Ian McKellen es el buen mentiroso del titulo. Según la novela de Nicholas Searle, es un veterano maestro de la estafa, con décadas de fechorías, que sigue sintiéndose a sus anchas en la Inglaterra de 2009. Mientras ejecuta un trabajo complejo y realmente redituable, este carismático y, en un principio, casi querible delincuente de la tercera edad va entrando en confianza con una inocente viuda a la que contacta online en la formidable secuencia de títulos. Claro, como esta victima ingenua es Helen Mirren, el espectador rápidamente sospechará que el asunto no será tan sencillo. Partiendo de la premisa, hipotética pero casi segura, que en el momento adecuado Mirren sabrá cómo enfrentar a McKellen, la trama se toma todo el tiempo y los artilugios necesarios para darle credibilidad a esta improbable relación platónica entre gente grande que apenas se acaba de conocer. A medida que el director va revelando la cara más siniestra de su villano en un par de secuencias notables y fuertes (con homenajes a clásicos de los ’70 como “El archivo de Odessa”), esa relación cobra más verosimilitud. Justo en ese punto, la trama da un giro imprevisto hacia cruentos flashbacks históricos que, aun mas que la premisa original, dejan ver hacia dónde apunta el argumento. Conciliar esos flashbacks ambientados en los años ‘40 con el resto del film genera un poco de ruido. Lo que no impide que el conjunto funcione como un sólido thriller con algo que decir. Pero “El buen mentiroso” es, sobre todo, un gran show para el talento de McKellen, que se luce como nunca. Una Helen Mirren extremadamente contenida le sigue el juego, brillando especialmente cuando logra mantener su moderación aun en los trances mas furibundos de su personaje.
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Singular, divertido y bastante arriesgado, este nuevo film de Víctor Laplace como director juega con el absurdo y el humor negro para combinar –y lo consigue- el chiste más directo con la reflexión más discreta. Todo, gracias a la adaptación, bien aireada y enriquecida, de una obra de Rafael Bruza, “Niños expósitos”, donde dos grandulones siguen siendo monaguillos como cuando eran huerfanitos recogidos por el cura de una parroquia perdida. Ahora el cura está más que viejo y ellos, para poder independizarse, deciden sacárselo de encima, dándole con la cruz del altar, con una hostia envenenada, lo que sea. Por supuesto, el viejo parece más indestructible que la vieja que hacía Pepe Soriano en “La nona”. Así, por el camino del absurdo, el crimen imperfecto, los sentimientos culposos y la pintura medianamente sutil de pecados y anquilosamientos clericales, se va llegando a la redención de los dos personajes, el logro de propósitos más nobles, como abrir las puertas de la iglesia en todo sentido, y el final feliz. Ciertas reflexiones quedan para la salida. Gastón Pauls y el tandilense Javier Lester (atención a la escena en un banco de plaza con Paula Sartor) son los monaguillos, Laplace es el cura decrépito farfullando latinajos, Puerto Esperanza y la capilla de Puerto Bemberg, allá en Misiones, son los lugares paradisíacos donde todo transcurre. Muy agradable la música de Damián Laplace, con predominio del arpa, y digna de elogio la adaptación de Leonel D’Agostino, con la colaboración de Dieguillo Fernández.
La primera “Terminator” de James Cameron era una película que no se detenía nunca. Mientras los dos viajeros del futuro que trataban de asesinar o salvar, respectivamente, a Sarah Connor, hacían estragos en la ciudad de Los Angeles, el hermetismo de la trama se dilucidaba de a poco y recién en una escena más calma, pasada la mitad del film, se aclaraban un poco las cosas. Luego de tantas secuelas, todas bastante buenas, ahora el nuevo guión de la sexta película de la serie también tiene una historia co-escrita por Cameron, pero hay otros muchos guionistas que perdieron aquel detalle de vista, y que se empecinan en introducir con fórceps referencias actuales con las que se pueda identificar el público moderno. Para empezar, ahora es una mexicana a la que los enviados de un futuro distinto quieren matar o proteger, y en su fuga de un nuevo tipo de Terminator malvado, con nuevos poderes, la protagonista, asistida por Sarah Connor (Linda Hamilton) y una chica “mejorada” futurista, toman el tren de los inmigrantes ilegales para cruzar la frontera a Texas, donde los espera el viejo y malo Terminator modelo Schwarzenegger, ahora convertido en un robot humanizado y sensible. Tim Miller, el director de la dinámica “Deadpool”, sabe cómo manejar las elaboradísimas escenas de acción fantástica, pero en cambio se pierde con el puñado de escenas dialogadas entre las tres protagonistas femeninas que son un auténtico lastre para el ritmo narrativo. Tal vez las mujeres estén empoderadas en el guión, pero el que se roba la película es el Terminator de metal líquido negro que tiene la capacidad de desdoblarse y cometer todo tipo de masacres en estéreo. La película levanta vuelo, y un poco de humor, cuando aparece Arnold, pero ya es demasiado tarde para que alcance la altura de sus predecesoras.
“Hustlers” empieza en 2007, cuando la economía estadounidense está de buena racha, lo que se nota en el club de stripers donde trabajan las desnudistas interpretadas por Constance Wu y Jennifer Lopez, dos trabajadoras que disfrutan del modo en que los hombres de la Bolsa despilfarran sus dividendos. Pero, claro, llega la crisis de 2008, y la malaria arrasa con su local laboral. Ante la recesión, las protagonistas deciden ponerse creativas, aunque no en el mejor sentido de la palabra. Así es que pronto se dedican a esquilmar a sus clientes poniéndoles en sus tragos una mezcla de ketamina con otras drogas, una especie de burundanga que los deja medio inconscientes, y que les permite a ellas gastar sus tarjetas de crédito hasta el limite, seguras de que cuando despierten no recordarán en qué juerga malgastaron su dinero. A medida que las chicas se vuelven más audaces e inescrupulosas, aumentan los riesgos y, como sucede en este tipo de historia moral, también llega el castigo para su crimen. Las buenas actuaciones y pulso narrativo ayudan a disfrutar de una historia inmoral y llena de imágenes sensuales, que trata de mantener la tesis de que todo Estados Unidos es un gran cabaret, visión un tanto elemental que no deja de aruinar del todo algunas de las escenas más entretenidas de esta sólida comedia dramática basada en hechos veridicos.
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Sin llegar al nivel de la excelente comedia original, esta “Zombieland: Tiro de gracia” es rápida, divertida y truculenta. La historia encuentra a los mismos personajes del film anterior buscando un lugar donde puedan sentirse seguros, y lo encuentran en Washington DC, en la Casa Blanca. La vida de los protagonistas podría seguir ahí muy tranquilamente, ya que no hay manera que entren los zombies, pero la inquietud femenina complica las cosas, y de golpe la adolescente del grupo se ve perdida en algún punto de los EE.UU. junto a un hippie pacifista –algo complicado en medio de un Apocalipsis zombie-, camino a Memphis para visitar Graceland, el santuario de Elvis. En el camino, Harrelson y Eisenberg se encuentran con un nuevo tipo de zombie más resistente al disparo en la cabeza, y también en un museo de Elvis conocen a Rosario Dawson, una gran adición al equipo original. Hay muy buenos gags y un elaborado trabajo visual, pero lo que le falta al director Ruben Fleischer es darle una verdadera trama a los distintos episodios, que culminan en una comuna hippie; de allí que la película se puede describir como una serie de anécdotas unidas por los mismos personajes.