Ruido de magia Cada tanto, los planetas se alinean y Woody Allen, dueño de una filmografía nebulosa, entrega un discernible lucero. Esta vuelta, Allen cambió su fe en el psicoanálisis por los albures de la magia y el misticismo para liberar su sarcasmo contra la razón. La apuesta es casi perfecta. Magia a la luz de la luna tiene escenarios y diálogos dignos de Rohmer, un humor cáustico que se resuelve en situaciones entrañables, en la tradición de Billy Wilder, y hasta el tono y las vueltas de tuerca de El mago, de Bergman. Berlín, 1928. Stanley Crawford (Colin Firth) es un mago inglés camuflado de chino bajo el nombre Wei Ling Soo; hace desaparecer elefantes, se traslada invisible de un lado a otro del escenario; la multitud lo adora. Llega a su camarín y Howard Burkan, un viejo colega, lo invita a desenmascarar a una médium, Sophie Baker (Emma Watson), que deslumbró a una rica familia norteamericana afincada en la Costa Azul. Habiendo seducido al hijo menor, Sophie podría heredar su fortuna. Nada peor para un mago que un ilusionista millonario. La dupla viaja al sur de Francia; recalan en la casa de tía Vanessa (Eileen Atkins), consejera de Stanley, luego se hospedan con los Catledge. Oculto en una falsa identidad, el mago busca demostrar que Sophie es una embaucadora pero la chica, con sus poderes, lo desenmascara a él. Para Sophie, Stanley, como buen mago, necesita que lo incomprensible sea un truco; Stanley, por el contrario, anhela creer en lo inmaterial. Y así, entre piropos a la luz de la luna, alusiones a Nietzsche y el rezo de una plegaria, con una esgrima verbal entre Firth y Atkins, el autor de Manhattan entrega una comedia quizá menor pero redonda, prolija y de las más disfrutables.
Un roto para un descosido Glenn Close no fue una actriz conocida hasta el rol de amante despechada en Atracción fatal que definió su prototipo comehombres (reforzado dos años después en Relaciones peligrosas, de 1988) y cabe esperar que lo mismo ocurra con Rosamund Pike, británica actriz de reparto, cuyo protagónico en este film, adaptación de un exitoso best-seller, encarna a una de las mujeres más retorcidas desde aquella Close que hervía conejos. Si se suma a Ben Affleck como el esposo de Pike, un periodista hueco y superficial, y a Neil Patrick Harris como un ex novio acosador, todos bajo el control quirúrgico de David Fincher, Perdida no es sólo otro thriller; es pura dinamita. Empujado por la crisis, Nick Dunne (Affleck) abandona Nueva York y junto a Amy (Pike) se instalan en su pequeña ciudad natal de Missouri. Tras cinco años de convivencia, meditando sobre la llegada de un hijo, Nick vuelve a su casa del bar que regentea con su hermana gemela Margo (Carrie Coon) y encuentra todas las señales de un secuestro de su esposa. El caso es tomado por dos agentes de policía que, junto a Nick, van descubriendo una serie de cartas que los llevan hacia todos los errores cometidos por el marido, hasta el hallazgo de un diario íntimo que lo compromete como potencial asesino. Amy tiene algo que cobrarse y la estrategia es exagerada, pero Gillian Flynn, escritora de la novela y también guionista, presenta al caos escandalosamente posible (sobre todo, cuando el caso se vuelve más grotesco con su mediatización). Perdida tiene humor, ingenio, la impecable realización que se espera del autor de Fight Club y Zoodíaco y los tres aspectos se funden en un cóctel atómico cuando Amy busca refugio en Collings, su ex novio. Pero lo que subyace es la mirada de que estas almas descarriadas en el fondo se merecen; que no existen sorpresas en el matrimonio y que no hay desafinaciones al azar.
Pacto de sangre La primera cinta de terror en 3D tuvo su debut en el último Bafici; entonces, mientras muchos encontraron defectos en la conversión de formato, el director Daniel de la Vega (Hermanos de sangre) se comprometió a un nuevo procesamiento en 3D para su estreno comercial. Así, finalmente en cartelera, Necrofobia muestra que sus menores problemas son técnicos. Dante Samot (Luis Machín) es un sastre atormentado; tras la muerte de Tomás, su hermano gemelo, está al borde de perder a su bella mujer (Julieta Cardinali) y termina desconfiando de su psiquiatra (Raúl Taibo). El cuadro lo completa el sacerdote de la familia (Gerardo Romano), asesinado en el confesionario por una figura de impecable piloto y sombrero de alas anchas (alguien bien “sastreado”, digamos). Mientras la película apunta al terror psicológico sangriento, o giallo, popularizado en los setenta por Darío Argento (Claudio Simonetti, su habitual compositor, fue reclutado para la banda sonora), la historia sufre fisuras en el guión, especialmente sobre la paranoia de Dante y cómo esta afecta a la trama. Pero es insoslayable la labor de Machín y la dedicación del equipo para lograr un homenaje al género estéticamente atractivo, a la altura de cualquier giallo internacional.
Letra y música El irlandés John Carney cambia las callecitas dublinesas de Once por el Lower East Side de Manhattan en esta nueva comedia romántica, con encantadores personajes, un guión de altibajos y una resolución convincente. La película muestra el encuentro de dos perdedores en un pub: empujada por su amigo Steve (James Corden), Gretta (Keira Knightley), recién separada, se anima a cantar una de sus canciones mientras Dan, un borracho productor discográfico (Mark Ruffalo), cree encontrar en ella su salvación. Son malos tiempos para Dan; también se ha separado y su sello Distressed Records está prácticamente tomado por su socio, Saul (el rapero Mos Def), con quien tenía un dúo de hip hop. Por su lado, la inglesa Gretta acaba de romper con Dave (Adam Levine, del grupo Maroon Five), un cantante a quien acompañó a construir su carrera y ahora, exitoso, la abandona por su enorme ego. Dan acompaña a Gretta a grabar su disco en lugares abiertos (una escena en la terraza de un edificio, interrumpida por la policía, es un homenaje a Get Back de Los Beatles). El vínculo con Gretta es profesional, pero Carney maneja los hilos de manera que el desenlace parezca impensado. Si por momentos el guión decae, el magnetismo de Knightley y el oficio de Ruffalo hacen que la película resulte llevadera y, además, desprovista de los golpes de efecto de Hollywood.
Cría cuervos Jojo habita la zona rural de los Países Bajos. No es un chico como cualquier otro; eso lo muestra el director Boudewijn Koole desde las primeras imágenes, cuando el chico atraviesa corriendo un atajo para llegar al puente antes que la camioneta de su padre, camino al trabajo. Su madre es una cantante country de gira por los Estados Unidos y Jojo aprovecha para hablar con ella por teléfono cuando el padre está ausente. Pero lo fundamental, para él, surge tras su amistad con Yenthe, una chica algo mayor a quien conoce del equipo de waterpolo y, quizás, especialmente, cuando salva a una cría de grajo que cayó de su nido. Jojo transita ese camino intermedio, entre la adopción de una atípica mascota que irrita a su padre y un vínculo que pronto lo llevará a la pubertad. Y eso no es todo, porque la tensa relación entre Jojo y su padre tiene un trasfondo dramático, que explica la conducta del chico, pero tiñe al film de un misterio quizás innecesario, como lo es también la morosidad de sus protagonistas.
Heridas de la guerra fría Una lista de los más extravagantes y perversos proyectos del nazismo no estaría completa sin la inclusión del programa Lebensborn. Durante la ocupación nazi en los países escandinavos, los hijos de las mujeres relacionadas con soldados alemanes fueron apropiados por el régimen y criados en orfanatos especiales, con la finalidad de, digamos, “enriquecer” la raza aria con un componente vikingo. Luego, durante la Guerra Fría, la Stasi, el organismo de inteligencia de la República Democrática Alemana, entrenó a muchos de esos chicos para usarlos como agentes de inteligencia en sus países de origen. El director alemán Georg Maas se inspiró en un oscuro episodio ligado a este background para escribir Dos mujeres. Y lo que logró es un film al principio críptico, algo monótono, pero de un gran vértigo a medida que la trama se desmadeja. La acción transcurre tras la caída del muro de Berlín, en 1989. Katrine (Juliane Köhler), que reencontró a su madre Ase (Liv Ullmann) habiendo escapado de Alemania en un bote, recibe la visita de un abogado alemán que la insta a enjuiciar al gobierno noruego, acusado de maltrato hacia ella y su madre por ser víctimas del programa Lebensborn. Por su pasado oculto, por su vínculo con agentes de inteligencia alemanes, Katrine resiste inicialmente la propuesta del abogado hasta que, animada por su hija, va a juicio y no puede evitar que la historia salga a la luz. Maas muestra fragmentos del pasado de Katrine mediante flashbacks que adquieren sentido en el tramo final, pero el film es esencialmente riguroso y llano. Con un título de varios significados, Dos mujeres tiene la virtud de introducir misterio en un drama de contenido documental, al tiempo que condensa una complicada trama en apenas una hora y media.
Pronóstico reservado Esencialmente una versión actualizada del clásico Twister, En el tornado introduce a una nueva generación de cazadores de tormentas que venden sus filmaciones o las suben a un canal de YouTube, ignorando que las inclemencias serán esta vez ingobernables. Ambientada en la ciudad ficticia de Silverton, en el medio oeste norteamericano, la trama incluye a dos hermanos que filman testimonios personales para el futuro (a las que llaman “cápsulas en el tiempo”), un equipo de cazadores ultrasofisticado, especie de mercenarios que deambulan en un auto militarizado con equipos tecnológicos, y un dúo que filma toda clase de bloopers al estilo Jackass. Sin ánimo experimental y desaprovechando la idea, la película hilvana narración en tercera persona con testimonios cámara en mano o POV (Blairwitch, Actividad paranormal), mientras los tornados se vuelven una criatura tan destructiva como Godzilla o King Kong. Aparte de alguna escena vibrante, como la destrucción de un aeropuerto en donde varios aviones despegan como por levitación, En el tornado tiene un tibio mensaje de alerta climatológico y momentos de sensiblería cursi que atentan contra el buen pasatiempo.
Amazona 2.0 Luc Besson, que tiene debilidad por las heroínas, seguramente no ignora los dos últimos roles de Scarlett Johansson en films de ciencia ficción. Tanto la inteligencia artificial de Her como la alienígena de Under the Skin se combinan en Lucy junto a (guste o no) la propensión del director por la desmesura. La historia empieza en Taipei, cuando Lucy (Johansson) se involucra involuntariamente en una operación con un mafioso chino. La organización la secuestra, inserta en su abdomen una droga experimental y la devuelve junto a un grupo de mulas a sus países de origen. En paralelo, el profesor Norman (Morgan Freeman) diserta sobre las limitaciones del hombre, que apenas usa el 10 por ciento de su cerebro. Y mientras un estudiante pregunta qué ocurriría de utilizar el 100 por ciento, Lucy recibe golpes en el estómago que liberan la droga, convirtiéndola en un ser superior. Besson usa la vieja, ni comprobada ni descartada teoría del escaso uso cerebral para crear un film de acción. Su Lucy se torna siniestra, al filo de la abductora en Under the Skin, y si bien sus procedimientos no son tan inquietantes como en el film de Jonathan Glazer, Johansson lleva adelante el film, con sus innegables dotes para construir un personaje encantador.
Verano del '95 Tras conseguir un puñado de fieles con el mediometraje Medianeras (luego extendido a largo, con menor suerte artística, para la competencia internacional), Gustavo Taretto vuelve a la carga con su obsesión por la vida entre estructuras de hormigón. Si Medianeras era una romántica reflexión sobre futuros amantes distanciados por un pulmón de edificio, Las insoladas es su fantasía sobre la trivialidad de seis vecinas amigas que toman sol en la terraza a mediados de los noventa. Como una versión femenina de El asadito, del rosarino Gustavo Postiglione, la película no muestra más que una reunión donde nada ocurre, hasta que a alguien se le ocurre planear un viaje para salir del ostracismo. Alguien podrá acusar a Taretto de recurrir a estereotipos: sus chicas de los noventa, deslumbradas por el primer celular, son más bien chetas sin plata, rubias taradas de los ochenta. Lo interesante es cómo Taretto elude la burla simplona y se dedica a retratar el pequeño mundo de amigas que sueñan con el Caribe. Con personajes menos huecos que entrañables, el director, a la manera de Wes Anderson, muestra oficio para la caricatura de lo ordinario.
Intriga internacional Basada en un policial homónimo de John Le Carré, El hombre más buscado no es sólo la última y quizá más notable (y no por ser la última) actuación del desaparecido Philip Seymour Hoffman, sino una delicada, quirúrgica mirada sobre los modos casi antagónicos con que Europa y los Estados Unidos encaran la problemática terrorista. Hoffman es Günther Bachmann, un agente de inteligencia alemán con la perspicacia de Sherlock Holmes y la desfachatez (y el abandono personal) del teniente Columbo. Dentro de su departamento, Bachmann carga con un pasivo que un colega quiere cobrarse, mientras una agente norteamericana (Robin Wright) obstaculiza la investigación de Issa Karpov (Grigoriy Dobrygin), emigrado checheno que, sin saberlo, está por heredar una fortuna. En el decálogo antiterrorista, la consigna lógica es atrapar a Karpov como sospechoso, pero Hoffman permite la intercesión de una abogada en asuntos de inmigración (Rachel McAdams) para que Issa reciba su fortuna y, de ese modo, la red terrorista adquiera otras dimensiones. El holandés Anton Corbijn (que inició su carrera como un distinguido fotógrafo ligado al rock) dirige con maestría esta telaraña de intrigas, pero el balance no sería magistral sin Hoffman, que entrega una de sus actuaciones más notables y, como trasfondo, las dimensiones de su pérdida.