La reconstrucción Las cosas marchan de maravillas para Nikki (Annette Bening). Casada desde hace dos décadas con Garret (Ed Harris) y vecina de un barrio de clase alta, organiza una suerte de segunda luna de miel en México en la que fallece su marido. Cinco años después, el panorama es desolador, con ella aún conviviendo con los objetos del difunto y visitando los mismos lugares que frecuentaban juntos. Justamente en uno de esos paseos se cruza con Tom, que es interpretado por… Ed Harris. ¿Qué ocurre? El tipo es un calco del difunto, su auténtico doppelgänger. A partir de ahí, Nikki empieza a perseguirlo en silencio, hasta que finge un encuentro casual con la única excusa de acercarse a él. El acercamiento devendrá, claro está, en amor. O al menos algo parecido, ya que ella no deja de ver en Tom al hombre que aún hoy ama. Así están planteadas las cosas en La mirada del amor. Segundo trabajo como realizador de Arie Posin (el mismo del film de culto The Chumscrubber), la película discurrirá en la relación de la pareja, las dudas de ella ante la potencial locura y los esfuerzos por evitar que sus conocidos se aviven del parecido de sus hombres. Entre esos conocidos está Roger (uno de los trabajos póstumos de Robin Williams), un amigo de Garret y vecino del matrimonio que, terminado el duelo, empezó a arrastrarle el ala a la viuda. Es cierto que la premisa invita a pensar en un resultado catastrófico, pero Posin desovilla con solvencia una bomba argumental con cierta firmeza y oficio. Esto no implica, sin embargo, que se trate de una buena película. Sin apostar deliberadamente al suspenso de Vértigo, pero con ciertas dosis de intriga, el film tiene sus principales falencias en la apelación a los lugares comunes de las tragedias románticas (ay, esa enfermedad terminal), un tono visual luminoso tendiente a la idealización de los espacios y un trasfondo melodramático ¿A favor? Las sobrias actuaciones de Bening y Harris.
El secreto mejor guardado Néstor Sánchez es, para muchos, uno de los secretos mejor guardados de la literatura nacional. Nacido en el barrio de Villa Pueyrredón en 1935, el autor de Nosotros dos y Siberia blues vivió gran parte de su vida en París, donde su amistad con Julio Cortázar le permitió formar un tándem artístico infalible. Pero después eligió perderse en Nueva York sin que nadie sepa muy bien por qué. Allí estuvo durante varios años, mientras que los suyos lo creían muerto. Hasta que un día volvió a su barrio natal, pero sin la chispa creativa de antaño. “Vaciado de épica”, le decía a sus psiquiatras durante sus innumerables visitas al centro de salud mental. Murió en 2003 en su casa. Dirigido por Matilde Michanie (Judíos por elección, Licencia Número Uno), Se acabó la épica se propone orbitar la figura de Sánchez mediante el testimonio de sus familiares y amigos, el recorrido por aquellos lugares visitados por el escritor durante su vida y la propia obra de Sánchez, atravesada de punta a punta por un fuerte tono autobiográfico. La imposibilidad de alumbrar aquellos puntos oscuros de su vida (¿Por qué se fue? ¿Qué hizo en Nueva York?) y la decisión de Michanie de evadir las imágenes de archivo tiñen al protagonista de un tono fantasmagórico que remite al manto de misterio sobre la figura de Ada Falcón del documental Yo no sé qué me han hecho tus ojos, de Sergio Wolf y Lorena Muñoz. Sin embargo, Se acabó la épica no termina de redondearse como un gran film debido a que por momentos se empantana en la reiteración de recursos (el tren como símbolo del barrio, la cámara subjetiva como encarnación del recorrido hipotético de Sánchez) y metáforas no del todo logradas.
Historia de redención y superación La industria norteamericana del entretenimiento siente una particular predilección por la historieta Little Orphan Annie. Publicada desde 1924, la creación de Harold Gray fue objeto de radioteatros y dos películas en los ’30, saltó a Broadway en 1977 –multipremiada con siete Tony– y de allí otra vez a la pantalla grande en 1982, de la mano del director John Huston. Un telefilm de 1999 al mando de un operaprimista llamado Rob Marshall, hoy “experto” en musicales gracias a Chicago, Nine y la reciente En el bosque, era la última aparición resonante de la huerfanita pelirroja y pecosa, hasta que hace un par de años el actor Will Smith decidió que ya era tiempo de volver a explotar la superación y redención detrás de aquella historia y puso manos a la obra –además de unos cuantos dólares– para una nueva adaptación. Adaptación que se propone actualizar la mitología original, desplazando la acción desde el universo poscrisis de la década del ’30 hasta el tecnologizado e hiperconectado de la actualidad y mutando los rizos colorados de Aileen Quinn por la pelambre afro de Quvenzhané Wallis, la nenita, ya púber, de La niña del sur salvaje. Los cambios exasperaron a gran parte de la crítica norteamericana, que le saltó a la yugular diciéndole de todo menos linda. Algo de razón tienen, pero el resultado final, compuesto por partes iguales de liviandad y espíritu festivo, tampoco ameritaba semejante escarnio.El desplazamiento temporal conlleva un cambio de tono marcado desde el orfanato en el cual transcurre el período inicial de la trama. Si en el film de 1982 era gris y lúgubre, aquí se percibe una claridad estilizada digna de Chiquititas, con una fealdad apolínea y artificial distanciada de cualquier atisbo de realidad. En ese universo caricaturesco se inscribe la regente interpretada por Cameron Diaz. A diferencia del personaje original, ella aquí tiene única motivación concreta para albergar a las chicas: el dinero que recibe del Estado. Igual de artificial es el magnate de las telecomunicaciones y aspirante a alcalde Will Stacks (Jamie Foxx), quien por esas casualidades andaba por los barrios bajos y salva a Annie de un accidente automovilístico. El video rápidamente se viraliza en Internet, convirtiéndose en la llave de las puertas del poder. Ni hablar si el millonario decidiera adoptarla. O al menos eso creen su asistente personal (la australiana Rose Byrne) y su asesor político (Bobby Cannavale).A partir de ahí, el film de Will Gluck (el mismo de la aceptable Amigos con beneficios) muestra cómo la relación entre Annie y Stacks pasa de la desconfianza a la camaradería y de allí al más tierno vínculo filial, reconstruyendo por enésima vez la historia del rico que redime su avaricia cuando descubre que el dinero no es lo importante. Misma redención le esperará al personaje de Cameron Diaz, que al final resulta que era un pan de Dios. Los malos, claro está, reciben su merecido, todo en medio de canciones de un optimismo innegociable puestas a intervalos regulares, cuestión de airear la narración y, sobre todo, distribuir el protagonismo del plantel actoral. 5-ANNIE Estados Unidos/2014.Dirección: Will Gluck.Guión: Will Gluck y Aline Brosh McKenna.Duración: 118 minutos.Intérpretes: Jamie Foxx, Quvenzhané Wallis, Rose Byrne, Bobby Cannavale y Cameron Diaz
El Diablo en el cuerpo “Quiero filmar un documental para mostrar la vida maravillosa que tengo”, dice Michael King mientras disfruta un picnic con su familia. No bien termina la frase, su mujer muere en un accidente automovilístico desatado a raíz de ocuparse de una tarea anodina que debía recaer en él. El cóctel culpa + tristeza + viudez es demasiado para Michael, quien -en su intento por reencontrarse con ella y cargado con un descreimiento en apariencia imperturbable- recaerá en todos y cada uno los ritos vudú / de magia negra / satánicos. La primera parte de Invocando al demonio muestra al protagonista dialogando con distintos expertos en el tema y sometiéndose a sus voluntades. El escepticismo inicial quedará rápidamente en el olvido y se desatará la posesión aludida en el título anglosajón. A partir de ahí, lo de siempre: algunos sustos, voces del más allá incitándolo a asesinar a los suyos, y el deterioro físico y mental de un personaje al que nadie está demasiado dispuesto a ayudar. Todo esto mostrado en primera persona, ya que Michael se propuso retratar su experiencia y no cejará en hacerlo ni siquiera en plena posesión: incluso con Lucifer adentro de su cuerpo, el tipo nunca se olvida de prender la cámara. Otro (y van…) exponente de cine de terror construido sobre la base de falsos archivos documentales, este debut en la dirección del también guionista David Jung aporta poco y nada al género porque a un desarrollo predecible le suma una construcción formal a puro montaje vertiginoso y encuadres imposibles dentro de la lógica “autofilmada”, anulando así cualquier atisbo de suspenso e imposibilitando el retrato del enrarecimiento progresivo del entorno mínimamente verista generados por los largos planos de la saga Actividad paranormal que, al lado de esta propuesta, resulta una auténtica obra maestra.
Sexo muy culposo Más de 40 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo transformaron la trilogía de Cincuenta sombras en un material demasiado tentador como para que los estudios de Hollywood no repararan en ella. Y así lo hicieron, iniciando una disputa por los derechos que terminó con Universal como gran ganador. Después, claro, vendría la habitual ola de rumores sobre la elección de los responsables del equipo creativo. Uno de los nombres que circuló fue el de Bret Easton Ellis, quien rápidamente manifestó que no le molestaría adaptar las novelas de E. L. James, tarea finalmente asignada a Kelly Marcel. Basta ver en pantalla Cincuenta sombras de Grey para imaginarse qué tan distinta hubiera sido en manos del autor de Psicópata americano. Distinta y seguramente mejor: más venenosa, más visceral, más retorcida, menos pulcra, menos pacata y menos anodina que la película que finalmente es.La materia prima de la primera parte de la saga invitaba a pensar en la pluma de Ellis como la más adecuada para el salto a la pantalla grande. Al igual que su emblemático Patrick Bateman, Christian Grey (Jamie Dornan) tiene todo (guita, facha, poder, labia) para que cualquiera caiga rendida a sus pies, inclusive la virginal Anastasia Steele (Dakota Johnson, hija de Don Johnson y Melanie Griffith). Pasados los histeriqueos mutuos de rigor, a la hora de los bifes el tipo saca un contrato de confidencialidad. Podría pensarse, entonces, que se trata de la elevación a la enésima potencia del universo de Psicópata americano, un lugar donde el capitalismo avanzó hasta tal punto que logró la burocratización de las relaciones interpersonales. Pero no, eso sería demasiado interesante, así que todo es reducido a la afición personal de Christian por el sadomasoquismo. ¿Qué tiene de malo? Nada, pero para él y para el film, todo. Porque aquí el sexo se vive, a la manera de Crepúsculo, de forma culposa y penitente. ¿De dónde viene su gusto? “Soy así”, se justifica, ejemplificando así una recurrencia del guión a la hora de pensar y construir a sus personajes: sus actos aparecen escindidos de contexto.En línea con los thrillers eróticos berretas de los primeros ’90 (El cuerpo del delito, Sliver), pero sin su goce culposo, la historia sigue con la chica dudando si someterse o no a los arbitrios de su dominador, mientras ambos se dan una panzada de lujos burgueses que incluye, entre otras cosas, autazos y un vuelo en planeador cuya funcionalidad narrativa es nula. Hasta que, claro está, ella empieza a tener sentimientos hacia él, llegando finalmente a las ansiadas y “polémicas” encamadas violentas. Un artículo publicado el último fin de semana en el sitio Otroscines.com muestra la disparidad de criterios a la hora de calificar un film de intenciones eróticas como Cincuenta sombras de Grey, desde la prohibición en Malasia al “Sólo apta para mayores de 12” de Francia. ¿Acaso vieron dos películas diferentes? Los galos deben haberse reído de lo lindo ante un autopromocionado “alto contenido erótico” que de “alto” tiene poco y nada, y abarca cuatro escenas de, por reloj, no más de quince minutos en total. 3-CINCUENTA SOMBRAS DE GREY Fifty Shades of GreyEstados Unidos, 2015Dirección: Sam TaylorJohnsonGuión: Kelly Marcel, sobre la novela homónima de E. L. JamesDuración: 125 minutosIntérpretes: Dakota Johnson, Jamie Dornan, Jennifer Ehle, Eloise Mumford y Marcia Gay Harden.
Lugares comunes Pocas veces una película europea llega a la Argentina cargada con una actualidad tan vigente como Dios mío, ¿qué hemos hecho? Es que el film de Philippe de Chauveron aborda las tensiones raciales puertas adentro de Francia, las mismas que prometen tensarse aún con más fuerza a raíz del atentado a la revista Charlie Hebdo. Claro que lejos de catalogarlo como una de las cuestiones más apremiantes de la política interna gala, lo hace a través de una comedia construida desde la tipificación más llana, apelando a todos los prejuicios, estereotipos y lugares comunes sobre las distintas comunidades habidos y por haber. Éxito extraordinario en la taquilla francesa con más de ¡doce! millones de espectadores (20 millones contando toda Europa), Dios mío… jamás esconde su reduccionismo racial galopante, encarnado aquí en una pareja conservadora (Chantal Lauby y un Christian Clavier, empecinado en calcar los gestos de Robert De Niro en La familia de mi novia), cuyas hijas están casadas con representantes de distintas minorías étnicas: un judío, un árabe y un chino. Todos ellos, claro, delineados con la misma fineza con la que lo haría cualquier hijo de vecino. Las reuniones familiares serán una excusa para un pase constante de facturas, con el yerno árabe cargando contra el israelí y éste, a su vez, contra el chino, todo ante el beneplácito del patriarca. El cartón se llena cuando la cuarta hija arranque a planear su casamiento con un…africano. Hasta que de buenas a primeras todos se dan cuenta que, tal como lo explicita la película, no importa en qué Dios se crea sino que todas son personas. El desenlace, sorpresa y media, es una oda a la igualdad, la conciliación y la familia.
La eterna revancha de los fantasmas La dama de negro se caracterizaba por dos elementos cada día menos habituales dentro del género del terror, como son la austeridad y la paciencia. Gran mérito del realizador británico James Watkins, quien disponía los recursos formales con muy buen pulso y se tomaba el tiempo necesario para construir una tensión por momentos insoportable en derredor de una misteriosa mansión gótica. Se convertía así la historia clásica de un fantasma rencoroso en una experiencia ominosa e inquietante hasta lo desesperante. Casi tres años después de su estreno, llega la inevitable secuela. Inevitable según los parámetros comerciales antes que narrativos, ya que, más allá de la continuidad o no de la presencia etérea, daba la sensación de que no había mucho más para contar. Viendo La dama de negro 2 queda claro que el prejuicio era correcto y el asunto ya estaba cocinado.Dirigido ahora por Tom Harper y ya sin Daniel Radcliffe ni Ciarán Hinds en los roles protagónicos, el film apuesta por replicar casi todos los mecanismos narrativos de su antecesora. El “casi” se debe a que hay cambios y omisiones que, quizá por la falta de habilidad del equipo creativo se refieren en su mayoría a aquellos elementos que mejor funcionaban, dando como resultado un film demasiado parecido a otros tantos. Así, la particularidad del creciente suspenso generado por la mirada torcida de los pobladores a la casa y a quienes se interesaran en ella, además de la certeza de lo siniestro anidando puertas adentro de la comunidad, es reemplazada por una premisa con olor a excusa: durante la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de chicos y dos tutoras/docentes huyen rumbo a las afueras de Londres en busca de paz y tranquilidad, algo que a priori creen encontrar en el enorme caserón circundado por un pantano. ¿Referencias al contexto? Pocas y de nulo peso dramático.Lo que pasará después es la típica historia de espíritus vengativos. Venganza manifestada desde el mismísimo inicio del film, cuando uno de los chicos, mudo desde la pérdida de sus padres durante los bombardeos, le haga a la profe uno de esos dibujos apocalípticos de trazo grueso y mucho rayón, manifestando unívocamente la presencia de una entidad hasta entonces vista sólo por él. La profe, además, tiene pesadillas recurrentes sobre su pasado reciente y buscará consuelo en los brazos de un apuesto piloto de aviones que, claro está, también está traumadito. Las cosas se complicarán aún más cuando un par de nenes se suiciden y todos asuman que, efectivamente, no están solos. Para el final queda uno de esos cierres tranquilizadores y mil veces vistos, con una seguidilla que arranca en la apoteosis del revanchismo del fantasma, atraviesa la “comprensión” de la docente y culmina en una escena lo suficientemente abierta como para otro capítulo de la saga. 4-LA DAMA DE NEGRO 2 (The Woman in Black 2: Angel of Death, Estados Unidos, 2014)Dirección: Tom Harper.Guión: Jon Croker y Susan HillDuración: 98 minutosIntérpretes: Helen McCrory, Jeremy Irvine, Phoebe Fox, Helen McCrory, Amelia Crouch y Amelia Pidgeon.
Todo iba bien hasta que mataron al Bobby El malvado, malvadísimo jefe de la mafia rusa (Michael Nyqvist), se dispone a saldar una traición matando a su víctima, indefensa en el piso después de un último intento de supervivencia. Lo hace disparándole dos balazos en el pecho. Una vez consumada la venganza, y cuando todo hace pensar en un corte, la cámara sigue sosteniendo el plano durante un par de segundos hasta que el silencio es interrumpido con una –otra– ráfaga de disparos. El desprejuicio, la deliberada estilización e incluso cierta comicidad subrepticia de la escena se corresponden al tono general de Sin control, regreso a los primeros planos de Keanu Reeves después de la fallida 47 ronin. Es que la enésima propuesta de acción del último lustro centrada en la venganza de un hombre ajado por su pasado y embutido en un presente poco alentador se diferencia del resto de la manada por el tratamiento que dispensa a los lugares comunes del género, recorriéndolos ya no con un respecto marcado por lo circunspecto y ominoso (ver Caminando entre tumbas, la última de Liam Neeson), sino evidenciándolos mediante su amplificación.Opera prima del veterano doble de riesgo Chad Stahelski, quien aquí dobla al propio Reeves, Sin control arranca con la muerte de la mujer del John Wick del título original. Triste y solitario, parco e inexpresivo como sólo un actor inmutable como la estrella de Matrix podría interpretarlo, circula por las calles nocturnas –todas bien azuladas, cortesía de los neones ubicuos– aquejado por el dolor de su pérdida. El único consuelo es un perrito legado por ella justo antes de partir. Una casualidad de guión hará el resto: el hijo díscolo del capomafia rojo lo ve cargándole nafta a su Mustang y se dispone a todo con tal de tenerlo, incluso ir hasta su propia casa para robárselo. Claro que él no sabía que Wick era un ex empleado de papá retirado del negocio debido a su caída en las bondades del amor, por lo que boletear al cachorro por pura saña no fue la mejor de las ideas.Así, el hitman volverá al ruedo en un raid vengativo motorizado por la que quizá sea la excusa más inverosímil de este tipo de películas en años, mientras que, desde el otro lado, una horda de mercenarios arranca la cacería. Tanto o más coreografiado que un ballet de Bolshoi, el resultado es un exponente orgullosamente básico, berreta incluso, que remite a los trabajos de John Woo de la década antepasada, tomando su estructura narrativa de Hard Target. Tal como ocurría en aquella película, Sin control dispensa no más de media hora a la asignación de roles de cada uno de sus personajes para después dedicarse a mostrarlos tiroteándose y revoleándose piñas y patadas en una escalada violenta cada plano más sanguinaria, convirtiéndose así en un juego de gato y ratón maximizado a la enésima potencia. 7-SIN CONTROL (John Wick, Estados Unidos/2014)Dirección: Chad StahelskiGuión: Derek KolstadMúsica: Tyler Bates y Joel RichardFotografía: Jonathan SelaDuración: 101 minutosIntérpretes: Keanu Reeves, Michael Nyqvist, Willem Dafoe, Alfie Allen, John Leguizamo e Ian McShane.
Partido accesible que cerró en empate La búsqueda de una producción de corte industrial en su construcción, clásica en su forma y popular en su alcance funciona en parte: el film que más a fondo se mete con el fútbol cae en la tentación del sentimentalismo, y de una banda sonora que lo subraya todo. Como Betibú, Arrebato, Tesis de un homicidio, Relatos salvajes y toda la filmografía de Juan José Campanella, Papeles en el viento es otro paso del cine argentino rumbo a aquella entelequia siempre anhelada –y pocas veces concretada– que es una producción de corte industrial en su construcción, clásica en su forma y popular en su alcance. Al primer aspecto pertenecen la elección de un libro escrito por una pluma reconocida como Eduardo Sacheri como materia base, un nivel técnico impecable y un compendio de publicidades encubiertas que abarcan desde bancos hasta fórmulas políticas de clubes y tiendas de productos musicales y electrónicos. Al segundo, un director con probados pergaminos en el manejo de los mecanismos de los géneros como Juan Taratuto (las comedias románticas No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil? y Un novio para mi mujer; el drama La reconstrucción). Y al tercero, un grupo de actores familiares para el gran público como los Diegos Torres y Peretti y los Pablos Rago y Echarri. Pero hay un detalle en el último apartado que separa a este film del resto, y es la intención de embarrarse con una pasión durante años inexpugnable para el cine vernáculo: el fútbol.Quizá por las dificultades técnicas que conlleva aprehender su esencia o la imposibilidad de mostrar en toda su magnitud la táctica detrás del juego, el deporte más popular del mundo es un tema llamativamente inhabitual en un país que, vaya novedad, exuda fútbol. Esto con la excepción de Metegol, La despedida –aquel pequeño, emotivo e injustamente soslayado film sobre un jugador amateur al borde del retiro– o la inminente El 5 de Talleres, vista en el último Festival de Mar del Plata. ¿Cambio de tendencia? ¿Mera casualidad? El tiempo lo dirá. Lo cierto es que, hoy por hoy, Papeles en el viento es aquella que más lejos llega en su intención de amalgamarlo con el cine. Al menos en la previa. El resultado final es otra cuestión.El deporte, se sabe, es uno de los temas predilectos de los norteamericanos, faro en el entendimiento del cine como industria. Esto no sólo porque abre un amplio abanico temático (redención, autosuperación, etcétera), sino por la posibilidad de generar una empatía fácil con el espectador. Y es justamente ahí donde radica el principal acierto de Papeles en el viento. Hinchas fanáticos de Independiente y habitués del Libertadores de América, los cuatro amigos –dos de ellos hermanos– se conocen desde la infancia, cuando ya tenían un rectángulo verde en la cabeza y una pelota en el corazón. La pasión y la pureza transmitida en los diálogos futboleros, la verborragia a la hora de enunciar de memoria un equipo campeón y la preocupación genuina ante la certeza de que esa joven promesa que nunca terminó de explotar, y cuyo pase fue adquirido con una indemnización, es un auténtico perro emanan un aire de nobleza y sinceridad que, sin embargo, no logra traducirse al resto de los aspectos de film. ¿Por qué? Porque esta vertiente deportiva se tira de los pelos con otra mucho más forzada y sentimentaloide centrada en los pesares individuales cotidianos (problemas laborales, económicos, amorosos y demás) y, lo peor, la muerte de uno de ellos a raíz de una “enfermedad terminal” que, para colmo, nunca se nombra, situación que retrotrae a los tiempos en los que el cine argentino llamaba al cáncer de cualquier forma menos por su nombre.Esa muerte no impide, sin embargo, que el personaje vuelva una y otra vez en forma de largos flash-backs cuya función es mucho menos el adosarle complejidad al relato que subrayar lo ya visto y dicho. Porque aun antes de explicitarlo con un largo parlamento, se entiende que aquella adquisición fue motorizada por el amor por la pelota y la idea de legarle a su hija algo más que recuerdos. Otro aspecto que tampoco ayuda mucho a la sugestión es la música. Como nueve de cada diez películas mainstream nacionales, Papeles en el viento cae en el vicio de exacerbarla cuando menos se la necesita, puntuando qué sentir y en qué momento, y marcando el ritmo de juego de un equipo que se armó para golear, pero apenas rasca un pálido 0 a 0 de local y sin público visitante. 5-PAPELES EN EL VIENTO (Argentina/2014)Dirección: Juan Taratuto.Guión: Juan Taratuto y Eduardo Sacheri, sobre la novela homónima de Sacheri.Duración: 99 minutos.Intérpretes: Diego Peretti, Pablo Echarri, Pablo Rago, Diego Torres, Cecilia Dopazo, Paola Barrientos y Daniel Rabinovich.
Ben Stiller suelto en Londres Pasaron casi diez años desde la primera entrega y Larry (Ben Stiller) ya está acostumbradísimo a ver en movimiento a todas las criaturas de cera del Museo de Historia Natural de Nueva York que vigila durante las noches. Incluso ahora también lucra usándolas como "efectos especiales" durante una cena de beneficencia. Pero las cosas salen mal porque el particular elemento que permite el hechizo está oxidándose. ¿Cómo repararlo? La respuesta está en el museo londinense. Con ese punto de partida como excusa narrativa, el grupo cruzará el Atlántico para dar pie a un film que se moverá entre la comedia y la aventura sin funcionar en ninguna de sus dos vertientes. La primera, porque es previsible, forzada y carente de la sorpresa que podían generar las entregas anteriores; la segunda, porque el guión -uno de cuyos autores se apellida... ¡Guion!- está más preocupado en destacar las bondades de los museos y la importancia de aprender que en construir una narración sólida. Se entiende, entonces, el largo y estirado desenlace destinado a clausurar la saga. ¿Algo a favor? Ben Stiller, amo y señor de cuanta película protagonice, que le pone todo su oficio para darle carnadura ya no a uno sino a dos personajes, convirtiéndose en el único que parece saber, al menos para sus adentros, lo mucho mejor que Una noche en el museo 3 podría haber sido.