Si querés llorar, llorá. Evidentemente la feminidad y el supuesto “instinto maternal” es algo que convoca, atrae o quizás perturbe al hijo de Gabriel García Márquez, el director colombiano Rodrigo García. Esta temática es un denominador común en todos sus largometrajes. Aún recuerdo su ópera prima, Con Sólo Mirarte y la intensidad dramática que se vive en la escena en la cual Holly Hunter descarga llantos en la calle cuando sale de realizarse un aborto y se encuentra que está irremediablemente sola. En Amor de Madres se mete de lleno en el asunto. Nuevamente apuesta a un film de estructura coral, tres historias van entretejiendo la trama donde el mundo femenino y lo maternal aparecen indisociables. El deseo de ser madre pero con la imposibilidad biológica de concretarlo o en su opuesto, la irrupción de la maternidad cuando se carecen de recursos psicológicos para hacerse cargo de dicha función. Para ello selecciona un gran elenco compuesto por la flamante ganadora del Globo de Oro por Mi Familia, la excepcional Annette Bening; una siempre hermosa e impecable Naomi Watts; y quien fuera esposa de Ray Charles en Ray, Kerry Washington. Las tres actrices protagonizan cada una de las historias y sus respectivos trabajos interpretativos son lo más logrado del film. Karen (Bening), es una cincuentona que tuvo que dar en adopción a su hija en la adolescencia, quien ya es adulta, Elizabeth (Watts). No saben nada una de la otra pero se buscan sin buscarse. Lucy (Washington), es una mujer que no puede quedar embarazada y quiere desesperadamente cumplir el sueño de “Susanita”. La química interpretativa que logran Bening y Watts, aunque sin cruzarse, es formidable. Ambas actrices encarnan personajes que son un deleite para la platea. Karen es una mujer ya grande, claramente antisocial, su único vínculo es el cuidado de su madre vieja y enferma, con los mecanismos de defensa a flor de piel en el contacto con el otro, donde muchas veces logra ser dolorosamente sádica. Su hija, sin conocerla, redobla la apuesta: ambiciosa, escrupulosa y con marcados rasgos perversos. La escena donde Elizabeth realiza una “travesura” en la casa de los vecinos, es maliciosamente adorable. El armado de este rompecabezas, podría dividirse en dos partes. La primera donde se van presentando a los personajes principales y el conflicto de cada uno. Son historias atrapantes, ricas en cuanto al relato, en especial la de esta madre e hija desencontradas. A partir de la segunda hora aproximadamente, un par de sucesos producen un cambio en la subjetividad de estas mujeres, que le resta credibilidad a la narración. Se pierde la riqueza inicial, se busca una causalidad para generar encuentros que terminan convirtiéndose en casualidad forzada. Lo humano, con las miserias que tiene cualquier persona, se transforma en bondad absoluta. Nadie pasa de ser ásperamente amargo a de repente, empalagosamente dulce. Una película que en un primer tramo era incómoda, cuestionadora, filosa y hasta por momentos cómica, pasa a ser políticamente correcta con un dramatismo cargado de tanto sentimentalismo y moraleja cliché, que obliga a emocionar hasta a el más duro. La historia de Lucy queda desdibujada, por momentos innecesaria, recién toma impulso hacia el final. Hubiese sido más enriquecedor un film que desarrolle con mayor profundidad las vidas de esta madre e hija, encarnadas por dos personajes tan exquisitos e intensos, quienes nunca se han visto la cara, más allá del parto, pero le hacen honor al dicho: “de tal palo, tal astilla”. Con unos cuantos giros en la trama (algunos predecibles), lo cual la hace ágil; un montaje prolijo que sabe conectar las distintas historias; interesantes primeros planos que retratan muy bien el interior de estas mujeres y a pesar de lo sentimental que por momentos resulta, carece de golpes bajos. El resultado: una obra ambivalente, que tiene grandes momentos pero pierde fuerza en su intento de emocionar. Destinada a aquel que tenga ganas de llorar un rato, al cual se le aconseja proveerse de unos cuantos pañuelos descartables, que seguramente van a hacer falta.
La insoportable levedad del ser. Nuevamente Sofia Coppola aborda en un film suyo el nihilismo de algunas vidas humanas. En Perdidos en Tokio, encontrábamos a Scartlett Johansson y a Bill Murray atrapados por la abulia que les generaba una realidad sin casi ningún tipo de deseo. Somewhere tiene mucho de aquella aclamada película. Nuevamente tenemos a un protagonista, Johnny Marco (Stephen Dorff), estrella de cine, con una existencia absolutamente vacía. Perdido entre descargas pulsionales y la excentricidad que le da la fama. No hay compromiso, no hay falta, todo está al alcance de su mano. El punto de inflexión se centra cuando vuelve a sostener el vínculo con su hija pre-adolescente (Elle Fanning), el cual no hace más que denunciar la vida líquida que viene llevando hasta entonces. Para ello, la joven directora se vale de su talentosa mirada quien transmite con un enfoque claramente situacional, lo banal, solitaria y hasta melancólica que es la subjetividad de Johnny. El punto más logrado es la estética del film, contiene una cantidad de bellos planos fijos y hermosas secuencias que recrean una atmósfera auténtica, en la cual se refleja lo que vive, siente y padece cada uno de sus protagonistas. Apoyado por una interesante banda de sonido, en su mayor parte diegética, y un exquisito trabajo de fotografía que le aportan la merecida cuota de realismo a esta obra con alta calidad visual y artística, hasta casi minimalista en algunos momentos. Ejemplo: la escena donde él queda debajo de la máscara de maquillaje, un encuadre curiosamente largo e inquietante. Otro acierto es el trabajo actoral, sobre todo el de Elle Fanning en el rol de la hija. La niña brinda con tanta credibilidad y naturalismo esa dosis de espontaneidad carente en su padre, haciendo de su interpretación un verdadero hallazgo y seguramente una promesa para la industria del cine. La debilidad viene del guión, también a cargo de Sofia Coppola. Si Somewhere tiene mucho en común a Perdidos en Tokio, le falta lo que a esta película le sobraba: la intensidad narrativa (que también gozaba su ópera prima: Las Vírgenes Suicidas). Se detiene en lo situacional y no logra profundizar en los conflictos relacionales entre ambos protagonistas, por momentos es una mera repetición, a través de bellas imágenes, de lo que ya sabemos. No hay tensión y carece de emoción argumentativa, la abulia de Johnny ya se torna tediosa. Esta disparidad del film, no excluye la posibilidad de un mensaje bien claro que quizás su directora y guionista quiso transmitir esta vez: no hace falta irse a Tokio para perderse en los laberintos de nuestra existencia.
Víctor Sueiro tenía razón. La muerte intriga, asusta, apasiona, perturba, atrae y aterra. Será por eso que a través de la historia de la humanidad, a falta de un saber científico, el hombre no ha podido más que buscar todo tipo de respuestas espirituales en el asunto. Sigmund Freud decía que lo único en lo que no hay inscripción en el inconsciente es en la diferencia de los sexos y en la muerte, y es esto lo que le da el carácter traumático a dichas cuestiones. El cine no ha sido la excepción, hay numerosos ejemplos fílmicos donde se aborda la temática (After Life, Sexto Sentido, Ghost, El Orfanato). Clint Eastwood, que a pesar de sus ochenta años, está más cerca de acá que de allá, decide tomar cartas en el asunto y hacer una película totalmente distinta a toda su filmografía. A partir del guión de Peter Morgan (El Último Rey de Escocia, Frost / Nixon), realiza una obra que incursiona en algunas de estas respuestas sobre lo que ocurre cuando pasamos a “mejor vida”. He leído por ahí que muchos críticos al salir de la proyección privada, se encontraban desconcertados al tratarse de una película dirigida por el viejo Clint, con cierto dejo de decepción y subestimación hacía la obra. Y sí, no parece una película de “Harry el sucio”, y ese es el gran mérito, que un octogenario, el cual podría apostar a fórmulas seguras, decida arriesgarse con un tema tan metafísico como lo es el más allá. Pero así y todo, el film aborda lo sobrenatural sin ser esotérico, termina siendo más clásico que fantasioso. La delicadeza y sutileza con la que Eastwood narra la cuestión, es sólo una excusa para hablar de la vida y de lo difícil e insoportable que suele ser a veces la existencia humana. Con un esquema coral, se relatan tres historias de manera simultánea en la que cada uno de los protagonistas tiene una vivencia distinta y traumática a la vez con la muerte. Marie (Cecile de France), es una mujer francesa, periodista, sobreviviente del catastrófico Tsunami pero que experimentó el estado letal por algunos minutos. George (Matt Damon), es un psíquico que se comunica con los muertos, “profesión” que quiere dejar atrás, siente que ese don es en realidad una maldición. Y la historia más desgarradora y lograda quizás, es la de un niño inglés (Frankie McLaren), hijo de una madre adicta que pierde fatalmente a su hermano gemelo, compañero de vida y hace lo que puede, con los pocos recursos que tiene para elaborar tremendo duelo. Los tres protagonistas experimentan lo más profundos conflictos humanos que devienen de la soledad y problemáticas afectivas importantes. Viven en tres grandes urbes: París, San Francisco, Londres y están expuestos frágilmente a una sociedad devoradora de deseos subjetivos, pero en algún punto y paradójicamente, la muerte los rescata a la vida, aunque en maneras muy distintas. Luego de un comienzo arrollador situado en el Tsunami del sur asiático, el guión pierde fortalezas en algunos relatos más que en otros. Sin dudas dan más deseo de ver la historia del niño inglés que el de la mujer francesa, la cual por momentos queda media desdibujada, excepto cuando estamos entrando en los fragmentos definitorios del metraje donde su personaje va adquiriendo más ímpetu. Las tomas de las ciudades no son de lo mejorcito, imágenes harto repetidas y obvias, no hace falta estar en una oficina en París con la Torre Eiffel prácticamente en la nuca. A veces peca de un sensibilismo, más cercano a El Sustituto que a la profundidad narrativa de El Gran Torino, pero en su mayoría la intensidad dramática es tal que logra escenas absolutamente conmovedoras. Afectos que se van adquiriendo gracias a la genialidad de un director, que puede hacer que un espectador tan escéptico y prejuicioso con estas cuestiones, como lo es quien escribe, se termine creyendo, por lo menos por 126 minutos, algo que en su racionalidad conciente rechazaría a priori.
En el nombre de la madre. Un gran año para Marco Bellocchio en las carteleras porteñas, al suceso de crítica y público que fue la gran obra cinematográfica Vincere, se estrenó esta semana La Hora de la Religión, un film que data del año 2002 y parece que nuevamente los críticos vuelven a deslumbrarse ante el imponente cine del director italiano. Se trata de un film soberbio, reflexivo, inteligente y provocador, donde Bellocchio arremete y pone en tela juicio, no tanto a la Iglesia como institución, sino al corazón mismo que le da vida y la sostiene: la fe dogmática de sus creyentes, dejando entrever que detrás de cada discurso religioso no hay más que un vil interés narcisista muy lejano de las supuestas enseñanzas religiosas. Ninguna realidad de los personajes en la película es tal como ellos intentan demostrarla o venderla, excepto en dos casos: el niño quien aporta toda su inocencia y el “loco” manicomializado. Ni siquiera su protagonista, Ernesto Picciafuocco (notable interpretación de Sergio Castellitto), quien es un ferviente ateo, pero este absoluto y obsesivo rechazo al discurso religioso, lo hace practicante y dependiente de ese Dios que para él no existe, aunque sea desde la rebeldía y a pesar de la renegación de su difunta y asesinada madre, la sonrisa de mamá se le encarna en el rostro. El dilema aparece cuando se entera que van a canonizar a su madre, mujer que más que santa él la consideraba una “estúpida”; y cuando su hijo comienza con sus clases de religión, quien desde la curiosidad, espontaneidad y brillantez infantil le hace toda una serie de preguntas y planteos teológicos a su padre. Con una puesta en escena ominosa, por momentos operística y con rasgos surrealistas, Bellocchio logra un relato donde insinúa más de lo que dice, se burla de los dogmas, oscila entre lo poético, bizarro y hasta lo melodramático. Cada personaje despliega lo ambiguo y enigmático de sus motivaciones, no hay lugar para conclusiones cerradas, todo lo que acontece se termina transformando en una gran incertidumbre. Es en ese punto es donde lo atractivo de la película se vuelve paradójico, nos deja con deseos de interiorizarnos más en algunos personajes secundarios, quienes merecían un mayor desarrollo por la riqueza subjetiva que esbozaban. Así desfilan, entre otros, la ex mujer de Ernesto, la cual aparece con una llamativa y desconcertante rigidez pero queda sólo en eso y el hermano psicótico, asesino de la madre devota, producto de un delirio organizado aunque poco profundizado, tampoco deja muy en claro que lugar tuvo el padre en esta familia tan disfuncional. Una pena que la proyección sea en DVD y no en fílmico, la obra pierde notoriamente la calidad visual y escenográfica que tiene, pero bueno “es lo que hay” y no deja de ser una oportunidad para ver uno de los mayores exponentes del cine italiano actual. Por suerte a la locura, ni Dios puede curarla.
Agarrate Catalina!!! La idea de ver un film, que dure 90 minutos en tiempo real, donde sólo se tiene a un tipo encerrado en un ataúd desesperado por salir, puede parecer un auténtico aburrimiento. Pero no, al contrario, Enterrado es una experiencia que captura al espectador de principio a fin, casi sin pestañear. Será porque se trata de una obra que toma como base uno de los sueños de angustia más recurrentes entre los mortales: estar enclaustrado en algún espacio reducido, sin la mínima posibilidad de salir de allí. Para ello, se unieron el director español Rodrigo Cortés (Concursante), y el guionista Chris Sparling, quienes crearon esta ficción absolutamente original y osada, cuyo resultado final es una película que va a dar que hablar y mucho. La tensión y el espasmo se viven durante todo el metraje, es imposible no identificarse con el personaje y pensar que haría uno en un momento como ese. La composición de Ryan Reynolds (La Propuesta y Adventureland), es un verdadero hallazgo. Hasta aquí el mayor mérito que contaba el actor es haber enamorado y llevado al altar, en su vida real, a la increíble Scarlett Johansson, pero en este film brinda una actuación memorable, digna de un oscar. Además de la notable labor interpretativa del protagonista, la tarea de las cámaras, la fotografía y la música colaboran para que la atención expectante no se diluya ni un solo segundo. La riqueza de tomas, que van desde los planos generales o giros de 360 grados, donde observamos este limitado escenario en su totalidad pero con una profundidad inquietante, hasta los primerísimos planos capaces de capturar la respuesta del cuerpo humano ante una situación de extrema tensión. El trabajo de fotografía de Eduardo Grau lograr retratar detalles como la maciza y temible madera del ataúd o la sudoración y lágrimas del encerrado con una sólida nitidez a pesar de la oscura iluminación. El impecable sonido nos conduce a estar dentro de ese cajón y la música permite acompañar y realzar lo agobiante que es esa situación. La temporalidad narrativa permite generar una historia ágil y atrapante, una idea arriesgada sin ningún otro recurso que no sea el aquí y ahora en bruto, excepto por algunas pequeñas elipsis temporales. Nuestro protagonista va a experimentar los más variados afectos allí adentro, no faltan alguna que otra humorada, ni la apelación al sentimentalismo frente a lo que está viviendo. La estructura de la historia, narrativamente así como está planteada se va sosteniendo sola, no es necesario agregar algún elemento más que genere un plus de tensión y pánico. Es allí donde se encuentra una falla en la dirección, se introduce una secuencia en el argumento, (que prefiero no revelar aquí), por demás inverosímil, se asemeja más a una película de aventuras que a esta obra. Ya se está viendo reflejada en la pantalla una de las fantasías humanas más temidas, no hace falta hacer retorcer al público en la butaca con algún elemento que represente ciertos terrores universales. Con escenas así se manipulan los reflejos y las emociones fácilmente, pero se le resta originalidad y creatividad al relato. Excepto ese momento, el resto del film funciona de maravillas, una historia que no se reduce ubicar al pobrecito americano víctima de los insurgentes terroristas islámicos, sino que cuestiona la absurda invasión a Irak, en manos de un estado preocupado más por matar que por salvar y del perverso sistema económico a cargo de empresas privadas que sólo les importa preservar su acaudalado capital. Enterrado, es una verdadera vivencia tanática, coquetea con la pulsión de muerte, produce una empatía claustrofóbica escalofriante, nos aliena en la pantalla por noventa minutos apropiándose de nuestra realidad. El alivio nos llega al salir de la sala, cuando vemos el cielo y respiramos nuevamente.
Oda a la Amistad. El cineasta japonés Nobuhiro Suwa (Una Pareja Perfecta; H Story) y el actor Hippolyte Girardot trabajaron juntos, en un impecable corto que integró el film colectivo Paris Je T´aime. Ahora se vuelven a unir, pero para dirigir ambos un enternecedor y versátil largometraje, protagonizado por dos niñas, quienes brindan unos personajes encantadores. Yuki (Noe Sampy), y Nina (Arielle Moutel), son dos amigas inseparables de 9 años, ambas comparten la vida real y el mundo lúdico característico de la infancia. Pero la amistad y la unión se ven amenazadas cuando los padres de Yuki deciden separarse (él francés, ella japonesa), con lo cual su madre está dispuesta a volver a Japón y llevar obviamente a su hija consigo. El impacto que provoca la noticia de la ruptura y desamor de los padres, es de por sí doloroso para cualquier niño, pero Yuki sufre el plus que esta decisión de la pareja parental acarrea el exilio a un país lejano con el correspondiente desarraigo de su mundo y la separación de su amiga del alma. A partir de allí, estas dos compinches armarán una serie de estrategias para que los padres de Yuki recuperen su amor y por lo tanto, sigan viviendo en Francia, culminando como último recurso la fuga al bosque de ambas niñas. Lo interesante, es que en vez de apostar a que la madre decida separarse pero quedándose en París, ellas intentan recuperar el amor perdido de la pareja, como una manera de negar la idea que un lazo pueda deshacerse porque ya no es lo que alguna vez fue. Podemos inferir que el verdadero dolor de Yuki, no es el exilio, sino el divorcio de los padres y la fragilidad de los vínculos. De esta manera, la historia podría dividirse en dos: Una primera parte, con una tonalidad un poco más intimista, filmada mayormente en los interiores de las casas de Yuki y de Nina. Un relato con muchos diálogos brillantes, planos fijos que plasman la cotidianeidad y la intimidad misma de un ambiente de divorcio, a través de la mirada y sensaciones de Yuki. Un par de escenas en las cuales la niña escucha las charlas de sus padres, donde ellos aparecen fuera de campo o en un margen del plano, transmitiendo con mucha genialidad, la impotencia de la pequeña al confirmar la irreversibilidad de la situación. La segunda parte, es otra cosa, rodada prácticamente en exteriores, refleja la experiencia de las niñas cuando deciden abstraerse de las vulnerables influencias adultas y huyen al bosque. Es más ágil, hay más movilidad en los planos, travellings que van siguiendo a las protagonistas, la iluminación empieza a resaltar la vegetación, tampoco falta el contenido onírico y una fotografía que retrata los escenarios naturales de maravillas; como lo es ese encuadre impecable cuando Yuki sale del bosque, y se la ve detenida a los lejos, en medio de la inmensa naturaleza. Ambos momentos del film están muy bien logrados, pero un viraje tan importante en la estética y estructura del mismo, hace que se torne algo confuso, aunque eso sí, se vuelve más mágico, ya que lo poético y metafórico cobra protagonismo. Se salta de un realista drama adulto que genera consecuencias en las niñas, a una lógica infantil donde predomina lo lúdico y la fantasía, la cual por instantes nos remite a una obra de Miyazaki, pero sin animación. Yuki & Nina no es solamente una película que habla de la amistad y del valor de defender los vínculos afectivos, nos interroga y cuestiona como adultos, cuán complicados e ilógicos que podemos ser a veces, frente a la honestidad, pureza y pragmatismo del razonamiento infantil.
Muñecas Bravas Ni Dios, ni patrón, ni marido fue la frase emblemática que caracterizó al primer movimiento feminista-anarquista, allá por finales del siglo XIX. En una Buenos Aires donde el contexto estaba definido por la olas inmigratorias de Europa, la inminente guerra con Chile y la falta de legislación que preserve los derechos de los trabajadores. Las mujeres eran las principales afectadas, con una mano de obra mucho más barata y devaluada que la del hombre. En medio de esta situación, un grupo de mujeres decide publicar lo que luego sería el primer periódico feminista del mundo “La Voz de la Mujer”, el cual incluía declaraciones tan interesantes pero altamente explosivas para la época como: “Hastiadas de ser el juguete, el objeto de placer de nuestros explotadores y ¡aún nuestros esposos! Hemos decidido levantar nuestra voz y exigir nuestra parte de placer en el banquete de la vida.” El film aborda esta interesante parte nuestra historia, dónde nos lleva a la raíces de la problemática de género, cuando el rol social de las mujeres de clases bajas, era puramente objetivado y degradado, en una nación que estaba formando sus cimientos, muchas veces a costa de una grave injusticia social. Si ser mujer y pobre hoy es difícil, en esos tiempos era sacrificial, debía sufrir la explotación laboral por esta doble condición, además de no descuidar las obligaciones hogareñas y maternales. Virginia Bolten (Eugenia Tobal), una reconocida, tenaz y fichada anarquista, viene a Buenos Aires, porque en Rosario su vida corre riesgos. Aquí se encuentra con su amiga Matilde (Laura Novoa), obrera de una fábrica, mal paga y en condiciones degradantes para cualquier trabajador humano. Cuando una compañera de Matilde es despedida porque tiene que atender a su hijo enfermo, las mujeres deciden agruparse y pedir su pronta reincorporación, asesoradas por la visión luchadora y perseverante de Virginia. Lucía Boldoni (Esther Goris), estrella de la lírica local y en una relación amorosa con un senador bastante mafioso (Daniel Fanego), se entera de este movimiento y decide apoyarlas pero con un alto riesgo tanto profesional como afectivo. El argumento es más que convocante. La directora, Laura Mañá (Palabras Encadenadas; Morir en San Hilario), a veces lo aprovecha pero en otras ocasiones se le escurre de las manos. Lo mejor es la dirección de arte, la verdad que se luce el vestuario, la escenografía de Buenos Aires en 1896, y un muy buen acompañamiento de la música. Todos estos factores le dan por momentos mucha intensidad al relato. Hay una escena muy alta, donde ellas se manifiestan en huelga, frente a las narices de su patrón, pero con un desencadenante que logra transmitir al espectador la misma sensación de impotencia que viven estas mujeres. Lo narrativo queda en medio camino, hay muchos momentos del relato que valía la pena, adentrarse un poco más, como es la relación con los anarquistas hombres, que trastoca los ideales de liberación y justicia social de estos, si bien la aborda quizás requería un mayor desarrollo. Se dedica mucho espacio a una historia paralela, como lo es el triángulo amoroso entre Lucía, el senador y Federico (Joaquín Furriel), y no se profundiza del todo un personaje tan rico, como el Virginia Bolten, la principal líder e impulsora de este movimiento tan revolucionario en su momento, no sólo en Argentina sino en el mundo. También queda sobre el tintero el tipo de vínculo establecen las dos trabajadoras más jóvenes de la fábrica, no se termina de desarrollar lo que por momentos se esboza. Algunas actuaciones son aceptables, otras no se lucen demasiado o como uno mínimamente lo espera de figuras tan conocidas, a excepción del gran Jorge Marrale, encarnando con gran oficio el papel de Genaro Volpone, ese odioso tirano, dueño de la fábrica, quien basa su fortuna a costa de la explotación de mujeres obreras, llevándolas a una situación que coquetea con la esclavitud, pero que también en su magnífica interpretación puede sacar a la luz las debilidades, temores e impotencias de este mal hombre. Lamentablemente el film no saca del todo el jugo que tiene está página histórica, pieza clave para los avances posteriores en las problemáticas de género y lo que podría haber sido una gran película histórica, se termina diluyendo en algunos enredos amorosos que en vez de aportar intensidad a la trama, le restan riqueza narrativa a la obra.
"Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera." En el día que se conmemoró un nuevo aniversario de la fatídica noche de los lápices; en la temporada que se proyectó la ficción La Mirada Invisible de Diego Lermán, la cual intenta recrear los pasillos del Nacional de Buenos Aires en vísperas de Malvinas; en épocas donde la escuela media y pública volvió a expresar su voz, luego de un tiempo de aparente silencio. Se estrenó, por fin, después de siete años, el documental Flores de Septiembre, que aborda la historia del otro emblemático colegio porteño, el Carlos Pellegrini, durante la feroz represión ocurrida en los años setenta. Será cuestión del azar o no, pero la espera valió la pena, y el largometraje recién hoy está disponible para el público en general, en un contexto que conlleva un plus de reflexiones individuales, sociales y culturales, que quizás en otros tiempos se hubieran esfumado de nuestra conciencia. Dirigido por Pablo Osores, Roberto Testa y Nicolás Wainszelbaum, el film comienza su relato a principios de los años 70, en la última etapa de la dictadura de Lanusse, para luego desarrollar lo ocurrido en la primavera democrática peronista, con el triunfo de Cámpora, el regreso de Perón, su muerte, la triple A y todo lo que se fue gestando para los terroríficos años venideros. Todo este documento histórico es narrado desde la mirada y vivencia de esta prestigiosa institución educativa, y da cuenta a la vez como el contexto se hace texto en las aulas, pasillos, patios y el diseño curricular del Pellegrini, culminando con la desaparición, asesinato y secuestro de varios de sus alumnos. Para ello se vale de una multiplicidad de voces heterogéneas por parte de los protagonistas de la historia. Desfilan alumnos de las distintas camadas (algunos militantes y otros nada que ver), profesores, autoridades, familiares, quienes van relatando y reconstruyendo aquellos años desde las más subjetivas visiones. Pero se focaliza en el grupito de amigos integrado por Rubén Benchoam, Mauricio Weinstein y Juan Carlos Mártire (el primero asesinado, los otros dos desaparecidos), junto a Alejandra Naftal y Gustavo Frojan, quienes brindaron valiosos testimonios en la película. También desarrolla las historias de Laura Feldman (cuyo cuerpo fue identificado en el 2009), y Claudio Braverman, aún desaparecido. Todos ellos eran menores, llenos de sueños, ilusiones e ingenuidades porque no. Adolescentes como cualquier otro que se apasionaban no sólo con sus ideales, también con la música, el cine, la literatura, se enamoraban, hacían travesuras, estudiaban y algunos también trabajaban. Ese es el espíritu que reconstruye el documental, carece de golpes bajos y de exceso panfletario, más bien apunta a rescatar el aspecto vital de estos jóvenes en tiempos de violencia extrema, tanto física como psíquica. El film es sencillo, se centra más en los testimonios que en las imágenes. No esperar un documental con un extraordinario montaje, sólo se intercalan material de archivo periodístico, fotografías de los protagonistas, imágenes en Súper 8 brindada por unos de los compañeros de curso y la canción Crisantemo, interpretada por el flaco Spinetta, no mucho más que eso. Pero lo importante acá son los relatos; ninguna frase tiene desperdicio, todas las historias merecen ser escuchadas. En especial las declaraciones del rector y vice-rector de esa época, revelando, justificando y reafirmando la importancia de una pedagogía disciplinaria, en pos del orden y la moral. Por momentos irrita, otras incomoda, para terminar causando gracia a los espectadores. Flores de Septiembre es un documento histórico, imprescindible y necesario para las generaciones más jóvenes, que al estar en pleno florecimiento de su formación ciudadana, les rescata la importancia y el valor de crecer en libertad. Una reflexión final: hace tiempo no escuchaba en una función común (no privada), un aplauso tan emotivo en la sala al terminar la película, eso da cuenta que aún, más de tres décadas después, los lápices siguen escribiendo.
Belleza Japonesa. Finalmente llega a nuestras carteleras la película ganadora de la competencia internacional del Festival de Mar del Plata, edición 2008. Un film dirigido y escrito por el japonés Hirokazu Kore-eda, uno de los más aclamados cineastas orientales de los últimos tiempos. El mismo que hace unos años nos hizo entristecer y mucho con aquellos niños abandonados por su madre en el excelente drama Nadie Sabe, y en los noventa realizó el audaz y experimental film After Life, donde aborda la temática de la vida después de la muerte. Ahora, con Un Día en Familia, incursiona en los lazos familiares y en ciertos modos de relaciones universales, tal como lo son los conflictos generacionales y las pérdidas a medida que transcurre el tiempo, más allá de la cultura que los atraviese. Una familia que en las formas parece unida, aunque en sus raíces más profundas es altamente disfuncional. Ambientada en las afueras de Tokio, pero que tranquilamente se podrían trasladar estos conflictos y configuraciones vinculares, a una parentela porteña, lo que varían son los rituales culturales, en vez de juntarse a comer asado o pastas, lo hacen con sushi. Los sujetos que la integran están formados por: un padre autoritario, aunque en decadencia, con lo cual su palabra ya perdió mucho poder; una madre adorable, ocurrente y lúcida pero con un cinismo tal que es mejor tenerla lejos; un segundo hijo que se aleja del estereotipo familiar, se dedica al arte, armó pareja con una mujer viuda y mamá de un niño, además tiene bastantes conflictos sentimentales; una hija, la menor, que intenta por todos los medios unir de alguna manera esta familia disfuncional; un hijo, el primogénito, que cumplía los ideales paternos, pero que falleció trágicamente, hace quince años; y los nietos, como esa tercera generación que le dan frescura y aire a tanta historia personal asfixiante de los adultos. El plan es el siguiente: juntarse un día, todos en familia, en la residencia de los padres, para conmemorar un nuevo aniversario del fallecimiento del hijo mayor. Y es ahí dentro de un ambiente cálido y cotidiano que van a ir fluyendo rencores, reproches, frustraciones y desilusiones de uno y otro lado. Esto se logra hacer debido a la habilidad narrativa que posee Kore-eda, quién bajo la modalidad de comedia, esconde un impactante drama que nos hace reír, para no llorar. Los diálogos son imperdibles, la ironía más inteligente aparece de la manera más elegante y nadie queda a salvo. Todos los integrantes están con los mecanismos de defensa a flor de piel, para no quedar arrasados por los ideales y mandatos familiares y sociales. Para ello el cineasta nipón, se vale de planos y secuencias que transmiten muy bien el espacio familiar desde un tono intimista, la cotidianeidad es una gran protagonista; la puesta en escena refleja situaciones que van desde el cepillado de dientes hasta el cargar la heladera, sin embargo en esos matices se reflejan los diferentes conflictos individuales y vinculares de los miembros de este clan. Se le da especial preponderancia a los trenes que atraviesan durante todo el metraje y a las caminatas por las escalinatas, donde se metaforiza en estos planos, ese contacto con el mundo exterior, esa salida a una realidad distinta. Cotidianeidad agobiante, que es trasladada al espectador, gracias a un muy buen reparto, el cual brinda unas sólidas actuaciones, todas muy realistas y creíbles. Hay que destacar el trabajo de Kirin Kiki, en el papel de esta abuelita simpática y madre abnegada, pero que entre recetas y lengua filosa, no deja títere con cabeza; de hecho ganó el premio a la mejor actriz de reparto en los Asian Film Awards, edición 2009. Otro acierto es el trabajo del niño, quien al no ser aún parte de la familia, la mira y curiosea desde afuera con una enternecedora espontaneidad. Kore-eda ya ha demostrado en Nadie Sabe, su gran habilidad para dirigir actores infantiles y hacer que estos logren trabajos interpretativos notables, aquí es gracias a los primeros planos que captan muy bien, las expresiones que el pequeño va manifestando, mientras observa a esta “nueva” familia. Caminando sería la traducción del título original, mucho más apropiado con lo que transmite el film, que una denominación tan básica como lo es Un Día en Familia. Nos habla del paso, pero también del estancamiento del tiempo, y del peligro del eterno retorno. Oscila entre la comedia y la melancolía, no hay situaciones urgentes a resolver, todo va fluyendo de manera espontánea, con lo cual corre el riesgo de aburrir a un público ávido de conflictos puntuales más determinantes. Ninguno de sus personajes, es idealizado o defenestrado, cada cual hace lo posible para sobrevivir y relacionarse con el otro, de la manera que mejor o peor le sale, como la vida misma, como nosotros mismos. Por eso la frase célebre de Jorge Luis Borges viene reflejar de manera brillante a esta simpática, pero también perturbadora familia: “No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”.
Pero termina haciendo agua. La trilogía Millenium, escrita por el difunto periodista Stieg Larsson, sigue siendo un suceso literario en todo el mundo. La adaptación del primer libro a la pantalla grande, Los Hombres que NO Amaban a las Mujeres gozó de varios aciertos y algunos fallidos. En esta segunda entrega, los resultados se invierten proporcionalmente, se terminan multiplicando las limitaciones del film que inauguró la saga, mermando los logros del primer intento tan arriesgado. Para empezar no es el mismo director, tampoco el guionista que realiza la adaptación de un escrito tan complicado. La película de este segundo libro la dirige Daniel Alfredson con amplia trayectoria televisiva y hermano mayor de Tomás Alfredson, el responsable de la excelentísima Criatura de la Noche. Evidentemente se nota el cambio de equipo, los momentos intensos y de extrema tensión que logró su antecesora, en esta versión no logran sostenerse en el mismo nivel. Luego de la experiencia vivida juntos, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander se pierden el rastro, mientras él prosigue con sus investigaciones periodísticas en el grupo Millenium, ella viajó por el mundo hasta que decide regresar a Suecia, para rehacer su vida y arreglar cuentas pendientes con su tutor, quien había abusado de ella, en la anterior parte. Pero hay una serie de asesinatos relacionados con el comercio sexual ilegal, y por algunos avatares del destino, Lisebth es la principal sospechosa. Al no poder ser encontrada, Mikael intenta buscarla, no porque sospecha, al contrario, el desarrolla una investigación paralela a la justicia, y sabe que es inocente, pero teme por su vida, ya que los mafiosos encargados de los asesinatos son pesos pesados. A su vez Lisebth también realiza un rastreo para saber quienes son los verdaderos criminales y en ese rodeo se chocará con un pasado bastante doloroso. Adaptar al cine una obra literaria tan extensa, es una tarea complicada, de hecho, en el poco más de dos horas que dura el film, la ficción termina siendo muy desordenada. Aparecen cataratas de nombres, datos y pruebas que hacen que el espectador pierda un poco el hilo de la trama. Comienza a desarrollar todo el circuito oscuro que hay detrás de la prostitución, donde las víctimas son mujeres traídas de Europa Oriental, pero queda a mitad de camino, el conflicto inicial culmina siendo un decorado. Se infiere corrupción policial, pero no se despliega. Aparentemente se da por sentado, que los espectadores han leído el libro, y varios hechos ocurridos terminan siendo muy inverosímiles, faltan fundamentos que permitan una mayor comprensión de lo que va ocurriendo. Mikael esta vez aparece muy apagado, aquel personaje intenso de la primera parte, queda rebajado a la fascinación y deuda que siente por Lisbeth. Hay un personaje antagonista que podría ser muy rico. Es un hombre grande y morrudo, sufre de una enfermedad que lo hace anestésico al dolor, esto lo transforma en prácticamente indestructible. No se logra profundizar mucho en las características de este villano tan particular y en el vínculo que lo une a la protagonista. Pero no todo es malo. Tiene el estilo de un policial americano, y esto hace que a pesar del caos, por momentos se genere cierta expectativa. La música es apropiada, logra transmitir una tensión anunciante. Goza de buena fotografía y algunos planos de la pintoresca ciudad de Estocolmo, le dan cierta belleza estética. Nuevamente lo mejor del thriller es Noomi Rapace, en la piel de Lisbeth, esta chica parece haber nacido para este papel. Cuando ella aparece el filme se torna más cautivante y a pesar de ser un personaje tan border y oscuro, es lo más brillante de la película y consigue que uno pueda identificarse con ella. Lamentablemente el rasgo piromaníaco que se esboza en el título y que dejaba en suspenso en la historia anterior, en esta segunda parte hace agua y queda inconcluso. En fin, con Los Hombres que NO Aman a las Mujeres, había dicho que es una buena opción para ver por DVD alguna tarde o noche. Esta segunda parte se reduce a esperar que la den por cable, si no hay otra mejor opción, excepto a los fanáticos de Millenium, quienes si toleran las desprolijidades de la adaptación, no se pueden perder una muy buena interpretación actoral de su heroína sueca.