Los realizadores cinematográficos se habían desacostumbrado a producir films épicos donde lo esencial de la guerra no fuera otra cosa que su misma violencia y los contenidos, "valor", "coraje", "romance" y "tiranía". Pero de Alejandro Amenábar podíamos esperar otra cosa. Él siempre tiene la delicadeza de crear películas que placen al público general y, tratan, a la vez, temas delicados y profundos, como la muerte (y su más allá) y el maltrato a los seres humanos. Hay también en sus obras expresiones fundamentales de compasión, que surgen tras la exposición tanto de las virtudes como de las miserias humanas. Agora es una historia de la Alejandría del Siglo IV d.C., que es a la vez una pequeña concentración de la historia cultural del milenio, aclárese, occidental. La protagonista es la filósofa Hipatia (Rachel Weisz), inteligente y virtuosa mujer que enseña a distintos jóvenes, incluidos (aunque "de rebote") los esclavos que la sociedad romana, así como la griega, mantenían como pilares de su economía y cultura. Entre ellos se encuentra Davus (Max Minghella), quien ha logrado cultivar la ciencia astronómica impartida por Hipatia, gracias al amor, como siempre casi obsesivo, que siente hacia la joven y poderosa dama, hija de Theon (Michael Lonsdale), un anciano con un elevado cargo político. Pero esa paz intelectual será rápidamente interrumpida por la intervención de los cristianos, quienes con un discurso de solidaridad por los más pobres, adquieren gran popularidad, hasta el punto de desplazar, por orden romana, a los griegos de su Serapeo, destruyendo en una orgía de odio toda la biblioteca de Alejandría. Hipatia, debe huir y continuar con sus estudios en otro sitio, aunque la cultura que vio nacer toda su filosofía haya entrado en una época de oscuridad. He leido algunas críticas severamente negativas respecto de esta nueva producción de Amenábar. Es que uno puede dejarse atrapar tanto por lo positivo como por lo negativo que está en Agora. Quizá lo más criticable sea la simplicidad o superficialidad con la que trata los movimientos sociales de la época: edad media oscurantista, la ciencia es buena, el esclavo se enamora de su ama. No obstante, esta claridad es, a la vez, una virtud -si se prefiere verlo así- en tanto concentra conceptos y los expone "para la divulgación" en una obra entretenida y bella. Pues la belleza está presente en esta película y presta espacio para una discusión bastante seria, la de la relación entre lo bello y lo verdadero. Las imágenes satelitales y astrales que pone Amenábar cobran sentido cuandCursivao se vincula la belleza y grandiosidad de las mismas con aquello que suscitaba el incesante deseo de conocer de Hipatia. Qué extraño, pensaría cualquiera, este tipo de exposición en una época donde ese tipo de imágenes no existían. Sin embargo, eso es lo que el cine permite. Algunos detalles y escenas de la obra generan un sentimiento tan atemporal como contemporáneo; no por su "vigencia", cual trasposición de contenidos, sino porque ese es el modo de comunicar un sentimiento hoy. Y para los que deseen algo un poco más new age, podrán discutir la problemática del rol de la mujer y su relación con el poder y el conocimiento. Como he dicho más arriba, a Amenábar fascina hacer sufrir a sus protagonistas en vistas a un objetivo pedagógico. Si por todo lo dicho alguien imagina arduos combates filosóficos sin sangre, temo decepcionarlos. El padecimiento no es menor que en Tesis, sin tripas, aunque sin "metamensaje" tampoco: se trata de un sintético relato de odios mutuos. Finalmente, hay algo que es menester mencionar, a saber, la posible interpretación "derechista" que propone Amenábar, la turba enardecida e inculta. Sólo posible, pues a veces la turba es enardecida y otras tantas, inculta, pero que la ciencia y la filosofía sean completamente inocentes, eso sí es de dudar. No hay conocimiento puro, ni política pura, todas se mezclan y, en Agora aparece más la influencia de la filosofía sobre la política y el padecimiento de la filosofía por el accionar despótico de los poderes instituidos. La carencia del film es, entonces, no hacer ver la urdimbre ideológica (¡y no humanista!) del pensamiento de aquella época y de todas. Aunque quizá sea esta una expresión de deseo, y no las ideas que yacen en la cabeza de don Alejandro Amenábar.
Escribo estas palabras con la muerte de Néstor Kirchner a cuestas. No es, empero, un lugar extraño para recordarlo, pues gracias a las políticas que su gobierno comenzó, hoy tenemos una política cultural como hace años no se ve en este país. La renovación de la televisión pública brinda la posibilidad de admirar grandes obras de la cinematografía nacional e internacional y el cine argentino crece cada día más. Podría decir muchas cosas acerca del proyecto que inició, pero este es un blog de cine. Por eso sí me perturba un poco recordar su espíritu y sus acciones a propósito de un film que defiende tanto esos valores estadounidenses, que a partir de Néstor -al menos algunos- supimos mirar de reojo para concentrarnos en los baluartes de nuestro país y latinoamérica. Cómo olvidar tanto homenaje, tanto actor y actriz, director, cantante, escritor... personalmente, aprendí a reconocer en la Argentina un país de una cultura invalorable, no porque estuviera oculta, sino porque la cultura se genera, se promueve y se comunica con políticas orientadas en este sentido. Y pienso también en otros próximos estrenos que por ser argentinos son aun más deplorables, como Secuestro y muerte, uno de los films más gorilas de los últimos años y reafirmo que no existe la censura oficial (más que la económica del capitalismo) y que hubo muchas ollas podridas, con odios bulliendo en su interior, que Néstor Kirchner quiso enseñar al pueblo, y esta gente amargada no tiene otra opción que defenderse con el insulto y, lo que es peor, con el arte, una herramienta ferozmente eficaz. Por el recuerdo de nuestro ex presidente, sea que continuemos creando, discutiendo y saliendo a la calle todos los argentinos, como una sociedad abierta, con sus miserias y sus alegrías. Por la situación especial, no puedo sino ser breve. RED (sigla cuyo significado no develaré aquí), dirigida por Robert Schwenkte, es una comedia de acción -por ejemplo, Arma Mortal o True Lies lo son- que reúne a importantísimos actores en el papel de viejos agentes de la CIA, con el fin de detener una extraña operación dirigida contra Frank Moses (Bruce Willis), por parte de la misma CIA. En el transcurso de la obra, el espectador se entera que detrás de todo ello hay serios motivos para el ataque a Moses, que involucran altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos. Mientras tanto, muchos tiros e hilarantes escenas con los vejetes que se van recolectando en el camino (Morgan Freeman, Helen Mirren, John Malkovich y hasta ¡Ernest Borgnine!), interrumpido constantemente por un joven y fiel perseguidor, William Cooper (Karl Urban) y la siempre molesta dama en peligro, Sarah Ross (Mary Louise Parker). Quizá algún loco de los cómic reconozca que RED es un cómic de DC (escrito por Warren Ellis y dibujado por Cully Hamner), así que ellos podrán ver la película desde otra óptica. No obstante, detrás de tanto tiro sorprende que la CIA se presente como una institución perversa -sin contar la inofensiva autocrítica de siempre-, pero el globo se desinfla hacia el final, con unos gestos que aseguran al público que la honestidad yanqui está por encima de toda corrupción [risas]. De esta manera, no es el mensaje el que salva al film, sino más bien su potencial como ametralladora de entretenimiento, para los que gustan de la comedia, la hay, para los que gustan de los tiros, los hay, e incluso hay algo de thriller. Si pasamos por alto las trilladas actitudes del enamoradizo Mose/Willis y particularmente un final que decepciona (sin sorprender), podemos gozar de momentos atractivos, mientras viajamos por los EEUU y una partecita de su historia cultural.
Uno de los territorios más abatidos por la guerra fue la región de la ex-Yugoslavia, ahora dividida en muchos países, algunos de los cuales hoy ya son independientes. Esta película, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, cuenta la historia de una madre soltera (Esma, Mirjana Karanovic) y su hija Sara (Luna Mijovic) en la ciudad de Sarajevo, sitio aún fuertemente determinado por su pasado bélico. Recordemos que las guerras yogoeslavas se dieron en los años 90 ("ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam...", cantaba Ismael Serrano), esto es, en un pasado reciente cuyas heridas están calientes y también la influencia de esta terrible experiencia sobre la organización político-social de Bosnia. Por ejemplo, los hijos y esposas de veteranos de guerra obtienen una suma de beneficios en la sociedad, uno de los cuales, un descuento para un viaje de estudios, despierta en Sara el deseo de saber más acerca de la muerte de su padre, supuesto veterano de guerra, sobre quien su madre jamás había aportado información alguna, así como tampoco lo habían hecho los organismos oficiales al no poder encontrar su cuerpo. Sara, comienza a tener conflictos con sus compañeros de colegio, pero no obstante entabla una amistad con Samir (Kenan Catic), con quien comparte su pasión por el fútbol, la vagancia y charlas sobre sus padres, puesto que el padre de Samir también era otro veterano. Los roces con su madre se tornan cada vez más violentos a medida que Esma se vuelve más críptica en las explicaciones en torno a la vida del progenitor de Sara, y Esma, que esconde un duro secreto, puede recurrir sólo a la contención de su amiga Sabina (Jasna Ornela Berry). En aprietos económicos, Esma busca además un trabajo nocturno como mesera en un bar, donde conoce a Pelda (Leon Lucev), un hombre en el cual ella llegará a confiar. Otra vez, tenemos el buen trabajo de una directora mujer (mejor no lo repito más, a ver si me acusan de machista), Jasmina Zbanic, quien no sólo trata el tema de la posguerra, de una posguerra contemporánea y una guerra muy reciente. La esperanza de un país abatido yace en los niños, los jóvenes, y sobre esto quiere centrarse Zbanic. No hace falta haber vivido durante la guerra, sus efectos son prolongados y, como evidencian algunas escenas, algunos no llegan a acostumbrarse a la paz. Las virtudes de Jasmina Zbanic -quien además fue guionista de esta película- está en no hacer ningún tipo de abuso de sentimentalismos (como usaba Polanski en El pianista) y cargar las tintas más en los personajes que en una narración de tremebundos sucesos. Claro que, en última instancia, se trata de un drama madre-hija, pero el realismo del relato y la asministración prudente de la tensión en las escenas, muchas de ellas ideadas con fines estético-narrativos y no puramente argumentales. Grbavica es el título original de esta obra. Se trata de uno de los barrios más golpeados durante la guerra, donde los bosnios fueron torturados. ¡Si recorriéramos nuestra propia ciudad también reconoceríamos estos sitios nefastos! Siendo el nombre de un barrio, la directora quiere destacar el aspecto cotidiano que esto implica: no es lo mismo que un campo de concentración. Junto a una inteligente labor fotográfica (que por suerte, podemos apreciar debido a la buena calidad con la que llegó la copia en dvd), Zbanic nos enseña esa ciudad hoy, con buen ritmo y actuaciones sólidas. No esperen, sin embargo, que la directora escape a los recursos del cine narrativo tradicional, sin por eso caer en la lágrima inútil.
La temprana adolescencia masculina en manos del director uruguayo Federico Veiroj tratada a través de uno de los tópicos que desde los albores de la pubertad (y antes) nos aturde a nosotros, los hombres: la "primera vez". Para el treceañero Rafa Bregman (Alejandro Tocar) esta parte es más bien un trámite, facilitado por su hermano mayor. Pero la inexperiencia y la carencia de lo que hace al sexo mucho mejor (no, dinero no, tontuelos, ¡amor!), representado por la jerarquía superior del "primer beso". El sexo lo consigue Rafa fácil: su padre es un comerciante judío, apostador y poco preocupado por el destino de los pedidos de su hijo. Así, se aventura en un prostíbulo de su preferencia junto a sus amigos Rony (Yoel Bercovici) y Andy (Igal Label), del mismo modo que fuman cigarrillos a escondidas. Aún con esto, su compañerita de banco Nicole (Belén Pouchan), es su más grande anhelo. El retrato propuesto por el director tiene al realismo y al apartado técnico de la fotografía como sus mejores aliados, aunque, por otra parte, posee dos aspectos ciertamente negativos, uno externo al filme, y otro demasiado interno como para que pueda obviárselo. En cuanto a lo primero, me refiero al hecho de que la película fue calificada como "apta para mayores de 16 años". No pienso atacar esta decisión -aun cuando la obra muestra poco más que un seno-, aunque definitivamente encierra al filme dentro de los límites de un público que mira su objeto de estudio, los adolescentes. Si un joven de trece pudiera ver Acné se sentiría, probablemente, identificado con ese personaje. Podría incorporar las vivencias de Rafa y discutirlas, apreciarlas o rechazarlas. Esta posibilidad es vedada por esta calificación para "grandes": hay muchas maneras de cercenar una obra, y dudo que el director se haya manifestado en contra (invito a Veiroj a que conteste esto). Ahora podemos pasar a lo segundo, a la falla interna. Un filme con buen guión puede sostenerse, pero un filme con pocos "turning points" y un guión flaco, carece, pasada la mitad de la obra, de un interés real. No deberíamos guiarnos siempre por la predictibilidad de los hechos de una película, pero sin duda el "factor sorpresa" no tiene en Acné ningún peso, no obstante pretende iniciar ciertas situaciones misteriosas. Un relato de experiencias, limitado a la adolescencia masculina y definitivamente no universalizable, es lo que nos da la película de Veiroj. Los trazos de la historia son delicados, pero no siempre está uno dispuesto a escuchar cualquier historia.
Mar Negro es una típica historia europea: dos mundos que se encuentran, Gemma, una vieja italiana cascarrabias (Ilaria Occhini) y su ayudante, Angela (Dorotea Petre), una joven rumana que apenas habla el idioma local. En un principio, su relación es áspera, pero luego se hace más cercana y ambas mujeres comienzan una relación casi simbiótica de necesidad mutua. Cuando el marido de Angela, Adrian (Vlad Ivanov), no conteste sus llamados, su mujer querrá desesperadamente volver a Rumania para descubrir su paradero. Gemma, sintiéndose incapaz de quedarse sola y atraída -en parte por exotismo, en parte por deseo de vivir lo que no pudo hacer en años más juveniles- por la ruralidad y la simpleza (o la pobreza, si se quiere) rumana, parte en travesía por el Danubio junto a Angela. El film, dirigido por Federigo Bondi y escrito por él y Ugo Chiti (quien también escribió el guión de Gomorra), comienza mediocremente con una historia remanida, aunque la película se torna más interesante cuando se muestran ciertos aspectos de la comunidad de inmigrantes rumanos y, claro, Rumania en carne propia. La fotografía de Gigi Martinucci opera también positivamente, enseñando al espectador paisajes muy similares al litoral argentino. Esa parte de Europa, Rumania, que no muchas veces la hemos visto (aquí en esta página se han reseñado tres filmes sobre este país: PA-RA-DA, 4 MESES, 3 SEMANAS Y 2 DÍAS e INLAND EMPIRE), es sin duda otro costado que recién últimamente los directores están explotando, porque, más allá de la dictadura de Ceacescu, surge el interés de relatar cuál es la relación de este país con la Comunidad Europea, que parece llevarse todo por delante... aunque sigan hablando de Ceacescu. No obstante sus virtudes, Mar Negro no logra salirse de esa historia pequeña, ya gastada, de la vieja y la joven extranjera. Claro que el filme es más sutil que otros, pero a gran parte del público no le resultará demasiado sorprendente ni su desarrollo, ni sus conclusiones.
Los realizadores de cine comprendieron que, en esta época donde el terror pasó a ser cosa de tontos (o de freaks), no podían limitarse a hacer saltar la sangre a chorros, sino que debían decir "algo más". Muchas veces, han dicho cosas inútiles, redundantes o retrógradas. Otras, como en este filme del español Paco Cabezas, son ocasión para hablar de otro modo de aquello de lo que suele hablarse en otros géneros, con un halo de seriedad que no sé quién pudo haberle otorgado en primacía a este género que, en lo personal, me resulta muy atractivo. Ya lo sé, seguramente seré un freak (porque afirmar mi zoncera sería adimitir que soy un tonto), como confiesa ser el director mismo -lo cual puede resultar problemático. Aparecidos es una road movie protagonizada por dos hermanos que llegan de España a Buenos Aires con motivo del estado de coma de su padre, sin posibilidad de rehabilitarse y, por ende, pasible de la ser desconectado del respirador. Malena (Ruth Díaz) no tiene ningún tipo de remordimientos para con su padre, de quien su madre no habló nunca bien, pero Pablo (Javier Pereira) siente que recién lo está conociendo y se enternece hasta el punto de insistirle a Malena de realizar el camino desde Buenos Aires a Tierra del Fuego, donde su padre vivía y cuyo trayecto realizó moribundo de su cáncer en su auto, el mismo que utilizarán sus hijos. Pero el placer del viaje por la carretera (con esos hermosos paisajes patagónicos que el Super 35 panorámico sabe aprovechar) se ve interrumpido por el encuentro de un diario, escondido en el auto, que relata los hechos tal y como van a suceder... o como ya sucedieron. Se trata de una película de apariciones o fantasmas, muy bien estructurada en cuanto a lo técnico, pero poco original a la hora del desarrollo y secuencia argumental. Lo más destacable, es por supuesto, la temática social de la que trata. Diremos algunas palabras acerca de ella a continuación, pero comento a los fanáticos del terror, que no vayan con grandes expectativas en relación con el género. [PLOT SPOILER. Si usted no vio la película, no siga leyendo hasta que otra señal se lo indique. Se revelarán detalles resolutivos de la trama. Sin embargo, nada que usted no pueda averiguar con un poco de perspicacia.] Cuando uno se entera quiénes son esos fantasmas (por cierto, bastante pronto si uno presta atención) el título se explica por sí solo: los aparecidos fueron desaparecidos por la dictadura militar argentina que comenzó en 1976. En esta época, se llevaron a cabo las más horribles torturas a jóvenes, adultos, ancianos y niños (se han arrojado jóvenes de 14 años al río en los "vuelos de la muerte"). Para llevar a cabo dichas operaciones, se necesitó ayuda técnica, y esta fue la de los médicos. Curiosamente, este filme se estrena el 3 de diciembre, día del médico. Aún estos médicos siguen trabajando. No era un Mengele, sino muchos. Su labor era la de calcular hasta qué punto un hombre podía aguantar la tortura sin morir (¿cuántos voltios puede recibir por la picana? ¿Cuánto aguanta desangrándose bajo el agua?). Se imaginan, que habiendo desaparecido a treinta mil, podían darse el lujo de perder algunas vidas. De todos modos, no les interesaba a los torturadores extraer verdad alguna, sólo querían un nombre o varios y luego la mayoría de los torturados eran asesinados, si no morían por las heridas de la tortura. Ya se sabe, la ciencia no es en sí misma un beneficio para la humanidad, sino que también puede usarse para matar, o para realizar operaciones ilegales como el robo de bebés, en este específico caso de la medicina. De esta película de Paco Cabezas puedo rescatar una visión que parece estar surgiendo dentro de los films de terror, a saber, la reflexión que aparece en Masacre esta noche, ganadora del Buenos Aires Rojo Sangre, acerca de la diferencia entre realidad y ficción, muy pocas veces tematizada en el cine (por ejemplo, Lynch lo hace en Inland Empire). Las torturas son un excelente objeto para despertar el morbo del terror, pero una vez que se vuelven reales, ya no son más cine, son una de las acciones más despreciables que puede cometer un humano. [HASTA AQUÍ EL PLOT SPOILER. Puede retomar la lectura.] En suma, tenemos un film de fantasmas, previsible, pero con un interesante mensaje al público: el terror no es algo tan alejado de nuestras vidas, sólo que podemos disfrutarlo cuando estamos en la butaca. Celebro que películas que hasta hace poco se consideraban "triviales" traten tópicos altamente importantes sin por eso banalizarlos, cosa que en ningún momento Aparecidos hace. Ahora que existe cierto auge (precisamente por su decadencia anterior) del terror tratando temas "serios", debemos insistir en que los cineastas realicen otros géneros en esta línea. El más necesitado, y no es que nunca se haya hecho, es la comedia. Paco Cabezas intenta hacer lo suyo con mediano éxito y a veces no deja al espectador nada para leer "entre líneas". La escena final es por cierto, lamentable e innecesaria.
Traviesos niños, jugando inocentemente... ya no es un concepto admisible en películas que pretenden ser un reflejo de la niñez en la sociedad actual. Por cierto, no ha sido tanto la inocencia de los pequeños como la ingenuidad -o complicidad- de los realizadores la que en alguna época ha dado lugar a interpretaciones de este género; que se nos protega de aquellos que quieren imponer esa visión hoy en día. A la vez, tampoco debemos esperar que el cine nos muestre una cara negra de la niñez: nunca es creíble una perspectiva unilateral, y cuando la unilateralidad quiere ser evitada por la oposición tajante de un niño bueno, sólo logra hacer resaltar la unilateralidad de la el film cae presa. Por supuesto, esta apreciación cuenta para todos los temas. En suma, el realismo sólo puede obtenerse en su cuota adecuada administrando con mesura la técnica hiperbólica propia del arte y la filosofía, esto es, la que permite que el objeto sea visto por el espectador y no pase desapercibido en la mezcla de la que "en estado natural" forma parte. Creo que, en este último sentido, la película de Julián Giulianelli es relativamente exitosa. La trama es simple y el tema, denso, pero afortunadamente no carga las tintas en exceso. La historia que el director, también guionista, cuenta en Puentes es la de un grupo de estudiantes de primaria, Tomás, Pedro, Matías y Analía, hermana de Tomás. La vida de los tres amigos varones en el conurbano bonaerense no tiene aspectos exóticos en relación con lo que puede verse en muchos casos. Juegan a los jueguitos, se ratean, falsifican firmas... bueno, la disciplina es un problema. Mejor no relatar cómo continúa el relato luego de que Pedro le muestra a Tomás y Matías una pistola de su padre. Demasiado pronto, estos chicos deberán cambiar su modo de acercarse al mundo. Sin duda, el punto más fuerte de Giulianelli no es la energía del guión que, por regla y placer personal, debería mantenerse o bien constante o bien en un circuito interesante. Cierta predictibilidad de la acción, aunque menguada por la cuidada dirección, dirige la tensión difusamente, de un modo contraproducente, más hacia la segunda parte de la obra. Este sea quizá el conflicto mayor, puesto que en un primer largo no esperamos que los problemas "hegelianos" más arriba planteados logren eludirse con destreza. Giulianelli triunfa en este aspecto por su decisión, que él mismo confiesa, de no hacer una mera ficcionalización de algo que podría ser un documental. Teniendo en cuenta que un documental puede ser tan ficcional como una ficción realista, éste es un modo acertado, a mi entender, de encarar la creación de una película. Quizá Giulianelli más que los niños, peque de cierta inocencia. Su obra da explicaciones causales a la actitud de cada uno de los protagonista y le otorga una valoración moral que hace que "se muerda la cola" respecto del naturalismo social y el tópico que quiere tratar: el desencuentro interno y social de los chicos. Para esto utiliza el director también un vieja temática, no demasiado explotada en el cine de los últimos tiempos, que nos recuerda a la novela infantil de Erich Kästner, Emilio y los detectives: la gran ciudad es una pequeña jungla. No lo era tanto para los leones salvajes de Pizza, birra, faso, pero aquí sí lo es para estos niños, porque, en última instancia, escapar no es otra cosa que reencontrarse con uno mismo. Por mi parte, reconozco que fui algo críptico. Piénsenlo como suspenso. Por eso, finalizo dejando hablar al director. Julián, no te preocupes, no te traicionaste, tu intención, se ve con claridad: "Quería generar esa sensación realista de que están pasando constantemente cosas, pero uno no sabe si son buenas o malas, ni si al final están yendo a un lugar en concreto. Es muy difícil extraer conclusiones en la vida [NB: yo creo que Giulianelli sí lo hace] porque son muy pocas cosas las que tienen un final concreto, y esa era un poco la intención de la película, generar en el espectador la idea de que hay un antes o un después de esta historia, y de que, como en la vida, es muy difícil extraer conclusiones de lo que sucede [claro, quizá para los protagonistas, pero no creo que para el espectador], a no ser que uno comience a reducir la complejidad de todo lo que analiza". Me he cuidado de no reducir la complejidad. Giulianelli lo logra en la pregunta, pero dudosamente lo logra en la respuesta.
La Tigra es un pequeño pueblo de la provincia argentina del Chaco, al cual Esteban (Ezequiel Tronconi) regresa, con el motivo (inespecífico y misterioso) de encontrar a su padre, camionero que inició hace algo más de una década una familia nueva. Debido a su ausencia temporaria, con incierta fecha de regreso, Esteban se aloja en lo de su tía Candelaria (Ana Allende), quien lo recibe cariñosamente. Ese tiempo de espera hasta la llegada del genitore es en el que se sitúa la obra. El tiempo recobrado, podríamos decir siguiendo a Proust, porque Esteban podrá revivir todo su pasado en aquel lugar de la infancia donde solía pasar los veranos. Así es como descubre a Vero (Guadalupe Docampo), vieja amiga, a la que no tarda en "echar el ojo", aun cuando esta relación se vislumbre como imposible, debido al noviazgo de Vero con Roger (Roger Grancic), un rockero pueblerino y carnicero. En gran parte, la película, dirigida y escrita por Federico Godfric y Juan Sasiaín, salida del horno de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, es el cuadro del lugar, lo cual denota la buena elección de su nombre. Esas calles de La Tigra, esos ratos de siesta, de tarde, de chinchón de vieja, son todos los pueblos, sólo que aquí se trata de la Tigra: de aquí se nutre la historia de Esteban que se nos muestra. Sutil y prolijo es el trabajo de los directores, incluso (o precisamente) cuando introducen alguna metáfora para el regocijo del espectador, por muy burda que sea ésta. Estos méritos se le han reconocido a La Tigra, Chaco en numerosos festivales, como el argentino Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde obtuvo el Premio FIPRESCI a la mejor película nacional, o la mención también en este festival a través de la figura de Guadalupe Docampo, de una temible naturalidad, quien ganó el premio "Carlos Carella" a la mejor actriz. No obstante, la trama y el guión no logra desesperar al público con su relato, lo cual brinda una sencillez y una calma pueblerina que, aunque bien alcanzada, no es mucho más de lo que se podrá apreciar a lo largo del film, incluyendo los giros argumentales que no escapan al conflicto de Esteban con la nueva familia de su padre y también de este joven con su competidor por el corazón de Vero, Roger. Por último, me asocio al interés que puso la provincia del Chaco en esta obra. Las provincias argentinas tienen historias y escenarios tan idóneos como hermosos para ser filmados. Pero lo más importante son los habitantes de esos sitios, muchos de ellos probablemente no instruidos en todo lo que significa una producción cinematográfica, y, debido a esto mismo, el cineasta (junto a los gobernantes) debe ser cauteloso al cruzar las diversas y tan difícilmente interpretables fronteras entre lo pedagógico, el desinterés y una demagogia de lo nuevo. El impacto social de la cinematografía, ni hablar de la cuestión de la existencia de salas en estos pueblillos, debe ser sopesado. Por fortuna, Godfrid y Sasiaín, aunque no en la línea de "cine con vecinos" (la cual tampoco me parece respuesta definitiva a esta problemática, sino que, a la vez, propone otras nuevas), se encargan, al menos, de honrar al lugar de cuya historia se sirvieron. Sin embargo, lamento que esta historia no pueda superar el guión de las películas "con vecinos", como El baño del Papa o El último mandado.
Nueva entrega de la remake de la vieja Halloween de Carpenter, en manos del músico y, creo que más destacable, cineasta Rob Zombie, quien también dirigió esta segunda parte de la historia del niño loco Michael Myers, en busca de más sangre para su mamita (Deborah Myers, interpretada por Sheri Moon Zombie). Como los fanáticos sabrán, no hay mucho de fantástico en los tremendos crímenes del grandote, esta vez interpretado por el wrestler Tyler Mane, sino que, a excepción de la particular constitución de su persona (tradicional máscara incluida), y las apariciones oníricas que en realidad no son más que reflejo de su locura. Llegando a mi casa tarde el otro día, viendo el panel de vidrio que divide mi cocina del jardín, me di cuenta de las implicancias de este tipo de género de "asesino serial". Me estremecí al ver mi silueta, más alta de lo normal, como si ésta se situara por detrás de ese frágil cristal. Volteé inmediatamente: no era sino en Mike Myers en quien estaba pensando. El efecto de un "terror posible", a la vez que presentado como la peor de las pesadillas imanginables, es el que logra Halloween II. En consecuencia, los crímenes de Myers son investigados por la policía como el de cualquier otro psicópata, aun cuando éste fuera el más grande y peligroso. En esta segunda parte, la investigación policial ha menguado bastante, debido a las declaraciones de Laurie Strode (Scout Taylor-Compton) de haber matado al asesino. Qué mal para esta joven, que deberá revivir su trauma (pobrecita, protagoniza esta segunda entrega), a través de recurrentes pesadillas -que el director se encarga de presentar al espectador con suspenso y morbo- y a través de la industria editorial. Ahora que todo parece haber pasado, el legado de más de quince muertos pasa a ser objeto de la comercialización del capital y el amarillismo. El Dr. Samuel Loomis (Malcom McDowell) escribe un libro sobre el Mike Myers en cuya mente tuvo la posibilidad de hurgar, revelando datos otrora desconocidos al público en general, sin mencionar lo mucho que le atrae a éste enterarse de todo tipo de detalles. La consecuencia: Loomis jugará con las vidas de los protagonistas de los horrores de Myers sólo por dinero y fama, aunque no tanto como lo hará Myers, en la noche de este sangriento Halloween. Como suelo decir, para los fanáticos, no vale ninguna crítica, de seguro asistirán con entusiasmo a las salas, aun cuando yo pueda advertirles que no estamos frente a un hito cinematográfico en absoluto. Para el resto de los mortales, es necesario informar cuánto ama Rob Zombie la sangre y el sufrimiento ajeno, expresado tanto con destreza como con éxito en la primera parte del film, para menguar en una segunda parte más cercana al thriller, el ketchup y las tetas. Quizá a algunos les interese la influencia psicoanalítica de todo el asunto, pero expuesta de un modo tan grosero que sólo causará pavor a los seguidores de Freud, siendo esta una de las mayores suertes que puede llegar a obtener una película de este género. Los films de terror son para ver en el cine, y no me cabe la menor duda de que con la "sensación de inseguridad" que los medios argentinos promueven, este verano Rob Zombie tendrá un éxito inusitado. Se tomará como patrón las puertas blindadas y los permisos otorgados a los adolescentes. ¿Algo que decir de la obra? No, no mucho más. Rob Zombie ya paga demasiado caro los baches y agregados innecesarios a esta secuela.
Por fin Nora logra suicidarse. Quince intentos de suicidio no son poco, más a una edad avanzada como la de ella. Pero Nora es calculadora y deja todo listo para que su familia celebre unas festividades judías, que por esos días se celebraban, con abundante comida. Esta precisión y el articulado planeamiento de sus acciones es lo que siempre perturbó a su ex marido José (Fernando Luján), y él no tiene dudas de que esa actitud fue una de las causas de su divorcio hace ya varios años. Su antigua mujer, ahora difunta, había escogido esa fecha para suicidarse con el fin de que se removiera el arenal que yacía bajo el peso de tradiciones ancestrales (las judías) y fardos familiares. Por supuesto, Nora sabía que el rabino Jacowitz iba a seguir estrictamente la ley judía, y que entonces su entierro se demoraría por unos días, más aún, sumándole la complicación de que el suicidio pondría más piedras en la rueda que un fallecimiento natural. Harto de esta manipulación de ultratumba, José toma decisiones drásticas que no harán, al fin y al cabo, sino sumar problemas con la familia, los extraños y la difunta. Mariana Chenillo, la directora de este film mexicano, nos ofrece con Cinco días sin Nora, una comedia de finos rasgos y algún buen momento de dramatismo. Sin embargo, aun cuando nuestro cuerpo adora las carcajadas, la categoría "comedia" (y ni hablar de "comedia negra") no ha de ser tomada como sinónimo de risas, a pesar de que existen muchos chistes con difuntos. La connotación general de la película es la añoranza y las relaciones familiares, lo cual podría haber incitado a la directora a elaborar un drama. Por fortuna, no fue esta su postura y el film llega a buen puerto, en particular hacia el final, tras un principio sostenido centralmente por la actuación de Fernando Luján y la aptitud técnica de la crew. Por otro lado, el mérito de la película de Chenillo es su trabajo en la emotividad de los personajes y las escenas: los protagonistas no paran de mostrar su personalidad y, sin embargo, esta resulta ser una mera máscara que logrará develarse en el transcurso del relato. El modo en que la directora opera con estos cambios y revelaciones es sutil y sostienen, como ningún otro elemento, los cimientos de la obra. Cinco días sin Nora ha ganado varios premios internacionales, como el Astor de Oro a la mejor película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata o un galardón equivalente en el festival de cine latinoamericano de Biarritz, entre otros. Es difícil decir que el espectador pueda sentirse "decepcionado" con este film de sutiles trazos y suavidad ATP, pero también sería excesivo situarlo encabezando una lista de obras "impactantes". Personalmente, considero que la falla está en no darle al humor "de risa" un espacio privilegiado, lo que provoca varias reacciones de los críticos: adjetivarla de "deliciosa", decepcionarse o directamente mentir. Aunque no podría negarse la "acidez" de muchas situaciones, Cinco días sin Nora genera un humor demasiado poco agresivo como para no abandonarnos a la placidez de unas interesantes situaciones, "deliciosas", como dije antes, pero pasajeras como un sabroso cocktail de bienvenida. Siendo el primer largometraje de la directora -que es además guionista- podemos esperar mucho de su calidad e intelecto, o quizá su llama se apague, Dios quiera que no, con esta "buena" película.