Para que una comedia funcione se necesita un buen guión y un par de intérpretes que se saquen chispas. Todo esto marcha estupendamente en este divertimento negro que acumula dislates y carcajadas con los mejores recursos. Phil Foster (S. Carell) y su esposa Claire (T. Fey), componen una de las tantas parejas suburbanas que corren todo el día para parar la olla y cumplir con múltiples obligaciones. Una pareja alienada, sin rumbo. Hasta las salidas a cenar y al cine parecen programadas por un ordenador. Conscientes ambos de que semejante rutina está poniendo en serio riesgo su matrimonio, por una vez deciden cambiar el programa. Es así como acuden a un bistró de moda en Manhattan, donde un error de identidad va a zambullirlos, sin aviso, en una aventura vertiginosa. En una carrera contra el reloj, deberán enfrentar a dos policías corruptos, un mafioso y un taxista loquísimo. Si esto funciona y el espectador lo disfruta, se debe en buena parte a la formidable química que se establece de entrada entre Steve Carell y Tina Fey. Carell, de la estirpe de Don Adams (esos tipos que no ríen pero hacen reír), saltó a la pantalla grande en títulos como “Virgen a los 40”, “Pequeña Miss Sunshine” y “El Superagente 86”. Antes, se había hecho famoso como corresponsal de “The Daily Show with Jon Stewart” y más tarde en la serie “The Office”. Tina Fey, integrante de la exitosa troupe de “Saturday Night Live”, ganó popularidad en televisión con su imitación de la candidata republicana a la vicepresidencia Sarah Palin, y actualmente protagoniza la sitcom “30 Rock”. Juntos son dinamita pura y una fiesta para la platea.
El cine de Daniel Burman (“El abrazo partido”, “Derecho de familia”), se mueve casi siempre en torno de las relaciones familiares. Afectos guardados celosamente, viejos resentimientos, secretos pugnando por salir a la luz, conforman un mapa que habla de carencias y necesidades. Para Burman la familia es, a la vez, una fatalidad y la posibilidad de crecer. Por momentos, una trampa y, más allá una liberación, si conseguimos escapar a los estereotipos que nos imponen. El director parte de la novela de Sergio Dubcovsky, “Villa Laura”, para seguir el itinerario de Marcos (A. Gasalla), un orfebre refinado, que ha vivido 60 años bajo la sombra protectora de su madre, y cree empezar a liberarse cuando ella muere. Presionado, sin embargo, por asuntos familiares no resueltos, deberá cambiar Buenos Aires por un minúsculo balneario uruguayo. Marcos se ha movido siempre entre la sumisión y el silencio, y ahora deberá enfrentar a su hermana menor, de personalidad avasallante. Queda claro que ambos, transitados por la soledad, se necesitan pero al mismo tiempo no se soportan. En apariencia, son el agua y el aceite. Marcos, más sometido que nunca, ve que se aleja esa libertad tan deseada. Hay demasiadas cuentas pendientes entre esos dos. Y acaso, estén buscando la manera de poder mirarse de manera nueva. Para un duelo semejante, Burman eligió a dos intérpretes formidables. Mientras Gasalla se maneja en un medio tono contenido, Graciela Borges es un torbellino de retos y reproches. Les llevará tiempo enterarse de cuánto se necesitan.