Llega una nueva aventura del payaso Art Escrita y dirigida por Damien Leone, quien también desempeñó un rol ocupándose de los efectos prácticos, Terrifier 2 (2022) se sitúa inmediatamente después de los eventos de Terrifier (2016), película clase B sobre un payaso psicópata que debió su éxito más al consumo irónico que a sus aportes a la industria del terror. Ahora, luego de ser resucitado por una entidad siniestra, Art el payaso regresa al distrito de Miles durante la noche del siguiente Halloween, donde intentará cazar y destruir a una adolescente y su hermano menor, cuyo difunto padre les legó un libro con bocetos premonitorios sobre el perverso homicida. Todos los elementos que convirtieron al primer largometraje en una inesperada película de culto están presentes. La diferencia, es que Terrifier 2 se dota de varias tramas y subtramas, un desarrollo que en la básica entrega anterior brillaba por su ausencia. Pareciera que Leone comprendió que su obra tenía mucho por corregir y es allí en donde esta secuela presenta grandes cambios respecto a su antecesora. Desde el inicio, se puede notar un enorme salto de calidad y, por sobre todas las cosas, aquí se hacen presentes un hilo conductor, personajes con carne, un conflicto narrativo y tres actos bien marcados. En una producción que registra 140 minutos de duración, extensión algo inusual en propuestas de este calibre, el slasher reafirma sus bases ya establecidas, redoblando la apuesta en los momentos donde el gore y el histrionismo toman la pantalla. Aquí no hay censura que valga y eso lo demuestra la seguridad con la que Leone dirige las prolongadas escenas en donde los trozos de cuerpos y la sangre se apropian del escenario. Sin ahondar demasiado en detalles, Terrifier 2 regocija a los espectadores con una interminable, pero astuta sucesión de imágenes pesadillescas que nos transportan a lugares insospechados, de esos que un verdadero conocedor del horror sueña por ver plasmado en el séptimo arte en algún momento de su vida. Difícilmente borraremos de nuestras mentes la secuencia The Clown Cafe. El elenco de Terrifier 2 cumple, cosa que no ocurría en la película de 2016, saliendo airoso de sus propias limitaciones. De entre el extenso reparto destaca Lauren LaVera, contrafigura de Art sobre quien recae casi todo el peso de la propuesta. Sienna, la muchacha con armadura metálica y alas de ángel, un vestuario que homenajea a los clásicos de los años 80 y está listo para convertirse en un nuevo ícono, tiene todos los ingredientes necesarios para cargar el título de final girl. Por otra parte, David Howard Thornton conoce los encantos del payaso que interpreta y es casi imposible pensar al personaje en la piel de un actor diferente. Como si se tratase del psycho killer de un slasher de renombre, pese a su corta pero imponente trayectoria, Art el payaso logra acaparar la atención de todos los seguidores del género Terrifier 2 resulta una secuela sumamente sádica, mucho más grande en todo sentido y con una mitología que recién comienza a expandirse. Festejamos que así sea.
Basada en los archivos del caso de Ed y Lorraine Warren Ambientada en los años 80, la tercera entrega de la saga original de El conjuro se gesta a partir de uno de los casos más resonantes del matrimonio Warren (ACÁ pueden leer la historia real). En esta ocasión, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) deberán utilizar sus dotes para ayudar al joven Arne Johnson (Ruairi O’Connor), quien cometió un asesinato luego de ser poseído por un ente maligno. A estas alturas del partido, difícilmente alguien no haya presenciado la proyección siquiera de una de las tantas películas que se desprendieron de la obra original de James Wan allá por el 2013. Las aventuras basadas en la famosa pareja de demonólogos despiertan pasiones a lo largo y ancho del planeta, sin importar que tan decente sea la historia que tengan para contar. Quizás el mayor exponente dentro de este largo y enrevesado camino sea la muñeca Annabelle, pero los síntomas de desgaste por exprimir al máximo estas crónicas paranormales ya son notorios. Dejando de lado los cuestionables spin off, los largometrajes centrados en la pareja interpretada por Wilson y Farmiga son grandes aciertos dentro del terror comercial. De más está decir que gran parte de esto se debe a la experiencia de Wan dentro del género, así como también a la química que envuelve a los actores antes mencionados. Sin embargo, el posible cierre de esta trilogía lejos está de alcanzar la calidad que ofrecieron sus antecesoras y si bien no llega a ser una total decepción, se aleja bastante de los elementos que hicieron grandes a las anteriores entregas. El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo tiene un arranque prometedor que nos recuerda porque esta es una de las producciones de horror favoritas del público. La lucha por el alma de un niño desemboca en el primer caso de la historia de los Estados Unidos en el que un sospechoso de homicidio alude su comportamiento a una posesión demoniaca. A partir de este suceso, para evitar que el joven sea sentenciado a la pena de muerte, los protagonistas deberán encontrar las pruebas pertinentes de que tal afirmación es real. Obviamente, las cosas no resultan como ellos esperaban y las amenazas crecen mientras que el tiempo se agota. A priori, este nuevo capítulo pareciera respetar el modus operandi que Wan legó a Michael Chaves, pero luego de un primer acto aceptable, la propuesta se aleja del clásico cuento de casas encantadas y dramas familiares para adentrarse en un viaje hueco y carente de emoción hacia la oscura verdad que esconde el caso. Cuando hablamos de El conjuro sabemos que mediante el miedo conoceremos dramas muy cercanos a nuestro día a día. Historias de familias disfuncionales que a través de sus motivaciones darán lugar a la duda sobre la veracidad de lo que estamos viendo. Eso sí, siempre desde la perspectiva de los Warren, que dotan a la franquicia de una sobresaliente dimensión humana. Pues bien, en esta oportunidad todos los ingredientes que acompañan a la relación que existe entre sus protagonistas son vagamente elaborados y allí radica una de sus principales fallas. Las tramas secundarias carecen de un eje del cual sostenerse, punto que influye a la hora de conectarse con el principal contratiempo. A su vez, el matrimonio se ve obligado a cargar con todo el peso narrativo y si bien no falla, tampoco alcanza para cubrir las decisiones obvias y desanimadas que toma el filme durante su extenso metraje. Las secuencias terroríficas se encuentran distribuidas de manera decente, aunque no resultan tan inteligentes como las visionadas anteriormente. Pese a esto, ofrece algunos momentos destacables, entre los que se encuentran el crimen que funciona como disparador de la trama principal y una escena que incluye el fenómeno del doppelgänger de la cual es mejor no spoilear. A casi una década de su inicio, es aceptable que la fórmula encuentre sus altibajos. Siendo sinceros, las fábulas derivadas de la franquicia tampoco hicieron justicia a lo que la original supo ser, a excepción del trabajo de David F. Sandberg en Annabelle 2: la creación (Annabelle: Creation, 2018). Tal vez sea hora de dejar descansar a los Warren, antes de que sea demasiado tarde.
Zombies sin gasolina Hace unos años, el sub-género zombie había llegado a un nivel de agotamiento extremo y parecía que ya nada volvería a impactarnos. Fue entonces que apareció Yeon Sang-ho con Invasión zombie (Train to Busan, 2016) y todo cambió. La fábula de un virus letal que se expande por Corea del Sur, provocando violentos altercados entre los pasajeros de un tren que viaja de Seúl a Busan, significó todo un acierto pues si bien presentaba una historia que habíamos visto miles de veces, su grandeza se encontraba en los caminos elegidos para narrarla. Cuatro años después y con una pandemia mundial de por medio llega Estación zombie 2: Península (Train to Busan 2, 2020) secuela que dobla en adrenalina y acción a su antecesora, pero carece de toda la emoción humana que supo tener la original. Se sitúa varios años más tarde de lo acontecido en la primera entrega. Ahora, Busan es una ciudad desolada, en la que muy pocas personas han podido sobrevivir. Nuestros protagonistas deberán regresar allí para recuperar un camión en el que hay varios millones de dólares. La misión no resultará nada fácil. Yeon Sang-ho, quien repite como director y co-escritor, se ocupa en gran medida de seguir al pie de la letra el manual básico de toda película de este calibre, ahora con excesivo uso de CGI y una trama que abarca desde atracos, hasta militares y civiles. Siguiendo estas pautas todo podría funcionar, al menos decentemente, pero lamentablemente no lo hace. La mayor parte de sus secuencias de acción ocurren durante la noche, por lo que nos exceden los planos oscuros en donde realmente cuesta entender qué está pasando. Sin embargo, lo peor es que existe una exageración extrema en el uso de efectos visuales totalmente paupérrimos. Desgraciadamente, lo que vimos y experimentamos con el inicio de la saga solamente resulta un espejismo en esta continuación, limitándose a recopilar absolutamente todos los clichés conocidos de otras producciones del género. Quizás la idea fue concebir este despropósito con el único fin de exprimir la franquicia, pero este nuevo capítulo no resulta ni satisfactorio ni al menos entretenido. Mientras que Invasión zombie significaba un relato conmovedor, impulsado por el dolor y la redención de sus personajes, Estación zombie 2: Península proyecta su atención en entregar un espectáculo genérico, efectista y olvidable. Tal vez, de haber sido vendida como obra independiente el resultado hubiese sido más soportable.
Cambio de rumbo Estrenada durante la sección Panorama Argentino del Festival de Mar del Plata de 2019, la película de Francisco Novick y Natalio Pagés nos relata la historia de Agustín Levy (Martín Slipak), un académico argentino instalado en Noruega hace varios años, quien regresa a su país convocado para dar una conferencia sobre literatura nórdica y la influencia del teatro de Ibsen. Gracias a esta oportunidad, aprovecha la visita para reencontrarse con Carlos González (César Brie), un antiguo profesor de literatura, quien fue un gran referente en su vida. Sin embargo, durante la reunión, la imagen idealizada que tenía del docente se derrumbará, dando lugar a que sus propias certezas ingresen en conflicto. El día a día de Agustín avanza sin demasiados sobresaltos. Es una persona reconocida dentro de su cargo, con un doctorado en Letras y un importante puesto en la Universidad de Oslo, que vive por y para los estudios, hecho que lo lleva a privarse de todo lo que no se relacione a estos temas. Tiempo perdido (2019) nos habla justamente de eso, de cómo nuestros objetivos para conseguir una vida ideal nos ofuscan y nos separan de todo lo que realmente importa. Slipak brinda una interpretación totalmente acertada ofreciendo un personaje parco y comedido que claramente vive enfocado en su carrera, sin dar paso a otro tipo de emociones. Constantemente, nos entrega expresiones típicas de un hombre triste y apagado al que le cuesta relacionarse con otros, principalmente cuando se aleja de su zona de confort, ya que esto lo deja inmensamente perdido. Es allí cuando ingresa la figura de Carlos, sujeto que durante el pasado fue su ejemplo a seguir. Será él también quien lo haga darse cuenta que todas aquellas convicciones por las que lucha, no son realmente las que necesita. A su vez, estas situaciones son acompañadas por una amena puesta en escena y un guion inteligente que, si bien no sobresale, mantiene nuestra atención durante la escasa duración del largometraje. Sin dudas, Tiempo perdido resulta una producción decente que arroja un mensaje esperanzador e invita a la reflexión, sobre todo a aquellas personas que llevan una vida abocada a lo profesional y se olvidan del resto.
Magia sobre ruedas Como si se tratara de un mashup entre Fin de semana de locura (Weekend at Bernie's, 1989), Frozen: Una aventura congelada (Frozen, 2013) y Coco (Coco, 2017), Dan Scanlon, director de Monsters University (Monsters University, 2013), nos trae Unidos (Onward, 2020), la road movie para todo público que narra la historia de dos hermanos elfos, Ian (Tom Holland) y Barley (Chris Pratt) Lightfoot, que intentan recuperar a su padre muerto en un período de 24 horas. El día de su cumpleaños número 16, Ian recibe de regalo un bastón mágico y un hechizo con el que podrá regresar a su padre, emisor del presente, al mundo de los vivos. Sin embargo no todo resulta como esperaba y solo recupera la mitad del cuerpo: la parte inferior. Llevando consigo las piernas de su progenitor, junto a su hermano deberá completar el conjuro antes de que el tiempo se agote. A medida que Ian y Barley emprenden su viaje, comienza también una búsqueda que los llevará a conocerse mutuamente y a su vez a ser testigos de la manera en que cada uno sobrellevó el duelo. Es acá donde Unidos encuentra su punto fuerte, ya que funciona perfecto cuando explora la dinámica entre ellos. Scanlon se inspiró en una pérdida familiar a la hora de escribir este relato y trasladó el mismo a un mundo maravilloso, repleto de criaturas, pero carente de magia, ya que esta se detuvo cuando la tecnología moderna apareció entre sus vidas. No obstante, y tal como sucede en la película, a pesar de lo fantástica que pueda resultar la tierra donde habitan estos personajes, la nueva producción de Pixar nunca se siente del todo mágica, y por momentos resulta difícil conectar con las situaciones que estamos viendo. Su narrativa es plana y sus personajes, si bien son adorables, no resultan para nada memorables. El problema con Unidos es que nada de lo que sucede en el camino es completamente divertido o emocionante. Quizás el humor alcance para sacar una sonrisa a los más chicos, quizás en contados momentos emocione a los más grandes, pero este reino de duendes y dragones lejos está de otras producciones de la compañía. Unidos es una película decente, con buen ritmo y buenas intenciones, pero también es una historia que, por momentos, no se dirige a ninguna parte. Entretiene lo justo y necesario.
La cultura del silencio Con Charles Randolph en el guion y Jay Roach en la dirección, El escándalo (Bombshell, 2019) tiene detrás una dura e impactante historia para contar. La caída de uno de los hombres más poderosos del medio resulta un relato repleto de ingredientes para llevar a cabo una gran película, pero… ¿Hasta qué punto se aprovecha esto? Protagonizada por Nicole Kidman, Charlize Theron, Margot Robbie y John Lithgow, El escándalo cuenta la historia de las periodistas Megyn Kelly (Theron) y Gretchen Carlson (Kidman), quienes denunciaron por acoso al fundador de Fox News: Roger Ailes (Lithgow). El largometraje corrió con la ventaja de sonar fuerte durante la temporada de premios, aunque podría decirse que esto le quedó grande. No porque sea una mala película, pero la misma tiene fallas que no pueden ocultarse. Estamos ante una historia real y muy reciente, hay presupuesto y también grandes actores, pero el filme no logra sacar provecho de todos estos puntos a favor y gran parte de este error se debe a su guion tradicional y poco innovador. Si la película sale a flote es gracias a su potente reparto, que siempre funciona como un salvavidas en los momentos flojos. Las transformaciones de Theron, Kidman y Lithgow, son más que convincentes, y como viene resonando hace tiempo, es indudable que la Kelly de Theron es quien impulsa la trama. A pesar de esto, también vale reconocer que Robbie hace un trabajo impecable personificando a Kayla Pospisil, quien con muchas menos líneas que el resto, logra transmitir la verdadera emoción en los pocos, pero duros momentos en los que aparece en escena. No está de más aclarar que, a diferencia de los otros, dicho personaje es ficticio y el mismo fue compuesto a base de testimonios de otras trabajadoras de la cadena. En cuanto a narrativa, nos encontramos con una producción bastante dinámica, aunque también algo desprolija. Su estructura es desalineada y por momentos no entendemos si lo que quieren mostrarnos es una comedia con tintes negros, un drama o simplemente una sátira de los hechos. No hay tonos grises, y el film nunca llega a encontrar su género. La última obra de Roach es demasiado moderada y poco arriesgada. La misma no llega a involucrarse de manera profunda en el mundo de la televisión ni de las grandes corporaciones y si bien intenta mostrar la realidad de los medios y las relaciones del poder, no lo hace a grandes escalas. El escándalo es un correcto relato sobre la cultura del silencio, pero a la hora de aportar algo nuevo, termina perdiendo y es gracias a su elenco y estilo que se convierte en una película aceptable.
Fórmula pop y drama adolescente Alcanzando tu sueño (Teen Spirit, 2018) representa el primer largometraje del actor devenido a director Max Minghella. En él nos encontramos con Violet (Ellie Faning), una adolescente que vive con su madre Marla (Agnieszka Grochowska) en una casa de campo de la Isla de Wight. Fascinada por la música, Violet dedica gran parte de su tiempo a subir al escenario de un pub de carretera donde conocerá a Vlad (Zlatko Burie), un cantante de ópera retirado que, con el paso de los días, se convertirá en su mentor y será quien la ayude a cumplir su sueño en el duro camino a la fama. A lo largo las décadas, Hollywood nos ha contado este cuento infinitas veces, pero el encanto de Elle Fanning es uno de los puntos fuertes en esta narración. En ella se apoya toda la historia y gracias a ella es que su argumento no queda estancado en los momentos que la fórmula comienza a desgastarse. Muchas veces recorrimos el ascenso, la caída y el resurgimiento de los ídolos, pero esta vez y gracias a su protagonista, no nos resulta imposible de terminar de ver, sumado a que el largometraje es una propuesta muy llamativa visualmente, digno de un videoclip de hora y media, y si a todo lo mencionado, le sumamos que cuenta con soundtrack muy correcto, tanto en canciones originales como en clásicos y no tan clásicos de la cultura pop, podemos decir que estamos ante una película decente que podría disfrutarse tranquilamente en la pantalla grande. La ópera prima de Max Minghella no es una obra maestra, pero tampoco es lo que busca y allí radica su encanto. Alcanzando tu sueño es una historia de tortuoso ascenso a la fama, simple y sin grandes pretensiones, pero contada de una manera tierna y sutil.
Un recordatorio del poder del arte La música de mi vida (Blinded by the Light, 2019) es una historia basada en las memorias del periodista Sarfraz Manzoor y en ella nos encontramos con Javed (Viveik Kalra), un joven musulmán que, un día cualquiera, descubre mediante la música de Bruce Springsteen una elección de vida, una manera de formar su propia identidad y así también, la forma de poder escapar de las reglas tradicionales con las que creció en su hogar. Gurinder Chadha, directora de Jugando con el destino (Bend It Like Beckham, 2002), nos ofrece una película que, si bien no toma demasiados riesgos, es presentada de manera correcta, casi siguiendo el modelo de manual de cualquier biopic de este estilo. Quizás el punto extra lo encontramos en que el cuento se desarrolla apoyándose en la canciones de Springsteen, y de esto, Chadha sale bastante bien parada. Aunque al principio la música no es un eje principal en la narración, una vez que The Boss hace su aparición todo se encamina de manera equilibrada. Uno de los mayores aciertos del film lo encontramos en el cast, cada uno de los adolescentes recrean de manera perfecta a los jóvenes de los años ochenta, sobre todo a la hora de demostrar la pasión con la que vivían la música aquellos soñadores, pasión que con el correr de la décadas se fue perdiendo. Sumado a esto, hay que destacar que la historia puede transitar varios géneros sin forzar el resultado final, a excepción de los momentos musicales, que si bien siguen la fórmula básica de cualquier musical, en este largometraje resultan bastante innecesarios ya que se pierde el ritmo realista que intenta transmitir. Sin embargo, no es algo tan excesivo como para derribar el metraje. En resumen, La música de mi vida es una biopic efectiva que, a pesar de contar con todos los clichés del género, logra su cometido más de una vez, recorre varias emociones a lo largo de su desenlace y obviamente, los seguidores de Bruce Springsteen encontrarán un plus a la hora de visionarla.
¿Adorables criaturas? La vida secreta de tus mascotas (The Secret Life of Pets, 2016) resultó ser una agradable sorpresa en el momento de su estreno. Si bien estaba lejos de ofrecer una historia sólida e inteligente, contaba con algunos momentos agradables. Tres años después de la original, Chris Renaud retoma el mando de director y nos presenta una secuela casi innecesaria y sin mucho más que ofrecer. Esta nueva entrega está compuesta por tres subtramas paralelas que, vistas desde afuera, hacen parecer al largometraje un compilado de cortos más que a una película única. La trama principal corresponde al perro Max y la llegada de un nuevo integrante humano a la familia y junto con las historias de Gidget (quizás la más aceptable) y el conejo Snowball, conforman el conjunto de argumentos que luego se unirán hacia el desenlace final. Una de las grandes fallas de la película tiene que ver con esto, argumentalmente, esta secuela hace mucho ruido y lo forzado de las situaciones están a la vista. Esto no significa que sea una mala historia, pero las mismas hubiesen funcionado mejor en entregas cortas más que como largometraje. Los personajes y las situaciones a las que se enfrentan no están mal y aunque algunos brillen más que otros, llegan a brindar momentos para la carcajada o la emoción, pero estos son escasos y efímeros; sumado a que hay mucho de la saga Toy Story y varias de las historias que ya vimos en Pixar. Illumination no logra dar en el blanco con esta película, pero al menos nos deja algunos personajes queribles que, tal vez, funcionen mejor como merchandising que como gancho para esperar futuras secuelas. Es un buen entretenimiento para los más chicos, pero hasta ellos pueden que no lleguen a simpatizar del todo. Al igual que pasó con Minions (2016), los entrañables personajes no logran salvar una producción que lejos está de la original, teniendo en cuenta que tampoco era una obra maestra.
¡Larga vida al príncipe Ali Ababwa! Desde que la casa del ratón comenzó a lanzar versiones live-action de sus clásicos animados, estas siempre fueron bien recibidas sin siquiera haber visto un adelanto y Aladdin (2019), sin duda alguna, fue la excepción a la regla. La película de Guy Ritchie fue la adaptación que más odio despertó en sus primeros avances y se convirtió en el blanco fácil de las redes sociales sufriendo todo tipo de críticas. Ya sea por su primer póster, sus personajes o su banda de sonido, nada ni nadie se salvó de las burlas y cabe aclarar que todavía faltaban meses para su estreno. La nueva versión, basada en el largometraje animado de 1992, nos introduce en la historia casi de la misma manera que lo hacía la original. Al ritmo de “Arabian Nights” conocemos los escenarios donde se desarrollarán las aventuras del anti-héroe y ya desde el prólogo podemos reconocer que esta película está ubicada dentro de los remakes al estilo copy paste de la productora. Tal como pasó con La cenicienta (Cinderella, 2015) o la aclamada La Bella y la Bestia (The Beauty and The Beast, 2017), sufre pequeñas modificaciones, incluyendo dos nuevas canciones, pero fuera de esto, sigue los pasos exactos del film animado. Toda la trama recae sobre un más que efectivo cast encabezado por Will Smith y Mena Massoud, pero quien más sobresale de todo el elenco es Naomi Scott en el rol de Jasmín. Nuestra princesa toma las riendas más de una vez y nos regala algunos de los momentos más destacables de la película. Quizás el punto más flojo sea el villano, acá sí estamos ante un problema, pero no tan grave como para opacar toda la magia que se vive a través de la pantalla. Marwan Kenzari, en el rol antagonista, no logra explotar el potencial que debería tener Jafar y si bien va creciendo al transcurrir la historia, nunca llega a despegar y convertirse en el poderoso hechicero que debía ser. A pesar de esto, ¿es Aladdin la catástrofe que todos esperan? La respuesta es no. Aladdin tiene muchos puntos a favor que la convierten en una película disfrutable y transcurre de una manera tan dinámica que nos atrapa sin ningún esfuerzo. Desde sus paisajes épicos, con una estética diferente a lo que veníamos viendo en las últimas producciones de Disney, hasta sus grandiosos momentos musicales, Aladdin es un largometraje que entrega más de lo que promete y los contemporáneos a las aventuras del ladrón de corazón noble no debería dejarla pasar.