Venderle el alma al diablo “El mal existe. Y no se llega a presidente si uno no lo ha visto un par de veces”, afirma Hernán Blanco (Ricardo Darín), cuyo ascenso al poder esconde secretos de un oscuro pasado que amenazan con colisionar en el momento menos pensado. Una intensa campaña enmarcada por el slogan del hombre común ha logrado la victoria de Blanco, el mandatario argentino. Su reciente asunción no parece contar con una base fuerte y los medios cuestionan su liderazgo denominándolo el “presidente invisible”. En camino hacia una Cumbre de países latinoamericanos en Chile, su equipo gubernamental debe ocuparse de mejorar la imagen del presidente mientras tantean una posible alianza económica con Brasil, en contra de la intervención norteamericana. En medio de un acontecimiento político de semejante magnitud, Marina (Dolores Fonzi), la hija del presidente, viaja a Chile luego de que su ex marido denunciara al gobierno por un hecho de corrupción. Allí, la joven sufre una profunda crisis y su padre acepta someterla a una sesión de hipnosis. Lo que no imagina es que tal terapia podría revelar un misterio familiar que lo coloca a él en el centro de las sospechas. El director Santiago Mitre vuelve a introducirse en las cuestiones de construcción del poder como ya lo había hecho con su ópera prima El Estudiante (2011), que relataba el proceso de formación política de un joven dentro de la universidad. En esta ocasión, el foco está puesto en las distintas estrategias y elecciones que lleva a cabo el presidente y su equipo para salir beneficiados de una contienda internacional. Se trata de un film que intenta llevar al espectador a una posible cocina del poder, un sitio que resulta ajeno a los ciudadanos comunes. La película resulta bastante verosímil, con un Ricardo Darín que se desenvuelve adecuadamente en el papel más desafiante de su carrera. En el caso de Gerardo Romano como jefe de gabinete, también destaca gracias a un historial político que le permite más credibilidad al momento de lucirse como una suerte de mano derecha del presidente. Pero quien realmente logra una soberbia interpretación es Érica Rivas en su rol de secretaria. Su papel posee distintas facetas, demostrando un ímpetu rotundo para intentar resolver los asuntos que amenazan la figura del mandatario, como así también un aspecto más maternal y de cuidado que parecen ponerla en el lugar de la esposa ausente de Blanco. El elemento de thriller psicológico consigue mantener atento al público a la espera de respuestas que nunca llegan a concretarse. De hecho, el misterio carece de un agudo desarrollo que le permita al espectador poder establecer sus propias conclusiones. Esta pieza en ningún momento logra cruzarse con el reto político y tranquilamente podrían formar parte de dos películas distintas. Cabe resaltar la excelente actuación de Dolores Fonzi, cuyas gestualidades hacen lo imposible para que los espectadores puedan conectar con aquellos sucesos del pasado que la atormentan. Un párrafo aparte merece la cuidada fotografía a cargo de Javier Julia, que acompaña perfectamente la narración. Los planos largos del paisaje cordillerano resultan apropiados para contextualizar la frialdad del comité en torno a las ambiciones burguesas de los diversos representantes. A medida que avanza el suspenso, los encuadres se vuelven cada vez más sombríos y sugestivos y junto a la banda sonora logran regalarnos escenas sofisticadas que colocan a la película en lo más alto del cine nacional. La Cordillera es una cinta inusual, arriesgada, potente y con grandes interpretaciones tanto locales como internacionales. Sin dudas, y a pesar de algunos agujeros en el guion y un final que puede resultar un poco decepcionante, estamos frente a una de las mejores proyecciones del año que implican un salto de calidad en la manera de contar historias dentro del cine argentino.
El amistoso vecino está de regreso Desde el momento en que se supo que Sony Pictures había dado luz verde para que el superhéroe adolescente fuera parte del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), Spider-Man no ha hecho más generar expectativas entre los fans y no tan fans del personaje. La pequeña pero asombrosa presentación del arácnido en Captain América: Civil War (2016) como parte del team Iron Man, fue festejada por el público que vio en el actor Tom Holland toda la gracia y el espíritu juvenil de un auténtico Hombre Araña. Sin embargo, todavía quedaban ciertas dudas respecto a cómo llevaría el papel de Peter Parker o si su mentor, Tony Stark, terminaría acaparando la mayor parte del film. Finalmente, la espera valió la pena: Spider-Man Homecoming es la mejor adaptación del Trepamuros y una de las películas superherocas más divertidas de los últimos años. Luego de que el mundo conociera a Spider-Man a través de un video que él mismo grabó mientras luchaba con los Vengadores, el joven de 15 años debe regresar a sus días rutinarios como estudiante y amigable héroe de barrio. A pesar del entusiasmo de Peter por enfrentar nuevas misiones, Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) se niega a reclutar al muchacho y establece una vigilancia constante sobre él. Pero un nuevo villano apodado como El Buitre (Michael Keaton) aparece en escena y Peter cree ser capaz de detenerlo. Tom Holland (Lo Imposible, 2012) personifica a un Peter Parker diferente al que pudimos ver en las anteriores versiones. Se trata de un joven muy aggiornado a los tiempos que corren, cuyos conflictos tienen que ver más con los típicos cambios de la etapa adolescente que con la cuestión moral de salvar a la humanidad. La inmadurez y el carisma con los que Holland lleva adelante este personaje encajan perfecto con el enfoque ganchero y lleno de guiños propuesto por el director Jon Watts (El payaso del mal; Cop Car), quien eligió mostrarnos un film más realista y cercano a las comedias juveniles desarrolladas en la preparatoria. La historia evita narrar el origen de los poderes de Peter por tercera vez y aquello resulta un punto a favor, dado que en el imaginario colectivo aún permanecen muy frescas la trilogía de Sam Raimi y las dos últimas entregas de The Amazing Spider-Man. En pos de evitar cargar la película de dramatismo, la muerte del tío Ben, que en la primera cinta de Spider-Man resulta un hecho elemental para las decisiones futuras de Peter, aquí tampoco es relatado. Por otro lado, la tía May (interpretada por Marisa Tomei), se nos presenta con una faceta nunca antes vista en el cine: mucho más simpática, despreocupada y rejuvenecida. Muy por el contrario de lo que parecían pronosticar los tráilers, Tony Stark en ningún momento intenta desplazar a Spider-Man y sus escasas intervenciones, siempre desde un lugar paternalista, se limitan a situaciones de peligro extremo. En el caso del villano representado por el excelente Michael Keaton, quien otra vez se coloca las alas luego de la premiada Birdman (2014), cabe decir que se encuentra a la altura de las circunstancias. Al tratarse de un personaje más bien urbano, sin demasiada majestuosidad, cala estupendamente para una primera película donde Peter recién está aprendiendo a manejar sus poderes. El Buitre de Keaton es un villano realista cuyas motivaciones no pasan por conquistar el mundo o destruirlo. Su prioridad es la familia y tan solo desea vivir cómodamente, por más que el medio para conseguirlo implique una amenaza para la sociedad. Las más de dos horas de duración que presenta el film apenas se sienten. Watts le otorga a la narración el dinamismo y el humor característico de Marvel, acompañado por la incorporación de gags y una magnifica banda sonora con reminiscencias de los ‘80. La escena de los créditos finales rinde un divertido homenaje a la cultura pop de manera similar a la que pudimos disfrutar este año con Guardianes de la Galaxia Vol.2. Spider-Man Homecoming cumple con las expectativas y nos ofrece un relato entretenido, ágil, verosímil y muy a tono con el cómic. Sin dudas, Tom Holland es el Spidey que necesitábamos ver en pantalla grande y esperamos, sea ésta la versión definitiva.
Una fórmula infalible. Pensemos en alguno de los capítulos de Los Simpson donde, por alguna razón, la madre y ama de casa se ausenta varios días del núcleo familiar. De repente, se nos viene a la cabeza aquella popular vivienda de Springfield dada vuelta, los niños en pleno descontrol y Homero vestido con un peculiar traje de Halloween a falta de ropa limpia. Ya sea porque Marge debe pasar un periodo de tiempo tras las rejas, en el hospital debido a una fractura de pierna o porque se ha hecho adicta al juego, su más mínimo alejamiento trae aparejado un desastre colosal. Por supuesto, no hace falta recordar que estamos hablando de la familia disfuncional por excelencia. Pero ¿qué pasaría si replicásemos la misma situación con una familia clase media de la Ciudad de Buenos Aires? La respuesta, quizás, venga de la mano de lo nuevo de Ariel Winograd, un confeso fan tanto de la serie creada por Matt Groening como de la denominada Nueva Comedia Americana. Víctor Garbo (Diego Peretti) trabaja en Recursos Humanos de una importante empresa de artículos para el hogar y lleva 20 años casado con Vera (Carla Peterson), una abogada que ha abandonado su profesión para dedicarse a las tareas domésticas. Ambos tienen cuatro hijos: Bruno, Lara, Tato y Lolo. Completamente extenuada de la rutina, Vera decide tomarse un merecido descanso y viajar unas semanas al caribe. Allí comienzan los problemas para Víctor. El director Ariel Winograd (Cara de Queso; Vino para Robar; Permitidos) continúa demostrando ser uno de los máximos exponentes de la comedia argentina en la actualidad. El realismo y la emotividad de la comedia, adoptado de la escuela de Judd Apatow, representa la característica distintiva de sus historias. Los vínculos románticos, la inmadurez, la amistad y los personajes outsiders se vuelven tópicos claves para comprender este estilo de hacer humor. En el caso de Mamá se Fue de Viaje, la profundidad se corre un poco para dejar lugar a la exageración de eventos desafortunados in crescendo, una formula muy vista en los films hollywoodenses. Diego Peretti, quien ya había actuado bajo la dirección de Winograd en la exitosa Sin Hijos (2015), se pone en la piel de este niño-adulto que necesita desesperadamente de una figura femenina que se haga cargo de la organización diaria. Víctor simboliza el estereotipo de hombre machista e hipócrita que no desea que su mujer trabaje fuera de la casa y que al mismo tiempo desmerece el esfuerzo realizado por ella en la crianza de los menores. Peretti logra hacer de un personaje retrógrado e imposible de empatizar con el público alguien que con tan solo un gesto se roba todas las sonrisas. Un actor que necesitamos ver más seguido en proyectos de comedia. En el caso de los hijos, se trata de cuatro chicos sumamente dependientes cuyas edades van desde los 15 hasta los 2 años. El más pequeño, Lolo, que en la vida real es el hijo del director, constituyó todo un desafío para el equipo que fue superado ampliamente. El film cuenta además con la participación de Martín Piroyansky, el actor fetiche del director, que personifica a un competitivo compañero de trabajo de Víctor. De más está decir que Piroyansky es uno de los humoristas más talentosos de su generación y siempre es agradable verlo, por más que aquí no se destaque. En conclusión, Mamá Se Fue De Viaje es una película familiar, entretenida y un poco distinta a lo que el cineasta nos tenía acostumbrados. Con una historia bastante explotada por el universo cinematográfico yanqui, pero que a pesar de ello no deja de ser revitalizador si consideramos la génesis de la comedia nacional y algunos aspectos visuales muy prolijos que suele llevar el sello Winograd. Una propuesta efectiva y ágil para disfrutar en pantalla grande.
El futuro llegó hace rato. El regreso de Black Mirror a través de la plataforma de Netflix trajo nuevos interrogantes acerca de los efectos del uso de las tecnologías. Aquellos futuros distópicos donde prima el control de información y la vigilancia permanente resultan menos sorprendentes en esta sociedad orwelliana donde nadie escapa de la mirada del Big Brother. Por otro lado, el thriller ¡Huye! (Get Out) estrenado en Argentina hace pocos meses, también se sumó al debate planteando una hipotética realidad donde la esclavitud y el racismo evolucionan a causa de siniestros experimentos médicos. Esta semana llega el turno de El Círculo, basada en la novela juvenil escrita por Dave Eggers en 2013 y protagonizada por Emma Watson y Tom Hanks. Mae Holland (Emma Watson) es una joven graduada en la universidad que trabaja como teleoperadora y vive con sus padres. Un día, su amiga Annie (Karen Gillan) logra conseguirle una entrevista en la prestigiosa compañía de Internet El Círculo, obteniendo el cargo de atención al cliente. Mae no puede creer formar parte de esta multinacional que además de fiestas y un campus repleto de toda clase de actividades, le ofrece una cobertura médica total para su padre, quien sufre de esclerosis múltiple. Sin embargo, pronto comenzará a alejarse de sus vínculos y su vida privada dejará de existir cuando se someta voluntariamente a llevar consigo una cámara las 24 horas. El Círculo bien podría compararse con el gigante de la web, Google, cuyas ganancias radican en la venta de información personal a terceros. Pero la compañía se propone ir un paso más allá a partir de la expansión global de las denominadas SeeChange, unas mini cámaras que permiten captar absolutamente todo y en cualquier momento. El presidente de esta megaempresa tecnológica es Eamon Bailey (Tom Hanks), una especie de Steve Jobs que aparece frecuentemente brindando conferencias al estilo de las típicas charlas TED. Con carisma y persuasión, Bailey anuncia el nuevo producto a los empleados de su compañía que de forma robótica festejan todos sus chistes y repiten al unísono lemas como “compartir es querer” y “secretos son mentiras”. La historia no presenta ninguna idea renovadora dentro del subgénero de las distopías. De hecho, la premisa de que las personas se presten a ser espiadas por el “bien común” ya la venimos observando desde Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. Quizás, el enfoque más interesante que introduce podría ser el relacionado a como la multinacional comienza a controlar a sus gobernantes monopolizando datos confidenciales. Lamentablemente, la película no explota demasiado este concepto y casi toda la atención recae en la influencia de El Círculo sobre la vida de Mae y sus más allegados. El recorrido del personaje de la siempre correcta Emma Watson se nota bastante inverosímil. No comprendemos como esta muchacha puede pecar tanto de ingenuidad, vacilando durante más de la mitad del film. En el caso de Tom Hanks como el director de la empresa, cabe decir que su participación se muestra muy desaprovechada. Las manifestaciones de sadismo e insensibilidad que un personaje como el de Bailey debiera tener son muy tenues y para tratarse de un protagónico resulta insuficiente. Lo más incoherente del film emerge con el arribo de John Boyega en el papel de Kalden, uno de los pocos miembros de El Círculo que se ha negado a almacenar su historial en el banco de datos de la compañía. La instantánea relación de confianza que establece Kalden con Mae es absurda, de la misma manera que la actitud “subversiva” (si a eso podemos llamarle el rondar cabizbajo por los pasillos de una empresa deseando no estar allí) que nos quieren vender. Un personaje que casi no aparece en pantalla y que el director incorpora con el único objetivo de poder darle un cierre a la película. La trama del film se va desinflando rápidamente con un desenlace tan simple como contradictorio. No hay suspenso, ni sorpresas y mucho menos una buena reflexión que justifique la hora y media de un relato que lo único que posee de redondo es el nombre. En síntesis, si buscan un análisis profundo sobre la vigilancia permanente en la era digital y como aquello pone en peligro nuestro libre albedrío, claramente esta no es una cinta recomendable.
Conformismo pochoclero En los últimos tiempos, cineastas independientes se han zambullido en la trabajosa tarea de profundizar géneros aún no explotados en nuestro país. Frente a las producciones del denominado Nuevo Cine Argentino, que cada vez suma más adeptos, los amantes del género fantástico, de ciencia ficción y acción han encontrado su forma de manifestarse a través de circuitos alternativos de distribución y proyección. Ficciones como Daemonium, que integra la escasa lista de películas argentinas en Netflix, o la popular Kryptonita, resultan por demás ejemplificadoras del crecimiento de este colectivo nacional. Sin embargo, no podemos negar que siga existiendo una reticencia por parte del público, sumado a que la promoción de filmes locales en salas comerciales funciona descomunalmente desigual si la comparamos con la de los tanques internacionales. En este contexto, uno de los desafíos primordiales para el cine de género debería ser producir confianza en el espectador, tanto desde los aspectos visuales como de la narrativa, y en esta última, sobre todo, la cinta Solo Se Vive Una Vez deja mucho que desear. Leo (Peter Lanzani) es un estafador de poca monta que trabaja en conjunto con su amiga Flavia (Eugenia Suarez). Un día las cosas no salen como las esperaban y el empresario al que iban a sobornar es asesinado por un grupo de mafiosos extranjeros, siendo Leo el único testigo del crimen. De ahí en más, el poderoso Duges (Gérard Depardieu) y sus secuaces Tobías (Santiago Segura) y Harken (Hugo Silva), comienzan una feroz persecución por las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Para poder sobrevivir, Leo deberá hacerse pasar por un judío ortodoxo mientras se refugia en una sinagoga. El director de esta comedia de acción es Federico Cueva, un doble de riesgo y realizador de efectos especiales con marcada trayectoria. Precisamente, si hay algo que sorprende es cómo las escenas de acción, con todas sus explosiones y tiroteos, resultan tan poco creíbles teniendo en cuenta que quien las comanda está acreditado como un experto en el tema. Los diálogos se basan en una sumatoria de chistes bastante poco originales, uno detrás de otro, que resultan insufribles y por momentos pareciera que solo faltan Listorti y compañía para que estemos ante una de esas películas hechas para llevar a los niños en vacaciones de invierno. En este plan de subestimar al público, obviamente el plato fuerte reside en los pasos de comedia sobre la religión judía (si, todo lo más cliché posible que se puedan estar imaginando tiene lugar aquí). Las actuaciones, en general, son bastante flojas, empezando por la participación de “La China” Suarez, quien ni siquiera puede enunciar unas breves oraciones sin que parezca perdida. En el caso de Lanzani, el papel protagónico le queda enorme y se nota. Más allá de la sobreactuación al intentar plasmar el estereotipo de argentino descarado, su personaje no genera ninguna empatía y los actores secundarios acaban desplazándolo. Ante semejante panorama, la interpretación de Depardieu aparece como unas de las pocas destacables dentro del film, puesto que se muestra correcto durante todas sus escenas. Para resumir, Federico Cueva en su intento de homenajear a aquellos blockbusters hollywoodenses con los que muchos crecimos, termina por subestimar al espectador con una producción conformista que lejos de innovar no hace más que atrasar unos cuantos años. Necesitamos que el cine de género nacional siga creciendo, pero queda claro que por más ganas y buenas intenciones que haya, este no es el camino.
La real diferencia entre ser y estar Nico (Guillermo Pfening) es un actor conocido de la televisión argentina que, cansado del formato de las telenovelas, viaja a Estados Unidos con el anhelo de consagrarse profesionalmente. Sin embargo, las posibilidades de conseguir un papel parecen más difíciles de lo que imaginaba y su imagen de hombre blanco y rubio se vuelve un problema ya que no encaja con el estereotipo de personaje latino que las productoras buscan. Desocupado y con la visa vencida, Nico comienza a trabajar como niñero del bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una argentina que dicta clases de Yoga. La tercera película de Julia Solomonoff transcurre casi completamente en Nueva York, ciudad en la que luego de idas y venidas, la directora decidió para instalarse definitivamente en 2009. Nadie mejor que ella para contar una historia acerca del desarraigo, la identidad y los prejuicios con los que debe lidiar día a día el inmigrante que arriba a la tierra del tío Trump. Durante el tiempo en que se desarrolla su estadía en La Gran Manzana, Nico establece cierto vínculo con las niñeras del parque donde lleva al bebé. Todas ellas son latinoamericanas contratadas por padres cuya intención es que sus hijos también aprendan español. El choque cultural resulta de lo más habitual en aquella ciudad inmensa, repleta de turistas deslumbrados por la oferta de entretenimiento que presenta. No obstante, no hace falta hurgar mucho para ver cómo el desencanto, la soledad y la mentira del American Dream conviven permanentemente en la vida de quienes se trasladan a Estados Unidos para probar suerte. Nico (Guillermo Pfening) es un actor conocido de la televisión argentina que, cansado del formato de las telenovelas, viaja a Estados Unidos con el anhelo de consagrarse profesionalmente. Sin embargo, las posibilidades de conseguir un papel parecen más difíciles de lo que imaginaba y su imagen de hombre blanco y rubio se vuelve un problema ya que no encaja con el estereotipo de personaje latino que las productoras buscan. Desocupado y con la visa vencida, Nico comienza a trabajar como niñero del bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una argentina que dicta clases de Yoga. La tercera película de Julia Solomonoff transcurre casi completamente en Nueva York, ciudad en la que luego de idas y venidas, la directora decidió para instalarse definitivamente en 2009. Nadie mejor que ella para contar una historia acerca del desarraigo, la identidad y los prejuicios con los que debe lidiar día a día el inmigrante que arriba a la tierra del tío Trump. Durante el tiempo en que se desarrolla su estadía en La Gran Manzana, Nico establece cierto vínculo con las niñeras del parque donde lleva al bebé. Todas ellas son latinoamericanas contratadas por padres cuya intención es que sus hijos también aprendan español. El choque cultural resulta de lo más habitual en aquella ciudad inmensa, repleta de turistas deslumbrados por la oferta de entretenimiento que presenta. No obstante, no hace falta hurgar mucho para ver cómo el desencanto, la soledad y la mentira del American Dream conviven permanentemente en la vida de quienes se trasladan a Estados Unidos para probar suerte.
Los forajidos espaciales contraatacan El impacto que Guardianes de la Galaxia obtuvo luego de su estreno en 2014 es indiscutible. Lo que no era más que una historia de un grupo de losers galácticos que estaba entre los comics menos conocidos de la Casa de las Ideas, se terminó convirtiendo en uno de los blockbusteres más taquilleros de los últimos años. Si con Los Vengadores (2012), Marvel Studios había conseguido ilustrar con carisma y espectacularidad sus héroes más poderosos; con Guardianes la compañía se arriesgó, pisó el acelerador y fue directo por una carretera de entretenimiento, acción y humor irreverente. Todo eso acompañado por unos personajes que eran un cero a la izquierda y comandado por un director que venía de hacer películas clase Z. Finalmente, la cinta sorprendió, causó el furor de los fans y se llevó todos los aplausos de la crítica. Como era de esperar, tamaño éxito sólo podía conducir a una secuela con mucho más despliegue que la anterior. Sin embargo, ¿lograría volver a asombrar a los espectadores? Y, aun así, ¿podría superar todos los desaciertos de la primera? Guardianes de la Galaxia Vol. 2 se sitúa dos meses después de los hechos ocurridos en su antecesora. El equipo integrado por Star Lord, Gamora, Drax, Rocket Raccoon y Groot (ahora en su versión infantil), se lanza en una misión de rescate contratados por la raza de Los Soberanos. Una vez finalizado el trabajo, el team mercenario recibe su recompensa. Sin embargo, antes de emprender un nuevo viaje, Rocket roba unas baterías y eso trae como consecuencia el enfurecimiento de la líder Soberana, que ordena a todo su ejército eliminarlos. En medio de una fantástica batalla espacial, a los Guardianes no les queda otra salida que buscar refugio en el planeta más cercano. Luego de estrellar la nave, el equipo recibe una ayuda inesperada: se trata de Ego, un ser de una antigua raza conocida como Los Celestiales, que afirma ser el padre de Peter. Desde el comienzo del film, observamos una verdadera conexión entre los Guardianes de la Galaxia. En la película de 2014, el vínculo “familiar” que surge tan rápidamente entre los miembros del grupo resulta inverosímil y hasta algo forzado. Poco se explica del pasado de cada uno. Si tomamos nuevamente como referencia a los Vengadores, notamos que la relación entre ellos es casi natural. Aquello se había logrado gracias a las películas previas que Marvel había lanzado sobre sus protagonistas (exceptuando, por supuesto, a Black Widow que solo había aparecido en Iron Man 2). Lo cierto es que, en esta nueva cinta, podemos apreciar al equipo establecido de manera orgánica y, sobre todo, un desarrollo mucho más profundo de cada personaje. Si hay algo en lo que el director James Gunn no escatima en esta secuela es en los efectos visuales. El 3D está absolutamente bien aprovechado y las imágenes superan en calidad a su predecesora. La maravillosa representación del planeta de Ego y los combates espaciales, con alguna referencia a Star Wars, dan cuenta de la excelencia del equipo de FX que estuvo detrás de esta mega producción. Otra de las características positivas tiene que ver con en el notable trabajo de los personajes secundarios. Yondu (representado nuevamente por Michael Rooker), Ego (Kurt Russell) y su ayudante Mantis (Pom Klementieff) llenan de emoción cada escena en la que aparecen. De hecho, Drax (Dave Bautista), que a pesar de su protagonismo no había logrado lucirse tanto en la primera parte, aquí es el hacedor de los mejores momentos. Mención especial también para Baby Groot, quien ya nos había encantado en el tráiler y que al verlo en acción consigue su cometido, desplegando toda su ternura e ingenuidad como también su lado más luchador. Un personaje totalmente desperdiciado es el que interpreta Sylvester Stallone, el cual aparece solamente en dos escenas y para nada interesantes. La película abarca un sin fin de subtramas y conflictos que, capa por capa, nos van transportando por diferentes escenarios y planetas. Todo ello lleva a que por momentos la atención se disperse un poco y el ritmo no encaje del todo con la dinámica del universo Marvel. Hacía el final repunta bastante con unas secuencias de acción deslumbrantes. Por último, las cinco escenas post créditos definitivamente son una pérdida de tiempo. No aportan nada relevante y sólo producirán alguna pequeña mueca en el público. En conclusión, James Gunn se aferra a lo seguro y aplica la misma fórmula que lo llevó al éxito. A pesar de la carencia del factor sorpresa, logra proyectar una aventura espacial sólida y de calidad. Mejora en la construcción de los personajes, la inclusión de un villano mucho más vigoroso que el anterior y los increíbles efectos especiales. La falla más importante, en esta ocasión, se encuentra en la cantidad de historias adyacentes e innecesarias que presenta. Aun así, es una experiencia disfrutable que resulta menester ser vista en el cine con el fin de apreciar su altísimo nivel visual.
Jubilados en acción La comedia dirigida por el ac5tor y director Zach Braff (Garden State; Wish I Was Here), es un remake del film homónimo de 1979 y cuenta con el protagonismo de tres leyendas del cine: Morgan Freeman, Michael Caine y Alan Arkin. Estos actores icónicos se ponen en la piel de Willie, Joe y Albert, amigos y compañeros de trabajo, que luego de décadas de sacrificio se enteran que el sistema les ha quitado los fondos de sus pensiones. Juntos planearán el robo de su banco para recuperar los ahorros de toda una vida. En sus primeras dos películas podemos notar el característico estilo indie con el que Zach Braff decidió adentrarse en la llamada “Nueva Comedia Americana”. De hecho, se ha comparado mucho a su tragicomedia familiar Wish I Was Here (2014) con la aclamada Pequeña Miss Sunshine, que significó una buena bocanada de aire fresco para el género allá por 2006. En el caso de Un Golpe con Estilo, el director se mete de lleno en el desafío de una superproducción que, lejos de sacarle provecho, lo termina abrumando y llevando a un modelo clásico de comedia que poco se condice con sus anteriores trabajos. Más allá de las decenas de veces que hemos visto en pantalla el relato de los tiernos abuelos adentrándose en aventuras alocadas, la película no presenta ningún aspecto innovador o llamativo. De hecho, hay varios chistes fáciles y situaciones empalagosas que atrasan por lo menos 20 años. Lo interesante radica únicamente en ver a la triada de veteranos actores ganadores del Oscar haciendo de las suyas. Y hay que reconocer que, a pesar de la mediocridad del guión, son ellos con su simpatía quienes alimentan esos 96 minutos de cinta. La película posee, además, dos actores secundarios de lujo como Christopher Lloyd, quien encarna a un desopilante anciano con demencia senil, y la actriz y cantante Ann-Margret, que interpreta a una mujer enamorada del personaje de Arkin. En un papel menor pero no por ello menos destacable, se encuentra también la joven Joey King (El Conjuro), que había tenido una excelente labor en la cinta anterior de Braff y que aquí personifica a la nieta adolescente de Caine. En resumen, Un golpe con estilo no es para nada una comedia impresionante y memorable que dentro de unos años la vayamos a encontrar en algún ranking de las mejores películas. Sin embargo, logra su cometido al resultar entretenida y sacarle algunas sonrisas al espectador promedio. También cabe resaltar el propósito del director de llevar a aquellos legendarios actores al protagonismo compartido de una película cuando hace ya varios años que parecen haber quedado relegados a pequeñas participaciones dentro del cine yanqui.
El costo del silencio ¿A dónde van aquellas verdades latentes cuando ya no pueden ser dichas? ¿Qué nos pasa cuando lo que esperamos que los demás sean no se condice con lo real?, ¿Qué hacemos frente a lo irreversible? Esos son algunos de los interrogantes que seguramente brotarán en los espectadores luego de presenciar Maracaibo, la nueva película de Miguel Ángel Rocca. Miguel Ángel Rocca es conocido principalmente por su trabajo en varias cintas de Eliseo Subiela como No Mires Para Abajo (2008) y Rehén de Ilusiones (2011). En 2011 dio a conocer La Mala Verdad, su segunda película como director. El film narra un drama familiar cuyo eje central gira alrededor de un caso de abuso infantil, tema poco abordado dentro de nuestro cine. La película tuvo, además, el privilegio de ser la última ficción protagonizada por el reconocido Alberto de Mendoza, antes de su fallecimiento ese mismo año. Allí, Rocca se encargó de poner de manifiesto los silencios y secretos que abundan dentro del núcleo familiar, y la hipocresía de las autoridades de la institución educativa que eligen desviar la mirada. En esa misma línea sobre lo no dicho y los miedos frente al tabú, es que el director vuelve a hacer foco para contarnos una historia que toca las fibras sensibles de los vínculos entre padres e hijos. Gustavo y Cristina (Jorge Marrale y Mercedes Morán), son un matrimonio de médicos de clase media alta que viven el día a día rutinario sin grandes complicaciones. El hijo de ambos, Facundo (Matías Mayer), tiene 24 años, estudia cine y está a punto de recibirse. Una noche, dos ladrones interceptan a Gustavo mientras estaba ingresando a su hogar y a punta de pistola lo obligan a hacerlos entrar. En una secuencia un poco confusa, uno de los delincuentes, que más tarde se lo conocerá como Ricky (Nicolás Francella), dispara por error a Facundo y lo hiere de muerte. Luego de ese acontecimiento trágico y determinante, las culpas comienzan a aflorar y la funcionalidad del matrimonio se desbarranca. En medio de este doloroso proceso, Gustavo decide emprender una venganza contra el responsable del crimen de su hijo. La dupla Marrale-Morán vuelve a deleitarnos luego de la obra teatral Pequeños Crímenes Conyugales, donde también se ponían en la piel de un matrimonio problemático. Esa química tan natural que transmite el dúo en la ficción, hace que la experiencia de verlos juntos sea una de las mayores atracciones a la hora de elegir el film. El personaje de Cristina se sumerge en un intenso duelo que la lleva también a señalar a Gustavo como uno de los responsables de la pérdida del hijo. Por su parte, Gustavo siente una culpa insoportable relacionada con su impacto al enterarse de la homosexualidad del joven y por haber evitado aquella conversación que nunca se dio. El sentimiento de culpabilidad es el que impulsa al médico a tomar una determinación extrema y poco consciente, con el fin de encontrar allí algo de redención. Toda la primera parte del relato, hasta tiempo después de la muerte de Facundo, logra un considerable interés que lamentablemente va decreciendo durante la larga secuencia del plan de venganza. No cabe duda de que el drama intimista le gana al thriller. En este sentido, el personaje de Luis Machín queda bastante relegado y se pierden un poco las ventajas de tener a un actor de esta talla en el elenco. Las miradas en primer plano, las frases nunca verbalizadas, son claves para la construcción del clima y Rocca demuestra, una vez más, su capacidad de llevarlo a cabo. Una película necesaria, que hace un excelente manejo de los recursos visuales y que interpela al público sobre las apariencias y la zona de confort que generan los secretos dentro del seno familiar.
Pueblo chico, infierno grande Esta semana llega a los cines El Otro Hermano, de Israel Adrián Caetano. La película es un oscuro thriller basado en la novela Bajo Este Sol Tremendo, de Carlos Busqued, y cuenta con Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler en los roles protagónicos. Adrián Caetano es un cineasta con tendencia por las pequeñas historias. Sus films más renombrados dan cuenta de ello: Pizza, Birra, Faso (1998), pieza fundamental del denominado Nuevo Cine Argentino nacido por aquella década, retrata el día a día de una banda de cuatro pibes chorros que caminan las sucias y grises calles porteñas que parecen poco tener que ver con la ciudad de los teatros y las luces. En Un Oso Rojo (2002), el barrio de Berazategui se funde ante la lente de la cámara para contar un nuevo episodio en la vida de El Oso (Julio Chávez), un delincuente que acaba de salir de la cárcel y se encuentra con una familia que ya no es la suya. Y así podríamos seguir contando títulos. La fórmula de Caetano consiste en ir a buscar los resabios del sistema, aquellos personajes familiares que el neoliberalismo se encargó de dejar a un costado de la ruta, para ponerlos en el centro de la escena de un relato intrascendente para el mundo, pero determinante para sus vidas. El Otro Hermano representa la vuelta de Caetano a su estado más puro. Esta vez, la esencia minimalista nos transporta hacia un pueblito casi desconocido del Chaco, llamado Lapachito. Hasta allí llega Cetarti (Daniel Hendler), un tipo común, pesimista, que vive en Buenos Aires y acaba de perder su puesto como empleado público. La madre y el hermano de Cetarti -con los cuales hace años ha cortado toda comunicación- fueron cruelmente asesinados por su padrastro y por eso él es llamado a reconocer los cuerpos (o lo que queda de ellos). En el pueblo se topa con Duarte (Leonardo Sbaraglia), un militar retirado y albacea del asesino de su familia, quien conoce a fondo el pueblo y sabe cómo sacar su mayor provecho. Duarte le ofrece cobrar un seguro de vida y luego repartirse el dinero, propuesta que a Cetarti le resulta muy conveniente ya que su objetivo es hacerse de unos buenos pesos para poder cruzar la frontera e instalarse definitivamente en Brasil. Sin embargo, pronto emergerán sus sospechas de que no se trata de un simple estafador y terminará viéndose involucrado en un negocio más turbulento del que podría imaginar. El espacio donde transcurre la narración es quizá, no sólo un protagonista más, sino el principal actor de la trama. El pueblo de Lapachito es un lugar áspero, repleto de polvo y cosas viejas. Un pequeño mundo desamparado al costado del camino, donde los seres vivos más peligrosos no son aquellos que salen por debajo de las piedras sino los que no necesitan esconderse. Como en el inicio de Blue Velvet (1986), de David Lynch, donde esas bellas locaciones se ven empañadas por la toma de dos escarabajos comiéndose entre ellos, en esta película el contraste entre lo ideal y la pesadillesca realidad es inevitable. Aquí no hay lugar para la mística ni para los clichés sobre la vida simple que podemos encontrar en cualquier película yanqui del lejano oeste. En Lapachito la vida es infinitamente descomposición. Las actuaciones de la dupla Hendler/Sbaraglia resultan excelentemente logradas. En el caso del actor uruguayo que saltó a la fama gracias a su papel en la comedia televisiva Graduados (2012), hay que decir que el personaje de Cetarti le calza perfecto y consigue llevarlo a escena de una manera muy natural, como pocos actores lo harían. Por lo general, los personajes de Daniel Hendler suelen tener muchas características en común y ésta no es la excepción. El perfil bajo, de perdedor, extenuado de las responsabilidades y que sin quererlo se vuelve una especie de héroe de lo cotidiano, llevan su firma. Por otro lado, tenemos a Sbaraglia como Duarte, que es quien realmente se roba la película. Un personaje desagradable y vulgar, pero al mismo tiempo con aires de distinguido. Leonardo Sbaraglia se encarga de llevar al límite de la violencia a este ser siniestro, con un pasado oscuro, que nos remonta a la última dictadura militar y que, paradójicamente, logra el convencimiento de sus interlocutores gracias a su carisma. A los papeles de Cetarti y Duarte, hay que sumarle el importante rol secundario que juega Danielito, interpretado por Alián Devetac. Danielito es el hermanastro de Cetarti, hijo de Marta (Ángela Molina) y del ex esposo y asesino de su madre. Se trata de un adolescente alienado, sin expectativas, que encierra una gran fragilidad y que resiste en ese medio a condición de vivir drogado todo el día con porros. Duarte se encarga de manipular al joven y reclutarlo como mano de obra para sus negocios ilegales. Ante la falta de un padre que lo abandonó por otra familia, Danielito ve en Duarte un modelo a seguir, un hombre con verdadero poder sobre el territorio. Sin embargo, la llegada de este nuevo hermano, sumado a otro acontecimiento determinante, producirá un despertar en el adolescente. El regreso de Adrián Caetano a la pantalla grande supera con creces las expectativas. Una narración fluida, inquietante, intensa, con una dirección de actores sobresaliente que hace lucir a cada personaje, otorgándole momentos únicos a todos los actores secundarios. Mención aparte para la fotografía a cargo de Julián Apezteguía, que cuenta con una gran trayectoria al haber trabajado con los más respetables directores argentinos y que con Caetano se ha destacado en películas como Crónica de una Fuga (2006). Un film que le otorga a géneros como el thriller, el western y el policial una nueva mirada, con un sello nacional que lo posiciona a Israel Adrián Caetano como uno de los mejores narradores.