Luego de haber visto “El día del juicio final” del director australiano Gregor Jordan uno logra entender por qué en su país de origen, Estados Unidos, no fue estrenada en cines y fue directamente a video. Ocurre que “Unthinkable”, tal su título final que podría traducirse como “impensable” o mejor aún como “inimaginable”, incomoda. Y por más de una razón. Por un lado está su tema central: la amenaza que hace un norteamericano de origen árabe, una excelente actuación de Michael Sheen (“Frost/Nixon, la entrevista del escándalo”), de no detener la explosión de tres bombas atómicas instaladas en grandes ciudades de su país, si no se atienden sus demandas. Está claro que el film explota una fobia que se ha instalado en el país del norte desde el 11 de septiembre de 2001 de que se produzca otro desastre, como el aquí se insinúa. Pero hay otro tema que enriquece la propuesta de la película y que tiene que ver con los métodos que se usan, basados en diversas formas de tortura, y que no toda la población norteamericana reconoce ni condena. Aquí la misma la ejerce un personaje detestable de nombre Henry Humphries o simplemente H (Samuel L.Jackson), buen padre de familia pero ejecutor implacable de métodos inhumanos en donde “el fin justifica los medios”. Y ese objetivo es descubrir dónde están las bombas. Para ello someterá al amenazante Steven Arthur Younger (Sheen) a los peores tormentos, amputándole dedos de la mano, aplicándole electrodos en su cuerpo, sumergiéndolo en agua para que no pueda respirar y muchos otros suplicios. Cabe aclarar que estas escenas que llenan buena parte del metraje son de difícil tolerancia para un público sensible y si bien no son del todo gratuitas pueden molestar a más de un espectador. A modo de contraste con H se ubica el personaje de la agente del FBI, Helen Brody, que interpreta en forma convincente Carrie-Anne Moss (“Memento”, “Matrix”), quien prueba “por las buenas” de sacarle la información a Younger. Sus intentos fracasan pero también los de H no llegan a buen puerto y es entonces que, faltando tres horas para el posible estallido (y algo menos de media hora de película), la estrategia aplicada será distinta. La misma consistirá en poner frente al terrorista a miembros de su familia (esposa, dos hijos pequeños) y, sin ética alguna, amenazar en aplicarle los mismos métodos (aquí H usará la expresión “unthinkable”). Serán las escenas más duras de soportar (ya se lo habíamos advertido al posible espectador) y el final, algo más convencional, no defraudará a quienes se hayan quedado en la sala hasta la aparición de los títulos. Este cronista confiesa que la película lo atrapó lo suficiente como para no levantarse antes de la butaca y para afirmar que, sin ser un gran film, “El día del juicio final” se deja ver.
Hace cuatro meses tuvimos oportunidad de comentar “Mi villano favorito”, un film de animación con el cual “Megamente” (“Megamind”), uno de los estrenos de la semana, comparte más de un parecido. Ambos se presentan en versiones 3D y 2D y mayoría de copias dobladas al castellano. Pero donde la semejanza se manifiesta más intensamente es en las características de la figura central, ya que en ambos casos se trata de un “villano” que en el fondo no lo es tanto. Este tipo de personaje ambivalente es característico de muchas producciones, sobre todo del cine norteamericano, donde no todo es como parece. “Megamente” tiene un comienzo impecable y a gran ritmo con la presentación de dos bebés extraterrestres, el que da el título al film y otro de nombre Metroman que llegan a la tierra (vaya a saber de que otra galaxia) y caen en lugares muy diferentes. Mientras que el primero y central va a dar directamente a una prisión donde los reclusos deciden virtualmente “adoptarlo”, el otro es recibido en un hogar con cuna de oro. Pasa el tiempo en Metrociudad y volvemos a encontrar a los ex bebés ya adolescentes. Ya a esa altura el espectador percibe claras referencias a Superman, tanto por el nombre del lugar donde transcurre la acción como por las características de los personajes. Para hacer aún más palpable la semejanza aparecerá Roxanne Ritchi, una periodista de mucho carácter que remite en algunos aspectos a Lois Lane y que se enamora de Metroman y desdeña a su rival, que digamos de paso, es de color celeste y con notorio aspecto extraterrestre. Habrá todavía un cuarto personaje importante de nombre Hal (referencia a Kubrick?), cameraman ingenuo enamorado de Roxana, que tendrá fuerte protagonismo en la media hora final, la mejor del film. No conviene revelar mucho más sobre el profundo cambio que sufre Hal (luego Titan) en esa parte final ante la virtual desaparición de Metroman. Sólo decir que dentro de la hora y media que dura “Megamente” entre el inicio y la inteligente conclusión hay en el medio un profundo bache narrativo difícil de comprender. Y que, sin embargo, en conjunto la propuesta convence amén de contar con otros elementos de interés. Por un lado, una banda musical sobresaliente con temas de AC/DC, Ozzie Osbourne, Guns N’ Roses, Jeff Lynne (de ELO), Gilbert O’Sullivan, Michael Jackson y música instrumental del gran Hans Zimmer. Por el otro, las voces en la versión original de Will Ferrell, Brad Pitt, Tina Fey y el propio Ben Stiller (también productor). Quienes como este cronista vean la copia en 2D y en castellano sentirán probablemente la ausencia de efectos 3D, que parece están bien utilizados, debiendo además soportar términos poco habituales como “recórcholis”, “palomitas” o ignotos como “fiesta lechona”. Pero se regodearán con el resto y con un personaje, aún no mencionado, consistente en una especie de simpático pececito dentro de una traje espacial, que asesora a Megamente.
Las últimas semanas del año suelen ser “flacas” en estrenos de calidad, presentándose títulos largamente postergados y de escaso interés, además de material que se sabe será desplazado apenas empiecen a estrenarse los habituales “blockbusters” de fin de año. Uno de estos ya llegó la semana pasada (“Harry Potter y las reliquias de la muerte – Parte1”) y otros lo sucederán como es el caso de “Megamente”, que se estrena la semana próxima. “Skyline: La invasión” es un film menor del género de ciencia ficción dirigido por los hermanos Colin y Greg Strause, cuyo único antecedente en el largometraje es la codirección de “Alien vs Depredador 2” Los hermanos Strause son más conocidos en el mundo de Hollywood por su participación en la producción de efectos (FX) en grandes éxitos comerciales tales como “Avatar” y “Titanic”. En “Skyline” lo único no convencional son justamente los efectos especiales, mientras que en el resto de los rubros (guión, actores, música, etc) las diferencias con las dos películas de John Cameron resultan abismales. La primera escena ya revela el género al mostrar el cielo de Los Ángeles poblado de luces misteriosas que caen a la tierra. Los personajes principales son testigo de la fuerte iluminación que produce tal invasión pero poco después la acción retrocederá algunas horas y habrá que esperar unos treinta minutos de proyección antes de que se repita prácticamente en forma idéntica esa primera escena impactante. Esa espera de media hora puede llegar a ser soporífera para un espectador algo exigente. La pareja central integrada por Jarrod y Elaine llega a California invitada por su amigo Terry, a quien los negocios parecen irle muy bien como lo prueba el lujoso auto con que los busca y el edificio con piscina donde convivirán con su anfitrión. Una vez arribados, Elaine le comunica a Jarrod que está embarazada. Este, interpretado por Eric Balfour es un actor cuya expresión y musculatura recuerdan a un Sylvester Stallone joven, pero aún menos expresivo lo que subraya sus limitaciones. Scottie Thompson (Elaine) es bonita y un poco mejor actriz. El resto de los pocos personajes (excluidos los extraterrestres) se reducen a la novia de Terry, a una amiga (o quizás algo más) y compañero y a un vecino del edificio, de armas tomar. La última hora tendrá un crescendo en acción aunque siempre dentro de un relato convencional con visitantes del espacio llegados en grandes naves espaciales y con largos tentáculos, tan habituales en este tipo de seres de otras galácticas. La pareja de Jarrod y Eliane serán virtualmente “chupados” a la nave espacial y en la parte final el estado grávido de ella aportará uno de los pocos momentos rescatables de esta olvidable producción.
Hace apenas tres años, “Desapareció una noche” del actor devenido director Ben Affleck sorprendió a prensa y público internacional. El rol principal lo tenía su hermano menor Casey, bien secundado por Morgan Freeman y Ed Harris entre otros. La carrera de Ben Affleck como actor no había sido hasta entonces demasiado brillante. Sus inicios, en la primera mitad de la década del ’90, tuvieron al menos el mérito de que fuera dirigido por interesantes directores independientes. Richard Linklater y Kevin Smith, en varias oportunidades, rodaron con él. Pero al entrar al nuevo siglo y cobrar notoriedad con “Pearl Harbor”, “La suma de los miedos” y sobre todo con la no estrenada “Gigli” (un desastre cinematográfico), ganó convicción la sensación de que su fuerte no era la actuación. Al ver ahora su segundo largometraje como realizador, se comprueba aún más esa dicotomía que además se refuerza con su también acertada y corta carrera como guionista. En efecto, junto a su amigo Matt Damon supieron ganar un Oscar al mejor libro cinematográfico en 1997 con “En busca del destino”. “Atracción peligrosa” (“The Town”) hubiese probablemente sido mucho mejor si Ben Affleck se hubiese limitado a dirigirla. Pero al asumir el rol central de Doug McRay, un ladrón de los que según se dice en el film abundan en Charlestown, un barrio popular de Boston, la película pierde parte de su encanto. El comienzo es trepidante con un robo en un banco en que no se ve el rostro de los asaltantes cubiertos con máscaras. Situaciones similares se repetirán y en una de ellas las máscaras usadas representarán a monjas que “protagonizarán” una persecución de autos y patrullas policiales de notable dinamismo. Podría afirmarse que mientras no se le ve el rostro al actor, cubierto por una máscara, resulta soportable su interpretación. Pero cuando Doug decide acercarse a la cajera del primer robo, quien obviamente no lo reconoce ahora sin máscara, empezarán los traspiés actorales. No tanto por el lado de ella, Rebecca Hall, vista como Vicky en uno de los más recientes films de Woody Allen, sino de su contraparte. Entre los roles secundario se lucen Jon Hamm como agente del FBI y Jeremy Renner, recordado por su papel central en la ganadora al Oscar “Vivir al límite”. “Atracción peligrosa” podría haber sido un excelente film. Las limitaciones actorales antes citadas y escenas algo trilladas le restan algo de mérito, conformando sin embargo un producto entretenido y con buen ritmo.
Hasta el estreno de “Red social” (“The Social Network), Mark Zuckerberg es (¿o será mejor decir era?) bastante menos renombrado que Bill Gates con quien comparte un mismo medio de comunicación de crecimiento exponencial. La historia de Facebook es relativamente reciente y, como en otros casos exitosos de Internet, es protagonizada por jóvenes que en poco tiempo pasaron a integrar la lista de multimillonarios a nivel mundial. Basada en “The Accidental Billionaires” de Ben Mezrich, una biografía no autorizada de Zuckerberg y que éste se ha ocupado en desmentir, la atractiva propuesta cinematográfica del guionista Aaron Sorkin encuentra en David Fincher a un director igualmente acertado. Títulos inmediatamente anteriores como “El curioso caso de Benjamín Button” y “Zodíaco” lo señalan como un seguro candidato a las nominaciones al Oscar, cuya carrera recién empieza. Una de las virtudes del film de la dupla Sorkin-Fincher es la inclusión de un grupo de actores medianamente conocidos y en ascenso, evitando a nombres más célebres como hubiese sido el caso de Brad Pitt por ejemplo, ya dirigido en tres oportunidades por el realizador nacido en Boston en 1962. De esa manera se distrae menos al espectador que se focaliza más en los personajes que en quienes lo interpretan. El rol central recae en Jesse Eisenberg, repetidamente visto en los últimos años (“Historias de familia”, “Adventureland”, “Tierra de Zombies”, “El hombre solitario”) al que muy bien acompaña Andrew Garfield, una revelación como su (ex) amigo Eduardo Saverin. Gran parte de la acción transcurre en Harvard, o sea en los pagos del director, en escenas en la universidad que alternan con el juicio que desencadenó la discusión de la propiedad del que se llamaba al principio “The Facebook”, para luego simplificarse a un único término hoy de fama mundial. Más de un crítico ha enfatizado que la película no está enfocada en este fenómeno global, apreciación algo discutible. Lo que sí parece innegable es la existencia de un razonable vínculo entre la figura de Zuckerberg y la de Charles Foster Kane, que Orson Welles inmortalizó en su célebre film “El ciudadano”. Ambos personajes comparten similares poderes, antes los de los diarios ahora las “redes sociales”. Y ambos, pese a la clara diferencia en edad, sufren la soledad afectiva como bien lo muestra la escena final con que se cierra la película.
“Enterrado” (“Buried”) es un film que se resiste a ser clasificado dentro de determinado género cinematográfico, a diferencia de lo habitual en producciones habladas en inglés y particularmente cuando su origen son los Estados Unidos. Dado que la acción aparentemente transcurre en Irak y que su personaje central es un camionero de una empresa contratista norteamericana, misteriosamente encerrado en un ataúd, uno pensaría que se trata de una más de tantas películas del país del Norte. No es este el caso como intentaremos mostrar a lo largo de esta nota. Por empezar su director, Rodrigo Cortés, es catalán y su único largometraje anterior (“Concursante”), no estrenado en Argentina, fue protagonizado por Leonardo Sbaraglia en el rol principal (en los títulos finales uno de los agradecimientos es al actor argentino). Se indica que el lugar en que fue filmada “Enterrado” es Barcelona y que su país de origen es España. En verdad podría haber sido en cualquier lado dado que todo transcurre dentro del féretro y nunca veremos el exterior. De hecho largos segundos iniciales transcurren en una completa oscuridad y poco a poco se van escuchando algunos sonidos, que indican la presencia de alguna persona que parece estar quejándose o murmurando. La luz se hará de repente pero será merced a un encendedor marca Zippo que Paul Conroy logrará prender. Aparecerá entonces un hombre en estado físico bastante deplorable y quien será el único personaje que veremos durante el resto del film. Interpretado por el ascendiente Ryan Reynolds (“Van Wilder”, “Adventureland”, “La propuesta”), además de estar casado con Scarlet Johansson y ser ex pareja de Alanis Morisette, lo que logra el actor canadiense (y obviamente el director) es un “tour de force” al acaparar la atención del espectador por algo más de noventa minutos. Poco a poco se irán develando las causas que lo llevaron a tan incómoda y claustrofóbica situación. Quienes allí lo pusieron le dejaron además un celular que será su único medio de comunicación con el exterior. Entre los que hablan con él hay uno de sus captores que exige una alta suma de dinero en concepto de rescate y a quien da voz el actor español José Luís García Pérez. Por esas curiosidades, tuvimos ocasión de conocerlo y hablar con él durante el reciente evento Madridcine, cuando se presentó la excelente “Retorno a Hansala”, donde es el intérprete principal. Los demás actores, evidentemente no visibles, son en su mayoría norteamericanos y algunos algo conocidos, como Samantha Mathis y Stephen Tobolowsky. Uno podría tentarse a decir que “Enterrado” es un film de terror, dada la situación que retrata, o también un thriller a lo Hitchcock por la angustia que transmite pero en verdad es bastante más puesto que no se limita a saber si Conroy logrará o no salvarse. Lo que enriquece la propuesta son sus charlas telefónicas con funcionarios del FBI y con la empresa que lo contrató. Las mismas demuestran que en definitiva a nadie le importa mucho el destino de la pobre víctima y que, usando el calificativo en inglés muy apropiado “expendable”, él es sacrificable. Para mantener la tensión y evitar que decaiga el interés del espectador, tanto el director como su guionista (Chris Spalding) y director de fotografía (Eduardo Grau) hicieron algunas concesiones discutibles entre las cuales una molesta aparición a mediados del relato y un final que no satisfará a todo el mundo (aunque factible). Pero el balance es positivo frente a la pobreza generalizada de los guionistas norteamericanos, que hacen que hoy a menudo sean mejores las series que sus largometrajes. Y no sorprende que en el último Festival de “Sundance” haya sido saludada como una de sus sorpresas mayores.
“Sin retorno” fue dirigida por Miguel Cohan, un debutante en el largometraje. El libro cinematográfico fue producto de la colaboración del realizador y su hermana Ana, hecho bastante inusual e interesante. Cohan exhibe una larga trayectoria como asistente de dirección de Marcelo Piñeyro, por lo que no sorprende la presencia en el reparto de Leonardo Sbaraglia, habitual intérprete en obras del director de “Las viudas de los jueves”. El acierto del casting no se reduce a Sbaraglia, quien aquí compone a un ventrílocuo de nombre Federico. En una noche cualquiera su vida se cruzará, no literalmente, con Matías (Martín Slipak) y con Pablo Marchetti, el hijo en la ficción, de Federico Luppi. En un acertado montaje paralelo, muy típico de films policiales o de suspenso, veremos cómo el azar juntará a estos tres grupos familiares en un accidente de tránsito, de trágicas consecuencias para la familia Marchetti. Tanto Federico como Matías conducen sendos autos, mientras que Pablo lo hace en una bicicleta hasta cometer el error de detenerse en plena calle, cuando una vereda le hubiese salvado la vida. Esta especie de prólogo, de adecuado virtuosismo en lo formal, peca sin embargo de cierto carácter previsible de la situación. El espectador estará esperando que pase algo y lo que se puede lamentar, al menos en opinión de este cronista, es que la repetición de un choque se vea como algo forzada. Salvada esta objeción, la película entra en una temática diferente, cuando el falso culpable (Sbaraglia) es acusado de homicidio, mientras que el verdadero responsable (Slipak) zafa del castigo. Aquí entran en juego inteligentemente los ya mencionados grupos familiares, particularmente los padres de Matías, que componen con precisión Luis Machín y la crecientemente multifacética Ana Celentano (“Las viudas de los jueves”, “Felicitas”, “El mural”, “S.O.S. Ex”). Serán ellos quienes más alentarán el ocultamiento de la verdad. Serán visitados dos veces por un inspector de seguro (Arturo Goetz), quien le afirma en la segunda oportunidad a solas a Machín que “el relato de su hijo es extraño y nos esta ocultando algo”. Claro que acto seguido le propone que “con un veinte por ciento lo arreglamos”, un símbolo de nuestra endeble justicia. Y será esta misma debilidad judicial la que terminará por condenar a Federico a la prisión, ante su desesperación y la de su joven esposa (la española Bárbara Goenaga, la más floja del reparto). Están bien resueltas las escenas en la cárcel, con personajes como el recluso “Kempes” (muy bien Manuel Longueiras) que tendrá decidida influencia en el sorprendente cambio que sufre Sbaraglia, al que apodará “Chirolita” (Obviamente “Kempes” se autodenominará “Chasman”). Cuando cinco años después salga de prisión, una idea fija se introducirá en la mente de Federico, quien siente con razón que está en una situación “sin retorno”. Esta parte final será la más contundente y lograda del relato y por respeto al lector no la detallamos y se la dejamos para que la aprecie en toda su magnitud. No saldrá seguramente defraudado y además podrá apreciar como Luppi, a quien los años se la han venido encima, no se ha olvidado de sus célebres actuaciones en algunos films de Aristarain. Sin duda, Cohan se ha dejado influenciar un poco por el notable director de “Últimos días de la víctima”, pero ello no es pecado sobre todo para quien muestra en su opera prima un promisorio futuro.
Fernando Trueba es uno de los más sólidos y mejor conocidos realizadores españoles en Argentina. Hace treinta años debutaba en el largometraje con “Opera prima” (aquí conocida como “Prima, te quiero”) y desde entonces casi todos sus films fueron estrenados en nuestro país. Títulos tan famosos como “El año de las luces”, “El sueño del mono loco”, la ganadora del Oscar extranjero “Belle Epoque”, “La niña de tus ojos” y “Calle 54” jalonan una carrera impecable que sufre un serio traspié con la más reciente “El baile de la victoria”, insólitamente seleccionada por España para su posible nominación al Oscar extranjero. Detrás de tal decisión deben haber obrado motivos especulativos tales como la posible reincidencia del director a la hora de los premios o el hecho de estar ambientada en Chile, apenas terminada la dictadura de Pinochet. Pero también responden a una profunda crisis del cine español, uno de cuyos síntomas es su casi total ausencia de nuestras pantallas últimamente. Basada en el libro del chileno Antonio Skarmeta (“Ardiente paciencia”, “El cartero”) que incluso tiene un “cameo” como un crítico de ballet, bien avanzadas las más de dos horas que dura la película, son demasiados los temas que “El baile de la victoria” pretende abarcar. Por un lado hay desde el inicio una trama policial que protagonizarán dos presos recientemente liberados: Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín) y el joven Ángel, pobre actuación de Abel Ayala, mejor recordado por su debut como y en “El polaquito”. Dos personajes en el Chile post Pinochet, interpretados por sendos actores argentinos parece demasiado, pese al esfuerzo realizado por Ayala para disimular su tonada porteña. En la historia, Grey sólo piensa en recuperar a su hijo y esposa, esta última opacamente interpretada por Ariadna Gil, una española en otra concesión de nacionalidades. El personaje de Victoria está a cargo de la bailarina chilena Miranda Bodenhöfer, de la que se enamora perdidamente Ángel y que se ha quedado muda desde que sus padres han desaparecido. La escena de danza en el Teatro Municipal de Santiago no alcanza la excelencia con que se la ha pretendido ensalzar y su aporte dramático es escaso. Más ridículas resultan las cabalgatas de su joven aspirante por las calles de Santiago en lo que pretendió ser una alegoría (¿a la libertad?). El robo que perpetúan ambos recientes presos a ex funcionarios de Pinochet parece calcado de tantas películas norteamericanas y el final en plena cordillera de los Andes una postal que no encaja con el resto. Entre los roles secundarios se destacan dos veteranos actores chilenos: Julio Jung y Gloria Münchemeyer, que formaron parte del reparto de la excelente “Coronación” de Silvio Caiozzi.
Drew Barrymore porta uno de los apellidos más ilustres de la historia del cine norteamericano. Su abuelo es el célebre John Barrymore que ya en la época del cine mudo se hiciera conocer en versiones de “Dr.Jekyll y Mr. Hyde, “Beau Brummel” y en el sonoro en “Moby Dick”, “Svengali”, “Arsene Lupin”, “Cena a las ocho” y junto a su hermanos Lionel y Ethel en “Rasputin”. Su padre: John Drew Barrymore, no alcanzó el nivel de su progenitor y además tuvo un paso por las drogas, que muchos años después repitió su hija. Ella debutó en el cine con apenas cinco años en “Estados alterados” de Ken Russell pero su primer salto a la fama ocurrió dos años después cuando su padrino Steven Spielberg la dirigiera en “E.T., el extraterrestre”. Seguirían aún tres films más de los cuales destaca “Irreconciliables diferencias” y en menor medida “Los ojos del gato”, sobre cuentos de Stephen King. Los siguientes cinco años fueron los peores de su vida cuando se produjo su temprana adicción al alcohol y a la droga, de la que felizmente pudo zafar. Entre 1989 y 1994 actuó en diez largometrajes en su mayoría mediocres, ninguno sorprendentemente estrenado en Argentina. La suerte empezó a cambiar radicalmente a partir de 1995 con películas destacables como “Boys on the side” de Herbert Ross (aquí conocida como “Sólo ellas, los muchachos a un lado”), “Batman eternamente”, “Todos te quieren” de Woody Allen y la primera “Scream” (“Vigila quien llama”) de Wes Craven. De allí en más su muy prolífica carrera la vio protagonizar dos a tres títulos por año sufriendo además un vuelco al privilegiar las comedias, frente a films de terror y acción. Se la vio junto a Adam Sandler en dos oportunidades (“La mejor de mis novias”, “Como si fuera la primera vez”), Ben Stiller (“Duplex”) y Hugh Grant en la muy agradable “Letra y música”. También en “Los ángeles de Charlie” y su secuela, junto a su amiga Cameron Diaz. Uno de los pocos dramas protagonizados recientemente es “Confesiones de una mente peligrosa”, dirigida por George Clooney. Su película más reciente fue “Están todos bien”, remake de la de Tornatore, con Robert De Niro en el rol central. “Amor a distancia” (“Going the Distance”) es el primer film de ficción de Nanette Burstein. Aquí Drew es Erin, aspirante a periodista, quien conoce accidentalmente a Garrett, que viene de ser abandonado por su novia. El “coup de foudre” entre ambos tropieza con la dificultad (que el nombre de la película ya indica), de tener ella su trabajo en Nueva York y él en California. Los repetidos viajes en avión, un recurso repetido que un mapa señala, reúnen a la nueva pareja en diversas locaciones. Lástima que todo ello transcurra con muy pobre comicidad a la que poco ayudan los amigos de Garrett, que protagoniza Justin Long (“Duro de matar 4.0”, “Simplemente no te quiere” donde también actúa ella), además pareja de la Barrymore en la vida real. Uno de su colegas es interpretado por Charlie Day, merecedor del premio al peor actor de este año. Los nutridos diálogos entre los amigos apelan a repetidas referencias a la masturbación, autofellatios y otras prácticas sexuales que son muy poco felices, más bien gratuitas. Por el lado de ella, aparece el personaje de una hermana más bien reprimida (Christina Applegate), con dos escenas de sexo en su casa que provocan tibias sonrisas aunque rozan el mal gusto. Alguien podrá objetar que esta nota se ocupa más de Drew Barrymore que de su última película y no estará errado. Ocurre, como se decía al presentar la misma, que lo único rescatable es la interpretación de la actriz. De allí el contenido de esta crónica y la recomendación de, preferentemente, volver alguno de sus más logrados films anteriores.
Sin Michael Douglas, “Un hombre solitario” (“Solitary Man”) no tendría probablemente trascendencia alguna. No sólo porque desde el título del film se sabe que toda la historia gira alrededor de su personaje, sino también porque su interpretación es sencillamente estupenda. Es lícito preguntarse cuánto, de lo que le sucede a Ben Kalmen en la película, se basa en aspectos autobiográficos del actor. A la conocida fama de mujeriego y adicto sexual de ambos, actor y personaje, se agrega una cruel situación actual (muy mediática) que lo tiene con un problema de salud. No deja de ser una ironía del destino que al comienzo de la película a Ben, su médico le señalé también un problema, mismo siendo diferente del que acaba de ser diagnosticado. Claro que “Un hombre solitario” fue filmado hace más de un año, habiendo sido presentada en el Festival de Toronto en setiembre 2009. Michael Douglas siempre se resistió a ser solamente conocido como el hijo de Kirk y al hacer un balance (parcial) de su carrera artística puede decirse que logró superar dicho estigma. Con el padre sólo compartió dos films: su debut en 1966 en “La sombra de un gigante” (“Cast a Giant Shadow”), donde su nombre ni siquiera figuraba en el reparto y “Herencia de familia”, donde confluyen tres generaciones (sus padres Kirk y Diana) y su hijo Cameron y que fue un divertimento y la oportunidad de reencuentro con sus progenitores. Pero el actor no será recordado por los dos films antes nombrados, sino por grandes éxitos de público como “Atracción fatal”, “Bajos instintos” o “Acoso sexual”, donde además invariablemente su actuación fue memorable. Y se podría seguir nombrando otros títulos importantes tales como: “Tras la esmeralda perdida” y su secuela “La joya del Nilo”, “Wall Street”, “Lluvia negra”, “Un día de furia” “El juego”, “Fin de semana de locos” o “Traffic” y la que ahora nos ocupa para redondear una docena de sus menos de cuarenta largometrajes. Lo que significa que hoy con 65 años de edad y 45 de actuación, desde su debut, ha habido mayoría de obras relevantes en su carrera. En esta oportunidad quienes lo dirigen, Brian Koppelman (también guionista) y David Levien, son prácticamente dos desconocidos (es su segundo largometraje conjunto) y el trabajo que despliegan es discreto y la duración de la obra, apenas 90 minutos, poco habitual en el cine norteamericano. La gran virtud de directores y guionista es haber contado con un grupo de artistas mayores, en roles en su mayoría menores. Susan Sarandon aparece en pocas oportunidades, como la ex de Kalmen, pero cada vez que lo hace luce. Aún mejor le va a Danny De Vito como un amigo (lo es además en la vida real) que asiste al ex hombre exitoso, cuando el mundo se le desmorona. Varios jóvenes se destacan: Jenna Fisher como la hija, Jesse Eisenberg (“Historias de familia”) y sobre todo la bella Imagen Poots como la hija de su pareja (Mary-Louise Parker), cuya seducción inicia la caída. Hay diálogos filosos como los que entabla con su ex, quien le echa en cara que lo único que persigue en su vida son mujeres (y muy jóvenes). O el comentario que Marie-Louise Parker le hace cuando le dice que “no cambia las cosas cuando funcionan” y la advertencia, más bien amenaza, cuando le exige que “se mantenga lejos de su familia”, en clara alusión a la hija de ella. “Un hombre solitario” se cierra de una manera que, aunque no revelaremos, parece coherente con el resto de la trama.