El director de la impactante “Martyrs” (la original del 2008, no la poco inspirada remake norteamericana), Pascal Laugier, regresa con otra película de terror que pone en el centro a jóvenes que serán explotadas de las peores maneras. “Pesadilla en el infierno” empieza como muchas películas de terror. Madre y dos hijas se mudan a una casa heredada por una tía que falleció. Una casa vieja que y llena de escalofriantes muñecas antiguas. Sin embargo, el terror vendrá desde afuera cuando dos extrañas y curiosas personas invadan la casa y las ataquen. Es así que a los pocos minutos de empezada la película, Laugier (que además de dirigir, escribe) ya apuesta a un terror muy potente. Si bien vemos a la madre defenderse y a sus hijas de aquel terrible ataque, la película luego muestra a la hermana menor ya de adulta convertida en la exitosa escritora de terror con que fantaseaba ser de pequeña. Pero aquel ataque deja muchas secuelas en la familia y de a poco se nos va revelando qué sucede realmente, qué pasó, qué puede pasar ahora. No conviene adelantar mucho más sobre la trama sin embargo sí es importante resaltar que Laugier apuesta a un terror brutal, explícito y que de todos modos no se siente gratuito. Porque detrás hay una buena historia para contar, una historia sobre salvarse a través de la creación de mundos, por medio de la escritura principalmente en estos casos (en una metáfora explícita pero precisa una máquina de escribir termina cumpliendo un rol fundamental). Porque Beth, esta hermana menor y retraída y ferviente admiradora de H.P. Lovecraft, siempre prefiere vivir en ese mundo de fantasía que se crea y que su hermana mayor detesta porque siente que se vuelve cada vez más aislada y lejana. “Pesadilla en el infierno” quizás peca a la hora de magnificar los golpes de efectos a través del sonido. Hay muchas imágenes y escenas que sin la necesidad de un fuerte sonido extradiegético agregado funcionaría igual o incluso mejor. Son impactantes por sí misma. Estamos ante una gran película de terror pero sólo apta para que ellos que realmente disfrutan de sufrir, aunque acá nadie sufra tanto como esas jóvenes protagonistas con las cuales Laugier es cruel y brutal. Dos personajes femeninos que no tienen otra opción que enfrentar lo que les sucede. Otro punto a favor es la creación de estos villanos, dos personas sobre las cuales sabremos poco y nada y sin embargo resultan aterradores y verosímiles. “Pesadilla en el infierno” es una propuesta de terror jugada y diferente a la mayoría de las películas de género que se estrenan a lo largo del año, que resultan más bien olvidables. Y en el medio, nos entrega diferentes homenajes a clásicas películas de terror como “Children of the Corn” y “El Resplandor”. Es inquietante y perturbadora y muy bien lograda y además nunca decae, por lo tanto sumamente recomendable.
Nicolás (interpretado por Fabrice Eboué quien además escribe y dirige) es un productor de música que por un error que comete que casi le cobra el trabajo, le ponen un deadline: tiene que conseguir una banda que llene el teatro Olympia de París, y para eso tiene seis meses. En medio de la búsqueda de un nuevo artista o banda se topa con varios productos musicales pero ninguno de su agrado. Hasta que se le ocurre la genial idea de armar una banda con tres tipos de religiosos distintos: un sacerdote, un rabino y un imam. La premisa de "Dios los cría…" no puede ser más simple. Juntar a un grupo de gente muy distinta entre sí y forzarlos a pasar un tiempo juntos (en este caso, en medio de una especie de roadtrip) con un mismo objetivo en común. Porque además de venir de religiones muy distintas, también son distintas las personalidades de cada uno. Ellas van generando situaciones y encuentros poco favorables y que dan lugar a varias escenas graciosas, o que pretenden serlo. Cada uno de estos personajes está claramente delineado pero carecen de una mayor profundidad, no son muy dimensionales y así, cada uno de sus conflictos, se terminan resolviendo de manera bastante simple. El humor al que apuesta esta película parece ser más proveniente del cine norteamericano que del francés. Con algunas excepciones, en general el humor resulta algo obvio y esperable. Eso sí, apuesta a la irreverencia, a lo políticamente incorrecto y es que, por supuesto, el tema de las religiones da mucho pie a esas cosas, brinda mucho material. En cuanto a la trama, ésta se torna tan predecible como podríamos imaginar. Todos terminarán llevándose mejor una vez que se conozcan mejor, habrá algún encuentro amoroso en el medio (además de los hombres, viaja la ayudante, una mujer que ya parece algo cansada de saltar de cama en cama buscando al hombre de su vida y, sorpresa, quizás aparezca acá y en el menos esperado), y tendrán que aprender a sobrellevar el éxito si quieren que el grupo funcione. Además, como podríamos suponer, la idea del film es dejar un mensaje de tolerancia entre las diferentes religiones. Si bien nunca aburre, "Dios los cría… " carece de sorpresa y de ingenio en su mayor parte. Estamos ante un producto básico, ligero, sin muchas más pretensiones, es cierto, pero donde cuesta encontrar algo que nos quede impregnado. Bueno, hay que reconocer que el hit (cuyo título es el nombre original de la película) que los lleva de prepo a la cima termina resultando más pegadizo de lo que quisiéramos.
Regresa Wes Anderson al cine de animación stop motion ahora con una historia situada en Japón que tiene como protagonistas a los perros. Una carta de amor al mejor amigo del hombre y a la cultura japonesa. El stop motion le sienta bien a un director perfeccionista y obsesivo del detalle estético como lo es Wes Anderson. No por nada el nombre del director ya parece ser un estilo en sí, con su determinada paleta de colores y simetrías perfectas. Escrita esta vez junto a dos frecuentes colaboradores, Roman Coppola y Jason Schwartzman, y a Kunichi Nomura (quien además da voz al malvado alcalde), Isla de perros es la manera que encontró el director de homenajear a la cultura de Japón. Estamos situados en una especie de futuro distópico en Japón, en una ciudad que se encuentra regida por el alcalde Kobayashi (Nomura), quien tras una epidemia de gripe perruna decreta mandar a todos los perros a la Isla de la Basura. Tras una eterna lucha entre perros y gatos, son estos últimos los que parecen haber ganado y los canes ahora sobreviven como pueden en esa isla, peleándose a mordidas por un poco de comida podrida, recordando tiempos mejores y hasta con alguna oportunidad para el flirteo de vez en cuando. Es acá donde Anderson despliega su galería más interesante de personajes: diferentes perros que provienen de diferentes entornos y cada uno con una personalidad muy definida. Entre ellos se generan las escenas más divertidas e ingeniosas, con voces de actores como Bryan Cranston, Edward Norton, Jeff Goldblum, Bill Murray, Liev Schreiber y Scarlett Johansson entre otros que van entrando y saliendo de escena. Pero la trama se pone en movimiento gracias a Atari (Koyu Rankin), un niño de doce años que llega en avión en busca de su querido perro Spots. Atari es huérfano y tras la muerte de sus padres quedó a cargo de su tío, ni más ni menos que el alcalde Kobayashi. Ahora, emprende la búsqueda de su perro en la Isla junto a una jauría de perros abandonados que serán sus cómplices. Sin embargo no toda la película gira en torno a los perros y la Isla de la Basura. En la ficticia ciudad de Megasaki también hay un grupo de jóvenes que quieren de nuevo a sus perros y a quienes les parece una crueldad deshacerse así como así de estos seres que son parte de la familia. Y una de las voces más fuertes y poderosas es la de Tracy Walker (Greta Gerwig), una estudiante de intercambio que también perdió a su perra y que lidera manifestaciones y protestas para poder recuperarla y para que ningún otro perro pase por eso. Ella no teme alzar la voz ante la solución final que planea el alcalde con aquellos perros. Así, los dos mundos se verán relacionados, los perros y los humanos, la isla y la ciudad. Aunque no puedan entenderse con palabras con Atari, estos personajes perrunos están dotados de mucho carácter y son con los que se genera empatía con una mayor facilidad y rapidez. Pero algo a destacar es que tanto personajes humanos como animales logran ser muy expresivos, hay un trabajo notable detrás de estos muñecos. Como acostumbra desde Los excéntricos Tenenbaums, la película cuenta con un elenco multiestelar: además de varios actores (entre colaboradores y nuevas incorporaciones) participa especialmente Yoko Ono, quien brinda su voz a un personaje que lleva su mismo nombre y sus iniciales en cada una de sus trenzas. Wes Anderson se permite homenajear a Japón también a través del retrato de sus tradiciones. La comida, el teatro de marionetas, el arte pictórico, los haikus (de los mejores pequeños momentos de la película). La banda sonora (de Alexandre Desplat, quien también hizo la de su anterior película El gran hotel Budapest) incluso toma prestado de películas de Akira Kurosawa. Isla de perros está plagada (como todas las películas del director) de influencias cinéfilas. Así como antes sus principales fuentes de inspiración eran mayormente provenientes de Francia, ahora son japonesas. A la larga es el cine que ama el que lo inspira. Teniendo en cuenta que estamos ante una película animada, es cierto que Isla de perros está concebida para toda la familia. No obstante para el público más pequeño resultará bastante compleja ya que hay muchas tramas e ideas expuestas detrás de la línea argumental de un niño en busca de su perro.
El segundo largometraje de Armando Bo (El último Elvis) es una sátira protagonizada por Guillermo Francella como un hombre que necesita un riñón y no puede esperar los tiempos de un sistema que no funciona. Escrita por Armando Bo junto a Nicolás Giacobone (dos de los guionistas de Birdman que ganaron el Oscar), Animal presenta a un hombre que logró construirse una buena vida, un buen trabajo, una linda familia con hijos, una linda casona. Y entonces le falla la salud y se ve obligado a entrar en una lista de espera para recibir un riñón. Mientras espera entre sesiones de diálisis, el tiempo pasa y comienza aflorar su miedo e instinto de supervivencia. Antonio, como repite él y como le recuerda su mujer, es un buen hombre, que hizo las cosas bien en la vida, que trabajó y pudo comprarse su propia casa. Y sin embargo no puede acceder a un riñón, algo que le resulta vital. El sistema no funciona: no puede ser que no pueda comprar un riñón que es lo que necesita en estos momentos. El tiempo empieza a correr y su nombre en la lista no avanza. Entonces decide buscar alternativas. Navegando por internet encuentra el aviso de un hombre que ofrece su riñón por una casa. En teoría no es ilegal que alguien se ofrezca a darle un riñón (la idea era que fuese su propio hijo pero éste termina escapándose asustado). Todo indica que podría ser un acuerdo justo. Es acá cuando entran en escena Elías y Lucy. Una pareja de jóvenes que no tienen hogar y viven temporalmente en un asentamiento. Ella además está embarazada. Pero nada va a ser tan sencillo como esperaba Antonio (ni el propio Elías, al que quieren imponer una alimentación sana y que deje de beber alcohol), pues sus demandas se van tornando cada vez más grandes y van invadiendo a su familia y su propia casa. Que seamos pobres no quiere decir que seamos tontos, piensan ellos y aprovechan la desesperación de Antonio para pedir aquello a lo que por ellos mismos no creen poder acceder. De a poco va saliendo a flote lo peor de cada personaje. Todos tienen un costado oscuro al que no siempre les es difícil acceder (como lo que sucede en una de las escenas finales en una clínica de cirugía estética). Si bien estamos ante la idea de sátira, lo cual permite corrernos un poco del realismo o exagerar ciertas posturas y trazos, el problema principal de Animal es su construcción inverosímil. Además de personajes que resultan poco (o nada) agradables, muchas de las pequeñas decisiones que se van tomando a lo largo del relato resultan poco probables. Todo está construido a favor de una comedia negra pero no se preocupa en ir más allá. La película está filmada en la ciudad de Mar del Plata. Las calles de la ciudad, el puerto e incluso el Chateau Frontenac sirven como locaciones. Todo esto funciona como un lindo marco. A nivel técnico hay una buena composición de planos y un buen uso de la banda sonora. El ritmo de thriller recién comienza a acentuarse sobre la segunda mitad. En cuanto a lo actoral, Guillermo Francella demuestra que puede desenvolverse prácticamente en cualquier registro, mientras que Carla Peterson está algo más deslucida. Federico Salles y Mercedes De Santis apuestan al estereotipo con el que fueron escritos sus personajes.
El universo de Star Wars y sus personajes es vasto y eso Disney lo sabe y lo aprovecha ahora más que nunca. Precuelas, secuelas y spin offs, todo vale cuando se trata de, por un lado conformar al más ferviente fanático que nunca se cansará de que lo continúen alimentando, a que diferentes generaciones sigan conociendo estos mundos, y, por el otro, aprovecharlo como la máquina de hacer dinero que es. La nueva película del universo de Star Wars nos lleva a conocer los inicios de Han Solo, uno de los personajes icónicos y más queridos en gran parte gracias a la interpretación de Harrison Ford (que hasta se permitió regresar varias décadas después para "The Force Awakens"). En la película en cuestión, dirigida por un ganador de los premios Oscar y alguien que ha sabido llevar adelante blockbusters pero también películas más chicas, Ron Howard, Han Solo es joven y es interpretado por Alden Ehrenreich, un rostro que hasta el momento no era demasiado conocido aunque ha trabajado con Francis Ford Coppola ("Tetro" y "Twixt"), Chan-wook Park ("Stoker"), los hermanos Coen ("Salve César") y Woody Allen ("Blue Jasmine"). “Han Solo: Una historia de Star Wars” se encarga de brindarle no entidad (porque Ford y George Lucas se encargaron de hacerlo) sino un poco de historia y pasado al personaje. Detalles como cómo consiguió el apellido Solo, cómo fue que consiguió el Halcón Milenario y hasta cómo conoció a su luego inseparable compañero Chewbacca. El film comienza con Han escapándose del planeta donde parece condenado a un mundo de delincuencia para alimentar los bolsillos de alguien más, cualquiera menos el suyo. Junto a su amada Qi’ra (Emilia Clarke) intentan escaparse, persecución mediante, pero sólo él logra salir. El tiempo lo encuentra como soldado bajo las órdenes del imperio y allí conoce a otra dupla de delincuentes (unos desaprovechados Woody Harrelson y Thandie Newton). A Han Solo lo llama siempre la aventura. No puede quedarse quieto, necesita salir y probar(se) que hay algo más allá. Después la trama presenta diferentes situaciones y personajes: entra en escena un villano interpretado por Paul Bettany, el esperado encuentro con Qi’ra, la aparición de Lando Carilssian (un muy carismático Donald Glover), una misión que parece imposible… Parece ser cierto que a pesar del abandono del proyecto por parte de Phil Lord y Chris Miller aludiendo a diferencias creativas, Ron Howard, con un guión escrito por Lawrence y Jonathan Kasdan (el coguionista de “El Imperio Contraataca” y su hijo), entrega un film de aventuras entretenido y sólido que funciona como unidad más allá de tornarse bastante predecible. La interpretación de Ehrenreich es bastante buena pero difiere un poco del Han Solo que conocemos, más arrogante y creído. Acá, Solo es más joven y probablemente todavía no vivió todo lo que tuvo que vivir para convertirse en el Solo de Ford. La química entre el actor y Clarke no termina de funcionar y por lo tanto esa relación no logra tomar suficiente entidad. No están ni R2D2 ni C3P0 ni BB8, claro, pero hay un personaje androide secundario y femenino (dato vital para lo que tiene que decir) que logra generar momentos entre graciosos y simpáticos. A la larga, “Han Solo: una historia de Star Wars” es un entretenido film de aventuras y cumple con esa función de entretenimiento. Pero al mismo tiempo es uno de los síntomas de la sobreexplotación que la saga está comenzando a sufrir desde que Disney se apoderó de ella. A nivel historia, el film no termina aportando casi nada, más bien detalles. Dentro del universo de Star Wars resulta prescindible.
Amat Escalante dirige La región salvaje, escrita junto a Gibrán Portela, que narra lo que le sucede a un grupo de personas de un pequeño y conservador pueblo de México cuando se relacionan con una criatura alienígena capaz de brindarles placer sexual. La región salvaje ofrece un inicio bastante sugerente y atractivo. Con la imagen de una mujer recibiendo placer, en medio de una zona desolada, de parte de una criatura de apariencia bastante lovecraftiana. Aunque a esta criatura sólo la veamos, por ahora, fragmentada. Verónica es una joven que mantiene una relación poco estable con un extranjero y a quien tampoco se le da bien hacer amigos. Es en esa criatura, que quedó en la tierra tras la caída de un meteorito, que encuentra el placer que necesita. Un placer que de a poco comienza a lastimarla, a destruirla. Una relación tóxica de la cual sólo puede escapar poniendo a otra persona en su lugar. Alejandra y Ángel son un matrimonio consolidado con hijos pequeños. Pero las cosas no terminan de funcionar entre sí. En secreto, Ángel mantiene una relación íntima con su cuñado, Fabián, un joven enfermero que pronto se hará amigo de Verónica. Mientras Ángel se encuentra encerrado en su clóset, Fabián se permite ser quien es, aun en un territorio que le es hostil. Lo que mueve en gran parte a los protagonistas de la película de Amat Escalante es la búsqueda del placer sexual. Un placer que brinda su mejor rostro al principio pero que luego puede tornarse peligroso cuando uno se vuelve dependiente. Verónica sin poder disfrutar del sexo con seres humanos, Fabián siendo insultado y vapuleado cuando Ángel lo busca y no lo encuentra, Alejandra perdida en un matrimonio sin pasión ni nada que la una a su pareja. En el medio del bosque, cuidado por un matrimonio mayor, la criatura vive y se alimenta. Da y recibe. Porque cuando consume del todo a uno, cuando ya se cansa, necesita de otro. Por eso Verónica entiende cuando ya no puede ser ella y, entonces, persuade a sus nuevas amistades para que se acerquen, siempre creyendo que les está brindando una oportunidad única. Más allá de lo peculiar de la premisa, La región salvaje es ante todo un drama. Un drama narrado con mucho compromiso y seriedad, de fuerte contenido social. Porque a través de él se van desplegando diferentes temáticas, como la violencia machista y la homofobia. Ángel no sólo esconde su homosexualidad sino que para taparla se la pasa propagando comentarios ofensivos e hirientes. Alejandra es despojada de sus propios hijos por no poder ser la madre que se supone que tiene que ser. Verónica disfruta de su sexualidad y esto mismo la lleva a un destino quizás letal. La banda sonora sirve para terminar de acentuar el clima de misterio y de terror que se avecina. La fotografía también es para destacar: a cargo de Manuel Alberto Claro quien trabajó con Lars Von Trier, clara influencia para Escalante acá.
Se estrena la película que abrió el reciente BAFICI, Las Vegas. Dirigida y escrita por Juan Villegas, nos encontramos ante una comedia que gira en torno a una familia disfuncional que se reencuentra en Villa Gesell en las vísperas de Año Nuevo. Laura y Pablo son madre e hijo y están arribando a Villa Gesell para pasar unos días en la playa. Sin embargo, desde el principio las cosas salen mal en este viaje: el micro se queda varado poco antes de llegar y un ataque de furia que involucra una piedra termina con Laura en la comisaría. Pero bueno, eso podría ser algo anecdótico. La idea ahora sí es, especialmente para Laura, disfrutar un poco de Gesell, el sol y el mar y la arena. No obstante el muchacho, que acaba de cumplir 18 años, prefiere encerrarse a escuchar música antes que ir a la playa con su madre histriónica y explosiva. O pasar tiempo con una chica, unos años mayor, que también se encuentra parando en el mismo complejo de edificios, porque trabaja de guardavidas. Como si las revoluciones hormonales no fuesen suficientes para generar un verano particular en Pablo, cae otra pareja al complejo. Ni más ni menos que su padre, y por lo tanto ex esposo de Laura. Con su nueva novia, una colombiana mucho más joven. Las Vegas (que es el nombre del complejo en el que están parando todos) se sucede en unos pocos días que serán fundamentales para esta familia. Con la ex pareja que se reencuentra y entonces todo comienza aflorar: reproches, celos, resentimientos, quejas, atracción. Porque Laura y Martín fueron una pareja joven cuyo amor nació en ese mismo lugar que hoy los encuentra divorciados, intentando cada uno seguir su vida. Donde hubo fuego cenizas quedan pero el asado, dicen, a ellos se les quemó. ¿Se puede recuperar? Y después está lo que sucede entre la posible pareja nueva, los jóvenes: su coqueteo, su entendimiento, muchas veces interrumpido por lo que pasa con los más adultos, que acá parecen más adolescentes. La película de Juan Villegas apunta al humor y a la comedia de enredos. Así algunas situaciones se ven un poco forzadas o por momentos los personajes se tornan algo irritantes. También se percibe cierta liviandad para trazar problemáticas que sin dudas no son tan livianas.
Lady Macbeth es la ópera prima de William Oldroyd, un drama poco convencional con una fuerte figura femenina como protagonista. En pleno siglo XIX, Katherine es desposada a la fuerza con Alexander. En una época donde lo que se espera de una mujer es su eterna devoción, sumisión y fidelidad a su marido y hogar, Katherine no logra hallarse. Especialmente con un marido que parece despreciarla y que ni siquiera la toca. Y si a eso le sumamos la figura de un suegro posesivo e igual (o más desagradable), la vida de Katherine no parece destinada al mejor de los finales. Pero entonces su marido viaja y se queda sola en esa enorme casa que la mantiene encerrada. Su única compañía por unos días es la fiel criada, presencia que luego se tornará vital. En esos momentos encuentra la libertad que necesitaba para poder respirar entre tanto corset y encierro. Y se deja llevar por Sebastian, uno de los empleados que se convertirá en su amante y objeto de deseo. Con él siente todo lo que nunca iba a sentir si seguía las reglas. No obstante hay dos figuras que siguen estando presentes y amenazan con quitarle toda libertad. Su suegro y su marido. Y Katherine, dejándose llevar por su pasión y deseo hacia Sebastian, tomará las decisiones más terribles e inesperadas. A la larga, Sebastian saca a la luz un costado de Katherine que ni ella misma conocía, primero a partir de lo que le hace sentir en la cama pero luego develándole de todo lo que es capaz. Como si todo esto fuera poco, la aparición de una mujer y un niño que dicen ser apadrinados por Alexander terminará de agregarle leña al fuego. Entonces Lady Macbeth (que está basada en la novela rusa "Lady Macbeth en Mtsensk" de Nikolái Leskov que adapta Alice Birch, que también es el primer largometraje que escribe y llega a las pantallas) comienza a tomar tintes más oscuros e inesperados. Florence Pugh como Katherine logra brindarle mucha fuerza y carácter a su personaje, aunque lo haga siempre desde un lado sutil, a través de miradas fuertes que dicen más que las palabras, y de gestos que ella misma logra creerse. Es una heroína atípica, porque al mismo tiempo es villana. Prácticamente sin una banda sonora, haciendo que el silencio (mejor dicho, los sonidos ambiente) lo torne todo más opresivo, el film cuenta además con una notable fotografía a cargo de Ari Wegner que hace un gran uso de locaciones e interiores más austeros de lo que uno podría esperar, lejos de toda ostentosidad. También el vestuario forma parte fundamental del retrato, desde los vestidos que la hacen sentir aprisionada al camisón que se quita con miedo frente a su marido. Un drama de época con agregados de suspenso, "Lady Macbeth" es un retrato por momentos algo frío y que va incrementando su tensión hasta llegar a la resolución. Aquella que la encuentra a Katherine en apariencia en un lugar parecido a donde empezó, pero con un viaje emocional a cuestas que la transformaron por completo. Así, no esperen encontrar ni una adaptación de Shakespeare ni un drama romántico de época. "Lady Macbeth"es más oscura y original en su idea de retratar el empoderamiento femenino.
Regresa el superhéroe más peculiar de Marvel. Después de su primera exitosa película, esta secuela apuesta a más, a magnificarlo todo. Presupuesto, humor, acción, burlas. "Deadpool 2" empieza tirando mucho fuego al asador. Aun así, no contaré demasiado, más allá de que él mismo se encarga de brindar spoilers en esa introducción. La cuestión es que tras sufrir algo importante, Wade (Deadpool sin el traje) se encuentra algo perdido. Hasta que el destino (y el trabajo que empieza en la escuela del profesor Xavier) lo cruza con Russell, un niño mutante que sufrió abusos en el internado donde se encuentra y eso lo lleva a desarrollar su poder hacia el lado de la furia y la destrucción. Acá entra en escena Julian Dennison, el niño protagonista de la divertida y conmovedora (y lamentablemente inédita en nuestro país) "Hunt for the wilder people", de Taika Waititi. En "Deadpool 2", Russell es también un niño en busca de una familia. Familia, una mala palabra tanto para él como para Wade, hasta que quizás pueda resignificarse. Deadpool nos lo advierte, aunque nos lo sea difícil creer: estamos ante una película para toda la familia. Y después aparecen decenas de muertes sangrientas y chistes sexuales. Porque ahí está gran parte de la gracia de este superhéroe. La aparición de Cable (nuevamente Josh Brolin en el mundo Marvel después de su increíble Thanos) desatará más problemas. Diciendo venir del futuro, quiere asesinar al niño antes de que éste pruebe asesinar y le tome el gusto. Esto lleva a Deadpool a armarse su propio ejército. En cuanto a trama, "Deadpool 2" es menos sólida y algo desordenada y caprichosa. Guionistas perezosos, acusa él mismo. ¿Y entonces cómo juzgar a la película si ya sabe lo que está haciendo? Seguidilla de chistes y referencias al mundo de los cómics y del cine especialmente, con escenas siempre cortadas por algún gag, a grandes rasgos, "Deadpool 2" funciona. En algún momento se cuelan escenas y chistes innecesarios, pero mayormente el Deadpool de Ryan Reynolds destila mucha gracia en su verborragia. En cuanto a dirección, David Leitch (uno de los directores de John Wick y el de Atomic Blonde) cumple aunque acá no se perciban las elaboradas escenas de acción de sus películas predecesoras. Quizás porque acá se apuesta más a los efectos especiales ante que a la artesanía de las otras. Ryan Reynolds nos vuelve a demostrar su carisma y sigue siendo lo mejor de la película. Como siempre, hay escenas después de los créditos (no los finales, así que no es necesario quedarse hasta el final, final), y están entre lo mejorcito del film.
Michel Hazanavicius escribe y dirige la adaptación del libro en el que Anne Wiazemsky narra su conflictiva historia de amor con el director Jean-Luc Godard. Godard, mon amour no es una biopic sobre el director francés, sino que bien podría ser la historia de un amor tóxico o de una pareja que empieza a quebrarse. Con el punto de vista de Anne, la actriz que se enamora del director y se va a vivir con él y se casa, Hazanavicius pinta un retrato de Godard poco amigable aunque sea, como se supone, desde la admiración. Así como el director contó en su película oscarizada la historia de un actor que fracasa con el traspaso del cine mudo al sonoro y para eso copió el estilo de aquellas películas, acá Hazanavicius juega con el estilo del cine francés de la Nouvelle vague, la nueva ola que durante la década de los ’60 comienza a aflorar. Pero mientras en El artista, más allá de la falta de inspiración, había un notable cariño hacia el personaje y esa época del cine, en Godard, mon amour apuesta a algo más parecido a la parodia. Entonces el director y su actriz ahora devenida en esposa pueden discutir desnudos sobre lo innecesario y gratuito que resulta que muchas veces los actores aparezcan desnudos en escena. El contexto nos sitúa en un tiempo posterior a que Godard realizara La Chinoise. Mientras la promociona en poco exitosas conferencias de prensa, los espectadores y la prensa no dejan de preguntarle cuándo va a volver a realizar una película como El desprecio, un tipo de cine que él empieza a considerar viejo y malo ahora que se interesa de manera más vehemente en la política y el momento que transita su país. Lo curioso de esta película es que estamos la mayor parte del relato ante una comedia ligera, con situaciones no hilarantes pero simpáticas. Y sin embargo la historia que narra es bastante agridulce, aunque recién al final se opte por un tono más dramático. Godard se presenta como un patético snob, alguien soberbio cuyas actitudes lo van alejando de sus amistades y, progresivamente, de su mujer, a quien cela a ciegas hasta acusándola de infidelidades que él se inventa. Y ella lo soporta, soporta todo, porque lo ama y porque entiende que es un artista turbado. Y además porque lo ve como alguien fuerte en sus convicciones en medio de una época de revolución. Louis Garrel es el encargado de dar vida a Godard y si bien el actor despliega gran parte de su carisma y dotes actorales su caracterización lo acerca más a la caricaturización. Stacy Martin, en cambio, aporta una dosis de frescura y sensualidad aunque parece haber nacido más apropiada para encarnar a Anna Karina que a Anne Wiazemsky. Aunque entretenida y con algunos momentos ingeniosos (como la escena en que van al cine a ver La pasión de Juana de Arco y discuten y esas líneas parecen salir de la película proyectada), al film se lo percibe algo vacío en contenido. También es entendible por qué el propio Godard desacredita este retrato, más allá incluso de que la propia Agnés Vardá en su reciente Visages Villages no haya podido dejar una imagen positiva de la persona que es su colega. Y sin embargo ahí está Hazanavicius promocionando su película, con la frase que él dijo al saber de esta producción, en uno de sus pósters: “Una estúpida idea”. Entonces, ¿cuál es el propósito de Hazanavicius? ¿Homenajearlo o burlarse de él?