Mala eres Felicitaciones a Disney por lograr, tras una vida haciendo lo contrario, la primera superproducción de cine fantástico en reversa. Existen numerosas razones de por qué Maléfica desafía las expectativas del género (y triunfa en el intento). Resentida con su amigo Stefan (Sharlto Copley), quien para congraciar al rey moribundo le corta las alas, el hada Maléfica dirige su magia contra este cuando, en recompensa por el crimen, es nombrado monarca. En una de dos o tres escenas maravillosas, Maléfica irrumpe durante la ceremonia bautismal de Aurora, primogénita de Stefan, y lanza un hechizo: al cumplir 16 años, la chica tocará una espina venenosa y caerá en un sueño eterno, del que sólo despertará por un beso de amor. Es una reversión de La Bella Durmiente y el cuento está narrado desde un lugar inusual, comenzando por el vínculo de amigovios entre Maléfica y Stefan (inserto de manera agridulce, pero inverosímil al fin). La naturaleza de los personajes se revela al comienzo, con Isobelle Molloy (una mini Angelina de photoshop) como Maléfica en la infancia. Maléfica es una mala sensible, casi vulnerable, mientras que Stefan es un padre sin corazón. El planteo no es inusual pero la película tampoco hace alarde. Lo inmanente es el volk nórdico de los cuentos de Grimm y Andersen, con su extraño, seductor mix de pagana Edad Media. Un natural de los efectos visuales, el técnico Robert Stromberg (Piratas del Caribe), que hace su debut como director, también sorprende y destaca en el tramado emotivo de la relación entre Maléfica y Aurora (una celestial Elle Fanning). Párrafo aparte para la actuación de Angelina Jolie, quizá la mejor de su carrera. Partiendo de su natural rol de dominatrix, la actriz se explaya en un sumario de expresiones conmovedoras. Si el cine fantástico tuviera alguna chance en la entrega de los Oscar, Angelina tendría asegurado su lugar en el podio.
Retrato de un campeón Con sus apariciones televisivas, su carisma de estrella pop y su destreza en Bailando por un sueño, Sergio “Maravilla” Martínez construyó un personaje que excede al boxeo. Es así como, mientras la gloria eterna del pugilista es (aún) un capítulo sin final, esta biopic parece más que apropiada, sobre todo como appetizer del match contra Miguel Ángel Cotto, el 7 de junio próximo. De modo no estrictamente cronológico, el documental de Juan Pablo Cadaveira (visto en la última edición del Festival de Mar del Plata) muestra los inicios en Quilmes del chico que nunca quería pelear, su arraigo en España, su conflicto con el Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y su rivalidad con el mexicano Julio César Chávez Jr. La pelea central de Maravilla es contra el CMB, que desposeyó al quilmeño del título de campeón peso medio. El desplante que sufre Martínez resulta (pese a testimonios valiosos de, por ejemplo, Mike Tyson) el nudo un tanto desgastante de la película, aunque sirve de puntapié para el triunfo final en el match contra Chávez Jr., favorito de la organización. La película nunca cae en tecnicismos y (en gran parte por el carisma de Martínez) resulta amena para el público en general.
Días de furia Tras su paso por la Berlinale y nuestro último Bafici, actualmente en competencia en el Festival de Jeounju (Corea), la ópera prima de Benjamín Naishtat es un film desafiante, dotado de imágenes magníficas pero poco convencionales y con una polisemia rara en el cine argentino. Siempre de modo transversal, Historia del miedo cuenta (vale aclarar nuevamente, por las dudas, que el término es alegórico) una serie de días álgidos en la vida del Pola. Compuesto de manera magistral por Jonathan Da Rosa (integrante del colectivo multidisciplinario KM 29), el Pola es un muchacho apocado y algo tontulón que vive en los márgenes de un barrio privado. Cuando una serie de incendios intencionales alteran la vida de sus habitantes, Carlos (César Bordón) organiza investigaciones en el country mientras el Pola, suerte de mascota de la vigilancia, es un espejo del miedo de sus vecinos, los bienaventurados. De principio a fin, exceptuando alguna escena graciosa, el film se adueña de una atmósfera incierta (no precisamente amenazante), emparentada de manera casi obvia con el cine de Lucrecia Martel pero también con films independientes como Buena Vida Delivery, el primer Trapero de El bonaerense e incluso hay ecos de Blair Witch Project. Alguien dirá “¿qué?”. Prueben y vayan a verla.
De regreso al futuro Los robots están a la orden del día, desde los colosos de Titanes del Pacífico hasta la remake de Robocop, así como los exoesqueletos que próximamente se verán en Al filo del mañana, la nueva ficción sci-fi de Tom Cruise. En X-Men: Días del futuro pasado, la acción arranca en el año 2023; el mundo está gobernado por centinelas, una legión de robots asesina de mutantes y sus aliados humanos. En el momento más crítico, Magneto (Ian McKellen) y Professor X (Patrick Stewart) consiguen que Kitty Pryde (Ellen Page) use sus poderes para enviar a Wolverine (Hugh Jackman) al pasado; la misión de Wolverine es evitar que Mystique (Jennifer Lawrence) elimine al científico Bolivar Trask (Peter Dinklage), futuro diseñador de los centinelas. O sea, para cerrar las asociaciones robóticas: la nueva X-Men es como Terminator, pero a la inversa. Con excepción del desatinado escenario de 1973 (más que burdo, por ejemplo, en comparación con la recreación que del mismo año hiciera la serie inglesa Life on Mars), es indudable que en términos de diseño, coreografía y efectos Días del futuro pasado es la película más innovadora del momento y pone al director Bryan Singer en la cúspide de su carrera. Pero así como el debut de X-Men en 2000 resultaba inacabado en su concepción visual, su hilo narrativo era más sólido que el de esta última entrega. Los mayores problemas de la película son los incesantes vaivenes entre pasado y futuro, recortes que aparte de abusivos complican la trama, así como (y este es un viejo problema) la inclusión de mutantes de gran potencial con poco peso en el argumento. Notables son, en cambio, las apariciones de Quicksilver (Evan Peters) cuando rescata al joven Magneto de 1973 (interpretado por Michael Fassbender) o dejando en offside a sus adversarios. Esta dinámica, junto a bromas internas incomprensibles para los no aficionados, hace de la película un compromiso ineludible para los fans.
Tiempo de cambios Wadjda es una chica rebelde criada en uno de los espacios más complejos para la aventura humana; o sea, un hogar estrictamente devoto del Islam. La pregunta surge inmediatamente: ¿se tolera la rebeldía en tal contexto? La bicicleta verde muestra que en lugares cercanos al capitalismo trasnacional, como es el caso de Arabia Saudita, el respeto a rajatablas del mandamiento religioso está cambiando y a ritmo acelerado. Allende este mensaje, dicho con estilo, cuidado y sensibilidad, lo más preciado del film es el hallazgo de Waad Mohammed, la protagonista, una chica pre púber que conoce el manual de las expresiones pícaras y lo usa con gran precisión. Las tareas de rebeldía que acomete Wadjda (muchas, con la finalidad de ahorrar dinero para comprarse una bicicleta) son diversas: desde vender chucherías en su colegio religioso hasta ser celestina de encuentros adúlteros, sin decir jamás la culpa es mía. Un dato extra: La bicicleta verde es la primera película enteramente filmada en Arabia Saudita. La directora, Haifaa Al-Mansour, envuelve al film en una prodigiosa sensibilidad femenina. Y desde luego, lo hace sin pudor.
Frontera de desigualdad Valentín (Eugenio Derbez, también director de esta película) es un playboy desocupado en Acapulco, una extraña combinación de ganador algo loser, sobre todo por traumas heredados de su padre, quien solía arrojarlo de chico desde acantilados para volverlo un hombre temerario. Lejos de cumplir su objetivo, Valentín es un lelo simpático; tanto es así que una gringa, una ex pareja a quien el mexicano juró amor eterno, regresa a su casa para dejarle una beba y luego marcharse a Los Ángeles. Ignorante de su paternidad, Valentín adopta a Maggie y viaja a California para, en su opinión, brindarle mejor crianza; desde ese momento se disparan toda clase de bromas interculturales que en ciertos casos (como las referidas al prejuicio racial) generan incomodidad, pero exhiben bajo un manto de comedia la dantesca desigualdad a ambos lados de la frontera. De ser un bueno para nada, el personaje se convierte en héroe tragicómico y adopta el trabajo de doble de riesgo para mantener a su hija. El candor de Valentín cobra relieve al promediar el film, cuando su custodia se pone en riesgo. Pese a conflictos obvios, el final es impredecible y redondea el tono peculiar de esta “dramedia” a la mexicana.
El milagro chaqueño Los documentales de arte tienen la virtud de acercar al público general a ámbitos que no frecuentan y Rey Milo cumple con creces ese propósito. Aunque Milo Lockett no es aún un nombre que le suene al mozo del bar de la esquina, el documental de Federico Bareiro muestra (bastante por mérito del propio Milo) el carisma del pintor chaqueño en las más variadas situaciones (desde haciendo asado y pintando escuelas de provincia junto a chicos con capacidades especiales hasta inaugurando ArteBA 2011), al tiempo que define su particular estilo. Marchands, críticos y galeristas dan su opinión. Milo tiene un pie en el art brut, con ecos de Basquiat, pero también en una tradición local que mantiene lo pueril, los trazos de candidez reflejados en esos grandes ojos y esas bocas anchas, marcadas. El documental tampoco oculta el lado caprichoso y hasta irascible del pintor, manifiesto en el testimonio, dicho en forma hilarante, de un asistente al que le arrojó un tarro de barniz. Todo eso conforma el retrato de Milo Lockett, un personaje que aspira a la fama pero también disfruta de ser amado.
Titán del Pacífico El desastre de Fukushima debió haber encendido algunas luces en Hollywood. Según el nuevo folklore daikaiju (monstruo gigante, en japonés), los reptiles que poblaron el orbe millones de años atrás se nutrían de una radiactividad cuya disminución permitió la aparición del hombre. En 1999, la falla de un reactor en Filipinas le demuestra a un grupo científico cómo la energía nuclear atrae a los sobrevivientes de aquella fauna: encuentran el fósil de un primigenio Godzilla junto a los huevos de dos similares criaturas. Y los dejan crecer. Quince años después, una de esas criaturas, Mothra (suerte de coleóptero humanoide), se aburre de los experimentos y sale a destrozar Tokio, mientras su pareja hembra despierta unos kilómetros al oeste, en Nevada. En el medio, en Hawai, las dos irán a aparearse, pero también encontrarán a Godzilla. La nueva versión del inglés Gareth Edwards resulta un avance respecto de la primera versión digitalizada del daikaiju, dirigida por Roland Emmerich (Día de la Independencia) en 1998. Edwards no sólo muestra el atractivo de los archipiélagos, paraísos decadentes y bíblicos, sino que los enlaza con el horror de la guerra en Medio Oriente, al mostrar un micro escolar que pretende circular por el Golden Gate cuando lo cruza una avanzada de tanques. El infierno ya llegó, dice Edwards, y lo dice de entrada con alma de artista, cuando el bosque petrificado del difunto Godzilla remite a la estación depredada de Alien. Allí donde Emmerich proponía un blockbuster, el inglés envía un ballet de paracaidistas que desciende en las ruinas de San Francisco, con música coral de Ligeti. Ese facsímil de Apocalipsis Now y sus helicópteros envalentonados de Wagner es una licencia poética, sí, pero estéril y desproporcionada. Pese a sus buenas intenciones, el trabajo de Edwards es similar al de aquel que compra un arsenal de cohetes para Navidad justo cuando los vecinos deciden ir de vacaciones. No será la fiesta inolvidable, pero logra hacer pasar un buen rato.
Feos, sucios y machos Tras Corazón loco, el retrato agridulce de un cantante country que le valiera un Oscar a Jeff Bridges, Scott Cooper estrena su segundo largo y vuelve a merodear los pastizales de la América abandonada, sus fábricas decadentes, sus pobladores endeudados y desesperados. Pero La ley del más fuerte es un film más ambicioso: la historia de dos hermanos marginales en su ecosistema, los detritus rurales de Pennsylvania, que evoca a la laureada Lazos de sangre (Shane Dax Taylor, 2010). Más cerca de El maquinista que de Batman, Christian Bale es Russell Baze, obrero de acería sufrido y desgarbado que con su jornal no sólo paga sus cuentas sino las deudas del hermano Rodney (Casey Affleck), un veterano de Irak que vive de peleas ilegales. El futuro es sombrío. Rodney no puede parar de pegar incluso en peleas arregladas y el mambo de Russell no es menor: sabe que la acería va a pique debido al dumping de los chinos y encima va a prisión tras un inesperado choque fatal. Este es el pasaje más inconveniente; entre 15 y 20 minutos de rodaje tras las rejas que no inciden en el argumento y para peor quitan el clima inicial, el montaje de un drama familiar con la promesa de introducir a un brutal psicópata, Harlan DeGroat (Woody Harrelson), que protagoniza una golpiza salvaje segundos antes de los primeros créditos. En algún punto, obviamente, el destino de los tres va a cruzarse. John Petty (Willem Dafoe), bookie de Rodney, organiza un tour a los dominios de DeGroat para dejar en cero todas las deudas mientras Russell sale de cacería con su tío Red (Sam Shepard); es el momento de mayor tensión y las insinuaciones a El francotirador son obvias. Este tipo de redundancias, reflejadas en un elenco estelar, opaca las buenas intenciones y conduce al film por un rumbo desmedido, grotesco, machista, con un triste y vacilante final.
El aguante femenino He aquí un título poco feliz. Lo que no es un dato menor. El título no es gracioso (mucho menos simpático). Como declaración de principios, es grosero y (para peor) machista. Y no es un dato menor porque la cinta dice lo contrario, es decir que la mujer tiene el mismo derecho que el hombre a jugar al fútbol. A este fin, con todas las costuras a la vista de un trabajo de tesis, Mujeres con pelotas muestra los distintos obstáculos que enfrentan las chicas dentro y fuera de la cancha, desde los prejuicios paternos y la indiferencia de los grandes popes hasta la burla de los chicos y sus congéneres. Lo interesante del trabajo es su honestidad: presenta la realidad del fútbol femenino tal cual es; su rol en la integración, su importancia en el interior del país y las villas de emergencia, con algunas imágenes verdaderamente interesantes. Al testimonio de chicas, entrenadoras y fomentadoras se suma un tribunal de luminarias deportivas entre las que se cuentan Juan Bava, Víctor Hugo Morales y Gastón Recondo (que, como era de esperar, juega el rol de policía malo).