Es una noche especial pero los protagonistas aún no lo saben. Kira alcanza a ver una estrella fugaz después de acostarse con su amante al que rápidamente tiene que echar a las escondidas cuando su marido cae antes de lo previsto pero aunque todos pidamos deseos ante esas situaciones, quién piensa que realmente se cumplirán. Desnudo y descalzo, Cachete se cruza en las afueras de esa casa de gente adinerada con un ladrón que está planeando entrar. Este excéntrico hombre no lo deja ir y decide que van a hacerlo juntos. Así empieza una película que podría vislumbrarse como algo parecido a lo que viene haciendo Ariel Winograd aunque el tono ya se percibe menos familiar y de hecho no es apta para todo público. Sin embargo no será el robo lo que lleve adelante la trama principal, así como tampoco el triángulo amoroso que se encuentra de repente forzosamente enfrentado. La historia cambia cuando Nicola, el ladrón, encuentra a Alicia, la hija del matrimonio, y ésta lo confunde con Papá Noel y le empieza a hablar de sus deseos. Algo en el hombre se enciende y decide que esa noche no sólo se llevará el botín sino que cumplirá cada una de esas cosas que ella desea y escribió en una nota que mantiene escondida de su padre. Son muchas las cosas que van sucediendo esa noche y sería aburrido que las lean en este texto. La película que escribe Portal junto a Javier Castro Albano está llena de sorpresas y apuesta por un tono de comedia dramática, por momentos un poco negra, pero no prepara para lo que llega ya cerca del final, cuando la última revelación desentone un poco con el resto de la propuesta por más indicios que haya habido en el medio y el tono in crescendo de la oscuridad planteada. La idea es la de generar incomodidad y eso se cumple. Personajes ricos que llevan adelante su vida como si fuesen mejores y los otros que terminan dependiendo de sus acciones, que viven de apariencias pero esconden personalidades y lazos quebrados porque a la larga pueden ser frágiles como esas esculturas exhibidas con tanto cuidado que es imposible acercarse a ellas. Hablemos de personajes. Natalia Oreiro interpreta a una mujer deseante que dejó de encontrar en su marido aquello que la había enamorado, es una mujer seductora y decidida pero con ilusiones rotas. Esteban Bigliardi es un marido y padre obsesionado con las obras de artes que despliega a lo largo de su casa y que no permite que nadie toque, lo que se la pasa alejándolo de las personas, pero lo peor son los rasgos machistas que siempre salen a relucir de sus comentarios y actitudes. Pablo Rago es el tercero en discordia, amigo de uno y amante de la otra, alguien de cierta ingenuidad para el mundo que lo rodea. Para el personaje infantil, Isabella Palópoli es una niña retraída que por una vez se permite, gracias a este Papá Noel, jugar y explorar como una niña de su edad. Y, claro, el personaje que termina decidiendo casi todo lo que sucede esa noche mágica, el de Diego Peretti: el más importante pero también el menos desarrollado, una especie de espejo ante quienes los demás se ven como realmente son y alguien de quien se puede intuir un interés muy humano y que sabe lo que hace porque lo viene haciendo hace mucho tiempo; es además quien genera las mayores cuotas de un humor intermitente. Y después están los dos personajes que, además de Nicola, son los que no encajan en ese mundo de lujos y riquezas: la mujer que se encarga de las cosas de la casa y el de seguridad. La noche mágica es despareja pero también ingeniosa y no teme ser políticamente correcta (algo que en esta época es más valioso que nunca). Por momentos genera risas y durante tantos otros, silencios incómodos. Entre los actores se genera una dinámica adecuada, creíble. Y aunque provenga del palo televisivo, Portal se desenvuelve con soltura y eficacia en el rol de director, sobre todo teniendo en cuenta que toda la película se sucede dentro de las paredes de esa enorme casa. Lo más interesante de esta película es que no es para nada lo que uno podría haber esperado. El tono humorístico, de enredo entre estos peculiares personajes, se va tornando cada vez más oscuro pero no me termina de convencer la decisión de terminar dejando en evidencia una temática tan compleja y delicada, aunque Portal la presente de manera sutil y no menos impactante. Es un efecto sorpresa que la película no necesitaba y se siente un poco forzosa. Entendimos que estamos ante un oscuro retrato del trato que generan las clases privilegiadas y eso ya resultaba lo suficientemente perturbador. Osada, original, divertida e incómoda al mismo tiempo pero también un poco despareja, La noche mágica es una película que se mueve entre muchos géneros, no te deja indiferente y seguramente genere opiniones dispares. No es la apuesta segura que se podría esperar del primer gran estreno argentino en salas en época de pandemia, y eso es para agradecer.
Miguel Kohan dirige este documental que llega a las pantallas de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play sobre "Donvi" Vitale y Esther Soto, creadores de MIA (Músicos Independientes Asociados) en 1976. En 1976, Rubens “Donvi” Vitale y Esther Soto deciden crear un oasis musical y cultural en Villa Adelina. De allí emerge buena parte de la cultura alternativa de la época y un modo de gestionar la creación artística en absoluta libertad e independencia. Rivera 2100 empieza con la voz de Luis Alberto Spinetta hablando sobre MIA, sobre este cálido espacio de música nueva. “Es interesante la labor desinteresada que están haciendo para la música nueva y bien inspirada en nuestro medio”. La idea que en principio puede parecer idílica, en especial en una época como en la que sucede, sobre cambiar el mundo, fundar uno propio dejando un legado de acción cultural que trascienda la saga familiar y permanezca vigente. Y sin embargo es algo que se ha cumplido. Lito y Liliana Vitale son los hijos que hoy mantienen vivo ese legado y quienes llevan adelante este documental. Como no podía ser de otra manera, también la música, interpretada por Lito, juega un papel primordial. El documental está compuesto, a modo de collage, a través de algunos testimonios, escenas de clases de canto, o revisando y descubriendo archivos de la familia, la imagen y voz de Esther (fallecida en el 2018) a través de una pantalla, la voz de “Donvi” reflexionando sobre las revoluciones sociales, o ex integrantes reunidos revisitando diapositivas de fotos antiguas en Rivera 2100 en Villa Adelina; a esto se le suma el epílogo con el agradecimiento del Indio Solari por lo que MIA hizo por los Redonditos de Ricota. La edición y el guion escrito entre Miguel Kohan, Paula Romero Levit y Alicia Beltrami permiten que la narración fluya y respire. Lo que no hace la película es poner carteles explicativos, recién al final aparecen los nombres de cada persona que aparece en pantalla y para ello apela a la familiaridad. Es un film hecho con cariño y respeto, intimista y conmovedor, en especial con Esther. El documental incluso dedica un momento a su faceta de autora y moviliza escucharla cuando habla de la muerte de su marido y explica que “es muy difícil volver a vivir en singular”. Rivera 2100 funciona como un tributo, como un homenaje, pero también como un retrato sobre la importancia del legado familiar y de la cultura como refugio.
Se estrena a través de Puentes de Cine la ópera prima de la alemana Helena Wittman, Drift, una película hipnótica sobre el poder de embrujo que puede tener el mar. Drift es una película que tiene un par de personajes, unos pocos diálogos (y la mayoría, a simple vista, intrascendentes) y mucha imagen audiovisual que apunta a lo sensorial, al viaje, a sentirse inmerso en medio de un paisaje frío y desolado o a la deriva sobre un mar que se percibe infinito. El argumento mínimo de esta película gira en torno a dos mujeres que se separan, que deciden cada una hacer un viaje personal. Sin embargo, como apuntaba antes, a Wittmann no le interesa demasiado lo narrativo, no importa qué se cuenta, qué tiene para contar, sino que se preocupa por transmitir aquello que el paisaje brinda, ya sea desolación, ausencia, libertad. En ese sentido se siente más experimental. Hay una fijación por el mar, a quien se le dedica largos minutos de contemplación, un mar que hechiza. Ese cuadro, el del mar y nada más que el mar, se termina de resignificar en la escena final, donde aparece ya de otro modo, como una especie de recordatorio: el mar como transición, el viaje que nos modifica. Porque, como dijo el explorador y eterno enamorado del mar Jacques Yves Cousteau, “el mar, una vez que te lanza el hechizo te mantiene en su red para siempre”. Más allá de que Wittmann consigue hacernos sentir inmersos en este viaje, aún a través de algunas escenas en el medio de la cotidianeidad de cada una en los lugares que recorre, la experiencia, aunque no es del todo sensorial, sí se siente un poco abrumadora a lo largo de la hora y media que dura la película. Drift es un film en el que prevalecen las largas escenas de contemplación, a veces de noche donde sólo podemos ver aquello que ilumina una linterna, una contemplación que no necesita más que un instante para hacernos sentir dentro. Es además una película que, sin dudas, se apreciaría de otro modo en una sala de cine y que, también, se ve de una manera especial en esta época donde permanecemos encerrados y es fácil soñar con perderse en lugares como los que Wittmann filma. Entonces, no nos deja indiferentes. Dejarse ir, dejarse llevar, estar a la deriva, a merced de algo más. Con un título que aparece recién a los veinte minutos y un segundo acto que se siente alargado y repetitivo después de un tiempo, el último tercio cierra la película con una bella escena que, también disfrazada de la más corriente cotidianeidad, termina de retratar la distancia de un modo actual: a la larga, detrás de la pantalla, siempre hay alguien con quien podemos conversar o compartir una taza de té o una linda canción. Drift es una película que logra hacerte parte de un viaje sensorial. Contemplativa y poética y poco preocupada por lo argumental, es una experiencia que puede resultar muy estimulante, especialmente en esta época que estamos viviendo, o un poco tediosa sobre todo en su segunda mitad.
Escrita por Sebastián Tabany y codirigida junto a Fernando Díaz, se estrena a través de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play Giro de ases, una película sobre magia en Buenos Aires. Martín (Juan Grandinetti), desde pequeño, elige la magia, más específicamente las cartas. Después de una linda secuencia inicial de créditos animada, ya de adulto lo vemos desempeñarse como croupier en el Casino de Buenos Aires, pero en sus tiempos libres practica la cartomagia como en una especie de doble vida. A los pocos minutos de empezar la película, su novia lo abandona y su mundo parece empezar a tambalearse y se lo ve más distraído. A su alrededor, un colorido conjunto de personajes se van desplegando. Una encantadora maga de salón (Thelma Fardin), un tipo que aprovecha sus dedos mágicos para robar billeteras (Lautaro Delgado Tymruk), un mago de escenario más preocupado por la fama que por la magia (Esteban Pérez) y, la novia de este último, Sofía (Carolina Kopelioff). Es ella quien despertará en Martín algo desconocido, poderoso e incierto. Una joven que estudia artes y a quien su novio maltrata bastante desde lo psicológico. Y entonces Martín la ve y la conexión entre ellos parece mágica. Con Giro de ases nos encontramos ante una película sobre la magia con un acercamiento fantástico pero muy ligado a lo cotidiano. Acá hay algo, una energía quizás, que no se ve pero que le permite sólo a unos pocos personajes desplegar un tipo de magia para la cual no se necesitan trucos, para la cual no hay que distraer miradas hacia otro lado. Así, la película se mueve entre lo romántico y lo mágico, ambas cuestiones están conectadas. La trama plantea un mundo colorido, con diferentes personajes a los cuales se encarga de desarrollar, pero no termina de aprovechar todo aquello que expone. Hacia el final nos podemos quedar con ganas de más, pero también terminar decepcionados por ese mismo motivo. En el medio, trucos de magia, momentos más entretenidos que otros (en alguno la trama se estanca) y algún cameo curioso. “Un mago, por más hábil que sea, necesita renovar sus trucos si quiere mantener su reputación”, escribió Steven Millhauser en el cuento que sentaría las bases de la película El ilusionista, a la cual Giro de ases remite de manera irremediable. Acá, Tabany, alguien muy cercano al mundo que retrata, agota sus trucos antes de lo necesario. A la película se la siente recargada de estímulos e indecisa en su tono. “Algunas veces las cosas no suceden cuando queremos que sucedan. Algunas veces es cuestión de confiar en el destino”. Giro de ases apuesta a confiar en el azar, no por nada se sucede bastante en el terreno del juego, aunque las escenas relacionadas a este tema se mueven más entre anécdotas y algún malentendido antes que introducirse en temáticas más complejas, como por ejemplo el de la adicción. Pero también a confiar en uno mismo y a dejarse guiar por los maestros que la vida nos presenta (ahí entran en juego Romina Gaetani con un intrigante personaje y el mago Henry Evans). Giro de ases presenta una estética colorida y brillante que no puede evitar sentirse artificial. Y, aunque parte de una premisa y de personajes atractivos, elige quedarse en el planteo y apostar por un final abrupto que promete más de lo que entrega. Antes que una comedia romántica (no es muy graciosa y lo romántico tampoco ocupa el rol principal), es una historia sobre descubrirse y descubrir de lo que somos capaces.
A través de Cine.Ar Estrenos nos llega la última película del prolífico Raúl Perrone, Corsario, un experimento dedicado a su amor por Pasolini que cierra, quizás, la trilogía de homenajes compuesta por P3nd3jo5 y Ragazzi. La última película del director Raúl Perrone es un poema audiovisual sobre Pier Paolo Passolini. La palabra poema la utiliza el mismo Perrone y ya modela una manera de verla. Corsario empieza con una escena de casting. Un director lookeado como Pasolini, junto a alguien que podría ser su asistente, les hace recitar a diferentes jóvenes “Veo a los muchachos del verano” de Dylan Thomas. Aspirantes que se caracterizan por una apariencia andrógina. El resto de la película es una especie de recorrido de este Pasolini, que va caminando las calles de Ituzaingó con su cámara, filmando a muchachos a los que les dedica unas líneas pasionales, dichas en italiano. Recita algunas frases que le pide prestadas a Paul Verlaine: que le gustan los muchachos obreros, jóvenes, dice que su deseo está cansado pero jamás vencido, se confiesa que tuvo incontable cantidad de amantes aunque nunca fueron demasiados. Al estar rodada con una cámara estenopeica, las imágenes tienen una apariencia rústica que nos trasladan a una época pasada. Perrone experimenta y parece jugar, como en aquella escena en que los planos se superponen en un mismo encuadre y le brinda una apariencia fantasmal a su protagonista. En el medio se cuelan, esta vez a color, algunas imágenes eróticas de flores. El color no volverá hasta una secuencia con recreaciones de obras pictóricas de Caravaggio. El erotismo a flor de piel. La repetición de algunos textos, las imágenes que después de un rato casi no deparan sorpresa, hacen de Corsario una película no argumental que apuesta por la experiencia. Una experiencia que trasciende lo audiovisual ya que, gracias al uso del dispositivo, se pueden sentir hasta las texturas, dejando de lado la definición y nitidez que las películas actuales siempre ofrecen. Corsario es una carta de amor a Pasolini. Austera, repetitiva, a veces erótica y otras caprichosa. El resultado de un realizador que sigue experimentando en y con su cine.
La nueva película de Jimena Monteoliva (Clementina) que llega a las pantallas de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play es un cuento de terror oscuro sobre niñas que desaparecen. Matar al dragón comienza con una secuencia animada que cuenta la leyenda alrededor de una mujer, una bruja conocida como la Hilandera. Y menciona a niñas que desaparecían del paraíso. La película inicia, realmente, con el personaje de Justina Bustos, Elena, cuando reaparece en la vida su hermano, un médico interpretado por Guillermo Pfening. Ella se escapa de un lugar oscuro y sucio donde se apoderan de niñas. La propia Elena fue raptada cuando era pequeña y ahora, ante su reaparición, su hermano Facundo no puede evitar preguntarse qué pasó y por qué volvió ahora, intuye que hay algo que ella no está diciendo. “Las chicas que se van no vuelven”, le explica. En el medio, entre esos dos lugares claramente diferenciados como el cielo y el infierno, está el bosque. “Siempre corres peligro en el bosque, donde no hay gente”, escribió Angela Carter, una escritora que supo explorar de manera oscura los cuentos de hadas en Compañía de lobos. En Matar al dragón hay seres como princesas, piratas y brujas, aunque alejados de las representaciones infantiles. Y además están estos dos mundos opuestos: un lugar es muy iluminado, de tonos claros, limpio, prolijo, ordenado; el otro es oscuro, sucio, vacío. Elena intenta reincorporarse a una vida que le resulta ajena. Su cuerpo, con manchas y heridas, desentona con la prolijidad de esa casa a cargo de su cuñada, interpretada por Cecilia Cartasegna (que había protagonizado Clementina). Pero, además de su repentina reaparición, trae la posibilidad de un virus que podría amenazar a esa familia perfecta que su hermano armó. La aparición de Tarugo, un atemorizante personaje interpretado por Luis Machín, termina de unir ambos mundos. Esta historia, que se presenta desde el póster como basada en una pesadilla de su guionista, Diego A. Fleischer, acierta a la hora de crear atmósferas inquietantes y consigue darle dimensión a una historia atractiva y fuerte, aunque algunos personajes necesitarían un mayor desarrollo. Así como Jimena Monteoliva utilizaba el género fantástico para hablar de violencia de género conyugal en su ópera prima Clementina, acá lo utiliza para hablar sobre el tráfico de niñas. Pero lo hace alejándose de un tono realista, optando por algo más artificial. Hay un esfuerzo notable en la dirección de arte y la capacidad de crear estos mundos que propone. Monteoliva dirige una película de género que se caracteriza por una lograda producción y, al mismo tiempo, consigue ser llamativa desde su trama y los subtextos que incorpora. Una apuesta ambiciosa y lograda que pone en foco un tema social a través de una historia de fantasía, aunque no termina de explotar la potencialidad de sus personajes, en especial el de la Hilandera.
Dirigida por Daniel Alvaredo y Mónica Roza, Sentadas en el umbral llega a las pantallas de Cine.Ar Play y TV como una comedia en torno a un millonario caso de divorcio que esconde varias mentiras. En el prólogo de Sentadas en el umbral, dirigida a cuatro manos por Daniel Alvaredo y Mónica Roza, el personaje que interpreta Fabián Arenillas es testigo de una situación fuerte y comprometedora, pero lo es desde este lado de una puerta cerrada. El film luego nos introduce a las verdaderas protagonistas: Teresa y Valeria, dos amigas y socias que llevan adelante una firma de abogadas. No les va mal, pero siempre les podría ir mejor. Con la relación entre ellas parece pasar un poco lo mismo: se llevan muy bien, son muy confidentes, pero esa noche que una la espera a la otra con una rica picada, acompañada de un buen vino regalo de un cliente satisfecho, es plantada por su amiga para estar con un hombre, un antiguo amante al que ella no aprueba. Allí entra Fabio Aste, como un abogado ambicioso al que le llega la posibilidad de arreglar algunas cosas con el personaje de Arenillas, dándole una mano con su millonario divorcio. Al principio es quien mueve los hilos: persuade a la abogada para tomar un caso que podría dejarle mucho dinero de una manera fácil. Al mismo tiempo, su socia es seducida a través de mentiras por otro hombre que forma parte de esta trampa que, hasta el final, no se entiende bien cuál es la finalidad exacta. Sentadas en el umbral comienza con mujeres en un mundo dominado por hombres, siendo manipuladas por ellos que las usan, sin escrúpulos, sólo para conseguir sus cometidos. Pero ellas no tardan en darse cuenta de que este caso es muy bueno y que, de repente, sale todo muy bien. Para qué y por qué fueron ellas elegidas son preguntas que surgen, y luego cómo hacer para que no se salgan con la suya. Así, a lo largo de poco más de una hora, se desarrolla una trama de secretos que se van esclareciendo hacia el final, con una resolución apresurada y demasiado simple para lo que proponía su argumento. De todos modos, más allá de lo enrevesado y oscuro de la historia, el film opta por un tono liviano de comedia que le juega a favor. El guion de Javier Martínez Foffani presenta situaciones interesantes, aunque no a todos los personajes consigue brindarles la misma dimensión. En cuanto a lo estético, como sucede también con lo narrativo, presenta un pulido estilo televisivo, con fotografía a cargo de Jorge Piwowarski Roza. Sentadas en el umbral cuenta una historia que consigue mantenerse intrigante hasta el final y, sobre todo, presenta a dos mujeres a las que ningún caso les queda grande y que no dejarán que las usen a su antojo. Una historia de venganza entretenida y ligera.
Escrita, dirigida y producida por Juan Villegas, Los trabajos y los días es un documental sobre el trabajo que se hace en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. Se estrena a través de Puentes de Cine. El CETC es el Centro de Experimentación del Teatro Colón, creado por Sergio Renán bajo su administración y cuyo primer director fue Gerardo Gandini. En el subsuelo del mítico teatro se trabaja para promover la música contemporánea. En este documental, realizado por Juan Villegas, lo que hace su director es mostrar el detrás de escena, ya sea desde la gente que mueve equipos hasta los encargados de la parte administrativa que deben asegurarse de los instrumentos o conseguir reposeras o almohadones para el público. Gente que le pone el cuerpo, el tiempo y las ganas para lograr una puesta musical que conmueva y cautive a sus oyentes. Y el documental lo hace desde un costado observacional, espiando, a veces desde algún rincón, cómo se mueve esta gente. Todo esto mientras se llevan a cabo los preparativos para el concierto In nomine lucis. A través de algunos testimonios en voz en off, puestos de una manera que a veces es difícil identificar quién está hablando (están Beatriz Sarlo y Federico Monjeau), pero sólo durante unos pocos momentos y, sobre todo, mucha imagen del día a día, es que se construye Los trabajos y los días. Al menos hasta casi la mitad de la película, ya que después se enfoca en la puesta en sí, y nos hace sentir inmersos, ya sea a través de la imagen del público que, sentado sobre almohadones, disfruta de la música, o a través de la imagen de los mismos músicos y su director de orquesta. Esta última parte del film demuestra lo que el esfuerzo colectivo logra, al mismo tiempo que les permite incluso a sus propios laburantes relajar y disfrutar del espectáculo. “En este teatro hay que controlar la ansiedad”, se dice en algún momento. El proyecto resultó la propuesta ganadora del concurso 25 años de creación en la categoría Historia del CETC y, sin dudas, su realizador logra el homenaje. Villegas consigue retratar tanto el trabajo físico como lo más burocrático, con todos sus contratiempos y hasta detalles, a simple vista, insignificantes como el tono exacto de las gelatinas que iluminarán parte del escenario, simplemente observando la cotidianeidad de este espacio de trabajo, que consigue ser íntimo sin necesidad de inmiscuirse demasiado. Y también se permite, junto a todos los demás, dejarse llevar por la música. El documental, además, abre y cierra con fragmentos de Esas cuatro notas de Rafael Filippelli, donde se lo puede a ver a Gandini. Los trabajos y los días es un documental bastante breve que muestra la cotidianeidad de este singular lugar de trabajo, a la vez que expone la necesidad de que existan estos espacios culturales. Villegas pone el foco en el trabajo y consigue homenajear, al mismo tiempo que demostrar lo que los esfuerzos colectivos pueden lograr.
Dirigido por Francisco D’Eufemia (Fuga de la Patagonia) y escrito junto a Fernando Krapp, se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play un thriller protagonizado por Rodrigo de la Serna que sucede en el Parque Pereyra Iraola. Dos semanas después de caer preso, Pablo Silva es enviado al Parque Pereyra Iraola para trabajar como guardaparques y así empezar a rehacer su vida. Se encuentra con un lugar que parece olvidado y demasiado tranquilo, incluso la gente que trabaja ahí se presenta de una manera fría y distante, aunque luego consiga acercarse un poco más a Camila, una mujer de carácter fuerte pero a quien toma como confidente. La curiosidad, o algo más, lo lleva a moverse por fuera de los límites y, de a poco, se abre ante él una realidad oculta, tapada. Un zorro atrapado en una jaula, un animal que decide llevarse para cuidar, al mismo tiempo que se va introduciendo en algo que sin dudas parece peligroso. Un zorro no es un animal que se pueda domesticar y, sin embargo, ante él siente una conexión especial, no puede dejarlo. Es un animal astuto que sabe adaptarse. Y, a la larga, es él el que lo dirige hasta el final. Al acecho abre entonces el tema de la caza furtiva. Silva entiende que si está sucediendo frente a sus ojos es porque algún cómplice hay, alguien está permitiendo que el negocio se mueva. La película está contada a través de los ojos de su protagonista, un personaje parco que habla sólo lo justo y necesario. Esto hace que lo vayamos conociendo a él, y a ese pasado que parece fuerte y oscuro, en pequeñas partes. Se percibe siempre algo ambiguo, en tonos de grises y con algunas contradicciones. “Quiero limpiar mi nombre. Quiero hacer las cosas bien” dice Silva, pero actúa a veces de manera tan sospechosa como todo lo que se mueve a su alrededor. En este sentido, De la Serna consigue construir a su personaje a través de sus acciones, sembrándonos a veces más preguntas que respuestas. Y después está el contexto: un terreno que supo pertenecer a los más ricos del país y ahora crece en forma de ruinas, olvidado. Y con bordes definidos cuyos límites no deben cruzarse, apenas acercarse a ellos es exponerse a trampas que podrían ser letales. A la larga, Al acecho es una pequeña historia sobre un cazador cazado, sobre lo salvaje del ser humano y sobre cómo nos mueve el instinto. D’Eufemia acierta, sobre todo, a la hora de crear climas tan intrigantes como tensos, con justas dosis de suspenso y acción, con algo de western incluso. Para intensificar esa atmósfera también se apela a la banda sonora de Ariel Polenta que funciona tanto en momentos de mayor quietud como en los que se desata la acción. Al acecho es un thriller efectivo que funciona, principalmente, gracias a la construcción de su personaje principal. Un film que consigue buenos climas y que aprovecha muy bien sus locaciones naturales. Una historia pequeña que gana en intensidad a medida que avanza.
En un nuevo estreno a través de Cine.Ar TV y Cine.Ar Play, Ezequiel Tronconi codirige junto a Juan Pablo Sasiaín una película, que protagoniza junto a Mónica Antonópulos, en torno al momento en la vida de una pareja en que se piensa en tener un hijo. Bruno (Ezequiel Tronconi) y Juliana (Mónica Antonópulos) son dos treintañeros, lindos y de buen pasar, que viven juntos y llevan en pareja unos cuantos años. Ella tiene un exitoso programa gastronómico en televisión mientras que él es dueño de una vinoteca. Y entonces aparece una idea que, en principio, no se menciona de manera directa pero ambos saben que está ahí: la de tener un hijo. Quizás su vida, así, tan perfecta, se rompería en caso de dar ese paso. Como la película está narrada desde el punto de vista masculino, gira en torno a las dudas de Bruno, a su miedo de perder lo que tenía. A la larga, es la historia de un tipo en crisis a los treinta. Primero, Bruno piensa y manifiesta sus inquietudes en cuanto a cómo será la vida con un hijo, poniendo como ejemplo la imposibilidad de viajar porque, claro, las inquietudes económicas no son su problema. Sin embargo, internamente, se nota que son más las cosas que se replantea, aunque la película lo muestre de manera clara y reiterativa ante las imágenes de chicas jóvenes y lindas que lo rodean. En el auto yendo a su trabajo, a una chica linda en bicicleta se le cae la mochila y él se la alcanza; entrenando en un parque con un amigo, entablan conversación con otro par de chicas lindas; va a la casa de su padre y le está dando clases de piano a otra chica linda; incluso sentado en un café mira a su alrededor y sólo ve chicas lindas y jóvenes. Para colmo la chica que trabaja con él también lo es, y es quien pasa más tiempo cerca suyo. Con esa profundidad y diversidad es con la que está narrada esta crisis del protagonista que, a la larga, no parece saber lo que quiere. Las voces de sus amigos o de su padre, a veces demasiado francas y directas, tampoco apelan a convencerlo, al menos en primera instancia porque si hay un consejo que necesita es el de su padre, pero al mismo tiempo sabe que de no dar ese siguiente paso su pareja se rompería. Él no se cuestiona nunca el deseo de su mujer, sabe que ella quiere ser madre y que cree que este es el momento. Y ahí está entonces Juliana que, al principio, no nota su malestar hasta que las cosas se pondrán peor y quizás vaya siendo hora de replantearse todo. Un personaje que recién en su escena final termina de desarrollarse y, al menos, le agrega un poco más de dimensión a la chata historia. También hay un problema en cómo está llevado adelante este drama romántico. Aunque se le dé lugar a la piel, a la sensualidad, resulta frío y distante, demasiado prolijo, elegante y calculado. El encanto es un film que gira alrededor de un tema siempre universal y latente: el de seguir o cuestionarnos los mandatos que todavía nos inculca gran parte de la sociedad. El problema es que lo hace de una manera superficial y a través de personajes con los que es muy difícil conectarse.