Entre una seguidilla de chistes escatológicos, mil referencias pop y una historia de fondo que sólo sirve como excusa, Seth MacFarlane trata de repetir el suceso de su debut cinematográfico, pero esta vez la fórmula repetida se queda corta para lograr el mismo efecto. Ok, si son de risa fácil (y sin muchas exigencias) “Ted 2” (2015) es la película para ustedes. Un sinfín de groserías y alusiones a fluidos corporales, mezclados con interminables referencias a la cultura popular, tal vez, demasiado actual como para prevalecer en el tiempo. Obviamente Seth MacFarlane no busca trascender. Así como las bromas de “Ted” (2012) ya pasaron de moda, las de esta oportunidad caducan un segundo después de salir de la sala. La secuela del exitoso osito de peluche nos llega con casi dos meses de retraso y la mayoría de sus chistes son tan arcaicos como el titular de la página de un diario. “Ted 2” está más cerca de “A Million Ways to Die in the West” (2014) que de su predecesora. MacFarlane y sus guionistas –los mismos de “Padre de Familia” (Family Guy)- abusan de una fórmula que les podrá funcionar muy bien para una sitcom animada de treinta minutos, pero para una película de dos horas de duración, tirar un chiste atrás de otro (muchas veces sin conexión absoluta con la trama y sin sentido), puede molestar un poco. La novedad se acabó con los títulos de la primera entrega y, obviamente, los realizadores no encontraron una gran historia para esta secuela. La mayoría de los personajes están de vuelta (sin ningún cambio, ni desarrollo a la vista), pero también muchas de las situaciones y bromas de la película anterior, casi calcadas al pie de la letra. Pasó un tiempito y, finalmente, Ted (voz de MacFarlane) y Tami-Lynn (Jessica Barth) llegaron al altar, lamentablemente, unos meses después del divorcio de John (Mark Wahlberg) que llena sus días de soledad y depresión con una pila de pornografía digital. Un año después, la flamante parejita ya no parece tan feliz y decide salvar su matrimonio sumando una criatura a su vida. Claro está, que Ted no es capaz de tal cosa y la infertilidad de su esposa los obliga a pensar en la adopción. El tramite legal expone la verdadera condición del peluche, que legalmente no puede ser considerado una persona y en seguida es catalogado como un “objeto”, por lo cual, incapaz de formar parte de la sociedad como lo venía haciendo hasta ese momento. Los amigos saldrán en busca de un abogado que los represente y pueda probar la “humanidad” de Ted. Así se cruzan con Samantha (Amanda Seyfried), una joven procuradora sin experiencia que llevará adelante su caso sin cobrarles un solo peso. Básicamente, por ahí, pasa la trama de esta historia que intenta convertirse en una película “procesal”, pero se distrae entre chistes sobre semen y todo tipo de drogas que van perdiendo su efecto a lo largo de los 120 minutos. En algún punto, MacFarlane y compañía pretenden ponerse serios y convertir a Ted en una especie de metáfora sobre la discriminación y los derechos civiles (los de los afroamericanos en el pasado y los de los gays en el presente), pero una vez más todo queda atrapado en una vorágine de masturbaciones, un nuevo complot de secuestro agarrado de los pelos y un paseo por la Comic-Con de Nueva York que solo sirve de excusa para introducir más chistes sobre personajes archi conocidos para los Malditos Nerds. Los cameos siguen siendo lo mejor de la película (Sam J. Jones, Liam Neeson), aunque algunos como Tom Brady pueden perder efecto para el público local. Son los estereotipos los que molestan (Samantha es una chica súper culta y fumona, pero parece no haber visto una sola película o serie de TV en toda su vida), y el primer insulto que sale de una boca masculina hacia una mujer es “prostituta”. Vamos gente, estamos en el siglo XXI, hasta los nerds que aparecen son inverosímiles. Técnicamente la película funciona. Ted sigue siendo uno de los personajes más realistas (en todo sentido) y el único que, al menos, hace algo con su existencia. John sigue siendo el tipo grande, con el mismo insignificante trabajo, sin ninguna intención de madurar o lograr algo con su vida más allá de ver porno y drogarse todo el día. La joda ya no funciona porque es repetitiva y hasta resulta ofensiva cada vez que vemos el papel que le asigna MacFarlane a las mujeres. En conclusión, no todos nos reímos a carcajadas con un chiste de pedos, mucho menos, con una seguidilla interminable de ellos. El humor escatológico y zarpado funciona muchísimo mejor (vean “Buenos Vecinos”) cuando está sustentados con una buena historia y personajes bien delineados, dos cosas importantísimas que le faltan a esta secuela, despreocupada por generar algún interés en los espectadores. Dirección: Seth MacFarlane Guión: Seth MacFarlane, Alec Sulkin y Wellesley Wild Elenco: Mark Wahlberg, Seth MacFarlane, Amanda Seyfried, Jessica Barth, Giovanni Ribisi, Morgan Freeman, Sam J. Jones y Patrick Warburton.
En pleno auge de las películas superheroicas, Fox le da una nueva oportunidad al primer equipo marveliano tras dos películas fallidas. El director Josh Trank hace borrón y cuenta nueva, pero el resultado, lamentablemente, sigue siendo el mismo. “Los 4 Fantásticos” (Fantastic Four, 2015) es una película que atrasa, por lo menos, un par de décadas. Esa es la primera impresión que genera este reboot a cargo del director Josh Trank, cuyo debut cinematográfico fue de la mano de una gran película superheroica como lo es “Poder Sin Límites” (Chronicle, 2012). Ahora se entiende tantos meses de idas y vueltas, y cruces entre el realizador y los productores. Obviamente, Trank no tuvo la libertad suficiente para impregnarle su propia visión y estilo a una historia que termina siendo bastante sosa y llena de baches argumentales. Estamos en el año 2007, Reed Richards es un pequeñín superdotado lleno de sueños e ideas brillantes. Lo que uno no puede entender es cómo este mini genio acude a una escuela normal donde nadie estimula sus talentos, sino todo lo contrario (una vez más, estamos en el año 2007 no en la década del cincuenta). Las locuras de Reed llaman la atención de su compañero Ben Grimm, un chico bastante marginado que encuentra en su nuevo amigo un salvoconducto para su miserable vida hogareña. Con la ayuda de Ben, Richards logra materializar su más grande invento, un teletrasportador de materia que, tras siete años de arduo trabajo, consigue trasladar los objetos y traerlos de vuelta. El descubrimiento de Reed (Miles Teller) no logra entusiasmar a sus profesores, pero llama la atención del doctor Franklin Storm (Reg E. Cathey) que enseguida lo recluta para llevar a cabo un experimento parecido, pero a una escala muchísimo más grande. Así descubrimos que aquellos objetos que desaparecían y luego volvían, iban a parar a una dimensión paralela, un lugar que los científicos vienen estudiando desde hace rato en busca de nuevas fuentes de energía, pero todavía no han podido acceder a él. Reed tiene la clave de todo y deberá trabajar en equipo con Sue Storm (Kate Mara) y Victor Von Doom (Toby Kebbell), el joven que dio origen a este proyecto y salió dando un portazo cuando no le siguieron el juego. Al final también se suma Johnny Storm (Michael B. Jordan), el habilidoso hijo del doctor que vive bajo la sombra de su padre y su hermana adoptiva. Ya vamos a mitad de la película y, en realidad, no pasó mucho que digamos, por eso los hechos que continúan se nos presentan tan apresurados y llenos de huecos como para justificar un comienzo, un nudo y un desenlace. Redondeando, los primeros experimentos resultan de maravilla, sólo falta probarlo con una valiente tripulación y, ante la perspectiva de que la NASA ocupe su lugar, los tres muchachitos (más la visita de Grimm), deciden convertirse en conejillos de Indias y viajar al denominado planeta Zero. Obviamente, todo sale mal, Victor no vuelve para contarla y los tres miembros restantes son alcanzados por la poderosa fuerza energética del lugar, al igual que Sue que los espera en el laboratorio. La catástrofe obliga a los militares a tomar el control, y a los cuatro jovencitos sobrevivientes a lidiar con algunas extrañas y poderosas habilidades adquiridas que resultan más una carga que una bendición. No seguimos adelante porque terminaríamos contando toda la película, aunque en realidad no hay mucho más para agregar ya que el relato carece de un verdadero conflicto. Sí, es una historia de origen que igual se queda corta y para justificarse agrega un villano a último momento. Tampoco nos permite relacionarnos con los personajes o sentir que haya una verdadera unión entre ellos para dar, finalmente, vida a este cuarteto superheroico. A la película le falta humor -no olvidemos que lidiamos con un grupete mucho más joven- y le sobra un dramatismo tan forzado que molesta. A nadie le importa si los efectos están bien o si las actuaciones son correctas, porque en definitiva hay una historia que sustente esta película que se derrumba escena tras escena. Por eso “Los 4 Fantásticos” parece un producto de otra época, una donde este tipo de aventura de ciencia ficción comiquera hubiera llamado la atención solamente por su premisa, y no uno de hoy en día donde estamos plagados de superhéroes en todas sus formas y colores. El problema tampoco pasa por su “sencillez”, sino por su incoherencia y su solemnidad cuando debería abusar de su condición de reboot con protagonistas “adolescentes”. Al menos sus antecesoras se destacaban por el absurdo y te robaban alguna sonrisa torcida cuando te descuidabas. “Los 4 Fantásticos” tiene elementos para destacarse (un director que promete y un gran elenco) y lograr una buena historia sin exageraciones, pero el destino quiere que el cuarteto de Marvel siga meando fuera del tarro y ocupe su lugar en el panteón comiquero junto a otros desastres como “Linterna Verde” (Green Lanter, 2011) o “Batman & Ronin” (1997). Al menos Joel Schumacher intentó justificar los bati-pezones. Dirección: Josh Trank Guión: Simon Kinberg, Jeremy Slater y Josh Trank Elenco: Miles Teller, Michael B. Jordan, Kate Mara, Jamie Bell, Toby Kebbell, Reg E. Cathey, Tim Blake Nelson.
La factoría Blumhouse Productions viene inundando el mercado terrorífico cinematográfico desde hace casi una década con franquicias como “Actividad Paranormal”, “La Noche del Demonio”, “Sinister” y tantas otras que se destacan, más que nada, por sus bajísimos costos de producción, sus “estrellas” ignotas y sus historias de “found footage” y cámara en mano. “La Horca” (The Gallows, 2015) es un ejemplo más (un mal ejemplo, obvio) de este tipo de cine que no aporta nada nuevo al género e, inclusive, lo bastardea desde sus formas y contenidos. La película dirigida por Travis Cluff y Chris Lofing mezcla un montón de elementos conocidos y súper explotados como el espíritu vengativo, las tramas de adolescentes con sus eternos clichés de nerds vs. populares y todos los lugares comunes que se les puedan ocurrir, incluso, parece inventar algunos nuevos. Ni la historia, ni los personajes logran introducirnos del todo en un misterio que se revela casi, casi desde el comienzo si uno es lo suficientemente avispado para prestar atención a los detalles que nos tiran a la cara. Eso, sumado a todas las incoherencias y desatinos de la trama, no hace más que alejar al espectador y sumirlo en un aburrimiento tan mortal como la persecución que sufren los protagonistas. “La Horca” bebé de clásicos modernos mucho mejor ejecutados como “Scream: Vigila Quién Llama” (Scream, 1996) o “El Proyecto Blair Witch” (The Blair Witch Project, 1999). Es más, parece seguir todos los “consejos” que da la primera y caer en cada una de esas convenciones al pie de la letra, sólo que no lo hace con la misma intención que el film de Wes Craven. La cosa es así. En 1993, durante una representación escolar de la obra La Horca, algo salió mal y un terrible accidente se cobró la vida de un estudiante, Charlie Grimille. Ahora, veinte años después, los alumnos de la Beatrice High School intentan reflotar la fallida puesta en escena, en parte, para homenajear lo ocurrido aquella fatídica noche. Sí, nosotros también creemos que es una pésima idea. Los ensayos van bastante bien, más allá de la intromisión de los pesados de turno y el hecho de que su protagonista masculino, Reese, carece de talento, pero el pibe tiene varias razones para estar ahí, incluyendo un desacuerdo con el padre y un interés amoroso. Ryan es la típica estrella deportiva de la escuela que molesta a los nerds y tiene una novia porrista, también es el encargado de documentar el progreso de la obra y lo que capta su cámara es lo vemos nosotros como espectadores. Sí, es ese tipo de película donde cada imagen proviene del punto de vista de uno de los protagonistas, ya sea a través de una filmadora o los teléfonos celulares provistos hasta con visión nocturna. Para salvar del bochorno a su amigo, Ryan no tiene mejor idea que entrar en la escuela a altas horas de la noche y destruir los decorados para que la obra no pueda llevarse a cabo. Reese tiene sus dudas al respecto, más que nada porque el incidente podría afectar a la tierna e histérica Pfeifer, actriz principal y encargada de montar la producción, pero al final accede al vandalismo con la ayuda de Cassidy, noviecita de su amigo. Ahí es donde empiezan los problemas, sobre el mismo escenario donde falleció Charlie, un nombre que no debe ser nombrada (porque trae mala suerte), creencia que estos chicos, obviamente, ignoran por completo. Ruidos extraños, objetos que se mueven y puertas que se cierran dejando a los tres jovencitos encerrados dentro de la escuela a merced de “algo” o alguien que acecha en cada rincón oscuro con ganas de cobrar venganza. La cámara frenética no ayuda, las actuaciones mucho menos, pero son los climas los que desentonan cortando de raíz una atmósfera que, en vez de ser terrorífica, nos arranca unas cuantas sonrisas a causa de su infinidad de falencias.
El 2015 será recordado como el año de la nostalgia cinematográfica… y de la falta de personalidad. No es novedad que Hollywood está carente de ideas y debe recurrir a una infinidad de secuelas, remakes, adaptaciones y reboots varios para llenar sus arcas, pero eso no implica que los realizadores no puedan estampar su marca y estilo personal. “Mad Max: Furia en al Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) es un gran ejemplo de ello, “Terminator Génesis” (Terminator Genisys, 2015) es todo lo contrario. Esta secuela con olor a reboot, o sea un nuevo comienzo para la saga futurista creada por James Cameron, quedó en manos del director Alan Taylor, responsable de “Thor: Un Mundo Oscuro” (Thor: The Dark World, 2013) y de algunos de los mejores episodios de “Game of Thrones”. Pero no le vamos a echar toda la culpa al tipo, los guionistas Laeta Kalogridis y Patrick Lussier también tienen sus dosis de responsabilidad por este mamarracho que ya nos spoilearon casi completamente desde los avances. Esta nueva entrega de “Terminator” no funciona, ni desde la historia (bastante incongruente), ni desde sus personajes, y sólo nos deja un poco de entretenimiento pochoclero cargado de explosiones, peleas robóticas y un montón de efectos especiales que más que deslumbrar, encandilan. Al igual que “Jurassic World” (2015), “Génesis” se agarra con uñas y dientes a sus predecesoras, recalcándonos a cada segundo -con cada frase y cada momento icónico- de dónde viene, pero sin dirigirse a ninguna parte. La trama termina pareciendo una excusa para que Arnold Schwarzenegger, ahora un T-800 que envejece (¿?), vuelva a calzarse las ropas de cuero y entrar en combate con cuanto androide se le cruce por el camino. Por lo demás, ya nada importa, ni la historia de Sarah Connor (Emilia Clarke), ni la de su hijo, ni el pobre Kyle Reese (Jai Courtney) que viaja al pasado con una misión que ya no tiene necesidad de cumplir. Estamos en el año 2029, la vida para los seres humanos es un desastre porque Skynet tiene el control total, pero los rebeldes, con John Connor (Jason Clarke) a la cabeza, le siguen dando pelea minuto a minuto. Es este líder indiscutido el que tiene la posta sobre los verdaderos acontecimientos (del pasado, presente y futuro) gracias a las enseñanzas que le dejó su madre, y sabe cuando dar el golpe de gracia. La resistencia logra encontrar la “máquina del tiempo”, aunque ya es demasiado tarde y Skynet consiguió mandar a su primer T-800 al pasado para matar a Sarah Connor. Ya sabemos que la mano derecha de John, Kyle, es el voluntario que irá en su rescate sin saber cual es el papel fundamental que juega en esta historia, pero todo cambia cuando llega a Los Ángeles de 1984 donde lo espera una realidad muy, muy diferente a la que le plantearon. Acá es cuando se empiezan a enredar las cosas. Reese es el que termina siendo rescatado de las garras de un T-1000 (sí, el robotito líquido mimético) por la mismísima Sarah y su guardián, un T-800 con el tejido cutáneo envejecido que la supo salvar y cuidar desde que era una nena. Todo esto ocurre apenas empezada la película y ni siquiera llegamos al meollo del asunto que, acá, no vamos a divulgar ya que los realizadores se encargan de explicarlo y sobre explicarlo todo por demás, como si fuera tan complicado de entenderlo. En dos horas de película nos pasean por una infinidad de líneas temporales, personajes que desaparecen y nunca más volvemos a ver, otros que apenitas hacen acto de presencia, una infinidad de peleas cuerpo a cuerpo que parecen no tener fin, destrucciones, explosiones, persecuciones y todos los truquitos que se les ocurran para mantenernos sentados en la butaca y no querer salir corriendo por el desastre argumental que se nos plantea desde la pantalla. Ninguno de los personajes está a la altura de los films originales, esos salidos de la cabecita y la mano experta de Cameron que sí sabe como delinear una gran heroína, un buen villano o un héroe que es capaz de dar hasta el último aliento por alguien que jamás ha visto en su vida. Todos carecen de gracia y carisma, y Arnie hace lo que puede con un protagónico que ya no le calza como hace treinta años. El humor forzado no funciona, no hay química y mucho menos sentido. Algunas cosas, simplemente, hay que dejarlas en el pasado.
Casi todas las sagas animadas que nos llegan desde Hollywood parecen tener esos personajes roba cámaras que, tarde o temprano, se terminan ganando su propia historia en solitario. “Madagascar” tiene a sus pingüinos, “Toy Story” unos aliens verdes que acompañan pero que, hasta ahora, no lograron pegar protagónico, el Gato con Botas compinche de Shrek ya tuvo su momento de gloria y ahora, por supuesto, le toca a los Minions, esta suerte de chizitos inteligibles destinados a hacer tantas maldades como travesuras. Pierre Coffin, director de las dos entregas de “Mi Villano Favorito” (Despicable Me), suma a Kyle Balda para contarnos el origen de estas criaturitas y su gran propósito como tribu: servir al malo más malo de turno. Nacidos como organismos unicelulares, los Minions fueron atravesando, y sobreviviendo, a través de los siglos aliándose con la especie dominante y ayudándolos en cualquiera fueran sus propósitos. Desde los dinosaurios del jurásico, pasando por el hombre primitivo de la edad de piedra, los faraones del Antiguo Egipto y hasta algún que otro malvado gobernante con delirios de grandeza como el pequeñín Napoleón Bonaparte, estos bichitos amarillos han hecho hasta lo imposible para servir a su amo. Claro que, la mayoría de las veces, esta relación simbiótica no resultó muy duradera obligándolos a pasar rápidamente al próximo villano de la lista. Pero hubo un tiempo en que los Minions quedaron aislados y sin un amo a quien servir. El aburrimiento extremo puso en juego su existencia hasta que un corajudo hombrecito llamado Kevin tuvo una gran idea: salir de la cueva hacia el mundo y no regresar hasta encontrar a ese “jefe” que los lidere. Kevin no logra gran apoyo de sus pares, salvo por el pequeño y entusiasta Bob y el distraído y soñador Stuart que es empujado a formar parte de esta aventura. El trío atraviesa medio mundo hasta desembarcar en Nueva York en los psicodélicos años sesenta donde descubre que existe una gran convención de malosos en algún lugar de la ciudad de Orlando. Hacia la Villano-Con (sí, así como leyeron) se dirigen con toda la intención de convertirse en los nuevos patiños de Scarlett Overkill, la primera mujer supervillana que ha conocido la historia. Ahí empieza la verdadera odisea de estos tres amigos que viajaran hasta la ciudad de Londres para cumplir los deseos y caprichos de su nueva ama y meterse en un sinfín de quilombos como ya nos tienen acostumbrados. “Minions” es, básicamente, una precuela enfocada en estos personajes amarillos, que (al parecer) ganaron más notoriedad que Gru, ambientada a finales de la década del sesenta lo que provee una infinidad de chistes y referencias a la cultura pop destinados más a los adultos que a los chicos que se sienten en la sala, así también como una gran banda sonora plagada de hits que se vuelven un poquitín insoportables cuando son interpretados por estos personajes que no modulan una sola palabra que podamos entender. “Minions” tiene algunos gags interesantes y muy graciosos, una gran apuesta visual (sobre todo cuando se trata de los paisajes londinenses) y una historia divertida para pasar un buen rato familiero, incluso su doblaje es correcto y no molesta (no llegaron copias en inglés a nuestro país, así que tenemos que conformarnos con Thalía y Ricky Martin), pero no deja de ser una película de animación genérica que no tiene mucho que aportar en materia narrativa o estética al igual que los spin-off ya mencionados. Incluso, para aquellos que no nos enamoramos de estas criaturas fanáticas de la banana en las entregas anteriores, la sobreexposición y el balbuceo constante (en una mezcla de idiomas y sonidos guturales) se vuelven un poquito insoportables en algún punto de la historia. Desde su relato y la aventura, “Minions” es estrictamente infantil y disfrutable para todas las edades. Más allá, podemos cuestionarnos cierta violencia desmedida y otras situaciones absurdas que se exponen ante nuestros ojos que, aunque tienen un carácter estrictamente de entretenimiento y comedia física, no dejan de ser un tanto sádicos y perturbadores para los niños (y adultos) impresionables. Eso, si nos lo ponemos a pensar, claro está, sino ¡BANANA!
Sí “Escribiendo de Amor” (The Rewrite, 2014) tuviera un tratamiento diferente, y estuviera estelarizada por Jack Black, sería un golazo muy al estilo de “Escuela de Rock” (The School of Rock, Richard Linklater, 2003), pero no, Marc Lawrence y Hugh Grant son reincidentes que insisten en la comedia romántica con el típico protagonista en busca de segundas oportunidades. Ojo, esto no es nada malo, pero al simpático actor inglés no le calza el estereotípico machista mala onda que descubre todo lo que necesita para ser feliz en la sonrisa de una madre soltera ultra positiva que festeja cada pequeño logro que le da la vida. Lawrence y Grant vienen colaborando desde hace rato, por eso a nadie debe llamarle la atención que está película se parezca a “Letra y Música” (Music and Lyrics, 2007), por ejemplo. En esta oportunidad Hugh es Keith Michaels, un guionista inglés que hizo rancho en Hollywood y sólo vive de sus viejas glorias sin poder colocar ninguna de sus historias recientes. Michaels ganó un Oscar haca casi 20 años y nunca más logró un éxito en su carrera, pero también se resiste a la secuela. A pesar de todo, aún conserva el prestigio de su buen nombre y el único trabajo que le ofrecen es dar cátedra de escritura en la Universidad de Binghamton, un pueblucho de Nueva York. Hacia allí se dirige con la única intensión de poder pagar las cuentas, pero canchero como es, desprecia la noble profesión de la docencia la cual ve como un medio de conocer chicas lindas y jóvenes para poder llevar a la cama y algún que otro nerd, con mejores ideas que él, que pueda ayudarlo a volver al ruedo y a la meca. Divorciado y con un hijo al que no ve desde hace años, la actitud negativa de Keith empieza a cambiar cuando conoce a Holly (Marisa Tomei), madre de dos pequeñitas que tiene varios empleos y, en el tiempo que le sobra (¿?), toma diferentes clases, incluyendo la de Michaels. Desde ahí todo es predecible dentro del universo romántico-cómico que nos suele presentar Hollywood, pero los personajes periféricos molestan más de lo que aportan. Por ejemplo, Michaels no logra vender sus historias porque los productores andan en busca de relatos copados con mujeres patea traseros de protagonistas, pero en “Escribiendo de Amor” las mujeres sólo entran en tres categorías: las jovencitas lindas, huecas y estereotipadas que el muchacho tiene como alumnas a las que no les importa acostarse con el profesor a los dos segundos de conocerlo; las maduritas, inteligentes y aburridísimas como Mary Weldon (Allison Janney), profesora excelsa y experta en Jane Austen que aborrece las películas y parece no haber visto ninguna en su vida; y la de espíritu libre que todo lo puede encarnada por Tomei. Esto no es serio muchachos, y si bien Hugh Grant se burla de sí mismo y de su estrellato perdido, su personaje se pasa toda una tarde eligiendo cuidadosamente a las alumnas que quiere “ver” en su clase y, por las dudas, suma a dos nerds hecho y derechos que lo implican ninguna amenaza ni competencia: un fanático enfermizo de “Star Wars” y el único cerebrito que logra vender su guión en un clase con nueve mujeres. Sí, el mensaje es contradictorio y un poquitín ofensivo, incluso, acá el único “macho” vendría a ser el doctor Lerner (J. K. Simmons), director, ex milico, pero amante esposo y padre de cuatro mujeres que lo convirtieron en un pollerudo. Así, “Escribiendo de Amor” se pierde entre una crítica mal echa y una comedia fallida que reboza de lugares comunes y chistes que no provocan gracia, sólo aquellos que se meten con el metalenguaje. Que alguien rescate al bueno de Hugh y le consiga, aunque sea, una secuela de “Notting Hill” (1999) o algo por el estilo.
El título (o al menos su traducción local) les debería bastar para entender la magnitud de este bodrio, pero igual me voy a tomar unos momentos para tratar de analizar que quisieron hacer la directora Anne Fletcher y los guionistas David Feeney yJohn Quaintance al juntar a Reese Witherspoon y a Sofía Vergara en la misma comedia. Acá, el término “controvertido” es comedia, porque a lo largo de sus noventa minutos “Dos Locas en Fuga” (Hot Pursuit, 2015) no nos arranca ni media sonrisa. La película de acción se agarra de todos los lugares comunes, los clichés más horrendos y los peores chistes que hayan aparecido jamás en una “buddy cop movie”, de la que copia su estructura, como por ejemplo, la clásica “48 Horas” (48 Hrs., Walter Hill, 1982). Acostumbrada a las historias romanticonas con toques humorísticos como “27 Bodas” (27 Dresses, 2008) o “La Propuesta” (The Proposal, 2009), Fletcher desaprovecha las (pocas) dotes de sus actrices protagónicas que, acá, ni siquiera llegan al nivel de Sandra Bullock o Katherine Heigl. Pero, admitámoslo, milagros no se pueden hacer cuando el guión de base es tan tonto y previsible, escrito por dos tipos más acostumbrados al ritmo de una sitcom televisiva. La cosa viene más o menos así. Cooper (Reese Witherspoon) creció bajo la influencia de su padre, un correctísimo policía de San Antonio. De la madre nunca sabemos nada, pero la chica terminó convirtiéndose en una aplicada oficial, demasiado apegada a las reglas, actitud que la metió en varios problemas y ahora pasa su tiempo en el cuarto de evidencias tratando de hacer buena letra para poder volver a la calle a perseguir criminales y cosas por el estilo. Su jefe le ofrece una oportunidad única, acompañar al detective Jackson (Richard T. Jones) para escoltar a Felipe Riva y su esposa Daniella (Sofía Vergara) hasta Texas, donde testificaran en contra del notorio líder de un cartel antes de entrar en el programa de protección a testigos. Los oficiales llegan antes de lo esperado y caen en una doble trampa siendo atacados desde dos frentes diferentes. Cooper y Daniella logran salir ilesas y darse a la fuga, pero pronto se enteran que son tan sospechosas como los matones que las persiguen. Se supone que acá empieza una serie de enredos y gags que resaltan las diferencias entre estas dos mujeres: una muy poco femenina y estricta, y la otra voluptuosa, glamorosa y atrevida, que deberán aprender a confiar mutuamente y trabajar en equipo para salir de este embrollo. Nada funciona. Ni los chistes sobre la pronunciación de Vergara (ya sabemos que habla para el tujes), ni el forzado interés romántico, ni lo escatológico, ni la trama policial de fondo que hace agua por todos lados. Obviamente, los realizadores intentaron copiar una fórmula ganadora del policial humorístico femenino como “Chicas Armadas y Peligrosas” (The Heat, Paul Feig, 2013), pero Witherspoon no es graciosa y ya se le notan los años para hacer de “novata” y Vergara no puede escapar del eterno estereotipo latina voluptuosa y narcotraficante. Las chicas de “Dos Locas en Fuga” son tontas por donde se las mire, o eso nos hacen creer el 99% de las veces que aparecen en pantalla. Es molesto y poco divertido, sobretodo en un Hollywood actual que lucha a cada segundo por la igualdad y por cambiar esta visión del género femenino. Se entendería si tuviera algún propósito concreto, pero es obvio que cualquiera de los propósitos de esta película se quedaron por el camino.
¿Cuántas adolescentes poseídas o perseguidas por entidades demoníacas somos capaces de tolerar en un mismo año? Eso sólo parece saberlo Jason Blum, productor estrella de varias franquicias de terror de bajísimo presupuesto que vienen pululando desde hace ya varios años como “Actividad Paranormal” (Paranormal Activity), “Sinister”, “The Purge” y, por supuesto, “La Noche del Demonio” (Insidious). O sea, si asusta y es barata, es una de Blumhouse Productions. Se sabe que cantidad y calidad no suelen ir de la mano, y si bien esta explotación deliberada del género dio sus frutos económicos, no aportó mucho desde lo narrativo o lo estético, más allá de inundar las pantallas con un montón de historias ancladas en el “found footage” y en lugares comunes repetidos hasta el hartazgo. Poco se destaca de este tándem terrorífico que entretiene hasta cierto punto, pero termina aburriendo con el mismo relato calcado una y otra vez que sólo se molesta en “renovar” a sus jugadores. “La Noche del Demonio 3” (Insidious: Chapter 3, 2015) no es la excepción. Lo que había comenzado como una historia bastante interesante en 2010 de la mano de la familia Lambert, pronto se diluyó con su secuela en 2013. Ahora, la saga hace borrón y cuenta nueva, o mejor dicho, se va para atrás unos años para contarnos los problemitas demoníacos de otra persona. Lo único que prevale del relato original es Elise Rainier (Lin Shaye), la psíquica atormentada capaz de contactar a los muertos y Tucker (Angus Sampson) y Specs (Leigh Whannell), el dúo cazafantasmas que se ganó una mini-historia de origen. Bah, Whannell se ganó algo más. Toda su experiencia en el género como actor, productor y guionista lo llevaron a querer debutar como director y hacerse cargo de esta tercera entrega que tiene a la joven Quinn Brenner (Stefanie Scott) como protagonista. Adolescente que perdió a su mamá y ahora busca los servicios de Elise para poder contactarla, debido a que cree sentir su presencia en el departamento que comparte con su papá Sean (Dermot Mulroney) y su pequeño hermano. Al principio, la señora se niega por algunas malas experiencias del pasado, pero tras un pequeño vistazo al más allá descubre que hay algo más siniestro que se quiere apegar a la chica y, obviamente, arrastrarla a la oscuridad. Quinn es la típica chica que se lleva mal con su papá, demasiado afligido y ocupado para darle bolilla a las paparruchadas de su hija, hasta que cosas extrañas empiezan a pasar en el edificio y un accidente de auto la deja bastante magullada y sin poder moverse de la cama. Ahí es cuando la “entidad” se pone más pesada y papá Brenner decide buscar ayuda, primero con los muchachos de Spectral Sightings y luego con la experimentada Rainier que debe dejar sus propios fantasmas de lado para hacerle frente a este y salvar a la jovencita. Eso es todo lo que tiene para ofrecer “La Noche del Demonio 3”: sustos predecibles, actuaciones chatas, clichés por doquier, algún que otro “homenaje” y una historia de fondo que ni se molesta en explicar demasiado, dando a entender que lo único que importa es el golpe de efecto, la atmosfera siniestra y seguir facturando para producir nuevas continuaciones. Lin Shaye es la única que le agrega un toque humano, y también humorístico (queremos creer que es a propósito) con sus momentos badass anti demoníacos. Una película más de terror, de esas que aparecen en cartelera cada semana y pasan desapercibidas, incluso para los amantes incondicionales del género. Bastante tontuela y sin mucho sentido más allá del susto por el susto mismo.
El único problema de “Intensa-Mente” (Inside Out, 2015), lo nuevo de los estudios Pixar, es que en algún momento se acaba. Sí, lamentablemente, esta pequeña maravilla animada llega a su fin y nos deja un montón de emociones mezcladas, además de las ganas de seguir acurrucados en la butaca para saber que le depara el futuro a la joven protagonista. La compañía de la lamparita, que hace veinte años supo tomar al mundo por asalto con “Toy Story” (1995) y cambiar para siempre las reglas del género de animación, vuelve a su mejor elemento tras algunos traspiés y varias secuelas/precuelas que no le hacen tanto honor a su buen nombre. Pete Docter, uno de los “veteranos” del estudio, guionista y director de “Monsters, Inc.” (2001) y ganador del Oscar por “Up – Una Aventura de Altura” (Up, 2009), vuelve a la carga con una historia mega original por dónde se la mire. Con la colaboración en la dirección de Ronaldo Del Carmen -un debutante pixariano, pero un gran animador que acumuló experiencia gracias a, por ejemplo, “Batman: The Animated Series” (1992-1995)-, plantean una doble trama que se pasea entre la realidad y la fantasía más abstracta: la vida cotidiana de una nena de once años y sus emociones básicas que trabajan incansablemente para ayudarla a atravesar esa aventura llena de obstáculos a la que podemos denominar crecimiento. Una tarea para nada fácil, como se puede apreciar a lo largo de una hora y media de puro entretenimiento. El relato que plantean Docter y su equipo es bastante sencillo. Desde el momento de su nacimiento, Riley, empieza a acumular experiencias que le van dando forma a su distintiva personalidad. Alegría (Joy, con la voz de Amy Poehler) se suele destacar del resto de las emociones que conviven en el Cuartel General de la mente pilotando el día a día de la chiquita que crece feliz junto a sus padres en Minnesota sin demasiadas preocupaciones. Pero la pre-adolescencia no llega sola y, a los once años, el mundo de Riley empieza a dar varios giros inesperados que pondrán a las vocecitas en su cabeza a trabajar horas extra y a redefinir sus verdaderos propósitos. Por culpa del nuevo trabajo de papá, la familia debe abandonar su acogedor hogar y mudarse a San Francisco (rebautizada como San FrancASCO, obviamente). Nueva casa, nueva escuela, nuevos amigos y una nueva actitud que está bastante alejada de lo que solía ser esa pequeñita que jugaba, imaginaba y sonreía a cada momento. El Cuartel General se pone en alerta máxima, pero ni Alegría, Furia (Anger), Temor (Fear), Desagrado (Disgust) y Tristeza (Sadness) pueden anticipar lo que se viene. La cosa se complica un poco más cuando Joy y Sadness se pierden en los confines de la Memoria a Largo Plazo y es ahí donde comienza la verdadera aventura para el espectador que debe lidiar, por un lado, con los pormenores de la realidad de la nena y sus cambios de humor y por el otro, una odisea abstracta por los recovecos de su mente y los extrañísimos lugares, como Imaginalandia, Producciones de Ensueño o Pensamiento Abstracto, que la conforman. Es en este plano en particular donde los realizadores dejan volar su imaginación y se nota, una vez más, como Pixar se destaca por años luz de sus competidoras animadas. Ya sea desde lo visual, un conjunto de texturas y colores donde nada queda librado al azar y la estética define cada uno de los maravillosos escenarios y personajes que nos proponen; o lo narrativo, una típica aventura de “regreso a casa”, pero pavimentada con una serie de gags para todas las edades, ese humor que hila más fino y que, tal vez, sólo puede ser disfrutado por los más grandecitos y un montón de metáforas e ideas complejísimas que, acá, se materializan un momentos cargados de descubrimiento y ternura infinita, de esa que anuda la garganta y nos permite dejar correr una lágrima sin ningún remordimiento. “Intensa-Mente” no necesita apelar al golpe bajo o al cliché para estremecernos (en el mejor de los sentidos), sólo hace lo que mejor saben hacer John Lasseter y su gente: mostrarnos la realidad desde otro punto de vista al que no estamos acostumbrados, o no nos interesa, prestarle atención. Riley es protagonista y escenario de su propia historia, desencadenante y receptora de cada resultado. Durante poco más de noventa minutos Pixar nos da una clase de cine puro, nos explica los conceptos más complejos y nos demuestra que, como seres humanos, no estamos definidos ni manejados por nuestras emociones, pero tampoco podemos escapar a su influjo. Es muy pronto para decir si “Intensa-Mente” es la obra más grande del estudio, pero sin duda alguna forma parte de un podio compartido con sus mejores aventuras. Su única falla, tal vez, es que los más pequeñines sólo se quedan con lo más mundano y divertido sin poder apreciar todos los “niveles” de la historia por razones obvias, pero igual hay disfrute y un día crecerán y retomaran el visionado de este clásico que les llamó la atención de chiquitos. La maestría visual, las actuaciones siempre correctas (ojo, que la versión latina también está muy bien, pero si pueden no se pierdan la subtitulada), la hermosa partitura de Michael Giacchino… todo encaja a la perfección y nada desentona, es Pixar en su máxima expresión y eso siempre se celebra desde la butaca de una sala de cine, con o sin pochoclo, pero con un pañuelito bien a mano.
No se lo puede culpar a Colin Trevorrow –un director con sólo una película en su haber, “Safety Not Guaranteed” (2012), bueno ahora son dos- por querer hacer el mejor esfuerzo y tener que, lamentablemente, tratar de llenar los zapatos de un tipo como Steven Spielberg. Ojo, esto último no sería estrictamente necesario si el realizador no se empecinara todo el tiempo en recordarnos que existió “Jurassic Park” (1993), sus escenas emblemáticas y, por supuesto, sus dinosaurios. “Jurassic World - Mundo Jurásico” (2015) no oculta la referencia y el homenaje constante: lo explota. Tal vez se concentra demasiado en congraciar a la audiencia con lo conocido y se olvida de tomar vuelo propio a la hora de contar su propia historia. La sorpresa se pierde y, en definitiva, hacia el final de la película este chiste se desgasta. Cada vez que logramos engancharnos con esta nueva aventura y sus personajes, los realizadores nos tiran a la cara los vestigios del pasado. Pasaron veintidós años desde los terribles sucesos de Jurassic Park. InGen siguió adelante con lo suyo y, finalmente, logró llevar a cabo los sueños de John Hammond. La Isla Nublar (Costa Rica) es el hogar de uno de los parques temáticos más visitados del mundo y su gran particularidad es que gira en torno a una gran variedad de especies de dinosaurios (¡vivos!) que volvieron a caminar sobre la Tierra después de más de 65 millones de años desde su extinción. Para mantener el interés del público (y los números en verde), los administrativos del lugar deben asegurarse de incluir, de vez en cuando, alguna novedad “más grande, más feroz y con más dientes” que tendrá sus correspondientes patrocinadores. Bichitos productos de laboratorio y de ensaladas genéticas, cuyos resultados pueden ser impredecibles. La nueva atracción está casi lista para salir a la cancha, pero antes hay que chequear unos detallecitos. Para ello, Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), jefa de operaciones y científica corporativa, solicita la asistencia de Owen Grady (Chris Pratt), ex marine y “entrenador” de velociraptores, todo un experto en el comportamiento de los reptiles. Estas tareas de último momento mantienen ocupadísima a la tía Claire, haciéndole imposible ocuparse de sus sobrinos que llegaron solitos hasta la isla para pasar unas semanas de vacaciones. Gray y Zach son chicos simpáticos e inteligentes, pero eso no asegura de que se metan en algún que otro problema. Indominus Rex es el nombre del nuevo reptil estrella, una bestia enorme, salvaje e inteligente que esconde varios truquitos bajo las garras. La cosa es sencilla: la chica se escapa (obvio, es hembra) y empieza a descubrir cual es su lugar en la cadena alimenticia. Resulta que le gusta estar en lo alto y para ello mastica todo lo que encuentra a su paso, ya sea por apetito o pura diversión. El argumento, de ahí en más, no es complicado. Todas las fuerzas se unen para encontrarla y frenarla antes de que se desate la tragedia con los visitantes que, si bien están en la otra punta de la Isla, pueden convertirse en almuerzo en menos de los que ruge un brontosaurio (suponiendo que rujan). “Jurassic World” deja un poco de lado los dilemas éticos y morales científicos. Se supone que vienen resucitando dinosaurios desde hace una década, así que el tema de “el hombre jugando a ser Dios y metiéndose con la naturaleza” ya quedó zanjado desde hace rato. Acá entran otras cuestiones como los límites de esos experimentos o si estos bichitos son “productos” o seres vivos que deben ser tratados como tal. También hay un tercer uso, pero vamos a dejarles algo para que averigüen ustedes. Como toda película fantástica de ciencia ficción, “Jurassic World” es imponente. La llegada al parque, las vistas panorámicas y la famosa musiquita de John Williams de fondo (esta vez totalmente homenajeada por el magistral Michael Giacchino) nos invitan a sumergirnos en la aventura atravesando las mismas puertas (y esto se aclara) que cruzaran Alan Grant, Ellie Sattler e Ian Malcolm hace más de dos décadas. Ahora todo funciona al cien por ciento y los visitantes tienen mil maneras de interactuar con las “atracciones”, una gran cruza entre un zoológico abierto, Mundo Marino y Disneylandia. Hasta que la codicia del ser humano lo hecha todo a perder. Una vez más tenemos niños en peligro, pocos lugares donde esconderse y mucha sangre y tripa desparramada. Atrás quedaron las sutilezas de Spielberg y esa forma particular de presentarnos a sus criaturas. “Jurassic World” es exuberante y excesiva porque debe serlo para destacarse del resto e intentar contar algo nuevo, pero como una novia a punto de casarse, (al parecer) necesita algo viejo y algo prestado. Incluso hay algo azul en el medio. Pratt deja un poco del encanto de Star-Lord por el camino y se convierte en el macho alfa de la manada que debe salvar el día. No es tan simpático como quisiéramos y hay cero química con Howard, que ya parece estar catalogada como esa mina fría y tensa que es más robot que ser humano. Básicamente es un juego del gato y el ratón, pero con dinos y, créase o no, ellos no son lo más inverosímil del relato. El CGI está cuidado -aunque no “conmueve” como la cruza de animatronics y efectos del tío Steven-, así como el resto de la puesta en escena, pero no aporta nada nuevo a veinte años de proliferación de criaturas variadas. “Jurassic World” termina siendo una combinación de “Alerta en lo Profundo” (Deep Blue Sea, 1999), Godzilla y, por supuesto, “Jurassic Park” de la que mama directamente como si fuera su única secuela que llega para desempolvar aquello que quedó abandonado veintidós años atrás. La nostalgia, para algunos, no funcionará como tal, pero el espectador sin pretensiones y las nuevas generaciones deberían disfrutarla sin problemas como mero entretenimiento pasatista: balde de pochoclo en mano y anteojitos 3D, optativos.