Un hombre contra el sistema Como Carancho, El hijo buscado es la historia del enfrentamiento entre un hombre y el sistema. Al igual que Pablo Trapero, Daniel Gaglianó construye un thriller tenso y ominoso partiendo de un drama social, en este caso los infinitos vericuetos de la burocracia para adoptar un nene a los que son sometidos los integrantes de una pareja (Rafael Ferro y María Ucedo). Ante la enésima negativa, él decide sortear los procesos legales y viajar a Misiones para comprar un bebé recién nacido sin saber las infinitas sorpresas que le esperan en el camino. Filmada con aplomo y precisión, con más disposición a acompañar a su protagonista antes que a establecer un juicio valorativo de su accionar y con el notable aporte de un fotógrafo como Fernando Lockett, El hijo buscado construye una tensión creciente que hace de la Triple Frontera una zona donde impera la sordidez y lo ilegal.
Menos de lo mismo Vincenzo Natali irrumpió en el ámbito del cine de terror en 1997 con El Cubo, que con el correr de los años se convertiría en una película de culto. Poco más de una década después se estrenaría aquí la interesante Splice: Experimento mortal (2009). Es, entonces, un nombre con cierto reconocimiento dentro del género. Lástima que Un pasado infernal no esté a la altura de sus antecedentes. Lisa (Abigail Breslin, la niña de Pequeña Miss Sunshine ya bastante crecida) es una adolescente que hace una semana se levanta, al igual que Phil en Hechizo del tiempo, todas las mañanas para vivir el mismo día. En ese contexto, ella ve cómo su familia repite todos y cada uno de sus movimientos y frases. Hasta que, de buenas a primeras, descubre que se trata de algo así como un purgatorio y que en realidad está muerta. A partir de ese planteo Natali propone una película de terror que transita todos y cada uno de los lugares comunes (el “amigo imaginario” del hermano, un asesino serial, fantasmas que buscan ser “liberados”, conexiones con otro mundo -que en realidad es “este”-, corridas, gritos y llantos) sin ningún tipo de autoconciencia, convirtiendo a Un pasado infernal en un exponente tan genérico y desangelado como la traducción local de su título. Lo único relativamente original es el punto de vista fantasmagórico. El resto, queda dicho, es más de lo mismo. O menos.
Poco más que un simple ejercicio de estilo El estreno aquí y ahora de El examen es un auténtico misterio. Al fin y al cabo, la ópera prima de Stuart Hazeldine empezó su recorrido en el Festival de Ediburgo de... 2009 –cinco años, una eternidad en la era del Torrent– para lanzarse con el correr de los meses posteriores directamente en DVD en la mayoría de los mercados. Decisión por demás lógica, ya que su premisa inicial, el carácter opresivo y simplón de su puesta en escena, las metáforas obvias del mundo capitalista y un guión al servicio de la entrega de información en dosis tan calculadas como regulares encuentran su principal filiación en esos pequeños fenómenos que de tanto en tanto se dan en productos editados en formato hogareño.El examen empieza como El cubo. Esto es, con un grupo de cuatro hombres y cuatro mujeres encerrados en un cuarto. Claro que aquí, a diferencia de aquel film de Vincenzo Natali, ellos llegaron por decisión propia y como parte de una serie de pruebas para la selección de un nuevo empleado de una poderosa empresa cuyo rubro es desconocido por todos. Ubicados en un ambiente grisáceo y ominoso más propio de la cárcel de máxima seguridad de Escape imposible que de la frialdad apolínea de una de las oficinas de Laurent Cantet, los ocho deben contestar una pregunta en 80 minutos, respetando una serie de reglas básicas: no intentar salir, no hablarle al guardia ni romper el papel con las indicaciones. Claro que si todo fuera tan fácil como suena, no habría película, por lo que es obvio que el asunto se complicará. ¿Cuándo?, cuando ninguno sepa cuál es la pregunta a responder.Mezcla entre el carácter sociológico de El experimento (cada participante encuadra en una tipología arquetípica), las aspiraciones críticas de El método (la dualidad compañero / competencia) y el ingenio canchero de las primeras El juego del miedo, el film muestra el trabajo mancomunado del grupo, al tiempo que cada uno de sus integrantes mira de reojo a los otros y se esfuerza por parecer más pícaro e inteligente. Lo que no impedirá que uno a uno vayan abandonando el recinto. El combo se agotará rápidamente debido a la falta de ambición del film para torcerle la muñeca a su propia propuesta. Algo que sí hizo, por ejemplo, Drew Goddard en La cabaña del terror. Así, en lugar de apropiarse de la poética genérica para reflexionar sobre ella, Hazeldine apelotona mil y una vueltas de guión, convirtiendo a su debut en el largo en un simple ejercicio de estilo. Interesante, sí, pero no mucho más que eso. 5-EL EXAMEN Exam, Reino Unido, 2009.Dirección: Stuart Hazeldine.Guión: Stuart Hazeldine Simon Garrity.Duración: 101 minutos.Intérpretes: Adar Beck, Gemma Chan, Nathalie Cox, John Lloyd Fillingham y Chukwudi Iwuji.
El discreto desencanto de la burguesía Vaya a uno a saber de dónde proviene la fascinación de gran parte de los cineastas franceses por las costumbres de las clases más altas de su país. Generalmente de tono crítico y siempre dispuestos a deconstruir la aparente felicidad detrás de la riqueza, estos films encuentran a su exponente más reciente en Antes del frío invierno. Dirigida por el también guionista Philippe Claudel (el mismo de Hace mucho tiempo que te quiero y Tous les soleils), la película tiene a un matrimonio compuesto por Paul (Daniel Auteuil) y Lucie (Kristin Scott Thomas) con la vida resuelta. O, al menos, esa es la imagen que transmiten puertas afuera de su caserón vidriado, ya que adentro las cosas no andan del todo bien. Víctimas de una serie de verdades silenciadas de común acuerdo y del paso de los años, llegarán al punto máximo de su crisis cuando aparezca una joven mesera interesada en el protagonista. A partir de ahí, y con la triangulación amorosa en un estado siempre latente, Antes del frío invierno se convertirá en una suerte de Caché/Escondido menos ominoso y más volcado al drama intimista, con regalos sin remitente incluidos. Sostenido principalmente por las enormes actuaciones de la dupla protagónica, el film desembocará en un final apresurado, simplista y demasiado tranquilizador.
Golpe al corazón A Marcelo Charras definitivamente le interesan los personajes marginales invisibilizados por la sociedad. Ya lo había demostrado en su aproximación al emblemático realizador de cine porno Víctor Maytland en Maytland, y ahora repite objeto de estudio con Erasmo Chambi, un particular deportista que practica lucha libre y es referente de la comunidad boliviana del barrio de Liniers. La Paz en Buenos Aires toma a Chambi para retratar los usos y costumbres de los residentes bolivianos en la Argentina en general y el vínculo con su familia en particular. En ese contexto, sobresale la relación con su hijo y virtual heredero en la disciplina deportiva. Charras filma con una rigurosidad apabullante, observando con minuciosa atención la cotidianeidad de sus criaturas. La inteligencia de la película está en su forma de ir desplegando sus diferentes niveles de lectura (la relación paterno-filial, la otredad latente, el arraigo cultural) con una falta de subrayados notable. Así, La Paz en Buenos Aires se convierte en un nuevo documental estrenado en 2014 que vale la pena celebrar.
Escatología melancólica y crepuscular Veinte años después de la película original, que fue todo un estandarte para lo que luego se conoció como Nueva Comedia Americana, los hermanos Farrelly batallan contra el óxido de los mecanismos humorísticos de fines del siglo pasado. La reciente Boyhood hablaba acerca del tiempo. Interestelar, el paquidermo más grande y bobo del prontuario de Christopher Nolan, hacía lo propio elevando la ambición hasta terminar ensayando, ni más ni menos, un abanico de formas para deconstruirlo y someterlo a la voluntad del hombre. Tonto y retonto 2 también aborda las consecuencias del tiempo, en este caso de manera lateral pero indisimulable. Esto no sólo por la conciencia manifiesta de las arrugas que mapean los rostros de Jim Carrey y Jeff Daniels; también por un tono tristón que marca el tercer eslabón consecutivo de la filmografía de Bobby y Peter Farrelly atravesado por la certeza de que el reloj avanza tanto de éste como de aquel lado de la pantalla.El quiebre arrancó a partir del momento en que los hermanos pasaron la barrera de los 50. La primera película con medio siglo a cuestas fue Pase libre, centrada en un grupo de casados que decide tomarse una semana para dedicarse pura y exclusivamente a la joda con el objetivo de insuflarle aire a sus alicaídos matrimonios. El salvajismo y la explicitud (recordar el estornudo y la pared llena de mierda en el baño) no quitan, sin embargo, la aceptación de la imposibilidad de volver al pasado: los hombres crecieron y ahora están, incluso contra sus voluntades, perfectamente conformes con las vicisitudes de la adultez. Los Farrelly siguieron reflexivos y se despacharon con Los Tres Chiflados, un homenaje a la serie homónima cuya blancura la convierte en una comedia anómalamente naif en los parámetros habituales de la obra conjunta. Y así llegaron a la secuela oficial (existe una precuela de 2003) de aquel film estrenado en 1994 que con el correr de los años adquirió un status de referencia para los estandartes de la segunda era de la Nueva Comedia Americana: fue, al fin y al cabo, la irrupción de la estupidez en primer plano, la aceptación de la escatología en el mainstream y, con esto último, el corrimiento de los límites acerca de lo mostrable y las maneras de hacerlo.Es justamente en la forma de aceptar ese rol canónico donde está el corazón de Tonto y retonto 2. Tal como ocurre con los últimos trabajos de Adam Sandler, otro exponente de la línea fundadora del NCA, el film es una batalla contra el óxido de los mecanismos humorísticos de fines del siglo pasado, encarnada aquí a través de la apelación a chistes de una tónica similar a los vistos dos décadas atrás y en un argumento prácticamente calcado. Habrá otra vez un viaje –desatado a raíz de la búsqueda de la supuesta hija de uno de ellos para pedirle el riñón para un trasplante– que servirá de excusa poner a estos boludones nuevamente en la ruta y desatar el habitual show de morisquetas de Jim Carrey, quien, como ocurre en diez de cada diez de sus trabajos, polarizará a la platea entre amantes y detractores. Lejos del tono contenido y ominoso de su Steve Gray en la aquí no estrenada El increíble Burt Wonderstone, el actor es el centro humorístico de un film que escupe mil chistes por segundo, incluidos los de los esperables pedos farrellyanos.Claro que lo que antes era provocador hoy está normalizado, y difícilmente alguien respingue la nariz o se sorprenda ante el zarpe de Tonto y retonto 2. Seguramente conscientes de lo anterior, los directores construyen una película anacrónica que elige hacerse cargo de su condición mediante un tono melancólico y crepuscular y que opera menos como secuela que como homenaje a la piedra basal del humor de los Farrelly y, con él, al paradigma cómico instalado por ellos: allí estarán, entonces, la camioneta-perrera, los cameos de personajes de la primera y los créditos finales ilustrados con imágenes de ambas películas para evidenciar que veinte años podrán no ser nada, pero que en este caso son todo.
“Ménage à quatre” con los hijos como carnada Tienen poco de perfectas las dos madres de Adore, la primera película hablada en inglés de Anne Fontaine, la directora de Nathalie X (2004), Coco antes de Chanel (2009) o Mi peor pesadilla (2011), entre las varias de sus obras francesas estrenadas en la cartelera argentina. O quizá sí sean madres ejemplares, pero difícilmente buenas amigas. Vinculadas desde la más tierna infancia y con varias picardías en común durante la adolescencia, tal como ilustra la escena inicial, ambas han cimentado un grado de complicidad y entendimiento suficientemente sólido como para compartir gran parte de vida. Incluidos sus hijos. Pero aquello que mientras los chicos eran retoños se traducía en cariño, acompañamiento y enseñanza, con los años devino en la más lisa y llana calentura. Calentura que está muy lejos de la germinación de un deseo. Al fin y al cabo, la superficialidad del asunto y un desarrollo más preocupado por el avance narrativo (hay al menos cinco grandes saltos temporales) antes que en la profundización de las artistas emocionales de sus protagonistas hacen de Madres perfectas una mera fábula sobre la búsqueda del placer.Basada en la novela The Grandmothers, de la británica Doris Lessing, y estrenada en la Competencia Oficial de Sundance del año pasado, la película de Fontaine, coguionista junto al cotizado Christopher Hampton, marca su premisa a los diez, quince minutos de metraje. Y lo hace de forma unívoca y evidente, cuestión de quitarle a lo que vendrá cualquier interpretación contraria a la propuesta. Esto ocurre cuando las dos mujeres del título, una viuda desde hace una década (Naomi Watts) y la otra apresada en un matrimonio desgastado (Robin Wright), observan a los “nenes” ahora devenidos en muchachotes torneados mientras surfean las olas australianas. “Son hermosos, como dioses jóvenes”, coinciden. ¿Lo que vendrá?: cada una de ellas acostándose con el hijo de la otra. Bañada en tonalidades claras acordes con el paisaje costero idílico en el que trascurre la acción, Madres perfectas entrega una de las líneas más estúpidas del año: “Cruzamos una línea”, dirá una de ellas ante los cuestionamientos de la otra, como si algún espectador no se hubiera dado cuenta de que la situación difícilmente encuadre en los parámetros de la normalidad.¿Deseo incubado durante años? ¿Envidia recíproca? ¿Miedo a la soledad? ¿Temor al paso de los años? Nada de eso. O quizá sí, pero lo cierto es que el film jamás indaga en las motivaciones y potenciales insatisfacciones personales que empujan al cuarteto a tirar por la borda el vínculo ya construido. En cambio, elige un camino menos rugoso y conceptualmente más tibio como es el retrato de los hechos sin jamás poner nada en tensión. 4-MADRES PERFECTAS Adore,Gran Bretaña/Australia, 2013Dirección: Anne Fontaine.Guión: Christopher Hampton y Anne Fontaine, sobre la novela The Grandmothers, de Doris Lessing.Duración: 112 minutos.Intérpretes: Naomi Watts, Robin Wright, Xavier Samuel, James Frecheville.
Una película de esas que ya no se hacen Basada en la novela homónima de Lawrence Block, Caminando entre tumbas transcurre en 1999 y bien podría haber sido filmada en aquel año. Exponente tardío de los policiales y thrillers protagonizados por Richard Gere/Kevin Costner/Nick Nolte durante los ’90, el opus dos del reconocido guionista Scott Frank (Un romance peligroso, Minority Report: Sentencia previa, Marley y yo) es una película conscientemente anacrónica, de esas que ya no se hacen. La intención es por demás noble y digna de celebración, sobre todo en un contexto en que los films “para adultos” en la pantalla grande están en franca extinción, lo que no implica necesariamente que los resultados sean del todo satisfactorios. Liam Neeson, quien desde Búsqueda implacable parece haber caído en la cuenta de que es un gran intérprete de tipos curtidos, interpreta aquí a Matt Scudder, un ex policía alcohólico devenido en detective privado que, para variar, lidia con una horda de demonios internos acarreados de su pasado. Hasta él llega un narcotraficante, cuya esposa ha sido secuestrada y asesinada por una banda “especializada” en operar con mujeres cercanas a este tipo de personajes. Así lo demuestran varios antecedentes descubiertos por Scudder durante la investigación. Frank se muestra solvente y con el oficio suficiente para despertar interés en una historia mil veces contada mediante la generación de una atmósfera urbana opresiva, ominosa, sucia y de una peligrosidad latente, poblada por personajes que saben más que lo dicen. El problema es que jamás confía plenamente en su capacidad para hacer de su film un simple policial y le adosa una serie de subtramas –la inclusión del chico que terminará asistiéndolo es el ejemplo máximo– que enredan innecesariamente el relato. Ya en la segunda mitad, cuando se depuran los excedentes y se apuesta definitivamente a la resolución del caso, Caminando entre tumbas se convierte en el policial clásico y sin demasiadas pretensiones que debía haber sido desde el comienzo.
Lágrima fácil Estrenada en julio de 2005, Elsa & Fred fue una de esas películas silenciosas y lanzadas sin una campaña comercial grandilocuente que, sin embargo, logró convertirse en un éxito del boca a boca hasta redondear una taquilla nada despreciable de 525 mil espectadores. Las razones del fenómeno hay que buscarlas en el oficio incomparable de China Zorrilla, en el tono deliberadamente naïf y optimista del film y, sobre todo, en su capacidad para hablarse los protagonistas de tú a tú, sin jamás menospreciar la posibilidad del enamoramiento tardío entre ambos. “Un vehículo de lucimiento para su pareja protagónica y particularmente un crowd pleaser para el público español, para quien Manuel Alexandre es toda una leyenda”, describía Luciano Monteagudo en la crítica publicada en estas mismas páginas. Cámbiese “español” por “norteamericano” y “Manuel Alexandre” por “Shirley Mac Laine” y la descripción cuadrará perfectamente con la reversión angloparlante de Elsa & Fred. Dirigida por Michael Radford (El cartero, El mercader de Venecia), el film es el más novel exponente del subgénero “comedia geriátrica”, encarnado aquí por dos octogenarios –o casi: ella acá tiene 76 y no 83, como la original–, unidos primero por la cercanía de sus departamentos y después por un incipiente amor y cariño. Sus personalidades son diametralmente opuestas: él (Christopher Plummer) es un cascarrabias insoportable y ella, fanática de La Dolce Vita, es puro optimismo y vitalidad. Rodeada de un entorno familiar controlador, pero lo suficientemente empático como para caerle bien al público, la pareja irá constituyéndose sobre las bases del compañerismo y la complicidad, algo que Radford muestra con una pereza formal alarmante, pero sin paternalismo ni condescendencia, respetando tanto a ellos como a sus sentimientos. Hasta que deja de hacerlo. Sobre la última parte, Elsa & Fred apuesta a pleno por la lágrima fácil y la manipulación emocional, como si a Radford no le hubiera quedado aire para mantener la línea mesurada recorrida previamente. Una lástima.
En Pampa y las vías Estrenada en la sección Panorama del BAFICI 2012, El tramo comienza como un documental de observación acerca de la batalla del hombre –de un hombre– contra la naturaleza. Pero, con el correr de los minutos, el director Juan Hendel empezará a desplegar sus verdaderos objetos de estudio. El primero de ellos no es otro que uno de los tantos pueblos de la llanura pampeana bonaerense caídos en desgracia después del desguace del sistema ferroviario nacional y dentro de él está el segundo: el particular emprendimiento de un hombre que recorre las vías con una pequeña locomotora de factura propia. Como en la no demasiado vista Al fin del mundo, de Franca González, Hendel muestra retazos de la rutina del hombre y de su entorno natural con una rigurosidad encomiable, transmitiendo una sensación de agobio constante y manteniéndose a una distancia suficiente como para que su presencia no condicione las acciones. Eso le permitirá al film ir develándose progresivamente como uno de los buenos documentales que se estrenan semana tras semana en un silencio que, al menos en este caso, es inmerecido.