Todos sabemos que Annabelle surgió gracias a la saga de "El Conjuro", que tiene como protagonistas a Ed y Lorraine Warren, la pareja de demonólogos. Este spin off que ya va por su tercera película, la que nos llega ahora a cartelera, de todos modos se había encargado siempre de contar sus orígenes. Con una primera entrega bastante mediocre y su superior sucesora que funcionó como precuela de aquella, en la línea de tiempo de este universo creado por James Wan, esta nueva “Anabelle 3: Viene a casa” sería una especie de “El Conjuro” 1.25. Dirigida esta vez por Gary Dauberman (guionista de las entregas anteriores pero también de otras películas de terror, algunas de este universo como la fallida “La monja”, sin embargo también fue quien terminó de darle forma al guión de la primera parte de “It” que dirigió Andy Muschetti, después de haber pasado por distintas manos y desacuerdos), “Annabelle 3” comienza con la pareja interpretada por Vera Farmiga y Patrick Wilson obteniendo esta peligrosa muñeca. Peligrosa porque no es una simple muñeca poseída por un espíritu maligno, sino que es un conductor, un elemento que puede atraer a muchas entidades malignas al mismo tiempo. Pero Ed y Lorraine se han asegurado más que una carrera, conocen sus dones y sus capacidades para contener ese mal que en manos de desconocidos podría desatar peligros impensados. Así que se la llevan a su famoso cuartito lleno de objetos recopilados a través de su larga carrera combatiendo demonios. No obstante no estamos ante una más de la saga de “El Conjuro”. Más allá de esa introducción protagonizada por el matrimonio, los protagonistas reales de la película serán la hija pequeña, una niña solitaria que no tiene amigos a causa de la fama de sus padres, y dos chicas adolescentes: la niñera y su amiga. Porque todo sucede durante un viaje corto de esos que la pareja hacía en su trabajo. “Annabelle 3: viene a casa” logra diferenciarse en esa búsqueda por entregar algo que funcione pero que al mismo tiempo consiga resaltar, llamar la atención. Algunas de estas películas lo han logrado y otras tantas, no. En este caso, Dauberman apuesta a un tono por momentos más ligero, con pequeñas escenas simpáticas o divertidas. El trío de protagonistas tiene entonces a esta niña de quien se burlan en la escuela y de quien se acerca un cumpleaños al que teme que no concurra nadie. La adolescente que es niñera pero también amiga y se caracteriza por hacer las cosas bien, portarse siempre como corresponda y tiene un vecino que la corteja de manera tímida y torpe como tantos adolescentes. Y su amiga desenfadada y rebelde que además carga con una historia trágica donde la muerte fue la gran protagonista. Como podemos suponer es este personaje el que desatará el gran conflicto de la película cuando, entre curiosidad y desparpajo, acceda al cuarto encerrado y toque todos esos objetos peligrosos. Dauberman (que también escribe el guión) aprovecha esa parte de la trama para introducir incontable cantidad de guiños y, quién sabe, situar posibles futuros spin offs. A la larga, ese cuartito lleno de objetos está también lleno de historias. Aunque una leyenda tras el prólogo se encarga de recalcarnos que de todos ellos, el más peligroso es la muñeca de apariencia inocente. Una muñeca que no necesitará moverse –no ante nuestros ojos- ni emitir ningún tipo de sonido para que genere incomodidad su sola presencia. En cuanto a la trama, ésta tiene mucho de película de terror adolescente. Son personajes forzados a crecer a través de circunstancias impensadas. Con respecto al terror, éste se sucede de un modo bastante predecible, con alguna escena más efectiva que otra pero sin mucha novedad. Las actuaciones son buenas, resaltándose además de los consagrados Farmiga y Wilson, la niña Mckenna Grace, que sigue consolidándose como algo más que una promesa. A nivel técnico, Dauberman, aunque ésta sea su ópera prima, se muestra como un conocedor del género y se desenvuelve bien generando climas terroríficos a través de una fotografía que se apoya más que nada en escenarios oscuros. Y lo hace con una estética claramente influenciada en las películas de terror de los 70s y 80s. “Annabelle 3: viene a casa” es una de las entregas cumplidoras del cada vez más vasto universo que surgió a partir de “El conjuro”, más allá de que no traiga muchas novedades a la mesa y cuyo tono ligero le resta un poco de potencia al terror que tan bien funcionó en la saga original. Al mismo tiempo es un homenaje al personaje de Lorraine Warren, fallecida recientemente y a quien además está dedicada la película, porque aunque no tenga muchos minutos en pantalla son suficientes para retratarla con amor y energía. Podríamos decir que esta ópera prima está de hecho realizada con amor y respeto.
La ópera prima de Anthony Maras está basada en un impactante caso real de terrorismo que tuvo como centro de ataque el lujoso hotel Taj Mahal Palace. Escrita junto a John Collee (guionista de "Capitán de mar y guerra"), el film narra cómo los empleados del hotel se quedaron a ayudar a los huéspedes que quedaron vivos ante los primeros tiroteos en lugar de salir y salvarse como bien podrían haber hecho gracias a la salida de servicio. “Hotel Mumbai” comienza presentando a varios de los personajes que se moverán durante la historia dentro de un contexto cotidiano, de rutina. Alguno está de vacaciones, alguno está trabajando, alguno está junto a su familia. El hotel se prepara con mucho hincapié para la importante visita que tendrán pero no muy lejos de allí comienzan unos ataques. Finalmente, los terroristas (musulmanes guiados por una voz en el teléfono que les promete la gloria de Alá) logran infiltrarse en el hotel y no tardan en comenzar los tiroteos. Pero también buscan rehenes. Una de las cosas en las que se hace mucho énfasis todo el tiempo es en el carácter humano de los protagonistas, pero sobre todo en la parte servicial. Al comienzo, preparándose para una importante cena, a los empleados del hotel se les recuerda: “el cliente es Dios”. Luego lo recordarán a tal punto de quedarse y arriesgar sus vidas para ayudar a estas otras personas. En el medio van pasando diferentes personajes e historias, algunos mejor desarrollados que otros. Un arquitecto blanco (Armie Hammer) junto a su mujer india (Nazanin Boniadi) y su hijo recién nacido que queda al cuidado de una niñera (Tilda Cobham-Hervey) en el mismo momento en el que empiezan los ataques. Un poderoso señor ruso (Jason Isaacs, quizás el más desaprovechado del elenco) de quien no sabremos mucho hasta el final pero se presenta como un hombre frío y desalmado que elige con qué mujeres va a pasar la noche como si fuesen el menú de su comida. El joven indio (Dev Patel) que después de dejar a su mujer e hijo en casa asiste a un trabajo que necesita pero casi lo pierde por haber perdido sus zapatos. Finalmente se queda gracias a su jefe (Anupam Kher) que al prestarle unos zapatos que no le entran y permitirle quedarse muestra el primero de los indicios de su personalidad amable y generosa. Sin embargo, lo que prevalece en el film son los momentos de tensión. La dirección de Maras es efectiva, consigue los climas buscados. Pero en cuanto a la estructura del guión, la idea de querer mostrar y dar dimensión a tantos personajes al mismo tiempo resulta ambiciosa y fallida porque son pocos los que finalmente generan un interés genuino. Los momentos emotivos no consiguen destacarse tampoco. Se percibe además el respeto con el cual quieren contar esta historia que sucedió hace no tanto tiempo, en el 2008, por lo que las heridas aún están frescas. No obstante, a veces el film en su afán de mostrar lo duro que fue se torna visceral gratuitamente, casi como si necesitara mostrar cada una de las aproximadamente treinta muertes que se cobró el atentado. “Hotel Mumbai” es un film que consigue mantener la atención durante las dos horas que dura más que nada gracias a la tensión que consiguen sus escenas. Logra destacarse a la hora de querer retratar otro tipo de héroe, uno en el que cualquiera puede convertirse, pero no lo consigue de manera demasiado creíble. Y termina convirtiendo a un importante hecho en una pasatista película.
El debut del actor Ignacio Rogers como director llega a cartelera después de haber formado parte de la Competencia de Vanguardia y Género del último BAFICI. Una película de terror que sucede en los bosques de Tucumán. Un grupo de cuatro amigos (formado por una pareja y por dos que supieron serlo pero hoy mantienen una relación de amistad) llega en auto a unas cabañas cerca de una laguna para unas vacaciones tranquilas y relajantes. Son treintañeros, no adolescentes que sólo buscan emborracharse y tener sexo. Sin embargo, a partir de la primera noche se irán sucediendo cosas extrañas e inexplicables. El aire inquietante se percibe al llegar. El comienzo de la película es muy propio del cine de género -aunque es cierto no tanto del cine de género nacional-, con recursos y tópicos muchas veces vistos. Amigos que, alejados de la ciudad, serán acechados por “algo” (qué o quiénes son ese “algo”, habrá que esperar para saberlo). El escenario es Tucumán y lo local cobrará una mayor importancia a medida de que se vaya sucediendo el relato. Lo inquietante se percibe desde los primeros detalles. En la ruta hay extraños carteles con fotos de personas dadas vueltas. Al principio se ve uno y suponen que es a causa de un accidente de auto, pero pronto aparecen otros. Cuando llegan a las cabañas, las cosas no son menos raras. Fingen tomarle los datos y escuchan a la hija del dueño encerrada. Más tarde, Fernando (Ezequiel Díaz) la encuentra fumando y entablan una conversación breve pero que genera cierta complicidad, en parte gracias al carisma que en esa breve interpretación desprende Ailín Salas. Al día siguiente, habrá otra sorpresa al respecto y querrán irse del lugar encontrando sólo impedimentos. Sin adelantar mucho más de la trama, la película va situando diferentes ideas para terminar con una resolución que fuerza muchas de ellas. Una resolución que se percibe abrupta y deja gusto a poco después de una buena construcción de climas (aunque por momentos muchos son innecesariamente acentuados por la banda sonora).
Vincent Cassel se pone en la piel de François Vidocq, el famoso criminal que luego se convertiría en uno de los pioneros de la ciencia forense, bajo la dirección de Jean-François Richet. La historia de François Vidocq resulta fascinante y su figura ha servido de inspiración para escritores como Balzac, Poe y Víctor Hugo. No obstante, la biopic que dirige Jean-François Richet y escribe Eric Besnard decide adentrarse en los inicios, en aquella etapa que lo tiene como criminal, entrando y saliendo de la cárcel hasta que, ya con Napoleón Bonaparte coronado como Emperador de París, es atrapado una vez más pero logrando negociar con la policía para trabajar para ellos. El Vidocq de Cassel es un buscavidas, un hombre que se las ingenia siempre solo y por eso no acepta ningún compañero ni nada parecido. Trabajar para la policía sólo es una opción bajo la promesa de amnistía. En el medio se enamora de una prostituta y es seducido por una baronesa cercana a las autoridades. Y a la larga siempre está dependiendo de Joseph Fouché, personaje que Fabrice Luchini interpreta de manera sutil hasta cobrar cada vez mayor fuerza e importancia. Algo parecido sucede con August Diehl como Nathanael de Wenger, quien busca tenerlo como aliado y al rechazarlo se convierte en su enemigo mortal. Richet no parece interesado en la parte más jugosa de la historia de este personaje histórico y sus aportes a la criminología, sino que prefiere entregar un relato con acción, tiroteos y huidas, una película que seguramente le hubiese gustado dirigir a Guy Ritchie. De hecho la filmografía de Richet cuenta con varias películas de acción, como Herencia de sangre con Mel Gibson o la remake de la película de Asalto al Distrito 13 de John Carpenter. Estamos ante un film que resulta entretenido pero su protagonista termina siendo un héroe de acción más y no sirve para conocer mejor a este personaje, ya que se mezcla mucha ficción con tal de lograr un mayor grado de espectacularidad. El despliegue de escenarios y vestuarios de época resulta majestuoso, y el elenco -que se compone por un abanico de actores talentosos- se desenvuelve bien aunque no todos logren resaltar en medio de una trama a veces tan caótica como esas calles de París durante la Revolución Francesa.
La nueva película del prolífico Paolo Virzi ("El capital humano", "Loca alegría") está situada durante la final del Mundial de 1990, aquel que tuvo a Italia como anfitriones pero terminan derrotados ante la Argentina. La historia comienza con esta noche mágica en la que se encuentra dentro de un auto que cae al agua el cuerpo de un productor de cine. Y las pericias indican que no se murió ahogado. A partir de una imagen que el ahora fallecido tenía encima, una fotografía de esa misma noche, llegan a tres jóvenes que podrían ser sospechosos. A la hora de contar su historia ante la policía, el tiempo vuelve hacia atrás a cómo se conocieron. Son ni más ni menos que tres guionistas finalistas de un importante premio que sumerge a estos personajes muy diferentes al mundo del cine. Es interesante que se introduce en este mundillo desde la mirada del guionista, rol vital y sin embargo tantas veces invisibilizado. Así se muestra cómo grandes autores cedieron a sus libertades, o a camadas de escritores trabajando de manera robotizada en una misma historia. Virzi apuesta a la comedia pero más que humor lo que genera es un constante caos. Personajes que entran y salen, situaciones absurdas o irónicas, estereotipos y, por ahí abajo, un homenaje hacia el cine italiano que fue, y/o una crítica hacia el cine italiano que se viene. Lo que llama la atención desde el título y desde el poderoso comienzo de la película, el contexto que une tanto a los italianos como a los argentinos, no termina siendo más que anecdótico, darle un poco de color sin cobrar mayor importancia. Si bien los tres personajes principales tienen buena química, la construcción de cada uno de ellos por separado es más bien pobre, apelando a trazos gruesos y rasgos estereotipados o caricaturescos (la chica depresiva, el muchacho que sólo quiere pasarla bien entre mujeres y el intelectual y retraído). El guion, que escribe Virzi junto a Francesca Archibugi y Francesco Piccolo, tampoco logra jugar con los elementos que tiene a su alcance. Incluso hay una especie de epílogo que no consigue encontrar su lugar en el relato. Es entendible que lo que le interesa al director es mostrar lo absurdo de todo este mundo, donde las cosas más inesperadas se tornan corrientes, y la historia así se mueve de manera frenética entre cada uno de estos tres personajes. “Noches mágicas” es un film que apuesta a la melancolía y a la nostalgia, al retrato de una época pasada que siempre luce mejor. Pero lo hace de manera provocadora y caótica, consiguiendo algunos momentos divertidos y otros tanto más bien reiterativos y llenos de clichés que convierten a la película en un vano intento de homenaje.
Dirigida por Catherine Corsini y protagonizada por Virginie Efira, Un amor imposible es un drama que desentraña una relación de abuso entre una mujer humilde y confiada y un hombre egoísta que la usa a su antojo. A diferencia de lo que uno podría suponer desde el título o desde el póster, Un amor imposible no retrata una historia de amor. Pero no está mal que así se llame, porque es algo que muchas veces se ha confundido con amor. Y de hecho, el film empieza de manera tierna hasta que se va convirtiendo en el drama que efectivamente es. Un amor imposible comienza como si fuese una historia de amor. Con el protagónico de Virginie Efira, la historia relatada por su hija sigue a esta mujer desde fines de la década del ’50, cuando se encuentra siendo soltera, a una edad en la que ya se esperaba que la mujer estuviese casada, trabajando como secretaria. Cuando Rachel conoce a Philippe se enamora de manera inmediata y perdidamente. Aunque ella se ilusiona al instante, él no tarda en decirle las cosas como son: no piensa casarse, menos con alguien de su clase social. Sin embargo desde el principio, desde esa primera decepción, comienzan a vislumbrarse detalles de una relación abusiva que se irá incrementando a lo largo de los años hasta llegar a los peores niveles. La película que dirige Catherine Corsini con mucho clasicismo y sofisticación muestra a esta mujer que, enceguecida por un amor no correspondido -no al menos del modo en que se lo merece, porque el hombre desaparece durante largos trechos pero cada tanto reaparece y siempre termina en una peor actitud para con ella-, soporta y soporta todas las que le hace pasar hasta que entra en juego su hija y de a poco se le van abriendo los ojos. Basada en un libro de Christine Angot (quien coescribió Cuando brilla el sol de Claire Denis y escribió este libro inspirada en hechos cercanos), el film está, a lo largo de poco más de dos horas, dividido en tres partes, tres etapas en la vida de esta mujer pero la trama termina pareciendo más bien la de un culebrón. Ella es una mujer que se enfrenta sola a una vida que a veces le resulta muy difícil. Su hija es un personaje que también va transitando diferentes etapas y de una manera muy creíble, en especial durante su época adolescente. El problema radica más que nada en Philippe, que se termina convirtiendo en un villano unidimensional, a quien, especialmente hoy en día, es fácil verlo con malos ojos desde la primera actitud, aunque bien podría pasar por arrogante regalándole dos libros de su autor favorito, Nietzsche, pero desapareciendo después cuando ella queda embarazada. Es su personaje lo que torna el relato bastante predecible, aprendemos a esperar siempre lo peor de él. Ella, en cambio, siempre acepta las migajas que él le ofrece. Un film duro y al mismo tiempo narrado de manera delicada con muy buenas interpretaciones femeninas, en especial de Efira (una actriz que no para de crecer a nivel profesional y actualmente se encuentra en cartelera con Nadando por un sueño), Un amor imposible es un drama que desentraña una relación abusiva disfrazada del amor que la protagonista siempre cree sentir, para terminar revelando que el amor que necesita no proviene de ningún hombre y sí es posible.
Un hombre solo en medio de un vasto paisaje blanco escribe entre la nieve un enorme S.O.S. Es un hombre que ha aprendido a sobrevivir quedándose quieto, amoldándose al ambiente. Pero cuando aparece un helicóptero sus esperanzas de ser rescatado se ven rápidamente esfumadas cuando éste cae. De las dos personas que estaban allí, el piloto fallece y queda una joven herida. Esta mujer permanecerá casi toda la película en estado inconsciente y más allá de su evidente pasividad su presencia se convierte en algo muy importante para aquel hombre. Así, Overgård (interpretado de manera magistral por el talentoso Mads Mikkelsen, quien por la propuesta del guión no tiene otra opción que cargarse toda la película a sus hombros) se atreve a moverse de aquel lugar donde al menos está a salvo para intentar otra forma de convocar ayuda, sabiendo que no tiene respuestas seguras para determinar cuando podría será rescatado. Se percibe que está allí desde hace mucho tiempo y tiene una marcada rutina. Con la presencia de esta mujer que ni siquiera puede hablarle, él se anima a moverse, cargándola a ella, y adentrarse a un terreno menos conocido y más hostil. “El ártico” es un film que cuenta con un guion sólido y potente sin necesidad de muchos diálogos. A esto lo acompaña una fotografía capaz de transmitir no sólo la vastedad del lugar (donde entre tanto blanco sólo se percibe el color de la presencia de estas dos personas) sino la soledad de su protagonista, y un buen manejo del sonido (con sus silencios y vientos fuertes). Y, claro, Mads Mikkelsen, un actor que ha sabido consagrarse como uno de los rostros más interesantes del cine (aunque también de la televisión, donde sorprendió a todos interpretando ni más ni menos que a Hannibal Lecter en la notable serie de Brian Fuller), acá con un personaje del cual no sabremos demasiado sobre su historia y tampoco es necesario: es un hombre y como todos tiene el instinto de la supervivencia, después vaya uno a saber qué vida le espera allí afuera si logra ser rescatado, lo que importa es el ahora. Estos son los componentes principales de la ópera prima de Joe Penna, quien logra articular una historia minimalista y magnificarla, con guion escrito junto a Ryan Morrison. También el film se permite algún momento de espectacularidad y así hay una escena protagonizada por un temible oso polar, una escena que rememora de manera inevitable a “El renacido” de Iñárritu pero acá está planteada de un modo más sutil. O alguna escena que nos hará pensar en “127 horas”. En realidad, hay muchas películas sobre supervivencia en las cuales podemos pensar, pero “El ártico” logra diferenciarse a base de la simple regla de que menos es más. Es un film en el que cada detalle, por menor que sea, puede cobrar importancia para un personaje que no parece tener mucho a lo que aferrarse. “El ártico” es un film puramente sobre la supervivencia. Una historia que no necesita ahondar en el pasado de los personajes para comprender la situación en la que se encuentran y su instinto por sobrevivir. Y Mads Mikkelsen, casi sin palabras pero con una gran expresividad logra transmitir los momentos de desesperación, determinación y ternura por los que transita su personaje. Aunque el film en algún momento se torne algo monótono o presente situaciones que una tras otra nos hagan cuestionar la credibilidad, estamos ante una película bien contada y entretenida que no aportará mucho al subgénero pero consigue además una buena atmósfera y momentos de tensión.
La primera película que dirige Igor Legarreta (guionista de la película “Autómata”), es una coproducción entre Argentina y España protagonizada por Florencia Torrente. En esta historia, ella interpreta a una joven argentina de vida bastante tranquila y solitaria, siempre con una coraza a puestas, hasta que ésta se ve irrumpida por una noticia que modifica gran parte de su historia: el padre que creyó que la había abandonado acaba de ser encontrado, muerto hace treinta años a causa de una bala en la cabeza. Entonces ella, junto a su padrastro interpretado por Eduardo Blanco, viajan a España y se encuentran sumergidos en una investigación que va desplegando aristas cada vez más extrañas y oscuras. “Cuando dejes de quererme” es un policial en el cual, claro, vamos descubriendo junto a su protagonista la historia oculta detrás del asesinato de su desconocido padre. Allí la trama cuenta con un fuerte trasfondo político, al hablar de una época sobre la represión franquista y la ETA. Pero más allá de ser una película de género el director, junto a los guionistas Javier Echániz, Asier Guerricaechebarría y Jon Iriarte, intentan imprimirle un tono entre tierno y simpático, algo que funciona en gran parte pero a veces se siente impostado y fuera de lugar, en especial con lo que tiene que ver con algunas líneas de diálogo que salen de la boca de Eduardo Blanco. Además de reflejar esta historia de amor entre padre e hija (un padre que no por no ser biológico es menos padre), aparece por ahí un interés romántico para su protagonista pero resulta un acierto que éste no cobre demasiado protagonismo. En cuanto a la línea narrativa sobre la investigación, el film presenta algunas vueltas que parecen forzadas, pistas que se descubren de manera casi azarosa. En cambio, a la hora de desarrollar personajes apuesta a una sutileza que le juega a favor, haciendo que las mejores escenas sean las más intimistas. Con una trama interesante y un puñado de buenas interpretaciones (Flor Torrente logra aportar dulzura a su personaje de una manera bastante sutil, Eduardo Blanco –aún con algunos desaciertos del guion para con su personaje- no desentona y también logra lucirse Miki Esparbé como el cómplice e interés romántico, aunque quizás le falta un poco de desarrollo a su personaje), “Cuando dejes de quererme” falla en esa especie de indecisión que parece tener en cuanto al tono. Por momentos oscura, más romántico, melodramática, con algunos pasos de comedia que descolocan. Estamos ante un film modesto y discreto. Una buena ópera prima a la que un mayor pulido en el guion podría haber elevado. Un guion que construya con mayor cuidado la compleja trama policial y que logre definir un tono. No deja de todos modos de ser una película interesante e imprevisible.
Escrita, dirigida y protagonizada por Romina Paula, De nuevo otra vez es una sólida ópera prima que consigue reflejar su universo personal. Romina regresa a la casa de su madre junto a su pequeño hijo durante un tiempo indefinido. Eso que no se define, que no se puede saber, sobrevolará todo el relato. No saber cuánto tiempo va a quedarse, no saber qué va a pasar después, si va a volver, qué pasará con su marido, si puede considerarse separada o es una especie de descanso, de vacaciones. Tampoco sabe en esta etapa nueva de transición, de «mientras tanto», esa especie de limbo en el que se encuentra, qué puede hacer y qué no, qué quiere hacer, salir con aquel chico o besar a aquella chica. La actriz, dramaturga y novelista Romina Paula interpreta a un personaje que se llama como ella, con un hijo que se llama como el suyo y con una madre que le habla en alemán como su propia madre. Tal cual se percibe en mucho de lo que escribe, lo autobiográfico inspira a Paula y acá es difícil desde afuera saber cuáles son los límites entre la ficción y la realidad. Al mismo tiempo, ¿importa? En esta especie de crisis de mediana edad femenina (una crisis de identidad, una crisis de maternidad, una crisis de pareja), la multifacética Paula aprovecha para desplegar el abanico de temas que le interesan y viene desarrollando en su obra en mayor o menor medida. Lo femenino y lo masculino, la maternidad, el viaje, el lenguaje, el deseo. Todo esto en medio de un retrato intimista y cotidiano, con largas escenas junto a su madre, a su hijo, dando clases de alemán, o saliendo con una amiga, postales que no hacen más que retratar el complejo universo femenino. De nuevo otra vez tiene mucho de literario y también algo de teatral. En ese sentido hay mucho de la Romina Paula que escribe, ya sea obras de teatro o novelas. Y ese estilo personal que caracteriza a lo que escribe logra trasladarse ahora al plano audiovisual. Hay muchos textos largos de contenido intelectual y literario pero sobre todo reflexivo. Monólogos que muchas veces se suceden sobre imágenes de diapositivas (como aquella que se ve desde su bello e intrigante póster) o con personajes rompiendo la cuarta pared (como un discurso sobre el feminismo que brinda un personaje secundario pero vital), pero también pueden formar parte de un largo audio enviado por whatsapp que funciona como catarsis. Preguntas que generan más preguntas y pocas respuestas. De todas las capas que Paula va desmenuzando en el relato, quizás la más valiosa tenga que ver con el tema de la maternidad, la cual deconstruye a través de la relación que tiene con su hijo y también con su madre. La maternidad como algo que no es innato para la mujer, que se construye, y donde no todo es bello ni pautado. Un tema que ya había comenzado a explorar en su última novela, Acá todavía, y por lo que esta película parecería ser el ideal siguiente paso. De nuevo otra vez es una sólida ópera prima que además refleja el universo de una artista que ha logrado encontrar un estilo personal, intimista y reflexivo en todo lo que hace. Un film sobre la incertidumbre y todo lo que puede pasar cuando nada pasa. Mucho de autobiográfico, mucho de reflexivo y de ensayístico, un abordaje individualista y al mismo tiempo actual sobre el rol de madre, que ya no aceptamos con ideas preconcebidas sino con todos sus miedos y contradicciones.
Protagonizada por Mathieu Amalric, acompañado por un elenco mayormente masculino compuesto, entre otros, por Guillaume Canet y Benoît Poelvoorde, la película de Gilles Lellouche está basada en un caso real y narra las peripecias de un grupo de adultos para competir en natación sincronizada. En esta primera película que dirige en solitario el experimentado actor Gilles Lellouche, Mathieu Amalric es Bertrand, un hombre de mediana edad que lleva un tiempo deprimido. Sin trabajo, pasa demasiado tiempo en su casa junto a su mujer, que lo mantiene, y sus hijos. Un día que va a buscar a su hija a la escuela encuentra un aviso, que le llama la atención, sobre una búsqueda de hombres para formar un equipo de natación sincronizada. Algo en su interior se enciende y siente que es lo que necesita. Una vez en el equipo, no va a tardar en descubrir que no es el único que lleva una vida desdichada. Cada uno de esos hombres, de diferentes estilos y personalidades, acarrea sus frustraciones y fracasos como puede, ni siquiera la entrenadora Delphine (Virginie Efira) está a salvo de una vida de adulto que no se parece en nada a tener todo resuelto. El film se desarrolla entre el entrenamiento y un poco de la vida personal de cada uno, apostando a un humor que se ríe «a veces de» y «a veces con» el patetismo de estos personajes. Estos hombres que llevan una vida triste y decepcionante, sumergidos en una profunda crisis, encuentran en esta actividad física y en ese compañerismo una manera de salir a flote. En este sentido, el film hace un buen equilibrio entre cada uno de estos personajes que no son pocos, le permite a cada uno lucirse y desarrollarse, entenderlos. Quizás el que más desdibujado queda termina siendo el extranjero que habla en un idioma que no entienden y sin embargo siempre logran comprenderlo. Lo comprenden porque están ahí, pasando por lo mismo, viviendo esto juntos. Es recién en los últimos quince minutos de la película que el film desarrolla la famosa competencia, el tan esperado evento y momento de demostrar lo que aprendieron y de lo que son capaces de hacer. Es un acierto probablemente no hacer hincapié en lo competitivo, sino en la importancia de encontrar algo que provoque placer y cierta calma, más allá de cual sea el resultado. Claro que si el mismo es favorable, mejor para la autoestima. La banda sonora está mayormente compuesta de conocidos éxitos de moda que ayudan a intensificar esta sensación de un pasado que fue mejor y un presente que parece descolocado, esa nostalgia impresa en cada uno de sus protagonistas. La película no es ni pretende ser un retrato sobre la depresión, sobre esa enfermedad compleja y de muchas aristas. Sin embargo la trata con cuidado y de una manera honesta. Otro tema que sabe retratar sin ahondar en él es lo que concierne en torno a la masculinidad, a lo que se suele entender por masculinidad: estamos ante un grupo de hombres que se vuelcan a una actividad que la sociedad no parece asociar con una actividad para hombres precisamente. Nadando por un sueño cuenta con un atractivo elenco coral de conocidos rostros franceses y entrega un film de superación entretenido y sobre la importancia de permitirse una actividad que nos provoque placer y hacer catarsis, sin importar los prejuicios y las miradas de los demás. Aunque el film en algún momento amague con tornarse más conmovedor, no termina de conseguir esa emoción, en ese sentido se queda a medio camino y sale ganando cuando apuesta más al humor.