Esa imponente casa en las afueras de la ciudad vive de recuerdos. Su dueña, Mara Ordaz (Graciela Borges), es una vieja estrella que pierde brillo con los años, pero que mantiene una corte privada que apuntala su ilusión. Con ella viven otros veteranos del ambiente, Pedro de Córdova (Luis Brandoni), ex actor, pareja de la diva; Norberto Imbert (Oscar Martínez), una vez director, desplazado en la preferencia íntima de la actriz, y el guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock). La aparente paz que reina en la mansión se verá interrumpida por dos empleados de una inmobiliaria, Bárbara y Francisco, interesados en la casa de la diva. Se trata de una nueva versión del clásico argentino de 1976 "Los muchachos de antes no usaban arsénico", de José Martínez Suárez. El director, Juan José Campanella ("El secreto de sus ojos"), desde hace más de veinte años tenía ganas de darle su mirada y ahora lo logró. Con un impecable diseño formal, una exacta escenografía y la cuidada fotografía de Félix Monti, "El cuento de las comadrejas" conserva el sabor de la comedia negra de su antecesora, pero prioriza el tono de juego en esa familia actoral formada entre improvisaciones y formalidades cincuenta años atrás. La irrupción de engañosos emprendedores y su mundo inmobiliario entre vidrio y high tech, es lo que faltaba para observar dos mundos que nunca pueden integrarse, separados por tiempo, espacio y una carga de secretos que sólo profesionales del simulacro pueden mantener. JUGAR EL JUEGO Mara, Pedro, Norberto y Martín, veteranos de la simulación, tejen una tela que la astucia de Bárbara y el marketing de Francisco no pueden rasgar. Cuando "la familia" amenazada comprenda que sólo en esa imponente casa pueden jugar su juego en armonía y soledad, una malla hermética chupará a los extraños. Cómplices y cínicos socios de muertos comunes, el cuarteto, a diferencia del quinteto que lideraba Alec Guiness y Peter Sellers en un clásico inglés de similar atmósfera ("El quinteto de la muerte"), logra su objetivo por ser partícipes del ambiguo juego de la representación, frágil puente que sólo los habitantes del mundo de la ficción conocen. Se necesitaban grandes y carismáticos actores para dar vida a semejantes personajes. Y la dirección de casting incorporó a cuatro pesos pesados que hacen de las suyas metiéndose al espectador en el bolsillo, cada uno a su manera alrededor de Borges, una diva a lo Norma Desmond (de la inolvidable "Sunset Boulevard" de Billy Wilder). Sólo la dupla Borges-Brandoni puede manejar la escena de seducción que termina en un balde de agua fría para la melosa diva. Con ella, un desconocido supervillano, Oscar Martínez, parodia a un amante despechado, sólo retenido por la comodidad de un refugio para su vejez, mientras Mundstock, de probada eficacia en películas como "Mi primera boda" o "No sos vos, soy yo", demuestra que más allá de Les Luthiers hay vida. CON ELEGANCIA En cuanto a los más jóvenes, sorprenden en "El cuento...". Clara Lago se muestra como una actriz completa, con gran futuro en el cine, mientras que Nicolás Francella tiene encanto y materia prima para trabajar. Nueva mirada sobre una estupenda película no suficientemente valorada en su época. Más allá de cierto tufillo declamativo, renace con nuevas aristas y un subrayado sobre una tercera edad que aparenta un poco de ingenuidad, pero que descubiertas las verdaderas motivaciones de los desafiantes jóvenes, descubre las garras y las usan con elegancia.
El tema de la llegada de un hermanito ha sido tratado por películas como "Cigüeñas" o "Los Increíbles", pero pocas veces se dedicó todo un largometraje para desarrollar el problema. Y los japoneses aceptaron el desafío. En este caso: Mamoru Hosoda ("El Niño y la Bestia"), creador de los Estudios Chizu, apostó a un largometraje, que posteriormente fue seleccionado y enviado a la Academia de Hollywood para competir por los Oscar. El filme no sólo desarrolla el problema que tienen todos los chicos ante la llegada de un hermanito sino que lo hace desde un punto de vista actual, extendiendo sideralmente en cuanto al tiempo la consideración del problema. LA AYUDA FAMILIA Un departamento modelo es el de los padres de Kun, de cuatro años. Hasta tiene un pequeño patio con un árbol y un pequeño jardín. La modernidad incluye las costumbres. Un padre que abandonó el trabajo en la empresa por un empleo en su casa, mientras su mujer mantiene un empleo fuera del hogar. Así el padre de Kun puede cuidar la casa y ocuparse de Kun y del perro, mientras su esposa no está. La llegada de la pequeña Mirai rompe la tranquilidad. Llorona y muy mimada, revoluciona la familia y provoca los celos de Kun. Ya nadie responde a sus pedidos y los llantos de la bebé son atendidos por los padres antes que los de Kun. Hasta los trenes que tanto ama el chico se transforman en armas para intentar agredir a la pequeña Mirai, mientras su madre le grita para que no moleste. Aunque ella misma se reproche por haberle gritado, sabe que ciertas reglas deben respetarse para evitar problemas en el hogar. Lo interesante del asunto es que cuando nos preguntamos cómo se puede atemperar el problema, Mamoru Hosoda, como buen representante oriental, apegado a la tradición, da una vuelta de tuerca a la historia. Y convoca a la familia del pasado y del futuro para ayudar a Kun a comportarse. El pequeño recibirá todo tipo de lecciones de una mamá que ahora aparece con la edad del chico, que descubre desordenada como él, mientras el abuelo, veterano de guerra, lo ayuda a aprender a andar en bicicleta, y su perro se presenta como un elegante príncipe. CONSTELACIONES De alguna manera la "terapia de las constelaciones", tan de moda en nuestros días, asume una nueva forma y variados esquemas afectivos. Como el simbólico "árbol de la vida" que se yergue orgulloso en el patio, Kun aprenderá nuevas cosas de sus ancestros, incluso de Mirai, que aparece ante él convertida en adolescente y dispuesta a dialogar. Con un exquisito estilo en la animación, sutileza en el planteamiento del problema y absoluta contemporaneidad en los enunciados, Mamoru Hosoda demuestra que el cetro de su admirado Miyazaki, el mago de la animación, fallecido hace un año, está en creativas manos.
Una primera secuencia impactante señala que sus espectadores serán los amantes de las películas de misterio y horror. Ovejas ensangrentadas y una mujer con un corte en el cuello que (con leve crujido) termina por no mantener el equilibrio de su cabeza. La cordillera de los Andes, unas cuantas cabezas cortadas, policías en problemas y la posibilidad de un monstruo son los ingredientes de los que se vale el director mendocino Alejandro Fadel para abrir las puertas al cine fantástico. Fadel, haciendo un pacto con el policial, va desplazándose en un universo donde todo puede suceder, desde un triángulo amoroso de imprecisa resolución hasta la presencia de un posible culpable de tanta cabeza cortada y la persecución de un monstruo, suerte de alien de fuertes reminiscencias sexuales. La suma de elementos heterogéneos, los cambios de ruta en un escenario imponente, ayudan a conservar un itinerario ominoso, donde el abandono de la razón y la presencia de lo sobrenatural se convierten en constantes. Director que sabe crear climas, Fadel rodea a los personajes de misterio y alucinación, y encuentra buenos actores (Bigliardi, Jorge Prado, Víctor López junto con Tania Casciani) capaces de dar verosimilitud a lo inverosímil. ENTORNO ANDINO El filme, premiado internacionalmente, muestra un cuidado tratamiento formal donde se destacan especialmente el sonido y la fotografía de Julián Apezteguía y Esteban Rebella, que abunda en planos lejanos que permiten disfrutar del entorno andino. Los diálogos apuntan a la condición humana y suenan un tanto forzados, pero contribuyen a enrarecer la historia que por momentos elige el gore como manifestación con ciertos toques de humor.
Pocas veces se le ocurre a un director embarcarse en tal argumento, la historia de la primera edición del diccionario Oxford de Inglés. Es que otros proyectos extraños como "Apocalypto" o "La Pasión de Cristo" no amedrentaron a Mel Gibson, porque de él se trata, decidido a ocuparse de la producción. Y todo se complicó tanto que el proyecto de 1998 tardó más de quince años en concretarse, implicó una serie de juicios y hasta el director que la productora de Gibson designó (Farhad Safinia) debió cambiar su nombre por vericuetos jurídicos. La historia real que trata el filme es la del filólogo escocés James Murray, maestro elemental al que su sed de conocimientos transformó en erudito, llegando a dominar veinte idiomas antiguos y modernos. Luego de trabajar como bancario, logró que la Sociedad Filológica de Londres le encomendara la edición de un nuevo diccionario de palabras inglesas con su significado e historia. La ciclópea tarea exigió mucho más que los diez años de trabajo que se suponía abarcaba la tarea y tuvo un sorpresivo progreso cuando, luego de pedir colaboración a los súbditos británicos en el aporte y clasificación de palabras de habla inglesa, un anónimo y desinteresado colaborador envió un increíble material que facilitó la terminación de cuatro centurias en poco tiempo. DOS HOMBRES De esto habla "Entre la locura y la razón". De la amistad que se gestó entre Murray, pacífico padre de once hijos, dedicado a una tarea monumental, y el desconocido, también erudito, que resultó ser un médico veterano de guerra, paranoico, de trágico pasado, que envió un frondoso material por años para el diccionario, desde la prisión y asilo de locos de Crowthorne, donde estaba recluido. El filme tiene un impecable diseño de época (fines del siglo XIX) y dos interesantes actuaciones de Gibson como el rutinario Sir James Murray y Sean Penn, casi al borde de la sobreactuación, como el doctor William Chester Minor. "Entre la locura y la razón" exhibe desparejos resultados. Su estructura formal es un poco confusa, hay algunos problemas temporales que desbalancean el relato y los diálogos, y las personalidades tratadas se mueven en un marco de tradicionalismo un tanto insípido y con cierto apego al lugar común. Dos personajes que podrían haberse desarrollado con profundidad, como Ada. la esposa del filólogo James (Jennifer Ehle, la hermana de Emily Dickinson en "Una serena pasión") y la joven a la que la locura de W.C. Minor convirtió en viuda (Natalie Dormer, la Bolena de la serie "Los Windsor"), no son suficientemente aprovechadas por el relato. Una curiosidad. Entre los personajes de "Entre la locura y la razón", filme basado en la obra "El cirujano de Crowthorne", de Simon Winchester, figuran dos personajes importantes, uno en la política, otro en la literatura. Winston Churchill (Brendan Patricks), que ayudó a salir de la cárcel a Minor, y Henry Liddell (Bryan Murray), capellán de la Iglesia de Oxford, funcionario de la Universidad y padre nada menos que de Alice Liddell, la célebre protagonista del libro de Lewis Carroll "Alicia, en el país de las maravillas".
Es frondosa la filmografía que con el tema drogas satura el mercado cinematográfico. Pero son pocas las que se acercan al asunto con objetividad y, fundamentalmente, con el cuidado y la sensibilidad suficientes para abordar contenidos casi inabordables. Pero hay directores, autores como Peter Hedges, que por experiencias que lo acercan de una manera especial al tema de las adicciones logran ingresar y moverse en el tema con fluidez y la suficiente comprensión para lograr equilibrio. Experimentado escritor en la materia, recordemos que fue el guionista de "Quién ama a Gilbert Grape", un filme donde la gordura de uno de sus integrantes condicionaba la vida de una familia numerosa en la que Di Caprio adolescente ya se destacaba. Hedges es dueño de suficiente sentido común y veteranía cinematográfica para tocar estos temas. "Regresa a mí" es un drama familiar donde hay un adolescente adicto, Ben, que hizo pasar muy mal su época de consumo a toda su gente cercana y ahora regresa. Pero todo no es tan fácil, su regreso parece ser temporario, dado que está internado en un centro de rehabilitación. Pero la Navidad es un fuerte incentivo para convocar sentimientos y ahí está Ben frente a la madre, sus hermanos y parientes para probar quizás que la convivencia es posible. Convivencia temporaria se supone. Una familia con expectativas, con miedo. Una madre dispuesta a todo por ese hijo pero también por toda la familia. Lo que sigue es complicado y había que resolverlo con inteligencia y Hedges como director y guionista la tiene. Así, el drama familiar puede mantenerse en una línea moderada, no caer en excesos convencionales ni estrépitos lacrimógenos. SOLIDO ELENCO Hay un buen elenco, una figura como Julia Roberts que cubre todas las expectativas y un chico como el hijo del director, Lucas Hedges ("Manhattan", "Lady Bird"), que se mete en el personaje. Todos acompañados por figuras como Kathryn Newton, una de las sufridas víctimas de "Actividad Paranormal 4", que aquí también es una víctima familiar pero capaz de ofrecer otra mirada sobre la causa de sus sufrimientos compartidos con la familia. Un filme difícil, resuelto con ausencia de golpes bajos y la mesura y sensibilidad de un director inteligente.
Olavi, un negociante en arte, está en problemas. Su pequeño negocio en Helsinki parece al borde de la quiebra. Si hasta el arte ingresó al mundo de la globalización, y las multinacionales y el marketing desembozado parecen querer tirar abajo a los solitarios que sólo tienen suficiente conocimiento y mucho oficio. Pero no es lo único que se está viniendo abajo en la vida de Olavi, con más de sesenta y sin familia a la vista. Parece que el trabajo le obnubiló la existencia y detrás de tanta especialización, amor por las cosas bellas y, por qué no, también por el negocio, le dio más importancia a los objetos que a la mujer y los hijos. Ahora parece rechazar a su nieto adolescente, acusado de algún robo menor que lo descoloca ante el abuelo, mientras ignora que su hija divorciada tiene problemas no sólo sentimentales sino económicos. El surgimiento de una pintura misteriosa sin autor a la vista y la posibilidad de que se trate de un clásico valioso parecen movilizar al viejo comerciante, que se mueve en el mundo de los remates como pez en el agua. Olavi no imagina que ese nieto adolescente, desmañado y antipático, que sólo es atraído por la plata, el celular y la tablet será un aliado en el misterio del cuadro. Un argumento mínimo, sensibilidad en el desarrollo de un problema que une el trabajo y los sentimientos, todo se da en una película finlandesa con actores de nombre difícil (estupendos Stefan Sauk, veterano profesional del teatro) y que permite pensar un poco. Que los afectos son los que importan, que la vida se va en un segundo (nunca un fuera de campo tan justo como el del final de la cinta) y que un filme finlandés en pocos minutos nos permite conocer excelentes pintores (paneos a bellas obras nacionales), acompañados de bella música y excelentes actores.
Marcelo Di Marco nunca se llevó bien con su padre. Ahora que su muerte dudosa le da un cachetazo a su vida, piensa que es hora de rebobinar y no sólo indagar sobre lo que pasó. Su hijo parecía llevarse bien con el viejo, quién sabe cómo ese desconocido que fue para él su padre pudo establecer ese tipo de relación. Su trabajo en la redacción de un diario puede ayudarlo y se propone investigar, aunque el peligro lo esté rondando. A su alrededor, una serie de personajes dudosos que de una u otra manera manejan o creen manejar el poder, y una chica con cara de ángel (Calu Rivero), relacionista de una galería de arte, que con su ambigüedad puede mezclarse muy bien con el agua y el aceite. "El sonido de los tulipanes" es un filme policial que, ambientado en el 2001, intenta reflejar el marco de corrupción e ilegalidad de un determinado período que preside el estallido social y donde viejas fórmulas reaparecen y condicionan cualquier intento de reorganización social y democrática. La reaparición de las clásicas figuras de "padrinos políticos", cómplices religiosos, políticos en los que la ambición parece obnubilarles la acción y chicas oportunistas, son el entorno de eclosiones de imprevistos resultados. PUNTOS FUERTES La idea era buena pero abundan los lugares comunes, clichés en los diálogos, los personajes se quedan en tipos y la interioridad se resiente. Lo mejor es el ritmo y los actores: Pablo Rago creciendo en su carrera de actor, la eficiente participación de Gerardo Romano con el "loco Bertolini" y el profesionalismo de Gustavo Garzón y Roberto Carnaghi, como Toño, el padre del protagonista.
En los últimos tiempos, un creativo movimiento cinematográfico de revival del mundo rockero invade Buenos Aires y permite no sólo que los fanáticos disfruten, sino que los que no son del palo conozcan. En este caso, ocho directores se alinean con seis historias a puro rock. Y son de esas auténticas que permiten acceder a, quién sabe, los más orilleros cultores del rock. Los que se quedaron en los bordes. Quienes gozaron profundo, sintieron el sentimiento auténtico y no pintaron sus nombres en todos los medios con la pintura del éxito. Seres en blanco y negro con corazón en tecnicolor. PERSONAJES Así, hay un repaso por la Facultad de Medicina, donde el doctor Max ya no tiene el antifaz que usaba con "Secuestro 66", su banda de rock punk, identificada con los graffitis que ensuciaban las paredes (era época en que el arte popular tenía condición de trash). Hoy su realidad pasa por la investigación, la docencia y ese modo juvenil y fluido que lo acerca a sus alumnos jóvenes. "Los periféricos", con multiplicidad de estilos en los formatos, se mete en un estudio de grabación de Adrogué donde algún representante de rock refugia pasiones ahora ordenadas, pero siempre musicales. En Ramos Mejía o en Fiorito, donde habrá algún violero, en ese caso de La Máquina, Raul Rulo Fernández, convertido en ídolo barrial y testimonio de una época. A ellos se sumarán figuras polémicas como Enrique Symns ("Cerdos y peces"), que supo prologar a Los Redonditos pero que como buen periodista sigue aventando el rapeado frente al micrófono en algún sótano musical y amigo. También habrá lugar para el Salón Pueyrredón, patio del punk y las bandas que acometen una avanzada que no cesa y ahora se recicla en otro espacio, pero con el mismo nombre. Película de películas, despeinada y auténtica, con sabor ochentoso y la potencia de los desconocidos de siempre, que seguirán siéndolo de otro modo, porque la melancolía y la memoria son difíciles de vencer.
Es en la costa uruguaya. Ahí está la familia de Rosina. Gente común, trabajadora, que intenta salir adelante luego de algunos golpes económicos. Una casa modesta, en la costa y paradójicamente con problemas de agua. Y más paradójicamente, el padre de Rosina abastece de agua a las piletas de las lindas casas de fin de semana del lugar. Ahora parece haberse sumado otro problema: algunos dicen que en la costa aparecieron tiburones y que eso va a traer problemas. La intendencia no quiere que el asunto, real o no, se difunda, por la gente, por los turistas que contribuyen a la economía. A Rosina, la más chica de la familia, parece que nada le importa. Ni lo que hacen los padres, ni el hecho de que tenga que ayudar en el trabajo acompañando al viejo y los empleados del viejo, o preocupándose de los exámenes de su hermana. Quién sabe si la preadolescencia viene así. Pero su actitud callada, solapada si se quiere, preanuncia problemas. Problemas como los que pasaron cuando se agarró con su hermana y la dejó con un ojo en compota, ahora vendado. La historia se cuenta casi coloquialmente, con poco diálogo, lo justo, lo necesario. Todo es un ir y venir de la camioneta que va a las casas lindas, con el padre y los empleados y Rosina, un quedarse en la casa sin agua en la que la madre intenta la venta telefónica o el servicio de depilación como nuevas posibilidades económicas. Todo pinta tranquilo hasta que aparece el más joven de los empleados, Joselo, ese en el que Rosina detiene la mirada. LA PLAYA DE FONDO Película de miradas sesgadas, de situaciones vistas casi con la cabeza gacha, porque Rosina parece ocultar las reacciones, el cuerpo. Todo parece girar entre las idas y venidas con playa de fondo o algún galpón en el camino, o las charlas de las chicas del lugar con sus amores iniciales o finales contados delante de la chica de doce años, trece quizás, esa chica que no se arregla, que se viste así nomás y casi no se peina. Hasta que la cámara la descubre lavándose casi cuidadosamente, peinándose, depilándose. Y ese Joselo, más grande, se fija en ella. Pero se fija como en un bicho nuevo que aparece en la camioneta. Afuera hay sonidos de caos. Parece que los tiburones pueden ser verdad. Y Rosina, como el tiburón, sigue el ritmo de lo que quizás no sabe que es el deseo. Habrá algún encuentro en el que no sabrá qué hacer y en el que él sabrá que ella no sabe y no le interesará más el juego. Y Rosina, como el tiburón hembra dudará, se cubrirá de rabia y accionará, puro instinto y hasta con una sonrisa infantil como remate. Una directora interesante, capaz de crear atmósferas, definir situaciones sin explicarlas, con capacidad de síntesis y finales de navaja escondida. Sin lugar a dudas, Lucía Garibaldi es una directora como su apellido, contundente y sólida. Habrá que seguir su trayectoria.
La utilización en cine del teléfono como recurso dramático suele darse en las películas de suspenso, especialmente en las policiales como la recordada "Crimen perfecto" de Alfred Hitchcock, cuando Grace Kelly responde la llamada de su posible asesino. En esta producción danesa, un oficial de policía, Asger Holm, responde los pedidos de auxilio de usuarios en emergencia desde una centralita policial. Suspendido por un juicio de "abuso de autoridad", debe atender una actividad que no le es propia. Esto lo sabemos después, cuando sus expresiones faciales, su actitud con los que llaman vayan demostrando que no se siente bien en ese lugar. Hasta que la voz de una mujer lo hunde en una verdadera pesadilla. Aparentemente ella está secuestrada por un ex marido y quiere comunicarse con su pequeña hija. A partir de ese momento, Holm teje una verdadera red con policías, amigos y hasta la pequeña de seis años (todo desde la centralita y a través del teléfono) intentando liberar a la mujer. El espectador asiste como testigo a ese juego de tensión y suspenso encerrado claustrofóbicamente en la centralita, con la impotencia de no poder hacer nada por el drama que ocurre. LABERINTO El filme es un llamativo trabajo de guión que con sus varios puntos de quiebre va mostrando, poco a poco, un laberinto que no es el laberinto del que Asger Holm y los espectadores creían sacar a la pobre Iben y su desesperada llamada. Allí reside, puntualmente, junto con la notable interpretación de Jakob Ceredergran y la marcación de Moller, el director, el logro de esta producción danesa. Möllerr desplaza en algún momento el lugar de desarrollo de la acción, desde un cuarto a otro de la centralita de emergencia, para impedir que estalle esa insoportable tensión de los sucesos que se ocurren a través del teléfono. Un director de poco más de 30 años crea con el actor elegido, el guión del que fue co-autor y las expresivas voces que dialogan a través del teléfono, un apasionante thriller psicológico. Pocos imaginan que la historia se basa en la cruda realidad que involucró al gran cineasta danés Nils Mamros, su esposa, una joven maestra y su beba de nueve meses.