Carnicería Ninja Asesino Ninja es un entretenimiento arrollador por sus coreográficas peleas recargadas de sangre y violencia. El dolor físico, puesto en su máxima expresión, articula la trama de este film de acción producido por los hermanos Wachowski y Joel Silver, responsables de la saga Matrix. Raizo (Rain) es un asesino despiadado desertor del Clan Ozonu. Este Clan comandado por Ozunu, se encarga de adiestrar niños huérfanos para convertirlos en desalmados asesinos. Raizo un día decide escapar, motivo por el cual es buscado para ser ejecutado por su traición. Aunque no sólo es buscado por el Clan sino también por la policía. Pero no estará solo, Mika (Naomie Harris), una mujer policía negra, intentará ayudarlo. Dirigida por James McTeigue (V de Venganza), la película abre con un plano detalle de un cuerpo siendo perforado por una aguja que se hace paso entre sangre y sonidos de dolor para imprimir un tatuaje en la piel a un miembro del Clan Ozunu. El dolor y la sangre, fuente de nutrición del “asesino ninja” quedan establecidas en la primer imagen para nunca mas irse, incluso potenciarse en el resto del relato. Utilizando peleas coreográficas filmadas con estilo clipero, Asesino Ninja no deja nunca el pulso rítmico de la acción, desparramando cuanta sangre por computadora pueda generarse (ese mismo efecto utilizado en películas como Kill Bill o El Tren de Medianoche) generando un collage de tonos rojos que inundan la pantalla. Pero mas allá del entretenimiento y el despliegue visual, al film le falta desarrollo en la relación Raizo-Mika para terminar de justificar las masacres posteriores. Si bien hay toques de humor que alivianan la carga sangrienta de la película, cierta frialdad en la relación hacen distante –así como en un video juego- las violentas batallas de puño y patada. Toda la imaginería está puesta en impactar visualmente al espectador a fuerza de sangre, sudor y patadas voladoras. Y el efecto es logrado, quienes gusten de este tipo de films killbillescos, saldrán satisfechos.
Los Miserables Finalmente llega a los cines argentinos Rosetta, primer film de los hermanos Dardenne, que no pudo estrenarse antes por problemas con los derechos de distribución. En la película, queda patentada la poética de los realizadores belgas, anclada siempre en las clases marginales cuyo conflicto gira en torno a la moral de su protagonista. Rosetta acaba de perder su trabajo, un buen trabajo según ella que la mantiene ordenada, dentro del sistema. Ella hará lo imposible para conseguir nuevamente un empleo y ganarse la confianza de un jefe, aunque ponga en riesgo la amistad con su único amigo traspasando límites morales. Si bien la película cuenta con diez años, no deja de ser actual en temática y estilo característico de los hermanos Dardenne. La cámara en movimiento siguiendo (acorralando) a su protagonista, describiendo sus acciones de cerca, con crudeza pero nunca juzgando, nos invita a reflexionar acerca de las clases marginales, sus conflictos, sus oportunidades. Los Dardenne no nos dan un mensaje, simplemente nos exponen crudamente –como si se tratara de un registro documental- a su personaje en conflicto constante con la realidad que le tocó vivir, invitando al espectador a sacar su propia conclusión. En este caso es Rosetta con quien se promueve la identificación, víctima y victimaria de la situación que atraviesa. Por ello importa y mucho la actuación de su actriz principal, Emilie Dequenne, quien obtuvo la Palma de Oro en Cannes –al igual que el film a mejor película- por su actuación. La película recae constantemente en ella, su rostro y acciones alcanzan niveles conmovedores, como la escena en que ella es despedida de su trabajo y se aferra -como si fuera su vida- a una bolsa de harina. Este elemento cotidiano alcanza niveles poéticos por su simbolismo. Aquí comprendemos el valor que Rosetta le da a su empleo, por más insignificante que sea. Los directores tienen el poder de involucrar al espectador emocionalmente en la vida de Rosetta, hacerlo sufrir por sus pesares. La realidad de Rosetta la golpea bruscamente y al espectador junto a ella. No hay en Rosetta una división de clases, no hay un espectador burgués opinando sobre las desgracias de un marginal, hay un espectador viviendo las desgracias de un marginal como propias, sintiendo impotencia frente a los golpes de la vida contra los cuales no puede reaccionar desde su butaca. Y en este movimiento hacia los extremos –impensables- es cuando el conflicto moral de Rosetta queda planteado en el film. Ahora la pregunta es ¿Qué haría usted en lugar de Rosetta?
No te metas con las estrellas!!! Mis estrellas y yo trabaja desde el lugar de los roles. En este caso, el rol de los hombres en un mundo de mujeres, planteándose en clave de comedia, quien lleva los pantalones en las diferentes situaciones de la vida. Robert (Kad Merad) es el fan número uno de tres estrellas del cine francés. Su vida gira en torno a ellas, está pendiente de sus decisiones profesionales y privadas tanto, que se siente con derecho a interferir para cambiarlas de vez en cuando. Cada una de ellas pertenecen a una generación de actrices distinta: Solange (Catherine Deneuve) es la veterana, Isabelle (Emmanuelle Béart) tiene su carrera en auge, mientras que Violet (Mélanie Bernier) es la estrella en ascenso. Ambas compartirán cartel en un proyecto al igual que a su molesto fan de quien buscarán vengarse. La película de Laetitia Colombani (directora mujer por cierto) muestra el ascenso y caída de Robert, prototipo masculino cuya imagen está basada en mentiras que, una vez descubiertas, lo convierte en el mas pobre de los infelices. El hombre está rodeado de mujeres bellas, mientras las controla está en la cima de su virilidad, pero al perder el control, sufrirá como el peor de los fracasados. Pero Robert es buena persona, de ahí que la moraleja aleccionadora se convierte en comedia dejando el drama un poco de lado para centrarse en el humor que los hechos provocan. Y no sólo él, todos los hombres del film pasan de un papel fuerte al papel de subordinados por sus damas. Pensemos en el caso del mayordomo o del novio de Isabelle. Inversamente sucede con las mujeres del film. A las estrellas mencionadas, se le suman los papeles de la ex mujer de Robert y su hija, quienes poseen el verdadero carácter fuerte ante las situaciones y, sobre todo, frente a los hombres. Ellas son las que sufren el abandono de Robert -dedicado completamente a sus estrellas- y sin embargo, las encargadas de contenerlo y motivarlo. Mis estrellas y yo propone este juego de roles en clave de comedia que, si bien no arranca carjadas en la platea, logra proporcionar un momento agradable, siempre recostándose en el peso actoral de su destacado elenco.
El curioso caso de Francis Ford Coppola ¿Es un film fantástico? ¿Es un relato de espionaje en la Segunda Guerra Mundial? ¿Es una historia de amor? No, es la nueva película de Francis Ford Coppola, anterior a su visita a la Argentina para realizar Tetro. En Juventud sin Juventud confluyen varios géneros articulados por un dilema existencial que llega desde oriente. Basada en la novela de Mircea Eliade. Dominic Matei (Tim Roth) es un profesor de lingüística que sigue una investigación al respecto que lo obsesiona. Un buen día lo sorprende un rayo que le provoca un rejuvenecimiento de cincuenta años e incrementar su inteligencia. Tratando de entender cuestiones relacionadas con el origen del lenguaje pasará sus días mientras busca huir de los nazis en una Rumania sitiada, previa a la Segunda Guerra Mundial. Francis Ford Coppola construye un relato tan interesante como complejo de tintes existencialistas sobre la noción del tiempo. Lo fugaz y lo eterno para el hombre parecen ser los dilemas que se planteó el director de El Padrino desde un comienzo. El amor verdadero, las obsesiones, los descubrimientos científicos, temas que deambulan en el film constantemente a través del personaje de Tim Roth. El film, escrito, producido y dirigido por Francis Ford Coppola, pone en relevancia dos principios fundamentales del cine, el tiempo y el espacio (sin ellos no podría existir) para construir un relato que, mas allá de la narración, formalmente nos anticipa estas cuestiones. La presentación misma de los títulos de crédito nos “narran” la búsqueda de un tiempo pasado pero presente en la existencia misma del director. La película utiliza la estructura de presentación de films de los años cuarenta, plasmando la información sobre el film en el comienzo. Otros recursos formales son el desdoblamiento de la imagen, haciendo alusión al desdoblamiento de la personalidad de Dominic, la imagen se invierte literalmente. Del mismo modo, los planos aberrantes (horizonte quebrado) vienen a resaltar puntos de giro en la historia. Si bien por momentos Juventud sin Juventud peca de ser demasiado compleja en su estructura narrativa, se destaca la apuesta de este director que, como todo buen creador, no deja de mutar en las historias que decide llevar a la pantalla y la manera de abordarlas, siempre priorizando la búsqueda estilística a la facilidad de los formatos ya probados. Pero también, y como todo gran admirador del cine que es, vuelve a su esencia -al igual que el personaje de Tim Roth- apelando a su memoria fílmica para armar su film, innovando pero sin dejar de homenajear a ese cine clásico del cual supo nutrirse. NOTA: mas allá del parentesco del relato con El curioso caso de Banjamin Button, hay que tener en cuenta que si bien se estrena posteriormente al film con Brad Pitt, Juventud sin Juventud es anterior ya que data de 2007.
Algún lugar en ninguna parte El amarillo, ópera prima de Sergio Mazza, se estrena en el Malba y el Arte Cinema junto a Gallero, su segundo film. Relato denso pero agradable al que hay que darle tiempo para apreciar su encanto, así como le sucede al protagonista con los demás personajes del film. El amarillo es el nombre de un cabaret de mala muerte situado en las afueras de un pueblo entrerriano. Allí llega un extranjero (Alejandro Barratelli), del cual no sabemos absolutamente nada. El hombre quedará impregnado por el lugar y sus habitantes, al igual que por la bella cantante que interpreta Gabriela Moyano. Entre ellos nacerá una particular relación. Sergio Mazza narra a través de los ojos de su protagonista el cotidiano día a día de los habitantes de El Amarillo. Cada persona que llega al lugar valoriza la belleza del sitio por más decadente que sea. El director nos introduce a través de planos largos y morosos en este universo, para describirnos el acontecer de los lugareños, resaltando lo atractivo en semejante espacio olvidado –y abandonado- del mundo. El director construye un relato cansino pero agradable, la frescura de sus criaturas nos permiten conocer El Amarillo. A partir del protagonista, accedemos a este mundo ripsteniano. Pero Mazza, a diferencia de Ripstein, salva a sus interlocutores de la perdición, mostrándolos como seres en su accionar, sin juzgarlos jamás y admirando lo que tienen para dar. Es así como el extranjero recibe el rechazo constante –inicialmente- de los habitantes, y poco a poco, se va ganando su espacio a fuerza de perseverancia y comprensión. Esa perseverancia y comprensión deberá tener el espectador frente a la obra de Sergio Mazza, para poder rescatar sus virtudes y adaptarse a su ritmo. No diga que no le avisamos.
La pareja peronista En esta nueva entrega de la serie que Caras y Caretas presenta sobre personajes de la Historia Argentina, llega el turno de Alicia y John, una pareja perteneciente al peronismo más combativo de la década del 60 que, según el documental, fueron más peronistas que el propio Perón. John William Cooke, alias el “Bebe”, es uno de los tantos personajes olvidados de la historia argentina. Su relación con el lazo marxista del peronismo, lo llevó a ser catalogado como un hijo para el Gral. Perón. Luego del bombardeo a Plaza de Mayo se exilió en Cuba, conociendo al Che Guevara y a Fidel Castro. Allí escribiría distintos libros doctrinaros para fomentar la ideología revolucionaria. Alicia Eguren, como detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer, fue la encargada de acompañar al “Bebe” en la militancia, siendo muchas veces ella el “cerebro” de las reuniones de grupo. También fue ella quien impulsó a John W. Cooke a escribir y publicar sus libros. Este documental ficcionalizado, retrata vida y obra de esta peculiar pareja, su lucha, ideología, fusión con el marxismo y su relación con Juan Perón. Dueños de una postura crítica, pero siempre dentro del movimiento, fueron queridos y odiados por otros sectores del peronismo. Carlos Portaluppi y Ana Celentano son los encargados de interpretar a Alicia y John. Como bien vemos al comienzo, sólo hay un video en el que se ve a John junto a Perón, luego solamente son fotos y sus libros el material de archivo para construir el documental. El caso de Alicia es similar, sólo fotografías. Por ello, la ficcionalización de diversos momentos ayudan a darle correlatividad narrativa al film. Ambos actores comienzan a relatar a cámara la historia de cada personaje. Pronto, las entrevistas a diversos especialistas se intercalan con el relato, dándole fluidez, veracidad e intensidad a lo expuesto. El Centro Cultural Caras y Caretas presenta este documental que sigue en un buen nivel la serie de films dedicados a personajes -los anteriores fueron Haroldo Conti: Homo Viator y Norma Arrostito- consiguiendo acercarnos a Alicia y John con espíritu reflexivo, pero también a la historia Argentina, cargada de matices y contradicciones, pero también de héroes desconocidos. Quizás por eso, estos personajes no tuvieron su lugar, su recuerdo y su valoración dentro del peronismo. Pero esa es una conclusión que deberá sacar el espectador luego de ver este film, que merece ser conocido, tanto como Alicia y John.
El héroe noir Daniel Auteuil interpreta a un policía conflictuado, alcohólico y decaído, todo un antihéroe en este policial dirigido por Olivier Marchal (El muelle), que nos remite a los films noir franceses de la década del cincuenta. Schneider (Daniel Auteuil) es un policía en decadencia que debe custodiar a una mujer que corre peligro tras la liberación de prisión del asesino de sus padres. A la vez, diferentes asesinatos similares entre sí, proponen la búsqueda de un sicótico homicida que sólo él podrá hallar. Olivier Marchal es un confeso admirador de Michael Mann (Enemigos Públicos) y nos propone, como Mann, personajes cargados de matices ambiguas, en un mundo tan corrupto y desolador como claustrofóbico. Sus personajes deberán lidiar con él, tratando de sostener sus códigos morales en ese adverso universo. Pero como buen director francés que es, Marchal –que antes de director de cine fue policía- narra con la iluminación expresiva de los films noir franceses de la década del cincuenta. Mediante los contraluces, claroscuros y sombras, nos describe la ambigüedad de sus personajes. Denis Rouden es el director de fotografía -de excelente trabajo- que además de los personajes describe los escenarios densos y cerrados que la trama requería. La historia, escrita por el propio Marchal, propone suficiente consistencia en los conflictos previos de los protagonistas como para dejar de lado la acción y sumergirnos en la psicología de sus criaturas. Recurso cinematográfico mediante, la película produce ese efecto devastador que tienen los personajes, quienes están cargados de un pasado repleto de tragedias. En tan “oscuro” cuadro de situación, el director hace oda a la esencia del trabajo policial, a través de Schneider, su representante en este universo noir.
Miedo polar ausente Terror en la Antártida es la nueva producción de Dominic Sena, director de Swordfish (2001) y 60 segundos (Gone in 60 seconds, 2000) entre otras. Incursionando en el género de terror, el director hace un film esquemático de asesino serial, donde el único aporte es el contexto frío y desolador de la Antártida, pero que no alcanza para justificar la débil y predecible trama. Carrie Stetko (Kate Beckinsale) es una hermosa mujer policía (de esas que no encontraremos jamás en la Bonaerense) que por un conflictivo caso en su pasado, acepta un puesto en el más remoto de los escenarios: la Antártida. En este inhóspito lugar del mundo nunca ocurrió un crimen; por tal motivo la serie de cuerpos encontrados genera un misterio y termina con el paraíso blanco. Uno se imagina varias cosas al pensar un film sobre la Antártida: gente con grandes abrigos que se aburre mucho y, lo peor, no habrá un solo desnudo. Nada de esto pasa, ya que en los primeros minutos vemos un cuartel repleto de jovenes lindas y fiesteras. Sí, la Antártida es un viaje de egresados para Hollywood. Lejos quedaron los recuerdos de “terror polar” de La cosa (The Thing, 1982) de John Carpenter. Terror en la Antártida (Whiteout es el título original) es tan esquemático como film de terror que no se permite salir de los lugares comunes del género, entre ellos, la fiesta adolescente, la protagonista bella que no reprime gritos de miedo ni evita mostrar sus curvas (se lastima las manos por el frío pero nunca sus carnosos labios). La vuelta de tuerca sobre el final y los asesinatos brutales no hacen más que confirmar lo expuesto. Y, encima de todo, la culpa la tienen los rusos que en la Guerra Fría experimentaron con bombas nucleares. Nada nuevo bajo el sol y menos sobre el hielo. Eso sí, para rescatar son los efectos visuales de las tormentas de hielo. Para morirse de frío, pero de miedo no.
La misma sangre Un relato parco y seco como la lenta y cansina vida en las afueras de la ciudad, nos relata Jeff Nichols en su debut cinematográfico con Shotgun Stories (2007). Una historia donde la venganza no traerá el alivio esperado. Los hermanos Hayes fueron abandonados por su padre quien formó otra familia teniendo hijos varones de la misma edad que ellos. La relación entre los hijos de distintas mujeres, siempre fue tensa y proclive al conflicto. Pero no será hasta el funeral del hombre, que enemistará de por vida a ambos bandos. Con un pulso descriptivo antes que narrativo, el director desliza su cámara por las relaciones entre hermanos. El punto de vista que elije para centrarnos en la trama, es el de Son Hayes (Michael Shannon) el mayor de los tres hermanos y quien dirige los destinos del resto como Wyatt Earp ante el encuentro en el O.K. corral de Tombstone. El tema del film es la consecuencia de la violencia, entiéndase la violencia física pero también la violencia que puede ocasionar un abandono, la falta de cariño materno y la incomunicación. No por nada los nombres del grupo de hermanos protagonista es Son (hijo) Hayes, Boy (niño) Hayes y Kid (muchacho) Hayes. ¡Ni siquiera tienen nombres propios! Jeff Nichols opta por el fuera de campo para retratar la violencia –nunca está en cuadro, siempre en off- centrándose en el antes y el después del hecho. Es decir, lo que produjo la violencia y sus dramáticas consecuencias. La familia, en este caso los grupos de hermanos, nunca pudieron rehacer sus vidas por la violencia ejercida por el padre, a quien nunca conocemos sino mediante los rostros de sus hijos. En la primera escena vemos a Son Hayes en su habitación con su espalda llena de cicatrices, marcas que expresan las consecuencias de la violencia en su cuerpo. Violencia que recibió en su pasado y que llevará consigo el resto de su vida. La película hace ese trabajo, no muestra el hecho sino las marcas que produjo, centrándose en ella y dejando lo violento fuera de campo. La violencia termina cobrando así mayor peso dramático en el film justamente por su ausencia. De esta forma, Jeff Nichols expone su discurso, diciendo más de lo que muestra y que, en este caso, es tan sórdido como eso que no llegamos a ver.