“Paranormail”, de Dennis Bartok Por Gustavo Castagna Fiel exponente del terror “pastiche” debido a la acumulación desenfrenada de referencias a otras películas, siempre mejores que Paranormal o… Nails en el título original. Transparente ejemplo de terror “hospital(ario)” con la cámara recorriendo pasillos, violando intimidades de pacientes (en realidad, solo uno y alguno que da vueltas), presentando un tipo de terror ad hoc para adolescentes sin demasiadas pretensiones de descifrar virtudes y / o defectos de la puesta en escena. El arranque no es original pero se disfrute sin autoexigencias: un accidente, una internación, una paciente con la cara maltrecha, dificultades en el habla, fracturas, respiradores artificiales, cuidados intensivos. Pues bien, ya se está ante el recuerdo de algún clásico añejo pero valioso como Hospital del terror o, ya inferior, aquella Halloween 2, cuando aun no se recurría a la steadycam como uso y abuso. Simplemente, porque no existía. Pero en Paranormal hay un pasado que corroe: el espíritu de un enfermero asesino de niños que anda con ganas de reaparecer y pegarle más de un susto a la ya de por sí inestable protagonista (Shauna MacDonald, quien salva algunas escenas). Un poquito de música ruidosa por allí destinada a que se pegue algún salto o grito bastante gratuito, algunas referencias a la familia disfuncional que integra el personaje principal, un par de momentos inquietantes que aluden a las súbitas reapariciones del enfermero criminal, una imagen terrorífica del asesino saliendo de un ropero (sí, claro, los asiáticos ya hicieron mil planos parecidos), en fin, una mirada sobre el género que se ubica en una zona intermedia más relacionada a la omisión que al rechazo instantáneo. Eso es Paranormal: la ves sin problemas, se olvida rápido, no incomoda ni tampoco ofende. Es un “ni” con el pulgar semibajo. PARANORMAL Nails. Irlanda, 2017. Dirección: Dennis Bartok. Producción: D. Bartok y Tom Abrams. Producción: T. Abrams y Joseph Kaufman. Música: Ade Fenton y Tim Slade. Montaje: John Walters. Con: Shauna MacDonald, Ross Noble, Steve Wall, Richard Foster-King. Duración: 85 minutos.
“Dry Martina”, de Che Sandoval Por Gustavo Castagna Tercera película del chileno Che Sandoval luego de Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que vos, cineasta de culto “baficiano” y director trasandino auténtico a ambos lados de la cordillera. En su nuevo opus subyace un fuerte cambio de punto de vista: de la misoginia juvenil y a flor de piel de su opera prima, pasando por el registro de la crisis de un hombre de 40 años en la segunda, en donde se respetan algunos códigos de vida del film anterior, en esta nuevo y exquisito exponente de puesta en escena, la historia recae en Martina Andrade, cantante y diva pop exitosa en un pasado no tan lejano. El personaje es pura energía y decisión aun cuando su frigidez sexual y el recuerdo de un torrentoso amor reaparezcan en una actualidad ciclotímica y divagante. El deseo está ahí, urgente, y en ese punto la historia abre el abanico argumental hacia dos ejes: por un lado, la aparición de Francisca, una fan chilena que dice ser su hermana y, por el otro, el personaje de César –novio de aquella -, que se convertirá en el objeto de deseo de Martina. En todo de comedia construida a base de situaciones hilvanadas desde los afectos, la búsqueda de una familia que no existe, la soledad que trata de disimularse, la cercanía de los cuarenta del personaje central y un padre que agoniza y que la hija visita de vez en cuando, Dry Martina traslada a Chile todos y cada uno de los conflictos, a un paisaje ideal como constraste cultural, en oposición y complemento, entre dos sociedades cercanas pero con diferencias. Dry Martina es una película sexual, desde las imágenes y la verborragia de los personajes, también de la libertad con la que traslucen situaciones dignas de una screwball comedy de tonalidades grises donde el director nunca pierde como centro operativo de la historia a su personaje central. En ese punto, la puesta en escena es Martina, seca, dry, caliente, sudada, feliz, triste, desconcertada, apabullante, melancólica, frontal. Luego de un nuevo encuentro sexual con César, la cámara de Sandoval se ubica en el cuerpo y la voz de ella recordando a su viejo amor y su carencia afectiva provocada por la ruptura. Martina habla, César mira sorprendido. En esa íntima escena verbal, luego de que la pareja cogiera por segunda vez, Dry Martina expresa de manera elegante un monólogo en la cama como lo hacía aquel Cassavetes en blanco y negro de Shadows y Faces fusionado al Woody Allen de Annie Hall y Manhattan. En esta estupenda escena, como en toda película, sobresale la interpretación de Antonella Costa, tan potente en cada uno de los planos que hasta sería imposible imaginar otra Martina con esos gestos, miradas y movimientos junto a ese cuerpo y esa voz. DRY MARTINA Dry Martina. Chile/Argentina, 2018. Dirección y guión: Che Sandoval. Productores: Florencia Larrea, Gregorio González, Hernán Musaluppi, Natacha Cervi. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Dirección de arte: Nicolás Oyarce. Montaje: César Custodio. Música: Gabriel Chwojnik. Intérpretes: Antonella Costa, Patricio Contreras, Geraldine Neary, Pedro Campos, Álvaro Espinosa, Yonar Sánchez, Héctor Morales, Humberto Miranda, Joaquín Fernández, Sergio Nicloux. Duración: 96 minutos.
“Crimen en el Cairo”, de Tarik Saleh Por Gustavo Castagna Policial de origen sueco que transcurre en El Cairo. Reglas genéricas procedentes del policial respetadas a rajatabla con la suma de un contexto político y social que se relaciona con aquel caótico y violento Egipto “real” de hace más de un lustro. También, o por ese motivo, Crimen en el Cairo es un thriller político: una ciudad y una sociedad podrida y corrupta, unos personajes que representan a la ley pero que actúan fuera de ella, un paisaje a punto de estallar desde sus entrañas políticas y sociales entremezcladas con el cine de género tomando al policial como reglamento clásico sin necesidad de recurrir a originalidades de puesta en escena ni a virtuosismos de la cámara. Clasicismo puro y concreto. El eje central es Noredin, un detective con aire a Harry Callahan trabajando en la débil frontera dentro de la ley y fuera de ella. El cadáver de una mujer en un hotel, la aparición de una cantante como disparador ajeno a la trama inicial, la figura del antihéroe Noredin –encarnado por un buen actor, Fares Fares (junto a su prominente nariz) -, los superiores del policía que hacen su trabajo, los televisores, diarios y radios que narran los cambios que se producían en aquella sociedad egipcia, un amor típico del género (policía y heroína) y el esquema básico pero siempre atractivo de un film noir (“nada es lo parece ser”, ramificaciones y desvíos inesperados de la historia) conforman un relato que avanza a pasos lógicos y previsibles pero nunca gratuitos. Crimen en el Cairo no tiene la pretensión de re-inventar al género. Todo lo contrario: confía en su narrativa visual, en personajes arquetípicos junto a un par giros dramáticos en donde se combina el género con el contexto “real” ficcionalizado acá por el director de sueco Tarik Saleh. Y, como casi siempre sucede, si se cuenta bien una historia, la Meca te espera y te presenta un destino ajeno al de una cinematografía periférica. Pues claro: el proyecto actual de Salehl se llama “Charlie Johnson in the Flames” con Liam Neeson. Como también (casi) siempre ocurre, bien rapidito Hollywood pone el ojo y coloca la plata en una nueva mesa de negociación… CRIMEN EN EL CAIRO The Nile Hilton Incident. Suecia, 2017. Dirección y guión: Tarik Saleh. Fotografía: Pierre Aïm. Escenografía: Roger Rosenberg. Vestuario: Louize Nissen. Productor: Kristina Åberg. Intérpretes: Fares Fares, Tareq Abdalla, Yasser Ali Maher, Nael Ali, Hania Amar, Slimane Dazi, Ger Duany, Ahmed Abdelhamid Hefny, Ahmed Khairy, Mari Malek, Ahmed Selim, Hichem Yacoubi, Mohamed Yousry. Duración: 106 minutos.
“El enemigo interior”, de Eran Kolirin Por Gustavo Castagna Segundo film exportable fuera de Israel del cineasta Eran Kolirin (luego de The Band’s Visit, 2007), El enemigo interior escarba en una familia luego de que David (el padre) abandona el ejército tras 27 años de labor y reclutamiento. En ese punto, la historia expone al núcleo familiar, sus integrantes, sus acciones mínimas pero importantes (afectivas, laborales) de cada uno. La esposa, una mujer atractiva, profesora, intimará con un joven alumno; la hija, por su parte, conocerá y noviará – hasta donde se le permita – con un palestino; el hijo, por su parte, tendrá sus propios problemas, y por fin, el padre, ahora “jubilado”, observará y descubrirá un panorama impensado y novedoso. Con ese abanico narrativo que poco a poco estructura una película de carácter coral, El enemigo interior describe las taras, miedos, prejuicios y decisiones extremas de una sociedad opuesta a las tradiciones ancestrales enraizadas con las instituciones, los reglamentos y el respeto a las formas. En ese juego de oposiciones la película – sin tomar riesgos ni un rigor cinematográfico digno de elogiar – presenta un cuadro de situación, una forma de convivencia en una sociedad de determinada acosada y temerosa frente a un atentado o sismo que resquebraje un orden establecido. Sin embargo, El enemigo interior corre su velo ideológico hacia unas zonas más tenebrosas, o por lo menos, polémicas y discutibles. Parecería que un Estado tal también tiene el derecho a invadir la privacidad de sus habitantes siempre que los mismos individuos estén de acuerdo con esa decisión. Es lo que ocurre en algunos momentos de la película, cuando algunos integrantes de la familia son vigilados en sus aspectos cotidianos con tal de mantener las formas que respeten ese orden institucional regido por la moral y las buenas costumbres. Por eso, las últimas imágenes que muestran a la familia completa disfrutando de un recital permiten dos miradas. Por un lado, la felicidad por presenciar la reconciliación definitiva del clan después de las acciones y sugerencias impartidas “desde arriba”. Por el otro, la indignación que puede provocar semejante reconciliación digitada por la presencia de un Estado que vigila. Personalmente, me inclino en la segunda. EL ENEMIGO INTERIOR Me’ever Laharim vehagvaot/ Beyond the Mountains andHills. Israel, 2016. Dirección y guión: Eran Kolirin. Intérpretes:Mili Eshet, Noam Imber, Shiri Nadav Naor, Alon Pdut, Yoav Rotman. Música: Asher Goldschmidt. Fotografía: Shaai Goldman. Montaje: Arik Leibovitch. Productores: Diana Elbaum, Sebastien Delloye, François Touwaide, Michael Weber, Viola Fügen. Duración: 92 minutos.
“Román”, de Eduardo Meneghelli Por Gustavo Castagna Román, el bueno de Román, confía en la bondad del mundo, en el universo que lo rodea, en la confianza de sus compañeros de tareas y en su jefe policial. Lee a Mishima (¡plop!), va seguido al gimnasio, tiene un amigo fiel con el que va a pescar y de vez en cuando se revuelca con una mujer, casada, que trabaja en un templo evangélico. Román es pura anatomía como si se tratara de un ejemplar de WWE de lucha libre con rostro parecido al de Lou Ferrigno. Qué mala es Román: parece un viaje al cine argentino de los 80 e inicios de la década siguiente con un packashing formal superior que en los resultados finales no interesan. Más aun, el guión flaquea en varios sectores, la mirada del personaje central (interpretado por un actor nulo en matices) parece la de un Rambo anabolizado, como si Román – el personaje – se corporizara en la antítesis del policía corrupto y merquero que hiciera Gerardo Romano hace más de veinte años. La música enfática, los diálogos impostados –de los otros intérpretes, buenos actores (Roca, Portaluppi), metidos en personajes imposibles-, las escenas de acción (¿?) cercanas a aquel engendro que Echecopar hiciera para la tevé, la repetición de tips y tics (uf, los diálogos de Román con su cana amigo encarnado por Casero), la remanida corrupción policial (en esos momentos pensaba en El bonaerense de Trapero), de a poco, van conformando algo más de una hora (casi) imposible de concebir. Pero que existe. Solo un plano me parece recordable, aquel donde Román mata al pastor que personifica Portaluppi, con la cámara lejos, en un encuadre perfecto, afiliado al de una película de y con Takeshi Kitano. Pero solo un plano, un minuto, nada. Uf. ROMÁN Román. Argentina, 2015. Dirección: Eduardo Meneghelli. Guión: Gabriel y Pablo Medina. Fotografía: Gustavo Biazzi. Montaje:Andrés QuarantaCon: Gabriel Peralta, Carlos Portaluppi, Horacio Roca, Nazareno Casero, Arnaldo André, Aylin Prandi. Duración: 73 minutos.
Godard, mom amour, de Michel Hazanavicius Por Gustavo Castagna Mis disculpas para el lector de estas líneas pero recurriré a la primera persona en varias zonas de la nota. Di varias vueltas y pensé más de una vez cómo empezar estos 3400 caracteres de Godard, mon amour de Michel Hazanavicius, el responsable de ese bofe estético oscarizado llamado El artista. Pues bien: se está frente a un imbécil del cine, un cineasta de limitada capacidad neuronal para transmitir algo interesante en imágenes, una idea original, un atisbo de inteligencia por el bien de la historia del cine. Aclaro de entrada: no me molesta que ridiculice a Godard y lo muestre como un tarado, un misógino, un adolescente tardío que en una escena de sexo oral con su mujer sigue pensando sobre la importancia de la Revolución China de Mao. El problema más grave es la relectura que MH hace de aquel Godard comprometido con la política y el mundo, con el inminente Mayo Francés, con su visión nueva sobre el cine que desprecia a su etapa anterior (iniciada con Sin aliento) en medio de su historia de amor con la joven actriz Anne Wiazemsky, luego del divorciarse de Anna Karina. Justamente, este producto fílmico que parece guionado por los creadores de Rebelde Way junto a la mirada superficial de los 70 revisada por los 90 que tenía el biopic local sobre Tanguito, parte del libro de memorias de la actriz, fallecida no hace menos de un año. MH cree que recrear el mundo de Godard es copiar groseramente la textura, los colores y algunas acciones de los personajes de Pierrot, el loco, El desprecio (mostrando a Stacy Martin –AW- tomando sol desnuda como Briggite Bardot en el clásico de Godard) y La chinoise, invocar casi cinco minutos Sin aliento, ofrecer a un personaje central que parece salido de una comedia slapstick por su torpeza y, por si fuera poco, disparando frases que se convierten en aforismos políticos dignos de graffitis creados por iniciados en el tema. En fin, MH confía en que se puede transmitir el desconcierto ideológico de un burgués a pleno como Godard mostrándolo en playas paradisíacas mientras es repudiado en ambientes universitarios o se dedica a hacer chistes y decir ironías de adolescente “comprometido” con el maoísmo sesentista que tanto cautivó a la burguesía gala. Pero creo que MH no es el único responsable de semejante desmadre pseudoadolescente sobre un emblema del cine, un artista de dos siglos que aun sigue en actividad. Creo que se trata del ajuste de cuentas tardío de una buena parte de la cofradía cinematográfica francesa que desprecia a Godard, encabezada por otro cineasta menos que discreto como Bertrand Tavernier (ojo, en comparación, acabo de citar a un genio) y de un grupo de adláteres anti-Nouvelle Vague y anti-Cahiers du Cinéma que aun existen y siguen haciendo algo parecido al cine. En lo personal hubiera preferido que un irresponsable, engreído y aun veinteañero como Xavier Dolan construyera su versión de Godard en lugar del casi nulo reciclador del cine silente. Al fin y al cabo, así como Godard presenta su nuevo trabajo en estos días en el Festival de Cannes, no creo que dentro de veinte años o más la obra de Michel Hazanavicius merezca una retrospectiva. Posdata final: Louis Garrel y Stacy Martin convencen con sus interpretaciones dentro del tono dietético y lavadito que propone la película. A propósito, me gustaría conocer la opinión de Philippe Garrel sobre tan particular biopic de dos años de la vida y la obra de JLG. GODARD, MOM AMOUR Le redoutable. Francia, 2017. Dirección: Michel Hazanavicius. Guión: M. Hazanavicius sobre el libro de memorias de Anne Wiazemsky. Producción: Florence Gastaud, Michel Hazanavicius, Riad Sattouf. Fotografía: Guillaume Schiffman. Montaje: Anne-Sophie Bion, Michel Hazanavicius. Con: Louis Garrel, Stacy Martin, Bérénice Bejo, Grégory Gadebois. Duración: 107 minutos.
Alguien más en quien confiar, de Matías Lojo y Gabriel Patrono Por Gustavo Castagna El Reloj merecía su documental, su registro histórico, sus imágenes de ayer y de hoy, su cronología de vida (en un escenario de recital y fuera de él). Alguien más en quien confiar –título de uno de sus temas más reconocidos- tiene dos destinos concretos: por un lado, el objetivo nostálgico dirigido a quienes conocen y aun consumen a la banda desde los inicios, desde aquellos años 70 de autogestión y sincera independencia; por el otro, delegar una antorcha, una herencia musical hacia las nuevas generaciones que tal vez escucharon que existieron Manal, Almendra, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Sui Generis, Vox Dei y que nunca le puso sus oídos a la banda del Oeste. Bueno, no saben qué se perdieron. Pero, para remediar el asunto, hay que ver el trabajo de Matías Lojo y Gabriel Patrono. Investigación minuciosa, entrevistas a cámara, citas y recuerdos, contextualización correspondiente para comprender el paisaje en el que el grupo (o “¡el conjunto!”) construyó su obra, separaciones y reconciliaciones y los egos que explotaron en algún momento provocando la primera ruptura. Cada uno de sus ítems aparece y se desarrolla en el documental, trabajado desde el formato televisivo pero con aditamentos visuales que merecen el elogio y hasta se compadecen con cierta zona riesgosa desde el punto de vista estético. El Reloj siempre transmitió su polenta y garra pero también complejidad en los arreglos, en el uso de las voces, en esa batería mítica con doble bombo. Eduardo Frezza y Osvaldo Zabala se corporizan en los testimonios principales sin omitir ni ahí a los otros integrantes del grupo en diferentes épocas y formaciones, con especial preeminencia del líder Willy Gardi, de muerte temprana, mostrado en otra clase de registros visuales. El Reloj; rock pesado, heavy metal, años sinfónicos, décadas de trayectoria, discos que están y que hay escuchar. El círculo se cierra con el documental de Lojo y Patrono. Por suerte. ALGUIEN MÁS EN QUIEN CONFIAR Alguien más en quien confiar. Argentina, 2017. Dirección: Matías Lojo y Gabriel Patrono. Idea y producción: Matías Lojo. Una producción de Fomento Producciones y La Nave de los Sueños. Con la colaboración de La Pesada del DOC, Escribiendo Cine. Equipo Técnico: Pablo Marini, El Cicho, Leandro Rocha, Juan Schmidt, Daniela Caballero. Con la participación de Eduardo Frezza, Locomotora Esposito, Osvaldo Zabala, Gustavo Cipriano, Daniel Telis, Tano Marciello, Beto Ceriotti, David Mirande, Petty Guelache, Vikingo Martinez, Bocon Frascino, Carlos Mira, Tucata Suarez, Gustavo Rowek, Willito Ponce, Piero Carpín y Alfredo Rosso. Duración: 83 minutos.
La película infinita, de Leandro Listorti Por Gustavo Castagna Restos de películas que no fueron, fragmentos que parecían perdidos, de un pasado ya lejano, de otras décadas, de otros cines y de mundos diferentes. Listorti se apropia de algo que no llegó a ser y lo convierte en material novedoso desde un lugar donde se fusionan el historiador y el restaurador. No hay cabezas parlantes ni textos explicativos, no hay lugar para los lamentos sino para la reconstrucción de un paisaje que se perdió y que en menos de una hora resucita desde las ideas de un director. A la manera de Sucesos intervenidos (2014), emprendimiento colectivo sobre aquel mítico noticiero, La película infinita emplea esos materiales para darles una nueva dirección: por momentos caótica y dispersa, en otros sustentado en una narración que apela al “collage ordenado”, los fragmentos de una docena de títulos entre cortos y largos construyen un rompecabezas cinéfilo repleto de fantasmas, de sensaciones antes que de certezas, de infinito continuo pero también de inminencia de pantalla en blanco, de lugar fantasmal y de vacío eterno. Mirando este extraño trabajo de Listorti, que provocará euforia e irritación en dosis similares, recordé el final de Irma Vep de Olivier Assayas con esos curiosos efectos especiales que surcan el rostro y el cuerpo de Maggie Cheung hasta llegar a la pantalla-fantasma. En el recorrido de Una película infinita, que a su manera es una película de fantasmas, se permite la mirada quirúrgica del cinéfilo: imágenes de una joven Ana Katz, de La neutrónica explotó en Burzaco de Agresti, de aquella primera versión de Zama dirigida por Nicolás Sarquís, de Ángel Magaña en El juicio de dios de Hugo Fili. Luego, con los créditos finales, aparecerán los nombres de Llinás y Rejtman, entre otros, y una “maldición” que parece rondar por el nombre de Antonio Di Benedetto ya que dos “frustradas” adaptaciones de su obra se visualizan en el trabajo de Listorti. Sin embargo, también el catálogo del cinéfilo ansioso queda en blanco y la película infinita ahora sí terminará para que los fantasmas se vayan a descansar. LA PELÍCULA INFINITA La película infinita. Argentina, 2018. Dirección: Leandro Listorti. Producción: Paula Zyngierman y Leandro Listorti. Montaje: Felipe Guerrero. Diseño sonoro: Roberta Ainstein. Producción ejecutiva: Paula Zyngierman. Productor asociado: Gustavo Beck. Con las voces de Rosario Bléfari y Edgardo Cozarinsky. Con: Rosario Bléfari, Héctor Alterio, Ana Katz, Pepe Soriano, Jazmín Stuart, Charo López, Julia Elena Dávalos, Ángel Magaña, Romualdo Quiroga, Alba Mujica, Mario Pardo, Joaquín Bonnet, Yael Ken, Damián Dreizik, Roberto Bonomo, Osvaldo de La Vega, Alejandro Ocón, Rita Armani, Jorge de La Riestra. Duración: 56 minutos.
Las estrellas de cine nunca mueren, de Paul McGuigan Por Gustavo Castagna De Sunset Boulevard a Liverpool. De los films noir de los 50 al teatro inglés de décadas siguientes. De las luces de Hollywood al otoño británico de 1979 y 1981. Gloria Grahame (*) fue una excelente actriz, un torrente de seducción, una hembra fatal que sedujo a todo el mundo durante diez años, que se casó cuatro veces y se revolcó con su hijastro (hijo de Nicholas Ray, el cineasta de Rebelde sin causa, admirado por los Cahiers) y que, finalmente, pasó al olvido hasta una efímera resurrección ya en la Inglaterra de fines de los 70. Acá empieza este biopic de dos años, este melo con grandes momentos y otros no tanto que dirigió Paul McGuigan, realizador al que tal vez algunos recuerden por Acid House estrenada hace tiempo. Allí, en ese Liverpool al borde del adiós de los primeros y genuinos años pos punk acompañados por el cadáver exquisito de Sid Vicious, en ese mundo ajeno a una proclama revolucionaria, Gloria Grahame vive una vital historia de amor con el joven actor Peter Turner, lejos del glamour y los oropeles, cerca de la sinceridad y más allá de las luces. Las estrellas de cine nunca mueren transcurre dentro de las convenciones en esta clase de relatos: dos personajes opuestos que desafían a la época, dos mundos diferentes pero, de manera impensada, con una pareja que se acepta dentro de un ámbito familiar (en especial, los padres del joven) que dan el visto bueno para que la ex diva sane de su enfermedad en ese enorme caserón de Liverpool. La narración va y viene entre 1979 y 1981, mostrando momentos de felicidad de Gloria y Turner, una escena extraordinaria donde conversan con la madre y hermana de ella y surgen hechos del pasado que fustigan a la protagonista y otros instantes que oscilan entre la melancolía por un pasado que no vuelve y un presente que se prevé oscuro y sin salida. Allí, en ese juego de luces y sombras que rondan a la pareja, la película misma sube y baja en interés. Por momentos, sostenida desde la pureza del melodrama, en otros ubicada en una meseta narrativa sin demasiadas complejidades y en algunas ocasiones (las menos) raspando las costuras del producto televisivo obvio y convencional. Sin embargo, aun con sus desniveles, la película sube y sube en interés debido a su fenomenal elenco. Pese a sus reiterados tics, Jamie Bell (el ex niño de Billy Elliott) se banca bien el protagónico. En rol secundario de importancia sobresalen Julie Walters (la mamá del protagonista) y en solo una secuencia aparecen Vanessa Redgrave (la madre de Gloria) y Frances Barber (hermana de Grahame), aquella inolvidable intérprete de Sammy y Rose van a la cama de Stephen Frears. Pero Las estrellas de cine nunca mueren no sería tal sin la avasallante y extraordinaria interpretación de Annette Bening. En este punto, Gloria Grahame, en algún lugar, debe sentirse más que satisfecha. (*) Para quienes no conocen a Gloria Grahame (28.11.1923 / 5.10.1981) van cinco películas fundamentales de su carrera: Cautivos del mal (1952, Vincente Minnelli); In a Lonely Place (1950, Nicholas Ray); Los sobornados (1953, Fritz Lang); La bestia humana (1954, Fritz Lang); La telaraña (1955, Vincente Minnelli). LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN Film Stars Don’t Die in Liverpool. Gran Bretaña, 2017. Dirección. Paul McGuigan. Producción: Barbara Bróccoli. Guión: Matt Greenhalgh sobre las memorias de Peter Turner. Fotografía: Urszula Pontikos. Música: J. Ralph. Intérpretes: Annette Bening,Jamie Bell,Julie Walters,Vanessa Redgrave,Stephen Graham,Leanne Best,Kenneth Cranham,Frances Barber,Tom Brittney,Ben Cura. Duración: 106 minutos.
La intimidad, de Andrés Perugini Por Gustavo Castagna Afiliada estética y conceptualmente a la obra de Gustavo Fontán, con especial preeminencia en la trilogía sobre “la casa” (El árbol; Elegía de abril y La casa), el documental de Andrés Perugini coloca la cámara en objetos, recuerdos y en un espacio físico otrora habitable y ahora constituido por ausencias. En todo caso, la historia de la abuela del director, Irene, sus 96 años y su desaparición física, fue captada en su momento desde la presencia viva y vital de la protagonista en su casa de Germania, pueblo rural de la provincia de Buenos Aires. Luego de los primeros minutos donde Irene es la voz y el cuerpo del documental, el giro narrativo se dirige a sus hijos y a su nuera y a esos elementos que pertenecen al pasado y a los que se le debe dar un destino. En esas conversaciones, concretadas desde la sinceridad y el realismo extremo con frases alusivas, La intimidad se aleja de los trabajos de Fontán, al hacer prevalecer esas charlas de parientes rodeados de objetos, vestidos y demás que pertenecían a Irene. La estructura de relato, en su última parte, vuelve a ubicar con sumo placer a esa cámara desde adentro de la casa “observando” hacia afuera, espiando a nuevos habitantes o hipotéticos compradores de la morada. En ese juego entre pasado y presente, las imágenes registran dos mundos contrapuestos: el de la casa por décadas habitada por Irene y el actual, exhibido a través de un niña junto a la tecnología de estos días. Melancólico documental, breve en su duración, certero y concreto en sus intenciones, La intimidad pertenece a esa categoría de trabajos íntimos y observacionales que emocionan sin necesidad de recurrir a golpes bajos o excesos de la puesta de la escena. LA INTIMIDAD La intimidad. Argentina, 2017. Dirección, producción, guión, cámara, fotografía y sonido directo: Andrés Perugini. Montaje: Mario Bocchicchio. Diseño de sonido: Eugenio Fernández Taboada. Intérpretes: Irene Piriz, Inés Perugini, Marta de la Cruz, Sandra Calatayu, Marina Perugini, Ricardo Perugini. Duración: 66 minutos.