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Una chica china solitaria, dispuesta a cualquier trabajito para emprender el viaje al Himalaya que había planeado con su padre difunto, se encuentra con un Yeti en la terraza del edificio en el que vive. La primera coproducción entre Dreamworks y los estudios chinos de animación Pearl van a lo seguro, con una historia elemental pero no carente de atractivo visual y muchos paisajes orientales en versión animada. La trama es minimalista, con el Yeti perseguido por un coleccionista de animales que lo quiere atrapar, y la chica que logra hacerse de amigos para liberar al encantador abominable y llevarlo al Himalaya con su familia. La película empieza un poco lenta y con demasiados toques emotivos, pero a medida que avanza el viaje al Tibet las cosas se ponen más movidas y a veces entretenidas para los más chicos.
Lo mejor de este documental es el desafío de filmar el mundo de los ciegos. “El panelista” se centra en un instituto de la provincia de Buenos Aires donde varios ciegos y gente con distintos problemas de visión se dedican al análisis sensorial, es decir, a calificar distintas sustancias y liquidos utilizando otros sentidos. El film se centra en uno de estos “panelistas” y cuenta sus experiencias, su historia personal y sus sensaciones, además de describir cómo es el trato con sus compañeros de labores. Las situaciones son tan extrañas que por momentos la película podría parecer un film fantástico y no un documental, aunque en este sentido un problema es el desparejo pulso narrativo que no logra enfocarse siempre en lo que quiere contar. Sin embargo, hay momentos interesantes, por ejemplo la escena en la que el director intenta algo tan difícil como un plano desde el punto de vista subjetivo de uno de los ciegos. Le faltaría algo de información objetiva y bien explicada sobre las tareas de estos panelistas, y un montaje más prolijo que sirviera para dar una idea más clara de esta problemática original, y muy poco abordada.
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Esta ópera prima del actor Max Minghellla (hijo del fallecido cineasta Anthony Minghella, el de “El paciente inglés”) es una especie de versión pop de la Cenicienta, con Elle Fanning como una chica de clase media baja que vive en la desolada Isla de Wight y trata de cantar en la iglesia y en un pub con karaoke. Pero, de golpe, decide ser famosa y entrar en un programa televisivo de talentos, “Teen Spirit”, y para eso toma como manager a un tipo decadente que asegura haber sido un famoso astro en la ópera europea. La historia es un catálogo de lugares comunes, pero al menos modera los toques melodramáticos y se concentra en los números musicales, sin duda lo mejor del film junto a la carismática actuación de Fanning. “Teen Spirit” es una de esas películas pensadas para vender discos, y en este caso el soundtrack es realmente bueno, con temas de artistas como Orbital, Katy Perry, No Doubt, Aqua, coordinados por Marius De Vries, y en muchos casos cantados por la protagonista, que desde luego debió ser doblada por una cantante lirica en una escena operística.
Este oscuro thriller político paraguayo es una gran sorpresa. En los 70, plena dictadura de Stroessner, dos tipos marginales se ocupan de descartar cadáveres que un grupo de militares les entrega casi diariamente. El espectador no sabe mucho de estos dos personajes, que no son asesinos, pero obviamente no pueden dejar de ser cómplices de los crímenes. Por supuesto, la rutina puede quebrarse, y de golpe ambos podrían tener que enfrentarse a un “morto que parla”. El director Hugo Giménez logra una notable opera prima con esta tensa situación que, por momentos, recuerda a esos ejercicios de suspenso que alimentaban la antológica serie “Alfred Hitchcock presenta”. Justamente un punto débil del film es que pasada la mitad de la proyección se vuelve un tanto obvio que el argumento debe ser estirado para alcanzar la duración de un largometraje. Eso, y la sensación de que Giménez podría haber subido un poco el volumen con la acción y los toques macabros, no impiden disfrutar de un solapado humor negro, muy buenas actuaciones y un enorme talento para fotografiar las locaciones selváticas. Lo mejor de todo son las actuaciones con diálogos durísimos pronunciados en un guaraní serio y dramático, para nada pintoresco.