¡Rompan todo! El director de "Día de la Independencia" nos muestra su visión del fin del mundo. Si algo le quedaba a Roland Emmerich por destruir después de Día de la independencia, Godzilla y El día después de mañana, lo terminó por hacer reventar en 2012, por lo que ahora deberá buscarse algún otro trabajito. Por lo pronto, ¿qué tal sería conseguirse un guionista para la próxima película? 2012 no es más que la suma de sus partes rotas, destruidas, una película sobre un apocalipsis ecológico -los mayas lo tenían claro, mucho antes que Al Gore- en la que se demuelen ciudades y monumentos mientras una familia disfuncional tiene su íntimo drama de rematrimonio en medio de lo que podría ser el fin del mundo. El filme comienza en 2009 cuando un geólogo, tras viajar a la India, se da cuenta de que el centro de la Tierra está ardiendo y que pronto el planeta podría dejar de existir. En esos años, secretamente, los gobiernos del mundo van buscando una salida (para pocos) al inevitable caos que viene. Pero el asunto llega antes de lo pensado y nada saldrá como estaba planeado. Yendo de lo global a lo personal, 2012 se centrará en Jackson Curtis, un escritor (John Cusack) separado de su mujer (Amanda Peet), la que se ha vuelto a casar. Con ella tiene dos hijos, con los que intenta relacionarse aunque su cabeza siempre parece estar en otro lado. Un día decide llevarlos al Parque Nacional Yellowstone y allí notará varias cosas raras que suceden, desde grandes operativos militares hasta extraños fenómenos naturales, pasando por un enloquecido profeta radial de desastres (encarnado por Woody Harrelson) que no para de predecir el inminente Apocalipsis. A partir de allí, la Costa Oeste norteamericana empezará a desmoronarse, literalmente, y unas grietas en la tierra darán paso al hundimiento y destrucción de Los Angeles. Todo, claro, mientras nuestra familia del siglo XXI (que a esta altura incluye a la ex esposa de Jackson con su nuevo marido) va esquivando edificios que caen, avenidas que se abren y autopistas que se derrumban como en un juego de Playstation. La película se divide en tres claras partes. La primera, en la que el caos se va preparando. La segunda, la destrucción propiamente dicha. Y la tercera, en la que se revelan los planes de "salvación de la especie". Y Emmerich va combinando, como en un juego de piezas móviles, una impactante escena de caos con una de narración "dramática", tan obvia como banal. Si al espectador le alcanza con disfrutar de los efectos especiales puestos al servicio de sí mismos, 2012 no los decepcionará. Los que esperan una película en la que toda esa parafernalia esté en manos de un cineasta con una historia para contar, seguramente sentirán que el asunto es interminable con sus 158 minutos de duración. Como alguien dijo por ahí, 2012 es como una película porno, a la que no tiene sentido pedirle ningún tipo de trama interesante, ni dirección de actores, ni diálogos que puedan ser dichos por seres humanos. Un filme que en el futuro la gente seguramente verá en fast forward pasando a las secuencias de destrucción y evitando todo lo demás. Cine Triple X.
Y el viento los llevará La tercera película de Ramin Bahrani es un emotivo relato sobre la relación entre dos hombres. La primera escena de Goodbye Solo hará recordar a los espectadores a El sabor de la cereza. Un hombre anciano, con cara de pocos amigos, se sube a un taxi manejado por un inmigrante senegalés y le hace un extraño pedido: le pagará cien dólares para que lo lleve unos días después hasta Bowling Rock -el pico de una montaña en Carolina del Norte en el que se produce un extraño fenómeno meteorológico que hace que los objetos que se lanzan allí vuelvan a subir-, que lo deje ahí y se vuelva. Solo, el taxista en cuestión, sospecha que el hombre trama algo (¿suicidarse, acaso?) y empezará, de a poco, a inmiscuirse en su vida y a tratar no sólo de descubrir qué le sucede sino de contagiarle algo de esa energía entusiasta que a él le sobra. La vida de Solo no es perfecta: no está contento con su trabajo y su relación con su esposa latina es bastante tensa. Pero el tipo mira a la vida con otro prisma. Así como William -de quien sabremos poco a lo largo del filme, pero podemos imaginar que tiene un pasado duro y difícil sólo con ver su rostro y escucharlo farfullar- ha dejado de hacerse ilusiones, Solo las conserva, pese que que el mundo que lo rodea no ofrece demasiados motivos para el optimismo. Este choque/encuentro entre un veterano desanimado y un joven impetuoso podría generar todos los clichés imaginables del cine de Hollywood. Pero Ramin Bahrani, que trabaja en un universo paralelo al de los grandes estudios, los evita a conciencia. Por más que esos temas estén ahí, la belleza de Goodbye Solo (la misma que la de sus anteriores Man Push Cart y Chop Shop) está en la naturalidad, frescura y urbana poesía que el director le imprime a sus imágenes y a las actuaciones de su pequeño elenco. Bahrami es un cronista de ese "otro lado del sueño americano", parte de lo que algún crítico de los Estados Unidos ha llamado el "neo-neorrealismo" norteamericano. Sus admitidas influencias son Roberto Rossellini (dice que Las flores de San Francisco fue una inspiración para esta película), lo mismo que Vittorio De Sica, el primer Pasolini y no niega la filiación del filme con el de Abbas Kiarostami. De cualquier manera y pese a la sensación "documentalista" que trasluce su película, Bahrami estructura el relato de manera bastante clásica. William y Solo se irán conociendo, amigando, irritando, fastidiando, reconciliando, hasta que la situación llegue a su anunciado punto límite. La película evita sin embargo la mayoría de los lugares comunes y discursos (si bien hay un par de subrayados innecesarios) y crece, humanamente, gracias también a sus protagonistas. Red West, un veterano doble y actor de películas de Clase B cuya fama viene de haber sido amigo y guardaespaldas de Elvis Presley, tiene una presencia que empieza por asustar y termina por enternecernos. Con el taxista -el marfileño Souleymane Sy Savane- pasa lo contrario: su excesiva simpatía puede parecer irritante al principio, pero de a poco nos conquista con esa sonrisa que, sabemos, oculta bastantes pesares. Goodbye Solo es uno de los grandes estrenos de este año, y que se ofrezca en copias en fílmico (35 mm.), es casi un milagro. Una película pequeña, humana, más compleja de lo que deja entrever su aparente simplicidad. Una joyita en la cartelera porteña
La chica del adiós Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel se lucen en esta comedia romántica... diferente. ¿Habrá alguna manera nueva y original de contar una historia de amor? O bien, una historia que pudo haber sido de amor, pero que no fue, o que tal vez sí fue, depende a quien uno le pregunte. En (500) días con ella, el director Marc Webb y los guionistas Scott Neustadter y Michael Weber se hacen esa pregunta. Y lo que encuentran es un dispositivo con el que arman, si bien no algo nuevo ni original, al menos algo honesto, entretenido y real. De entrada, la voz en off nos dice que esta "no es una historia de amor" y nos invita a recorrer esos 500 días de manera no cronológica. Así, la historia de Tom y Summer, dos jóvenes que se conocen en una compañía de tarjetas de Los Angeles (él las escribe; ella es secretaria), empieza por lo que parece ser un final feliz, pero que tal vez no lo sea; vuelve a los inicios para contar "la previa" al primer chispazo, y así va saltando en el curso de los días que narra la película. Da la impresión de que los guionistas tomaron el ejemplo de las creativas vueltas de tuerca de Charlie Kaufman para Eterno resplandor de una mente sin recuerdos pero decidieron hacer algo más liviano y accesible. Y, a juzgar por los resultados, lo han logrado. Hay, en esa estructura de idas y vueltas, una interesante manera de observar una relación como una serie de momentos y situaciones, que el espectador va armando en su cabeza, si bien -al menos entre el Día 1 y el 300 y pico- la progresión es más o menos la prevista. Veamos: Tom (Joseph Gordon-Levitt), un chico enamoradizo que cree que algún día encontrará la mujer perfecta, cae rendido a los pies de Summer (Zooey Deschanel). Comparten gustos musicales (su primer contacto es a partir de una canción de The Smiths), cinematográficos (el filme hace varios homenajes a clásicos para reflejar el estado de la relación, yendo de El graduado a la Nouvelle Vague, de Cantando bajo la lluvia a Bergman) y la pasan bien juntos. El tema es que, de entrada, ella le aclara que no quiere una relación seria. El, a regañadientes, acepta. Así que cuando las cosas pasan a mayores, bueno, se podrán imaginar... Más allá del juego temporal, lo mejor es la forma en la que Webb muestra la relación siempre desde el punto de vista de Tom, por lo que los malos entendidos y lo que es fascinación y enamoramiento, corren por su cabeza. Nunca sabemos bien lo que le pasa a ella con él. Y ese misterio es el que mantiene la película viva. Tom está enamorado, lo sabemos, pero ¿es la real Summer a quién vemos o la Summer que él cree (quiere) ver? Tal vez más "light" de lo que podría haber sido como para considerarse un clásico (Adventureland, por ejemplo, llega más lejos, se anima a ir más hondo), (500) días con ella es una comedia romántica para todos los que se han quedado pensando porqué alguna relación en la que creían finalmente no funcionó. O bien, porqué no está funcionando ahora mismo. Nadie sabe muy bien cuántos son los 500 días de cada pareja...
Amor con barreras El premiado filme belga se centra en el romance entre una mujer de 40 con un hombre más joven. El secreto del éxito de Volver a amar -ganadora de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes y de varios premios internacionales- está en hacer lo mismo que hace Hollywood en incontables comedias dramáticas, (de las llamadas "románticas"), pero dándole una pátina de realismo cotidiano que la aleja de los estándares del cine industrial. Más allá de eso, la película del belga Christophe Van Rompaey no es más que una convencional y agradable historia de amores perdidos y encontrados entre personajes acosados por cuestiones del pasado que no terminan de resolver. Matty (Barbabra Sarafian, muy parecida a Frances McDormand) está separándose de su marido, Werner. Ella trabaja en el correo y él, que es profesor de arte, la dejó por una alumna suya, de 22 años. Matty tiene 41, tres hijos (una adolescente conflictiva y dos algo más chicos) y piensa que ya el amor acabó para ella. De hecho, lo único que desea es recuperar a su marido, que de entrada se ve que es bastante insufrible. Allí aparece el tal Johnny (Jurgen Delnaet), un camionero de 29 años que intenta conquistarla luego de tener con ella una fuerte discusión en un estacionamiento. El fastidio se transforma en atracción y eso troca en una cita. Pero Matty sólo le sigue el juego con la intención de usarlo para poner celoso a su ¿ex? marido (cosa que logra). Johnny, en cambio, parece estar enamorado de la mujer y hasta le canta canciones en italiano, idioma que mezcla en su conversación con resultados, supuestamente, románticos. El asunto es que Johnny tiene un pasado difícil, del que Werner se entera y se lo cuenta a Matty, que no sabrá qué decisión tomar. Además, la hija mayor de ella se aparece con una novia, cosa que no altera a Matty (uno de los puntos más logrados del filme es la relación madre-hija) sino que la hace acercarse más. Muchos problemas, parece, pero nada que no se pueda arreglar tras unos litros de cervezas en ruidosos bares, algunas peleas públicas y un par de canciones de amor en un karaoke. Con escenarios parecidos a los de una película de Ken Loach (barrios humildes de Ghent, en Bélgica), Volver a amar es una fábula teñida de una mano de pintura realista. No hay nada necesariamente malo en eso -como tampoco en las fantasías de Hollywood-, sólo que suenan un poco exagerados tantos premios y reconocimientos. Que la película sea europea no implica que va a escapar a algunos de los rancios convencionalismos con los que el cine se acerca al amor.
Una pareja atravesada por la historia política "Alicia y John: el peronismo olvidado" Cooke y Eguren, en el recuerdo. John William Cooke es más conocido por su nombre que por los detalles de su larga militancia, primero peronista y luego, en Cuba, cercano a los líderes de la Revolución (Fidel Castro, Che Guevara). Pocos políticos argentinos llevan ese nombre anglosajón y eso, de entrada, le guarda un lugar inusual en los libros de historia política. Pero su vida y su militancia, las idas y vueltas de su relación con Juan Domingo Perón, y su relación de pareja con Alicia Eguren. De hecho, que la película se llame Alicia y John: el peronismo olvidado deja a las claras que sus figuras no adquirieron el peso histórico que, según este documental, deberían haber tenido. Con algunos momentos de ficción -llamémoslos "brechtianos"-, en los que los actores Carlos Portaluppi y Ana Celentano "interpretan" a John y a Alicia, y a la vez comentan sobre sus acciones separándose de sus personajes, el filme de Carlos Castro con guión de Graciela Maglie y el propio realizador está organizado como un documental clásico, con entrevistas a decenas de personas (compañeros de militancia, destacados políticos justicialistas, historiadores, amigos de la pareja, etc.), que van narrando el derrotero de la pareja desde el inicio de su relación con el peronismo (que fue extraña, ambos venían de la alta burguesía) hasta sus respectivas muertes, pasando por el exilio, su relación cada vez más tirante con el General Perón y su apasionamiento, ya en los años '60, por los ideales de la Revolución Cubana. El filme de Castro recupera las curiosas trayectorias de ambas figuras y también se plantea qué hubiese pasado si Cooke, a quien Perón en algún momento consideró su heredero pero a quien luego fue abandonando, hubiese estado vivo en los '70, usando su inteligencia política para organizar y conducir a los nuevos militantes revolucionarios. Un cáncer se lo impidió. A ella, se lo impidió el Golpe del '76 y hoy es una desaparecida, no sólo de la dictadura militar, sino de la gran historia política nacional. Algo que este filme intenta subsanar.
Luis Cardei, una vida de películas Gabriel Arregui dirigió esta fallida biografía del gran cantante de tangos. La vida de Luis Cardei no da para una película: da para varias. Y eso es uno de los problemas de El torcan, el filme de Gabriel Arregui que trata de narrar la complicada vida de este cantante de tangos que murió en el 2000, con apenas 55 años. Cardei era hemofílico, sufrió polio de chico y quedó con problemas de huesos que le impedían caminar y moverse bien. Su padre (un tanguero llamado también Luis Cardei) murió cuando Luisito era niño y luego, para mitigar sus dolores físicos y emocionales, un joven Cardei se hizo adicto a la heroína. Todo esto debe haber sido muy dramático, pero a juzgar por la película, el amor de su abnegada madre y su buena predisposición para enfrentarse a todos sus problemas hicieron que, pese a todo, su infancia y juventud fueran soportables. Uno de los problemas del filme de Arregui, además de querer resumir toda la vida de Cardei, es que poco y nada resulta creíble: las actuaciones, las situaciones, los diálogos y la puesta en escena parecen extraídos de una floja película de los años '40. De hecho, uno hasta imagina que en cualquier momento aparece Luis Sandrini... En la segunda mitad (narrada por el hijo de Cardei, la primera la narra Osqui Guzmán), la película no mejora demasiado -se suman allí nuevos problemas familiares y de salud-, pero al menos se escuchan las canciones en sus interpretaciones originales. Y eso le da al oído -aunque no a la vista- un merecido descanso
La mitad del amor ¿HAY AMOR? LOS CONFLICTOS DE UNA PAREJA SALEN A LA LUZ EN UN VIAJE A COLONIA. Una pareja con más de una década de convivencia, y con una hija, decide hacer un viaje solos a Colonia para festejar los 40 años de ella. Se nota que su relación es tirante, fría. Pero tal vez sea la costumbre y ya se tratan así, todo el tiempo al borde de la crueldad. ¿Permitirá el viaje recobrar algo de paz, recuperar esa "chispa" perdida con el tiempo? La respuesta no es fácil y Tres deseos lo deja claro. El viaje, más que curar heridas, las saca a la luz, las hace evidentes en los fastidios constantes que se producen entre Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi). Tras una discusión, Pablo decide irse a caminar por la playa mientras Victoria vuelve al hotel. Allí, casualmente, se topa con Ana (Julieta Cardinali), que fue su novia antes de Victoria. Ella se acaba de separar de su pareja y ha viajado sola, "a pensar". La charla se transforma en un paseo, el paseo en un café y da la impresión de que ambos se están reconectando con ese viejo amor que parecía olvidado. En su primer filme de ficción, Vivián Imar y Marcelo Trotta construyen este triángulo amoroso alejándose de cualquier tipo de registro melodramático. El conflicto se arma a partir de diálogos puntuales, malos entendidos, silencios incómodos y conversaciones acerca del amor (o de su fin) que, si bien no se caracterizan por la originalidad, son bastante realistas. El filme no se centra, del todo, en el triángulo amoroso. Ana es una figura casi fantasmagórica, un ideal, una comparación que a Pablo le sirve para confrontar lo imaginado (lo que no fue) con lo real: su relación de pareja, que sí es el tema central. Y la película tampoco ofrece soluciones fáciles para esa conflictiva relación. La ciudad de Colonia juega un rol importante en el filme, con sus calles empedradas y sus playas ventosas que son recorridas por sus personajes. El nublado permanente parece aportar a la confusión que atraviesa el trío. El resto lo da el elenco. A la acostumbrada solvencia de Cardinali hay que sumarle la revelación de Raggi, que con gestos sutiles compone a una Victoria que va descubriendo lo poco que le queda para darle a esa relación. Más problemático es el rol de Birabent: su personaje (y su composición) es tan fría y distanciada, tan amarga y cruel, que uno se pregunta qué le ven las dos chicas, más allá de su pinta. Pero, se sabe, los misterios del amor son insondables.«
Más allá del infinito El primero, y uno de los mejores y más encantadores largos de Pixar, vuelve en su versión 3D. Toy Story es el primero y uno de los mejores títulos de la factoría Pixar, que iniciaría con este filme, estrenado aquí en marzo de 1996, una secuencia de diez títulos casi todos excelentes (o al menos muy buenos) hasta llegar al hoy multinominado al Oscar Up, una aventura de altura. Pero entonces, cuando la animación por computadora era mucho menos sofisticada y todavía ocupaba una porción menor del mercado, Toy Story significó una revolución no sólo técnica sino también creativa. Aquí tenemos una película -luego, veríamos, una compañía- que le habla a grandes y a chicos por igual (en lugar de hacerlo, como otras, en paralelo), apostando al asombro infantil en tiempo presente y a la magia del recuerdo de los más grandes. Todos saben la historia del filme, que se centra en la tensión que se genera entre dos juguetes: Woody, un vaquero que es el favorito del niño Andy, y Buzz Lightyear, un comando espacial que él recibe como regalo y que lo reemplaza en atractivo. Las peleas y desventuras de estos personajes (y una docena de entrañables secundarios, como el dinosaurio Rex, el Sr. Cara de Papa, el perro Slinky, etc.) conforman una historia efectiva desde la aventura y el entretenimiento, pero que a la vez se constituye -la serie entera, que se completa con Toy Story 3, a estrenarse en julio- en una saga sobre la infancia, la amistad y el fin de la inocencia. Aquí, el que la pierde es Buzz (que cree ser verdadero y no sólo un juguete y cae en una crisis existencial) mientras que Woody debe dejar de lado sus celos y aprender el valor de la amistad. La película no cambió mucho en su paso a 3D. Se trata de la misma versión, a la que no se le agregó nada nuevo (al menos no lo parece: hasta las encantadoras voces en castellano son las mismas que uno recuerda de memoria) y cuyo mayor acierto es dar la impresión de mayor volumen espacial. Pero, lo mejor es que tenemos entre nosotros una pristina copia digital que permite verla como si no se hubiera hecho quince años atrás. La matriz de todos los éxitos de Pixar, Toy Story (y su secuela, que se estrena en dos semanas; ambas estarán sólo 14 días en cartel) sigue siendo una de las mejores películas de animación de todos los tiempos. Y lo seguirá siendo, más acá o más allá del infinito.