Ni vale la pena aclarar que no se trata de una versión más de las 21 traslaciones cinematográficas que padeció el célebre relato de Lewis Carroll desde 1910. Es, ante todo y por sobre todo, un film de Tim Burton, marcado por su talento y su desmesura. Para empezar, Alicia no es en este caso una niña, tiene 18 años y está a punto de someterse a un casamiento de conveniencia cuando la arranca de ese triste destino la aparición del siempre apurado Conejo Blanco. Burton se ha ocupado de subrayar que Alicia no se zambulle en Wonderland sino en Underland (Bajo Tierra), para ajustarse al título original que le dio el autor a su narración cuando se la obsequió a la niña Alice Lidell, en el otoño de 1864. Están presentes, sí, la feroz Reina Roja, su hermana la Reina Blanca, la oruga azul, Tweedledum y Tweedledee, el perro Bayard y el temible Jabbewoky. Pero lo más asombroso es la presencia dominante de El Sombrerero Loco, a quien Johnny Depp inyecta un protagonismo cargado de inquietud. La única imposición de los Estudios Disney fue que el proyecto se concretara en 3D. Una apuesta que complicó enormemente la producción con su mezcla de animación, personajes reales y efectos visuales al por mayor. Lo que había que respetar, en medio de tanto exceso, era el espíritu del original. Y de lo que trata precisamente el texto de Carroll es de un viaje iniciático hacia el conocimiento, el estado adulto y la propia identidad. De ahí en adelante Alicia va a hacer lo que de veras quiera y no lo que le exija una sociedad cargada de prejuicios y mandatos asfixiantes. Burton entiende que los presupuestos generosos deben estar al servicio del mejor cine. Y cumple.
Remake de un film devastador, realizado por Abel Ferrara. El policía corrupto y drogadicto con arrebatos mesiánicos que interpretaba Harvey Keitel no tiene reemplazo posible. Nicolas Cage es un actor que tiende a sobreactuar. Puesto en la piel del teniente de policía de Nueva Orleans, Terence MacDonagh, lo suyo es un festival de exageraciones. En el film original, el asesinato de una monja en una iglesia produce en el detective una suerte de delirio místico. Acá la trama circula en otro registro. No sólo cambia de ciudad, sino que a McDonagh le toca investigar el asesinato de cuatro inmigrantes senegaleses. Adicto al juego y a las drogas, se mueve entre alaridos y risotadas absurdas. Las muecas de Cage, las perversiones sexuales del personaje, más alguna ironía, no alcanzan a hacerle sombra a aquel film ejemplar. Werner Herzog, mal trasplantado a Hollywood. Aquella era una lección de cine, esta por momentos parece su caricatura.
Primero, Mel Gibson retorna a la pantalla, tras 7 años de alejamiento en los que se ocupó de dirigir “La Pasión de Cristo” y “Apocalypto”, dos títulos polémicos. Se lo ve muy cómodo en la piel de Thomas Craven, un veterano detective de homicidios, devastado por una inesperada tragedia. Emma, su única hija de 24 años, con quien se reencuentra al cabo de una larga separación, es asesinada a balazos en la puerta de su casa. Craven y quienes lo rodean creen, en un principio, que el destinatario de los tiros era él. Sin embargo, tras el dolor y a medida que avanza la investigación que Craven lleva adelante de manera implacable, queda claro que la existencia de Emma era un misterio y estaba cargada de secretos que tardarán mucho en develarse. En la trama asoman encubrimientos empresarios y gubernamentales. De pronto, Craven ingresa en un espacio que desconoce. Habrá testigos que desaparecen, accidentes demasiado caprichosos y una suma de funcionarios y ejecutivos que parecen dispuestos a cooperar, pero sólo echan sombras sobre el caso. O procuran borrar evidencias molestas. Craven no sabrá quién fue su hija hasta que se tope con un video inquietante que ella misma ha grabado, previendo lo que ocurriría. El film se basa en una exitosa y premiada miniserie británica, producida por la BBC en 1985. Eran tiempos de la Guerra Fría y hubo que actualizar algunos detalles en la traslación al cine americano. El saldo es un thriller un poco enredado y confuso en sus intenciones políticas. Mel Gibson, a los 54, ya no es el intérprete desmesurado de “Mad Max” o “Arma mortal”. Los años, le aportan una serena tensión a su personaje.
Desde comienzos del cine sonoro, la licantropía pegó fuerte en Hollywood. La leyenda del hombre-lobo conoció infinidad de versiones, pero la que adquirió más prestigio fue aquella protagonizada por Lon Chaney jr. y Claude Rains, en 1941. El film de Johnston, con elenco de lujo y gran despliegue de medios, intenta recuperar lo mejor de aquella historia original. El trágico itinerario de un hombre condenado por una maldición que viene de muy lejos. La leyenda arranca en la antigua Grecia y llega hasta nuestras latitudes como El Lobizón. La niñez de Lawrence Talbot estuvo acompañada de múltiples tormentos desde que su madre murió. Ya adulto, será rastreado por la novia de su hermano, quien lo compromete para que encuentre a su enamorado, desaparecido misteriosamente. Vuelto a casa, descubre que un ignoto asesino está haciendo estragos entre la población del lugar. Se entera entonces de esa maldición ancestral que convierte en lobos a determinados hombres, en las noches de luna llena. Enamorado perdidamente de Conliffe, la prometida de su hermano a quien quiere proteger, se decide a destruir a la despiadada criatura que se ha convertido en verdadera pesadilla en los bosques de Blackmoor. En una noche alucinante, durante una persecución que presagia lo peor, es mordido por esta, y comienza otra historia. La que de veras importa. Benicio Del Toro aporta su perfil tormentoso al personaje de Talbot, en tanto Anthony Hopkins se hace cargo de su padre, de quien estuvo distanciado por años. Otra relación fatídica.
El tema de la justicia por mano propia es un tópico recurrente en el cine de Hollywood. Hace algo más de tres décadas, “El vengador anónimo”, protagonizado por Charles Bronson, inauguraba esta variante del thriller, cosechando polémicas y aplausos. Acá se retoma el asunto redoblando la apuesta de manera alarmante. Greg, un ciudadano de tantos, casado, padre de una nena, ingresa en el infierno tan temido cuando, sin aviso, tres forajidos se meten una noche en la casa, someten y matan a su mujer y a su hija. Sobreviene un juicio en el que el ayudante del fiscal de distrito consigue que uno de los responsables incrimine a otro, a cambio de una pena menor. A partir de ese momento, Greg se convierte en otro hombre. Un ángel de la muerte. Va a parar deliberadamente a la cárcel para llevar adelante una venganza que no tiene fin. Su ira no se agota con despachar a los asesinos: apunta a todo el sistema judicial. Así, caerán jueces, defensores y fiscales. Nadie parece estar a salvo ante esta furia desatada. De pronto, a la intriga se le va la mano y cae en la desmesura.