Tardó diez años y más de veinte películas, pero finalmente tenemos a la primera heroína protagonista del MCU. Thanos ya está sudando. “Tarda pero llega”, a esta altura, es una frase consuelo que utilizamos para justificar que “Capitana Marvel” (Captain Marvel, 2019) es la primera aventura del MCU protagonizada por una superheroína. Tuvimos casi VEINTE películas del Tony, el Capi, Thor, los Guardianes y los Avengers antes de que la Casa de las Ideas se diera verdadera cuenta que la representación en la pantalla sí importa; y nada de esto tiene que ver con una agenda política. Primero llegó de la mano de “Pantera Negra” (Black Panther, 2018) y su mega éxito, y ahora con la historia de origen de Carol Danvers (Brie Larson), un capítulo bastante postergado. Esta tardanza -al igual que la futura película en solitario de Black Widow- hace un poquito de mella a la hora de la percepción porque se siente que la Capitana llega un toque tarde a esta fiesta, rellenando baches dentro de la gran franquicia comiquera que es el Universo Cinematográfico de Marvel, antes del gran evento que será “Avengers: Endgame” (2019). No por nada, la relevancia de esa escena post-créditos al final de “Avengers: Infinity War” (2018), y una Carol que se nos presenta como el as bajo la manga a la hora de ponerle el pecho a los desmadres de Thanos. No hay spoilers si están al día con el MCU, pero sí mucha previsibilidad, aunque no quita que la película dirigida por la dupla de Anna Boden y Ryan Fleck -responsables de cositas independientes como “Una Divertida Historia” (It's Kind of a Funny Story, 2010)- pueda brillar por sí sola, aunque no con todo el fulgor que un personaje como Danvers se merece. Si queremos ser literales, estos sucesos funcionan como un flashback forzado entre Avengers 3 y 4 (gracias Fichi por la metáfora), una linda excusa para presentarnos a esta nueva heroína que (en este universo) viene dando vueltas desde 1995. Sí, mucho antes de que Stark se construyera un súper traje o que descongelaran a Steve Rogers, en un planeta llamado Hala florecía la civilización kree, ya conocidos en el MCU gracias a Ronan, el Acusador (Lee Pace) y Korath (Djimon Hounsou). En constante guerra con los skrull –una raza de metamorfos extraterrestres-, los kree cuentan con la Fuerza Estelar (Starforce), una elite de guerreros y héroes de la que forman parte Vers (Larson) y Yon-Rogg (Jude Law), su mentor, entre otros. Durante una misión para desbaratar los planes de Talos (Ben Mendelsohn), líder de los skrull, la chica cae prisionera y así descubre unos cuantos recuerdos de su pasado que solía confundir con simples pesadillas. Sus memorias un tanto revueltas y los planes de Talos confluyen en el llamado planeta C-53, la Tierra para nosotros, donde Vers va a parar sin escalas en busca de un proyecto de la doctora Lawson (Annette Bening), la única clave con la que cuenta para evitar que sus enemigos consigan un arma capaz de acabar con mundos enteros. Su aterrizaje en la Tierra no pasa desapercibido para un joven Nick Fury (Samuel L. Jackson) y un más que novato agente Coulson (Clark Gregg), dos oficiales de S.H.I.E.L.D. -en su versión primigenia-, a cargo de este extrañísimo caso que involucra a una chica caída del cielo y varios extraterrestres que pueden tomar la forma de cualquiera que se cruce por su camino. Fury prefiere seguirle el juego a Vers para entender sus planes y los del contrario; por el camino, juntos irán descubriendo que esconde el pasado de esta guerrera originalmente llamada Carol Danvers y, con mucha suerte, evitar un encontronazo entre krees y skrull en suelo terrestre. Carol modelo noventa “Capitana Marvel” es una historia de origen que, en vez de seguir el típico camino del héroe o la heroína, trata de ir armando uno juntando las piezas. A veces funciona, otras no tanto, metiendo demasiada información en apenas dos horas de película. Acá, la suspensión de la incredulidad debe estar a la orden del día, no sólo por el hecho de lidiar con diferentes mundos y criaturas, sino porque no todo tiene una explicación muy coherente que digamos. El guión de Boden, Fleck y Geneva Robertson-Dworet está plagado de bachecitos e inconsistencias, pero nada en gran escala que desluzca la química que logran Larson y Jackson, o los verdaderos mensajes de la película. Los realizadores nos entregan una buddy cop movie recargada de referencias noventeras (no molestan, pero tampoco aportan tanto, más que el típico humor marvelita y una gran banda sonora encabezada por chicas) y mucha locura espacial (a lo Guardianes de la Galaxia) que pronto choca de frente con la vulnerabilidad y los defectos de los seres humanos. Las emociones no son algo que se lleven bien con los kree, de ahí todas las disyuntivas y los grandes momentos que entrega Brie como protagonista en su camino hasta que saca a relucir su Capitana Marvel. La mezcla de imprudencia y temeridad le calzan como anillo al dedo a un personaje que, a pesar de las adversidades, nunca se rinde. Este es el mensaje “feminista” con el que carga la película, que muchos decidieron odiar, incluso, antes de verla. No conocíamos a este Fury con dos ojitos “Capitana Marvel” funciona desde el entretenimiento, no insiste tanto con el humor (algo que se da naturalmente de las diferentes situaciones), le da a las protagonistas femeninas un lugar bien merecido y para nada forzado (bien ahí Lashana Lynch y su Maria Rambeau), y mete personajes como Goose -un gato que tiene poco de felino- sin mucha explicación, aunque se roben gran parte de la película. Visualmente, cumple con los mínimos requisitos –ambientar una historia en la década del noventa no es un logro maravilloso-, aunque los efectos digitales siguen siendo de lo peorcito, incluyendo el “rejuvenecimiento” de sus actores. Su gran aporte, lamentablemente, está ligado a la franquicia y a un papel más grande que deberá cumplir en el futuro del MCU, incluso más allá de “Endgame”, cuando podamos disfrutar de sus aventuras sin ataduras. Esto no quita que Carol sea el centro de esta historia, pero una que no logra alcanzar esa épica que estamos esperando desde que la vemos enarbolar sus poderes. Ese momento llega de forma apresurada y sin el debido golpe de efecto, tal vez, es un requerimiento un tanto personal, pero que pesa en el conjunto. La seriedad de Larson es un mal montaje de los tráilers, la inexistente agenda feminista no tiene nada que ver con un personaje concebido de esta manera, la historia tiene varios giros interesantes bajo la manga y sí, a Thanos se le va a fruncir mucho más la cara cuando vea la primera escena post-créditos de “Capitana Marvel”.
¿Quién es la famosa Ruth Bader Ginsburg? Este correctísimo drama biográfico nos muestra sus primeros pasos en la lucha por la igualdad legal entre géneros. “La Voz de la Igualdad” (On the Basis of Sex, 2018) no tuvo mucha repercusión durante la temporada de premios, pero qué mejor fecha para estrenarla en nuestro país que el marco de los “festejos” por el Día de la Mujer. La película dirigida por Mimi Leder -responsable de obras tan opuestas como “Impacto Profundo” (Deep Impact, 1998) o “Cadena de Favores” (Pay It Forward, 2000)- se cruza con otro ícono femenino en la taquilla para completar una semana cargada de heroínas reales y de ficción; y aunque sabemos que “Capitana Marvel” (Captain Marvel, 2019) se lleva todas las de ganar, este drama biográfico basado en la figura de Ruth Bader Ginsburg, tiene un inmenso valor como documento histórico, más que como relato cinematográfico un tanto genérico. ¿Quién es esta señora (ahora entrada en años) a la que tanto mal le desea Donald Trump a través de su cuenta de Twitter? Ginsburg es jueza y jurista norteamericana, una de las pocas mujeres en llegar a la Corte Suprema de los Estados Unidos, y una de las luchadoras más incansables por la igualdad legal de derechos entre hombres y mujeres. Ruth se convirtió en todo un emblema de la cultura popular y durante el año pasado inundó las pantallas con el documental “RBG” (2018) -nominado al Oscar-, y esta película que cuenta sus primeros años en la práctica y ese “caso” que cambiaría su carrera para siempre. Licencias poéticas e históricas aparte, “La Voz de la Igualdad” comienza en el año 1956 cuando la joven Ruth (Felicity Jones), esposa y madre de una bebé, arranca sus estudios en la escuela de leyes de Harvard donde se convierte en una de las nueve mujeres que comparte clases con otros 500 hombres. Un privilegio que el decano y otros superiores no le dejan de remarcar, aunque nada de esto tenga que ver con sus propias capacidades. Pronto la vida se le complica cuando su esposo Martin Ginsburg (Armie Hammer) -estudiante de segundo año- es diagnosticado con cáncer testicular. Ella decide atender a ambas clases para que él no se quede atrás y pueda recuperarse al mismo tiempo. Ambos forman un matrimonio igualitario a prueba de todo, pero dos años después Martin consigue un importante trabajo en una firma de Nueva York, obligando a mudar a toda la familia e interrumpir los estudios de Ruth que, ante la negativa de un traslado a la universidad de Columbia, debe comenzar casi de cero. Sin importar que ella sea la primera de su clase a la hora de la graduación, ningún estudio tiene la intención de contratarla, justamente, por ser mujer. De ahí que Ginsburg se resigne y comience a dar clases en la escuela de leyes de Rutgers, enseñando a las nuevas generaciones sobre discriminación en base a los sexos. En 1970 llega el gran giro a sus vidas y a la carrera de Ruth cuando su marido trae a colación un caso particular de “discriminación” -en realidad tiene que ver con la evasión de impuestos-, donde el excluido es un hombre. Este pequeño fallo en la ley enciende el espíritu combativo de Ginsburg, dándole la oportunidad de revertir las cosas y traer a la discusión -y por ende, la reformulación- todas esas leyes que discriminan (a la mujer) injustamente por razón de género. Una batalla que parece perdida casi desde el comienzo, pero tras conseguir varios aliados como Mel Wulf (Justin Theroux), al frente de la ACLU (American Civil Liberties Union), y Dorothy Kenyon (Kathy Bates), abogada y activista femenina; Ruth se empecina en sentar este precedente que puede cambiar para siempre la percepción en los Estados Unidos y, porque no, en el mundo. Se imaginarán que es como remar en dulce de leche repostero, pero en medio de la revolución sexual y feminista de principios de la década del setenta, tal vez, los hombres blancos y vejetes de la Corte Suprema no estén tan listos para aceptar estos cambios, pero sí el mundo exterior, como bien se lo demuestra Jane (Cailee Spaeny), su hija adolescente. De tal palo, tal astilla Así, la película se convierte en un drama legal cargado de impedimentos y giros que ponen constantemente a prueba la paciencia y la perseverancia de Ruth Bader Ginsburg, no siempre tan segura de sus convicciones y de poder lograr sus cometidos. La fórmula es conocida, pero no por ello menos emotiva a la hora de las deliberaciones, sobre todo si tenemos en cuenta que esto apenas ocurrió unos cincuenta años atrás, y que cada 8 de marzo las mujeres del mundo salen (salimos) a la calle para seguir luchando por todos esos derechos que se les siguen negando. “La Voz de la Igualdad” es una ‘feel good movie’ en la vena de “Talentos Ocultos” (Hidden Figures, 2016), que igual pega donde debe. Sus personajes principales son encantadores y deja bien en claro que el malo de la historia es la historia misma, al menos, esa que se niega a adaptarse a los cambios. Mimi Leder no inventa nada ni innova a la hora de la narración, como tampoco el guión del debutante Daniel Stiepleman, cumpliendo con todos los requisitos de un relato de época contado correctamente (y su gran reconstrucción, obvio), con una protagonista carismática y un compañero de lucha constante. Lo mejor es el choque de visiones entre madre e hija: dos generaciones que tiran para el mismo lado.
El thriller es uno de los géneros favoritos del cine nacional y de Miguel Cohan. Su nueva película nos mete de lleno en conflictos familiares que pueden terminar en violencia. Miguel Cohan sentó las bases de su carrera como director gracias a una serie de thrillers criminales, plagados de misterio como la adaptación de “Betibú” (2014), “Sin Retorno” (2010) o la miniserie “La Fragilidad de los Cuerpos”. Con “La Misma Sangre” vuelve a este terreno harto conocido, mezclando los dramas familiares con una historia donde la violencia es una mancha bastante difícil de quitar. Elías (Oscar Martínez) heredó los campos de su padre (Norman Briski) y unas cuantas deudas que nunca pudo remontar. Su última iniciativa (y salvavidas) es el queso de búfala, una exportación que necesita concretar, pero para ello requiere algunos permisos que no llegan y dinero que no tiene al alcance de la mano. Todo arranca después de una tensa reunión familiar. Cuando a la madrugada, Carla (Dolores Fonzi) recibe la llamada de su papá Elías y la triste noticia de la muerte de su mamá, Adriana (Paulina García), en un extraño accidente doméstico. Santiago (Diego Velázquez), esposo de Carla, médico que pudo atestiguar la discusión entre los dos cónyuges, tiene sus reservas en cuanto al hecho, sospechas que lo van a poner en la mira de su suegro y en conflicto con su esposa. Lo cierto es que nada es lo que parece en el seno de este matrimonio que llevaba 35 años de casados y muchas miserias acumuladas, secretos que Carla irá descubriendo aunque la verdad le pegue como un balde de agua fría. Cohan y su coguionista, Ana Cohan, nos pasean entre presente y pasado para recorrer y reconstruir los días previos a la tragedia. Al mismo tiempo, Elías intenta seguir adelante y concretar el bendito negocio; mientras que la relación entre Carla y Santiago se empieza a desmoronar cuando él insiste en las irregularidades del hecho. Lo cierto es que ella no logra concebir que el matrimonio de sus padres distara bastante de ser perfecto, y ahora debe asimilar nuevos descubrimientos, y hasta la posibilidad de que su padre sea un asesino. Como espectadores, corremos con un poquito de ventaja y siempre estamos un paso adelante en cuanto a la información que manejan los protagonistas. Igual, los realizadores van desmenuzando su trama poco a poco, dejando que el drama familiar siempre se sobreponga al misterio y el caso “que debe ser resuelto”. La cotidianeidad, los secretos, los miedos y las apariencias marcan el ritmo de un relato que es correcto y atrapa hasta cierto punto, pero no termina de impactar en su totalidad. Ni las actuaciones de Martínez o Fonzi logran sobresalir, más si tenemos en cuenta lo bien que se llevan con el género en películas más celebradas como “El Ciudadano Ilustre” (2016) o “La Cordillera” (2017). Perdón por la comparación. El material, obviamente, no está del todo a su altura, por cierta desprolijidad de la narración, personajes sobreactuados por momento, y un final demasiado apresurado y retorcido para la calmada vida que llevan estos protagonistas. ¿De tal padre, tal hija? Hay algo que siempre nos choca de las películas argentinas y tiene que ver con el realismo y la forma en que se nos presenta el contexto y los personajes. Pocas veces logramos relacionarnos con ellos, justamente, porque parecen cortados con una tijera neutral y un tanto en pose “telenovelesca”, tal vez, resultado de una gran tradición televisiva. Ojo, es conjetura y una postura bastante personal, un detalle menor pero que afecta al conjunto, sobre todo cuando se trata de profundizar en temas que van más allá del simple hilo argumental. “La Misma Sangre” intenta hacerse eco de cierta herencia violenta y comportamientos de los que no podemos escapar. Acá, los protagonistas de la película prefieren buscar salidas más complejas y retorcidas en vez de enfrentar sus miedos o la verdad. Un punto interesante que los realizadores nunca llegan a desarrollar completamente, ya que se pierden en momentos banales como las constantes visitas de Elías a la oficina de permisos para reclamar un papelito que nunca llega, un “paso de comedia” un tanto reiterativo que no suma demasiado a la trama y entorpece el suspenso. La película de Cohan tiene una premisa interesante, temas que se desprenden de ella aún más atrayentes y un gran elenco, pero en el conjunto es una historia más que se va quedando por el camino. A medida que vamos descubriendo la verdad de aquella noche y la de los sucesos de los días anteriores, también vemos las fallas del argumento, los cabos que quedan sueltos y los hilos de una narración que no termina de cerrar completamente.
Desde Escandinavia nos llega una fábula que mezcla fantasía, romance, nordic noir y mucho folclore. Si amaron la mezcla de noir nórdico, romance y terror de “Criatura de la Noche” (Låt den rätte komma, 2008), no pueden negarse a “Border” (Gräns, 2018), una nueva fantasía salida de la cabecita del escritor John Ajvide Lindqvist -una historia corta que forma parte de su antología “Deja que Mueran los Viejos Sueños” (“Låt de gamla drömmarna dö, 2011)-, quien coescribió el guión junto al director Ali Abbasi e Isabella Eklöf. Este nuevo drama romántico fue la selección sueca para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera -el que terminó en manos de “Roma” (2018)-, pero no llegó a las instancias finales, aunque tuvo una nominación consuelo por su increíble trabajo de maquillaje a cargo de Göran Lundström y Pamela Goldammer. Claro, porque los protagonistas, Eva Melander y Eero Milonoff, no se parecen en nada (físicamente) a sus extraños personajes. Tina (Melander) pasa sus días trabajando para la oficina de aduanas sueca, en gran parte, gracias a su inusual habilidad para detectar a aquellos que infringen las reglas. La chica puede descubrir todo tipo de contrabando al olfatear la culpa y la vergüenza que emana de aquellos que pasan por su puesto. Tras la jornada laboral se retira a su casita del bosque, la que comparte con Roland (Jörgen Thorsson), un supuesto novio que cría perros pero con el cual no mantiene ningún tipo de relación física, o visita a su papá en el asilo. Su rutina empieza a cambiar con dos sucesos muy diferentes: por un lado, logra desenmascarar a un sujeto que esconde una tarjeta de memoria con pornografía infantil, hallazgo que llama la atención de sus superiores, invitándola a sumarse, junto con sus extraordinarias habilidades, a la investigación policial. Por el otro, su encuentro con Vore (Milonoff), un hombre de rasgos muy similares a los de ella, que atraviesa la frontera cargado de gusanos. Claro que esto llama su atención, aún más al descubrir otras cosas que tienen en común. La curiosidad de Tina se sobrepone a su extrema timidez y decide visitar a Vore en un hostel cercano. Ambos comparten su afección por la naturaleza y sus criaturas, una conexión que, de a poco, se va a volver más intensa e íntima, empujando a la chica a replantearse toda su existencia. Como en “Criatura de la Noche”, acá nada es lo que parece, y la historia de Lindqvist nos sumerge en una hermosa fantasía que mezcla romance, folclore escandinavo, ese noir del Norte que tanto se ganó nuestro cariño en series televisivas como “Forbrydelsen”, “Wallander” o “Bron/Broen”, un poquito de terror y cuestiones socioculturales que rompen con varias convenciones entre géneros. En “Border”, lo femenino y lo masculino el cambio de roles juegan un papel central, pero no vamos a adelantar nada porque ahí residen el asombro y las sorpresas que los realizadores nos tienen preparados. En el medio, tenemos una truculenta trama detectivesca, y el propio camino que emprende Tina para escapar de esa mentira que vivió durante toda su vida. Tina tiene algo más que instinto El realismo fantástico toma la delantera y nos lleva de la mano por una historia tan extraña como original, cargada de giros inesperados y grandes actuaciones, en especial la de Melander, que juntó varios premios por su interpretación. Un personaje que, a simple vista, carga con sus “deformidades” y le hace frente a los prejuicios de los demás (y algunos propios), viviendo en armonía (aunque no en soledad) sin mucho miedo al qué dirán. Tina también tiene sus necesidades biológicas que, cree, no puede satisfacer con alguien como Roland; por eso es que Vore trae tantos cambios a su vida y algunos planes para el futuro. “Border” se mueve a su propio ritmo (esto es cine europeo y se nota, aunque no por ello es algo malo), siempre desde el punto de vista de su protagonista femenina. Abbasi no es un director con mucha experiencia -este es recién su segundo largometraje-, pero tiene los hermosos paisajes de Kapellskär (Estocolmo) a su disposición, y acá convertidos en un personaje más de la historia. El realizador no se detiene solamente en la fábula y los elementos fantásticos, sino que al igual que en la adaptación anterior de Lindqvist, utiliza estas características como trasfondo para contar algo diferente, más anclado en la modernidad y la coyuntura. Abbasi encuentra ese punto donde todo confluye, aunque por momentos un tanto forzado, pero satisfactorio en su conjunto. Atracción peligrosa La clave de “Border” es dejarse llevar por la historia, aceptando el universo intrínseco que nos ofrece. Un mundo tan parecido al nuestro como diferente en el que queda atrapada la protagonista, un tanto obligada a tomar una decisión entre lo que es y lo que quiere ser. El relato de Abbasi puede conectarse con muchas de las películas de Guillermo del Toro, si quieren una comparación inmediata, pero tiene su propio estilo visual y narrativo, tan alejado del planteo hollywoodense. Un “cuentito” tan bello como perturbador que, suponemos, se va a convertir en clásico d eculto para los amantes del género.
Matthew McConaughey y Anne Hathaway protagonizan el thriller más extraño que haya concebido la cabecita del creador de Peaky Blinders. Steven Knight tiene en su haber cosas maravillosas como “Locke” (2013) o la creación de “Peaky Blinders” y “Taboo”, pero también guiones inconsistentes como el de “La Chica en la Telaraña” (The Girl in the Spider's Web, 2018) o “El Séptimo Hijo” (Seventh Son, 2014), que más vale perderlos que encontrarlos. A este segundo grupo de trabajos malogrados tenemos que sumarle “Obsesión” (Serenity, 2019), un drama cargado de misterios y las vueltas de tuerca más extrañas que se puedan imaginar. Todavía está por verse si la tercera película de Knight como director es una “genialidad” o la historia más absurda que haya concebido la mente humana. Acá, el realizador se agarra de todos los elementos del thriller neo noir y de un gran elenco conformado por Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Diane Lane, Jason Clarke, Djimon Hounsou y Jeremy Strong, entregándonos un relato de suspenso que cumple todas las características del género, pero la cantidad de arquetipos que maneja roza un nivel de ridiculez pocas veces visto en la pantalla grande. Lo peor de todo esto (o lo mejor) es que sus elecciones narrativas y estéticas tienen su “justificación”, aunque no podemos profundizar al respecto sin revelar los giros del final. La acción nos transporta hasta la paradisiaca isla de Plymouth, suponemos, en algún lugar de la Polinesia. Allí, un pescador local, Baker Dill (McConaughey), pasa sus días paseando turistas en busca de un poquito de emoción y pesca a bordo de sus bote, el Serenity, mientras sigue obsesionado con atrapar a un enorme pez (un atún descomunal al que llama “Justice”) al que se la tiene jurada desde hace rato. El negocio no va muy bien, y Baker apenas puede afrontar los gastos, el sueldo de su compañero Duke (Hounsou), o su vicio por la bebida. Su rutina de alcohol, sueños perturbadores y encuentros casuales con Constance (Lane) pronto se ve interrumpida por la llegada de Karen Zariakas (Hathaway), una mujer demasiado ligada a ese pasado que intenta borrar a toda costa. Resulta que la señora es la ex esposa de Dill, ahora casada con Frank (Clarke), un poderoso empresario de la construcción, adinerado, machista y propenso a la violencia, que no duda en descargarse contra su mujer y su hijastro Patrick (Rafael Sayegh), un jovencito tímido, pero con unas cuantas habilidades. Sí, Baker tiene un hijo con el que sueña reencontrarse algún día en circunstancias más felices. Con la misma tenacidad también pretende atrapar a Justice, pero todos sus planes inmediatos chocan con los caprichos de Karen, quien llega hasta la isla con una propuesta bastante indecente. Sabiendo que su vida y la de su hijo corren constante peligro, la señora Zariakas le propone a Dill matar a Frank durante una excursión de pesca para que todo parezca un desafortunado accidente. El dinero que ofrece es un gran incentivo, pero hay cuestiones morales que lo refrenan, así como una extraña conexión telepática con su hijo. A esta ecuación hay que sumar la visita de Reid Miller (Strong), representante de ventas de una compañía de insumos pesqueros, quien persigue a Dill a lo largo y ancho de Plymouth, con la única intención de ofrecerle un nuevo prototipo de rastreador, indispensable para atrapar al elusivo pececito. ¿Esta es la única intención de Miller? Van a tener que descubrirlo por ustedes mismos si se atreven a sentarse en la sala de cine y jugar el jueguito que propone Knight. Todo tan falso como el lunar de Anne A pesar de sus innumerables fallas narrativas y su ridiculez extrema, “Obsesión” no deja de atraparnos, ya que una vez que entramos de lleno en la trama (¿o es en la trampa?) no podemos evitar querer seguir hasta el final para tratar de entender qué es lo que está pasando con estos personajes salidos de un viejo manual de interpretación donde se nos presenta al “(anti)héroe”, la “feme fatale” y el “villano”. Estamos ante un gran grupo de actores, la mayoría oscarizado, pero el nivel de sobreactuación telenovelesca que exponen en cada escena, no hace dudar de sus verdaderos talentos. Queremos creer que hay más de una intención por parte del realizador, pero en el producto final estas decisiones conscientes no se parecían ya que quedan opacadas por la “peculiaridad” de su relato, y sus muchas, muchísimas incoherencias. Al final, la fantasía decide entrar en escena para explicar la mayoría de los giros narrativos, y es ahí donde Knight y su relato nos pierden por completo. La isla de Mauricio, en medio del Océano Índico, es el escenario perfecto para esta aventura marítima donde, de entrada (y si prestan la debida atención), nada es lo que parece. El problema es que Knight no sabe cómo encausar su historia, tan oscura y retorcida por momentos, y risible en su mayoría, desperdiciando una idea que, en otras manos más experimentadas, tal vez, hubiera funcionado mucho mejor. Alright, alright, alright A quien queremos engañar, el concepto es bastante zonzo y rebuscado, y vendernos “Obsesión” como un thriller complejo y lleno de recovecos misteriosos, no ayuda cuando, al final, la verdad nos es revelada y el enojo no se hace esperar. Mejor nos sentamos a esperar la próxima temporada de “Peaky Blinders”, que traerá más satisfacciones para la audiencia y el propio realizador.
Liam Neeson se pone vengativo, otra vez, pero en esta oportunidad nos trae algunas vueltas de tuerca. “Venganza” (Cold Pursuit, 2019) podría ser la típica película que Liam Neeson viene protagonizando desde hace más de una década cuando se convirtió de lleno en héroe de superacción madurito, pero no. O sí. El realizador noruego Hans Petter Moland debuta en Hollywood con la remake de su propia película -“Por Orden de Desaparición” (Kraftidioten, 2014)-, mezclando las violentas historias revanchistas de Bryan Mills, con el oscuro humor y el absurdo de los hermanos Coen. Sí, “Venganza” es más comedia negra que thriller dramático cargado de acción, pero la mayoría del tiempo no se le nota. Moland cambia los fríos paisajes escandinavos por Kehoe, un pueblito de Colorado cercano a Denver, que subsiste gracias a su coqueto resort de esquí y los adinerados turistas que se acercan año a año. Nelson Coxman (Neeson) pasa sus días manejando una barredora de nieve, abriendo paso por los caminos helados, y volviendo a la tranquilidad de su apartado hogar junto a su esposa Grace (Laura Dern). Su logro más grande es convertirse en ciudadano del año, justamente, por brindar este servicio; pero todo cambia de repente con la muerte de su hijo Kyle (Micheál Richardson), en apariencia, a causa de una sobredosis de heroína. Ni Nelson ni Grace logran aceptar esta pérdida, ni mucho menos las razones. La culpa y el dolor terminan afectando a la pareja y la salud mental de papá, que llega a sopesar la posibilidad de quitarse la vida. Hasta que se cruza con un compañero de su hijo y descubre que, en realidad, se trató de un asesinato a manos de un traficante de drogas. Coxman no lo piensa ni un minuto, y sale de cacería para acabar con los responsables de la muerte de su retoño. Pronto descubre que llegar hasta el pez gordo significa acabar con cada uno de los intermediarios, lugartenientes y criminales de poca monta con sobrenombres extraños como Speedo, Limbo o dante, que se encargan de los negocios de Kehoe, mientras su jefe, Trevor ‘Viking’ Calcote (Tom Bateman), dirige el cartel desde su mansión de Denver. Esta es la Moby Dick que nuestro Ahab/Coxman debe destruir, una tarea casi imposible para un simple barredor de nieve. Los cuerpos empiezan a acumularse en las calles de Kehoe llamando la atención de la policía, sobre todo de la oficial Kim Dash (Emmy Rossum), una idealista muy poco acostumbrada a la violencia de estos crímenes. También ponen en alerta al Vikingo, cada vez más convencido de que estas muertes son el producto de una guerra de pandillas iniciada por White Bull (Tom Jackson), lord de la droga local -y miembro de la tribu ute- quien solía estar en tregua con su padre. La irascibilidad de Calcote lo empuja a tomar represalias contra White Bull y los suyos, desatando un conflicto entre carteles que no va a parar hasta que el último traficante muerda el polvo… o la nieve. En el medio, Coxman toma un poquito de ventaja, y sigue en su juego mientras los dos bandos se asesinan a diestra y siniestra. Liam siempre tiene un conjunto de habilidades a mano “Venganza” es una sucesión de asesinatos sangrientos y situaciones absurdas, recargadas de estereotipos raciales y culturales que podrán estar ahí a propósito y a consciencia, pero no siempre surgen efecto al momento de las humoradas. La historia de Moland, escrita por Frank Baldwin, pretende ser un clásico thriller criminal de persecuciones, tiros y violencia desbordada, adornado con personajes estereotipados y lugares comunes para reforzar su esencia bizarra; pero a diferencia de obras como “Fargo” (1996) -su comparación más cercana, sobre todo su versión televisiva-, nunca llega a alcanzar los resultados deseados, justamente, porque no consigue una buena amalgama de estos dos estilos tan opuestos. La intención está y hay que reconocerla, sobre todo cuando los realizadores juegan con la propia figura que Neeson se forjó en estos últimos años, evitando justificar las “habilidades” asesinas de Coxman. Lo mejor es que no se convierte en el centro y protagonista absoluto, sino más bien un catalizador para un enfrentamiento que tiene diferentes aristas. En este escenario, lo mejor es la serenidad de Jackson y sus propios justificativos, en contraste con la megalomanía del personaje de Bateman, un psicópata racista y misógino (ente muchas otras cosas), demasiado concentrado en la dieta de su pequeño hijo (¿?). Lo de Laura Dern es un despropósito, y un desperdicio sólo ponerla en pantalla por algunos minutos, recalcando el gustito de Grace por la marihuana. Por su parte, Dash se asemeja demasiado a la Marge Gunderson de Frances McDormand, demostrando una vez más que la policía (en estos casos) nunca sirve para nada. No, no estamos en Fargo “Venganza”, una traducción local bastante genérica pero acertada, que no incluye solamente al protagonista, cumple el objetivo mínimo de mantenernos entretenidos con este desfile de asesinatos que van in crescendo, siempre expectantes ante el encontronazo final entre las diferentes partes de este conflicto generado por el raid revanchista de Nelson Coxman. Algunas de sus situaciones logran sacarnos una sonrisa, pero la mayoría de los diálogos acaban resultando más incómodos que humorísticos, creando cierto alejamiento con el humor negro que Moland y compañía no terminan de transmitir.
Robert Rodriguez y James Cameron unen fuerzas para traernos a una nueva heroína de la pantalla grande. La adaptación de “Gunnm” (o “Battle Angel Alita”), el manga de Yukito Kishiro, viene dando vueltas desde hace más de quince años cuando James Cameron se “comprometió” a llevarlo a la pantalla grande. Demasiado ocupado en las eternas secuelas de “Avatar” (2009), el proyecto cayó en el limbo cinematográfico hasta que Robert Rodriguez tomó la posta detrás de las cámaras, siempre con la producción de Jaimito y un guión pergeñado entre ellos dos más la colaboración de Laeta Kalogridis (“Altered Carbon”). Con tanto currículum y ciencia ficción sobre esos hombros, uno querría creer que “Battle Angel: La Última Guerrera” (Alita: Battle Angel, 2019) es lo mejor que le va a pasar al género en muchísimo tiempo, pero como muchos blockbusters actuales, la historia de esta joven cyborg se pierde en la espectacularidad de los efectos especiales y poco hace por la trama y sus personajes. Estamos en el año 2563, la Tierra quedó devastada después de una guerra catastrófica contra los marcianos y, como suele suceder, los pobres se quedaron a vivir entre la miseria y la chatarra, y los ricos se mudaron a la única ciudad flotante que quedó en pie, conocida como Zalem. Rebuscando entre la basura que se esparce a lo largo y ancho de Iron City, el doctor Dyson Ido (Christoph Waltz) descubre los retos de una joven cyborg cuyo cerebro humano todavía está intacto, al igual que su corazón. Este experto en arreglar todo tipo de robots o humanos con partes metálicas, está dispuesto a darle una nueva oportunidad y el cuerpo artificial de su hija ya fallecida. Alita (Rosa Salazar), como decide llamarla, no recuerda absolutamente nada de su pasado, pero poco a poco irá recopilando flashes de lo que fue, y de muchas habilidades que no son tan comunes entre los de su especie. Todo es nuevo para esta jovencita que pronto se hace amiga de Hugo (Keean Johnson), adolescente recolector de chatarra que sueña con mudarse a Zalem y cree poder conseguirlo juntando los puntos necesarios trabajando para Chiren (Jennifer Connelly) y Vector (Mahershala Ali), promotores de Motorball, deporte ultra popular donde los cyborgs compiten en una carrera a muerte. Como es de esperar, Alita queda fascinada con Hugo y esta forma de entretenimiento, pero también con las actividades extracurriculares de su padre adoptivo, convertido en Hunter-Warrior, cazando criminales para que las calles de Iron City sean un poquito más seguras. Tras un encontronazo con Grewishka (Jackie Earle Haley), un criminal súper fiero que no se va a dejar atrapar tan fácilmente, Alita desea seguir los pasos de Ido y convertirse en cazadora, sin saber que está alentando la curiosidad y las malas intenciones de Nova, científico de Zalem que puede traspasar su consciencia a otros individuos para tomar el control de sus cuerpos. A partir de ahí, “Battle Angel: La Última Guerrera” se convierte en un menjunje de historias que más de una vez se van a encontrar con un callejón sin salida o, peor aún, sin un desenlace porque Cameron y Rodriguez planean hacer de esta una saga cinematográfica, cometiendo un error garrafal: dejarnos un final bastante abierto. Alma de guerrera Mientras Alita descubre sus habilidades de combate, como así también su verdadera procedencia, su humanidad incipiente la llevan a enamorarse de Hugo y hacer lo que sea para ayudarlo a cumplir sus deseos de mudarse a Zalem. Al mismo tiempo debe huir del vengativo Grewishka, o cazarlo, antes de que sea demasiado tarde. Alita es el centro y lo mejor de esta aventura cyberpunk que toma demasiado prestado de antecesoras como “Blade Runner” (1982) y Rollerball (1975), o heroínas young adult más recientes como Katniss Everdeen o Beatrice Prior. Este es el público que quieren conquistar los realizadores: jovencitos con ganas de franquicias interminables ambientadas en futuros desesperanzadores. Pero a diferencia de “Los Juegos del Hambre” o “La Saga Divergente”, Alita se concentra mucho más en su romance adolescente, que en convertirse en la figura salvadora que puede liberar a Iron City del yugo de Nova y los ricachones de Zalem. Sí, claro, este es su destino, pero “Battle Angel” es apenas el capítulo introductorio, una película que falla a la hora de crear un relato completo y sólo juega con las diferentes tramas y la única intención de crear el interés suficiente para engancharnos con una o varias secuelas. Un truquito barato, adornado con buenos efectos especiales (aunque las facciones en CGI lo invadan todo), muchos enfrentamientos, violencia y cuerpos mecánicos desmembrados (y eso que es apta para mayores de 13 años), y la banda sonora de Junkie XL, a esta altura, encargado de todas las aventuras post-apocalípticas que se le crucen por el camino. El pobre se convirtió en un cliché. ¿Muchacha ojos de papel? A Rodriguez se le va de las manos el temita de la “occidentalización” de la historia original, y a pesar de que Iron City se nos presenta como una ciudad multicultural, su película falla bastante a la hora de la diversidad; ni hablar que convierte al afroamericano protagonistas en el villano de turno como mero capricho del guión… o pura coincidencia. En resumen, “Battle Angel: La Última Guerrera” entretiene hasta ahí porque sus dos horas de metraje no nos dan los frutos narrativos necesarios. Lo invade todo con su aspecto visual poco innovador y sus criaturas, y a pesar de tener en su protagonista la mejor herramienta, no llega a aprovecharla al 100%. Igual, necesitamos más Alitas en la pantalla.
Una de las candidatas más fuertes para alzarse con el premio mayor de la Academia llega finalmente a nuestros pagos con sus mensajes políticamente correctos. No falla, todos los años, entre sus nominadas a Mejor Película, la Academia de Hollywood “debe” incluir esa historia de vida, genérica pero cargada de moralina que, casi siempre, esconde una ideología bastante opuesta. Pensemos en películas como “Vidas Cruzadas” (Crash, 2004) o la comparación más directa (e irrisoria) en este caso: “Conduciendo a Miss Daisy” (Driving Miss Daisy, 1989). Esta temporada le toca a “Green Book: Una Amistad Sin Fronteras” (Green Book, 2018), basada en hechos reales… y en un solo punto de vista. Peter Farrelly, la mitad de los hermanos que nos dieron “Tonto y Retonto” (Dumb and Dumber, 1994) y su secuela, “Loco por Mary” (There's Something About Mary, 1998) y “Los Tres Chiflados” (The Three Stooges, 2012) se corta solito para esta dramedia biográfica ambientada en 1962, y centrada en la figura de Tony ‘Tony Lip’ Vallelonga (Viggo Mortensen), patovica ítalo-americano de Brooklyn , que siempre anda en busca de nuevos empleos y oportunidades para mantener a su esposa Dolores (Linda Cardellini) y a sus dos hijos. Cuando el club nocturno donde trabaja cierra por tiempo indeterminado, a Tony se le presenta una gran oferta de trabajo que no encaja del todo con sus “convicciones”. Vamos a ser directos y decir que Vallelonga y sus allegados tienen serios problemas con los afrodescendientes, y no ve con muy buenos ojos la posibilidad de convertirse en el chofer y asistente personal del doctor Don Shirley (Mahershala Ali), un refinado pianista de música clásica que está a punto de salir de gira con su trío, por varias ciudades del Sur Norteamericano. Dijimos que estamos en 1962, y a pesar de que Shirley vive con todos los lujos y libertades en su coqueto departamento sobre el Carnegie Hall de Manhattan, gran parte de los Estados Unidos todavía se aferra a la segregación racial y al maltrato. Pero el artista tiene algo para demostrar y no piensa amilanarse por algunos odios. La paga es generosa y a pesar de sus recelos Tony acepta el empleo y las responsabilidades de conducir junto a un hombre de color por aquellas zonas donde no son bienvenidos. El título de esta historia “inspiradora” hace referencia al horrendo “The Negro Motorist Green Book”, una guía ‘turística’ para viajar seguros por la América racista, donde se marcan aquellos establecimientos de dudosa categoría que sólo pueden hospedar a los afroamericanos. Esta es la norma que debe seguir Vallelonga, de acuerdo a los ejecutivos de la disquera que auspician la gira de Shirley, aunque el Doc no siempre esté de acuerdo. “Green Book” es básicamente una road movie que sirve como excusa para que estos dos personajes tan diferentes se conecten, buscando sus puntos en común y limando esas asperezas iniciales, siempre ligadas a sus entornos, actitudes, ideales y estilos de vida tan disimiles. Farrelly, el guionista Brian Hayes Currie y Nick Vallelonga –hijo de Tony, quien aportó cartas y entrevistas junto a su papá- le dan forma a un relato que intenta mostrar la sensibilidad en el cambio de roles porque acá “el bruto es el blanquito y el negro se las hace de culto”. Una amistad que se cultiva a lo largo de los días, las semanas y los meses, y a medida que ambos experimentan las injusticias en carne propia. Sí, Tony y Don son de mundos diferentes, pero con el paso del tiempo abrazan la idiosincrasia del otro y aprenden a respetarse mutuamente. Una amistad a prueba de todo “Un canto a la vida” que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y cómo juzgamos a los demás. Un mensaje tan bonito como genérico, al igual que la película de Farrelly que, inevitablemente, siempre se para del lado que mejor conoce (el del hombre blanco privilegiado), poniendo el acento (y el único punto de vista) en un personaje estereotipado –perdón Viggo- que pasa gran parte de su tiempo enseñándole a un negro como ser mejor negro. Shirley no escucha (ni interpreta) la típica música de “los de su clase”, es ajeno a sus comidas distintivas y, en muchos casos, sus tradiciones. Es la vida que eligió y, al parecer, no está del todo bien porque Vallelonga viene al rescate con su pollo frito engrasado y sus canciones de jazz. Esta es la manera que tiene “Green Book” de conectar a sus protagonistas, y mientras Lip levanta los puños para defender a su cliente –la única manera que conoce-, el Doc se resguarda en sus ideales y sus conexiones políticas, sin darse cuenta que, a veces, él es el privilegiado. Mentira. Este es el falso mensaje de la película, porque acá no importan su buena dicción, o sus modales y cultura; ante los ojos de los blancos ricos del Sur, Shirley sigue siendo un afroamericano con talento que, después de cada concierto, debe volver a una mugrienta habitación sólo apta para “los de su clase”. Qué elegancia la de Francia “Green Book: Una Amistad Sin Fronteras” es, ante todo, una película correcta de esas que aman los vejestorios de la Academia: correcta desde la dirección y sus actuaciones (aunque tanto estereotipo molesta); correcta desde su narrativa y aspecto visual; y desde sus mensajes políticos, aunque estén un poco distorsionados. Farrelly se hace eco del racismo con la misma sensibilidad que en sus comedias zarpaditas. No, no vamos a pedirle contundencia como la de Spike Lee en “Infiltrado del KKKlan” (BlacKkKlansman, 2018), pero como se suele decir, una historia siempre tiene dos lados, y acá –a pesar de los hechos reales y las controversias que surgieron- se olvida de uno fundamental.
Tree pensaba que sus problemas se habían acabado, hasta que se despertó y vio que, otra vez, era lunes 18. What? Ya perdimos la cuenta de cuantas franquicias terroríficas tiene Blumhouse Productions en su haber. Lo cierto es que el señor Jason Blum se las ingenia para seguir sumando historias con bajísimos presupuestos y altas ganancias, aunque no siempre conserven la misma calidad narrativa. De la mano de una premisa harto conocida y jugando con todos los clichés del género, “Feliz Día de tu Muerte” (Happy Death Day, 2017) se convirtió en una grata y simpática sorpresa, más que nada, gracias a la versatilidad de su protagonista: Jessica Rothe. La pobre Tree Gelbman (Rothe) tuvo que revivir quichicientas veces su muerte, y su cumpleaños, hasta encontrar a la responsable de su fatídico final -y sus motivos- en aquella primera entrega. Finalmente, pudo desenmascarar a su no tan gran amiga Lori Spengler (Ruby Modine), encontrar el amor en Carter Davis (Israel Broussard), y cerrar el time loop que la salvó del deceso definitivo. En realidad, el director Christopher Landon y el guionista Scott Lobdell nunca nos contaron los pormenores del bucle temporal, sólo lo dimos por sentado como muchas de las películas que se agarran de este recurso, como un jueguito del destino o un mensaje cósmico para que Theresa cambiara su actitud más banal ante la vida y arreglara unos cuantos embrollos personales, incluyendo la relación con su papá. Landon –también responsable de “Scouts Guide to the Zombie Apocalypse” (2015)- vuelve a plantarse detrás de las cámaras, y en esta oportunidad también se ocupa de la escritura, para terminar de explicarnos qué pasó en realidad ese lunes 18 de octubre que, ahora, vuelve una vez más para atormentar a Tree y a sus compañeros. “Feliz Día de tu Muerte 2” (Happy Death Day 2U, 2019) no se anda con vueltas y arranca ahí mismo donde dejamos la trama en 2017, y para nuestra sorpresa (y la de la protagonista), poco y nada tiene que ver con su destino. Ryan Phan (Phi Vu), compañero de habitación de Carter y un geniecito de la física cuántica, está teniendo el déjà vu más grande y sangriento de su vida. Sí, al pibe lo persigue un asesino con la máscara de la mascota de la universidad (un bebé súper creepy), y vuelve a revivir los acontecimientos cada vez que muere en esta “pesadilla”. Cómo hombre de ciencia que es, cree que todo se trata de un sueño, pero el panorama cambia cuando se cruza con Theresa, quien sabe bastante de este predicamento. Resulta que Ryan y sus compañeros crearon una máquina de energía (SISI), cuyo fallo creó el time loop original donde cayó Gelbman y su asesina. Ahora deben arreglar esta nueva anomalía, pero la inestabilidad de SISI complica aún más las cosas y Tree termina en una realidad alterna donde vuelve a revivir su asesinato, pero esta vez las constantes no son las mismas. En este nuevo universo, Lori sigue vivita y coleando, al igual que su mamá (con quien comparte cumpleaños). Su relación romántica con Carter no existe y el asesino enmascarado podría ser otra persona. ¿Qué hiciste chabón? A la chica no le queda otra que seguir gastando vidas para encontrar a su victimario, pero también para darles el tiempo suficiente a los cerebritos para encontrar la forma de arreglar la máquina y este desastre. En el medio debe tomar una decisión importante: volver a su realidad y a su vida cotidiana, o quedarse en este falso presente donde mamá Julie (Missy Yager) no falleció en un accidente. ¿Ven la disyuntiva? Lo meta (y nuestro conocimiento de la primera entrega) juega un papel fundamental en esta secuela un tanto agarrada de los pelos. Rothe y Tree siguen siendo lo más divertido y rescatable del ensamble, pero también lo es la forma en que se relaciona con este nuevo entorno y compañeritos, con los que atraviesa esta aventura espacio-temporal. En esta oportunidad, el director se corre un poquito del relato terrorífico y juega con los elementos más emblemáticos de la ciencia ficción, siempre a su manera, convirtiendo todo en un pretexto para retorcer más el misterio y sumar algún chascarrillo de tanto en tanto. Ahí reside gran parte del problema de esta continuación. La repetición constante ya no provoca el mismo efecto, descubrir al asesino se transforma en una partida de “Clue”, y el sentimentalismo lo inunda todo deshaciendo completamente la atmósfera de terror. Baby Face is back! “Feliz Día de tu Muerte 2” es un híbrido que por momentos da en el clavo con su tono, su sátira y mezcla de géneros, pero termina desgastando su propia fórmula. Hacía el final nos pierde entre tanta subtrama y dilemas por resolver, que también terminan impactando en el ritmo de la película. Acá no buscamos verosimilitud, ni mucho menos, pero se nota que a Landon se le acabaron las ideas. Así y todo, la secuela cumple con sus objetivos de entretener a través del absurdo y la relectura de tropos. La saga de Blumhouse sigue siendo una “digna” heredera de la “Scream” de Wes Craven, más centrada en el humor que en el slasher, obviamente. El bucle es sólo un recurso narrativo para sumar información y las muertes más estrambóticas (bueh, no tanto, ni que fuera “Destino Final”), pero viendo el abuso que está teniendo por estos días, sería mejor guardarlo en el freezer por un par de años. Todo lo que queremos, por ahora, es que Tree pueda llegar sana y salva hasta el 19 de octubre.
Emmet, Lucy, Batman y compañía están de regreso con una nueva locura pergeñada a base de un montón de ladrillitos de colores. En el año 2014 Phil Lord y Christopher Miller -que venían de hacer cositas como “Lluvia de Hamburguesas” (Cloudy with a Chance of Meatballs, 2009) y la remake cinematográfica de “Comando Especial” (21 Jump Street, 2012)- subieron otro nivel en la escala de locura humorística gracias a “La Gran Aventura Lego” (The Lego Movie, 2014), primera película animada protagonizada por los encastres daneses y sus minifiguras, que llegada a la pantalla grande con ganas de impulsar el nuevo departamento de animación de Warner Bros. e iniciar una franquicia en sí misma. Después del éxito de esta primera entrega, más “LEGO Batman: La Película” (The Lego Batman Movie, 2017) y “Lego Ninjago: La Película” (The Lego Ninjago Movie, 2017), podemos afirmar que la dupla de realizadores logró su objetivo, creando un simpático universo cinemático que toma la premisa del juego como impulso para contar sus historias, siempre mostrando el lado más lúdico e inclusivo de este juguete protagonista. No nos engañemos, detrás de todo esto hay una marca multimillonaria (más las explotadas franquicias del estudio), pero los realizadores lograron correrse del mero product placement (te estamos mirando a vos “Emoji: La Película”) para entregarnos algunos de los relatos infantiles más originales e irreverentes de los últimos tiempos. Lord y Miller estaban un poquito ocupados con la película de Han Solo que no fue (bah, fue sin ellos) y la producción de “Spider-Man: Un Nuevo Universo” (Spider-Man: Into the Spider-Verse, 2018) como para hacerse cargo de la dirección de esta secuela. Igual aportaron su más que peculiar estilo desde el guión, una vez más, con una seguidilla de gags y canciones, retroalimentándose constantemente de la cultura pop. Así la silla vacía fue ocupada por Mike Mitchell, que tiene un amplio currículum en esto de las historias animadas, más recientemente con “Trolls” (2016). Un reto del que sale muy bien parado, aunque esta segunda parte se quede un toquecito detrás de la original. La trama de “La Gran Aventura Lego 2” (The Lego Movie 2: The Second Part, 2019) arranca justo donde nos quedamos en 2014, cuando unas extrañas criaturas –los Lego Duplo (la versión más infantil de los ladrillitos)- empiezan a invadir los escenarios de Bricksburg. Traducido, la hermana menor de Finn (Jadon Sand), Bianca (Brooklynn Prince), se suma al juego, y las consecuencias son un tanto apocalípticas. El instinto natural de Emmet (voz de Chris Pratt) es darles la cordial bienvenida, pero sus acciones terminan desencadenando el caos y la destrucción, convirtiendo la ciudad en una tierra desolada, ahora conocida como Apocalypseburg. Cinco años después, los habitantes endurecieron sus corazones y viven con miedo y en alerta constante debido a las repetidas invasiones enemigas. En este contexto tan parecido al de “Mad Max”, Emmet mantiene su espíritu empático y optimista deseando mudarse con Lucy (Elizabeth Banks) a la pintoresca casita de sus sueños, mientras es acosado por extrañas visiones de un supuesto “Armamagedon” (sí, así como lo leen, no es un tipo) que, en pocas palabras, podría acabar con todo este universo. ¿No tiene un aire a Star-Lord? Por su parte, a Lucy le gustaría que su compañero fuera menos “blando” y más temperamental para estar acorde a las circunstancias. Ni tiempo tienen para empezar a planificar un futuro juntos, ya que desde el espacio exterior llega la general Sweet Mayhem (Stephanie Beatriz) con una misión muy clara: llevarse al líder más apto de Apocalypseburg hasta el Systar System, un planeta pesadillesco plagado de corazones, unicornios, princesas y brillitos de todos los colores gobernado por la menos que malvada Queen Watevra Wa'Nabi (Tiffany Haddish), una alienígena que puede cambiar su forma a gusto y piacere. Wait a minute, ¿qué tiene todo esto de malo? En teoría, absolutamente nada, pero Sweet Mayhem primero secuestra y después pregunta, llevándose consigo a Lucy, Batman (Will Arnett), Benny (Charlie Day), Metalbeard (Nick Offerman) y Unikitty (Alison Brie) más allá del portal hacia una galaxia muy, muy lejana donde todo es alegría y música pegadiza que se te mete en el cerebro (literalmente hablando), algo que no encaja con los parámetros de Wyldstyle, quien hará lo que sea para liberarse y “salvar” a sus amigos. Claro que Emmet tiene la misma idea, y transformando su casita soñada en una nave espacial se lanza a la aventura y el rescate sin saber que su profecía del Armamagedon ya se está cumpliendo. Por suerte, de camino a Systar System recibe el auxilio de otra nave y de su arriesgado piloto, Rex Dangervest (también Chris Pratt), que junto a tripulación de dinosaurios entrenados (no pregunten) lo van a ayudar a desbaratar los malvados planes de Queen Watevra Wa'Nabi, cualquiera que estos sean. Rex es el opuesto perfecto de Emmet, un muchachote rudo que jamás se deja llevar por los sentimientos, del cual nuestro héroe va a tomar algunas notas para poder impresionar a su chica. Una pesadilla de música y colores brillantes Por ahí pasan los verdaderos temas de esta secuela que, más allá de las locuras espaciales y los personajes estrambóticos, da en el clavo acerca de las personalidades, los estereotipos, la autoestima, la relación entre hermanos, la empatía y hasta se da el lujo de despacharse con una de las mejores explicaciones sobre la masculinidad tóxica. Así es como, entre miles de chistecitos, humor meta y referencias pop, las películas de Lego enaltecen las cualidades del juego y de los pequeños (y no tanto) seres humanos a los que están dedicadas. Los mensajes son ultra directos y muchas veces acompañados de las canciones más hilarantes. La animación de Animal Logic se sigue superando entrega tras entrega, y se agradece que acá sumen “los efectos especiales de sonido” que inauguró Ralph Fiennes en “LEGO Batman: La Película”, donde los ruiditos de disparo y otros tantos salen directamente de la boca de sus protagonistas. ¡Aguante el pew pew! Si “La Gran Aventura Lego” ponía el acento en la creatividad, la imaginación y lo lúdico como detonante, esta segunda entrega amplia el panorama sumando nuevas cuestiones de género y edad, que no siempre siguen las reglas de lo establecido socioculturalmente. En contra, podemos decir que a la trama le cuesta arrancar, y después de una primera hora solo cargada de gags y súper acción, empieza la verdadera aventura para las minifiguras en la pantalla y los espectadores que, como mínimo, se llevan un par de reflexiones y alguna que otra cancioncita bien metida en la cabeza.