende conseguir allí material para su tesis de antropología) se transformará en algo muy distinto con sacrificios rituales y ceremonias que van de lo lúdico a lo tenebroso. El film encuentra alguna lejana conexión con Apóstol, película original de Netflix dirigida por Gareth Evans, aunque aquí Aster -un cineasta de un virtuosismo formal apabullante aunque también algo caprichoso a la hora de cierto regodeo visual- termina priorizando otros tonos. Más allá de ciertas dosis de humor negro, fanatismo religioso, perversiones sexuales y explosiones gore, lo que al talentoso guionista y director realmente le interesa es construir un universo tan fascinante como macabro, con sus códigos, reglas y estética propia (lo diurno en lugar de lo nocturno, que suele dominar al terror), y del que seremos testigos privilegiados. El infierno de Aster está encantador.
Hablar de la pertinencia o no de una secuela cinematográfica de El resplandor (The Shining) carece de sentido desde el momento en que fue el propio Stephen King quien en septiembre de 2013 decidió publicar la continuación de su novela de 1977. Una vez lanzado el libro, imposible no pensar en una nueva película. Y fue Mike Flanagan, en su triple rol de guionista, editor y director, el encargado de la esforzada y al mismo tiempo valiosa transposición: el corte final de 151 minutos incluye una multiplicidad de épocas, personajes, conflictos, locaciones y referencias que hablan a las claras de un proyecto ambicioso, que pretende estar a la altura de su predecesora, del aura de Stanley Kubrick y de las 531 páginas escritas por King. N. de la. R: A partir de aquí habrá algunos spoilers (si les molestan, se recomienda seguir leyendo una vez vista la película) Doctor Sueño arranca con dos prólogos y ya desde el inicio (tomas aéreas cenitales y acordes que remiten a la banda sonora original de Wendy Carlos y Rachel Elkind) habrá homenajes estilísticos y guiños varios al film de Kubrick. En el primer preámbulo (ambientado en la Florida en 1980) vemos cómo una suerte de secta de seres paranormales denominada Nudo Verdadero y liderada por Rose La Chistera (Rebecca Ferguson) secuestra a una niña; también nos reencontramos con el pequeño Danny Torrance (Roger Dale Floyd) lidiando con sus fantasmas, traumas y pesadillas; en el segundo (que transcurre en la Nueva Jersey de 2011), Danny (Doc) aparece en su versión adulta encarnada por Ewan McGregor. Alcohólico, drogadicto, afecto a relaciones efímeras y a violentas peleas en bares, el protagonista es un alma en pena. Ya en la actualidad, Danny Torrance se muda al pequeño pueblo de Frazier, donde intentará reencauzar su vida abandonando las adicciones y con un par de trabajos como enfermero en una asilo de ancianos que sufren enfermedades terminales y como ayudante del querible y solidario Billy Freeman (Cliff Curtis) en un tren lúdico que hay en el lugar. En Doctor Sueño aparece también una coprotagonista, Abra Stone (Kyliegh Curran), una adolescente afroamericana de 13 años con poderes extraordinarios que le permite tener visiones, adivinaciones, anticipaciones y comunicaciones a distancia que la convertirán en la socia ideal de Danny y en rival de Rose y su clan. Lo que sigue es una acumulación de enfrentamientos, perversiones, situaciones tan extremas como perturbadoras (abusos varios a niños y adolescentes) y constantes apariciones del sabio Dick Hallorann (originalmente interpretado por Scatman Crothers y ahora por Carl Lumbly) que desembocarán en el mítico Hotel Overlook, con sus gemelas y la bañera de la habitación 237. Hay algo de regodeo en este juego de citas, de veneración a El resplandor y por momentos la sensación es de una película demasiado solemne, derivativa y un poco desnortada. Algo así como un parque de diversiones del género fantástico y de terror, en una acumulación similar a la de Andy Muschietti en la secuela de It. Como compensación y contrapeso, Doctor Sueñoentrega un puñado de escenas logradas desde lo formal, con un buena construcción de tensión, suspenso e irrupciones de un terror que va de lo psicológico a lo sangriento, y un notable trabajo de dirección de fotografía y de diseño sonoro y visual. Sin ser ninguna maravilla, por su dimensión y su portentoso despliegue visual es una película que “exige” ser vista en pantalla gigante. En ese sentido, esperar hasta que llegue al streaming hogareño no parece ser un buen Plan B. Si no es en un cine casi que es mejor dejarla pasar... para siempre.
Para ser breves (pueden googlear o buscar en YouTube) Los Knacks fue una banda émula de los Beatles que surgió en 1963 del encuentro de un par de quinceañeros en el Colegio Nacional Pueyrredón. Cuatro años más tarde fueron descubiertos por Gustavo Lipekester, productor de Phillips, y se convirtieron en un veloz fenómeno popular (shows cada vez más grandes, apariciones en televisión). Sin embargo, justo cuando estaban por editar su primer disco (ya habían grabado varios singles), una ordenanza de la dictadura de Onganía los puso en una lista negra por cantar en inglés. Para 1970, el sueño había terminado y el grupo se disolvió. Flashforward a 2010. Los integrantes se reencuentran de forma casual y empiezan a descubrir que Los Knacks se han convertido en una banda de culto en los lugares más recónditos del planeta ¿Qué ocurrió? Aparentemente alguien robó las cintas de aquel fallido longplay, lo editó y el mismo se empezó a vender muy bien en el exteror. La cámara viaja por disquerías de todo el mundo y los vinilos no tardan en aparecer en las bateas o los depósitos (tampoco escasean sus fans). Tras ese prólogo veremos que Los Knacks se reúnen con algún cambio de integrantes, con nuevos conciertos y grabaciones que no resultan como lo habían pensado. No conviene adelantar nada más, pero lo cierto es que Mariano y Gabriel Nesci los siguieron durante casi una década en la intimidad y sobre los escenarios (también, ya septuagenarios, con sus achaques de salud). Película sobre segundas oportunidades, sobre los sueños (los delirios de grandeza) que se chocan contra la cruel realidad, sobre los prejuicios en el rock (y en la vida) contra los viejos, sobre las miserias del negocio vs. lo genuino y lo vocacional, sobre las amistades que se mantienen (o recuperan) en el tiempo, Los Knacks: Déjame en el pasado es un trabajo que “dialoga” con la obra previa de ficción de Gabriel Nesci, como Días de vinilo y Casi leyendas. El humor negro (autoparódico e irónico) de los propios integrantes de la banda resulta un bálsamo contra el patetismo en el que podía haber caído el documental, que se las ingenia muy bien para reconstruir el pasado de la banda casi sin contar con material de archivo de los '60 y sintoniza con los distintos estados de ánimo (de la euforia a la depresión) de estos encantadores viejitos rockeros que -cuando parecen están en la quiebra anímica y financiera- sacan recursos de donde no los hay. En ese sentido, es muy valiosa la aparición en distintos pasajes de un coleccionista y fan de la banda que en algunas épocas hasta se transformó en mecenas. La opinión de legendarios periodistas de rock como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman aportan algo de contexto, pero el eje del film, su corazón, su alma, pasa por las historias de vida de estos músicos que pudieron ser estrellas y terminaron estrellados, que mostraron el talento y en algunos caso la perseverancia, pero nunca contaron con el timing ni la suerte que otros artistas menos dotados si tuvieron. Casi leyendas.
Ni Woody era un genio con cada diálogo o conflicto que planteaba en su época de oro ni ahora es el artista vergonzante que Amazon desprecia, los intelectuales atacan y las feministas defenestran. Un día lluvioso en Nueva York, que debió estrenarse en 2018 pero fue “cajoneada” por su productora porque hoy Allen es poco menos que un paria en los Estados Unidos, puede verse como (y probablemente sea) una película menor, sin grandes hallazgos ni sorpresas, que recicla varios temas que obsesionan a su guionista y director (las diferencias generacionales, las miserias del ambiente cinematográfico, las angustias, costumbres y traumas de la burguesía neoyorquina, la tentación del hombre maduro frente a una mujer mucho más joven, la infidelidad, el esnobismo de los jóvenes universitarios), pero incluso con su narración por momentos algo cansina no deja de ser una propuesta simpática y casi siempre placentera. Muy lejos de esa “basura” que la mayoría de los críticos norteamericanos ha despreciado (a esta altura creo que por prejuicios, odios y motivos más ligados a la corrección política del #MeToo que por cuestiones estrictamente artísticas) en reseñas hirientes hasta lo irrespetuoso. Aclaro: no creo que ningún realizador -por mejor filmografía que tenga- deba ser “perdonado” si hace un mal largometraje, pero con Woody en general y con Un día lluvioso en Nueva York siento que hay algo de saña, de sadismo, de encarnizamiento. ¿De qué va la película? Del viaje que dos jóvenes hacen desde la universidad en la que estudian (una del tipo Harvard) a Nueva York. Proveniente de una familia adinerada de Manhattan, Gatsby Welles (Timothée Chalamet) quiere ser una suerte de guía para su novia Ashleigh Enright (Elle Fanning). Pero apenas llegan a la Gran Manzana todo lo que puede salir mal termina peor. Ellos se separan, ella -que estudia periodismo- se obsesiona con Rolland Pollard (Liev Schreiber), un director de películas de arte en plena crisis creativa, luego termina vinculada por la prensa con una estrella latina (Diego Luna), mientras que él comenzará a frecuentar a Shannon (buen trabajo de Selena Gomez). El tono ligero de comedia de enredos de estructura coral y aire casual le va bien a la película, que resulta por momentos un poco caótica, inverosímil y caprichosa, pero con varias escenas y situaciones encantadoras. La nostalgia de tiempos mejores, la melancolía exacerbada por una lluvia omnipresente (y no solo en el título), el inconformismo de unos personajes que vagan por las calles de Manhattan y cierto bienvenido romanticismo casi naïf hacen de Un día lluvioso en Nueva York un divertimento simple que se sigue y se disfruta sin grandes exigencias.
El guion de Nora Leticia Sarti acumula tragedias familiares, personajes torturados, visiones, explosiones sangrientas, dimensiones paralelas, imágenes pesadillescas, asesinatos seriales que en principio no tienen la más mínima lógica, dilemas éticos, morales y religiosos, estigmas, culpas, bloqueos creativos, adicciones a las pastillas y varias vueltas de tuerca finales que intentan explicar de maneras no siempre convincentes los múltiples misterios y enigmas que se van planteando. Findling hace gala de un indudable talento formal (hay muchas imágenes construidas con virtuosismo y un buen uso de los efectos visuales), pero la narración luce en varios pasajes algo caótica, sin fluidez, con evidentes desniveles actorales y con unos cuantos diálogos forzados que los actores parecen “recitar”. Una pena porque esta historia sobre personajes en busca de la redención, de exorcizar sus demonios interiores y de rehacer sus vidas en busca de segundas oportunidades, tenía en principio unas cuantas ideas inquietantes y prometedoras.
En Terminator: Destino oculto hay varios bienvenidos regresos. James Cameron, creador de la saga, reaparece como uno de los productores tras alejarse de la franquicia luego de haber dirigido El juicio final en 1991. También vuelve con todos los honores la Sarah Connor de Linda Hamilton, quien tenía 28 años cuando interpretó por primera vez ese personaje en 1984 y hoy luce espléndida a los 63. En ese sentido, sus escenas con Arnold Schwarzenegger justifican por sí solas esta sexta entrega de la franquicia. Y, más allá de sus lugares comunes y de algunas escenas algo rutinarias, lo que el director Tim Miller también consigue es recuperar cierto espíritu, cierta mística de los dos films originales que se habían perdido en varias de las entregas posteriores. Aunque se extraña por momentos el desparpajo y el delirio de Deadpool, un aquí más contenido Tim Miller reconstruye la tónica de ese cine clase B al que Cameron había apelado en sus dos películas de la saga y que los siguientes films barrieron en su búsqueda obsesiva de mayor espectacularidad. Esto no significa que Destino oculto carezca de intensas escenas de acción o de sofisticados efectos visuales en su presentación de los cyborgs de última generación, pero ese despliegue formal está concebido siempre en función de que el relato y la interacción de los personajes funcione. Que la nueva protagonista sea Dani Ramos (Natalia Reyes), una joven, humilde, inteligente y perserverante trabajadora de Ciudad de México, es también toda una toma de posición de los creadores de Destino oculto. Será ella el objetivo del todopoderoso malvado de turno (Gabriel Luna), quien aparece en la zona para exterminarla, mientras que en su defensa se sumarán la mítica dupla Schwarzenegger-Hamilton y Grace (Mackenzie Davis), un personaje híbrido (mitad humana, mitad biónica) también enviado desde el futuro para mantenerla con vida. No es difícil advertir los paralelismos y similitudes entre esta historia y sus protagonistas con los de las dos primeras partes de Terminator y, en ese sentido, Destino final podrá ser acusado de un reciclaje innecesario, casi de una remake maquillada para que luzca algo renovada. Así, entre los cultores de la nostalgia que saludarán este regreso y los escépticos que la verán como una mera excusa oportunista de esa máquina de recaudar que es Hollywood, Terminator está de regreso con sus dos legendarios protagonistas. Más viejos, sí, pero con su rebeldía, sus guiños y su aura mítica intactos.
Vincent Lacoste (una de las revelaciones de Plaire, aimer et courir vite, película de Christophe Honoré estrenada en el Festival de Cannes 2018) interpreta a David, un parisino de 24 años que se gana la vida atendiendo a turistas que alquilan departamentos y en tareas de jardinería para el municipio. Su padre ha muerto y a su madre (Greta Scacchi), que vive en Londres, no la ve hace mucho tiempo. Por lo tanto, su universo familiar se remite a la relación con su hermana mayor Sandrine (Ophélia Kolb), una profesora de inglés y madre soltera, y a su sobrina de siete años, Amanda (la debutante Isaure Multrier). Más allá de cierto caos y estrés de la vida urbana, todo marcha razonablemente bien para el veinteañero, que incluso inicia un romance con Léna (Stacy Martin), una joven pianista recién llegada a la ciudad. Sin embargo, a los pocos minutos de relato un atentado terrorista sacude a un parque parisino y Sandrine resulta una de la tantas víctimas fatales. En medio de la bronca y del dolor, todavía aturdido y descolocado, David debe hacerse cargo de la pequeña Amanda, que tampoco tiene demasiados recursos como para afrontar semejante tragedia. Lo mejor de este nuevo largometraje de Mikhaël Hers (Memory Lane, Ce sentiment de l'été) tiene que ver con varias cosas que propone, pero también por las que elude. Más allá de algunas escenas que están al límite de lo creíble y de ciertos excesos de la banda de sonido, el film evita caer en el melodrama aleccionador o lacrimógeno, en la bajada de línea y en el subrayado. Opta, en cambio, por un tono austero, por una bienvenida ligereza que no significa superficialidad ni banalidad. Las actuaciones sintonizan a la perfección con el tono que el director busca y, así, la película va del tearjerker al crowd-pleaser con bastante dignidad y nobles recursos.