Phillip Noyce es el más joven de un grupo de realizadores australianos (Bruce Beresford, Fred Schepisi, Peter Weir) que fueron virtualmente capturados por el aparato productivo de Hollywood, adonde emigraron. “Agente Salt” es su largometraje número quince, décimo que se estrena en nuestro país, donde se hizo conocer hace veinte años con el notable “Terror a bordo”, protagonizado por una muy joven Nicole Kidman y Sam Neill. De allí en más Noyce filmó casi exclusivamente para los Estados Unidos producciones tan célebres como “Juego de patriotas” y “Peligro inminente”, ambas con Harrison Ford como el Jack Ryan escrito por Tom Clancy y también “Sliver” con Sharon Stone y “El coleccionista de huesos”, ésta última con Denzel Washington y Angelina Jolie. Seguramente los productores de “Salt” pensaron en él, dada su doble experiencia en films de espías con Harrison Ford y aprovecharon que ya conocía, por haberla dirigido, a Angelina Jolie. Mucho se ha escrito sobre la deserción de Tom Cruise en el rol central por otros compromisos de filmación, pero si de algo no cabe duda es que finalmente sólo puede celebrarse su reemplazo por la actriz de “Lara Croft – Tom Raider” y “Sr y Sra. Smith”. Como sucedía esta misma semana con otro de los estrenos (“El hombre solitario” con Michael Douglas) todo gira alrededor del personaje principal, pese a que en ambos casos se incluye a un grupo de actores secundarios que valorizan la producción. A Evelyn Salt, una agente de la CIA con un pasado en Rusia sospechoso, la acompaña Liev Schreiber (“Desafío”, “Al otro lado del mundo”) y un trío de actores europeos donde sobresale el polaco Daniel Olbrychski, actor preferido de Wajda y Zanussi, además del alemán August Diehl (“Bastardos sin gloria”) y el inglés de origen africano Chiwetel Eliofor (“El plan perfecto”, “Negocios entrañables”). “Agente Salt” suma situaciones inverosímiles a lo largo del metraje como son los saltos que realiza Jolie desde unos a otros camiones, sin sufrir rasguño alguno, en una escena muy bien filmada pero poco creíble. Pese a cierta previsibilidad (faltó sólo un cartelito anunciando “Salt 2”) reserva algunas sorpresas sobre la identidad de los espías involucrados, incluida la propia Evelyn. Pero lo que si promete y ofrece es acción vertiginosa sin límites, que no da respiro al espectador. Este cronista la disfrutó quizás porque, desde el inicio, no se propuso buscar mensajes u crearse otro tipo de expectativas que la de pasar un rato entretenido.
Existe cierto paralelismo entre la serie de películas cuyo primer título fueran respectivamente “Alien” (1979) y “Depredador” (1986). En ambos casos se alude a seres de otras galaxias¨y, debido a su éxito comercial inicial, dieron lugar a varias secuelas. Pero mientras que la primera, dirigida por Ridley Scott, tuvo su segundo capítulo (“Aliens”) 7 años más tarde, “Depredador 2” sólo precisó esperar 3 años. Otra de las diferencias es que la misma intérprete central (Sigourney Weaver) se mantuvo a lo largo de los cuatro capítulos iniciales de la serie “alien” durante 18 años y que la realización de los mismos se fue haciendo en forma ordenada y con una razonable periodicidad de en promedio 6 años. En cambio, los “depredadores” tuvieron que esperar 14 años hasta reaparecer en su tercera secuela, pero ya no estaban solos como lo señala su título: “Alien vs. Depredador”. A esta pobrísima expresión cinematográfica siguió aún otra peor (“Alien vs. Depredador 2”) y de escasa repercusión en la taquilla. Parecía que el ciclo había terminado cuando de golpe aparece ahora “Depredadores”, que mejora un poco el nivel de las anteriores, aunque no la continuidad de la serie, creando cierta confusión. Casi se podría decir que genera una nueva serie, como lo insinúa claramente el final de la que se acaba de estrenar. ¿El lector se podría preguntar entonces cuál es el nuevo giro que se introduce y la respuesta la tendría al comprobar, a los pocos minutos de iniciada la proyección, que estos “depredadores” no están en nuestro planeta. O más precisamente que los terrestres que caen, en la primera escena en paracaídas, lo hacen en un astro que no es la tierra. A diferencia de las secuelas precedentes, en esta oportunidad se ha convocado a algunos actores más conocidos, comenzando por Adrien Brody (“El pianista”), que no tiene el “physique du role” que su personaje exigía. Algo más acertada fue la elección de la única figura femenina que recayó en Alice Braga, sobrina de la famosa intérprete de “Doña Flor y sus dos maridos”, y que por momentos recuerda a Sigourney Weaver, cuando joven. El resto de los terráqueos, excluido Laurence Fishburne a quien ellos encuentran luego de su descenso, parece una delegación de las Naciones Unidas conformada por actores en su mayoría pocos conocidos. A este cronista le impresiona el nombre de uno de ellos: Mahershalalhashbaz Ali, nacido en California y del resto hay uno que es mezcla de chino y taiwanés (Louis Ozawa Changchien), otro ruso (Oleg Taktarov) y un tercero latino (Danny Trejo), que ya protagonizó doscientos films y series y es amigo de Robert Rodríguez (“Planet Terror”). Este último se ha reservado un rol de productor y mucho hubiese beneficiado a “Depredadores” su presencia en la dirección que ha quedado en mano del realizador de origen húngara Nimród Antal. Lo mejor de la película son los efectos especiales y si bien no aburre tampoco aporta mucha originalidad. Para los amantes del género no defraudará, pero para quien busque originalidad como la que se encontraba en la primera de la serie, ésta no es su película.
La filmografía del director alemán Oliver Hirschbiegel se conoce en su casi totalidad en nuestro país. “El experimento”, su primer largometraje filmado en 2001 y estrenado dos años después en Argentina, resultó sólo parcialmente logrado aunque anticipó el interés de su realizador por el tema del nazismo. Habría que esperar hasta el 2004 para que su nombre saltara a la fama con la notable producción “La caída”, que además marcaría un antes y un después en la vida del actor Bruno Ganz. Muy fallida, en cambio, resultó su penúltima película (“Invasores”), tercera remake de “Invasion of the Body Snatchers”, cuya original y muy superior de 1956 fuera magistralmente dirigida por Don Siegel y aquí conocida como “Muertos vivientes”. Hirschbiegel cambia totalmente de escenario con su más reciente realización: “Cinco minutos de gloria” (“Five Minutes of Glory”) al ambientarla en Irlanda del Norte y basarla en un hecho real sucedido en 1975 en el Ulster. Las primeras escenas son impactantes al mostrar el asesinato del católico y militante del IRA, Jim Griffin, que es cometido por el protestante Alistair Little personificado por Liam Neeson. Testigo involuntario de dicha matanza es Joe, el hermano menor de Griffin, quien se encontraba en la puerta de su casa jugando inocentemente con una pelota. La acción se traslada casi a la actualidad en que un Joe adulto, interpretado por James Nesbitt (actor de “Bloody Sunday”, de Paul Greengrass sobre un tema similar), recibe una extraña propuesta. La televisión local lo invita a participar de un programa, cuyo leitmotiv son las “reconciliaciones”, a fin de que se produzca su reencuentro con el asesino de su hermano, aparentemente arrepentido de lo actuado en el pasado. Gran parte de los escasos noventa minutos del film transcurren mostrando los preparativos del programa, con numerosas idas y vueltas y algo de suspenso, llegándose hacia el final al esperado cruce de ambos personajes. Deliberadamente se han acentuado y subrayado las diferencias entre ambos, contrastando la aparente calma (o resignación) del asesino con el exacerbado nerviosismo del vengativo hermano de la víctima. La resolución de la trama puede considerarse original y algo sorpresiva pero no es ése el mayor mérito de un film algo menor, donde lo que sobresale son las actuaciones que incluyen a la rumana Anamaría Marinca (“Cuatro meses, tres semanas, dos días”) en el rol de una comprensiva productora televisiva.
Un último film de animación se agrega a la larga lista de estrenos, cuyo objetivo es acaparar la mayor cantidad de gente en unas vacaciones de invierno con gran afluencia de público. Su título original (“Despicable me”) refiere a un ser despreciable o vil, al que aquí se tituló, algo libremente, como “Mi villano favorito”. Y el arranque este jueves no podría ser mejor, al ocupar el primer puesto de la taquilla con más de 50.000 espectadores en casi cien salas de cine, algunas en 3D. La gran perdedora fue “Shrek para siempre” que, por un desacuerdo entre su distribuidora (UIP) y dos de las cadenas más importantes de cine, llevaron a que éstas la retiraran de cartel. De esa manera, el film del ogro verde no tendrá ninguna chance de desplazar del primer lugar entre las más vistas a “Toy Story 3”, que al superar los 3 millones de espectadores se asegura prácticamente el privilegio de ser la más taquillera del 2010. Y seguramente la ganadora de algunos Oscars el año que viene por sus excelentes críticas y notable performance a nivel mundial. La que ahora nos toca comentar es el primer producto de animación de Universal que aquí se estrena, con lo que queda claro que Disney ya no está sola pues también otros sellos como Dreamworks (acá también distribuida por UIP), FOX (“La era del hielo”) y Sony – Columbia (“Lluvia de hamburguesas”), han venido incursionando en el muy rentable negocio del dibujo animado. Codirigida por los debutantes en el largometraje Chris Renaud y Pierre Coffin, de origen francés, introducen a una serie de personajes “nuevos” comenzando por el villano Gru que al final no lo será tanto. Mucho tendrá que ver un trío de huerfanitas que Gru adopta y que lo distraen de su objetivo mayor: nada menos que robar la luna, para superar a otro villano, Vector, su archienemigo. Para lograr su meta contará con un ejército de enanitos amarillos, los minions, con uno o dos ojos, y con el doctor Nefario, un científico que le provee una serie de artefactos al estilo de aquellos usados por James Bond. Como se ve, nada demasiado original, pese a tener a favor no ser pretencioso y lograr entre los más pequeños una notable adhesión, como este cronista pudo comprobar el jueves en una sala colmada. Por una vez, las voces en un castellano neutro o, en el caso de Gru, algo germánica están adecuadamente dobladas, aunque es probable que no logren superar a las originales de Steve Carrell y Julie Andrews, entre las más célebres. A diferencia de otras película del género, “Mi villano favorito” usa un esquema que se podría asemejar al de una serie de cortos de animación, como por ejemplo del “correcaminos”, yuxtapuestos. Por momentos parece conformado por capítulos entre los que se destacan el inicial (pirámide de Giza), uno que refleja los problemas psicológicos de Gru con su madre y un tercero con las niñitas en un parque de diversiones.
La producción anual de documentales en Argentina necesitaba con urgencia un lugar para su exhibición. Desde hace pocas semanas el Arteplex Belgrano ha destinado una de sus salas a la exclusiva proyección de este tipo de expresión cinematográfica. La iniciativa es del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales y se conoce como Incaa-Doc. “El viaje de Avelino” es su primer estreno y sobre el mismo se han vertido opiniones muy diversas, en algunos casos referidas a la obra de Kiarostami. El parangón con las películas de dicho realizador es, en opinión de este cronista, poco justificada ya que lo que se propuso el realizador Francis Estrada es de muy diferente naturaleza. En una reciente emisión radial de Cinefilia (FM La Tribu, junto al colega Luis Kramer) se pudo dialogar con Estrada, quien explicó la génesis de su documental. El intento era reproducir, de la manera más fidedigna posible, un hecho que tuvo alguna resonancia en la prensa local, y de hacerlo sin ningún tipo de “amarillismo”. Se trataba del viaje que debió realizar Avelino Vega en el 2005 desde el perdido villorrio de Río Grande (Catamarca), más apropiado sería decir un conjunto de casas miserables, para llevar a una de sus hijas hasta el hospital más cercano en Fiambalá. El director optó por una variante difícil de plasmar, la de hacer intervenir a las verdaderas personas y filmarlas repitiendo lo ocurrido poco tiempo atrás. Para ello contactó a Avelino y su hija Nely y al resto de la familia, cuando aún estaba fresco el evento. Ese fue el paso más difícil y mérito del realizador el tesón que puso para convencerlos y al poco tiempo iniciar el rodaje. El resultado es un documental de algo más de una hora, correctamente filmado y con medios modestos que no desentonan con el agreste medio en que debió desenvolverse la producción. Se advierte el intento de evitar pintoresquismos, incluso en la música elegida como reconoció Estrada, sin por ello dejar de mostrar escenas clásicas como el acto de carnear un cordero, la reiterada utilización de mulas para moverse en la montaña, la fragilidad de las comunicaciones (nada de celulares ni menos computadoras) y la iluminación nocturna con linterna durante la travesía. “El viaje de Avelino” no tiene más pretensiones que la de mostrar con sinceridad la existencia de otra Argentina, lejos de las grandes ciudades. Su mayor mérito es que logra conmover y mover a la reflexión. Se trata de una obra modesta, sin grandes alardes técnicos y a la que se le pueden encontrar defectos o limitaciones. Pero como se indicaba al inicio de la nota no parece justificada su comparación con la del genial iraní, siendo quizás un referente más próximo el no hace mucho fallecido Jorge Prelorán.
“Shrek” debió terminar en trilogía en el 2007, pero el estudio Dream Works, pensando en sacarle un poco más de provecho al personaje, nos presenta ahora a la que afirma ser la última: “Shrek para siempre” (“Shrek Forever After”). En verdad, la serie ya se había agotado hace tres años con “Shrek Tercero”, que fue la peor de las cuatro, lo que no significa que la actual exhiba demasiados méritos. Cuando la primera irrumpió en el Festival de Cannes del 2001 produjo una verdadera revolución en el campo del film de animación, al ser presentada en el mayor evento de cine del mundo con claras chances incluso de llevarse la Palma de Oro. La segunda, tres años después, volvió a ser codirigida por Andrew Adamson y sin llegar al nivel de la original no decepcionó merced en parte a la incorporación de nuevos personajes donde sobresalió el Gato con botas, con voz de Antonio Banderas en la versión original. La ausencia de Adamson (se dedicó a dirigir la serie de “Las crónicas de Narnia”) se sintió en “Shrek Tercero”, donde los numerosos nuevos personajes (Cenicienta, la Bella Durmiente, Lancelot, Capitán Garfio, Merlin, etc.) sólo contribuyeron a crear caos, en medio de un pobre argumento cinematográfico. Es justamente este último concepto el mayor déficit de “Shrek para siempre” que ahora dirige Mike Mitchell (“Gigoló por accidente”, “Súper escuela de héroes”). Aparece en esta oportunidad Rumpelstilstkin, un nuevo personaje que al igual que otros anteriores (Raspunzel, Cenicienta) fueron popularizados por los hermanos Grimm. Alrededor de él gira gran parte de la trama consistente en un engañoso acuerdo con Shrek, que le permitiría a éste recuperar su poder de asustar a la gente a cambio de un día de su vida. Hay algo más de ritmo que en la versión de 2007 y nuevos personajes como un ejército de brujas y el flautista de Hamelin, que sin embargo no ayudan mucho a elevar el interés de la historia. En cuanto a los más tradicionales, tanto Burro (voz de Eddie Murphy en inglés) como Gato con botas son los que protagonizan los esporádicos, aunque más cómicos momentos. Las canciones están bien elegidas, siendo en su mayoría clásicos temas de rock de intérpretes tan populares como los Carpenters, Lyonel Ritchie y Stevie Wonder. Es de esperar que ésta sea la última de una serie que se viene agotando, aunque siempre se podrá temer que pueda resurgir, por ejemplo, siguiendo a alguno/s de los personajes de Shrek. En caso de duda, para el espectador que desee ver un film infantil (con o sin chicos), nuestra recomendación es clara: “Toy Story 3”, que al igual que ésta se puede ver en 3D y también en versión en castellano.
El 13 de julio próximo, el francés Jacques Perrin cumplirá setenta años de una vida consagrada con enorme fervor al cine. Algunos lo recordarán por su actuación en “Z”, el extraordinario film de su amigo Costa-Gavras, que también lo dirigiera en “Crimen en el coche cama”, debut cinematográfico del realizador griego. Otros lo tendrán presente por su aparición en “Cinema Paradiso” en el rol de Salvatore Toto (adulto). Los más memoriosos rescatarán su etapa italiana con films tan famosos como “La muchacha de la valija” (junto a Claudia Cardinale), “Dos hermanos, dos destinos” (con Marcello Mastroianni) y “El desierto de los tártaros”, todas de Valerio Zurlini. El múltiple actor, productor (más de 30 films) y más recientemente director de documentales como el inédito “Le peuple migrateur”, vuelve a este último rol con “Océanos”, junto a su colega Jacques Cluzaud. Se trata de una producción muy costosa al utilizar técnicas de filmación aéreas y sobre todo marinas con sofisticados equipos y cámaras, muchos especialmente creados para esta película. “Océanos” se inicia y cierra con un trío de preguntas: “¿Qué es el mar?, ¿Qué es el océano?, ¿Cómo describirlo?”, que un niño le hace a su auténtico abuelo, el propio Jacques Perrin. Lamentablemente la voz que se escucha no es la de éste, ya que la versión presentada en Argentina es en español y la expresividad de quien hace el doblaje deja mucho que desear. Pero el reparo anterior no se limita a esto ya que el mensaje ecológico sólo llega recién al final de los algo repetitivos y extensos (para un documental) cien minutos de duración. Del lado positivo, lo primero a señalar son las increíbles imágenes submarinas con especies, algunas conocidas como delfines, tiburones, ballenas, pulpos y rayas y otras de peces que habitan las profundidades de los mares y cuyo aspecto exterior hace pensar en animales antediluvianos. A ello se agregan tortugas, cangrejos, medusas, iguanas, focas y numerosos pájaros marinos. El sonido, sobre todo en el fondo del mar, es otro elemento gravitante aunque por momentos parece algo artificial y su utilización puede aparecer algo abusiva. Esa es, al menos, la impresión de este cronista, ya que distrae la atención del valor más singular del documental, que es el visual. Una imagen repetida y dramática es la que se resume en el célebre aforismo: “el pez grande se come al chico”. Delfines y tiburones que se comen a increíbles cardúmenes y verdaderos “vórtices” de pececitos pueden afectar a los espectadores más pequeños. Más patética aún es la escena en que gaviotas, que parecen aviones en picada, atrapan y matan a indefensas tortugas pequeñas. Recuerdan a la película “La familia suricata”, donde otras aves depredadoras hacían algo parecido con los animalitos que dan título a ese film. Quizás hubiese sido conveniente evitar la reiteración de escenas donde mueren tantos animales indefensos. Pese a todo, la película es visualmente muy original y es una pena que recién al final se vean imágenes de mares contaminados con envases de plástico y hasta un carro de supermercado en el fondo del agua! Si el mensaje era la amenaza ecológica y la extinción de especies, llega demasiado tarde en el film y es superado por la realidad reflejada por la prensa en este mismo momento al referirse a la contaminación de petróleo en el sur de la costa norteamericana. En conclusión, esta producción muy exitosa en Francia y otros países europeos, puede verse por sobre todo por el poder de sus imágenes, muchas inéditas.
En una reciente emisión del programa radial semanal “Cinefilia” se pudo entrevistar, junto a Luis Kramer, al director y al coguionista de “Flame y Citron”. Ole Christian Madsen, su realizador, venía de terminar la filmación de su siguiente película cuyo sugestivo nombre, “Superclásico”, alude al encuentro entre los dos equipos de fútbol más populares de nuestro país. En cuanto a Lars Andersen, ya entrevistado hace un año en la radio (FM La Tribu), se puede señalar que ha llegado, según parece, para quedarse en forma permanente en Argentina. La cinematografía danesa no posee demasiados nombres conocidos siendo quizás Susanne Bier su figura más popular en la actualidad. Dos de sus realizaciones estrenadas localmente, “Corazones abiertos” y “Después del matrimonio”, contaban como intérprete principal a Mads Mikkelsen, a quien se ha visto en superproducciones tales como “El Rey Arturo” y “Casino Royale”. El es ahora Citron, un personaje real que junto al más joven Flame (Thure Lindhart) integraron una pareja de resistentes daneses durante la Segunda Guerra Mundial. La acción se sitúa hacia mediados de 1944, cuando aún Copenhague estaba ocupada por los nazis. Por momentos recuerda a “Black Book” del holandés Paul Verhoeven, otro film sobre la ocupación. El pelirrojo Flame es quien ejecuta, a menudo a sangre fría, a colaboracionistas y oficiales alemanes mientras que el más veterano Citron, cuyo seudónimo nace de su pasado trabajo en una fábrica de autos, hace de chofer. Pero a veces los roles se invierten sobre todo porque el joven dice no poder matar fácilmente a una mujer. Justamente será su conflictiva relación con Ketty Selmer (Stine Stengade) una circunstancia decisiva en la vida de ambos. Es poco clara la vinculación de ésta con el jefe de la GESTAPO, Karl Heinz Hoffmann, una buena interpretación de Christian Berkel (“Operación Valquiria”, “Bastardos sin gloria”). La oscuridad de los personajes se extiende a otros entre los que se incluye al padre de Flame, en cuyo hotel se alojan militares alemanes de alto rango. Pero incluso la misma se extiende a las propias figuras centrales a los que no se presenta como seres valientes, sino más bien como antihéroes. Esto queda patentizado en una escena en que Citron le afirma a su esposa que, una vez finalizada la guerra, él deberá ir a la cárcel por las cosas que ha hecho y se pregunta qué es la dignidad. Como señalara en la entrevista Christian Madsen, la película provocó mucha polémica en su estreno en Dinamarca al mostrar el lado más oscuro de la resistencia, pese a ser en el balance bien recibida. Esta ambigüedad es sin duda uno de los mayores méritos de “Flame y Citron”, un bienvenido estreno en épocas del año en que el grueso de la oferta fílmica se orienta hacia obras pasatistas.
En 1995 se estrenó “Toy Story”, el primer largometraje de animación totalmente computarizado de la historia del cine, con recursos gráficos tridimensionales. Producto de Pixar, empresa del Silicon Valley, fue dirigido por John Lasseter su verdadero creador. Cuatro años después llegó la inevitable secuela, “Toy Story 2”, manteniendo buena parte de los méritos de su antecesora. Después aparecieron otros productos de Pixar, entre los cuales uno dirigido nuevamente por Lasseter en 2006 (“Cars”). Cuando el ciclo de dibujos sobre los juguetes que tienen vida propia parecía cerrado, irrumpe once años después “Toy Story 3”, con un nivel de calidad que denota los notables avances tecnológicos de la animación totalmente digital. Si uno quisiera buscar una razón por la cual tras tanto tiempo reaparece esta serie, la respuesta más probable debería encontrarse en el renacer de los films 3D, que en los últimos años vienen proliferando en forma geométrica. Este tipo de películas tuvo un breve auge en la década del ’50 con unos pocos títulos, entre los cuales cabe recordar algunos productos de clase B como “Museo de cera”, “La carga fatal” y “El fantasma de la Rue Morgue”. La moda pronto se extinguió y muy de tanto en tanto reaparecieron otras películas en 3D. “Toy Story 3” se puede ver en Argentina en cuatro variantes como producto de la existencia de una versión original subtitulada y otra hablada en castellano y además con o sin 3D. Este cronista la vio sin este último artificio aunque estima que es poco lo que se pierde por no usar los anteojos, especialmente provistos en ciertas salas. En cambio, prefirió verla en inglés ya que las voces originales tienen una frescura que probablemente se pierda en la versión doblada, que sin embargo puede justificarse para los espectadores más pequeños. En “Toy Story”, la original, el niño Andy tenía apenas unos seis años y su juguete preferido era Woody, especie de sheriff de trapo cuya voz era y sigue siendo la de Tom Hanks. A Woody le aparecía un rival, Buzz Lightyear (voz de Tim Allen), un astronauta que sin embargo terminaba por ser compinche del vaquero. Aquí Buzz sufrirá más de un cambio por sucesivos “reseteados”, en uno de los cuales lo veremos hablando el español de la Madre Patria. Varios otros juguetes se repiten desde el inicio de la serie, entre los cuales un simpático chanchito alcancía de sugestivo nombre (Hamm), un dinosaurio conflictuado (Rex con voz del frecuente actor de Woody Allen, Wallace Shawn), un perro salchicha y elástico, el tierno Slinky Dog y Mr. Potato Head (voz de Don Rickles). En esta oportunidad los creadores de Pixar han agregado algunos personajes más destacándose un oso de peluche de nombre Lotso (voz de Ned Beatty), que esconde, tras su inocente rostro, un perverso personaje. También reaparece la muñeca Barbie, ahora acompañada de Ken, notable composición en la voz de Michael Keaton, que protagoniza uno de los momentos más cómicos de la película en un vestidor. Otros muñecos adquieren mayor relieve como la “cowgirl” Jezzie, a la que le presta su voz Joan Cusack. Incluso hay un personaje que resulta ser un teléfono de juguete, cuya participación tiene lugar en uno de los tantos momentos dramáticos de la historia. Al tener Andy edad suficiente para irse a vivir sólo y estudiar en una universidad, los muñecos se ven de golpe obligados a mudarse a una guardería de engañoso nombre (Sunnyside). Cuando a la mañana siguiente el lugar sea virtualmente invadido por un grupo de niños excitados, se verá a los muñecos volando por el aire y en particular al dinosaurio Rex y al matrimonio Cabeza de Papa, buscando partes de su cuerpo. Lo notable de esta propuesta es el ritmo ensordecedor que logra gracias a la tecnología digital de avanzada, de la que hace alarde este film. La historia no da respiro y hacia el final entra en momentos dramáticos, que pueden angustiar a los más pequeños. Pero por suerte y como era de esperar en este tipo de producto el final será feliz y al mismo tiempo satisfactorio, sin caer en golpes bajos. Lo que si quedará en la retina de grandes y chicos es la añoranza y el cariño, según el caso, por los juguetes. Se podría decir que estos muñecos tienen vida y son capaces de ser tan expresivos como verdaderos actores de carne y hueso. Para muestra basta el ejemplo del oso Lotso, que parece parodiar a gangsters famosos, vistos hace más de cincuenta años en la pantalla grande. En otro extremo ubiquemos al chanchito Hamm, quien hacia el final se imagina interpretando a un famoso personaje de nombre “Hammlet”!
Con una población cercana a los cincuenta millones de habitantes Corea del Sur es, seguramente después de los Estados Unidos, uno de los países con mayor porcentaje de espectadores locales. Anualmente un 50 por ciento del público coreano ve films de su país. El número de estrenos locales por año en Corea del Sur es de alrededor de cien, contra unos 70-80 en Argentina. Al estrenar allí anualmente unos 350 títulos contra algo menos de 300 en Argentina, los porcentajes de películas nacionales (25-30%) son parecidos en Argentina y Corea. Pero la gran diferencia está en la concurrencia ya que en nuestro país apenas alcanza al 10%, máximo 15% cuando aparece un “El secreto de sus ojos”. Todo esto viene a colación de la presentación esta semana en Argentina de ”Los senderos de la vida” (“Treeless Mountain), segundo largometraje de la realizadora So Yong Kim (“In Between Days”). Conocido básicamente en los BAFICI, últimamente se está viendo menos cine del Lejano Oriente. La causa principal es la retirada del mercado de más de una distribuidora independiente especializada en este tipo de producciones, ante el bajo retorno de las inversiones en este tipo de producciones. El relato de esta película coreana está centrado en la suerte de dos hermanitas de seis y cuatro años respectivamente, abandonadas primero por el padre y luego inclusive por la madre. Quedan a cargo de una tía alcohólica (hermana del padre), que pronto busca deshacerse de la que considera una pesada carga. Un poco a la deriva, las niñas encontrarán en la abuela materna un respiro luego de un largo deambular sin claro destino. El atractivo de “Los senderos de la vida” no radica tanto en su sencillo argumento sino en la notable interpretación de Kim Hee-Yeon en el rol de Bin, la hermana mayor. Cuando en un momento dramático de la trama le dicen que “es igual a la madre” ella responde, con singular agudeza, que ello no es así para nada para luego agregar que “mamá es una mentirosa”, en alusión a la deserción de la progenitora. La directora reconoce que su obra es algo autobiográfica lo que le otorga mayor autenticidad a la trama que ella desarrolla. En verdad se trata de una coproducción con los Estados Unidos, pese a estar filmada totalmente en los alrededores de Seúl. Ocurre que el coproductor es el norteamericano Bradley Rust Gray, marido de Yong Kim. La película no tiene propiamente un final definido, una prueba más de que aquí lo que se privilegia es la descripción de las relaciones familiares con momentos de gran ternura como las que deparan los juegos de las hermanitas con un chanchito alcancía, que parece tomar vida.