A un par de años de su formación, en 2007, Banda de Turistas ya había logrado lo que a otros grupos independientes les puede llevar una década: fueron bendecidos por figuras como Adrián Dárgelos (Babasónicos), editaron dos discos elogiados por crítica y público, y giraron Sudamérica, Estados Unidos y México. Pero la consagración definitiva llegó recién en 2014, cuando su tema “Química” estuvo en boca de todos. Poner al rock de moda, documental de Santiago Charriere que obtuvo el Premio del Público en Bafici 2015, da cuenta de cómo registrar a una banda (de Turistas) en tiempo presente y en su mejor momento.
Curiosidades de la cartelera local. Cuando el año lleva transcurridos apenas cinco meses, se estrenaron en nuestro país tres películas sobre el amor entre mujeres. Primero fue la elogiada Carol (Todd Haynnes), le siguió De ahora y para siempre (Peter Sollett) y ahora es el turno de Tiempo de revelaciones, a cargo de Catherine Corsini. Las tres tienen como común denominador el prejuicio social frente al lesbianismo, aunque en esta última no se da de manera tan incisiva como en las anteriores. Tiene que ver, acaso, con que buena parte de la acción se desarrolla en Paris durante 1971, con el mayo francés aún fresco y el feminismo en pleno auge.
Tras el comentado episodio que le atribuyeron a Benjamín Vicuña y Eugenia "China" Suárez durante el rodaje -y que captó la atención del periodismo farandulero-, finalmente se estrena El hilo rojo, la película que la reciente pareja protagoniza y en la que, pese al revuelo previo generado, poco hay de cine. El film de Daniela Goggi -que ya había dirigido a Suárez en Abzurdah (2015)- plantea una historia de segundas oportunidades donde los actores quedan aferrados a un guión sin demasiados matices.
i se barajaran hipotéticos nombres para protagonizar una película sobre un fanático de San Lorenzo todas las miradas apuntarían hacia Viggo Mortensen. Pero si bien el actor de El Señor de los Anillos aportaría con creces conocimiento de causa, un film como Hijos nuestros requería otro perfil. Es acertada, por caso, la elección de Carlos Portaluppi para encarnar a Hugo, un taxista de existencia monótona, solitario, algo malhumorado y, claro, cuervo de ley, con pasado como futbolista incluído.
Siempre son necesarios aquellos documentales que, a riesgo de pasar inadvertidos por la cartelera comercial, logran echar luz sobre temas que no están lo suficientemente visibilizados. Es el caso de la ocupación israelí en Palestina, cuestión que en nuestro país cobró relevancia por el apoyo -no exento de denuncias por antisemitismo- del dirigente social Luis D´elía. En Palestinos Go Home, los directores Silvia Maturana y Pablo Navarro Espejo indagan sobre el exilio que sufrieron muchos habitantes de este país a partir de 1948, en coincidencia con la creación del Estado de Israel, y el deseo de volver alguna vez a su tierra de origen.
Siempre hay un roto para un descocido. Tal parece ser el eje de esta comedia romántica de Néstor Sánchez Sotelo, que es al mismo tiempo una mirada sobre la soledad, la alienación y la neurosis propias de esas conejeras -donde casi nadie sabe del otro- que son los edificios porteños. El punto de partida es poco menos que inusual: a Alejandro (Peto Menahem), una cuarentón algo depresivo que trabaja como sonidista en una obra teatral, le cae del cielo -literalmente- una persona en su patio. Se trata de Julia (Muriel Santa Ana), una vecina a la cual no conoce y con la que descubre que comparte traumas similares (se deja entrever que lo de Julia fue un intento de suicidio). A esta pareja de adultescentes no los unirá el amor sino sus fobias. Pero pese a que Santa Ana y Menahem ya mostraron sus credenciales para la humor (él es un reconocido standapista, mientras que ella es recordada por su papel en la serie Ciega a citas), la química entre ambos no es de lo más fluida y la trama resulta una mera acumulación de situaciones (los ensayos de una obra al mando de un director histérico, la visita a Neuróticos Anónimos, los inconvenientes con el servicio de cable) que no siempre tienen una resolución efectiva. Dispareja película que busca el chiste a través del patetismo de sus dos antihéroes, pero pocas veces lo logra.
Julie Delpie suele ser reconocida por su labor, junto a Ethan Hawke, en la trilogía de Richard Linklater compuesta por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013). Pero cuando la actriz francesa se para detrás de la cámara, resulta una aguda observadora de las frustraciones -sentimentales y/o familiares- que acarrean aquellos que ya entraron en la mediana edad. Y si su humor ácido tiene una descorazonada visión del género masculino, hay que decir que Delpy tampoco tiene piedad con las mujeres, siempre empezando por ella misma (es protagonista de sus cinco películas).
El documental de Pablo Zubizarreta y Matilde Michanie es un acercamiento a la figura de Grete Stern, fotógrafa alemana radicada en nuestro país que, a base de su innovadora inventiva visual y su preocupación por el detalle, se convirtió en una referente de esta rama del arte durante el siglo pasado. Su trayectoria puede resumirse en cuatro eslabones: su vinculación con la Bauhaus germana, su venida a la Argentina tras casarse con su colega Horacio Cóppola, su participación en la revista Idilio y sus incursiones al Gran Chaco, donde retrata la vida de los aborígenes tobas y wichis.
Humor corrosivo y crueldad con sus personajes. Con estas marcas de agua, los hermanos Coen patentaron una fórmula que vienen utilizando desde su debut como directores allá por 1984, con Simplemente sangre. Puede que en sus historias haya mayor o menor piedad con los suyos, pero tampoco falta alguna dosis de violencia, otra de las características de su cine. ¡Salve, César!, que abrió la última Berlinale, condensa todos estos rasgos.
En menos de un año y en dos oportunidades, el cine chileno dijo lo suyo sobre los abusos (sexuales y psíquicos) de la Iglesia Católica de su país. Primero fue con El club, de Pablo Larraín, donde las atrocidades de los "curitas" permanecían en un sigiloso fuera de campo. En la película de Matías Lira, en cambio, los hechos están a la vista y la estructura coloca a víctima y victimario en un sórdido juego de gato y ratón que, pese a estar basado en un caso que sacudió los cimientos de la curia local, no resulta del todo efectivo y verosímil.