Érase una vez en Estados Unidos Resulta llamativo la manera en que Martin Scorsese aborda su primera película para Netflix: hace la película que mejor sabe hacer, y la que el público masivo espera de él: la de gángster. En una suerte de cierre de trilogía sobre el mundo del hampa que comenzó con Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y continuó con Casino (1995), y de la que Los infiltrados (The Departed, 2006) puede pensarse como una suerte de spin off, El Irlandés (The Irishman, 2019) es esa misma película que ya filmó pero superada. Scorsese encuentra la forma de hacer una película de autor, propia, personal, y hacer al mismo tiempo una película comercial con el género que mejor domina. La historia de la mafia que presenta en Buenos Muchachos y sigue en Casino se profundiza con el relato de Frank Sheeran (Robert De Niro), la mano derecha de Jimmy Hoffa, el famoso sindicalista que es leyenda en Estados Unidos por su destino incierto de público conocimiento. Sin romanticismos el personaje interpretado por Al Pacino es el héroe que les aseguró la pensión a los camioneros y es el poderoso que se codea con mafiosos para sostener sus negocios. Con esta historia Scorsese da un paso más allá en su película de mafiosos: la mafia no funciona paralela al sistema sino que es parte estructural de él. La historia de la mafia es la historia de los Estados Unidos para el film, o mejor, la historia de los Estados Unidos de América es una historia de mafias. La visión pesimista de Scorsese sobre el poder cierra de manera épica. La otra mirada que el director ítalo americano introduce en el film es la reflexión sobre el paso del tiempo. Scorsese, que se acerca a los 80 años como gran parte de su elenco, abre la película con un plano secuencia descriptivo de un geriátrico donde se encuentra su protagonista. El hombre con su narración nos traslada a su época dorada, los idílicos años cincuenta y sesenta, donde se empiezan a gestar los vínculos entre el poder y el mundo del hampa. Asciende de una clase trabajadora gracias a la violencia y termina codeándose con sindicalistas y políticos (hasta presidentes) que requieren de sus servicios. Todo esto es contado con un ritmo de narración muy ágil, con recursos habituales del director de Taxi Driver (1976) como los travelling descriptivos, los congelamientos de imagen, la violencia irrumpiendo escenas cotidianas, u otros como las placas que anticipan el final de los personajes (una suerte de epígrafe/presentación). Es interesante como el destino de Jimmy Hoffa ya lo conocemos al igual que el de otros personajes, sin embargo, no es un problema para la extensa película develar el destino de los protagonistas. Porque el acento está puesto en el cómo llegaron hasta allí, por eso la película se concibe como un viaje introspectivo al pasado que reflexiona sobre la vejez. Por último la habilidad de Scorsese para manejar el cast. No hace falta mencionar el nivel de semejante reparto pero si que, nuevamente, el director cumple con la exigencia de la industria (pone a todos los acores habidos y por haber asociados al universo gangsteril) pero explora sus posibilidades con inteligencia. La verborragia de Al Pacino es explotada en el rol del amante de los discursos Jimmy Hoffa mientras que la contención de Robert De Niro se luce en su parco sicario de pocas palabras y acciones violentas. Dos modelos de actuación disimiles entre sí que se complementan a la perfección como pocas veces. Ni habla el trabajo de Joe Pesci regresando a un personaje similar al que le diera el premio Oscar en 1991. Por todo esto podemos afirmar que estamos ante la nueva obra maestra de Martin Scorsese, quien aprovecha la ocasión -el proyecto se lo acerca De Niro- para profundizar temas y visión de mundo en una suerte de reflexión personal en el ocaso de su vida, sobre su Nación. Una película poderosa, madura e inteligente que solo un grande como Marty puede filmar.
Las chicas al escenario El documental de Marilina A. Giménez tiene dos objetivos: dar a conocer a una gran cantidad y variedad de bandas compuestas por mujeres que no tienen la difusión ni el reconocimiento que merecen, y contar esas historias desde su condición femenina que encuentra en la actualidad el momento para emponderarse y luchar por romper con el patriarcado. Es una historia sobre música pero también sobre derechos y libertades, pero sobre todo, es una historia sobre mujeres con experiencias, ideologías y actitudes que las definen. Con mucha habilidad la directora -que conformó una de las bandas en el pasado- va contando la historia de cada una de las chicas, a quienes deja expresarse a cámara para que las historias de cada banda sea contada por sus protagonistas. Pero también en su relato las chicas cuentan su experiencia de ser mujeres en un universo de hombres, los padecimientos y dificultades a las que se enfrentan a diario y sus maneras de hacer frente a las circunstancias. Gracias a esto la película nos genera empatía con las chicas desde el primer minuto. Sabemos como piensan y cómo sienten y porqué hacen lo que hacen. Por ende recién en la segunda mitad, cuando empezamos a ver imágenes de los shows con los temas completos podemos apreciar la dimensión de lo que hacen sobre el escenario: el sentido de las letras, actitudes y bailes, su razón de ser más allá de la pegadiza melodía que se convierten en un medio de comunicación, de expresión y hasta de liberación. Pero por suerte, estas chicas no cantan tangos melodramáticos cargados de situaciones traumáticas, sino que convierten ese dolor en energía, en catarsis liberadora que invita a bailar y divertirse con letras inteligentes que buscan dar vuelta la ecuación del patriarcado. La idea es vibrar al ritmo de los movimientos de emancipación femenina. Basta escuchar a Ibiza Pareo, Yilet, Chocolate Remix, Las Kellies, Kumbia Queers, Liers, Las Taradas, Kobra Kei, Sasha Sathya, Miss Bolivia, entre muchas otras, para detectarlo. Una banda de chicas (2018) es una película que vibra, marca una época y hace confluir una serie de emociones cruzadas en sus protagonistas que, como artistas, trasmiten sus emociones a flor de piel. Marilina A. Giménez les rinde homenaje pero también muestra la punta del iceberg del movimiento social que lucha por Ni una menos y la despenalización del aborto. La manera de hacerlo no es mediante explicaciones de sociólogos como haría un documental tradicional, sino con la pasión y el sentimiento de ser parte de esa fuerza vital imparable que se palpita, tanto en la calle como arriba de un escenario.
Viaje esotérico "¿Cuál es tu destino?" pregunta un peón desconfiado apodado Antonio por su compañero que lo trata como el héroe que se niega a ser, “ayudarlo a elevarse” le responde, con la clave para comprender la búsqueda onírica de este relato. Un Gauchito Gil (2019) no presenta los hechos que convirtieron en leyenda al devenido en Santo Gachito Gil, como en cambio sí hacía el film de Cristian Jure en Gracias Gauchito (2018). Aquí no se trata de narrar la épica hazaña del hombre frente al poder de turno sino de contar la historia del hombre, el ser humano que niega su misión divina por el tamaño de la responsabilidad encomendada. Vemos a Héctor (Celso Franco, 7 cajas), un peón de campo apodado Antonio por su compañero Quiróz (Jorge Román, El bonaerense), deambular por la jungla del litoral en busca de unos cuatreros que se llevaron a un niño. El viaje los dirige a través de varios encuentros con seres fantasmagóricos mientras los persiguen dos hombres, Mamerto y Suárez ([Chirola Fernández, reconocido actor del litoral y Cristian Salguero, La Patota) encargados de matarlo. Llena de sobre impresiones, juegos lumínicos y planos poco habituales, la extrañeza le gana a cualquier sensación de realismo en esta ópera prima de Joaquín Pedretti como director, y de Pablo Dadone como productor. El no tiempo y no espacio dimensionan la odisea del protagonista en un relato que busca plantarse en el orden de lo espiritual esotérico con la pregunta ¿cómo es el pasaje del hombre al santo? Inspirada en los relatos mitológicos de los Esteros del Yverá, y narrada desde el lenguaje guaraní/carcará, Un gauchito gil cuenta el limbo en el que se encuentra Antonio Gil antes de convertirse en icono, con virtuosos recursos formales para transportarnos a esa dimensión de ensoñación a la narración que conectan con una sabiduría ancestral. Sería interesante que figuras emblemáticas como San Martín adquieran algún día versiones cinematográficas tan disímiles entre sí como el Gauchito Gil, para poder adentrarnos en el personaje de diferentes ópticas y puntos de vista. El mito, el ser humano, el santo, distintas variaciones de un héroe del nordeste argentino.
Hombres de piel dura Rodada en la localidad de Uspallata a 2500 metros sobre el nivel del mar, Desertor (2019) es un relato acerca de decisiones trascendentales. La historia sigue la forma de un western vernáculo en la desértica zona de montaña y comienza en un regimiento del ejército argentino. En las afueras, indios mapuches, fantasmas y desertores rondan por doquier. Rafael Márquez (Santiago Racca) es un soldado que estudia medicina. Un día se entera por parte del coronel Santos (Marcelo Melingo), de que su padre, a quien creía desaparecido hace veinte años, fue asesinado por un hombre ermitaño (Daniel Fanego) que vive aislado en medio de la montaña. Con un fuerte sentimiento de venganza sale a buscarlo a caballo hasta que la realidad lo sorprenda con otro desenlace para su vida. La película de Pablo Brusa cuenta una historia vista infinidad de veces en el cine americano pero pocas en la pantalla nacional. Historias de identidades cruzadas por la venganza en medio de un género propiamente físico, enlazado con el viaje iniciático de descubrimiento que entabla el protagonista. La película logra con buenas intenciones y la majestuosidad de los paisajes, llevar a buen puerto sus ideas. El principal componente de estos relatos es que sus bases están sostenidas por los giros argumentales. Su solidez estructural cimienta su verosimilitud, es decir, aquello que creemos o dejamos de creer en la pantalla depende de los vaivenes narrativos. De este modo la ambigüedad en la elaboración de los personajes se disuelve rápidamente por el enfrentamiento entre buenos y malos. Un punto no siempre firme que, por momentos, se siente débil y forzado. Un capítulo aparte merecen las actuaciones en quienes recae la atención y tensión de las escenas por ser pocos personajes en medio del imponente paisaje. Las apariciones de Marcelo Marcelo Melingo y Daniel Fanego (como un probable Coronel Kurtz), elevan la película y cargan de interés a esta historia. Por su parte Santiago Racca cumple con un trabajo físico a tono con el carácter de su personaje forjado por el paisaje. Desertor engloba una interesante propuesta, porque se aventura a una producción poco habitual y porque logra contar con herramientas mínimas la noble y potente épica de hombres de pocas palabras -y sentimientos- enfrentados en medio de la nada.
Una chica de armas tomar ¿Yo te gusto? (2019) tiene la forma de un cuento trágico. Su manera de abarcar la marginalidad se aleja, por suerte, de la representación realista y condescendiente de la pobreza. La película está contada desde los códigos del género de acción (por momentos es un thriller, por momentos un western) que insertan a la propuesta en otra línea, alejada del mensaje moralizante. Natalia (Martina Krasinsky) recorre el barrio con su hermano repartiendo los sanguches que hace su madre (Leticia Brédice). En ese contexto la delincuencia es una opción para conseguir dinero fácil. Cuando su padre colectivero (Daniel Loisi) no puede afrontar una deuda, la chica se inserta en una banda criminal manejada por Yuca (Daniel Aráoz). Su actitud rebelde en el asalto tiene consecuencias: ella es violada por los delincuentes a modo de castigo. La venganza no se hará esperar. La nueva película del director de El infinito sin estrellas (2007), Familia para armar (2010) y Tuya (2014) tiene un aire de renovación al mirar a la marginalidad desde otro ángulo. Esta actitud le da ritmo y color a un universo plagado de historias y conflictos provenientes de las urgencias sociales. Las buenas actuaciones y la incorporación de caras nuevas ayudan a recrear este imaginario cuento de sangre, sudor y balas, del mismo modo que la música de hip hop. Sin embargo, los mayores problemas que afronta esta película son relacionados al argumento. Los motivos y disparadores de las acciones parecen no alcanzar para justificar la violencia que emerge luego. Y en un relato que funciona desde las reglas del género es indispensable que los motivos queden claros. No es muy evidente cuánto le afecta a Natalia el affaire de su madre ¿es por eso que se vincula con los delincuentes? Tampoco la gravedad de su actitud rebelde para ser castigada de semejante manera ¿desobedeció una orden o no quiso continuar en la banda? la relación con su padre y hermano son otro de los interrogantes que arrojan dudas. Ante la falta de argumentos la película de Edgardo González Amer sigue la línea del conflicto interno de su protagonista. ¿Qué quiere Natalia de la vida? El astronauta que flota en la estratósfera es una alegoría simpática para definir el comportamiento de la protagonista devenida en guerrera. Pero justo ahí cuando ¿Yo te gusto? funcionaba mejor en la acción termina desarrollando conflictos internos y contradiciendo su planteo inicial. Más allá de esto, hay una energía enriquecedora que se desprende de los actores: el definitivamente atemorizante Yuca que compone Daniel Aráoz, la zigzagueante madre que interpreta Leticia Brédice y la desafiante Natalia de Martina Krasinsky, justifican el visionado de la película.
Su última misión Rambo: Last Blood (2019) es la quinta parte de la saga del ex combatiente de Vietnam con la que Sylvester Stallone promete cerrar la leyenda. John Rambo (Stallone) vive ahora en familia en un rancho de Arizona apartado de sus tiempos de guerra. Pero su sobrina adoptiva a quien quiere como a una hija, desaparece al cruzar la frontera. La historia de venganza personal obliga al veterano hombre a entrar nuevamente en acción y enfrentar solo al cartel que la secuestró. Una historia que empezó con una novela llamada First Blood en la que su protagonista moría. Pero en la versión cinematográfica Sylvester Stallone que también participó del guion, hizo que el anti héroe de la vincha sobreviva. El “Last Blood” de la quinta película de Rambo hace alusión al título de la primera. En la era Reagan el actor italoamericano volvió a cambiar el destino de su personaje, primero regresó a Vietnam para modificar la imagen de EEUU en tierras asiáticas (Rambo 2) y después peleó junto a los talibanes cuando éstos enfrentaban a la Unión Soviética en el fin de la Guerra Fría (Rambo 3). No resulta casual que Rambo reaparezca en tiempos republicanos, lo hizo en tiempos de Bush hijo (Rambo: regreso al infierno) y ahora con Donald Trump enfrentado a los mexicanos que, por cierto, son malísimos en el film (narcos, proxenetas, no quieren ni a sus hijos). Ese maniqueísmo en personajes sin matices justifica la feroz matanza que viene después, con una secuencia de emboscada final propiciada por Rambo de antología. El atractivo de estos films no está en sus componentes novedosos y menos en su valor artístico, sino en la fuerza emocional que generan excediendo cualquier explicación racional. Rambo: Last Blood sigue la estructura de los films de acción de los ochenta: un primer acto donde se desarrollan personajes y vínculos, un segundo donde aparece el conflicto y se complica a niveles que parecen irresolubles, y un tercero y último, con la venganza llevada a cabo con el inevitable espiral de violencia desatado (la emboscada mencionada). Rambo es un icono de la cultura popular -como Rocky- que Stallone se empeñó en sostener en el tiempo, y esta película dirigida por Adrian Grunberg (Vacaciones explosivas) así lo evidencia.
Bandidos rurales La película de Nicolás Galvagno es un wéstern criollo aunque el propio director asegure en declaraciones lo contrario. Uno en el que la transposición del género a la Argentina extrae conclusiones interesantes: por ejemplo la decisión de anclar la historia en el interior del país en tiempos de Onganía. No es necesario trasladarse al 1800 para encontrar una argentina rural, injusta y arcaica. Estamos en aquellos oscuros y violentos años de la Argentina. Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk) y su hermano Claudio (Sergio "Maravilla" Martínez) asaltan bancos entre otros tipos de comercio. Pero algo los distingue del delincuente común: tratan bien a los lugareños con los cuales se cruzan, y hasta les obsequian dinero. En definitiva, cómo una suerte de Bonnie & Clyde los entienden en sus desgracias mucho más que las instituciones, y por ende adquieren el mote de justicieros modernos para la población. El rudo comisario que interpreta Juan Palomino será el encargado de detenerlos. La historia del antihéroe siempre es atractiva porque plantea difusas fronteras entre el bien y el mal. La historia ya fue contada infinidad de veces, incluso con componentes trágicos (la mencionada Bonnie & Clyde), pero aquello que destaca a esta historia del resto es el hincapié en el factor social argentino de la época de la dictadura de Onganía. La violencia institucional y social es determinante y no sólo parte del contexto que habitan los personajes de ambos lados de la ley. El escenario seco y áspero denotan la misma tesitura que los actores protagónicos, tanto Lautaro Delgado Tymruk que ya ha demostrado ser capaz de componer cualquier tipo de personaje, como Sergio "Maravilla" Martínez en su debut cinematográfico interpretando a un personaje tosco, y Juan Palomino, con su físico rol ideal para personajes físicos y duros, son claves para el ensayo sobre un mundo violento y sus individuos que el film quiere hacer. Sin embargo, la película toma decisiones y no siempre se recuesta en la parábola social y busca en el melodrama (la relación con la maestra que compone María Abadi) resolver situaciones de manera clásica que condicionan a la paradoja de quiénes son los buenos y quiénes los malos bajo el clima de violencia institucional. Porque en el melodrama la tragedia pasa a depender de decisiones individuales de los personajes perdiendo fuerza la situación del país como condicionante para los ciudadanos. En ese ir y venir de un género al otro, Pistolero (2019) pierde eficacia aunque su propuesta sea contundente.
Detrás del personaje Todos los rodajes tienen infinidad de tiempos muertos, momentos en donde el equipo técnico y artístico debe esperar hasta que las condiciones de filmación estén listas. En esos lapsos entre toma y toma de los rodajes de Cump4rsit4 (2016) y Cínicos (2017) trascurre este documental. Fiel a su estilo, Martín Farina (Mujer nómade) sigue de cerca a Raúl Perrone, el emblemático cineasta de Ituzaingó que supo forjar un nombre y sello a raíz de su prolífera carrera en el cine independiente. “Con mi vida privada no” “Si filmás eso te rompo la cámara” asegura un contundente Perrone cuando el camarógrafo de este documental pretende filmar algún elemento de la casa asociado a la persona. Perrone no quiere ser grabado fuera del rol de director. Sin embargo, Farina se las ingenia para captar ese otro hombre que se escabulle detrás del temperamental cineasta. Nos encontramos con un Perrone conocido (el personaje en plena acción) y otro no tanto (la persona vulnerable que parece filmar para escapar de sí mismo) en cada discusión o enojo cuando no puede “controlar” la situación que se le presenta en el set. Hay una secuencia sobre el control comentada por el propio Perrone que explica su imposibilidad a viajar en avión o hacerse un tatuaje. Una de las secuencias de mayor atractivo sucede cuando, en pleno rodaje, el camarógrafo le avisa que un reflejo de los tubos de luz aparece en la imagen grabada. “¿Por qué no me lo dijiste antes?” “Tenés que ser profesional”, acusa frenético el hombre del conurbano bonaerense. De este choque surgen las dicotomías, la creatividad versus el factor técnico, el Perrone cascarrabias versus el obsesivo, el director déspota y hasta maltratador versus el hombre de barrio que come y convida facturas, el incansable cineasta versus el controlador de absolutamente todo lo que pasa en el set. El Profes1on4l (2018) no es un homenaje, distinguiéndose de El Perro de Ituzaingó (2016) de Patricio Carroggio, un documental más condescendiente con la “figura” del director de P3ND3JO5 (2013). Farina hace otra búsqueda al escarbar en el mito para develar qué hay detrás del profesional del cine independiente. Un retrato intimista que humaniza y muestra tanto los dientes como las debilidades de Raúl Perrone.
Camino a la paz El último éxito del cine boliviano llega a las salas argentinas con una historia que atraviesa una problemática social que acontece a todo Latinoamérica: el tráfico de personas. A partir de una investigación realizada para una obra de teatro que reveló alarmantes cifras de gente desaparecida, se inspiró la historia de Jorge Muralla Rivera (Fernando Arze Echalar), un ex arquero que se encuentra manejando una combi colectivo por las afueras de La Paz, mientras trata de juntar dinero para financiar una operación a su hijo enfermo. Un buen día se le presenta una oportunidad, una niña queda varada en su camioneta y la “vende” a una red de trata. Acongojado por su accionar decide recuperar a la chica para limpiar su conciencia. Muralla (2018) es una película de redención personal que sobre el final adquiere la forma de un policial de venganza. Desde ese lugar utiliza lugares comunes para tejer la trama y tópicos entre los personajes buenos (la enfermera) y villanos (el doctor que interpreta Pablo Echarri). Sin embargo el film que se suma a una larga lista de relatos sobre la trata de personas tiene algo distinto y novedoso: no narra la situación ni desde la víctima ni desde el victimario sino desde el “entregador”, construyendo un punto de vista diferente. Gory Patiño describe a una contrastada Bolivia desde los márgenes. Las afueras de la gran ciudad donde deambula el protagonista con su camioneta muestra las majestuosas vistas desde la altura y, al mismo tiempo, las decadentes calles y personas que la abrazan a su alrededor. Una visión agridulce en la que conviven belleza y terror a cotidiano. La primera mitad del film desarrolla la descripción de las problemáticas económicas y sociales de los suburbios con cierto tinte realista. La segunda parte el relato se sumerge en la trama de venganza desde el género, con una historia que avanza con ciertos arquetipos aunque también pierde verosimilitud. En esos momentos resulta fundamental el trabajo de los actores. Fernando Arze Echalar (que también participa del guion) quien se carga la película al hombro con el arco dramático que elabora para su personaje. Por su parte Pablo Echarri le agrega matices a su personaje destinado a ser esquemático como el resto del elenco, haciéndolo resaltar gracias a su composición. Muralla tiene la doble tarea de entretener con un relato de género que a su vez denuncia una red de complicidades civiles e institucionales con respeto al tráfico de personas. El resultado es una película potente desde su narración y contundente desde la problemática que expone.
Homenaje al policial Daniel de la Vega realiza con Punto muerto (2018) un film de época en clave policial, sobre un escritor cuya obra sobrevuela la literatura de Agatha Christie, Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, una excusa para ambientar en ese universo el enigma del cuarto cerrado. Un crimen en un cuarto cerrado es la única situación que el célebre escritor de policiales Luis Peñafiel (Osmar Núñez) aún no puede resolver. Un desalmado crítico literario (Luciano Cáceres) es el frío detractor que busca la oportunidad para humillarlo. Cuando éste desaparece, todos los dedos apuntan a Peñafiel quién, con ayuda de un discípulo (Rodrigo Guirao Díaz) tendrá que descifrar el misterio antes de que la policía lo acuse del crimen. La lógica deductiva de aquellos novelistas se hace presente en esta película, siendo el argumento con mayor precisión que haya escrito Daniel de la Vega a la fecha. Un mecanismo de relojería exacto para atar cabos sueltos y desestimar falsas pistas desperdigadas por la trama. Pero aquello que impacta es su destacado estilo visual, siempre con la cámara en movimiento y los planos en función de producir tensión narrativa, una marca distintiva del director de Ataúd Blanco: El juego diabólico (2016). Hay homenajes a los literatos mencionados y también a Jorge Luis Borges, Narciso Ibáñez Serrador (Luis Peñafiel es un seudónimo usado por Narciso Ibáñez Serrador en Historias para no dormir), Carlos Hugo Christensen (quizás el director argentino que más filmó policiales en el período clásico), y otros tantos para aquel que reconozca la referencia. Pero Punto muerto no deja de ser una película de Daniel de la Vega cuyo estilo fantástico impregna toda la historia. De este modo el “espectro” tiene connotación con el fantasma de la ópera dejando en algunos momentos la lógica realista de los relatos policiales de lado. Otro de los recursos con los que la película juega en un principio pero que luego abandona, es la historia dentro de la historia. El asesinato que vemos en un principio desplaza tantas pistas en la ficción escrita por Peñafiel como en la historia “real”, mezclando ambos universos y creando la psicosis de los protagonistas que no pueden distinguir fantasía de realidad, hecho que les provoca la locura tan habitual en el cine del director de Necrofobia (2014). Daniel de la Vega hace una de sus mejores películas a la fecha, en un estético blanco y negro para remitir a otra época. Las impecables actuaciones del trío protagónico cierran el clima alucinante de este relato cuyo crimen, recuerda a todos los crímenes y personajes del género policial.