Super Valorada. Se podría decir que Super 8 es una buena película, eso no es discutible. El problema está cuando se la considera como la mejor película del año, no sólo porque es una calificación que le queda demasiado grande, sino que también, este postulado implicaría aceptar con resignación el hecho de que al cine se le han acabado las nuevas ideas. Hubo otras producciones cinematogáficas en el año, menos rimbombantes, y sin tanto presupuesto que aportaron novedades en su relato, absolutamente impredecibles y originales. Técnicamente es una maravilla, los efectos visuales y sonoros gozan de la mayor calidad fílmica. La escena del accidente del tren es definitivamente abrumadora, esta sí podría ser considerada una de las secuencias del año. El comienzo también anuncia la posibilidad de estar ante una gran obra, ver como un obrero va cuantificando los días sin accidentes y debe volver a foja cero, es particularmente estremecedor. El punto es que esa intensidad inicial va decayendo a medida que transcurren los minutos, con algún que otro momento en donde repunta y vuelve a estar en lo más alto, pero en la última media hora, donde el desenlace requiere un mayor impacto narrativo, desbarranca. El relato se vuelve absolutamente predecible, da la sensación de haber estado allí en más de una vez, pero no lo es porque uno experimente una especie de deja vu, sino de lo que se trata es de haber presenciado escenas y secuencias similares en innumerables películas de este tipo de género. Dicen que el creador de la archipopular serie Lost, J.J. Abrams, quiso hacer un homenaje al gran maestro del género en los años ochenta, Steven Spielberg, también productor de este film. Ahora bien, una cosa es un tributo y otra muy distinta es hacer un popurrí de grandes hits efectistas que manipulan a la masa consumista, dando como resultado un producto cinematográfico entretenido pero plagado de lugares comunes. La ya clara reminiscencia a ET, está más que nombrada en varias críticas, pero agregaría que aquel maravilloso film de Spielberg se merecía un tributo no tan caricaturesco y menos obvio. Después, tenemos momentos de locura colectiva que remiten sin escalas a películas como Distrito 9, La Guerra de los Mundos, o el espectacular film coreano The Host. Sólo faltaba que el bicho se enamore de la chica rubia y teníamos a King Kong diciendo presente. Luego, abundan situaciones clisés que apuntan a dar cierto dramatismo al relato reduciéndose en muchos momentos en pura sensibilería barata. El chico huérfano de madre, que se enamora de la hija del enemigo de su padre. Padres que portan rasgos totalmente opuestos, uno es justo, trabajador e incorruptible, el otro es un borracho perdido con pinta de sucio, pero por esas cosas de Hollywood, terminan dejando las diferencias de lado en pos del amor parental. La escena final es lamentable, tan trillada, moralista y emotiva que empalaga, da por tierra lo que fue un gran comienzo, sobre todo por el grupo de preadolescentes que querían filmar con el entusiasmo a flor de piel y absolutamente apasionados su película de zombies. Esto, fue lejos, lo más logrado y original de Super 8. Todo ese detrás de escena que se construye en el armado de una película de unos jóvenes inexpertos donde el mayor capital es el deseo de llevar adelante su proyecto. Interpretativamente, los niños se destacan de sobremanera a los adultos, que en general aparecen sobreactuados. Nuevos talentos que se dieron a conocer gracias a un gran trabajo de casting y que seguramente a partir de ahora, a más de uno lo vamos a ver hasta en la sopa. Luego de un final fallido, vienen los títulos, los cuales no hay que perdérselos porque son lo mejor de los 112 minutos de metraje y es el resultado y consecuencia de lo más rico y original de lo que gozó Super 8, que es la espontaneidad de estos niños. Con un “My Sharona” de fondo que es otro golpe de efecto pero permite salir de la sala con una sonrisa, la cual durará un par de cuadras, hasta que te asalte el pensamiento de dónde se puede ir a comer, y la película quedará en el olvido.
Una auténtica sorpresa, más si se tiene en cuenta que al momento de escribir, dirigir y protagonizar la obra, su realizador contaba con menos de 20 años de edad. Esta edición del Festival de Cine de Mar del Plata nos permitió descubrir a unos de los talentos con más futuro en el cine mundial, no sólo con este film que fue su ópera prima sino también se proyectó el siguiente: Les Amours Imaginaries. Un drama lo suficientemente cercano a cualquiera de nosotros para que logre perturbarnos y conmovernos por momentos. El enfrentamiento casi bélico que existe entre una madre y su hijo adolescente, cuando no se cuenta con un padre que funcione como corte a esta relación tan conflictiva. Hubert termina detestando tanto a su madre que el deseo de parricidio se impone cada vez más. La mujer tiene tantas dificultades para escuchar y ver las demandas de su hijo que por momentos dan ganas de matarla. La ambivalencia de los sentimientos de ambos, transforma esta historia en un drama edípico, donde los enfrentamientos, el odio y el rechazo maquillan el inmenso amor que sienten el uno por el otro. Lo interesante es que ninguno de los protagonistas tiene fuertes rasgos perversos o personalidades siniestras que justifiquen estos afectos tan hostiles. La empatía del espectador va fluctuando entre los dos personajes principales. Los gritos, caprichos, ironías y la contienda tan cotidiana provocan risas en más de una ocasión, aunque también impotencia al ver como estas dos personas van destruyendo el vínculo. Con un montaje que apuesta a una fuerte estética pop, no faltan el buen soundtrack y las escenas a modo de video clip. Por momentos pierde algo de originalidad, Los 400 Golpes de Truffaut se hace demasiado presente en la historia y es notable la influencia de cineastas como Gust Van Sant y Francois Ozon. De todos modos no deja de ser una dosis de frescura porque a pesar de tener un contenido claramente autobiográfico, este joven canadiense supo hacer de su film, una historia universal, encantadora pero también incómoda.
Crónica de un Circo Olvidado A comienzos de la década de los ochenta, casi toda Sudamérica estaba monopolizada por gobiernos dictatoriales de lo más siniestros que recuerda su historia. El mundial jugado en Argentina en 1978, fue un circo que no sólo reforzó al gobierno militar, sino que funcionó como una gran fiesta para exhibir ciertas “virtudes” del régimen. El Mundialito fue un torneo organizado por la FIFA en 1980, donde congregaba a todos los campeones mundiales hasta ese momento, en el país que había sido la primer sede del mundial allá por 1930, Uruguay. Nuestra nación vecina estaba bajo el mando de una nefasta dictadura militar desde 1973. Un mes antes que se realice la competencia, el gobierno de facto había llamado a un plebiscito al pueblo uruguayo, para que le autoricen a reformar la constitución y así legitimarse aun más en el poder. Estos acontecimientos son los que construye este interesante documental charrúa, que da cuenta del vínculo no casual que hay entre las grandes fiestas deportivas y los intereses políticos para maniobrar a las masas. Se vale de los recursos clásicos en este tipo de metrajes: entrevistas y piezas de archivos, muchas de ellas inéditas. Las entrevistas cuentan con valiosos e interesantísimos testimonios de gente muy diversa, y hasta con argumentos muchas veces contradictorios. Observamos a un molesto Joao Havelange, cuando le hacen una pregunta política; a dos ex presidentes uruguayos y al actual mandatario, algunos de los jugadores de la selección celeste, campeona de ese mundialito, periodistas deportivos, ex presos políticos, la estrella de fútbol brasilera Sócrates, conductores de televisión, etc. El montaje del material de archivo, nos permite acceder a planos donde vemos imágenes de los noticieros de la época, fotografías, segmentos de la publicidad, la portada de los diarios, y los grandes momentos futbolísticos del torneo, relatados por Víctor Hugo Morales. Disfrutamos de golazos hechos por Ramón Díaz y Maradona, y también unas declaraciones de un jovencísimo Diego, con un discurso tan polémico como en la actualidad. Lo más rico, son las hipótesis que se van tejiendo con el panorama político imperante. Al comienzo del documental, declara el ex presidente Julio María Sanguinetti: “siempre los gobiernos han tratado de usar el deporte como un modo de asociarse al éxito o a la inversa, y los gobiernos autoritarios mucho más”. Así, vemos como se despliegan las dudas iniciales de los militares si organizaban el torneo o no; o la manipulación que hicieron del mismo con el plebiscito propuesto; la canción oficial que intentaron imponer pero la que finalmente se impuso fue otra, algo más disimuladamente contestataria. Como la oposición, silenciada y a escondidas, también usó el campeonato, para hacer campaña por el No al referéndum; el intento para alcanzar la señal de televisión a color. El plebiscito para el gobierno militar era un partido ganado, no había antecedentes que un régimen autoritario haya perdido una elección de este estilo, y con el mundialito casi pegado, era un golazo. Afortunadamente les salió el tiro por la culata y el pueblo que disfrutó, cantó y festejo la victoria uruguaya, también le dijo NO a la dictadura. Algo muy palpitante es que mientras la hinchada festejaba la Copa de Oro que había obtenido la celeste, cantaba en las calles “se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar”. Un documental que recupera una página borrada de la historia uruguaya, rescata un torneo que permitió el abrazo conjunto entre presos políticos y guardias carceleros; un pueblo que no se dejó enceguecer por el circo romano armado por la dictadura, pero que eso tampoco le impidió disfrutar de la gloria deportiva; una copa ganada, que quedó en el olvido, ni siquiera aparece entre los laureles de la Asociación Uruguaya de Futbol. Mundialito es una apuesta a la reflexión y a recuperar la memoria pérdida del inconsciente colectivo, desde las más diversas voces y posiciones ideológicas.
El duelo que más duele. El duelo por la muerte de un hijo, es uno de los procesos más dolorosos que puede experimentar un humano, a lo largo de su vida. De hecho, es el temor más grande de aquellos que son padres. No hay nada que pueda cicatrizar tremenda herida, la tramitación de esa pérdida muchas veces queda inconclusa y sólo resta refugiarse en algún tipo de paliativo que consuele y teja frágilmente ese agujero en la psiquis humana. Este miedo universal, ya ha sido abordado en varias películas, las cuales nos intentaron mostrar como se las arregla un padre-madre, durante la tramitación de ese dolor, donde todo aparece como desesperanzador. Podemos citar, entre algunos, al maravilloso film italiano de Nanni Moretti La Habitación del Hijo, el drama norteamericano En el Dormitorio, la impactante cinta canadiense de Atom Egoyan El Dulce Porvenir, o la francesa, estrenada hace un par de años, Hace Mucho que te Quiero, con una memorable actuación de Kristtin Scott Thomas. Un largometraje que aborda esta temática dirigida por John Cameron Mitchell (Hedwing and the Angry Inch y Shortbus), hacía pensar que podíamos estar en frente de un film absolutamente cuidado estéticamente, como lo fueron sus sobrevalorados trabajos anteriores, pero lleno de exhibicionismo, moralejas y sentimentalismo, del que también abundaron en los mismos. La primera premisa se cumplió, la segunda, afortunadamente no. El Laberinto relata la historia de cómo se las debe arreglar una joven pareja, cuando le ocurre lo peor, la muerte accidental, y hasta tonta de su único hijito de cuatro años de edad. Se podría caer en el golpe bajo fácilmente, pero sobresale una narración que evita los lugares comunes y rescata la subjetividad e individualidad humana frente a un transe como este. Becca (Nicole Kidman), intenta renegar del dolor queriendo deshacerse de todo aquello que la sumerja en el recuerdo del niño. Howie (Aaron Eckhart), al contrario, necesita conservar aunque sea en objetos e imágenes, la presencia de su hijo. En esta diferencia, se rearma el lazo de esta pareja, que parecen estar condenados al puro desencuentro. De este dolor compartido trata este film, basado del guión original (Rabbit Hole) de David Lindsay-Abaire, ganador del premio Pulitzer en 2007. Una narración que retrata con altura, acidez, tensión, melancolía y mucha reflexión, lo que puede llegar a impactar un hecho como este en una pareja y su entorno. Cameron Mitchel se vale de su talento, para transmitir con impecables imágenes, gran ductilidad de planos y un preciso acompañamiento musical, los vaivenes y ambivalencias de los protagonistas. El trabajo interpretativo es notable, con gran altura Aaron Eckhart encarna a este padre puramente desanimado, pero con ganas de tramitar la situación como pueda. Nicole Kidman, hace un trabajo de gran nivel, que sería de lo más brillante, si no fuese que su metamorfosis facial le paraliza algunos gestos de su ex hermoso rostro. Maravilloso lo hecho por Dianne Wiest, como la madre de Becca, quien intenta aconsejar a su hija, para rescatarla del dolor, pero cuanto más hace, más la embarra. El Laberinto, es un interesante estreno de esta semana, que a pesar de lo mortífero que aparenta ser su argumento, de lo melancólica que puede llegar a ser su historia y de la dolorosa trama que relata, no deja de ser una oportunidad para reflexionar sobre la vida misma y como esta sigue aunque lo peor nos haya ocurrido.
Violencia a la Criolla Asistir a una sala de cine donde se proyecte un western gauchesco es todo un acontecimiento para estas épocas. Si hay un mérito de Fernando Spiner es rescatar un género olvidado por estas latitudes y arriesgarse a filmar otra cosa que no sean los clásicos relatos costumbristas, a los que tan frecuentemente nos tiene acostumbrado nuestro cine nacional. Basada en la novela original de Antonio Di Benedetto, Aballay, El Hombre sin Miedo es una historia de venganzas, culpas, redenciones, amores heroicos y, sobre todo, una historia de violencia, donde, por momentos, parece que estos gauchos son sacados de una película de Takeshi Kitano o Chan-Woo Park. No tienen el menor escrúpulo en hacer sufrir a sus víctimas las peores dolencias físicas. Un joven necesita vengar la muerte de su padre; un asesino necesita redimirse aislándose del mundo en la cima de una montaña. La falta de legalidad y territorialidad que imperaba en esa época (interior de la Argentina, a principios del siglo pasado) daba lugar a dejar impune los más aberrantes crímenes, en mano de mafiosos y perversos. El mayor mérito del film es la estética y la dirección de arte. La dirección de fotografía, a cargo de Claudio Beiza, es magistral, logra retratar, a través de imponentes planos panorámicos, los míticos y bellísimos paisajes de los Valles Calchaquíes en la Provincia de Tucumán, donde se deja ver en más de una ocasión la encantadora lunita tucumana. La música es otro de los golazos del film; de manera diegética, suenan varios ritmos folklóricos, hasta se escuchan singulares versiones de La Marcha de San Lorenzo. Pero lo notable es el talento de Gustavo Pomeranec, quien hace que acompañen el relato sinfonías en las que se mezclan varios tipos de estilos, aportando notable intensidad a la trama. De todos modos, a pesar de esta calidad visual, se utilizaron recursos cinematográficos más que usados en este tipo de género. Exceso de ralentí, muchos planos fijos que resaltan la naturaleza y el paso del tiempo y, en varias ocasiones, escenas donde la voz se adelanta a la acción. Si no fuera que se trata de un western criollo, con lo novedoso que eso es hoy en día, ya lo habían hecho hace tiempo Lucas Demare y Leonardo Favio, podría decirse que estamos frente a un film bastante cliché. Narrativamente, contiene todos los elementos que requiere un western: alguien necesita vengarse por manos propias, en el medio se enamora de quien ya tendría dueño y las cosas se complican a la hora de encontrar el objeto de venganza y ejecutar el plan deseado. La narración comienza con un alto nivel, luego entra en una meseta -donde, si bien pasan cosas, estas no terminan de atrapar y algunas son previsibles- y repunta bastante en los minutos finales. Sobresalen los trabajos interpretativos de Pablo Cedrón (Aballay) y, en especial, el de Claudio Rissi como un villanísimo “El Muerto”, que encarna a ese personaje absolutamente perverso y desagradable que se gana el odio de todos los espectadores. Nazareno Casero no está del todo convincente en su papel del joven vengador y Mariana Anghileri cumple, aunque no brilla, en su rol de esa chica tan deseada como inocente. Spiner utiliza como excusa este arriesgado género no solo para ofrecernos hermosas imágenes sino también para poner sobre el tapete el rasgo universal y atemporal que posee la violencia humana, y cómo se le da rienda suelta cuando no hay una cultura que intervenga y regule las relaciones y acciones entre los hombres.
Entre los Muros Ver esta película en estos tiempos es bastante movilizante. No sólo porque hace pocos meses se aprobó la nueva Ley de Salud Mental, la cual impulsaría un proceso de desmanicomialización, conforme a los derechos de las personas que padecen perturbaciones psiquiátricas, sino también porque en la institución, en la cual se desarrolla el film, viene sufriendo un abandono sistemático de parte de las autoridades responsables. Hace 40 días que el Hospital Borda está sin gas y esta semana hubo incendio en el predio anexo, donde funciona la unidad penintenciaria del mismo, causando hasta ahora, al menos dos muertos. Es decir, desmanicomializar, no es lo mismo que abandonar. Con el apoyo de varios organismos públicos, se estrena este film dirigido por el cineasta y también psicólogo Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés), aborda un hecho real, que fue todo lo que rodeó a la gestación, lanzamiento y distribución de la revista Desbordar, que se publicó a finales de los años ochenta, en cuyo contenido central participaban los pacientes internados en el Borda y produjo, en aquella época, toda una revolución en el campo de la salud mental, con lo incómodo que eso implicaba para algunos sectores más conservadores, Iván (Julián Doregger), Darío (Nacho Ciatti) y Marcos (Carlos Echevarria), son tres jóvenes psicólogos que organizan un taller literario con algunos pacientes crónicos del hospital José Tiburcio Borda, que si bien nunca se lo nombra, se da por hecho que esa es la institución, aunque podría ser en cualquier otra que aloje tremenda cantidad de pacientes. El tema es que la posibilidad de hacer oír voces que hasta el momento estaban acalladas, genera resistencia en la comunidad “científica” imperante. Lo más disfrutable del film, es la primera parte, donde se desarrolla todo el proceso de la creación de la revista, a partir del deseo que moviliza a estos seres estigmatizados como locos. Permite observar el trabajo terapeútico que se hace vía la palabra y la escritura y la función curativa de las mismas. La puesta en escena es soberbia, la fotografía también goza de notable calidad. Rodada en el mismo hospital, se recorren los distintos espacios del mismo y deja ver algo de su cotidianeidad. La película decae, cuando intenta desplegar la intimidad de los protagonistas, se intoxica de situaciones trilladas, diálogos clishés, por momentos la dirección de actores no logra ser del todo creíble, y se inunda de muchos personajes estereotipados. Narrativamente, el guión va perdiendo espontaneidad, se convierte en una especie de trhiller donde se denuncian violaciones sexuales, sobremedicación, terapias prohibidas de electroshock, y hasta la mafia de tráfico de órganos que circula dentro del hospital para estos pacientes que no tienen ningún tipo de lazo social en el afuera, y por ende nadie los reclama. Este giro narrativo, en pos de incrementar la tensión, se estanca en escenas nada originales. Pero lo más llamativo es que se la promociona con el protagonismo de Fernán Mirás y Manuel Callau, estos dos actores, sólo aparecen en los últimos quince minutos del metraje. Tampoco se entiende bien su inclusión en la historia, hacen de Marcos e Iván en la actualidad y se produce una distorsión bastante importante con el resto del reparto que permanece casi intacto en sus rasgos físicos. De todos modos, no deja de ser una obra que cuestiona los usos y abusos que se hacen en la mega instituciones que abordan la salud mental, pero también rescata el valor humano de muchos trabajadores y profesionales dentro de esos muros, que a pulmón ponen su cuerpo en pos de aliviar el malestar subjetivo y la exclusión social que sufren las personas con padecimientos mentales. Desbordar como su nombre lo indica, intenta ser una apuesta a la desmanicomialización, aunque no todo lo que pasa allí adentro es reprochable, la revista es un claro ejemplo de ello, y la ya clásica radio La Colifata, también. La película justifica la necesidad imperiosa de aplicar una nueva ley que respete y proteja los derechos humanos de aquellos que sufren trastornos psiquiátricos, pero también sería bueno que se brinden los medios y recursos necesarios para que la implementación de la misma sea posible y no sólo quede en buenas intenciones.
Todo sobre mi madre El notable último largometraje del cineasta canadiense Denis Villenueve (Polytechnique; Maelstrom), bastante desconocido por estas tierras, promete ser unos de los estrenos dramáticos más impactantes de esta temporada. Nominada al Oscar como mejor película en lengua extranjera, aborda la problemática de las guerras religiosas en Oriente Medio y los estragos que estas producen en las individualidades. Tiene una riqueza narrativa tal que, a medida que transcurren los minutos, se va transformando en un film demoledor que culmina dejándonos sin aliento y con pocos recursos para elaborar livianamente lo visto por más de dos horas. El conflicto central parece sencillo, y hasta poco novedoso, pero el producto final está muy lejos de eso. Los gemelos Marwan, Jeanne (Mélissa Désormeaux-Polin) y Simon (Maxim Gaudette), presencian la lectura del testamento de su madre (Lubna Azabal) y ahí se enteran de que tienen un padre y un hermano, a quienes deben buscar en el lejano oriente para entregarles dos sobres y recién ahí poder sepultar el cuerpo de su madre para que ella pueda descansar en paz. La historia es una impecable adaptación de la pieza teatral de Wajdi Mouawad. Los diferentes momentos del relato están separados en capítulos, que se titulan en rojo y están tan perfectamente concatenados que no implican, para nada, un quiebre en lo que se viene narrando. Rodada en Québec y Jordania, goza de un esplendida fotografía que retrata los escenarios naturales, a través de imponentes planos, donde estos hermanos, primero ella y luego él, van en busca de sus orígenes, no sólo para cumplir con el deseo materno, sino también para reconstruir su identidad y entender un poco más a esta madre fría que muere en la mudez absoluta. Los primeros minutos son de altísimo nivel cinematográfico; imágenes de un orfanato de niños militarizados, y de fondo la oscura pero preciosa canción de Radiohead “You and Whose Army”. La melancólica voz de Tom Yorke nos anuncia que vamos a presenciar un film absolutamente emocional, donde nos sumergiremos en alguna dolorosa experiencia humana. Ambientada en dos tiempos, presente y pasado, a través de los distintos flashbacks, vamos a recorrer el camino inverso del tiempo, que estos gemelos hacen hacia su propia prehistoria, y a ser testigos de aquellos acontecimientos que los antecedieron. En ningún momento se aclara en qué país del Oriente Medio estamos, solo sabemos que es una guerra feroz, entre cristianos y musulmanes, en los años setenta, colmada de ideales, fanatismos, pero también de traiciones y venganzas. El trabajo interpretativo de Lubna Azabal (la madre) es simplemente brillante, ya que se pone en la piel de esta revolucionaria, en sus años jóvenes, y logra trasmitir con notable fidelidad la desesperación en la que termina envuelta. El papel de la hija también está muy logrado, a cargo de Mélissa Désormeaux-Polin, muchacha que nos conmueve ante cada revelación que va hallando. El personaje de Simon es el más flojo de los protagonistas; no está a la altura de su madre y hermana y su aparente frialdad y negación no terminan de convencer demasiado. En algún que otro momento, el film nos remite a la maravillosa película francesa Ser Digno de Ser, en especial en una escena bastante impactante, que es el núcleo del conflicto en el largometraje galo. De todos modos, no hay que negar que, a veces, este rico guión se detiene, queda un poco estancado, y en la primera mitad se torna algo lento, no se sabe bien hacia dónde apunta el relato; pero en la segunda parte las piezas del rompecabezas comienzan a encajar, el enigma se empieza a develar y el asombro es tal que el cuerpo nos empieza a doler. El desenlace es abrumador, nos roba las palabras como si fuese el efecto de algo traumático, que no deja resto al lenguaje para tramitar ese real vivido y nos identifica, irremediablemente, con el mutismo de la protagonista. Incendies es una obra intensa, inquietante, profunda, que aborda las vivencias más dolorosas de las que se puede llegar a tener conciencia, sin obscenidad, ni exhibicionismo, lejos de todo tipo de sensacionalismo y melodrama, pero generando una empatía emocional donde el espectador reconstruye la historia como si se tratase de un gran thriller de suspenso.
El Gen Argentino Un film que retrate una de las mayores epopeyas militares de la historia latinoamericana es un hecho cinematográfico que rebalsa lo cultural. Se trata de un acontecimiento histórico, político, social y educativo, aunque no pretenda ser didáctico. Revolución, El Cruce de los Andes lo logra. Rescata con la mayor humanidad posible el espíritu de nuestro prócer más grande, muchas veces un tanto olvidado o reducido a la imagen del cuadro en la escuela primaria. El debutante cineasta, Leandro Ipiña, recrea esos acontecimientos cruciales que fueron la tremenda hazaña de cruzar, hace casi dos siglos, la riesgosa y elevada Cordillera de los Andes, para liberar a un país vecino y luego a un continente. Los que alguna vez estuvimos por esas geografías nos preguntamos cómo habrá hecho este tipo para internarse en esas prominentes pero heladas y peligrosas montañas, con tan solo algunos caballos y rifles, desprovisto de los medios y equipos con los que contamos hoy para hacer un pequeño trecking por ellas. La película comienza con un maravilloso plano que sobrevuela la imponente cadena montañosa andina (“espina dorsal del planeta”, diría la canción de Calle 13), plagada de glaciares eternos y encumbrados precipicios. Ya ahí, da escalofríos pensar en la proeza realizada por el general correntino y sus valientes soldados. Narrada a modo de flashback, por Manuel de Corvalán (León Dogony), un hombre anciano, sumido en la miseria y el olvido, pero que en su adolescencia (Juan Ciancio) fue el secretario del General San Martín durante la epopeya libertadora. Es así como se refleja el vínculo que entabló este joven con el General gruñón, mezcla de acento europeizado y criollo, encarnado magistralmente por Rodrigo de la Serna, quien ya ha interpretado notables actuaciones de personajes biográficos en Crónica de una Fuga y Diarios de Motocicleta. Aquí nos ofrece a un San Martín estratega, ideológico, visceral, carismático, obsesivo hasta la médula con su objetivo final, irritable, con miedos persecutorios que lo hacían absolutamente desconfiado y con algunos problemas de salud que ponían en peligro la realización de la utopía. Sí, él fue un revolucionario, arremetió contra los ideales conservadores de la clase dominante porteña. De hecho, recibió muy poco apoyo de Buenos Aires y eso incrementaba sus rasgos paranoicos, temía que se mezcle dentro de sus hombres algún “escorpión” que traicionara la causa. El film nos muestra la cocina de la hazaña y cómo se realizó todo a pulmón, gracias a la mentalidad y obstinación de este hombre; si uno no supiera el final de la historia, dudaría si se trataba de una gran estrategia militar o de ideas delirantes megalómanas. Técnicamente la película es impecable. Rodada en su mayoría en escenarios naturales, en el hermosísimo pueblo sanjuanino Barreal (lugar que si no se lo conoce, vale la pena hacerlo), por donde pasaron unas de las seis columnas sanmartinianas. Goza de una estupenda fotografía que logra captar con gran calidad impactantes imágenes panorámicas o detalladas del paisaje cordillerano. Entre estrategias, traiciones, controversias y sueños, presenciamos una serie de diálogos y debates atractivos que reflejan los ideales que imperaban en aquella época, tanto de un lado como del otro. El discurso final, que el General ofrece al batallón, es realmente estremecedor. La debilidad del film es justamente también su fortaleza; entre tanta planificación y cotidianeidad, se pierde cierta tensión narrativa, por momentos se vuelve fría, lenta y hasta puede llegar a aburrir. La histórica batalla de Chacabuco se torna bastante intimista, lo que la hace muy interesante, pero le resta en su puesta en escena potencia épica y carece de la emoción y exaltación que se merece tremenda página gloriosa de la historia argentina. También el guión da a entender ciertos aspectos y hechos históricos que no logra desarrollar del todo, dejando algo incompleta la trama que seguramente hubiese enriquecido el relato, como lo es la posición que adoptó Buenos Aires, el apoyo de Cuyo, la supuesta gastritis de San Martín o la rivalidad entre O´Higgins y Soler. De todos modos, no deja de ser una oportunidad para encontrarse con un film que apuesta al revisionismo histórico, rescata figuras y hechos trascendentes de nuestro pasado, reniega contra el olvido de los verdaderos héroes que apostaron a una América libre (el paralelo que hace con la vejez solitaria y pobre de Don Manuel de Corvalán denuncia lo injusta que suele ser a veces nuestra memoria), y nos interroga como pueblo y ciudadanos si es que optamos por el legado y compromiso liberador del “padre de la patria” o preferimos el conservadurismo de ciertos sectores sociales que solo cuidan sus propios intereses.
Una Pena Capital. Casi sin querer, Nunca me Abandones, el tercer largometraje del Mark Romanek, termina siendo funcional a lo que supuestamente cuestiona en su hilo narrativo. La sensación es que se trata de una apuesta cinematográfica que busca focalizarse en condicionar respuestas sensibles en los espectadores, dejando de lado cierta profundidad narrativa que relata la manipulación que se puede llegar a hacer, en el nombre de la ciencia, sobre lo más espontáneo y humano del sujeto. La idea es que la gente, se conmueva, llore por una historia de amor pero que tiene un trasfondo siniestro, como lo es, utilizar a los más débiles en pos de salvar y proteger a los más fuertes. El film cuenta con unos cuantos aciertos. El primero y principal, es la obra original de la cual se hizo la adaptación, se trata de la novela del británico-japonés Kazuo Ishiguro. La historia es terriblemente perturbadora. Un grupo de huérfanos son utilizados para donar sus órganos y así permitir, entre otras cosas, la cura de males como el cáncer. Al terminar el film, dan deseos de leer el libro, pero no precisamente por la buena adaptación cinematográfica, sino en lo contrario, quedan muchos cabos sueltos y una historia que podría ser absolutamente inquietante, queda reducida a un triángulo amoroso de almas en pena que van derechito al matadero. El guión tiene serias debilidades. No se entiende como estos jóvenes, se someten a ser presos de este destino, sin la posibilidad subjetiva de fugarse, rebelarse o liberarse de tal condena, ya que en la realidad que se muestra, podrían hacerlo tranquilamente. Funcionan como una especie de naranjitas mecánicas, pero no sabemos nada de la manipulación psicológica que se ejerció sobre ellos, para producir sujetos tan pasivos, inhibidos y obedientes. A lo único que se apuesta es a cierta creatividad artística que pueden sacar a la luz. La mayoría del film, se centra en un extenso flashback, según las memorias de la protagonista. Durante los primeros veinticinco minutos, presenciamos la vida de unos niños en un orfanato, cual producto de Cris Morena, versión británica, pero es en ese instante donde se devela la función de estos huérfanos para la sociedad y el giro narrativo anuncia un relato que promete ser bastante estremecedor, sensación que se diluye en la insistencia de la situación amorosa de estos tres jóvenes. Otros de los aciertos tienen que ver con los trabajos interpretativos. Los tres protagonistas principales, son jóvenes actores que vienen haciendo ruido en la industria del cine: Carey Mulligan (Enseñanza de Vida), Andrew Grafield (Red Social), y Keira Knightley (Orgullo y Prejuicio; Expiación, Deseo y Pecado). En especial, Carey Mulligan, en su papel de Kathy, está impecable; brinda una actuación de gran nivel, los primeros planos que retratan sus expresiones faciales y miradas son absolutamente disfrutables. Lo visual y estético, también es destacable. Romanek logra una gran ductilidad de planos que transmiten de maravillas el aire melancólico que se vive durante todo el metraje. Del mismo modo, el trabajo fotográfico y la banda sonora le aportan, notable belleza a la obra. No obstante, se trata de una película que cuenta una historia que podría llegar a ser rica en sentido y en profundidad narrativa, pero pierde calidad al elegir tratar de impactar con bastante sensibilería a un público ávido de lágrimas y de amores adversos.
Tacones Cercanos. El tercer largometraje del portugués Joao Rodrigues (O Fantasma y Odette), es una de esas películas que requieren de varias horas para procesar y digerir lo visto. La multiplicidad de estímulos y climas que se viven durante esos 130 minutos hacen que uno salga de la sala de cine un tanto shokeado y extraviado por lo presenciado. Estamos frente a una obra que nos remite a la crudeza casi abyecta de Iñárritú, lo absurdo y tragicómico de Almodóvar y el fuerte componente melodramático de Fassbinder. Durante la mayor parte del tiempo somos testigos del típico realismo europeo pero con altos momentos de un maravilloso onirismo oriental. Esta ensalada de estímulos, es la esencia misma de un film que transmite lo más singular e incierto de la existencia humana, plagada de dualidades y multiplicidades que se confrontan. Vida y muerte, hombre y mujer, padre y madre, hijo y amante, homo y heterosexualidad. Con todos estos modelos convivimos internamente y por más que intentemos reprimir alguno de ellos, siempre salen a la luz sin darnos cuenta. Tonia es una travesti que resiste a realizarse la intervención quirúrgica de cambio de sexo. A pesar que su amado Rosario se lo pida, con el cual ella se somete a las más aberrantes humillaciones, hay un punto donde pone un límite y es ese mismo, el de transformarse biológicamente en una mujer y ceder el único rasgo de virilidad que supuestamente le quedaba (el órgano genital). El hijo de Tonia, Zé Maria es un joven con conflictos importantes en su identidad sexual, reniega de ella, así como reniega de su padre travesti. Zé Maria demanda un padre pero Tonia quiere ser una madre. La solución para Tonia en este conflicto, la encuentra con su enamorado Rosario. Adopta una posición maternal en este vínculo amoroso con un joven adicto a la heroína, que le hace las mil y una, pero ella se banca todo heroicamente, cual madre abnegada e incondicional. Durante el extenso primer tramo del film, nos adentramos en la dolorosa vida de Tonia, desde un realismo por momentos abrumador que no es fácil de sobrellevar para el espectador. Primerísimos planos detalles, encuadres fijos, varias lindas canciones y en general melancólicas que suenan diegéticamente. Rodrígues apela a muchos recursos clisés: personajes marginales, la travesti rubia, cual diva, con su caniche amado, las drag queens competitivas y maliciosas, cierta promiscuidad sexual y teniendo en cuenta que es un film portugués destinado a festivales internacionales, varios cameos de imágenes de Cristiano Ronaldo. Lo interesante, viene pasada la hora del relato, hay un cambio estético y narrativo que no sólo es un alivio ante tanta crudeza que se venía tornando insoportable, sino también resignifica esa supuesta obviedad estereotipada del comienzo. El viraje de la historia nos sorprende con una maravillosa fotografía de escenarios naturales, el encuentro con dos nuevos personajes riquísimos, quienes nos hacen reír y mucho, después de tantos minutos de tensión. El realismo inquietante inicial le va dando espacio de a poco a mayor simbolismo, culminando con una de las escenas más bellas y adorables que se han visto en la pantalla grande: un plano fijo de varios minutos de duración donde todos se quedan estáticos, la iluminación adquiere una tonalidad rojiza, mientras se escucha una muy pero muy hermosa melodía de Baby Dee. Los personajes ya no serán los mismos, la historia tampoco, el dolor existencial irá tomando otro rumbo y habrá lugar para nuevas emociones y estados, a pesar de la tragedia inminente. Hasta los trabajos actorales toman otra fuerza, en un primer momento no eran convincentes, cierta dureza de la trama parecía que alienaba a los protagonistas, los cuales se mostraban corporalmente rígidos, pero afortunadamente la cosa cambia y el registro interpretativo transmite verdaderas y nuevas emociones. Morir como un Hombre, no es una película concorde, tampoco es contradictora, es un reflejo de la vida, donde coexisten un sin fin comportamientos aparentemente opuestos en la superficie pero complementarios en lo más profundo. Un hombre tiene que ser bien macho para calzar esos tacos ¿o no?.