Pendular, de Julia Murat Por Gustavo Castagna No está mal que determinada película remita a otras o que ocasionales propuestas estéticas refieran a una época anterior. El cine recicla materiales, los da vuelta, los reconvierte a su manera, mira al pasado para concretar algo en un presente que siempre estará obligado a espiar hacia atrás. El caso del film brasileño Pendular (también con plata de acá y de Francia), en primera instancia, parece original desde su disparador argumental pero termina estrangulado por el recuerdo de otros referentes más sólidos y atractivos. Un espacio único, dos personajes principales (un escultor, una bailarina), otros adyacentes y lo público y lo privado que se entremezclan entre los afectos de la pareja y las profesiones de ambos. Una atmósfera cansinamente teatral se expresa con elocuencia y no porque Pendular transcurra prácticamente en ese único espacio íntimo y laboral. La referencia a la “teatralidad” alude al culto que la directora Julia Murat le hace a la performance, al libre albedrío, al juego lúdico. Todo ello fusionado de manera más que forzada a las idas y vueltas de la pareja. Entre la sabiduría del escultor y los desplazamientos de la coreógrafa, la película invierte más de una hora para describir situaciones nimias que unos pocos minutos relevantes llegan a superar la monotonía. La realizadora de Historias que sólo existen al ser recordadas (2011), por lo tanto, se somete (y se percibe que no se siente incómoda) a una estructura de relato donde el crecimiento dramático depende de aquellas reacciones de la pareja y no de la combinación de los aspectos públicos y privados. Si la intención era alegorizar a dos personajes en conflicto personal y profesional, el film brasileño queda a años luz de The Players versus Ángeles Caídos de Alberto Fischerman, aquel título esencial del efímero Grupo de los 5 del cine argentino. Allí sí existía un fuera de campo construido desde la supuesta omisión política del contexto. Allí sí había juegos, espacios de poder a ocupar, relaciones afectivas inconclusas o no. Todo esto contado a través de una película que se concibió hace casi medio siglo… PENDULAR Pendular. Brasil/Argentina/Francia, 2017. Dirección: Julia Murat. Guión: Julia Murat y Matias Marini. Intérpretes: Raquel Karro, Rodrigo Bolzan, Neto Machado, Marcio Vito, Felipe Rocha, Renato Linhares, Larissa Siqueira, Carlos Eduardo Santos, Valeria Berreta, Martina Revollo. Fotografía: Soledad Rodrigues. Música: Lucas Marcier y Fabiano Krigier. Producción: Julia Murat, Tatiana Leite, Andrés Longares, Felicitas Raffo, Julia Solomonoff, Juliette Lepoutre y Pierre Menahem. Duración: 105 minutos.
El día después, de Hong Sang-soo Por Gustavo Castagna Con cuatro o cinco planos y con solo ver un par de minutos a través de esa cámara contemplativa, sometida al zoom in y a la toma secuencia nada enfática, solo valiéndose de esa visión apriorística, se percibe que El día después es un film del coreano Hong Sang-soo, el prolífico cineasta (21 títulos en 20 años), bendecido por Cannes y otros festivales clase A y por la crítica o buena parte ella de acá, de allá y de todas partes. Por estos lares solo se tuvo el estreno comercial de En otro país (porque trabajaba Isabelle Huppert), cuestión que reafirma que dentro de un negocio del cine que solo repara en superhéroes, films de animación y boludeces procedentes del terror menos original, el nombre de Hong Sang-soo únicamente podrá ser focalizado a través de los festivales y del elogio de la crítica (exagerado o justificado) sobre una cuantiosa filmografía elaborada en poco tiempo. Bienvenido, entonces, el estreno comercial de El día después. Confesión: no vi todo lo que hizo el director, más aun, creo que no supero la docena de títulos. Otra confesión: no estoy entre los adherentes incondicionales de su cine y al momento de elegir me interesan más sus films iniciales que algunos de los más cercanos. Última confesión: me jode que se tome como bandera de batalla al cine del coreano para oponerlo a otro que refiere a miserias, incorrecciones políticas, familias disfuncionales y una visión poco complaciente sobre el mundo. No entiendo esta perezosa y tajante división entre dos clases de cine, elogiado o denostado por su dosis o no de crueldad. Aclarados estos ítems, El día después exhibe a cuatro personajes (un hombre, tres mujeres), algunas pocas locaciones, una puesta en escena lacónica y austera, unos diálogos trabajados al extremo y un uso de los tiempos y del espacio totalmente funcionales a una trama que podría contarse en veinte, treinta palabras. Con solo esos elementos, pero desde un absoluto control de la puesta, Hong Sang-soo presenta a Bongwan, editor y crítico literario, a su amante asistente, a su furiosa esposa y a una nueva empleada. El tono es agridulce en las múltiples conversaciones entre dos o tres personajes, rociadas por buenas cantidades de soju, registradas por un blanco y negro que remite a los films iniciales de Eric Rohmer, a sus cuentos morales, a aquella panadera de Monceu y a esa coleccionista de los años 60 de la Nouvelle Vague. La referencia no es casual: como en determinados films del director de La dama y el duque, en el caso de El día después, las supuestas conversaciones banales encubren un estado de ánimo, un reflexión sincera, una infidelidad hipotética, un temor a la revelación. Por eso, la reacción de la esposa del protagonista, que cachetea y denigra a la nueva empleada creyendo que se trata de la amante de su marido, resulta un logrado momento de comedia de equívoco, de error inesperado y recurrente dentro del género. En ese punto se sitúa el film de Hong Sang-soo: mirar hacia la influencia rohmeriana y desde allí agregarle una buena dosis de situaciones dignas del género, teñidas de melancolía sobre el paso del tiempo en donde los afectos (o la falta de ellos) actúan como ejes desencadenantes de la trama. Todo eso, claro está, sustentado en esa puesta en escena invisible y sin adornos que caracteriza al cine del realizador. EL DÍA DESPUÉS Geu-hu. Corea del Sur, 2017. Dirección y guión: Hong Sang-soo. Con: Kwon Hae-hyo, Kim Min-hee, Jo Yoon-hee, Kim Sae-byeok, Ki Joabang. Producción: Hong Sang-soo. Duración: 92 minutos.
Cemento – El documental, de Lisandro Carcavallo Por Gustavo Castagna Cemento merecía su documental. Una figura como la de Omar Chabán, pre desastre de Cromañon, también ameritaba un trabajo de las características del pergeñado por Lisandro Carcavallo. Una hora cuarenta es poco tiempo para sintetizar la importancia de aquel mito edilicio situado en Estados Unidos al 1200 que por dos décadas representó lo under en lo musical y en lo teatral, en lo performático y en lo contracultural. Parido por Chabán y Katja Alemann con la lacra de la dictadura asesina aun cerca, Cemento fue resistencia, creación, desprejuicio, exceso, novedad, sorpresa permanente. Los testimonios son abundantes y a veces perjudican cierto crecimiento del relato, conformando por cabezas parlantes, fragmentos de archivo en color y blanco negro, VHS o digital más reciente. Cada espectador puede elegir la zona del documental que más le interesa, o que tal vez vivió ahí mismo, en ese espacio mítico desde hace años convertido en playa de estacionamiento (Argentina, un país sin memoria, claro). Podrá elegir los primeros años de performance con aire warholiano que tenían a La Organización Negra y a Alemann como referentes, la explosión musical con esas bandas que había que ver en Cemento sí o sí (Sumo, los Redondos, Los Violadores), el auge del punk y del metal y no solo a través de grupos de primera línea, sino también de segunda o tercera (¡esas listas interminables para una sola noche¡), o más adelante, y ya cerca del final, el retorno al universo teatral con Chabán como empresario, gestor y actor en escena. Los testimonios suman en buena medida apuntando a la nostalgia, al carácter ético-empresarial-artístico de Chabán, a la descripción de noches de tribus enfrentadas y policía represiva fuera del local-refugio. Para quien como el que suscribe concurrió cinco, seis veces a Cemento (y, aclaro, que allí no vi a ninguna de las bandas “importantes”), el recuerdo es feliz, confuso, borroso, alegre o como siempre lo fue, de iniciación permanente, de efímera y bienvenida felicidad en contraste con un fuera de campo que aun acosaba y agredía recordando los años anteriores de catacumbas y prohibiciones. En ese sentido, Cemento –el documental- es un trabajo democrático, abierto a los diferentes paladares de los interesados. 20 años de creación y de puertas abiertas, jamás censuradas para el diferente, el de poca plata y el marginado por la sociedad, representaron toda una época irrepetible de la cultura under o independiente de acá. Pero la fiesta terminaría en 2004, cerca del último día de ese año. Allí dios Omar y el diablo Chabán se mordieron la cola. Y se cerraría el telón. Para siempre. CEMENTO – EL DOCUMENTAL Cemento – El documental. Argentina, 2017. Dirección: Lisandro Carcavallo. Guión: Lisandro Carcavallo y Franco Medina. Fotografía: Leandro Chirico. Edición: Leandro Sánchez. Sonido: Mariano Mazzitelli. Duración: 100 minutos. En el Cine Cosmos-UBA (Corrientes 2046), a las 19 y 21.10 horas.
Arpón, de Tom Espinoza Por Gustavo Castagna Una escuela como síntesis de una sociedad. Un micromundo determinado que refleja un todo, una acumulación de amenazas, peligros, paranoias, comportamientos extremos, discutibles algunos, problemáticos y en tensión casi todo el resto. La apuesta del director venezolano Espinoza apunta a diseccionar una multitud de conflictos, historias que se abren para cerrarse en apariencia, dispuestas a someterse al bisturí estético de su director y de un guión que trabaja desde la apertura de un mundo pequeño pero en crisis permanente. Un director de escuela, el tal Argüello (ese buen actor que es Germán de Silva), su hermana (Ana Celentano) que vive como él para la institución escolar y una alumna (la debutante Nina Suárez Bléfari) con una tipología determinada y con los padres fuera de campo. Pero más adelante se sumará una prostituta (Laura López Moyano, una buena actriz vista en La patota), una serie de secundarios de alto riesgo para la particular pareja de director y alumna, una zona peligrosa que se tendrá que escarbar a partir del descubrimiento de un submundo que pocos quieren ver pero que existe. La película arranca con una cámara en mano que sigue a Argüello controlando mochilas de alumnos. El despliegue es silencioso y eficaz desde lo narrativo: pocas palabras, nada de sentencias, un permanente no sé sabe qué está pasando en ese colegio pero algo ocurre y hay que saberlo cuanto antes. La relación Argüello y alumna, en su segunda mitad, se abre a otras instancias, fuera de la institución, en donde la película descansa en ciertas frases que suenan como “mensajes” para mostrar que se está en un mundo podrido, descompuesto, alterado pero cómodo en su roña cotidiana. Allí, por momentos, Arpón levanta un alegórico dedito acusador, proclama y fustiga en lugar de espiar y acariciar con inteligencia los conflictos, convirtiéndose en un film de fuerte contenido para el universo de los festivales de cine. Son elecciones estéticas, formales, temáticas, propósitos germinados desde una reunión de preproducción. Pero no está mal. Que quede claro. ARPÓN Arpón. Argentina/España/Venezuela, 2017. Dirección y guión: Tom Espinoza. Intérpretes: Ana Celentano, Germán de Silva, Laura López Moyano, Nina Suárez Bléfari, Marcelo Melingo. Producción: Martín Aliaga, Roxana Ramos, Juan Fermín y Daniel Ruiz Hueck. Fotografía: Manuel Rebella. Dirección de arte: Mirella Hoijman. Sonido: Francisco Toro. Edición: Leandro Aste. Música: Nascuy Linares. Duración: 82 minutos.
Al desierto, de Ulises Rosell Por Gustavo Castagna Dos personajes, un paisaje contundente, una relación tensa, un supuesto secuestro, una apuesta a la supervivencia. El nuevo film de Ulises Rosell (¿cómo olvidar su excelente documental Bonanza?) arriesga a todo o nada con pocos elementos o, en todo caso, anclando el interés en mínimos gestos y detalles, en planos generales donde la naturaleza actúa con ferocidad y énfasis, en la solvencia de cada uno de los rubros técnicos al servicio de la historia. Al desierto: un hombre, una mujer, el sur del país y dos paisajes opuestos, primero citadino y luego arenoso y casi infinito. Un viaje y la posibilidad de un empleo mejor para Julia (Valentina Bassi) de acuerdo a la propuesta de Armando (Jorge Sesán). Peligro, amenaza y sensación de incomodidad permanente transmite esa travesía que termina mal, con los personajes varados en ese espacio geográfico interminable, que la película registrará con ostentosos planos secuencia siempre al servicio del núcleo narrativo. Julia y Armando se rechazan pero necesitan, se detestan y temen, pero nadie se aleja definitivamente del otro. Están ahí, solos los dos, quien consiguió su presa y la cautiva moderna. Pero Armando disimula su malestar o su soledad insoportable, oculta tras su conocimiento minucioso de ese espacio desértico. Será guía y secuestrador al mismo tiempo. La primera hora está repleta de silencios, miedos, cruces de miradas. Luego vendrá la investigación policial, la búsqueda de la pareja despareja o no tanto, los rastreadores, el comisario, las huellas dejadas atrás por la pareja. Rosell (también director de Sofacama y El etnógrafo y co-realizador de El descanso) maneja con inteligencia cada uno de los cambios de tono y antipatías y simpatías entre Julia y Armando, las idas y vueltas de la pareja central, la tenue pero segura construcción de dos personajes opuestos pero complementarios. Al desierto es una película más que recomendable, entre otras cuestiones, además de las citadas, por los protagónicos de Bassi y Sesán. Él, a través de un personaje con connotaciones parecidas al que hiciera en La araña vampiro: tosco, primitivo, de fuerte mirada, de andar seguro pero frágil en determinados momentos. Ella, por su parte, valiéndose de una mirada interrogadora y de un cuerpo en apariencia inestable pero no tanto. Estupendos ambos y más que necesarios para conformar una de los estrenos de este año. AL DESIERTO Al desierto. Argentina/Chile, 2017. Dirección: Ulises Rosell. Guión: Ulises Rosell y Sergio Bizzio. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Eduard Artemiev, Merle Travis, Miranda y Tobar. Edición: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marina Raggio y Nicolás Oyarce. Sonido: Enrique Bellande. Intérpretes: Valentina Bassi, Jorge Sesán, José María Marcos, Gastón Salgado, Germán de Silva. Duración: 94 minutos.
Soy tu karma, de Who Por Gustavo Castagna Inexplicable por donde se la mire, con un guión aferrado a situaciones sin gracia y al hastío actoral y con una puesta de cámara que remite al teatro filmado, la opera prima del “desconocido” Who, cineasta fantasma procedente del universo publicitario, por momentos y con cierto énfasis, parece un comedia filmada en contra de la comedia como género. El disparador argumental es una desvaída trama que presenta a Darío (el actor español Willy Toledo, el mismo de Crimen ferpecto de Alex de la Iglesia) mezclado con mujeres ajenas a su mundo de confort estilo country. En realidad, las tres mujeres que aparecen en su vida –como correspondientes ánimas o médiums o construcciones mentales del personaje central (o quien sabe) son las que permiten el ingreso de otros personajes: un tontolón (para no decir estúpido) que no puede elaborar una frase verbal, un samurai (¿?) que alude al de Brazil de Terry Gilliam en versión dietética, los suegros del protagonista, su ex o actual (allí el guión se desbarranca al abismo… y van solo 20 minutos), los guardias del lugar (otros dos tontuelos) y un desatino tras otro que jamás se compadece con el género. Se aprecia que la historia apueste por un registro delirante, pero el delirio invocado, confunde demencia con histeria a través de gritos, desmayos, puertas que se abren y cierran y una parafernalia de situaciones sin sentido. Y aclaro aquello del (sin)sentido: una de las claves de la comedia es el “timming”, el manejo de los tiempos, el corte exacto del montaje que produce efecto inmediato en el espectador, la búsqueda de un público cómplice que acompañe las situaciones, las idas y vueltas de la historia, las características de los personajes. Todo esto en Soy tu karma aparece en dosis raquíticas, desganadas, arrítmicas. Algunos momentos ocasionales de una comediante tal como Florencia Peña (a años luz de sus compañeras médium Ana María Orozco y Liz Solari… muy linda ella) ni rozan el aprobado. ¿Quién estuvo detrás de este “fallido” intento de comedia? Un tal Who, que se hace llamar así (se cree español) ocultando su verdadera identidad. Realmente hace bien. SOY TU KARMA Soy tu karma. Argentina/España, 2017. Dirección: WHO .Guión: Gustavo Cornillón. Producción: Néstor Sánchez Sotelo. Fotografía: Leonel Pazos Scioli. Montaje: Guille Gatti. Dirección de arte: Cecilia Castro. Intérpretes: Willy Toledo, Ana María Orozco, Florencia Peña, Boy Olmi, Silvia Pérez, Liz Solari, Leonora Balcarce, Luisa Kuliok, Gino Renni, Ariel Nuñez, Emilio Disi, Juan Manuel Castiglione. Duración: 83 minutos.
A la guerra con amor, de Pierfrancesco Diliberto Por Gustavo Castagna Desconocido por estas pampas, sujeto de la televisión y del cine y personalidad reconocida y popular por allá, Pierfrancesco Diliberto (PIF a secas) concibió su segundo largo luego de La Mafia Uccide Solo D’Estate, de 2013, nuevamente detrás de cámaras, como actor y guionista y atento a cada uno de los rubros técnicos. A la guerra con amor intenta con resultados desiguales retomar la tradición de la gran comedia italiana con un contexto histórico fuerte como el de la Segunda Guerra Mundial, fusionando la dosis clásica de comicidad esperpéntica (desde Italia, claro) con ese marco político y bélico que partió en dos al siglo XX. Las historias son múltiples y los personajes, entre principales y secundarios, más de una docena. Un soldado que irá a la guerra por amor, la relación con sus superiores, la búsqueda del padre de esa mujer para pedirle la mano, dos secundarios provenientes de la comedia del arte (un rengo, otro ciego), la turbia relación entre la mafia y los recién llegados estadoudinenses, una madre y un chico junto a un grupo soportando las caídas de bombas, en fin, se está ante un film coral, con un núcleo central y sus infinitos vasos comunicantes. Y, por si fuera poco, el paisaje del sur, bien siciliano, para que no queden dudas del peso que dentro de la historia tendrá el clan mafioso como “resguardo” de la sociedad y más tarde, declarada la paz, oficiando de salvoconducto político mirando al futuro. Los resultados son dispares. PIF pretende abarcar demasiados ejes temáticos, sintiéndose más cómodo en el impacto certero y eficaz que en la concreción de escenas extensas. En ese punto, los secundarios triunfan dramáticamente y transmiten más de una sonrisa que las historias y los personajes centrales. El cojo, el ciego, el mafioso, dos viejos que se pelean llevando estatuas de la virgen y de Mussolini y un maravilloso gag donde se le pide la mano a un padre enfermo y yacente en la cama se imponen a ese medio tono que escarba en lo peor de La vida de es bella de Roberto Benigni y su mirada neo conservadora y adicta a la genuflexión sobre la Segunda Guerra. Igualmente, PIF y su equipo actoral, en más de una ocasión, tratan de separarse del bufo de las morisquetas para construir su propio discurso. En medio de esas subtramas y tramas aparece la lectura política: la idea de que Italia construyó su imperio en el sur posbélico por la entronización de la mafia como referene político, previa conformidad y aceptación del ejército liberador que vino de América. Lindo tema que la película explora con astucia pero también a través de una comicidad sarcástica y digna de la mejor tradición italiana. Raro film, muy desparejo, con excelentes momentos y otros horribles. Difícil calificarla con alguna seriedad. A LA GUERRA CON AMOR In Guerra per Amore. Italia, 2016. Dirección: Pierfrancesco Diliberto. Guión: Pierfrancesco Diliberto, Michele Astori y Marco Martani. Producción: Fausto Brizzi, Mario Gianani y Lorenzo Mieli. Intérpretes: Pierfrancesco Diliberto, Miriam Leone, Andrea Di Stefano, Maurizio Marchetti, Sergio Vespertino, Maurizio Bologna, Stella Egitto, Vincent Riotta, Lorenzo Patané, Antonello Puglisi. Duración: 99 minutos.
Al centro de la tierra, de Daniel Rosenfeld Por Gustavo Castagna Como en sus anteriores trabajos documentales (Saluzzi: Ensayo para bandoneón y tres hermanos, La quimera de los héroes) y aun en la prestigiosa y muy defendida por la crítica Cornelia frente al espejo, el cine de Daniel Rosenfeld converge a la solidez narrativa junto a una particular mirada sobre temas divergentes: la decodificación de un músico de renombre, las vivencias de unos aborígenes jugando al rugby o una curiosa intromisión en el mundo de Silvina Ocampo. Ahora el cineasta escarba en otro personaje específico, el septuagenario Antonio Zuleta, obsesionado con el tema de los ovnis. Las variables temáticas de Al centro de la tierra permiten sostener el relato desde diversos ángulos argumentales: por un lado, una historia de traspaso generacional, y por el otro, la disección de un personaje central estimulado por sus delirios místicos que lo llevan a visitar a Fabio Zerpa, experto y erudito en el tema. En ese doble juego temático, el documental/ficción de Rosenfeld (o la (in)estable simbiosis de ambos ítems) entrega en sus ochenta minutos momentos de interés en oposición a otros donde el packaging visual y sonoro (la música, el uso del color) se imponen a los desafíos argumentales. Salvo en el último tercio en el que el Zuleta, como si fuera un astronauta (¿o un “eternauta” salteño?), aun para él, sale a explorar ese territorio desconocido a la búsqueda de una revelación o acaso de una respuesta a sus múltiples interrogantes. En esos momentos, el trabajo de Rosenfeld respira con vida propia, fusiona de manera elegante el humor con el suspenso, los silencios con la mirada del personaje, el paisaje (estupenda pero también excesivamente fotografiado) con el andar parsimonioso de una criatura de ficción que carga con una obsesión llevada al extremo. En esos diez, quince minutos de “caminata lunar”, Al centro de la tierra se aleja del peligroso espejo estético de parecerse a un documental de una señal del cable. AL CENTRO DE LA TIERRA Au centre de la terre. Argentina/Alemania/Holanda/Francia, 2017. Dirección y guión: Daniel Rosenfeld. Música: Jorge Arriagada. Fotografía: Ramiro Civita. Sonido: Gaspar Scheuer. Edición: Lorenzo Bombicci. Con Antonio Zuleta y la participación de Jorge Milstein, José y Reina Zuleta y Fabio Zerpa. Duración: 79 minutos.
Mi hist(e)ria en el cine, de María Victoria Menis Por Gustavo Castagna Suerte de diario personal en permanente ebullición pero a disposición de quien se interese sobre el tema, Mi hist(e)ria en el cine deja de ser “historia” cuando la directora, María Victoria Menis, explora en lo personal y privado, en su familia, en el rol que ocupa dentro de la profesión, a la que necesita pese a que le fastidie y enoje por momentos. En efecto, el documento expresa un malestar –la con-vivencia de la responsable con el cine- pero ese estado de ánimo se irá recomponiendo cuando surjan afectos, cuestiones personales, recuerdos, anécdotas, tal como si se tratara de un diario personal pero al alcance de todos, atractivo por sus sorpresas, casero en su gestación formal, cinéfilo y apasionado del comienzo al final. Menis habla con sus papás (punto altísimo de la película) o, en todo caso, deja que ellos expresen sus opiniones. De allí surgen las imágenes de La ronda de Max Ophüls y otros fragmentos de films más que necesarios para el andar de la narración: un título de la directora (El cielito, por ejemplo), la cita lógica a Ocho y medio de Fellini, las invocaciones a Lawrence de Arabia, La rosa púrpura del Cairo y a otras películas no citadas desde la mera acumulación sino para el devenir del relato. Esa confluencia de lo público y lo privado, de la profesión y lo familiar, de la cámara que filma y del recuerdo y la anécdota a flor de piel, ostenta una bienvenida levedad que hace más atractivo al documental: Menis está enojada con el cine pero hace catarsis de la mejor manera, buceando en la intimidad y en sus seres queridos, no expresando su fastidio a través de la denuncia y el ajuste de cuentas. Por eso, cuando al final aparece ella misma en imagen, casi de manera pudorosa, infiere que no es el centro de interés del documento. Claro: la cámara de la directora de la más que interesante María y el araña ya había hecho lo suficiente para captar esos momentos verdad que solo puede lograr un cine comprometido, pero también cálido y que protege al espectador sin recurrir a sentimentalismos y lugares comunes. MI HIST(E)RIA EN EL CINE Mi hist(e)ria en el cine. Argentina/España, 2016. Dirección: María Victoria Menis. Intérpretes: María Victoria Menis, Cecilia Menis, Franca González, Saúl Cherñajovsky, Rosa Cherñajovsky. Duración: 64 minutos.
El futuro llegó, de Fernando Krichmar, Alejandra Guzzo y Omar Neri Por Gustavo Castagna Buceando en el estilo instalado por los trabajos del Grupo Cine Liberación y Grupo Cine de la Base, con concordancias afines a algunos documentales de Joris Ivens, y también, escarbando en la fundacional Tiré Dié de la Escuela del Litoral y de su cabeza principal Fernando Birri, los documentales del Grupo de Cine Insurgente (Diablo, familia y propiedad) exploran en la denuncia de un hecho determinado, en la contextualización del conflicto y en el relato histórico, invocando al pasado para comprender de la mejor manera un presente nada venturoso. Sobre esos carriles estéticos y temáticos transcurre la hora y media de El futuro llegó – título irónico de por sí- donde el Grupo cuenta, desde los orígenes hasta hoy, con su correspondiente construcción dramática, sobre la instalación del polo petroquímico en Ingeniero White (Bahía Blanca). Las imágenes contundentes del comienzo anuncian un paraíso que nunca será tal, desde la convergencia del material de archivo hasta testimonios que relatan anécdotas sobre la construcción del polo petroquímico, avizorando un futuro feliz para la población. En esos momentos, el trabajo de Cine Insurgente va y vuelve del pasado al presente a través de esos rostros curtidos por años de experiencia, labor cotidiana, amor al terruño, esperanza abortada y subsistencia diaria. En esos instantes, El futuro llegó, recurriendo a las cabezas parlantes, apela a una bienvenida y cálida emotividad desde las palabras de los habitantes de Ingeniero White (o “uite”). El recorrido argumental, de allí en adelante, escarba en la miserable explotación del hombre por los compañías multinacionales y del horror que caracteriza a la contaminación del medio ambiente. En ese punto, el documental cambia su rictus nostálgico para insertarse en la denuncia feroz de un hecho aborrecible. Los testimonios expresan el malestar y el fastidio de la población, la desazón del los habitantes, la invasión en aire que se padece en ese paisaje de siempre pero ahora distinto a aquel paraíso prometido décadas atrás. “No estoy en contra del progreso sino de la contaminación que marca el progreso”, se escucha de boca de uno de esos habitantes históricos. Y las últimas palabras las tendrán los sobrevivientes de un paisaje en lucha permanente que debe pelearse día a día, contra todos los males y los augurios terminales que señalan la contaminación diaria de esa geografía. Acá está la resistencia, o buena parte de ella, parece decir sin subrayar la última parte del documental del grupo Insurgente. Y vaya si lo logra. Y cómo no creerle a esa titánica pelea cotidiana. EL FUTURO LLEGÓ El futuro llegó. Argentina, 2017. Dirección: Creación colectiva del Grupo de Cine Insurgente (Fernando Krichmar, Alejandra Guzzo, Omar Neri). Participación de Cámara: Ignacio Guggiari. Sonido: Lucho Corti. Foto Fija: Carolina Magnaterra. Asistente de Producción: Andrés Novas. Música: Carlos Senin. Duración: 89 minutos.