Lo nuevo del prolífico director francés François Ozon es una libre adaptación de una novela de Joyce Carol Oates. Adaptada por Ozon en colaboración con Philippe Piazzo, "El amante doble" gira en torno a una joven que sufre una dolencia en su estómago y eso le impide disfrutar de su sexualidad a la vez que se enamora de su terapeuta y conforma una pareja con él hasta que descubre que él le ocultó un hermano gemelo al que no puede evitar acercarse a escondidas. Un thriller erótico con dosis de suspenso y un poco de terror, lo nuevo de Ozon es una película tan atractiva en envoltorio como contenido. Con unos planos originales y muy bien logrados, cuenta una historia de dualidades que conviven en todas las personas. Chloé es joven, fue modelo y ahora trabaja en un museo controlando las exhibiciones. Es decir, trabajaba de que la miren, y ahora es ella la que observa a los demás. Sufre de un continuo dolor en su estómago y la ginecóloga, que no encuentra nada raro en sus estudios, le sugiere ir a un psiquiatra. Allí conoce a Paul. Luego de armar pareja con Paul, e irse a vivir con él, descubre que él le ocultó un hermano gemelo. Su curiosidad la puede e intenta acercarse a él sin revelarle quién es realmente. Pero esta persona, Louis, la conoce más de lo que cree, o quizás sabe leerla y se aprovecha de ella. La seduce desde su lugar de dominante y ella no puede evitar caer rendida hasta que las cosas empiezan a lucir cada vez más raras y retorcidas a medida que afloran descubrimientos oscuros, sobre él y sobre sí misma. A la larga, Chloé no es la misma cuando está con Paul que cuando está con Louis, es éste último el que va sacando a la luz un costado suyo que ni ella conocía. "El amante doble" es una película sobre la cual no conviene adelantar demasiado de su trama pero sí resaltar que toma varias temáticas como la figura del doble, la dominación, la sexualidad, el deseo, la infidelidad, pero sobre todo el autodescubrimiento. Y Ozon lo cuenta de la manera más seductora y magnética. Con imágenes de espejos, gatos, cuerpos desnudos. Marine Vacth (quien repite con el director después de la también recomendable Joven y hermosa, aunque allí apareciera en un registro muy diferente) es la protagonista que tiene el difícil trabajo de entregarse a Chloé de la manera más visceral. Y sin embargo también está ahí Jérémie Renier, jugando a ser dos personajes opuestos: el cálido y comprensivo novio y el dominante y obsesivo amante. Lo que empieza como un juego, como algo seductor que la lleva a desplegar ese lado suyo que estaba oculto, se torna pronto peligroso, y Chloé entra en una especie de pesadilla de la cual no va a ser tan fácil salir. Hay, claro, mucho de Cronenberg en "El amante doble". Si no remite inmediatamente a "Dead Ringers" (una de sus mejores películas para esta servidora), cerca del final ya no quedarán dudas de su influencia. Las mujeres fatales de De Palma, o el mundo onírico y surreal de Buñuel (el interior de una vagina se convierte en el ojo de su protagonista) también rondan por ahí. Fascinante, inteligente, atrevida, "El amante doble" es una de esas películas tan entretenidas como intensas. Ozon demuestra una vez más su audacia no sólo para contar historias sino para retratar mujeres. Un director que no decepciona y del cual siempre vamos a querer más.
Spaghetti. Pizza. A la napolitana. Además de hacérsenos agua la boca, inevitablemente esas comidas nos trasladan a Italia. Porque a un lugar no se lo conoce sólo caminándolo, sino a través de su gastronomía. Y para eso no siempre es necesario viajar miles de kilómetros. Argentina está llena de descendientes de inmigrantes italianos. Y muchos de ellos intentan mantener sus raíces a través de la gastronomía. Entonces creemos conocer Italia aunque sea a través de su comida. ¿Y si de repente nos enteramos que no todo era como creíamos? ¿Y si el asado fue un invento italiano, como afirma alguien en la película? Preguntas que a veces tienen más de una respuesta, contradictorias tal vez. En "E IlCibo Va", el viaje de la comida italiana, la directora Mercedes Córdova abarca y estudia la importancia de la comida italiana y para eso utiliza testimonios y experiencias que provienen especialmente de dos sitios fuera de Italia y al mismo tiempo llena de italianos: Buenos Aires y Nueva York. Y en ese viaje se encuentra con varias revelaciones y otras tantas contradicciones. Así, por ejemplo, una joven se jacta de mantener viva la tradición cocinando los spaghetti con albóndigas de su abuela italiana sólo para que después escuchemos el testimonio de un mismísimo italiano que asegura que en su país nadie come ese plato. Con algo de contenido histórico y social de introducción, Córdova entrevista y recorre restaurantes, casas y mercados y recopila testimonios que dejan en evidencia que el tiempo es muchas veces el encargado de construir mitos y preconceptos. Los italianos más puristas no aceptan que se le llame comida italiana a aquello que no está hecha con productos cien por ciento italianos, porque no es lo mismo el queso parmesano que el parmegiano. O incluso deschavan que platos tan famosos como las pastas a la carbonara no son acá elaborados como originalmente lo son en su país. El documental escrito por Alessandro Di Nuzzo, Santiago Hadida y Fisher Heike, que después de estrenarse en el Festival de Cine de San Sebastián tuvo su exitoso paso por el reciente BAFICI, explora la importancia de la comida en la inmigración; “Un grupo de inmigrantes se ha integrado cuando la sociedad receptora empieza a comer la comida de los migrantes y las reconoce como nuestras”. A la manera tradicional del documental, sin grandes artilugios, E IlCibo Va además de indagar y cuestionarse a través de diferentes voces y por lo tanto diferentes posturas, celebra ante todo la comida no sólo como alimento sino como excusa para reunirse, como una costumbre que no estamos dispuestos a perder. Y eso es algo universal.
Es probable que entre las películas francesas que se encuentran actualmente en cartelera, "Custodia Compartida" sea la que menos llame la atención. Y sin embargo, habría que prestársela. Aunque moleste, aunque sea incómoda, aunque angustie, aunque genere nervios y a uno le cueste respirar aun una vez fuera de la sala. De tiempos lentos pero con una tensión que va in crescendo hasta llegar a una escena final que es imposible que nos deje inmutados, "Custodia compartida" narra lo que sucede con un niño cuando sus padres se separan y, siempre del lado de las leyes, pasan a compartir su custodia. Un niño (magistral interpretación de Thomas Gioria) que no es tan inocente y conoce bastante lo que sucede y lo que sucedió en el seno de su familia. La primera escena es aquella en la que padre e hijo junto a sus respectivos abogados exponen su defensa. Una escena larga, casi en tiempo real, y fría, cercana al registro documental, en la que dialogan de manera tranquila pero cada uno con posturas diferentes. Al final, el juez aprueba la custodia compartida: los fines de semana serán turnados. Julien va con su padre porque la ley le brinda ese derecho pero él no quiere. Si bien él intenta pasar buenos momentos con su hijo, cuando las cosas no salen como él espera no reacciona de manera tranquila, hay algo contenido en él que de a poco comienza a salir, que amenaza con estallar en cualquier momento. Así que Julien se ve obligado a estar con él pero no tiene por qué (ni acepta hacerlo, al menos no de manera consciente) darle la dirección donde vive con su madre, interpretada por Lea Drucker. "Custodia compartida" nunca es explícita sino que uno de a poco va comprendiendo los miedos con los que convive Julien y su madre. Y lo que al principio le parecen caprichos a ese padre interpretado de manera poderosa por Denis Menochet van siendo justificados a medida que el relato se sucede. Es que a veces parece a simple vista que no pasa nada y sin embargo nunca dejan de pasar cosas. Y Julien es un gran observador. Sin muchas palabras, presta atención, escucha y calla frente al padre, con una mirada hastía, cansada y, sobre todo, resignada. El film opta por su punto de vista exclusivo. La ópera prima dirigida y escrita por Xavier Legrand expone situaciones que lamentablemente son conocidas, como la violencia de género en la propia familia, de parte del hombre que es pareja y es padre. Así, en algún momento la vida se parecerá a una película de terror para esa madre e hijo. Los maltratos psicológicos y físicos hieren con la misma intensidad. Un film muy duro y tenso, pero siempre necesario, que sirve como denuncia pero más que nada como retrato de la realidad a la que muchas mujeres se ven enfrentadas.
Miguel Mato, a través de una vida contada por el propio Sandro, dirige este documental que decide enfocarse en la etapa menos conocida del ícono argentino: su infancia y su carrera más temprana. El propio Roberto Sánchez, también conocido como Sandro (nombre que sus padres le quisieron poner originalmente y no les permitieron, en aquella época en que cada nombre tenía que estar registrado en el libro para poder ser utilizado), es quien va contando su historia. Su propia voz narra desde momentos de su infancia a aquellos en los que encontró repentinamente el éxito a través de la música y el cine. Narrada con su voz, con su forma entre simpática y poética de hablar. En el medio se cuelan unas pocas escenas ficcionalizadas (como la mencionada con sus padres queriendo registrar a su hijo como Sandro) y testimonios sólo de otras dos personas: José Luis Rodríguez (El Puma, conocido por ese apodo gracias a una canción de Sandro) y Luz “Lucecita” Esther Benítez, cantante puertorriqueña cuyo primer tema fue uno de él. Luego, imágenes de archivos y, sobre todo, la música. Canciones que a veces suenan de principio a fin. Interpretaciones frente a un público real y otras tantas de las películas que protagonizó. Una forma de mostrar que de un modo u otro, desde un principio, Sandro estaba destinado a convertirse en ícono con el magnetismo que provocaba en quien lo veía y escuchaba. La opción del director es revelar aquella etapa de Sandro menos conocida, la de su infancia. Es por eso que el film profundiza más en esos aspectos y no tanto en el más reciente. Así, la voz del propio Sandro narra fragmentos de su humilde niñez pero la cámara sigue rincones de su vida ya conformada por el éxito a través de una casa enorme y de suntuosa decoración. Otro agregado a este collage audiovisual se encuentra en unas grabaciones en Súper 8 que Sandro rodó en ciertos momentos de su vida, ya sea en su casa o en algún viaje. Por último, las voces de sus admiradoras (las famosas “nenas”) leyendo cartas en las cuales describían lo que sentían por él y lo que significaba en sus vidas.
La nueva película de Roman Polanski (como todos estos últimos años, realizada en Francia) es la adaptación de la novela homónima de Delphine de Vigan, en la cual la escritora se introduce en medio de un relato que se va tornando una pesadilla. Esta vez coescrita junto a Olivier Assayas. Delphine es una escritora que supo cosechar un éxito importante. Pero entre cansada y sin inspiración, le está costando volver a escribir. En una agotadora firma de libros (quizás a esta altura, ya todo la agota con facilidad) aparece una admiradora a la cual será difícil ignorar: Elle. En la fiesta de la editorial, vuelve a aparecer y se le acerca a conversar. Delphine siente que con ella puede hablar como con nadie más. Su pareja se encuentra de viaje trabajando y su familia se alejó tras las cosas que ella escribió y desentrañó en su último libro. Rápidamente Delphine y Elle, que también es escritora pero de las llamadas “escritoras fantasmas”, se convierten en amigas. Basada en hechos reales es un thriller sobre una escritora (interpretada por Emmanuelle Seigner) que, mientras no puede escribir y se siente bloqueada, se deja ayudar por esta nueva persona en su vida. Una Elle (la siempre cautivante Eva Green) que, a partir de elogios y sugerencias de escribir sobre lo que realmente importa, la historia que lleva oculta, se introduce en su vida y su trabajo hasta en algún momento convertirse en ella misma, hacerse pasar por ella para una de las tantas citas de las que la verdadera Delphine se quiere escapar. Aunque parte de una temática siempre interesante (porque tiene muchas aristas por explorar) como lo es el hecho de ser escritor y los múltiples personajes a los que éste puede dar vida, Basada en hechos reales peca de ser demasiado obvia y nada sutil desde una primera instancia. La relación entre Delphine y Elle se va tornando del modo más previsible. Elle se apodera primero de la contraseña de su computadora, luego de su casa, después de su imagen. Una seguidilla que se ve venir hasta el clímax, que las tiene encerradas en una casa de campo, con claras reminiscencias a Misery. Y la vuelta de tuerca final, que se anticipa desde la primera escena. Más allá de presentar temáticas y situaciones que ya hemos visto (y mejor trabajadas) tanto en el cine de Polanski como en el de Assayas, acá todo parece ser producto de la mayor falta de inspiración, o la falta de ganas. Incluso la actuación de Emmanuelle Seigner (a quien en la anterior La Venus de las pieles al menos se la veía mucho más suelta y cómoda, divertida tal vez) resulta sosa y desganada. Al contrario, Eva Green es la única que logra darle un poco de vida al relato, con esa personalidad apabullante e intensa de la que siempre tiñe cada uno de los personajes que interpreta.
El director de The Belko Experiment (aquella curiosa película escrita por James Gunn) y The Darkness, regresa ahora con la historia real que llevó a un libro Yossi Ghinsberg, con guión adaptado de Justin Monjo. Una historia sobre un joven que en busca de una vida diferente a la pautada viaja a Bolivia y allí conoce a un par de muchachos con los que entablará una fuerte amistad potenciada por el intenso escenario que funciona como marco, y a un austríaco que los convence de explorar tierras que no aparecen en el mapa. Lo que podría sonar como una especie de The Lost City of Z (gran película que nunca llegó a nuestras salas) pero más moderna deriva en una película bastante más insulsa sobre la potencia de un lugar como la jungla, donde no hay reglas y la meta final es simplemente sobrevivir. Yossi (interpretado por Daniel Radcliffe) es un israelí que busca una vida diferente. Dijo a su familia que se iría durante un año pero sabe que quizás no quiera volver después. Conoce a Marcus y pronto se encuentran con Kevin, viejo amigo de éste último. Los tres planean una aventura de esas que te abren la cabeza y te cambian la forma de ver la vida. Y de repente aparece Karl (Thomas Kretschmann). Por algún motivo que nunca quedará claro, Karl se acerca a Yossi y lo convence de ir a explorar tierras desconocidas con la posibilidad de encontrar oro. Se muestra como alguien conocedor de lugares hostiles como la jungla, aparece como alguien seguro y de a poco se gana la confianza del grupo de amigos. Y entonces comienza la travesía. Pero allí las cosas no son tan fáciles y no hay muchas posibilidades de que salgan como uno las planea. Y la jungla se erige como un fuerte antagonista que comienza a quebrarlos y separarlos. Ya nadie parece tan fuerte, ni tan seguro, ni tan experto. “Jungla” es una película sobre la supervivencia antes que nada. Y es Radcliffe quien se carga el film a sus hombros, porque está contada desde su perspectiva y en algún momento tiene que encontrarse solo, consigo mismo, en medio de un escenario poderoso y nada amigable. Allí sus problemas pueden ser un animal salvaje, unos peligrosos insectos o incluso su propia cabeza que encuentra su momento para pensar y replantearse lo que lo llevó hasta ahí. El trabajo que realiza el actor es siempre notable, acá acompañado con un importante cambio físico. No obstante, gran parte del relato se termina tornando monótono y aburrido. La banda sonora y su afán de intensificar cada escena resulta cada vez más molesta a medida que se sucede el relato. En resumen, estamos ante una historia que sin dudas tiene atractivo y condimentos para mantenernos interesados, y sin embargo el resultado es un film aburrido.
Dirigida y escrita (en colaboración con Valentino Viso) por Carla Simón, "Verano 1993" relata una época muy particular para Frida, niña a la que se le acaban de morir sus padres y se va a vivir con unos tíos al campo. Una familia que ya está conformada (tienen una hija todavía más pequeña) y en la que ella entra casi como una intrusa. Frida es esa nena que sufre un cambio muy importante en su vida y la lleva a transitar una infancia llena de contradicciones. Ser niño no es fácil, es algo ya de por sí confuso, y con sus sólo seis añitos, Frida se encuentra descubriendo un lugar nuevo al que quieren que ella llame hogar. Es un lugar que podría resultar divertido para cualquier niño, pero ella carga con un dolor muy profundo. El verano, ese momento en que debería ser el mejor del año, lleno de tiempo libre para jugar y hacer lo que quisiese, se sucede mientras ella intenta sobrellevar esta situación como puede, a veces con actitudes caprichosas y otras tan inocentes como fantasear con escaparse de la casa y luego arrepentirse alegando que mejor en otro momento. Más allá del drama que narra el film, Simón (que ganó como Mejor Directora en el BAFICI del año pasado con esta película que recién nos llega a la cartelera) nos regala una película que no cae en sentimentalismos ni lugares comunes y sin embargo le agrega cierta dosis de ternura propia de la naturalidad con la que retrata y sigue a esta nena. Es una película luminosa, de tintes autobiográficos y eso se nota en el cariño y cuidado con el que está contada. Laia Artigas es quien interpreta de manera tan sutil como precisa a Frida, el alma de una película hermosa sobre esa particular etapa que es la infancia, donde no entendemos nada y todo se nos presenta como un mundo nuevo. Es quien carga la película porque todo lo vivimos siempre desde su perspectiva, ese lugar de inocencia que a veces confunde lo que está bien y lo que está mal. La ópera prima de Simón está narrada desde lo observacional. El registro naturalista le permite llegar a lo emocional de un modo muy genuino y delicado. Brota por sí mismo. Es una historia sobre la adaptación a un entorno diferente, de transición, pero es ante todo un bello y doloroso (porque lo más lindo siempre duele) retrato sobre la infancia, con una sensibilidad y entendimiento sorprendente.
Después de casi diez años de su proyección en el Bafici se estrena Fragmentos rebelados de David Blaustein, un documental que explora la vida del cineasta y militante desaparecido durante la dictadura Enrique Juárez y la época en que se descubre al cine como arma política. “Primero la actitud militante. El cineasta viene después”, dice Gerardo Vallejo en uno de los muchos valiosos testimonios del documental de David Blaustein escrito por Gustavo Alonso. Así define a Enrique Juárez, una persona que ama el cine pero lo hace utilizándolo como herramienta política. Su hermano Nemesio Juárez (La revolución es un sueño eterno) es el primero en tomar la palabra. En esa primera escena el también director narra sobre la última vez que lo vio y cuando ya no supo más de Enrique. Luego aparecen sus hijos, cada uno con recuerdos y experiencias diferentes, reunidos esta vez frente a latas de películas viejas que realizó su padre. En el medio, se intercalan imágenes de archivo y testimonios de amigos y gente que transitó ese tiempo tan especial de nuestro país, cómo se relacionaban con él y con el cine. Pero ante todo, la primera parte del film expone el retrato de una época, para luego ahondar mejor en el de la persona. Ahí aparece Pino Solanas y su La hora de los hornos, una película que marcaría un punto de inflexión. El cine siempre fue político, pero a partir de aquella se toma conciencia más que nunca de la función que podía cumplir en una época de revolución. Durante el film, además, se hace alusión a los rollos que se encuentran de sus películas y luego se verá parte de ese material. Cortos como La desconocida y Ya es tiempo de violencia. Sin embargo, ya más cerca del final aparece material aún más valioso quizás: el de una película que no se terminó de filmar donde actuaba un joven Mario Pasik (que también aparece dando su testimonio de aquella época y experiencia). Es muy interesante y fuerte el cierre que le imprimen a este documental con esas imágenes, también mérito del montaje de Juan Carlos Macías. Además de los mencionados Vallejo y Solanas, aparecen testimonios de cineastas como Octavio Getino, Humberto Ríos, Luis César D´Angiolillo, José Martínez Suárez, quienes van aportando experiencias propias, no sólo aquellas relacionadas a su relación con Juárez sino a lo que fue vivir en esa era.
Escrita junto a Bryan Woods y Scott Beck, Un lugar en silencio, que dirige el actor John Krasinski, quien además protagoniza junto a su mujer Emily Blunt, es una de monstruos en un futuro muy cercano. Una raza alienígena cayó en la Tierra y la humanidad, o lo que queda de ella, aprendió a sobrevivir como pudo en el bosque. Sin saber demasiado de estas criaturas sí entendieron, por las malas, que lo que los llama es el sonido, cualquier tipo de ruido. Así, una familia pudo adaptarse al aprender a convivir en el mayor de los silencios: se comunican prácticamente con señas, juegan a los dados sobre un mantel, escuchan música a través de los auriculares. La única manera de sobrevivir es así, en silencio. Como era de esperar, el sonido juega un papel fundamental en el relato. Casi sin líneas de diálogo (y algunas de las pocas que tiene hasta bien podrían ser prescindibles), es en el silencio en el que conviven donde cada sonido, cada ruido toma un mayor protagonismo. Sobre todo con una situación que está por acontecer: la mujer cuenta con un embarazo ya muy avanzado por lo que la familia además debe intentar prever qué y cómo van a hacer cuando nazca ese niño. Krasinski logra un film de terror con mucha tensión, sin dar respiro, especialmente en su último tercio donde las cosas que no salieron del modo planeado van desencadenando más encuentros y desencuentros con estas monstruosas criaturas. Estamos ante una de terror minimalista, donde los sustos son generados por causas reales, donde cada ruido es realmente aterrador por aquello a lo que llama. El film está rodado de manera prolija y cuidada. Alejada por ejemplo de Cloverfield, una película (en su primera entrega) a la cual podrían rememorar estos monstruos. Es una historia que se sucede en general de noche y sin embargo no es la oscuridad lo que provoca el miedo. Los monstruos no ven, pero escuchan todo. Además de Emily Blunt y el propio Krasinski, el film está protagonizado por dos jóvenes actores: Noah Jupe y Millicent Simmonds. El primero como el hermano menor, lleno de miedo pero obligado a ser fuerte cuando no tiene otra opción, y la segunda como la hermana que carga con una culpa por una grave pérdida que sufre la familia al comenzar la película en una impactante escena. Si bien el film empieza con la figura del hombre en el lugar del protector de la familia, el relato luego le va cediendo mayor y mejor lugar a los personajes femeninos y allí logran destacarse ellas dos: Blunt entregando una poderosa interpretación y Simmonds (que es hipoacúsica en la vida real y es su segundo largometraje habiendo debutado ni más ni menos que en Wonderstruck de Todd Haynes), con una actuación más sutil y emotiva pero igual de consistente.
El colectivo Cine Hummus (Agustín Gregori, Bernardo Francese e Ignacio Laxalde) escribe, dirige, produce y protagoniza esta comedia absurda sobre dos hermanos (o al menos así se dan a conocer a su público) que cantan covers de temas que les gustan mientras esperan que en algún momento su carrera como músicos despegue. Para la cena de Navidad arreglan para cantar en el restaurante de un hotel donde se hace karaoke. Viajan en un auto viejo y que cada dos por tres se queda. Y con cajas llenas de sus discos hechos de manera independiente y poco profesional. Como no les alcanza para hospedarse en ese hotel ni ninguno de los alrededores, deciden acampar. Lo que no estaba planeado y aparecerá para descolocar tanto la relación entre ellos como sus posibles futuros como artistas es la presencia de Alan, un alma libre de ideología marxista y con muchos supuestos conocimientos de marketing. Ese triángulo da pie a encuentros y desencuentros, a replanteos que llevan a cuestionarse su arte y terminará definiendo los caminos de estos dos hermanos, que quizás vayan para el mismo lado pero tal vez no. El film está rodado con mucho cariño pero también con mucho cuidado. Hay una estilización a la hora de elegir planos y el arte del film, haciendo un buen aprovechamiento del bosque patagónico con el que cuentan como marco. En cuanto a lo que respecta al guión, éste se encarga de dejar bien en claro ciertas posturas, aun desde su ironía. Y el humor, ese humor absurdo al que se apuesta y al que hay que entregarse para poder disfrutar de la película, no funciona siempre en mismos niveles. También es cierto que el último tramo del film se siente algo aletargado mientras que el final parece abrupto. Sobra y falta. Como la historia lo precisaba, se hace un buen uso de la banda sonora. A la larga la música forma parte importante de la vida de estas dos personas que ante todo quieren poder vivir haciendo lo que les gusta, y acá acompaña el relato. En definitiva estamos ante un film simpático, hecho con amor y divertido durante gran parte del relato. De mejores intenciones que resultados de todos modos.