Regresa otro clásico de Disney que pasa por los filtros del CGI. A veinticinco años de El rey león, Jon Favreau dirige esta historia protagonizada exclusivamente por animales, pero no consigue aquello que había logrado con su versión de El libro de la selva. La historia shakesperiana de El rey león nos conmueve todavía desde su versión animada. Aquella en la que el pequeño Simba, hijo del rey Mufasa y por lo tanto próximo a reinar, pierde todo a causa de su tío Scar, resentido y envidioso por no ser él rey. Esta nueva versión del clásico animado es la misma película y, al mismo tiempo, una película muy diferente. Aunque se calquen planos, aunque se repitan diálogos con exactitud medida, este traspaso al CGI y la evidente falta de imaginación a la hora de actualizar el clásico de Disney deriva en personajes sin carisma, sólo funcionales a una historia que ya conocemos de memoria. Con sus aciertos y desaciertos, al menos, películas como Dumbo y Aladdin, entre las más recientes de esta nueva moda, han intentado con sus nuevas versiones aggiornarse, aportar algo fresco. En cambio, acá Jon Favreau (o los productores) no parece querer salirse del homenaje, como si homenajear fuese simplemente recrear cada escena a través del calco. Tal como temíamos desde el trailer, la película no tiene más para ofrecer que eso, un traspaso de imágenes, ya conocidas y caladas en nuestra memoria, de la animación tradicional al CGI que intenta ser lo más realista posible. Entonces, no pasa de un ejercicio técnico. Porque en ese traspaso hay algo de lo que no consigue apropiarse y es el corazón de aquella versión original. Todo está tan medido, tan calculado, que ni siquiera personajes carismáticos y distintos como el villano Scar (a quien la voz de Jeremy Irons también supo dotarle de mucha presencia y que acá interpreta Chiwetel Ejiofor) o el jabalí Pumba consiguen resaltarse. En cuanto a la música, otro componente importante del film, Pharrel Williams y Favreau sí se permiten jugar un poco, sólo lo justo y necesario, pero no consiguen más que hacer lucir a Beyonce (Nala) en algún momento. El resto de los cambios son ínfimos. ¿Cuánto mérito puede tener una película que narra una buena historia y crea unos bellos planos, si todo eso ya lo hizo otra persona antes? Y eso sólo sin contar que a este intento por narrarnos la misma historia a través de imágenes realistas le termina jugando en contra ese principal componente nuevo. Porque así como algunas escenas entre muchos animales parecen salidas de un documental, hay otras de gran componente dramático (aquellas que tienen que ver con el ascenso al poder de Scar) que visualmente quedan deslucidas. Acá no hay magia, y ése es el componente principal que nos enamoró de Disney. El rey león es una fallida remake porque no tiene nada nuevo que ofrecer más que los avances tecnológicos y, al mismo tiempo, fracasa en conseguir emocionar y divertirnos como sí lo supo hacer con mucho éxito su versión original.
Escrita y dirigida por Jia Zhang Ke ("Lejos de ella"), “Esa mujer” sigue a Qiao desde el 2001, una joven enamorada de un hombre que lidera un grupo mafioso. “Para gente como nosotros es matar o morir”, le dice él cuando le quiere enseñar a usar y que se acostumbre a portar un arma. Pero cuando él es atacado violentamente por una pandilla, ella se baja a defenderlo con ese arma… y termina encerrada en prisión. Qiao pasa cinco años encerrada y al salir cree que él va a estar ahí, esperándola. El hombre al que le salvó la vida. Sin embargo él se escapa de ella y pronto se entera que está en pareja con otra mujer. Qiao deambula reencontrándose con lo y los que se quedaron ahí afuera mientras ella cumplía su condena y con el tiempo logra volver a insertarse en el mundo de la mafia. Las ideas y vueltas los terminan juntando una y otra vez. Pero también está allí el contexto social de la China en la que viven, en una época de cambios constantes. “¿Sabías que en China la palabra crisis también significa oportunidad?”, le contaba Lisa a su padre Homero Simpson. Qiao demuestra ser una mujer capaz de adaptarse, aunque cada uno de esos cambios duela y su país de a poco se vaya tornando irreconocible. Jia Zhang Ke narra su película siguiendo a este personaje, pintando un poco el universo en el que se mueve, y retratándolo con mucho cariño y belleza. La música también cumple su función narrativa y al mismo tiempo termina de acentuar climas melancólicos como la canción de amor que se repite en dos emocionantes escenas que tanto conmueven a Qiao. Porque si bien la primera parte del relato está cargada de violencia, luego de su salida el mundo no será mucho menos hostil pero el registro es más acorde al drama que al policial. Y ahí la vemos a Qiao haciendo uso de su conocimiento e ingenio para sobrevivir a través de pequeñas estafas callejeras. La interpretación de la actriz fetiche del director, Zhao Tao, como Qiao es hermosa. Por momentos acarreando una trama llena de amargura con el toque necesario de dulzura para que todo resulte menos horrible. El realizador se toma su tiempo para ir construyendo su trama a partir de los detalles (como manos que se toman o largas miradas en silencio que dicen mucho más de lo que podrían decir las palabras) y en ese caso quizás la duración de un poco más de dos horas puede sentirse cerca del final. “Los tiempos están cambiando”, canta Bob Dylan y de esa misma melancolía está impregnada esta bella película que conmueve desde el lado más puro de su protagonista, simplemente una mujer que no tiene otra opción que mirar hacia adelante.
Dirigida y escrita por el dueto compuesto por Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán, “La fiera y la fiesta” es una co-producción que pretende homenajear al director de culto dominicano Jean-Louis Jorge, con un sublime protagónico de Geraldine Chaplin. Vera lleva una consolidada vida de actriz pero también fantasmas que la acarrean. Y antes de irse de este mundo, quiere terminar un proyecto inconcluso de un viejo amigo fallecido. Así que a su edad decide ponerse además detrás de cámara para dirigir una película de vampiros y erotismo, y para eso viaja a República Dominicana y sus paisajes paradisíacos. En esta película dentro de película, Vera estará también entre la ficción y la realidad, la realidad y los sueños... “La fiera y la fiesta” es una película de climas oníricos y extrañados, siempre melancólicos y a veces absurdos. Y en ese elenco multicultural que habla diferentes idiomas uno de los actores que acompañan a Chaplin es Udo Kier. Ambos interpretan a dos vampiros que quieren consumir a jóvenes bailarines. Pero llevar adelante la película no es fácil. Las ambiciones son grandes y el lugar se torna un impredecible enemigo. En medio de este viaje caótico que es el rodaje, también Vera se reencuentra con viejos amigos de su amado director y se rescatan imágenes de sus películas y anécdotas. Al mismo tiempo se conecta con su propia historia, con su propio pasado. La interpretación de Geraldine Chaplin, sensual y delicada pero también de una fortaleza propia de la punk que fue, es de lo mejor que tiene una película interesante y atractiva pero que a veces en el regodeo de ese universo extrañado pierde un poco el eje. Por suerte no es necesario saber quién fue el director homenajeado para disfrutarla y sin dudas logra que nos interesemos por conocerlo. Otro detalle atractivo es la participación del director Luis Ospina como el productor del film que ruedan. Intrigante y cautivante por momentos, un poco irritante durante otros, y siempre extraña, “La fiera y la fiesta” deriva en una curiosa y fascinante reivindicación al cine de los osados, los raros, los que experimentan. Una rareza valiosa aunque no del todo sólida.
Escrita y dirigida por Celia Rico Clavellino, Viaje al cuarto de una madre es un drama intimista protagonizado por Lola Dueñas y Anna Castillo como madre e hija. La ópera prima de Celia Rico Clavellino se sucede, casi en su totalidad, dentro de la casa donde viven madre e hija. Aunque hay un tercer huésped que es el padre ausente, fallecido no sabemos hace cuánto, no sabemos cómo, pero cuya presencia se intensifica cada vez que suena su celular y piden hablar con el titular que ya no va a estar disponible. Leonor es una muchacha joven que espera más de la vida que lo que ese lugar tiene para ofrecerle. Su madre, Estrella, es más conformista, se siente cómoda con sus rutinas y no entiende esa necesidad de salirse de un camino ya vislumbrado. La primera parte de la película sigue más que nada a esa joven, en un trabajo que supo hacer su madre y a ella no le sale bien porque ni siquiera le interesa. En su necesidad de salir del cascarón, busca y encuentra una oportunidad para irse a Londres a cuidar unos niños y vivir en ese hogar familiar y así aprender a hablar inglés. Cuando vuela, nosotros nos quedamos con Estrella, con esa madre que se queda sola e intenta seguir la rutina, entre comidas y series. En esos momentos, Leonor aparecerá sólo a través de un mensaje por whatsapp o de una llamada telefónica. Clavellino apuesta a un registro intimista y su relato en un principio se percibe un poco frío. Pero cuando Estrella (una enorme Lola Dueñas) se queda sola, permite que el humor surja en momentos inesperados, siempre de una manera sutil y sin que éste se coma la película. Como aquella escena en que se las arregla para renovar la línea celular de su marido fallecido, incapaz de darla de baja como si aquello fuese el entierro final. De ese tono agridulce, cálido y amargo al mismo tiempo, está impregnada esta película. La trama se va construyendo a sus tiempos, a través de detalles: como el modo en que se sientan a ver la serie, o la mesa y el sillón viejos donde se sucede gran parte de la vida en la casa. Eso permite que vayamos conociendo a sus protagonistas a través de la relación entre ellas en medio de esas cuatro paredes. Y en especial a través de lo que no se dicen, de lo que no hablan. Esa ausencia que, en algún momento, tendrá que crecer y ellas asimilarla para poder continuar. La fotografía es de Santiago Racaj, el mismo de Verano 1993, y más allá de que aquí casi toda la película sucede en interiores, logra plasmar esa misma sensación de naturalidad, aunque esté todo narrado a través de la rutina y la monotonía. Eso que se supone que no dice nada termina delineando a los personajes y la pequeña historia de superación, vivida desde dos generaciones distintas. Esto también es mérito del experimentado montajista Fernando Franco. Viaje al cuarto de una madre es una película minimalista y honesta, que al mismo tiempo logra conmover sin artificios ni golpes bajos. Una buena ópera prima además, llevada adelante por dos grandes actuaciones femeninas que se entregan al naturalismo de la película.
Una historia de amor como cualquier otra pero contada de una manera original, fragmentada y con dos perspectivas distintas. Eso es lo que propone Valerio Mieli en su segunda película como guionista y director. Dos personajes, un hombre y una mujer, que se conocen y se enamoran. Pero ambos son muy diferentes: ella es optimista y encuentra felicidad en cada momento, él es pesimista y ve todo oscuro. Así logran complementarse y armar una historia de amor que construyen a través de los recuerdos, los recuerdos que cada uno tiene. Recuerdos que pueden ser diferentes y que están impregnados del tiempo que pasó, de lo que uno vivió después y del estado emocional en que uno se encuentra en el momento de recordar. Entonces no hay una sola verdad (ni una sola historia). El film está narrado por muchas escenas que parecen casi videocliperas, con escenas fragmentadas y tiempos que se intercalan. La música está además muy presente en todo momento para acentuar esos tonos que van de lo enigmático a lo más romántico. Los podremos ver ilusionados, enamorados, tristes, peleados, reconciliados, separados. Todo lo que puede pasar entre dos personas que apuestan a una relación que, como todas, nunca sabemos si puede funcionar o cómo lograrlo. En el medio se reflexiona mucho sobre la importancia y corporeidad del recuerdo. Con momentos hermosos como aquel en el que el protagonista huele perfumes y cada uno lo va transportando a una situación o personaje distinto. O el momento en que también él regresa a un lugar donde de adolescente vivió algo con una joven con la que al reencontrarse se enfrenta a que los recuerdos de ella sobre esa época juntos son muy distintos, mucho menos relevantes. Los protagonistas Luca Marinelli y Linda Caridi logran cada uno interpretar con mucha solidez a sus personajes. Mieli narra su historia con un tono siempre melancólico, con pocos momentos de humor o frescura. Casi como si uno pudiera anticiparse al final. Sin embargo, la resolución desentona con todo lo propuesto anteriormente. Otro problema del film es que en sus menos de dos horas de duración no tarda en tornarse repetitivo. Esas idas y vueltas y juegos con el tiempo y la memoria que en un principio resultan atractivos pueden rozar el tedio en esta especie de collage hecho de recuerdos. Historias de amor hay muchas y sin embargo todas se les parecen. Valerio Mieli entendió que lo que importaba no era qué iba a contar, sino el cómo. Y “Ricordi?” podrá rememorar a otras películas que también han tratado de contar una historia de amor de un modo más realista y menos idealista y al mismo tiempo consigue un estilo propio. Porque al fin y al cabo la historia de amor es la excusa que utiliza para desmenuzar la idea de recuerdo, de cómo cada uno construye su memoria y, a la larga, su propia historia.
Dirigida nuevamente por Chris Renaud, “La vida secreta de tus mascotas 2” encuentra a su protagonista Max (ya sin la voz de Louis C.K., por supuesto, siendo reemplazado por Patton Oswalt) varios años después de donde terminó la primera. Ahora no son sólo él y Duke viviendo con su dueña, sino que ella se enamoró y tuvieron un hijo. Por lo que Max, que supuestamente odiaba a los niños, vive cuidando de que no le pase nada, como si toda aquella aventura en la ciudad de Nueva York que sucedió en la primera película lo hubiese llenado de miedo. Como está nervioso y se rasca compulsivamente, le colocan una lámpara en la cabeza para que no pueda hacerlo más. Sin embargo, la verdadera aventura para él sucederá en la granja, a donde la familia se escapa unos días. Allí se encuentra con un estilo de vida alejado al de mascota de ciudad y además conoce al enigmático Rooster (en inglés la voz de Harrison Ford le aporta muchísimo). Este personaje al que primero envidiará luego se convertirá en una especie de maestro. Por otro lado, en la ciudad las cosas no estarán tranquilas. El conejito que en la primera entrega se mostraba de apariencia adorable pero escondía una personalidad desquiciada que se magnificaba con sus ganas de vengarse y hacer el mal ahora quedó convertido en una dócil mascota con ansias de convertirse en superhéroe. Por eso cuando le proponen salvar a un tigre albino preso de un malvado dueño de un circo, acepta encaminarse en la difícil misión. Porque sí, porque lo sugiere un personaje que antes ni había aparecido. Y por un tercer lado, Snowball, la eterna enamorada de Max, queda a cargo de su juguete más preciado mientras él se va de viaje, una pelota con apariencia de abeja, que pronto pierde y termina en las garras de decenas de gatos. Para recuperarlo aprenderá a ser uno de ellos y mimetizarse. “La vida secreta de tus mascotas 2” sigue estas tres líneas paralelas que se juntarán de manera forzada en el final. Una secuela que además de innecesaria no tiene nada más para proponer. Si bien la primera entrega resultaba simpática con su premisa de qué hacen las mascotas cuando se quedan solas, acá ésta ya se encuentra agotada. Quizás por separado estás tres historias podrían haber funcionado, pero en conjunto no se termina de entender qué pretenden contar. En el afán de ser ambicioso y apostar a tres líneas narrativos se termina perdiendo el eje. Por ejemplo, si bien se supone que Max es el protagonista, poco y nada hace él para que la historia avance. Aunque la primera entrega tampoco tenía mucho que ofrecer más que un retrato simpático de cómo son las mascotas (y sobre cómo podrían comportarse cuando las dejamos solas), “La vida secreta de tus mascotas 2” ya pierde parte de esa gracia, con chistes que se repiten o se refuerzan. Hay algún que otro momento divertido que hará reír o sonreír especialmente a quienes tengan o hayan tenido mascotas, pero poco más.
Dirigida y escrita por Claire Burger (codirectora de Party girl), El verdadero amor es una historia sobre las oportunidades que derivan de una crisis. Mario acaba de separarse de su mujer y vive con sus dos hijas adolescentes. Pero si bien ella le dejó bien en claro que la separación es definitiva, él no puede soltarla y cada tanto se aparece en su trabajo o la busca con cualquier excusa. Probablemente sea por eso que llegó a un grupo de teatro que trabaja de un modo diferente. La idea es que actúen de ellos mismos, que saquen afuera su verdadero ser, no meterse en la piel de otro, meterse en la de uno. Sólo que quien se encarga de la iluminación para esa obra es ni más ni menos que su ahora ex mujer. En su casa la relación con sus hijas es buena, o lo mejor que puede ser con dos jóvenes que transitan una época de muchos cambios, no sólo los de su familia, sino los internos. Ellos se quieren e intentan acompañarse pero a veces surgen choques que hacen dudar, a él de ser capaz de cuidarlas solo, a ellas de querer quedarse con él en lugar de irse con la madre que por ahora no tiene dónde alojarlas pero de a poco va rehaciendo su vida. Frida, de 14 años, en pleno despertar sexual, lo culpa de que su madre se haya marchado. Niki, de 17, lo apoya, pero al mismo tiempo sólo sueña con marcharse de casa. Mientras tanto él espera que un día su mujer regrese. En su primera película que dirige en solitario, Claire Burger retrata de manera intimista este momento bisagra para la familia, con un mayor enfoque en el punto de vista del personaje masculino. Un hombre estructurado que trabaja como funcionario público, al que le llevará mucho esfuerzo aceptar que la pareja ya no es pareja y no volverá a serlo. Por suerte tiene ese grupo de teatro donde, de a poco, se va soltando y expresando. Es así que lo que comenzó como una excusa más para estar cerca de su ex mujer de repente demuestra que tiene mucho más para ofrecer, siempre y cuando uno sepa aprovecharlo. De manera sensible, con momentos dramáticos pero también algunos con ternura, Burger narra una historia universal y realista que le permite desarrollar diferentes temáticas. Porque además de preocuparse mucho por lo que le pasa a este hombre que de repente se queda solo, están ahí también sus hijas adolescentes que tienen otras preocupaciones además de la separación de sus padres. Y la directora bucea por diferentes mares sin perder el rumbo y sin desviarse del objetivo central: el amor, que no es aquel que surge con una nueva pareja o ilusión amorosa.
Luciana Foglio y Luján Montes dirigen esta película experimental que intenta captar los sonidos de las cosas que habitan la ciudad. Dos realizadoras argentinas siguen explorando y experimentando con la música a través del cine. En este caso, juegan con los ruidos. Con la ciudad como fuente principal de sonido. Durante la hora que dura esta película, las directoras exploran la música a través de materiales y objetos que no se suelen usar para crear música, sino que hacen simplemente “ruido”. Así, sillas que bailan, paredes que son golpeadas con elementos pesados, un órgano con globos. Diferentes experimentos que provocan diferentes sonidos. No obstante no sólo el sonido es protagonista, ya que la imagen juega un papel importante. Cada plano está construido con especial cuidado. Desde los fijos que suelen ser más generales, hasta planos detalles, planos muy cerrados, que generan una intriga mayor al no ser explícitos a primera vista. Como toda película experimental apunta a un público más bien específico o interesado en el tema. Sirve como una especie de galería o collage de experimentos sonoros, bonita en su envoltorio, pero algo carente de alma. Es una experiencia que puede resultar extrema en esta intensa búsqueda de sonido que deriva en un ejercicio audiovisual, sin diálogos y sin un eje narrativo aparente.
El documental sobre la cantante conocida como M.I.A. no es un típico rockumental sino que explora su persona desde cada una de sus facetas, prevaleciendo aquella que tiene que ver con sus raíces en Sri Lanka. Con mayor parte de filmaciones caseras, la película dirigida por Steve Loveridge es un collage, por momentos algo caótico, sobre una mujer llena de aristas y contradicciones, por lo tanto, imposible de pasar desapercibida. Conocida popularmente como M.I.A., Mathangi “Maya” Arulpragasam deja su país a los nueve años para irse a Londres. Su padre, uno de los fundadores de una organización revolucionaria en Sri Lanka que más tarde se conocería como los Tigres Tamil, volverá varios años después a vivir con ellos. A Maya se la ve siempre como una joven inquieta, y en esa búsqueda por expresarse llega a la música. El documental entonces muestra la ascendente carrera que la convertiría pronto en M.I.A., desde su participación con la banda Elastica, pasando por Kala, siendo elegido el mejor álbum del año por la revista Rolling Stone, hasta la polémica performance en el show de medio tiempo del Super Bowl junto a Madonna (uno de los mejores momentos del film es eso que pasa después de, quizás sin pensar, enfundada en su actitud de niña rebelde, le muestra el dedo del medio al público norteamericano que se siente especialmente atacado). Pero también muestra a Maya volviendo a su lugar de origen y levantando la voz ante lo que pasa en un lugar que nadie parece tener en foco. Su forma de decir las cosas le da fama de rebelde pero también la convierten en el centro de muchas críticas, siendo incluso censurada y acusada de terrorista. M.I.A., sin embargo, nunca cede a la presión por convertirse en una cantante pop como tantas otras, como le aconseja algún conductor de noticias: “que se dedique a lo que sabe”. Steve Loveridge intercala todas estas capas y construye un documental que pone en el centro a la mujer que puede ser artista, activista, madre y todo lo que quiera al mismo tiempo. Que puede quejarse del genocidio en Sri Lanka y también disfrutar de los lujos que se ha ganado con su carrera musical.
La ópera prima de la directora y guionista Elizabeth Chomko es un sensible drama familiar protagonizado por Hilary Swank, Michael Shannon, Robert Forster, Blythe Danner y Taissa Farmiga. La película comienza con la familia viéndose reunida después de mucho tiempo a causa de la desaparición de la madre en medio de la noche que, desvariando, se fue de la casa. Aunque pronto la encuentran, ellos se ven teniendo que decidir qué van a hacer con ella, que no puede estar sola. A partir de ese reencuentro entre hermanos, padres e hijos, incluso abuelos y nieta, es que se van desplegando otras aristas que dejan en evidencia a un grupo de adultos que llevan sus vidas como pueden. Uno es dueño de un bar que atiende él mismo y solo, y acaba de separarse; otra se siente cada vez más alejada de su marido y de su hija y en este regreso a la casa de su padre se le cruza además alguien del pasado que también viene a removerle un poquito los estantes; y la más joven se encuentra perdiendo tiempo y el dinero de su padre en una universidad donde no planea quedarse. Y después, claro, está el hombre que se niega a dejar a su mujer en un asilo para ancianos, un lugar que conoce porque fue el trabajo al que ella le dedicó toda su vida. Aunque “Lo que fuimos” sea una película bastante predecible y esté cargada de muchos lugares comunes, el trabajo de su directora desde la sutileza y la sensibilidad sumado a las interpretaciones de su notable elenco la hacen muy disfrutable. Es un film con el que resulta fácil conectarse porque trata temas universales que tarde o temprano siempre nos toca transitar, de un modo u otro. Chomko va narrando su historia a través de un tono alejado al esperado culebrón y los personajes van mostrando sus conflictos personales a su tiempo. Se intuyen sus problemas matrimoniales o la inconformidad de la joven con la universidad, pero cada una de estas inquietudes son expuestas y desarrolladas a su tiempo. Al final, quizás, el tercer acto se siente un poco apresurado con alguna de sus resoluciones y decisiones del guion. Blythe Danner consigue resaltarse entre el elenco con su interpretación delicada de esta mujer que a veces se pierde en el pasado pero que también en cualquier momento lo perderá. Que se siente una jovencita hasta que se mira al espejo o al hombre que duerme al lado en su cama. A la larga nos encontramos ante un drama familiar sobrio, que no necesita forzar emociones ni dramas porque la vida ya tiene por sí misma los elementos necesario para generarlos. Cuidada y bien realizada, “Los que fuimos” intenta retratar los momentos más oscuros de nuestras vidas con una cálida luz de optimismo. Porque al fin y al cabo, lo más importante es haber vivido y amado.