Es lo que hay Después de 42 años concluye la historia que George Lucas comenzó para dar lugar a toda una nueva dinastía "made in Disney" Después de 6 años en su poder, parece mentira lo mal que Disney ha tratado a la franquicia de Star Wars, con todo el dinero que tuvo que pagar para quedarse con Lucasfilm. La cosa había comenzado más que bien con la llegada de J.J. Abrams (productor y director de Lost, Star Trek y Super 8, entre otras), el regreso del reparto original y también del guionista Lawrence Kasdan y del compositor John Williams, que dejó grabada en la memoria del colectivo imaginario los temas que compuso para los 6 films anteriores. Pero hasta en los mejores equipos las cosas pueden salir mal y por eso El Despertar de la Fuerza (Star Wars The Force Awakens, 2015) fue algo que muchos consideraron un “homenaje” al film original de 1977 –que George Lucas ya había hecho con el Episodio I (1999)- pero terminó siendo una “remake” en la que quedó bien en claro que los actores de las películas originales nunca volverían a interactuar todos juntos en pantalla. Primera decepción para los fans Después de este “amague”, llegó la caprichosa Los Últimos Jedi (Star Wars The Last Jedi) de Rian Johnson, un director que considera que hacer “fan service” está mal y que desea ser cuestionado por el público. Lo logró, masacrando no sólo a una buena cantidad de los personajes que había creado Abrams, sino también profundizando en el objetivo de impedir la reunión de los actores originales con “la nueva generación”, algo a lo que contribuyó la muerte real de varios intérpretes como Carrie Fisher (Leia) y Kenny Baker (R2-D2). En definitiva, Johnson se limitó a hacer una “remake” de El Imperio Contrataca (Star Wars The Empire Strikes Back, 1980) pero con las secuencias en desorden, para que nadie se diera cuenta. Segunda decepción para los fans De tal manera lo manejó Johnson que el director que lo iba a suceder, Colin Trevorrow (el de Jurassic World, 2015) decidió dar un costado. Disney decidió darle una trilogía a Johnson para que desarrolle él solo pero ante la crítica respuesta de los fans, dio marcha atrás y lo dejó libre. Ahora, con un panorama desolador, el único que se animó a retomar la tarea fue Abrams, que decidió seguir los designios de los fans y abordar la historia por el lado del denominado “fan service”, que no es otra cosa que darle un gusto tras otro a los seguidores de Star Wars. Después de todo... ¿para quiénes se hacen estos films? El regreso desde “El Regreso” Es por eso que en este Episodio IX, denominado El Ascenso de Skywalker (Star Wars the Rise of Skywalker), lo primero que se pregunta el espectador es… ¿qué Skywalker ascenderá si el linaje está extinto? Bueno, no tanto ya que la generala Leia sigue viva en la ficción gracias a escenas escritas especialmente por él junto al guionista Chris Terrio –de Argo (2012), Batman v Superman (2016) y Liga de la Justicia (Justice League, 2017)- para utilizar metraje de El Despertar… que quedó inédito. De esta manera, comienza la historia que tiene como villano, a falta del Líder supremo Snoke que Rian Johnson asesinó de una manera insólita en la anterior entrega, al fallecido Emperador Palpatine (Ian McDiarmid), que sin explicar muy bien cómo es que volvió de la muerte, anuncia su regreso a la acción con una gigantesca flota oculta en los confines de la Galaxia conocida. Así las cosas, los rebeldes se lanzan a una carrera para dar con el paradero de Palpatine antes de que éste logre poner en marcha su plan maestro y reconquistar el trono que le fue arrebatado por Luke Skywalker (Mark Hamill) décadas atrás. De esta manera, Rey (Daisy Ridley), Finn (John Boyega), Poe (Oscar Isaac), C-3PO (Anthony Daniels) y Chewbacca (Joonas Suotamo) emprenden un nuevo camino que los llevará de planeta en planeta, mientras siguen una pista que Luke dejó en su búsqueda del planeta originario de los Sith, los malos más malos del universo. En el medio se cruzarán con el flamante Líder Supremo Kylo Ren (Adam Driver), ahora aliado del emperador, y personajes clásicos como Lando Calrissian (Billy Dee Williams) y “nuevos” de la “factoría Abrams” como Snap Wexley (Greg Grunberg, que ya apareció en las dos entregas anteriores), Beaumont Kin (Dominic Monaghan, de “Lost”) y Zorii Bliss (Keri Russell, la protagonista de “Felicity”). “Ayúdanos Bebé Yoda, eres nuestra única esperanza” Abrams hace malabares durante dos horas para que el espectador no se aburra (la acción no decae en ningún momento), mueve sus piezas de acá para allá y genera intrigas por doquier y consigue un film muy entretenido que, sin embargo, no logra despegarse de la maldición y se convierte en una “remake” de El Regreso del Jedi (Star Wars Return of the Jedi, 1983) con luna de Endor y osito Ewok incluido. Todo esto no deja lugar a dudas de que futuro de la franquicia quizá ya no esté en el cine, donde anunciaron que no estrenarán más trilogías (¡que la fuerza los acompañe!), sino en la TV o el streaming, como lo demuestra la sensacional recepción de The Mandalorian, un western que sigue los pasos de un cazarrecompensas que viaja de aquí para allá junto a un personaje que conquistó Internet: el bebé Yoda. ¿Faltan cosas? Seguro que sí, y el director se podría haber jugado con un final más espectacular que el que logró, pero así y todo la historia llega a su fin y cierra un círculo abierto hace 42 años en un planeta al que iluminan dos soles gemelos en una galaxia muy, muy lejana...
El renombrado Cassey Affleck, marginado en los últimos tiempos a raíz de una denuncia que casi acaba con su carrera, reincide en la dirección (y actuación) de un film hecho a su medida En los tiempos que corren en Hollywood, encontrar una película que comience con un diálogo intimista de 9 minutos entre los dos protagonistas, recostados dentro de una carpa con un único plano, además de arriesgado es sublime...
El documental que repasa la vida del presidente que restituyó la democracia a los argentinos llega a los cines Hasta ahora, algunos canales de TV se animaron a producir films de ficción con estrellas de primer nivel, dejando a otros temas para documentales o programas especiales que emiten dentro de sus grillas...
Bueno, breve y bello La ópera prima del director Pablo Brusa actúa como un western pero al mismo tiempo como un disparador de varias temáticas que tocan de cerca a los argentinos Ya de entrada, Desertor es un film que busca imitar al western como ya lo han hecho otros tantos films de manufactura nacional –sin ir más lejos Aballay el hombre sin miedo (2010) o El hijo de Dios (2016)- y lo logra de cierta manera. Pero lo que realmente consigue este film, ópera prima de Pablo Brusa (de la serie La Purga) es despertar ciertos conceptos que inquietan sobremanera a algunos argentinos. Ya desde el guion, la historia llama la atención. Rafael Márquez (Santiago Racca, del grupo Fuerza Bruta) es un joven que se está formando como médico militar en un regimiento de montaña. Márquez carga con la deshonra de tener un padre considerado “desertor” por el ejército, pero logra sobrellevar su carrera dignamente.
Viejos conocidos La sexta entrega de Terminator retoma la trama de la segunda película para crear una nueva distopía, más aggiornada a los tiempos actuales Después de Terminator Genesis (Terminator Genisys, 2015), lo más lógico era no seguir haciendo películas de esos personajes. A ver, después de ese “copy paste” que fue Terminator 3 La Rebelión de las máquinas (Terminator 3 Rise of the Machines, 2003), Terminator: La Salvación (Terminator Salvation, 2009) y la serie Terminator: The Sarah Connor Chronicles, no había muchas más vueltas que darle. Tenía que aparecer en el medio el creador de todo esto, James Cameron (o “creador”, teniendo en cuenta los millones que tuvo que pagar al escritor Harlan Ellison) para darle una vuelta de tuerca que, sin ser magistral, logra insuflarle nueva energía vital a este autómata del cine. Por eso, y en vista de que era imposible continuarla desde donde la dejó el film de Alan Taylor, Cameron, que hace un tiempo atrás recuperó los derechos sobre las dos primeras películas que andaban dando vueltas en Hollywood, decidió continuar la historia de Terminator 2 (1991) pero 28 años después.
Crónica de un delito difuso La película de Verónica Chen narra una situación que se repite a diario en todos los ámbitos de la sociedad Hubo una época en la que los gobiernos utilizaban el cine, ante la falta de la TV, para informar y concientizar a la sociedad de diversos hechos o situaciones que los ciudadanos pueden enfrentar a diario. Esa función, que se ha ido perdiendo en favor del cine comercial, continúa en la tradición de algunos realizadores como Verónica Chen, que en Rosita se anima a indagar en algunos de los temores que acechan a la sociedad actual. La historia comienza cuando Lola (Sofía Brito) una madre joven de 3 hijos, todos ellos de padres diferentes, llega a su casa después de pasar la noche con su novio y encuentra que su padre, en cuya casa vive, ha desaparecido junto con la pequeña Rosita. Desesperada, Lola realiza una denuncia pero a las pocas horas el hombre aparece con la nena, a la que le falta la remera. Con ese panorama, la mente de la joven madre comienza a elucubrar los hechos que llevaron a Omar (Marcos Montes), que cuenta con un pasado marginal, a pasar toda una jornada fuera del hogar con la nena. ¿Quién es una buena y quien una mala madre? ¿Qué nos lleva a definir una cosa o la otra? ¿Cuánto sabemos de las personas que juzgamos? ¿Cuán libremente opinamos, secretamente o en murmullos? ¿Mejoramos como sociedad en los últimos años? ¿Somos más abiertos, más tolerantes, menos machistas? ¿O los vestigios de autoritarismo están muchísimo más instalados en nuestra cultura y en nuestro espíritu de lo que creemos? La directora, conocida por su trabajo en Vagón Fumador (2001), Agua (2013) y Mujer Conejo (2013) hace surgir de la cabeza del espectador todos estos interrogantes a medida que transcurre una historia que, según adelanta, no va a responder a ninguno.
El héroe que siempre regresa con los republicanos El aguerrido personaje de Sylvester Stallone regresa por quinta vez a la pantalla grande con una película más intimista, en apariencia, pero que deja al descubierto las políticas actuales Se pueden decir muchas cosas de Sylvester Stallone: que tiene nula capacidad actoral, que sus personajes son todos iguales y que ya está pasado de moda. Pero lo cierto es que el septuagenario actor se las ha ingeniado para mantener en pantalla por al menos 35 años a dos de sus criaturas más entrañables: Rocky y Rambo. En el primero de los casos, “Sly” logró reconvertir al campeón en entrenador del hijo bastardo de su mejor amigo y rival, y con eso le dio cuerda para un rato más al púgil. Sin embargo, ¿cómo insuflarle oxígeno a un personaje tan obsoleto como Rambo, un emblema de la lucha contra el comunismo? La respuesta se encuentra en el gobierno republicano de turno: declararle la guerra a los mexicanos. Pero no a cualquier azteca sino a los narcos de ese país, personajes retratados como seres carentes de todo tipo de emociones (salvo que les toques a la propia sangre) y capaces de las peores atrocidades a nivel humano. Para entender este fenómeno hay que remontarse al estreno de Rambo (1982) que no tenía ese nombre en los Estados Unidos, sino First Blood (Primera Sangre, un término que se refiere al primero que inflige daño a un oponente), una novela escrita 10 años antes por David Morrell, que se convirtió en un documento “de lectura obligatoria” en los institutos educativos de EEUU por el tratamiento que se le da a la “polarización” que había surgido entre los veteranos de la Guerra de Vietnam y el resto de la población de ese país. El pensamiento de ambas facciones se va alternando, en los capítulos, en los que el autor explora el perfil de John Rambo, un ex boina verde entrenado para matar sin piedad, y el del sheriff Teasle, la autoridad de un pueblo que no quiere al soldado en sus calles. La película, dirigida por Ted Kotcheff se filmó en base a la figura de Stallone, y haciendo foco en el drama del veterano marginado de la sociedad, en tanto que el sheriff era visto como un villano y sus aguaciles como secuaces. Como casi todo lo que tenía el nombre de Stallone en los ´80, la película se transformó en un suceso que le deparó 125 millones de dólares de taquilla sólo en los EEUU, y sentó el precedente de otra franquicia redituable para el musculoso actor, que a los tres años, logró regresar a su personaje a la pantalla grande para enfrentar a uno de los peores enemigos de la administración del entonces presidente Ronald Reagan: los comunistas. En Rambo II (Rambo: First Blood part II, 1985), el protagonista regresa al infierno de Vietnam, en donde descubre que todavía hay soldados norteamericanos retenidos como prisioneros de los seguidores de Ho Chi Min, un tema “robado” a la Desaparecido en Acción (Missing in Action) de Chuck Norris que había llegado a los cines un año antes. Es curioso como este personaje le resultó funcional a Reagan en su pelea con los “rojos”, en tanto que Stallone pregonaba un doble mensaje con su otra cara, ya que ese mismo año Rocky (IV) se enfrentaba a Ivan Drago en Moscú y conquistaba a los soviéticos con un mensaje de paz. Pero una vez que el “semental italiano” se durmió una siesta de varios años, Stallone resucitó al boina verde en 1988, también bajo la atenta mirada de Reagan, para un nuevo asalto contra los rusos, en este caso en Afganistan, un país que sufría una invasión militar soviética, y al que los “yankees” apoyaban con logística y armas. Pero después de esta batalla de un solo hombre, y con muchos proyectos en carpeta, Sylvester dejó de lado a sus dos personajes emblemáticos y recién los retomó en la década pasada. En Rambo: Regreso al infierno (John Rambo, 2008) el veterano vuelve, otra vez durante un gobierno republicano, en este caso el del paupérrimo George Bush Jr., en una aventura en la que enfrenta a efectivos del ejército birmano para defender a unos misioneros que desean hacer llegar medicinas a un grupo de refugiados. Pasaron 11 años y, en medio de otro gobierno republicano, en este caso el de Donald Trump, Rambo vuelve, aunque en este caso reconvertido en un cowboy que decide tomar la justicia en sus propias manos y recatar a su sobrina y única descendiente de su familia de un cartel mexicano que se dedica a secuestrar jóvenes para la trata de mujeres. En este caso, la historia muestra a un Rambo asentado en un ámbito familiar, en el rancho que manejó su padre hasta el día de su muerte, pero en el que se ve que no ha podido manejar sus viejos hábitos. Es por eso que debajo de la superficie, el veterano soldado ha construido una serie de túneles en los que vive y fabrica todo tipo de armas. La aparición de estos narcos sólo logra despertar al monstruo que tiene encerrado con medicación psiquiátrica en su interior, y es por eso que la guerra comienza de nuevo. Es difícil imaginar cómo es que hay actores mexicanos que se prestan a filmar personajes tan estereotipados, que sólo sirven para exagerar los rasgos reaccionarios de Rambo; y la respuesta aparece al leer las notas de producción en la que se ve que la película es una coproducción entre Estados Unidos, España y Bulgaria. Así vemos actores de nacionalidad española como Paz Vega, Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta interpretando a mexicanos, en tanto que la granja familiar, situada en la ficción en la frontera con México para delicia de Donald Trump, es en realidad una construcción realizada en Bulgaria. Sin embargo, a la hora de los hechos, el film de Adrian Grunberg –el mismo que dirigió al también veterano Mel Gibson en Vacaciones Explosivas (Get The Gringo, 2012)- no desentona con el resto de los films de este personaje y realizan una “traslación” correcta del personaje a tierra norteamericana. Con un guión que deja mucho que desear, Stallone hace lo que puede para recrear por última vez a este personaje y darle un cierre digno, con un film que se puede considerar como “correcto” para el género, pero olvidable para el resto de los mortales. Injusticias que merecen ser resueltas, armas al por mayor, sentimientos encontrados y mucha pero mucha sangre (y gore) son los elementos que Sylvester garantiza con su siempre efectivo carisma a prueba de balas.
Otro gran homenaje al cine de siempre La película de Daniel de la Vega recobra un género tan olvidado en el arte local como el policial negro y consigue homenajear a los mejores exponentes del mismo Me voy a poner muy subjetivo al escribir esta crítica porque la absoluta verdad es que Punto Muerto es un film que de ninguna manera debería pasar desapercibido en su paso por la cartelera local. Y esto es porque en esta ocasión se nota que el director Daniel de la Vega se dio el gusto de hacer lo que realmente quería hacer: un gran homenaje al policial negro de época dorada del cine nacional e internacional. Filmada en blanco y negro, en un solo escenario, con los contrastes a pleno como no se veía desde Sin City (2005) de Robert Rodríguez, Punto Muerto cuenta una historia vista mil veces para los cinéfilos pero inédita para el público renovado. Luís Peñafiel (Osmar Nuñez) es un escritor que acaba de finalizar una novela que plantea un crimen perfecto cometido un hotel, en una habitación cerrada por dentro, y conocerá a un joven aspirante a escritor (Lupus, Rodrigo Guirao Díaz) y a un soberbio crítico literario (Luciano Cáceres) con quienes comparte el asombroso desenlace de su próxima novela. Esa misma noche uno de ellos morirá y el otro será sospechado de un crimen que parece el de su relato. Bajo este concepto, tan sencillo como atrapante, De la Vega construye un relato atrapante, como esas películas que vemos una y otra vez pero no cansan por la belleza del perfecto rompecabezas que construye su relato. En el apartado artístico, la fotografía de Alejandro Giuliani es soberbia como el crítico de la película, con claroscuros que magnifican cada escena a su máxima expresión y convierten cada escena en un cuadro por sí solos. Asimismo el sonido es claro y fuerte, no en vano los implementos técnicos que utiliza siempre este director son de lo más avanzado en la industria local. Esto permite también que se luzca a pleno la música incidental que compuso Luciano Onetti, otro gran amante de las películas de antaño junto con su hermano Nicolás con quienes realizaron Francesca y Abrakadabra, entre otras. En el reparto, se destacan los protagonistas Osmar Nuñez y Luciano Cáceres, que compone a una criatura digna de su galería de personajes, un odioso hombrecito. También se resalta el regreso de Daniel Miglioranza, Natalia Lobo y la siempre bienvenida presencia de Diego Cremonesi. Otro gran hallazgo es el de colocar a Rodrigo Guirao Díaz en un papel escrito a su medida, que lo saca del puesto de “galancete” de turno. Ojala Punto Muerto sea, paradójicamente, el momento más vívido de la carrera de este director, que apuesta una y otra vez al cine de género y esta vez optó (por suerte) a lo clásico en lugar del slasher, que suele marginar a una gran parte de su potencial público de las salas y en ocasiones, como en Ataúd Blanco (2016), no está a la altura de su verdadero talento.
El director Todd Phillips y el actor Joaquin Phoenix encabezan este drama basado en el villano de Batman que va a dar que hablar (y actuar) Un premio en un festival, un actor de renombre, un personaje de leyenda. Esos tres elementos le han bastado al director Todd Phillips para que su nuevo film esté en boca de todo el espectro cinéfilo y encabece los tópicos de las redes sociales. Claro que el premio es el León de Oro del Festival de Venecia, una ciudad europea en la que no suelen ganar films norteamericanos, el actor es el prestigioso Joaquin Phoenix (que misteriosamente nunca gana) y el personaje es nada menos que el Joker, o Guasón, como insisten en llamarlo en Latinoamérica gracias a los comics y la serie de TV de 1966. Y es que ese nombre no le queda nada bien a este payaso psicópata (entre otras cosas) que asola Ciudad Gotham, pero en setenta años nadie fue capaz de borrarlo y así fue que llega a las salas una de las películas más perturbadoras que verán en sus vidas. Porque el de Todd Phillips es una película que engaña, como el personaje vuelve loco a Batman en las viñetas. Primero porque va guiando al espectador por un camino, sólo para decirle más tarde “era por allá pero te hice venir por acá”. Y el viaje a nada menos que a la mente de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un hombre que sufre de un daño neuronal que lo dejó con una risa nerviosa que se activa cuando se exalta, y le trae no pocos problemas. Arthur vive con su madre, y recurre a varios trabajos para tratar de mantenerla, entre ellos como payaso de eventos, mientras sueña con convertirse en un comediante de stand up y se muere por participar de un “late night show” conducido por su ídolo Murray Franklin (Robert De Niro). Pero además a lo largo del film, el espectador va descubriendo que no se metió en el cine a ver una de Batman, mucho menos una de superhéroes. Entro a ver una película en la que absolutamente todos los involucrados son personas oscuras, depresivas, terribles en una ciudad a la que tiñeron con sus emociones. La película ve al personaje en una versión muy parecida a la de la película Batman El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008) aunque esta es la historia del origen del personaje, por lo que todo está en modo primaveral, es decir con la semilla a punto de brotar aunque nunca llegaremos a ver la flor. En una serie de idas y vueltas de una astucia inusitada en el género al que Guasón intenta pertenecer, el director de la trilogía de ¿Qué Pasó Ayer? logra un espesor dramático sin precedentes en la vida de Fleck, que es el protagonista absoluto del film ya que no hay escena en la que no aparezca durante las dos horas que dura el film. Y entonces todo estalla. Surge el Guasón (o Joker, esto ya parece un diálogo entre el Inspector y el Sargento Dodó) y se convierte en un factor de cambio para los ciudadanos de Gotham, como lo será Batman en un futuro. Sólo que el resultado de esta transformación no es el que espera el espectador, distraído por los fuegos artificiales de Phillips, que en algunos momentos, y contra lo que es de esperarse, puede llegar a empatizar de manera preponderante con el villano. ¿Es eso posible? Bueno, no hace falta ir muy lejos para darse cuenta de que en Hollywood la movida es justificar a los tipos malos, desde el Walter White de Breaking Bad a Maléfica (Maleficent, 20014), pasando por el Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 2016), Escobar el Patrón del Mal (2012) y Groo, de Mi Villano Favorito (Despicable Me, 2010), entre muchos otros. Esto hace presuponer a muchos críticos que la película intenta glorificar al personaje, ensalzando su violencia o su condición de enfermo mental, y quizá la persona que la vea en el cine o quien lea esta crítica así lo entienda pero nada más lejos de la realidad. O bien vio sólo una parte de la película y desechó el resto, o quizá o vive en la Argentina, donde no apareció un Guasón de casualidad. Esto es porque, en paralelo a las vivencias de Fleck, en la ciudad se enciende una mecha de un polvorín que amenaza con estallar de un momento al otro. Y teniendo en cuenta el lugar donde todo esto ocurre, es mejor comprarse un pasaje a Metrópolis antes de que eso ocurra. Phillips construye un trasfondo sociopolítico para el Guasón que, si bien está ambientado a comienzos de la década de 1980, en plena era de Ronald Reagan, no dista mucho de la actualidad. Y si a eso le sumamos que este entorno influye tanto en la pocilga en la que vive Fleck con su madre, así como también en su tratamiento. ¿Qué pasa si a un hombre con tratamiento psiquiátrico le quitan sus píldoras? En definitiva, por una causa (¿el peso dramático?) o por otra (¿su supuesta incitación a la violencia?), Guasón marca un nuevo punto en el catálogo de películas de DC Comics, que a esta altura de los acontecimientos ya aprendió la lección y trata de sacar películas sobre sus personajes (Aquaman, Shazam, etc) en lugar de tratar de armar un intrincado rompecabezas como lo hizo de manera majestuosa Marvel Studios. Un gran film, con una actuación digna de nominaciones en múltiples aspectos, y que llevará a debatir allí en donde sea exhibida las consecuencias de una sociedad que deja atrás a sus semejantes sin contar con el efecto bumerang.
Homenaje a The Beatles a medio camino La nueva película del británico Danny Boyle busca ser divertida pero no está a la altura de la leyenda de los cuatro de Liverpool Al ver Yesterday (2019) da la sensación de que hubiera sido mejor que Danny Boyle se hubiera dedicado a filmar bond 25 qué a homenajear a The Beatles. Pero el creador de 127 Horas (127 Hours, 2010) decidió colgar el proyecto por “diferencias creativas” y regresó a sus raíces con un resultado algo irregular. Y no es que esta nueva película sea mala sino que no llega la altura del mítico cuarteto de Liverpool y (¿por qué no decirlo?) tampoco a la altura de los trabajos de este realizador británico, que supo ganar fama y prestigio con Trainspotting (1996). Porque, viniendo del creador de Exterminio (28 Days Later, 2003) y ¿Quién quiere ser millonario? (Slumdog Millonaire, 2008), la cosa no pasa de varias sonrisas y un poco de nostalgia de cuando en cuando. El proyecto pintaba mucho más ambicioso porque la historia que plantea Yesterday ya es así, ambiciosa, y más también. Resulta que joven músico llamado Jack Malik (Himesh Patel) no termina de afianzar su promisoria carrera de cantante a pesar de los esfuerzos de su agente Ellie (Lily James) y de su propio talento, que lo tiene y en abundancia. Pero ocurre uno de esos accidentes fortuitos que podríamos llamar de “realismo mágico” (en este caso un corte de luz a nivel global) que borra de la memoria de todos los habitantes del planeta- como si se tratara del lápiz los Hombres de Negro- todo recuerdo de la existencia de los cuatro músicos más fabulosos la humanidad haya escuchado, y también de otras otros elementos que ya nos iremos enterando gracias al estilo videoclip de Boyle. En esta suerte de universo paralelo, Jack descubre que es el único que recuerda el repertorio de The Beatles y entonces se abren en una poderosa incógnita: ¿es legal utilizar el inconmensurable catálogo musical de los Beatles en beneficio propio para lanzarse en el negocio de la música? Y si es así: ¿Es moralmente reprobable hacerlo dado que nadie podrá escuchar nunca jamás esas canciones si él no toma cartas en el asunto? La resolución viene de la mano de una película más intimista que otra cosa, en la que solo cinco personajes definen el argumento en dos horas, algo que la hace quedar algo pequeña dada la tarea que se ha propuesto Boyle y el guionista Richard Curtis, de quien se nota su mano gracias a escenas que hacen acordar mucho a otros de sus trabajos como Cuatro Bodas y un Funeral(Four Weddings and a funeral, 1994) y Notting Hill (1999). Eso sí, en el plano musical, Yesterday cumple con creces su cometido de llevar a las nuevas generaciones el cancionero de la que quizá sea la banda de rock más influyente de todos los tiempos. Hay también un dejo de melancolía en todo esto, que viene de la mano del origen de todas esas canciones, un génesis que se pierde en una época que ya no se volverá a repetir. Y también está la narrativa de Boyle, que sigue evolucionando hacia límites futuristas, al punto que es una pena que no haya aplicado ese lenguaje visual para renovar al agente al servicio de su majestad