Marca a presión Predestinada a ser de culto, Te sigue es la película de horror más interesante de los últimos tiempos y, sin duda alguna, la mejor del año. La acción transcurre en un pequeño pueblo lleno de herrumbre y abandono (una Detroit camuflada), donde conviven los grandes Chevys y televisores valvulares con eBooks de última tecnología. Sobre ese escenario, reminiscente de Halloween, con marcas de John Carpenter en el imaginario, el novel director David Robert Mitchell arrojó una plaga peor que una lluvia de sapos e incluso una invasión zombi. Tras hacer el amor con su novio, Jay (Maika Monroe) se entera de que con el orgasmo recibió una maldición. Raro como suena, a los cinco minutos, mientras el novio se lo comunica, una mujer de aspecto brutal se abalanza sobre ambos. Estos seres sin nombre son asesinos invisibles, salvo para la víctima. Y bien al inicio del film, una chica descuartizada muestra lo que son capaces. El problema de Jay tiene solución: al igual que su (desde ahora ex) novio, deberá conseguir a alguien con quien acostarse y, en teoría, se habrá sacado la maldición de encima, pasándosela al otro. Pero desde luego, hacerlo es criminal. Entre las dudas de Jay y el ataque de sus seguidores, la película ejerce una fascinante atracción, y un final abierto a conjeturas.
El héroe de la eterna infancia Cuando parecía que Intensa-Mente ganaba el premio a mejor animación del año, llega el contrincante menos esperado: una adaptación del clásico de Antoine de Saint-Exupéry, el favorito de los grandes que se siguen sintiendo chicos. Tras la experiencia de una regular adaptación en los años setenta, el anuncio de esta revisión generó pánico entre los amantes de El Principito. Por suerte, el director Mark Osborne (famoso por la lograda Kung Fu Panda y confeso fan de la novela) realizó una versión inteligente y respetuosa, que preserva los dibujos de Saint-Exupéry, animados mediante la técnica stop-motion, e insertos en un marco adicional, externo al texto original, donde predomina la animación digital. Este Principito modelo siglo XXI se mueve en dos reinos claramente definidos. En el inicio, con animación en 3D, la protagonista de la historia es una chica, cuya madre (doblada en el original por Rachel McAdams) prepara para los demandantes requisitos de un colegio secundario. Avizorando un futuro educacional competitivo, espejo de la sociedad que la aguarda, la chica escucha con placer los relatos de un nuevo amigo, un aviador que accidentalmente aterriza en el fondo de su casa (doblado en el original por Jeff Bridges). Este aviador, claro, es el mismo que alguna vez, siendo joven, conoció al Principito, y acerca de él son sus historias. Todas las situaciones que describe el libro –los encuentros del etéreo extraterrestre con la rosa, el zorro y demás personajes– se reviven con un maravilloso stop-motion, y la historia tiene un ida y vuelta entre ambos mundos, con una delicadeza que remite a Coraline y Neil Gaiman. Así como el libro preservó un ideal infantil en páginas, este film transmite el mismo mensaje de un modo moderno y sorprendente.
Nuovi ricchi Adaptación de una novela de Stephen Amidon, El capital humano traslada con naturalidad la historia de una opulenta familia norteamericana al escenario, no menos acomodado, de un suburbio de Milán en la era Berlusconi. Al final de una celebración, uno de los sirvientes regresa a su casa en bicicleta y es atropellado en la ruta por una camioneta que se da a la fuga. El incidente dispara dos capítulos en forma de flashbacks con el nombre de sus protagonistas. En el primero, Dino lleva a su hija a la casa del novio y queda encandilado con la fortuna de su padre, Giovanni, y la belleza de su madre, Carla; la seducción lo impulsa a invertir (y perder) su dinero en uno de los fondos que maneja Giovanni. En el segundo, Carla (Valeria Bruni Tedeschi) muestra la frivolidad de un hogar new rich desde adentro. De ahí en más, los capítulos siguientes dialogan con el incidente inicial (inevitable la comparación con el episodio que protagoniza Oscar Martínez en Relatos salvajes), en parte por el suspense, pero sobre todo para exponer las miserias de una clase fascinada por el poder. Con una producción estilizada, el director Paolo Virzì deja un mensaje claro, quizá demasiado, y esa es la mácula de este film.
Masoquista y poco feliz Con retraso, finalmente llega el último film de Roman Polanski, adaptación de un éxito de Broadway que adaptó, a su vez, al aludido clásico de Sacher-Masoch. De movida, entonces, el autor de Repulsión deja su firma en un juego de cajas chinas, de imágenes refractarias. La fortaleza de la obra radica en su simpleza: a solas en el teatro, Thomas, que adaptó y dirigirá La Venus de pieles, cree haber terminado sus audiciones cuando entra una inesperada postulante, en apariencia una mujer de la calle, que dice llamarse Vanda, como el personaje de Sacher-Masoch. La coincidencia seduce a Thomas y desencadena asociaciones. Emmanuelle Seigner, la mujer de Polanski, interpreta a Vanda, en tanto Thomas es encarnado por Matthieu Amalric, casi un doble del director polaco. La película es tan teatral que supone una parodia: hay sólo dos actores y la acción transcurre en un escenario ocupado por utilería del Far West, remanentes de una previa adaptación de La diligencia, de John Ford. Los diálogos, sobreactuados, mezclan el ensayo con interpelaciones de los protagonistas, al extremo de que ambos se confunden. Lo que se insinúa sarcástico y experimental se muestra, en el desarrollo, bastante tedioso, a excepción de un final donde Polanski acierta con su distintivo humor negro.
Actuar para sobrevivir Adaptación de la novela homónima de Philip Roth, The Humbling, la aquí retitulada Un nuevo despertar es el vehículo perfecto para Al Pacino, que entrega su mejor rol en años, bajo la también experta batuta de Barry Levinson. Su Simon Axler es una versión alternativa del actor, con la megalomanía y la furia intactas, pero con las hipotéticas frustraciones de no haber triunfado en 35mm. Antes de un suicidio frustrado en una tarima de Broadway, Simon murmura fragmentos de El Rey Lear y las líneas del bardo inglés no lo abandonarán durante su convalecencia en un psiquiátrico, primero, y luego en su mansión exclusiva, hasta el regreso con pompa a los escenarios. Pero entre esos dos momentos, que son una versión menos rimbombante de Birdman (incluyendo un momento curiosamente similar, donde Simon queda afuera del teatro cuando arranca su obra), vive las mil y una a cambio de recuperar, no sin fatiga, el deseo por una noche de sexo. Las postulantes son alocadas. Sybil (Nina Arianda) es una ex colega del psiquiátrico que lo precisa para matar a su marido y Pegeen (Greta Gerwig) una lesbiana confusa, hija de un matrimonio amigo. Entre ellas dos y un terapeuta que atiende vía Skype (Dylan Baker), Axler asume de modo tragicómico a un orden emergente donde los viejos códigos no aplican al posfeminismo ni a las comunicaciones a distancia.
Insoportable levedad En los primeros segundos, una voz en off anuncia la interpretación de la Primera Sinfonía de Schumann; seguidamente, Lorena, amiga del protagonista y depositaria de los valores de fraternidad, sale al balcón y echa una mirada nocturna de 180º que, de ser fiel, acabaría con la actriz en una ambulancia. De iluminadas ventanas indiscretas a una cancha de Fútbol 5, el vuelo de águila acaba aterrizando en las bambalinas de una representación teatral. Allí, finalmente, Lorena encuentra al amigo, el protagonista de este nuevo minicapítulo en la filmografía de Matías Piñeiro, el más shakesperiano de los directores locales. Víctor (Julián Larquier Tellarini) es un dramaturgo talentoso que teje las mejores conspiraciones en la vida real. Como en Rosalinda y Viola, Piñeiro intercala textos de Shakespeare, pero en este caso, además, instala la obra de William-Adolphe Bouguereau (en especial su Venus) como superficie asible del deseo, sobre la cual el director de fotografía Fernando Lockett se explaya con inusual desenfreno. Oblicuamente, todo Víctor remite a Macbeth. Es un desertor al que sus actrices desertan, tanto en su vida como en su obra, mientras Guillermo (Pablo Sigal), su mejor amigo, es un Banquo que lo traiciona a plena luz y sin medias tintas. Pero lo fundamental en el film, como en todo Piñeiro, es la virtualidad de la acción. Víctor imagina un hecho en tres desarrollos distintos, y hasta se atreve, con la venia del director, a tergiversar el final. Esta idea se persigue hasta cuando terminan de rodar los créditos. El cine de Matías Piñeiro instala un “nosotros” endogámico, que arranca en gimnásticos diálogos y finaliza en quebradizos romances. Es una proeza técnica para el más apático de los comentarios sociales.
Diario Moretti En sus últimas realizaciones, Nanni Moretti entra y sale del rol protagónico pero sus intereses y conflictos nunca ceden el proscenio. En Mia madre, una directora de cine desespera con el rodaje de una ficción sobre la resistencia al vaciamiento de una fábrica, en tanto su madre, una reconocida profesora de latín, lucha con la demencia senil en su lecho de muerte. Margherita (Margherita Buy) es el alter ego de Moretti, cuya madre, una reconocida profesora de griego y latín, falleció durante el rodaje de Habemus Papam. Pero en el film, el realizador italiano, en un rol ajeno a su personalidad, representa al medido, observador y conciliador hermano de la directora. Esta inversión se completa con la llegada de Barry Huggins (John Turturro), un actor decadente que con sus aires de estrella complica el rodaje. La película, como es habitual en Moretti, es parcialmente biográfica y utiliza diálogos que el autor de Caro diario escribió al morir su madre. Inteligente y profunda (y claro, menos traumática que La habitación del hijo), Mia madre consolida al director en un camino distinto, lejos de la frescura e ingenuidad de sus primeros films.
Corre, Ana, corre Para representar a su patria en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, Anna (Judit Bárdos) resiste los 1001 mandamientos de la Checoslovaquia pre-perestroika. Con tal de correr, la chica tolera a un entrenador brusco, Bohdan (Roman Luknár, que encarna sin fisuras el estereotipo deportivo soviético), y prácticas extenuantes hasta en la nieve, pero pone un freno cuando las autoridades la coaccionan a inyectarse Stromba, suerte de anabólico que mejora el rendimiento. Al principio, la droga la estimula, pero tras una práctica es internada y de ahí en más finge la continuación del tratamiento. La película, estrenada el año pasado en el festival checo de Karlovy Vary, es algo llana para mostrar el autoritarismo del régimen, pero desnuda con inteligencia sus secuelas. Irene (Ana Geislerova), la madre de Anna que en el pasado representó a su país como tenista, se opone al régimen y colabora con un exnovio complotado en la clandestinidad. Sin embargo, cuando descubre que Anna abandonó la droga, una parte suya querrá complacer a los médicos del Estado y haría cualquier cosa para que su hija llegue a las Olimpíadas.
Tom pone quinta A casi veinte años de que Brian De Palma transformara una vieja serie televisiva en un explosivo blockbuster, mezcla de espionaje y revolución tecnológica, Misión Imposible sigue, si bien sin innovaciones, sin dar señales de agotamiento. Muy por el contrario: como demostraron los avances de Tom Cruise, alias Ethan Hunt, colgado del ala de un avión en pleno vuelo, haciendo lo que corresponde a un doble de riesgo, el quinto episodio muestra a esa cruza híper tech y acción alimentada por anabólicos. Lo bueno es que el director Christopher McQuarrie sabe cuándo levantar el pie del acelerador. El primer éxito de McQuarrie fue como guionista de Los sospechosos de siempre; su carrera como director es menos asertiva, pero en 2012 dio en el blanco con Jack Reacher, film de acción protagonizado por Tom Cruise. Ahora, la fórmula se repite con buen tino. En Nación secreta (también con guion de McQuarrie), la Impossible Missions Force es desmantelada por un autoritario agente de la CIA (Alec Baldwin), pero Hunt descubre a una organización delictiva británica llamada El Sindicato y consigue el apoyo de William Brandt (Jeremy Renner), ex jefe del grupo, para combatirlos. En el camino aparecen nuevos aliados, la letal agente Ilsa (la sueca Rebecca Ferguson) y el experto en computadoras Benji Dunn (el comediante Simon Pegg), que aportan frescura al entorno habitual. Secuencias subacuáticas, una persecución en moto en Casablanca y una pelea en las bambalinas de la ópera de Viena, con armas disfrazadas como instrumentos, son algunos momentos destacados de una secuela trepidante y argumentalmente hilvanada, sin brechas.
Un tropiezo llamado amor Félix (Martin Dubreuil), un solterón de cuarenta, acaba de perder a su padre, un hombre adinerado con quien no tuvo una buena relación. En otra parte de Montreal, en el barrio judío, Meira (Hadas Yaron) lleva un matrimonio frustrante; mientras su marido pretende una crianza estrictamente religiosa para la hija de ambos, la chica muestra el irrefrenable deseo de largar las ataduras. Una tarde, en el distrito Mile End de la metrópolis canadiense, el destino de ambos se une, con todas las grietas de sus vidas anteriores como imperfecta sutura. Hay una prohibición latente, pero lo curioso es que en esta relación en ciernes lo arbitrario no incomoda tanto como la realidad de lo casi imposible. Uno de los mayores logros de este film, del debutante Maxime Giroux, es que mantiene a la clásica relación amorosa bajo parámetros (por definirlo de alguna manera) de un realismo tragicómico a rajatabla. Si parece improbable que Meira pueda romper con la naturalización de su vida religiosa, fortalecida aún más por la conformación de una nueva familia, no resulta menos fácil la situación para Félix, que, si bien criado en un entorno laico, se encuentra atado a las normas casi igual de seculares de la soltería. La ruptura del matrimonio de Meira le permite viajar sola a Nueva York, donde se encontrará con Félix y vivirán una noche de permisividad, de relajamiento de las costumbres; pero nunca emerge el deseado amor sino, más bien, la necesidad urgente de la contención. Las buenas locaciones en Montreal, Brooklyn y Venecia, retratadas en su natural devenir, sin elocuencia, dan un marco apropiado para este moderno romance agridulce.