La encantadora comedia documental de Brenda Taubin La virtud del cine de hacer realidad los sueños es recuperada por este simpático documental que toma una historia mínima relacionada con Malvinas y la fusiona con los deseos de sus carismáticas protagonistas. El cine invita a sumergirnos en mundos paralelos, ajenos e imaginarios. Pero pocas veces ese universo de fantasía es tan cercano a la realidad como en este film que, con un tono ameno y mucha pasión por sus personajes, logra que ingresemos en la vida de las tres protagonistas y compartamos con ellas su cálido viaje. Telma tiene 77 años y con sus dos amigas van al cine a menudo aprovechando un programa para jubilados. Durante la guerra de Malvinas su hija Lili intercambió cartas con un soldado apodado 'El tano', un joven del cual no supieron más nada. Imaginar su vida, su forma física, sus sueños y sufrimiento en el campo de batalla, moviliza a las tres mujeres a conocer su paradero junto a la directora del documental. Sin embargo Telma, el cine y el soldado (2022) no se queda con la anécdota ni el misterio alrededor del ex combatiente, sino que da un paso más en el poder de evocación del cine para enriquecer, obnubilar e idealizar los recuerdos. La fábrica de los sueños se pone en marcha, esta vez por Telma y sus amigas, para dar con el hombre en cuestión. Realidad y fantasía se fusionan gratamente. La ópera prima de Brenda Taubin se aleja de los trágicos documentales sobre la guerra de Malvinas sin dejar de lado la memoria a recuperar como tema principal. La carta es el MacGuffin de una película que se centra en sus personajes, los enaltece en sus virtudes y en sus defectos, convirtiendo el paso del tiempo en formas encantadoras, con colores, vestimentas y puestas en escena artificiales. No hay nostalgia ni melancolía, sino mucho ingenio para trasmitir el placer por el encuentro, por disfrutar el momento, por ingresar a un mundo fantástico, como solo el cine puede lograr.
La culpa y el castigo en la nueva obra de César González La película construye un 'tour de force' para la protagonista, inmersa en un espiral de violencia donde la culpa y el castigo se resuelven en la misma calle. El director de Lluvia de jaulas (2019) cuenta historias surgidas en barrios populares desde la perspectiva de sus habitantes, para poner al espectador en sus zapatos y obligarlo a comprender la complejidad de sus dificultades. César González sigue de cerca a su protagonista, interpretada por Nadine Cifre, una empleada de limpieza de una pyme que un día toma una decisión que le trae funestas consecuencias. La primera media hora de la película es descriptiva como si estuviéramos accediendo a un documental. Nos muestra el día a día de esta chica que vive para trabajar. Su rutina sigue la misma automatización que las máquinas de la imprenta donde trabaja como personal de limpieza, junto a otra compañera. Este relato minucioso de su pesar emocional, que conjuga la presión ejercida sobre su cuerpo por la obligación y la sumisión, la lleva a tomar una decisión errónea: robar el reloj de su jefe (Edgardo Castro) cuando limpia su oficina. El preámbulo descriptivo del film nos ayuda a comprender los motivos de su acto, ligado a la necesidad económica de la protagonista, pero también, es un modo de salirse de la rutina carcelaria en la que se encuentra inmersa. Pero su jefe, de manera inesperada, responsabiliza a su compañera por el acto y la echa del trabajo. Ella siente la culpa y trata de redimirse mientras el hermano de la damnificada la acosa diariamente. La presión ejercida sobre su cuerpo se cuadriplica. Sin dejar de ser un cuento moral, Reloj, Soledad (2021) traza puentes con el cine de José Celestino Campusano al sumergirse en barrios populares y contar, desde allí, los problemas diarios que adquieren connotaciones trágicas.
Martín Farina retrata los cuerpos masculinos del carnaval El film del director de “Mujer Nómade” se apropia de las imágenes de los cuerpos masculinos y las reinventa en esta sinfonía homoerótica filmada en Gualeguaychú. Cuando Marcos Berger filmó el documental Gualeguaychú, el país del carnaval (2021) fue su colaborador de la época de Fulboy (2014) quien co-escribió el guion y se encargó de la realización. Con esas imágenes, la co-producción del propio Berger y un trabajo exquisito de montaje y musicalización, Martin Farina realiza desde su punto de vista una suerte de película hermana de aquel film, con un sentido diferente en varios aspectos. El Fulgor (2021) participa de la competencia Vanguardia y Género del 23º BAFICI y tiene todos los condimentos para hacerlo. Rompe la narración clásica para adueñarse de un sentido experimental propio de Walter Ruttmann (Berlín, sinfonía de una ciudad, 1927) o Diga Vertov (El hombre de la cámara, 1929). Como en esos realizadores, el formato del cine mudo sobrevuela un montaje que contrapone al hombre con la máquina (la bestia en este caso o el hombre en estado primitivo) y una música que genera un contrapunto orquestal magnífico. Farina recorre los cuerpos de los gauchos haciendo su tarea rutinaria con los animales del campo. El ritual de la purificación de la carne se traslada a sus propios cuerpos, transformados por la cámara en objeto de consumo. El carnaval es el otro ritual donde la “carne” de los torsos semidesnudos desfilan -y destilan- pasiones y deseos por la pasarela. Por momentos accedemos a una verdadera película de horror, con el carneo de los animales en primer plano, que el montaje debe virar al blanco y negro para quitar la impresión del rojo sangre. Mientras que en otras secuencias, estamos ante una lógica surrealista que articula imágenes de gran extrañeza de manera aleatoria. Un recurso ya utilizado por el director en El lugar de la desaparición (2018), por mencionar un caso. Hay una búsqueda constante de la cámara por captar aquel punto de vista no convencional. Una mirada que disecciona cuerpos y objetos, los fracciona y se lo apropia. El trabajo de montaje realizado por el propio Farina une los planos por semejanza figurativa o con la intención de seguir meticulosamente el ritmo sonoro de la melodía operística a cargo de Jorge Barilari y el mismo Farina. Una melodía que engrandece la fuerza sensitiva de las imágenes. El Fulgor es cine experimental en estado puro. Pero también, una experiencia sensorial que obliga a observar con otros ojos los rituales naturalizados, mientras impacta y reflexiona sobre los cuerpos varoniles (sobre todo los de Vilmar Paiva y Franco Heiler) e invita a un viaje por los sentidos.
Aventuras con viejos conocidos y un dinosaurio gigante Esta secuela-remake que pretende cerrar la saga de dinosaurios, tiene el espíritu de las viejas películas de aventuras con el acento puesto en la acción y el entretenimiento. Los protagonistas de la primera trilogía que arranca con Jurassic Park (1993) se juntan con los de la segunda que empieza con Jurassic World (2015), en esta sexta película cuya estructura narrativa sigue los mismos lineamientos del libro de Michael Crichton. Cambiar para que nada cambie. La Dra. Ellie (Laura Dern), el Dr. Alan (Sam Neill) y el Dr. Ian (Jeff Goldblum) se suman entonces a Claire (Bryce Dallas Howard) y Owen (Chris Pratt) para luchar con el avaricioso villano de turno (Campbell Scott), dueño de un laboratorio que experimenta con dinosaurios en nombre de la ciencia, pero que causa desastres ecológicos. El tipo sigue las formas de comportamiento de los multimillonarios contemporáneos, algo de Steve Jobs, algo de Jeff Bezos y algo de Elon Musk que no es para nada casual. Tampoco el mensaje pro medio ambiente que pretende un mundo mas equilibrado. Pero esto ya estaba en la película dirigida por Spielberg: el hombre que desafiaba a Dios en su poder de creación produciría una catástrofe. Misma premisa para instalarnos en un lugar apartado detrás de las montañas nevadas donde se encuentra el laboratorio científico rodeado de miles de criaturas prehistóricas. Ahí viajan los protagonistas para rescatar a Maisie (Isabella Sermon), a quien raptan con fines científicos. Rescatarla y salir con vida del lugar será la excusa de la historia escrita por Emily Carmichael y Colin Trevorrow y dirigida por el propio Trevorrow, para imaginar montones de dinosaurios persiguiendo a los héroes de la historia (a quienes se suma Kayla, interpretada por DeWanda Wise). El final es lógicamente con el Giganotosaurus, conocido a la fecha como el carnívoro más grande que haya existido. Antes de llegar al inhóspito lugar donde se desencadenan los hechos, Jurassic World: Dominio (Jurassic World: Dominion, 2022) nos cuenta que los dinosaurios se esparcieron por la faz de la tierra. Para el film salvo Malta (donde Owen huye en motocicleta de dos raptores) el resto de la “Tierra” es Estados Unidos. Vemos dinosaurios circular por todo el territorio estadounidense, incluso en las montañas nevadas del norte donde dudosamente hubiesen sobrevivido animales de sangre fría. Tampoco los efectos especiales de los prehistóricos animales alcanza niveles sofisticados como sucedía en las primeras entregas. Pero a Jurassic World: Dominio le importa poco la verosimilitud porque como buen cine de aventuras a imagen y semejanza de Indiana Jones, prioriza el ritmo vertiginoso y los espectaculares despliegues físicos por el terreno en disputa. Un espíritu presente desde la primera versión cinematográfica de El mundo perdido (The Lost World, novela de Arthur Conan Doyle) dirigida en 1925 por Harry O. Hoyt, que esta película recupera.
La galardonada película turca sobre las instituciones disciplinarias Con un estilo similar al de los hermanos Dardenne, el film de Ferit Karahan expone con una situación específica, el maltrato y la desidia de los niños kurdos en un internado de Anatolia. Los realizadores belgas han definido una manera de hacer cine sobre los desposeídos que se convirtió en la forma evidente de representar realidades crueles sin sentimentalismos. Cámara en mano, seguimiento constante de uno de los personajes, que suele estar en el escalafón menor de la sociedad, y una situación concreta, potente, disparadora de un sinfín de hechos que visualizan la precariedad, injusticia e impotencia a la que están sometidos los menos pudientes. Con estos mismos elementos Mi mejor amigo (Okul Tirasi, 2021) sigue de cerca a Yusuf (Samet Yildiz), y sus experiencias de maltrato en un internado de menores ubicado en las montañas de Turquía. Ahí vemos prácticas disciplinarias que parecen ser de otro tiempo (al menos en otras culturas) que nos recuerdan a Los cuatrocientos golpes (Les quatre cens coups, 1959) de Truffaut o a Crónica de un niño solo (1964) de Favio. Castigos corporales, violencia psíquica y, como reacción natural de los chicos, más rebeldía. Un círculo vicioso que se replica eternamente. La situación concreta se da cuando Memo, amigo de Yusuf, aparece inconsciente y la institución no está en condiciones de reaccionar acorde a la gravedad del asunto. No hay automóvil para trasladarlo a un hospital, nadie se hace responsable por el hecho, y la verdad de lo ocurrido es ocultada por los niños por temor a represalias de la autoridad. Todo esto mientras el chico damnificado aguarda inconsciente sobre una camilla. Las discusiones entre los adultos, las fallas de calefacción (hace 35 grados bajo cero), la falta de señal en los teléfonos móviles y vehículos que no están preparados para andar sobre la nieve, desnudan la vulnerabilidad de los chicos en el lugar. Mi mejor amigo es un tour de force de angustia y desesperación. Accedemos a la información a través de los ojos del protagonista, atado de pies y manos en la toma de decisiones, y obligado a obedecer a sus mayores por más ridícula e inconsistente que sea la orden. La impotencia abraza este relato de humillación y falta de sentido común ante los derechos del niño que, con recursos reconocibles de otras cinematográficas trasladados a la cultura e idiosincrasia del lugar, presentan un cine de denuncia tan eficaz como desolador.
El thriller criminal de Lucas Vivo García Lagos Con un ritmo y una impronta narrativa propia del cine de Guy Ritchie, esta película argentina cuenta la historia de un grupo de maleantes conectados por un billete de 100 dólares. Lucas Vivo Garcia Lagos debuta en el cine pero tiene una vasta carrera en televisión, videoclips y videoarte. Con su propia productora Navajo Films hizo éxitos comerciales en Brasil y ahora en Argentina dirige un guion original de los hermanos Slavich, responsables de las series de HBO Epitafios y Sr. Ávila. Franklin, historia de un billete (2022) cuenta la historia de Correa (German Palacios), un ex boxeador que acaba de salir de prisión y pretende escaparse con Rosa (Sofia Gala Castiglione), una prostituta. Ambos están bajo el ala protectora de Bernal (Daniel Aráoz), el mafioso que controla los negocios ilegales en barrios marginales. Escaparse implica traicionarlo y para eso Frankiln necesita apostar el billete del título. Mucho ritmo y una producción eficaz que combina la estética del realizador de Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998) con la serie nacional El marginal. Porque a los personajes mencionados se les suma Yelmo (Joaquín Ferreira), encargado de apuestas ilegales y el Rata (Christian Salguero), su compinche, que deciden secuestrar a la mujer de un empresario para obtener dinero rápido, siendo tres las historias que se entrecruzan. El film no busca en ningún momento construir realismo sobre la marginalidad retratada sino utilizarla de marco. Una atmósfera sórdida y claustrofóbica para desarrollar la acción en una suerte de cine noir local, con una batería de personajes malditos que pelean por dinero, se traicionan y arriesgan sus vidas en cada decisión. En estos desgraciados seres reposa el peso del relato. Pequeñas apariciones de L-Gante, Luis Brandoni, Luis Ziembroski y Rafael Ferro, entre otros, completan un elenco exquisito para un film efectista, y con alguna que otra acción injustificada desde el guion, que cumple su principal objetivo de entregar una entretenida historia en el mundo del hampa.
Liam Neeson padece Alzheimer en la remake del thriller belga El film está basado en la película belga de 2003 “The Memory of a Killer” dirigida por Erik Van Looy y en el libro de Jef Geeraerts que le dio origen “Un caso de Alzheimer”. Martín Campbell (Casino Royale) dirige una película ambiciosa desde su producción. No estamos ante el elemental thriller de acción del actor de Búsqueda Implacable (Taken, 2008) sino frente a un film con argumento de corrupción en las altas esferas de poder. Liam Neeson es Alex, un asesino a sueldo que se niega a ejecutar a una niña de 13 años y se convierte en objetivo principal. Ahora debe desbaratar al poder de su antigua clienta, una empresaria inmobiliaria (Mónica Bellucci), con la ayuda de un policía honesto Vincent (Guy Pearce), antes de ser asesinado. Todo esto se complica porque Alex padece Alzheimer y debe anotarse en su brazo información para no olvidarla, como hacía el personaje de Memento (2000). Es interesante que trabaje Guy Pearce en la película, el protagonista del famoso film de Nolan, en otro policial sobre la pérdida de la memoria. Pero la presencia de Neeson obliga a la producción a ser un thriller de acción cuando el argumento de la novela y la película original daban para más. El entramado de corrupción de menores, entre narcos y empresarios con vínculos en la política, hablaba de un mundo oscuro donde la posibilidad de justicia es casi imposible de obtener. La sola presencia de Neeson hace desembocar a la trama en un film de género mucho más simplista. Por otro lado la dirección del legendario Martín Campbell de 78 años, es precisa y solvente pero lenta para los tiempos de las producciones contemporáneas. Hacen ver a la película como un film viejo, que se toma demasiado tiempo en la descripción pausada de personajes y conflictos para luego llegar a la acción. Con todo esto Asesino sin memoria (Memory, 2022) no termina siendo ni una de acción de Liam Neeson ni el policial negro sórdido del film original, quedando a mitad de camino con una propuesta correcta pero intrascendente.
La divertida comedia de acción con Nicolas Cage y Pedro Pascal El famoso actor de “Con Air” y “Contracara” se ríe de sí mismo en esta comedia de Tom Gormican donde se muestra como una egocéntrica estrella en crisis enredada en una trama de espías. Cage comparte cartel con Pedro Pascal, el actor chileno nacionalizado estadounidense de las series Mandalorian (2019) y Narcos (2015), que sabe hacer de contrapunto perfecto al icono de Hollywood en la piel de un magnate español que lo admira e invita a pasar unos días de descanso en su fastuosa propiedad. Con el tiempo entablan una amistad, piensan en un nuevo proyecto cinematográfico juntos, para luego convertirse en compañeros de aventuras al final del relato. La historia escrita por Tom Gormican y Kevin Etten funciona como la serie Jean-Claude Van Johnson (2016) para Van Damme. Una comedia con el actor de Hollywood haciendo de sí mismo y riéndose de los puntos álgidos de su carrera, mientras debe alternar su fama con tareas de espía para el gobierno norteamericano. A diferencia de Van Damme, Cage tiene un don natural para la comedia, sabe cuándo hacer catarsis y cuándo ponerse serio y hacer el ridículo con gracia. El peso del talento (The Unbearable Weight of Massive Talent, 2022) juega con la película dentro de la película. La película confluye con la que están planeando realizar con Javi (Pedro Pascal) en la mansión de este en Mallorca. Así hablan del argumento en varias oportunidades, en la relación rota de Cage con su hija adolescente o en la resolución del tercer acto, para después transitar efectivamente estas estructuras en el propio film. Pero todo esto sería en vano si la comedia no tiene sus momentos de humor efectivo y El peso del talento los tiene. Por supuesto no son todos y algunos funcionan mejor que otros, pero logra mediante un guion sólido explotar sus cualidades con eficacia. El momento LCD, el altar del fan sobre Cage, son algunos episodios realmente divertidos que hacen del film un pasatiempo simpático y entretenido.
Paranoia en el regreso del director de “Fase 7” Nicolás Goldbart narra la paranoia porteña en este descenso a los infiernos de dos personajes que no hacen otra cosa que imaginar conspiraciones…hasta que se vuelven realidad. La pandemia da origen a todos los tópicos de este film que participó de la competencia del último BAFICI. La abulia del encierro, el sinsentido de realizar ciertos trabajos en los departamentos, la desconexión con el mundo exterior (donde todo se percibe como una amenaza) y la imaginación del observador omnisciente, aquel que controla todos nuestros actos bajo la forma de una organización superior. Esta premisa, que ya estaba presente en Fase 7 (2010), llega a puntos sórdidos y hasta nauseabundos en El sistema K.E.OP/S (2022). Daniel Hendler es Fernando, una suerte de guionista con crisis creativa que deambula en pantalones deportivos y camisa floreada por su casa buscando qué hacer. Un día cae su vecino de un balcón y, antes de morir, menciona la palabra "Keops". Fernando la googlea y accede a una imagen de su propio departamento: el tipo es observado de una de las miles de ventanas de enfrente a su hogar. Su amigo “el gordo” (Alan Sabbagh) se suma en la búsqueda del paradero del observador. Un camino que los lleva a involucrarse en la violenta organización que tiene a dos improbables matones enmascarados interpretados por Rodrigo Noya y Gastón Cocchiarale. Humor absurdo, negro y un festín de violencia incomoda al estilo Tarantino, serán de la partida del film. El plan imposible trae peores consecuencias en esta comedia que avanza por incoherencia tras incoherencia del dúo protagonista, más que por una narración sólida. La locura y la cordura se mezclan en el periplo en una película con altibajos, donde lo demencial de las reflexiones asustan más que el accionar de la agrupación del título. Sin estar a la altura de su ópera prima, Nicolás Goldbart evita caminos seguros y se mete en el oscuro pensamiento paranoico de su protagonista, encerrado en su propio laberinto del cual no puede -ni quiere- salir.
Terror tailandés de espíritus con mística chamán La película de Banjong Pisanthanakun mezcla varios subgéneros del cine de terror en esta producción que simula ser un documental sobre chamanes en Tailandia. La medium (Sonó Song, 2021) comienza con un grupo de documentalistas con la intención de filmar un descriptivo documental sobre el imaginario alrededor de los chamanes en Tailandia. De esa manera conocen a Nim Tonvali, una médium que asegura estar poseída por el espíritu de la diosa Bayan. Dispuestos a seguir a la mujer se cruzan con Mink, su sobrina de extraño comportamiento que parece estar poseída por un espíritu demoníaco. Con inteligencia la película recurre a una mirada externa (la de los documentalistas pero también la del espectador occidental) para describir la cultura e idiosincrasia tailandesa donde la vida terrenal convive con la celestial. O al menos eso se sugiere entre planos de paisajes naturales con las grandes estatuas budistas desperdigadas por el entorno selvático. Pero una vez disparado el conflicto (la sobrina poseída), el film aprovecha todo el conocimiento previo sobre estructuras genéricas para hacer un film de terror made in Tailandia. Del recurso de falso documental con el estilo de El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), pasamos al género de exorcismos con El último exorcismo (The Last Excorsim, 2010) de referencia, solo que ambientado a la religión y ritual del lugar. Y en plena lucha con el espíritu tenemos registros de los documentalistas que simulan las imágenes capturadas por la cámara de Actividad paranormal (Paranormal Activity, 2007), que desemboca en un truculento relato de zombis con Rec (2007) o las últimas producciones del legendario George A. Romero a la cabeza. Esta misma ensalada de estilos denota la intención efectista del film por sobre la narrativa, incluso apelando a momentos de melodrama familiar para desarrollar personajes y conflictos. Un cruce de registros constante que proporciona resultados desparejos y hasta agotadores por sus excesos. La medium no inventa nada en materia de terror pero tiene la habilidad de trasladar las estructuras genéricas del horror a su territorio y venderse como un film sorpresivo por las tradiciones mencionadas.