Kathryn Bigelow no encaja del todo en los cánones de Hollywood. Su cine (“Punto límite”, “Días extraños”), siempre va un poco más allá. Con un presupuesto moderado para las cifras que maneja el cine estadounidense (12 millones de dólares), este film viene cosechando una buena cantidad de premios y va a correr en pie de igualdad en la carrera por el Oscar con “Avatar”, la megaproducción de su ex marido, James Cameron. Bigelow insiste con un cine intenso, que no responde a recetas transitadas. Si participar en una guerra es un infierno, ¿por qué tantos hombres –se pregunta– están dispuestos a ir a pelear en una época en la que el servicio militar no es obligatorio? Sigue habiendo gente dispuesta a alistarse en el Ejercito y llevar adelante tareas de riesgo. ¿Una adicción? Bigelow se ocupa de una particular elite de soldados especialistas en desarmar bombas durante el combate. El sargento James se hace cargo de uno de estos grupos destinados a la peligrosa faena de desactivar explosivos. El conflicto estalla cuando dos de sus subordinados, Sanbom y Eldridge, se involucran en un temerario juego de guerra. James se comporta con total indiferencia frente a la muerte. Cuando sus hombres intentan quitarle el liderazgo, conocerán la verdadera personalidad del recién llegado. La apuesta de Bigelow no se inscribe en las habituales pautas del cine bélico. Habla de la condición humana puesta a prueba en situaciones extremas. En una situación límite, reaccionamos como esas bombas. Mucho ojo porque, a la primera de cambio, se produce el estallido y puede convocar una reacción en cadena.
Como se sabe, “Nine” fue un exitoso musical durante varias temporadas, inspirado en el film “8 y medio”, de Federico Fellini. El director italiano no vio la puesta en Broadway pero, gran amante de los musicales americanos, le complacía que se adaptaran sus historias a un género que tuvo sus momentos de gloria en los `40 y `50. Años atrás, Bob Fosse había llevado a la pantalla “Sweet Charity”, basada en “Las noches de Cabiria”. En el film original de 1963, Marcello Mastroianni se metía en la piel de Guido, un director de cine que padece un bloqueo creativo cuando está a punto de lanzarse a rodar su última película y, en plena crisis, se abandona a sus fantasmas y obsesiones, mezclando recuerdos de infancia y fantaseos, mientras los productores lo apuran para que empiece a filmar. Todo eso está en “Nine”, pero no conviene olvidar nunca que estamos frente a un musical y que Rob Marshall no es Fellini. Las mujeres siguen teniendo una importancia capital en la obra. En este torneo femenino disputándose la atención del protagonista, se destacan Marion Cotillard como la esposa de Guido, Penélope Cruz como su amante, Fergie como la Sarracena, Nicole Kidman como su musa inspiradora y Sophía Loren como la madre (el tema pedía a gritos un personaje italiano). Fellini era un mago, un ilusionista que desconfiaba de la realidad: creía que todo era territorio de los sueños. Daniel Day-Lewis se juega el resto en una tarea muy exigente. Todo está en su lugar, la coreografía, las canciones y los intérpretes. Seguimos creyendo, sin embargo, que el último musical memorable fue “All that jazz”.
Curioso trabajo el de Ryan Bighman (G. Clooney). Se ha pasado buena parte de su vida saltando de un avión a otro, recorriendo ciudades a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, siempre con la pesada misión de despedir gente. Es el más consumado especialista en reducción de personal y las grandes compañías se lo disputan. En lo suyo, luce imbatible. Hábil profesional, no alberga el menor sentimiento de culpa al comunicarle a la gente que se ha quedado sin empleo. Para semejante labor, hay que estar blindado en materia de afectos. Apuesto y elegante, manejándose siempre con esa media sonrisa del que todo lo sabe, se niega a mantener relaciones duraderas, no tiene amigos íntimos ni pareja, ignora todo lo que tenga que ver con lazos familiares y su gran objetivo es superar un récord: llegar a los diez millones de millas aéreas, una marca que le permitirá ingresar a un club exclusivo al que sólo han conseguido acceder siete personas. A un tipo con metas tan mezquinas, puede llegar a cambiarle el libreto el encuentro con una pasajera con tantas horas de vuelo como él. Cuando por fin, contra todo lo previsto, se enamora, su jefe lo amenaza con trasladarlo a un puesto de oficina, lejos de aviones y aeropuertos. Hasta ese momento Ryan ha vivido sin raíces, moviéndose entre vuelos, hoteles y automóviles alquilados, mimado por todos los programas de viajero frecuente, cómodo en ese espacio sin vínculos ni compromisos. De repente todo empieza a resquebrajarse y el mundo le muestra su verdadera cara. George Clooney actúa, produce y a menudo dirige. En este caso, un personaje a su medida.